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I. Tipicidad
Luego de haber estudiado la conducta como característica básica y genérica del delito,
debemos analizar su primer elemento específico, el tipo penal que es la descripción
abstracta de la conducta prohibida por la norma que efectúa el legislador.
NUÑEZ enseña que el tipo delictivo no es el hecho punible, sino uno de sus elementos,
pues el hecho punible comprende el hecho como soporte real del delito y todos los
caracteres que lo convierten en el presupuesto legal de la aplicación de la pena. Que en ese
ámbito, “el tipo se limita a la determinación conceptual de la figura formal del hecho
punible. La fórmula con la que la ley expresa el tipo corresponde al siguiente esquema: «El
que haga esto...» o «El que no haga esto».
Agrega que no se debe confundir el tipo con el artículo, inciso, párrafo, parte o
disposición legal que lo contiene. Estos pueden vincular uno o varios tipos a una pena.
En el tipo doloso la realización del tipo es querida por el autor, de modo tal que
existe coincidencia entre los dos niveles que lo integran: el tipo objetivo y el tipo subjetivo.
En cambio, en el tipo culposo no existe tal correspondencia entre lo ocurrido y lo conocido
y querido por el sujeto .
EL BIEN JURIDICO
El planteamiento del BJ nace en la 1ra mitad del siglo XIX, como una expresión del
jusnaturalismo penal que rechaza la doctrina de los derechos subjetivos de origen civil. Para
los autores del principio de este siglo (Feurbach, Lehrbuch, Carrara, Rossi) el Derecho
Penal defendía derecho, el delito era lesión de un derecho una lesión jurídica. Estos
planteos tenían como sustento ideas contractulistas, por lo cual el delito era lesión a ese
derecho surgió del contrata social y que en síntesis era la libertad. También esta presente la
idea de que ese derecho debía estar en armonía con la ley natural.
Birbaum desde una perspectiva jusnaturalista moderada, rechaza que el delito sea lesión a
un derecho, sostiene que el derecho no puede ser disminuido ni sustraído, ello puede
suceder solo respecto de lo que es objeto de un derecho, es decir “un bien jurídicamente
que nos pertenece”. Por eso “el concepto natural de lesión parece ser aquel en que nos
referimos a una persona o una cosa, en especial a aquellas que nos pertenecen o a algo que
para nosotros es un bien, y que mediante la acción de otros nos es sustraído o disminuido.
Según su concepción “como delito punible en el Estado, de acuerdo a la naturaleza de la
cosa o conforme a la razón debe entenderse toda lesión o puesta en peligro, imputable a la
voluntad humana de un bien que el poder del Estado ha garantizado a todos en forma igual.
En Birbaum los bienes jurídicos están mas allá del Derecho, no se confunden con el, sino
que le sirven de fundamento.
Para Bindig el bien jurídico queda estableció, no reconocido dentro del contenido de la
norma jurídica, es inmanente a la norma, cada norma jurídica lleva en si su propio Bien
Jurídico, se trata de términos inseparables. Para Bindig “en la superficie de la
desobendiencia se esconde la lesión del bien como nucleo” por ello “la negación de la
obediencia es pues siempre negación del querer de la autoridad, es siempre contravención
de un derecho publico que corresponde al Estado. La lesión de este derecho subjetivo de
sometimiento es la única asi llamada lesión jurídica esencia a todos los delitos.
Esto debe estar entroncado con la teoría de las normas expuestas por Binding, por la cual
sostiene que la norma como imperativo prohibitivo (tipo activo) o de mandato (tipo
omisivo), es lo que se infringe, es lo que se desobedece (por ejemplo: no debes matar,
debes socorrer) ese desobedecimieto es consecuentemente lesión jurídica de un derecho
subjetivo del Estado al sometimiento, pero al mismo tiempo la desobediencia y esa lesión
jurídica implica la lesión de un bien que cada norma concreta tiene como contenido. El
ataque al Bien Juridico es pues lo que caracteriza a todo delito. Para Binding el Bien
Jurídico es “todo lo que en si mismo no es un derecho, pero que en los ojos del legislador es
de valor como condición de la vida sana de la comunidad jurídica, en cuyo mantenimiento
incólume y libre de perturbaciones tiene interés desde su punto de vista y que por ello hace
esfuerzos a través de sus norma para asegurarlo ante lesión o puestas en peligros no
deseadas. El bien jurídico aparece formalizado, es consustancia a la desobediencia y por
tanto a la norma. Lo importante es lo formal de la norma, que es una regla de “obediencia”
y por lo tanto “lo formal” de su lesión que siempre es una “desobediencia”, luego en que
medida esto afecta a la comunidad queda fuera de consideración. “no hay mas limite que la
voluntad del Estado”.
Para V. Liszt “todos los BJ son intereses vitales, intereses del individuo o de la comunidad.
No es el ordenamiento jurídico el que genera el interés, sino la vida. Pero la protección
jurídica eleva el interés vita a bien jurídico. Los bienes jurídicos están mas allá del
ordenamiento jurídico, están en la vida surgen de ella, por eso el Derecho esta en razón de
la vida del hombre. En el concepto de BJ se encuentran el Derecho Penal y Politica
Criminal, es el punto de unión de ambas disciplinas. V Liszt intenta dar un contenido
preciso al concepto de BJ que sirva de limita al Jus puniendi y que al mismo tiempo sea
punto de unión del D. Penal y de la Politica Criminal.
