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¿Qué puede reconocer el hombre como verdadero? ¿Existe un Dios? ¿Es inmortal el alma?
En Meditaciones, René Descartes aborda estas preguntas, probablemente las más
centrales de la filosofía. Y tampoco le faltan las respuestas, todas ellas basadas en la
famosa proposición “Pienso, luego existo”. Lo que es claro y evidente y no puede dudarse
debe ser cierto. Descartes aplica este método de razonamiento matemático a la elaboración
del conocimiento filosófico. El espíritu humano con sus cualidades y habilidades está en el
centro de las consideraciones. Liberado de sensaciones engañosas, llega al conocimiento
de su propia existencia. Este es solo un pequeño paso para probar la existencia de Dios.
Con su lógica estrictamente racionalista, Descartes convirtió la duda en el instrumento del
conocimiento y derrotó a la ciencia eclesiásticamente dominada de su época. Sin lugar a
dudas, es un momento estelar de la filosofía.
Ideas fundamentales
● La existencia de Dios no es para Descartes una cuestión de fe, sino una necesidad
lógicamente deducible.
● Cita: “Y así llegué… finalmente a la conclusión de que esta proposición ‘yo soy, yo
existo’ es verdadera cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu”.
Meditación primera: De la necesidad de la duda
Debemos edificar nuestros pensamientos sobre una base nueva, ya que se basan en
muchos errores. Muchas de nuestras certezas las hemos recibido a través de la mediación
de nuestros sentidos. Pero básicamente, hay que desconfiar de ellos, porque a veces nos
engañan. Una manera de liberarse de las influencias de los sentidos es la duda. Lo que en
virtud del entendimiento se reconoce como indiscutiblemente verdadero es cierto. Las
ciencias que tienen por objeto las cosas más simples ofrecen certezas indudables. En
matemáticas, por ejemplo, es cierto que un cuadrado no tiene más de cuatro lados. Por el
contrario, muchos otros juicios están sujetos a la salvedad del error y, por tanto, todo lo
pensado hasta ahora puede ponerse en duda. En el camino hacia la certeza, la ficción es
útil, todas las opiniones anteriores son erróneas o puras ilusiones. En efecto, se puede
dudar de todo mientras esta lógica no conduzca a un conocimiento firme. Es concebible que
un espíritu todopoderoso y malvado haga todo lo posible para engañar al hombre. Todas las
cosas materiales serían entonces únicamente espejismos y la propia existencia solo un
sueño.
Si suponemos que todo es engaño y nada existe, debe haber alguien que sea engañado.
Mientras piense, soy. La proposición “yo soy, yo existo” es, por tanto, necesariamente
verdadera. Con esto se establece la primera certeza inquebrantable. ¿Pero qué es este Yo?
Al principio, el propio cuerpo se impone en la conciencia como un objeto limitado que se
puede percibir y mover. Pero estas percepciones también podrían ser un sueño. Solo el
pensamiento no puede separarse del Yo. El pensamiento es la base inamovible de toda la
existencia conocida.
“Todo lo que he admitido hasta ahora como más verdadero lo he aprendido de los
sentidos o a través de la mediación de los sentidos. Pero ahora he llegado a la
conclusión de que a veces nos engañan y es un precepto de sabiduría nunca confiar
completamente en aquellos que nos han engañado aunque sea una sola vez”.
Es verdadero todo lo que concibo clara y distintamente. El error anterior básico consistía en
la suposición de que yo conocía las cosas que estaban fuera de mí a través de una
instancia externa. Pero la existencia de las cosas no es en modo alguno cierta, porque un
Dios engañador podría simularlas. La pregunta central es, por tanto: ¿existe un Dios? ¿Y
este Dios puede ser un engañador? La respuesta a estas preguntas es la base de toda
certeza.
“¡Engáñeme quien pueda!, que lo que nunca podrá será hacer que yo sea nada mientras
sea consciente de que soy algo…”
Las ideas pueden reconocerse como verdaderas, pero ¿existe alguna certeza sobre las
cosas materiales? En la imaginación la extensión de una cosa según su longitud, anchura y
profundidad es clara. A sus partes individuales se les pueden atribuir tamaño, forma,
posición, movimientos y una cierta duración. La verdad de estas determinaciones es
evidente. El triángulo, por ejemplo, tiene propiedades comprobables que son eternamente
verdaderas. Que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos no depende del espíritu
humano.
“No podría poner en duda de ninguna manera lo que la visión natural atestigua, como
cuando me decía que del hecho de que yo dudara podía deducir mi existencia”.
La existencia de Dios es tan cierta como la verdad de los números y las figuras
matemáticas, porque no se pueden separar de su esencia; es una parte necesaria de su
perfección. Puesto que el pensamiento no atribuye ninguna necesidad a las cosas, la idea
de Dios todavía no implica forzosamente su existencia. Pero no se puede concebir un ser
supremamente perfecto sin su existencia, porque esta es absolutamente necesaria para su
perfección. La idea de Dios es la más excelente de las ideas verdaderas e innatas. No
depende de los pensamientos, sino que es la reproducción de una naturaleza eterna y
verdadera. Los prejuicios y las imágenes de cosas corpóreas nublan la mente y a veces
impiden el conocimiento claro y verdadero de la existencia de Dios. Pero sin la certeza de
Dios, no se puede saber nada. Sin embargo, si se comprende que Dios existe y que todo lo
que concibo clara y distintamente debe ser cierto por necesidad, no hay razón para dudar.
La verdad depende del conocimiento de Dios.
Meditación sexta: Las cosas materiales, el cuerpo y el alma
La existencia de las cosas materiales es, por el contrario, más difícil de probar, porque están
sujetas al poder de la imaginación. De la idea clara de la naturaleza corpórea de una cosa
que encuentro en la imaginación, todavía no puedo derivar ninguna prueba de la existencia
de un cuerpo. ¿Qué pasa con la sensación? ¿Se puede obtener una prueba de la existencia
de los cuerpos a partir de este tipo de conciencia? Las ideas concebidas por los sentidos se
nos imponen involuntariamente por la presencia de las cosas y, puesto que son más fuertes
que las que se conciben en el espíritu, me puedo convencer a mí mismo de que cada idea
del entendimiento se deriva de las impresiones de los sentidos. No puedo separarme de mi
propio cuerpo como de los demás cuerpos, porque en él siento todas mis sensaciones.
“Por consiguiente, solo queda la idea de Dios, en la que debe considerarse si hay algo que
no pueda proceder de mí mismo”.