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CULTURA CONTEMPORÁNEA

CLASE TEÓRICA N° 1: Aproximaciones teóricas al concepto de cultura


Prof. Enrique Valiente
En principio se puede mencionar que hasta hace algunos años se pretendía
hablar de los paradigmas científicos que organizaban el saber sobre el campo
de la cultura. Había en ese sentido, una preocupación científica dominante y la
esperanza de que pudiera encontrarse el paradigma de mayor capacidad
explicativa.
Sin embargo, en forma creciente, en la bibliografía sobre estos temas se oye
hablar de narrativas, en vez de paradigmas y, por lo tanto, es posible
preguntarse –como lo hace N. García Canclini- qué narrativas encontramos
cuando hablamos de cultura.
En principio, existe una narrativa –la más obvia- que sigue hablando de una
especie de uso cotidiano y/o “culto” de la cultura e identifica cultura con
educación, ilustración, refinamiento, información, etc.
Es decir, cultura sería el cúmulo de conocimientos y aptitudes intelectuales y
estéticas.
Se reconoce esta corriente en el uso vulgar de la palabra cultura, pero tiene un
soporte en la filosofía idealista alemana de fines del siglo XIX y principios del XX
(Spencer, Rickert) que manejaban la distinción entre cultura y civilización.
Para esta concepción, por ejemplo, un trozo de mármol extraído de una cantera
es un objeto de civilización, resultado de un conjunto de técnicas que permiten
extraer ese material de la naturaleza y convertirlo en un producto de la
civilización. Pero ese mismo trozo de mármol, decía Rickert, tallado por un artista
que le imprime el valor de belleza, lo convierte en obra de arte y lo vuelve cultura.
Entre las muchas críticas que se pueden hacer a esta distinción tan tajante entre
civilización y cultura es que naturaliza la división entre lo material y lo espiritual,
entre lo corporal y lo mental y, por lo tanto, entre las clases y los grupos sociales
que se dedican a una u otra dimensión. A su vez, naturaliza un conjunto de
conocimientos y gustos que serían los únicos que valdrían la pena difundir,
formados en la historia occidental moderna y concentrada, sobre todo, en el área
europea o euro norteamericana.
Frente a estos usos cotidianos, vulgares o idealistas de cultura, surgió un
conjunto de usos científicos que se han caracterizado por separar la cultura en
oposición a otros referentes. Una de estas oposiciones ha sido la trabajada por
la antropología que destacó el eje de oposición cultura-naturaleza. Parecía que
de ese modo se diferenciaba a la cultura, lo creado por el hombre y por todos los
hombres, de lo simplemente dado, de lo natural que existe en el mundo.
Justamente, ha sido la Antropología probablemente la disciplina que de manera
más sistemática ha trabajo el concepto de cultura.
No es mi intención hacer un análisis detallado de tales usos, para nuestro
propósito bastará con distinguir - como lo hace J. B. Thompson1- entre dos
empleos básicos a los cuales vamos a denominar “concepción descriptiva” y
“concepción simbólica”. Esta división implica una simplificación excesiva, no
sólo porque no considera algunos matices que pueden discernirse en los
distintos usos del término, sino porque acentúa las diferencias entre las dos
concepciones y en consecuencia descuida las similitudes; pero en relación a los
objetivos de la cátedra nos servirá.
La concepción descriptiva de la cultura puede rastrearse hasta los escritos de
los historiadores culturales del siglo XIX, quienes estaban interesados en la
descripción etnográfica de las sociedades no europeas.
Entre los más destacados estaba Gustav Klemm, quien trató de proporcionar una
descripción sistemática y amplia de “el desarrollo gradual de la humanidad” al
examinar las costumbres, habilidades, artes- herramientas, armas, prácticas
religiosas y así sucesivamente, de pueblos y tribus de todo el mundo.
El trabajo de Klemm era conocido por E. B. Tylor, profesor de Antropología de
la Universidad de Oxford, cuya obra más importante “Cultura Primitiva” se
publicó en 1871. Tylor proporcionó los elementos claves de la concepción
descriptiva de la cultura: de acuerdo con ella, la cultura se puede considerar
como el conjunto interrelacionado de creencias, costumbres, leyes, formas de
conocimiento, etc., que adquieren los individuos como miembros de una
sociedad en particular y que se pueden estudiar de manera científica.