Para V. Liszt el Bien Jurídico es el “interés jurídicamente protegido”. Todo el derecho esta
para favorecer, todo derecho protege intereses vitales del hombre. El ser del hombre es pues
el Bien Jurídico. V. Liszt esta en una posición antagónica a la de Binding. Las normas solo
protegen los BJ, están al servicio de ellos.
El Neokantismo, por medio de la escuela suboccidental europea, sostiene Honig que “el
bien jurídico es el fin reconocido por el legislador en los preceptos penales en su forma mas
sucinta” o bien como una síntesis categorial con la cual el pensamiento jurídico se esfuerza
en captar el sentido y el fin de las prescripciones penales. Se pone de manifiesto el
esfuerzo intelectual que se realiza para esbozar dicha conceptualización.
Asi el Bien Juridico se transforma en puro pensamiento teleológico, siempre ratio legis de
los preceptos, una fórmula vacía, a llenar con el pensamiento jurídico (asi es llevado a cabo
la espiritualización del BJ).
Schwinge y Zimmerl “ven en la idea del BJ un concepto fundamental del derecho penal
que es expresión para el principio directriz de toda interpretación y constitución de
conceptos. El BJ es solo una categoría lógico forma, su función es solo interpretativa.
La negación del Bien Juridico se dará por medio de la Escuela de Kiel (George Dahn,
Friedrich Schaffstein) estos critican estas posturas y sostienen la ineficacia del concepto de
BJ, abogando por entender al delito como lesión de un deber de fidelidad al pueblo
(imperativismo demagógico popular).
Welzel define al BJ como todo estado social deseable que al derecho quiera resguardar de
lesiones.
Para Welzel el orden social gira en torno al hombre, a la dignidad humana, el BJ vuelve a
cumplir una función delimitadora. No obstante ello con Welzel el concepto de BJ solo será
útil como criterio de interpretación de los tipos particulares. Se mediatiza (o lo que es lo
mismo se espiritualiza) el concepto de BJ, dado que para este auto lo importante en la
norma son los valores ético sociales. Por ello se sostiene que Welzel esta mas cerca de
Binding que de Birbaum (de una concepción inmanente que una trascendente).
Jaguer: Bienes jurídicos solo pueden ser lo que ya antes era bien (valor social).
Amelung: desde una perspectiva funcionalista sostiene que BJ esta constituido por la
dañosidad social, cuya base estaría dada por la contraposición con las condiciones de
existencia social.
Mediante esta afirmación se cuestiona la norma, es decir la regulación entre personas, por
lo que el delito es la desautorización de la norma, o sobre la persona del delincuente, falta
de fidelidad al ordenamiento jurídico. La culpabilidad es la falta de fidelidad al
ordenamiento jurídico de acuerdo con un juicio objetivo, social. Dicho de otro modo la
culpabilidad es la constatación social de que la contribución del autor a la sociedad, es decir
la comunicación, es errónea, desestructura de las estructuras y por ello no susceptible de ser
seguida.
Por que la pena? El auto no solo afirma algo erróneo acerca del alcance de su libertad, sino
que lo ha hecho mediante la usurpación de derecho ajenos, es decir que no solo ha
postulado una sociedad de estructura diversa, sino que ha emprendido su ejecución. Por
razón de esta objetivizacion de la comunicación en un hecho, la condena, ya que esta
objetiva la culpabilidad y esto se manifiesta mediante la pena.
Fin
LA TIPICIDAD OBJETIVA:
1. Tipo objetivo
El núcleo del tipo objetivo está constituido por la conducta o la acción descripta por el
verbo (matar, apoderarse, defraudar, falsificar, etcétera).
Pero encontramos además -como elementos que describen procesos u objetos captables
sensorialmente que acompañan a la acción- diferentes circunstancias como su relación con personas o
cosas, su vinculación con el tiempo y el espacio, la forma y modo de ejecución y sus nexos con otras
acciones. Al margen de la acción, algunos tipos exigen la producción de un resultado ..
1.2.1. Los tipos de pura actividad son aquellos que sólo requieren el comportamiento
del autor, sin exigir un resultado -potencial o efectivo- separable de aquél. Por ejemplo, la
violación de domicilio, art. 150 C.P..
1.2.2. En los tipos de resultado la modificación sensible del mundo exterior -tanto en
el plano físico como psíquico- está separada espacial y temporalmente de la acción del
sujeto. Para que exista homicidio no basta con la conducta del autor tendiente a privar de la
vida a otra persona, pues el tipo exige como resultado la muerte de la víctima.
El resultado puede consistir en una lesión o puesta en peligro del respectivo bien
jurídico. Conforme a ello, se distinguen:
1.2.2.1. Tipos de lesión son aquellos en que la conducta debe haber producido la lesión
del bien jurídico mediante el daño o la modificación del objeto material sobre el cual recae.
