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Una vez que Descartes tiene el método para preparar el nuevo saber, pasa a ponerlo en práctica.
Lo primero que debe hacer es buscar alguna verdad absolutamente indudable y que sirva de
fundamento. Para encontrarla se sirve de la duda que es el procedimiento más radical para investigar la
verdad. La duda es consecuencia de la primera regla del método.
Características de la duda:
a) La duda se limita al mundo del conocimiento; no afecta a la moral, a la vida práctica; pues
para vivir necesitamos algunas reglas de conducta. Podemos poner en duda nuestros conocimientos,
pero, mientras dudamos, no podemos suspender nuestro actuar, necesitamos seguir viviendo.
Descartes implanta una moral provisional.
b) La duda implica negación no abstención del juicio; lo que es dudoso será considerado falso
aunque no definitivamente.
c) La duda es metódica. La duda en Descartes es un método. No duda porque sea un escéptico;
sino que duda precisamente para salir de la duda. Se busca la certeza desde la duda.
El proceso de la duda. La duda metódica es progresiva. La duda adquiere cada vez más terreno.
Descartes propone cuatro niveles de duda fundamentando unos sobre los otros y cada vez con más
profundidad. Lo que le quede en pie será la primera verdad:
a) Nivel sensitivo. Alguna vez me han engañado los sentidos. Es posible que me engañen
siempre. Mientras no encuentre un fundamento mayor, dudaré de ellos. Conclusión: hay que renunciar
a los sentidos.
b) Nivel imaginación. Refuerza el anterior. A veces tenemos completa seguridad de que los
sentidos aciertan. Pero también nos ha ocurrido que no somos capaces de distinguir el sueño de la
vigilia ¿Cómo saber con seguridad si estamos en un sueño o en la realidad?
c) Nivel razón. Es posible que todo sea un sueño pero un ensueño ordenado y en el que se
cumplan unas leyes de tipo matemático. Aunque el mundo no sea verdadero su estructura sí. Ahora
bien, puede resultar que Dios haya producido tal orden de forma ficticia: es decir, que ese orden no se
base en la razón divina sino que sea fruto de la absoluta libertad de Dios, fruto de la casualidad.
Conclusión: hay que dudar también de las matemáticas.
d) Nivel del genio maligno. Para reforzar más la duda Descartes introduce la hipótesis del
genio maligno. Es posible que exista un Dios que lo que quiera sea engañarme, que busque divertirse
conmigo y todo lo que yo conozco no sea verdadero ni real sino puesto en mi conocimiento por ese
genio.
La misma duda me va a dar la primera verdad evidentísima: si bien yo puedo dudar de todo lo
que se me presenta, no puedo dudar de que existo cuando estoy dudando; precisamente dudo porque
existo. Además dudar es una forma de pensar; de aquí la formulación de su primera verdad: “cogito
ergo sum”.
Para Descartes lo primero que conocemos es el cogito, de ahí, mediante la razón, podemos
llegar a la existencia de Dios y desde Éste, también por inferencia, a la existencia de los cuerpos; es
decir, de la materia. Ahora bien, metafísicamente hablando, lo primero es Dios y después lo pensante,
el cogito, y lo extenso, los cuerpos.
Descartes entiende por sustancia lo que existe de tal manera que sólo tiene necesidad de sí
mismo para existir. Esta definición en su sentido literal sólo puede aplicarse a Dios. Sin embargo, para
nuestro autor, la idea de sustancia es una idea análoga; es decir que se aplica de forma distinta a Dios y
a las criaturas. Así pues, las cosas creadas, sean corpóreas –extensas– o pensantes, se les puede aplicar
el concepto de sustancia porque son cosas que sólo necesitan de Dios para existir.
Quitando a Dios, res extensa y cogitans se comportan con plena autonomía, como si fueran
Dios. No necesitan relacionarse, se encuentran incomunicadas; incluso cualquier relación entre ellas
resulta problemática como es el caso del hombre, que estudiaremos más adelante.
La primera realidad que descubre Descartes de manera indudable es que él es una cosa o
sustancia pensante –un alma, conciencia o yo–. Lo propio del ser que ha descubierto la primera verdad
evidentísima es que es pensamiento, pensamiento imperfecto, pero pensamiento.
La sustancia pensante es inmaterial, todavía no sabe nada sobre su cuerpo. El cuerpo se conoce
porque se siente, pero los sentidos están puestos en duda y la realidad exterior al propio pensamiento
también. Esta situación es la que hemos llamado “de solipsismo”. ¿Cómo puedo saber que los sentidos
no me engañan siempre y que, por tanto, existe una realidad exterior al pensamiento? La única vía que
encuentra Descartes para salir de esta situación es intentar demostrar la existencia de Dios, un ser
supremo y perfecto, que le garantice la realidad de la materia.
El alma queda definida como conciencia, ya no es, como en los clásicos, principio de vida.
Además, la conciencia no se reduce estrictamente al pensar. Descartes divide los contenidos de
conciencia en estados activos y estados pasivos. El estudio de los estados pasivos llevará a nuestro
autor, más adelante, al estudio del tema de las pasiones del alma.
La existencia de Dios
Descartes, para demostrar la existencia de Dios, sólo puede partir de la certeza de su propia
existencia porque aún el resto de la realidad está puesta en duda.
La demostración de la existencia de Dios queda enmarcada en las, llamadas, de argumento
ontológico (la más famosa de este tipo es la de S. Anselmo y el nombre de argumento ontológico se lo
debemos a Kant), ya que no se acude a la experiencia para demostrar su existencia sino sólo a la
capacidad de la razón y a la propia definición de Dios.
La existencia de cuerpos