1
Thompson, J. B. (1997) Ideología y cultura moderna. México: Universidad Autónoma
Metropolitana.
Todas esas creencias, costumbres, etc. conforman una “totalidad compleja” que
es característica de cierta sociedad y la distingue de otras que existen en tiempos
y lugares diferentes.
En la descripción de Tylor, una de las tareas del estudioso de la cultura es disecar
esas totalidades en sus partes componentes y clasificarlas y compararlas de
manera sistemática. Es una tarea similar a la que realizan un botánico o un
zoólogo, así como el catálogo de todas las especies de plantas y animales de
una localidad representan su flora y su fauna, la lista de todos los aspectos de la
vida general de un pueblo representa esa totalidad que llamamos cultura.
A partir de allí, con más o menos diferencias, se suceden una serie de
perspectivas y visiones a lo largo del siglo XX -siempre recordando que se trata
de una clasificación muy simplificada- que pueden englobarse dentro de la
“concepción descriptiva”.
Una de las dificultades de ese concepto es que era coextensivo a la antropología
misma o más precisamente a la antropología cultural.
Este campo de la cultura por oposición a la naturaleza tiene ciertas
ambigüedades o indefiniciones, no es claro cómo la cultura puede abarcar todas
las instancias de una formación social, o sea los modelos de organización
económica, las formas de ejercicio del poder, las prácticas religiosas, artísticas,
etc.
Sin embargo, esta manera global de definir el concepto como todo lo que no es
naturaleza, ayudó a superar las formas más primarias de etnocentrismo. Permitió
pensar que la cultura era lo creado no sólo por todos los hombres sino por todas
las sociedades en todos los tiempos. Toda sociedad tiene cultura y, por lo tanto,
no hay razones para discriminar o descalificar a las otras.
La consecuencia de esta definición fue el relativismo cultural: admitir que toda
cultura tiene derecho a darse sus propias formas de organización, de estilos
de vida, aun cuando incluyan aspectos que para nosotros pueden ser
sorprendentes como los sacrificios humanos o la poligamia.
Ahora bien, desde hace años en el campo de la antropología ha perdido eficacia
esta distinción tan abrupta, tan tajante entre naturaleza y cultura.

Concepción simbólica de la cultura


A partir de los años `70, la concepción simbólica de la cultura ha sido colocada
en el centro de los debates antropológicos por Clifford Geertz, cuyo trabajo
magistral en el libro “La interpretación de las culturas” representa un intento por
extraer las implicaciones que tiene dicha concepción para la naturaleza de la
investigación antropológica.
El interés de Geertz recae en cuestiones del significado, el simbolismo, la
interpretación. El concepto que propugna Geertz es un concepto semiótico, pues
dice: “Al creer, tal como Max Weber, que el hombre es un animal suspendido en
tramas de significación tejidas por él mismo, considero que la cultura se compone
de tales tramas y que el análisis de ésta no es, por lo tanto, una ciencia
experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de
significados”.2
La cultura es una “jerarquía estratificada de estructuras significativas”, y el
análisis de la cultura consiste en desentrañar esas estructuras de significación.
En otras palabras, la cultura es la red o trama de sentidos con que le damos
significados a los fenómenos o eventos de la vida cotidiana. Y por lo tanto,
analizar la cultura consiste en descifrar, interpretar las significaciones que se
ponen en juego a través de acciones, expresiones, conductas, las cuales son
ya significativas -portan significados- para los individuos que las producen,
perciben e interpretan en el curso de su cotidianidad.
Veamos un ejemplo tomado de Geertz, pero que intentaré simplificar.
Supongamos una cultura en la cual el acto de guiñar el ojo tiene cierta
significación (piensen que no todos los pueblos guiñan el ojo con alguna
finalidad). En el caso de nuestra sociedad, se me ocurren varias razones por las
que un individuo puede guiñar el ojo (y me imagino que a ustedes se les ocurrirán
otras tantas): como gesto de complicidad, seducción, tic nervioso, seña en un
juego de naipes, como imitación de un guiño o parodia del mismo, etc. Ahora
viene lo importante: incluso en un gesto tan sencillo como guiñar un ojo, si
alguien no pertenece a la cultura en la que los significados mencionados poseen
reconocimiento, le será muy difícil comprender la diferencia entre un guiño de
seducción de la parodia de un guiño.