Por ejemplo, la estafa exige un perjuicio patrimonial derivado de la conducta engañosa del
autor; el aborto requiere la muerte del feto.
1.2.2.2. En los tipos de peligro no se exige que la conducta haya ocasionado un daño
sobre su objeto, pues es suficiente que el bien jurídicamente protegido haya sido puesto en
riesgo de sufrir la lesión que se quiere evitar. El peligro puede ser concreto, cuando se
produce la posibilidad real y efectiva de lesión al bien jurídico (ejemplos, disparo de arma
de fuego, art. 104 C.P.; incendio, art. 186 C.P.), o abstracto, cuando el tipo se limita a
describir un comportamiento que generalmente representa en sí mismo un peligro para el
interés penalmente tutelado (ejemplo, el art. 200 C.P.).
2. Tipo subjetivo
En el otro grupo -tipos culposos- el agente no pretende lesionar el bien jurídico, pero
su conducta descuidada produce su afectación. Por ejemplo, el conductor del automotor -
con la intención de llegar a destino antes de cierta hora- aumenta la velocidad por encima
del límite reglamentariamente admitido, causando la muerte del peatón que cruzaba la calle,
resultado que aquél no quería alcanzar.
Como se advierte, tales comportamientos tienen una gravedad diferente, que se traduce
en la intensidad de la pena, la cual generalmente es inferior para el tipo culposo; así, el
homicidio doloso está castigado en nuestro Código (art. 79) con una pena de reclusión o
prisión cuyo mínimo es de ocho años, mientras que el homicidio culposo (art. 84 C.P.) tiene
conminada pena de prisión cuyo máximo es de cinco años.
La mayoría de los delitos de la Parte Especial del Código Penal son tipos dolosos, pues
el dolo es el elemento subjetivo por excelencia que -por razones de economía legislativa-
está implícito en todos ellos. Cuando el art. 79 C.P. define al homicidio tan sólo
como matar a otro, da por sobreentendido que debe tratarse de una conducta dolosa, es
decir, conociendo y queriendo matar a la víctima.
Los tipos culposos constituyen la excepción, pues son menos numerosas las conductas
descriptas en el Código que expresamente contienen esa exigencia subjetiva.
Hasta la aparición del finalismo era pacífica la doctrina que situaba al dolo en la
culpabilidad, sea como forma o especie de ella -de acuerdo con el psicologismo- sea como
elemento -en la concepción normativa-.
Este enfoque concibe al dolo como vorsatz (intención) -que no es decisivo para la
culpabilidad- puesto que existen casos como el estado de necesidad en que, no obstante
existir dolo -entendido como intencionalidad- queda excluida la culpabilidad.
4. Superada la estéril disputa doctrinaria entre causalismo y finalismo, en los últimos treinta años
se ha dejado de lado el paradigma ontológico-naturalista de las estructuras lógico-objetivas que había
imperado hasta los años 70, para intentar la construcción de un derecho penal orientado a las
consecuencias, es decir, a los fines y valoraciones político-criminales, que implica un
retorno al neokantismo y una renormativización de las categorías del delito.
Los elementos cognoscitivo y volitivo del dolo se pueden dar con distintas
intensidades. La combinación de sus variantes nos permite diferenciar tres clases de dolo:
directo, indirecto eventual.
Esta clase de dolo -de difícil delimitación con la culpa por imprudencia, consciente o
con representación- ha obligado a la doctrina a elaborar varias construcciones del concepto,
que pueden sintetizarse en dos, según se ponga el acento en la esfera del conocimiento del
sujeto o en la de su voluntad, denominándose la primera, teoría de la probabilidad o
representación, y la segunda, teoría de la voluntad o del consentimiento.
El ejemplo de Guillermo Tell y sus variantes nos permiten descubrir los problemas que
se tratan de resolver. Tell no falla nunca con su flecha en una manzana ubicada sobre la
cabeza de su hijo, desde una distancia de veinticinco metros; no quiere en absoluto la
muerte del muchacho, pero un día, pese a estar en la plenitud de sus facultades, falla y lo
mata.
Otros supuestos diferentes serían que el mismo Tell dispare la flecha un día que sabe que no tiene el
pulso firme por haber bebido, o que un espectador que nunca ha efectuado esos ejercicios, reproduzca el
lance con su propio hijo.
a) La teoría de la voluntad exige que el autor se haya representado el resultado lesivo como
probable y que en su esfera interna lo haya consentido. No habría dolo, sino imprudencia consciente, si el
autor, en caso de haberse representado el resultado como seguro, hubiera renunciado a actuar.
Lo que importa no es la actitud interna del autor -de difícil captación segura- sino que,
a pesar de conocer el grave peligro de realización del resultado como consecuencia de su
obrar, el sujeto ha querido seguir actuando, implicando ello su conformidad con el
resultado, lo que encierra una dimensión volitiva a la que no se debe renunciar. Por ello, no
basta sólo con el indicador consistente en el nivel de riesgo conocidamente creado por el
autor.
