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El educando aprende (su) historia contada por los adultos, que a su vez
aprendieron de otros adultos y éstos de otros en un prolongado proceso que ya
mencionamos que es el diálogo transgeneracional. Para hacer efectivo este
proceso, la sociedad crea instituciones escolares, dotada de una junta docente
que responden a un poder administrativo y estos a un poder político, que
comparten y transmiten al resto de los miembros de la sociedad los elementos
resultantes de una conducta y sabidurías apre(he)ndidas, y que configuran la
cultura (Ralph Linton, 1945). Pero alevosamente, al final, la historia en nuestras
sociedades (espero se disculpe la peyorativa), ha sido contada por los
vencedores. Unos, poderosos colonizadores, que en un acto falaz de
arbitrariedad y romanticismo, versionaron (por citar un ejemplo) sucesos de las
gestas emancipadoras, procurando se constituyera en el decurso del tiempo
como memoria histórica, y en el acto, endiosaron sus próceres y acciones,
procurando a sus hijos enemigos eternos; otros, escasos, pero no menos
peligrosos, por regímenes totalitarios, dueños omnipotentes del devenir
histórico de sus naciones que falseando la historia, reinventaron el pasado y en
el funesto adoctrinamiento, donde la escuela juega un papel esencial,
procuraron la inercia colectiva en pos de la construcción de mentalidades
patrióticas, y un cuerpo amorfo de militantes a su sistema.
Por ejemplo, el poderoso atractivo que puede significar para un(a) niñ@ el
relato de una acción gloriosa por uno de los próceres de su país, no solo le
pondrá al tanto de una herencia patriótica antecesora (y que evidentemente
constituye un elemento identitario) sino que por mediación de la creatividad del
maestro, canalizará sus impresiones, constituirá nuevas imágenes, construirá
modelos y formará conceptos creados en su imaginación, y que solo podrían
ser concretados en la dramatización o representación teatral, no en el discurso
diletante del(la) maestr@.
Es, por otra parte, aplaudid@ y reconocid@ ante su grupo como modelo por el
maestro ingenuo. Pasa inadvertido el dilema aprendizaje- conciencia de lo
aprendido, y son tomados sus logros académicos como referentes a la
aspiración del resto del alumnado a convertirse en ˝buen@s estudiantes˝, en
detrimento de la educación de sus sentimientos.
No basta con declarar esta práctica como hija de una errada concepción de la
educación, sino que a tal punto, el ser histórico, llega a constituirse como una
manipulación inicua del poder imperante; y ambos, en una fábula reescrita a la
que se le ha trocado el verdadero significado de su moraleja.
El lenguaje (en todas sus funciones) nos permite elaborar conceptos abstractos
y formular conclusiones lógicas, que siempre van más allá de la percepción
sensorial, pero al sustentar el ejercicio de enseñanza-aprendizaje en esta
particularidad, el acto de enseñar-aprender-enseñar sería, por mucho, un
simple acto reproductivo, carente de magia e improvisación. Los educandos,
convocados a apre(he)nder un mundo desde las palabras, quedarían limitados,
e imposibilitados a un aprendizaje desde lo sensitivo, la practicidad que esto
conlleva, no le permiten explorar su multiplicidad de capacidades sensoriales e
intelectivas y muchas veces, tampoco estimula la imaginación.
Para encausar una crítica sobre la relación de los fenómenos identidad cultural
e imaginación creadora desde este aspecto, hay que partir de las constantes
culturales que se manifiestan en los sistemas educativos formales, lo distintivo
no solo en la naturaleza psíquica del individuo, sino lo distintivo en su situación
social de desarrollo y que de alguna manera refiere también a la diversidad.
Desde la más tierna infancia los individuos manifiestan una fuerte tendencia a
reflexionar sobre todo lo que le rodea. Esto que comienza con una nimia
experiencia visual, deviene en el desarrollo de una autoconciencia, manifestada
en sentimientos y sensaciones que apre(he)nden del mundo de los adultos,
estas instancias, se resumen en el hecho de que los niños canalicen en los
juegos, sus aspiraciones a formar parte del mundo de los adultos mediante la
imitación y reproducción de sus actividades diarias. Es entonces el juego la
forma más importante de acción que hacen la cultura infantil, marcado por la
preferencia hacia juegos teatrales como la casita, las compras, la escuela, el
ladrón y el policía y otros tantos que recrean un mundo que irán conociendo
paulatinamente.
Este proceso dinámico que surge de las relaciones del(la) niñ@ con sus
coetáne@s, tutores, maestr@s y sociedad en general, en el desempeño de
actividades compartidas con l@s primer@s, en relaciones de imitación con los
segundos y tercer@s, y la interacción contextual con la cuarta, constituye la
plataforma de la formación de su identidad en un proceso de construcción, co-
construcción y reconstrucción de principios éticos.
Ese inmenso mundo que nos regalan nuestros padres, y que se parece más a
ellos que a lo que después aprendemos que es el mundo; está lleno de leyes y
lógicas que el niño inadvierte, hasta que llegada la edad preescolar comienza
el/la menor a dibujar y adquiere así la forma de expresarse, comunicarse y
comprender.
En este sentido el poder expresivo del lenguaje gráfico y el del imperio de las
palabras le permite representar el mundo en que vive no solo a partir de cómo
lo ve, sino que le imprime la comprensión que tiene de él, adquirida por medio
de las esferas sensoriales y convertidas básicamente en su experiencia.
Por otro lado, la particularidad religiosa que antes hemos anotado, se suma al
gran concierto de incoherencias que hacen la base de estos sistemas.
Así tenemos en nuestras aulas niñ@s, hij@s de la religión, educados bajo sus
conceptos y criterios. Ávid@s de conocer a fondo cómo opera el Universo,
investigadores de las grandes incógnitas y exaltad@s ante cada
descubrimiento.
Referentes bibliográficos
Anta Diop, Cheikh (1982): Los tres pilares de la identidad cultural, El correo de la
Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño y la Niña (1989),
artículo 7.1
G.Clauss, y H. Hiebsch (1965): Psicología infantil. La Habana: Editora del Consejo
Nacional de Universidades.
Romero, María Isabel y Muñoz, Marla (2005). Educación popular y cambios sociales:
Vigotsky, León (1987): Imaginación y creación en la edad infantil. (2da ed). La Habana:
Pueblo y Educación.