2
Geertz, Clifford (1987) La interpretación de las culturas. Buenos Aires: Gedisa.
Imagino que estarán pensando que nadie comprenderá una cultura, nadie de
aproximará al conocimiento de un pueblo por el modo de guiñar un ojo. Es cierto,
les mencioné un ejemplo muy sencillo para introducirlos en la concepción
simbólica de la cultura, pero piensen en la complejidad de significaciones
involucradas en la vida de una comunidad.
Para Geertz, el análisis de los fenómenos culturales es una actividad muy
distinta de la que implicaba la que llamamos “concepción descriptiva de la
cultura”; para dicho autor, el estudio de la cultura es una actividad más
parecida a la interpretación de un texto que a la clasificación de la flora y la
fauna. Lo que requiere no es tanto la actividad de un analista que busque
clasificar y cuantificar sino más bien la sensibilidad de un intérprete que busque
descifrar patrones de significado, discriminar entre distintos matices de sentido y
volver inteligible una forma de vida que ya es de por sí significativa para quienes
la viven.

Definición de cultura
Vamos a definir el concepto cultura como lo propone Mario Margulis –quien toma
en consideración la postura de Geertz- en el texto “La cultura de la noche. Vida
nocturna de los jóvenes en Buenos Aires” 3. En esa obra, Margulis formula el
concepto de cultura en el plano de la significación. Las significaciones
compartidas y el caudal simbólico que se manifiestan en los mensajes y en
la acción, por medio de los cuales, los miembros de un grupo social piensan y
se representan a sí mismos, a su contexto social y al mundo que los rodea.
La cultura sería el conjunto interrelacionado de códigos de significación,
históricamente constituidos, compartidos por un grupo social, que hacen
posible la comunicación, la interacción.
Se puede comprender a la cultura entonces como producción de sentidos, esto
es, el sentido que tienen los fenómenos y eventos de la vida cotidiana para un
grupo humano determinado. Si nos preguntamos, por ejemplo, por la subcultura
carcelaria, nos estaríamos preguntando por el entramado de significados vividos
y actuados dentro de la comunidad carcelaria; si intentamos conocer a una
subcultura juvenil particular (a un grupo punk, por ejemplo) deberíamos