Esta teoría resulta preferible porque aporta datos objetivos al juicio sobre el dolo y
responde a la idea sobre que, lo que la norma prohibe, no es tanto la producción de
resultados lesivos, sino la realización consciente y aceptada de conductas altamente
peligrosas para los bienes jurídicos.
b) Por falta de sujeto activo (“oficial público”, art. 136 C.P.; “jefe de prisión”, art. 143 inc. 4 C.P.;
“comerciante declarado en quiebra”, art. 176 C.P.);
c) Por falta de sujeto pasivo o de objeto (“orador”, art. 160 C.P.; “persona incapaz de
valerse”, art. 106 C.P.);
d) Por falta de las circunstancias temporales o espaciales (en tiempo de “guerra”, art. 218 C.P.; “en el
mar o en ríos navegables”, art. 198, inc. 1 C.P.);
e) Por carencia del medio (“fuerza en las cosas o violencia física en las personas”, art.
164 C.P.; “intimidación”, art. 168 C.P.).
También se puede dar la atipicidad de la conducta del sujeto, cuando concurren los
siguientes defectos del tipo subjetivo:
a) Por error de tipo que recae sobre cualquiera de los elementos del tipo objetivo, sean
fácticos o descriptivos, sean normativos o valorativos. Al excluir el dolo, no hay tipicidad
dolosa, aunque puede subsistir responsabilidad penal si existe el tipo culposo y la conducta
del sujeto se adecua a éste.
b) Por ausencia de elementos subjetivos del tipo distintos del dolo (“con la intención
de menoscabar su integridad sexual”, art. 130 C.P.).
Todos los elementos del tipo sistemático deben ser alcanzados por el dolo, cuyo
reverso es el “error o ignorancia de hecho no imputable”, previsto como eximente por el
art. 34 inc. 1° C.P., porque tanto el falso conocimiento (error), como la falta de
conocimiento (ignorancia) excluyen el elemento intelectual o cognoscitivo del dolo, es
decir, la comprensión de la criminalidad del acto, entendida como el conocimiento del
hecho y sus caracteres constitutivos que fundamentan el tipo y su antijuridicidad.
Expresa NUÑEZ que -a pesar que el mencionado dispositivo legal para caracterizar la
imputabilidad únicamente exige que el autor haya podido comprender la criminalidad del
acto (mera posibilidad)- cuando se trata del dolo esa posibilidad se transforma
en comprensión o conocimiento efectivo, ya que si no fuera así, el autor ignoraría la
criminalidad del acto y estaría en error a su respecto.
Este conocimiento, que debe ser real, efectivo y verdadero, abarca los elementos
descriptivos de los tipos que pueden captarse por los sentidos y los elementos normativos o
valorativos que a ellos se refieren.
Por ello, es error de tipo el que se da cuando el cazador dispara creyendo que está
matando un jabalí y resulta que lo hace contra otro cazador que indebidamente se ha
desplazado de su puesto. El autor del disparo desconoce que éste se ha proyectado sobre
una persona, elemento objetivo o descriptivo requerido por el tipo del art. 79 C.P. Su error
impide considerar que ha querido matar a otro, con lo que se elimina el dolo del homicidio
simple.
El punto de vista clásico afirmaba que un resultado era el producto de una acción cuando
ambos estaban unidos por una relación de causalidad en sentido natural.
La problemática de la causalidad plantea el interrogante sobre cuándo una modificación en el mundo
exterior, relevante desde el punto de vista penal, puede serle atribuida a una persona, endilgándole a su
accionar el mote de «causa». Las respuestas dadas a la cuestión han sido variadas.
Para algunos -GLASER, VON BURI- todas las condiciones que determinan el resultado tienen
idéntica y equivalente calidad de causa. Esta es la tesis más vinculada a las ciencias de la
naturaleza.
Ya dentro del derecho penal, se hace uso de la doctrina de la conditio sine qua non para verificar si la
condición que se ha enumerado como causa efectivamente ha contribuido a la producción del resultado. No
obstante, se advierte entre los juristas una confusión entre ambos métodos, pues la conditio sólo puede ser
utilizada cuando se conoce de antemano la causalidad, por haberse comprobado que la condición ha sido
realmente la causa.
La teoría no permite resolver los problemas derivados de los cursos causales hipotéticos o
de doble causalidad, toda vez que la supresión mental de una condición no hace
desaparecer el resultado, puesto que existe otra condición que ha
cooperado simultáneamente y con la misma eficacia en su producción. Ejemplo: un
conductor de camión se adelanta a un ciclista sin respetar la distancia reglamentaria, y en
ese momento, el ciclista completamente ebrio gira su bicicleta en dirección del camión y
muere atropellado. El resultado mortal también se hubiera producido aunque el conductor
hubiera respetado la distancia exigida.
2. Teorías individualizadoras
Según otros, no todas las condiciones son causas del resultado, sino solamente aquellas que,
de acuerdo con la experiencia general, habitualmente producen el resultado (causalidad
adecuada). Por ejemplo, el disparo de una arma de fuego normalmente produce la muerte o
lesiones a otra persona, por lo que siendo adecuada a tales resultados, es causa de ellos;
pero no se podría decir lo mismo en relación a una simple bofetada.
