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propio Herder. Como forma de vida, la cultura es, en esta acepción, una
propiedad de un sujeto social. Al avanzar en las sucesivas definiciones de este
ensayo, mostraré que esta noción de cultura es empíricamente insostenible y
analíticamente estéril. Si todo el significado de la noción de cultura se recogiera
en esa idea de “a particular way of life, whether of a people, a period or a
group”, entonces haríamos bien en seguir la sugerencia de autores como Kuper
o Hann: deshacernos definitivamente de tal concepto.
El problema fundamental de esta acepción de la palabra “cultura” radica
en el supuesto de que los seres humanos viven en sociedades que tienen,
cada una de ellas, una forma de vida. De ese modo, el concepto de cultura
constituye una potente metáfora del orden social. En esa metáfora se encierran
todas las trampas que, precisamente, el énfasis antropológico en la diversidad
pretende conjurar. Ese concepto de cultura (a) reifica a un sujeto social, al que
(b) interpreta como una unidad aíslada de los demás sujetos sociales, (c)
predicando de ese sujeto social una identidad que, (d) es la identidad de todas
las unidades menores que lo componen. Al implicar un concepto de sociedad
que subraya la dimensión substantiva, como sociedad de sujetos, y no la
dimensión activa y procesual, como socialización entre agentes (Ramírez
Goicoechea 2007), ese concepto de cultura es reificador, insularista y
homogeneizador.
1
El concepto de cultura que elaboraré aquí es, por otra parte, al menos en lo que respecta a
las definiciones #2, #3 y #4, compatible con el comportamiento de otras especies (Sapolsky
2006).
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diversas o son llevadas a cabo por sujetos sociales que no forman parte de un
pueblo.
Puesto que el concepto de convención será central en toda mi
argumentación, conviene dedicarle una palabras previas. Steven Mailloux ha
ofrecido la siguiente definición, al discutir un conjunto de aportaciones clásicas:
“Conventions refer to shared pratices” (Mailloux 2003: 399; cf. Mailloux 1982,
Lewis 2002, Putnam 1981, Culler 1981) 2 . Puesto que la palabra “shared” es
siempre problemática, Mailloux ha subrayado la diferencia analítica entre los
aspectos tradicionales y prescriptivos de las convenciones humanas, y los
aspectos constitutivos, es decir, la convenciones como ejercicios compartidos
de determinación del significado en el curso de una acción, texto o situación
(Mailloux 2003: 399). En cuanto al uso que doy al concepto de convención en
este texto, destacaré dos énfasis: (a) las convenciones se generan en las
prácticas comunicativas; y pueden estabilizarse objetivamente (objetivarse), al
tramarse las unas con las otras, en una diversidad de producciones: leyes,
muebles, diálogos, planificaciones urbanísticas, caminos o rutas aéreas,
partituras. Al poner en práctica las convenciones, los agentes, en un escenario
de acción coordinada (Lewis 2002), (b) se sirven de recursos semióticos, como
representaciones, reglas, códigos, interpretantes, etcétera, cuya existencia se
encarna en instituciones humanas relativamente estabilizadas en el tiempo
social (Searle 1997).
El énfasis en la noción de forma convencional al caracterizar el concepto
de cultura fue realizado por Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn en su revisión
conceptual de 1952:
In the operation of definition [of the concept of culture] one may see in
microcosm the essence of the cultural process: the imposition of a
conventional form upon the flux of experience (Kroeber y Kluckhohn
1963:78).
Este concepto de cultura como forma convencional de la acción presenta
un doble status ontológico, que se encuentra también en la base de los
desarrollos del concepto de práctica durante el pasado siglo. Una práctica
2
Esta definición sólo apunta hacia una categoría de prácticas que, en palabras de Todd Jones
es “ambigua” y “polisémica”, y que él mismo interpreta, siguiendo a Lakoff (1987) como una
“’’radial’ structure, with a prototypical core meaning”: “What is done” in concrete situations
(Jones 2007: 389 y passim).
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The word ’mode’ or ’way’ can imply (a) common or shared patterns; (b)
sanctions for failure to follow the rules; (c) a manner, a ’how’ of behaving;
(d) social ’blueprints’ for action (Kroeber y Kluckhohn (1963: 98).
A estas variantes convendría añadir una de las preferidas de Alfred
Kroeber: ”configuration” (véase por ejemplo, Kroeber 1951), una palabra que
fue usada por él y por sus colegas con un sentido muy próximo a la alemana
”Bildung”, como en esta expresión de Max Weber: Bis in die frühesten
politischen Bildungen zurück, finden wir... [Al remontamos a las configuraciones
políticas más tempranas, encontramos...] (Weber 1992: 164. Mi cursiva). Esta
idea de forma —una forma compleja de disponerse los agentes en las
instituciones, y las instituciones entre sí— permitió a Max Weber hablar de tipos
institucionales ideales, definidos por sus propiedades en cuanto a la
configuración de las relaciones sociales producidas en ellos.
En este último sentido, la cultura es un conjunto de convenciones por
medio de las cuales las personas dan forma a sus relaciones sociales,
objetivándolas, en algún grado, institucionalmente.