3
Margulis, M (1994) La cultura de la noche. Vida nocturna de los jóvenes en Buenos Aires.
Buenos Aires: Espasa- Calpe.
averiguar el conjunto de significados que caracterizan el hacer de dicho grupo,
sus relaciones con los demás, su particular percepción del mundo, etc.
Por lo tanto, la comunicación es cultura. Esto significa que la cultura no es
patrimonio de unos pocos, de una élite, sino que usted, quienes lo rodean, yo,
somos todos miembros competentes de una cultura. No nos damos cuenta de la
cultura que compartimos, no tomamos conciencia de ella sino cuando llegamos
a sus límites, cuando nos enfrentamos a la incomunicación, cuando rozamos lo
desconocido.
Por ejemplo, cuando nos encontramos ante una cultura muy extraña, aún los
acontecimientos más sencillos o las conductas cotidianas nos resultan difíciles
de entender. Entonces –en esa situación- solemos tomar conciencia de la
facilidad con que nos movemos en nuestra propia cultura, en la cual existe un
marco de referencia común sobre el cual fuimos socializados desde pequeños,
y de allí la sensación de confort que experimentamos al compartir códigos
comunes. En otras palabras, compartir una cultura significa compartir un gran
mundo de sobreentendidos y, sobre ese telón de fondo –de lo que no es
necesario explicitar, de lo que todos damos por comprendido- sobre ese piso
común de lo presupuesto, se desarrolla la interacción cotidiana.
Pero la comunicación no reposa solamente en la palabra: requiere del uso
simultáneo y coordinado de distintos códigos, códigos referidos al contexto
social, al sentido y al uso del tiempo y del espacio, al cuerpo, a la proximidad y
lejanía entre los hablantes, al uso de los silencios, etc.
Como subraya Mario Margulis, la comunicación habitualmente nos parece
espontánea, nos parece natural el intercambio de mensajes, el acuerdo sobre
el sentido de las proposiciones en general, la decodificación fácil de los gestos
cotidianos. Es decir, hay una cantidad de saberes simultáneos que ejercitamos,
de percepciones conjuntas y sólo porque somos miembros competentes de una
cultura podemos comunicarnos, podemos hablar, compartir ritmos de tiempos y
silencios, y lograr en la comunicación cierta eficacia.
Cada palabra que usamos tiene una historia. Ha sido socialmente constituida,
incluye numerosas luchas y conflictos por la significación. En realidad, existe una
historia social del sentido: también son culturales la percepción y la sensibilidad.
No percibimos “naturalmente” sino a través de procesos que se han ido
constituyendo en la interacción social.
Ahora bien, podemos comunicarnos porque somos poseedores de signos y
éstos – elaborados a lo largo del tiempo y de una cultura- nos orientan. Los
signos implican una construcción del mundo, una clasificación pues agrupan y
catalogan la inmensa diversidad que nos presenta el mundo.
Objetos, sensibilidad, afectos, imaginarios, cobran cuerpo en la cultura por medio
de los signos. Lo que llamamos “realidad” depende –en gran medida- de los
signos y sus significaciones cambiantes, los que nos permiten comunicamos.
Nos queda claro que la cultura no es un suplemento decorativo, algo sólo para
los domingos o para las actividades de ocio o para la recreación espiritual, sino
algo constitutivo presente en la vida social, en las interacciones cotidianas, en
la medida que allí siempre existe un proceso de significación.
Pero conviene precisar una distinción que N. García Canclini 4 ha destacado: la
cultura no puede coincidir con la totalidad de la vida social. Más bien, en la
definición sociosemiótica se está hablando de una imbricación compleja e
intensa entre lo cultural y lo social.
Dicho de otra manera, todas las prácticas sociales contienen una dimensión
cultural pero no todo en esas prácticas sociales es cultura.
Cuando decimos que la cultura es parte de todas las prácticas sociales, pero no
es equivalente a la totalidad de la sociedad, estamos distinguiendo cultura y
sociedad sin hacer una barra que las separe, que las oponga enteramente.
Estamos concibiendo un entrelazamiento, un ida y vuelta constante y sólo,
por un artificio metodológico-analítico, podemos distinguir lo cultural de lo que no
es.
La afirmación precedente servirá para comprender que la lógica de la sociedad
de consumo pivotea -en gran medida- sobre la dimensión cultural del objeto, es
decir, sobre el plano de las significaciones (piensen, por ejemplo, las razones por
las cuales la lógica publicitaria apela al plano de las significaciones para la venta
de un producto; si no fuera así, no haría falta una modelo espectacular para
vender un electrodoméstico pues ¿qué le “agrega” ese cuerpo espléndido al
valor de uso del electrodoméstico?).

4
García Canclini, N. (1997) Cultura y Comunicación: entre lo global y lo local. Buenos
Aires: Ediciones de Periodismo y Comunicación, Universidad Nacional de La Plata.
Lo expresado permite explicar en gran medida el valor estratégico que ha
adquirido el estudio de la cultura en el mundo contemporáneo, tal como lo
destacamos en el Programa de nuestra asignatura, y éste es el eje de los temas
que abordaremos en las próximas clases.

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