Al aplicar esta teoría se pasa por dos fases claramente diferenciables: primero se debe comprobar una
relación de causalidad, y segundo, examinar si esta relación es típicamente relevante. La teoría de la
causalidad adecuada no puede superar la crítica en el sentido de que «según la experiencia
general también los comportamientos inadecuados producen resultados no habituales».
La relación causal importante para el tipo del homicidio (art. 79 C.P.) no es la existente
entre la muerte y otros hechos que de algún modo hayan posibilitado que la víctima muriera
en tales circunstancias, como por ejemplo la cita que un tercero le dio en el lugar o la
invitación del pulpero que impidió que se fuera antes. Por el contrario, la relación causal
captada por aquel tipo es “la que demanda el concepto de matar socialmente aceptado como
atentado criminal contra la vida de otro” 19.
En la actualidad tiende a imponerse un punto de vista distinto -la imputación objetiva del
resultado- pues lo decisivo no es ya la causalidad desde el punto de vista natural, sino la
relación causal que resulta relevante para lo ilícito de acuerdo con criterios deducidos de la
naturaleza de la norma y de su finalidad protectora de bienes jurídicos.
Conforme con este punto de vista -que expuso ROXIN en 1962 como la teoría del
incremento del riesgo y tiene sus precedentes en los trabajos de LARENZ (1927)
y HONIG (1930)- “se intenta establecer ciertos criterios valorativos que permitan,
específicamente en el ámbito del derecho penal, esclarecer cuándo una causación se puede
calificar como acción típica desde el punto de vista objetivo (imputación objetiva). Para
esta concepción existen dos categorías sucesivas e independientes en el tipo penal: la
causalidad y la imputación. La primera es condición necesaria pero no suficiente para la
tipicidad. Puede haber causalidad sin imputación pero no imputación sin causalidad” 21.
2. Si el resultado producido es la realización del mismo peligro, ambos deducidos del fin de
protección de la norma.
Se ejemplifica diciendo que conducir un automóvil constituye una conducta peligrosa, pero si el autor
produce lesiones corporales a otra persona sin haber infringido los reglamentos de tránsito -manteniéndose
dentro de los límites del peligro permitido- el resultado no le será objetivamente imputable.
En ambos casos nos encontramos frente a cursos causales irregulares donde el riesgo
creado no está jurídicamente desaprobado. Tampoco lo está en la denominada prohibición
de regreso, como en el caso del comerciante que -cumpliendo los recaudos legales que lo
autorizan- vende un rifle a un comprador aparentemente normal; por ello, no le es
imputable objetivamente el homicidio que el comprador ejecuta usando el arma.
1) No es objetivamente imputable el resultado producto de una acción que disminuye el riesgo. Tal el caso
de A que aparta bruscamente a B -el cual está a punto de ser embestido por un automotor- quien cae y sufre
lesiones leves.
2) Tampoco cuando la acción no cree el riesgo para el bien jurídico. Esta pauta permite
resolver los casos de la muerte del herido leve, tanto en el accidente que sufre la
ambulancia que lo llevaba al hospital, como en el incendio que se desencadena en el
nosocomio.
4) Las normas jurídicas no prohiben las lesiones de bienes respecto de los cuales el titular
tiene la posibilidad -jurídicamente admitida- de consentirlas; ROXIN ilustra el supuesto de
la puesta en peligro de un tercero aceptada por éste, con el ejemplo del acompañante que
incita al conductor a que vaya a velocidad excesiva porque quiere llegar a tiempo a una
cita; a consecuencia de la conducción imprudente se produce un accidente, en el que resulta
muerto el acompañante.
Tampoco hay imputación objetiva en los supuestos en que el propio titular del bien jurídico
lo ha puesto en riesgo con su conducta intencional (cooperación en una autopuesta en
peligro dolosa). Ejemplo de ROXIN: A entrega a B para su propio consumo heroína, cuya
peligrosidad tienen en claro ambos; B se inyecta la sustancia y muere por ello.
El momento en que debe hacerse el juicio sobre el peligro para el bien jurídico es aquel en
que el autor ha obrado, pues allí -ex ante- deben tomarse en consideración los
conocimientos de que disponía el agente.
I. Introducción
Como puede observarse en las obras generales, se distinguen varios períodos que marcan
los cambios de paradigmas en la dogmática penal de la imprudencia. Por nuestra parte,
distinguiremos un primer período que coincide con el sistema clásico, donde se aborda el
problema desde la óptica causal propuesta por LISZT-BELING, y desde el prisma normativo
de la escuela sur-occidental alemana.
Por su parte, también dentro del período clásico, aunque en su fase de máximo desarrollo, y
sin variar en lo sustancial el esquema del delito, el concepto normativo implicó referencias
valorativas y jurídicas del mundo (referencias al deber ser), producto de una corriente de
pensamiento que aportó un nuevo punto de vista en la gnoseología del conocimiento
jurídico-penal9. Como consecuencia de este nuevo aporte la culpa fue relacionada con
previsibilidad del resultado por parte del autor, aunque sin intención de producirlo.