En segundo lugar, la palabra ”convención”, aplicada a la forma de las
relaciones sociales. exige una reflexión sobre el problema de la compulsión. En
caso contrario, retornan al concepto de cultura todos los problemas de
reificación, insularidad y homogeneidad que intentamos despejar
anteriormente. En ciencias sociales, la tensión entre compulsión (social) y
agencia (individual) que se encierra en el concepto de convención constituye,
sin duda, un nudo gordiano. En él se atan los cabos de dos dualismos clásicos:
estructura y agencia, o estructura y estructuración (Durkheim 1982, Giddens
1984, 1993).
Si se extrema el concepto de convención hasta entenderlo como una
norma o una regla de acción enteramente compartida por una comunidad en su
conjunto, la noción de cultura consecuente es falaz, por homogeneizadora;
pero si este concepto de convención desaparece por completo, entonces se
hace impracticable la descripción de la mayor parte de los comportamientos
humanos (Searle 1997). Antropólogos como Roger Keesing (1982) y filósofos
sociales como Stephen Turner (1994) han alertado sobre las inconsistencias
derivadas de la noción de regla en sus versiones más compulsivas. En el
análisis de la vida social, tan importante es destacar que los seres humanos se
8
3
Esta idea, sin embargo, no resuelve el problema de juicio que conlleva la doctrina jurídica de
la imputabilidad. La cultura no exime a nadie de la comisión de sus acciones, pero esas
acciones habrán de ser interpretadas, en su caso, en un contexto o configuración de sucesos y
convenciones.
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Esta misma advertencia se presenta cada vez que, en el ámbito de las convenciones
lingüísticas, se apela al “autonomous speaker” (Jackman 1999, cf. Lewis 2002).
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5
Para una reflexión análoga en relación con las nociones de ”signo” y ”símbolo”, véase Sperber
1975.
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Cualquier examen adecuado de un orden cultural, empezando por el lingüístico, debe ser
sensible a la dimensión metaconvencional implicada en las instituciones humanas (#6): no es
sólo la práctica la que conforma la convención, sino la relación (política) que los agentes
mantienen con ella, incluso después de reconocer su naturaleza arbitraria (cf. Jackman: 308).
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Paradoja ontológica
Puesto que el concepto de cultura desglosado en estas definiciones pone de
relieve la forma convencional de cualquier clase de acción humana, podemos
tener la tentación de concluir que nada en la realidad humana escapa a la
cultura. Por ello, la sugerencia de unir las palabras ”ontología” y ”cultura” no es
nueva (Feibleman 1951, Sperber 1996, y el reciente debate celebrado en
Manchester y resumido por Rollason (2008) 8 ). Sin embargo, si es que ha de
tener valor analítico, el concepto de cultura exige precisión. Cultura es una
propiedad que encontramos, de uno u otro modo, en cada acción humana;
pero, al mismo tiempo, es una propiedad bien específica: su forma
convencional.
El concepto de cultura incorpora una inevitable paradoja ontológica:
ninguna cultura puede trascender su propia realidad institucional, artificial.
Como seres humanos, no podemos dejar de interpretar la realidad, y de
construirla, a través de formas convencionales, pero sólo podemos expandir el
horizonte de nuestro saber acerca del mundo reconociendo las limitaciones que
nos imponen esas tramas de convenciones. Esas limitaciones se dan,
básicamente, en dos órdenes: el de los objetos susceptibles del predicado de la
cultura (los movimientos estelares no incorporan cultura, aunque sí la
incorporan, parcialmente, las descripciones que hacemos de ellos); y el de las
formas y métodos de construir nuestro saber.
Más allá de cualquier ilusión antropocéntrica, a través del concepto de
cultura no podemos acceder a todo orden de fenómenos, ni siquiera a todo
orden de fenómenos sociales, sino sólo a aquéllos que se fundan en actos de
convención. Lo que no quiere decir, naturalmente, que no podamos acceder a
esos otros fenómenos prescindiendo, siquiera parcial o gradualmente, del
concepto de cultura.
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En el momento de elaborar este texto sólo dispongo del resumen aportado por William
Rollason. Este resumen, que recoge esbozos de las aportaciones de Michael Carrithers, Matei
Candea, Karen Sykes y Martin Holbraad, ha sido para mí una fuente de inspiración.
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En este texto estoy utilizando dos conceptos diferentes de “naturalismo”: el que usan
Hammersley y Atkinson (1989), mencionado en #5, y el que usa aquí Sperber. El primero
implica una actitud epistemológica que tiende a dar por válidas las descripciones de realidad de
los nativos (emic) en los textos etnográficos. Este segundo implica una actitud epistemológica
que busca incorporar el lenguaje analítico de las ciencias de la cultura (y en particular de la
antropología) al de las ciencias de la naturaleza.
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”Identidad” no es ”Cultura”
Con excepción de la definición #1, las seis restantes definiciones del concepto
de cultura que he ofrecido en este ensayo conducen a un importante corolario:
la cultura es una propiedad, un atributo de la acción humana, no de los agentes
sociales. ”Cultura” ha de predicarse de una acción, no de un sujeto. Por ello,
”identidad” no es un equivalente lógico de ”cultura”. A la luz de las definiciones
que he presentado, la expresión ”tener cultura” indicaría de una manera vaga,
al aplicarla a las personas: haber aprendido un conjunto de competencias para
el uso de convenciones en entornos sociales concretos. Este concepto de
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