El concepto psicológico de culpabilidad fue defendido por FRAZ VON LISZT y ERNST
BELING y parte de una concepción bipartita rígida del ilícito: un injusto descriptivo (tipo) y
de valoración objetiva (antijuridicidad), más una culpabilidad subjetiva. Los partidarios de
esta teoría se fundan en que la culpabilidad halla su causa en una determinada situación
fáctica predominantemente psicológica, de ahí el aserto de que lo valedero es la relación
psicológica del autor con el hecho.
Esta actitud responde a los postulados básicos del positivismo naturalista orientado
eminentemente hacia lo fáctico, y tuvo como consecuencia una reducción de la culpabilidad
hacia lo psíquico, relacionándola cognitivamente mediante la causalidad con los planos
objetivos del injusto.
Para LISZT, la culpabilidad comprende la relación subjetiva entre el acto y el autor, la que
únicamente puede ser de carácter psicológico10. BELING refuerza esta idea al considerar que
el vínculo entre el autor con el resultado mediante el factor subjetivo (dolo o culpa),
configura una materia extraña al tipo objetivo11.
NÚÑEZ define la culpa como la omisión de cuidado en el obrar o en el omitir, aclarando que
la omisión no es un no hacer en el vacío, sino la infracción de un deber 14. Al enunciar las
condiciones para la imputación penal, entiende que la conducta culposa no es en sí
misma penalmente imputable y punible. Para que lo sea tiene que haber causado
un resultado delictivo imputable a título de culpa, y éste, que es el que hace trascender a la
acción u omisión culposa al campo penal, debe estar en relación de causa a efecto con esa
acción u omisión. Sin embargo, termina reconociendo que, como ha sucedido respecto del
problema general de la relación causal, no se ha llegado a la determinación firme del
principio rector en la materia15.
SOLER, como es bien sabido también adscribe al esquema clásico del delito. Adviértase
como el autor lo expone cuando manifiesta que la manera de concebir la culpabilidad
impone como previo el concepto de personalidad, y por eso la capacidad o imputabilidad
del sujeto es el presupuesto subjetivo de la culpabilidad, así como la ilicitud vendría a ser
su presupuesto objetivo16.
SOLER niega la concepción normativa de la culpabilidad, porque considera que con este
criterio habríamos de decir también que la antijuridicidad objetiva de la acción es un
elemento de la culpabilidad, pues aquélla es precisamente la circunstancia que da base al
juicio de reproche, ya que solamente los hechos antijurídicos son los que pueden ser
reprochados. De allí que el reproche es la reacción social o jurídica determinada por el
delito cometido con todos sus elementos, por esta razón es incorrecto identificar el reproche
sólo con uno de ellos17.
Sin llegar a conceptualizar la culpa, SOLER nos brinda diferentes elementos que lo acercan a
una concepción que la mira como un fenómeno normativo y no como mera relación
psíquica entre el autor y su hecho (sea como un defecto intelectual, una intención indirecta
o forma inconsciente de antijuridicidad). En este sentido, se acerca a la idea de peligro al
destacar el valor que adquiere el mismo en el delito culposo, pues éste comporta siempre un
resultado producido sin querer, pero relacionado con otra situación (la actuación)
voluntariamente creada no obstante aquella relación. De esta forma entiende que el delito
culposo es un delito material siempre, un delito de resultado externo, aun cuando no sea
necesario que ese resultado consista en un daño, pues hay formas culposas de comisión
delictiva en las cuales el resultado consiste en un peligro real y efectivo20.
SOLER agrega un elemento valorativo más a la culpa, con lo cual se acerca a la concepción
normativa de MEZGER. Considera que para ser la culpa también culpabilidad necesita llevar
en sí un momento de querer consciente contrario al deber21. Por ello estima muy importante
examinar de cerca la naturaleza del deber violado en las infracciones culposas, supuesto
que con ello se busca, como base de la punibilidad de la culpa, la referencia de ésta a una
forma del querer del sujeto y no a un modo de representarse los hechos.
Finalmente, afirmándose dentro de la concepción bipartita del delito propia de la doctrina
clásica, expresa que la teoría de la culpa debe presentarse siempre subordinada a la noción
genérica y subjetiva de culpabilidad, y como tal debe ser concebida como violación de un
deber más o menos específico. Pero a diferencia del dolo, ese deber no es el deber primario
contenido en la prohibición principal, sino un deber secundario que impone la necesidad de
no llegar a aquella trasgresión aun por vía indirecta y no intencional. De allí que en la
culpa, el riesgo es conocido solamente como riesgo, y el deber violado no es el de respetar
el bien mismo violado, sino un deber distinto y tendiente a evitar esa lesión.
Por su parte, FONTÁN BALESTRA se alinea ex profeso también dentro del sistema clásico
propuesto por LISZT-BELING. Justifica su concepción psicológica de la culpabilidad en que
resulta correcto tratar el tema de la imputabilidad como un presupuesto de aquélla, y no
como presupuesto de la pena, situada en el mismo plano que el dolo y la culpa por el
normativismo. Para el autor la noción de culpabilidad debe comprender las tres formas bajo
las cuales puede ella manifestarse: el dolo, la culpa y la preterintención22.
Este autor entiende a la culpabilidad como el elemento subjetivo general del delito, el que
sólo es imaginable construido sobre un obrar antijurídico, un hecho concreto con las
características objetivas del acto injusto.
El desarrollo de la doctrina causalista expuesta a través del análisis del sistema bipartito del
delito creado por FRANZ V. LISZT y ERNST BELING, seguido en Alemania hasta la aparición
del sistema finalista25, y en Argentina actualmente por la mayoría de la jurisprudencia y
gran parte de la doctrina, nos coloca de plano en la afirmación de que, para dicho sistema
de imputación, el resultado (sea de lesión o de peligro) forma parte del aspecto objetivo del
delito (injusto, sea doloso o imprudente). Y nos arroja a la conclusión de que, entre
imprudencia y resultado hay un nexo de causalidad psíquico caracterizado por la mera
representación de aquél en la mente del autor (culpa consciente), o como su falta de
previsión (culpa inconsciente); en ambos casos, sea como omisión de cuidado o como
violación de un deber.
Este aserto sirvió durante mucho tiempo para fundamentar el injusto en general, imprudente
en particular, en el disvalor de resultado, es decir en que el ilícito jurídico-penalmente
significativo reside, en última instancia, en la causación de determinados perjuicios a los
bienes del particular o de la comunidad, en esa medida, por tanto, en el resultado26.
La relación anímica en que se halla con respecto a su acción quién obra con dolo o con
culpa, es tan disímil que algunos doctrinarios han afirmado que todo intento de descubrir
también en la culpa una relación psicológica entre el autor y su hecho, reconociendo en ella
la característica común de la culpabilidad, debe tenerse como definitivamente fracasada.
Esta denuncia provocó tal duda sobre la naturaleza psicológica de la culpabilidad que
determinó definitivamente la búsqueda de otro sustrato común que permita reunir dolo y
culpa en el mismo capítulo.
Una conclusión provisional de esta doctrina fue considerar como idéntica la situación de
reproche en que se encuentran frente al orden jurídico tanto quién actúa dolosa como quien
lo hace culposamente. MEZGER, contemporáneo de FRANK y uno de los más importantes
cultores de esta corriente, afirma que la culpabilidad es el conjunto de los presupuestos que
fundamentan el reproche personal al autor por el hecho punible que ha cometido. Por lo
tanto, dichos presupuestos muestran al hecho como una expresión jurídicamente
desaprobada de la personalidad del autor29.
En lo que respecta a la imprudencia, esta concepción considera que se trata, junto a los
restantes elementos mencionados, de una forma especial de la reprochabilidad, la más leve
frente a la forma básica (dolo).
MEZGER, en la búsqueda de un concepto unitario de dolo y culpa, emprendió con audacia el
camino de la voluntariedad. En este sentido afirmó que la referencia anímica característica
en el dolo, tampoco puede faltar en la culpa. Pensó que hay un momento en que la acción
se quiso; es decir, que hay un instante de querer consciente antijurídico. Por eso, también el
reproche de la culpa se dirige siempre contra el particular acto finalista de la voluntad en su
forma concreta30.
“Se discute mucho acerca de si el derecho penal debe ser «derecho penal de resultado» o
«derecho penal de voluntad»; si existe una «antijuridicidad objetiva» o solamente un
«injusto personal» ... El código penal de 1871 estaba orientado originariamente, en forma
inequívoca, en un sentido más «objetivo», pero en el ínterin ha seguido una trayectoria cada
vez más «subjetiva». A veces, este desarrollo ha traído como consecuencia un exceso
perjudicial de subjetivismo y el abuso político del mismo. [...] Pero es comprensible que, en
vista de los peligros que se han puesto de manifiesto, exista la tendencia de volver a
acentuar también los fundamentos «objetivos»”37.
III. El finalismo
HANS WELZEL fue quizás el más importante penalista que sentó las bases para fundar un
concepto personal de injusto. Con el fruto de su pensamiento la teoría del delito evolucionó
drásticamente al modificarse el contenido de sus categorías, como corolario de un proceso
originado en ALEXANDER GRAF ZU DOHNA y V. WEBER. Terminó por sepultar la
concepción bipartita rígida (objetivo-subjetiva) del delito, cuyo declive se originara con la
teoría de los elementos subjetivos de lo injusto de FISCHER, M. E. MAYER y MEZGER.
El concepto de injusto personal construido por WELZEL nos muestra con claridad su
posición acerca de la fundamentación del ilícito,40 por esta razón preferimos transcribir un
párrafo de la obra donde el autor sintetiza su pensamiento:
“En la mayor parte de los delitos es esencial, sin duda, una lesión o peligro de un bien
jurídico, pero sólo como momento parcial de la acción personalmente antijurídica, y nunca
en el sentido que la lesión del bien jurídico caracterice suficientemente lo injusto del hecho.
La lesión del bien jurídico (el desvalor de resultado) tiene relevancia en el Derecho penal
sólo dentro de una acción personalmente antijurídica (dentro del desvalor de acción). El
desvalor personal de la acción es el desvalor general de todos los delitos en el Derecho
penal. El desvalor de resultado (el bien jurídico lesionado o puesto en peligro) es un
elemento carente de independencia en numerosos delitos (los delitos de resultado y de
peligro). El desvalor de resultado puede faltar en el caso concreto sin que desaparezca el
desvalor de acción, por ejemplo, en la tentativa inidónea”41.
Como sea, más allá del embrollo en que se vio metido con su consideración de la
imprudencia, no puede negarse que al concebir la misma, junto al dolo, como elemento del
tipo, demostró en forma decisiva que nunca la pura causación del resultado podría ser
penalmente relevante dentro del ámbito general del injusto, dando con ello un gran impulso
a la evolución de la teoría del delito.
Son varios los dogmáticos que se alinearon detrás del pensamiento finalista, no sin reñir
entre sí. Al respecto pueden señalarse dos vertientes, por un lado aquellos que siguieron y
profundizando la categoría del injusto personal (integrado por el desvalor de acto y el de
resultado), haciendo reposar sobre ambos el fundamento del ilícito (los ortodoxos); y por el
otro, los que trabajaron sobre la idea del desvalor-acción, fundamentando el injusto
exclusivamente en ella (los subjetivistas o ultra-finalistas).
1. La versión ortodoxa
El autor afirma que en el hecho punible culposo también encontramos una acción final
conscientemente dirigida. Sucede que, a diferencia de los hechos dolosos, la dirección
consciente no incluye el resultado jurídico-penalmente relevante, pues la conexión real
entre acción y resultado se limita, por regla, a la causalidad. De lo que sigue que desde el
punto de vista del concepto final de acción, en los ilícitos imprudentes surge en primer
lugar una comprobación negativa: la acción y el resultado no están ligados entre sí por un
nexo de finalidad consciente.
Legitima STRATENWERTH que el delito imprudente ocupe un lugar dentro del Derecho
penal, en la consideración de que la falta de respeto por los bienes jurídicos no comienza
con una decisión consciente contra ellos (dolo). En realidad, comienza ya en el momento en
que el autor demuestra tan poca consideración por los bienes jurídicos ajenos que ni
siquiera se esfuerza por pensar en el peligro que su comportamiento puede significar para
otros; colocando como ejemplo del inminente papel que cumple este delito en las relaciones
del tráfico rodado52.
De otra parte, el aspecto subjetivo (desvalor-acto), tampoco sirve per se, de acuerdo a su
criterio general sobre el ilícito, para fundamentarlo. Todo lo cual, nos muestra que el delito
imprudente para STRATENWERTH, aún cuando diga lo contrario, al igual que el doloso, se
integra con un lado objetivo y otro subjetivo (subjektive und objektive Tatseite).
Mas esta conclusión no significa que el autor desconozca los dos componentes referidos (él
afirma que la acción culposa presenta un aspecto externo y otro interno), sino solamente
que su concepto de tipo imprudente es más complejo, pues le agrega otros requisitos como
las capacidades individuales del sujeto, aunque en sentido negativo, es decir, como
comportamiento necesario para excluir el riesgo no permitido56.
Por su parte, MAURACH considera que el hecho punible doloso y culposo no constituyen
más que diversas manifestaciones de un elemento básico común a ambos: se trata de
infracciones normativas de diferente estructura. Estas no son entendidas como simples
reglas de conducta, sino que sirven a la protección de aquellos objetos o bienes que son
considerados indispensables para la existencia de la comunidad jurídica, y que por ello
requieren la protección del derecho57.
Sobre esta base teórico-normativa, MAURACH intenta fundar la esencia y la sistemática del
hecho punible culposo, tomando como punto de partida el concepto de acción final en
sentido puro.
En relación con qué es lo que funda lo ilícito, STRATENWERTH parte descartando el interés
sobre el valor del resultado como fundamento de la responsabilidad penal, por existir desde
hace mucho tiempo unidad en restarle relevancia en tal sentido. Sin embargo, esto no ha
relegado el interés por la alternativa: voluntad-resultado en el ilícito penalmente relevante,
el que desde hace más de treinta años se mantiene vigente.
Como pauta metodológica, antes de fijar su posición al respecto, reconoce que el juego del
lenguaje puede dar un sentido totalmente diferente al uso de los conceptos, dependiendo a
su vez, de la toma de posición sobre una misma cosa. En atención a ello concibe al desvalor
de acción como integrante de la conducta jurídico-penalmente en si misma; y al desvalor de
resultado, en cambio, como vinculado con el efecto de esa conducta en el orden social60.
Merced a esta vinculación, para el derecho penal, no existe un desvalor de resultado
independiente de la conducta humana, porque justamente lo que constituye la lesión al bien
jurídico es la conducta humana61.
Resulta oportuno en este punto recordar el máximo axioma hasta hoy decisivo para los
finalistas: “Las normas jurídicas, es decir, las prohibiciones o mandatos del derecho, no
pueden dirigirse a procesos causales ciegos, si no sólo a acciones, que tienen la capacidad
de configurar finalmente el futuro”62.
El sentimiento jurídico exige la consideración del resultado, pues parece que sentimos
como más grave un ilícito cuando una conducta imprudente destruye una vida humana, que
cuando no sucede nada.
No otra cosa sucede con la regulación legal alemana. Estableciendo un paralelismo con
Argentina, nuestro código penal estratifica, por ejemplo, los marcos penales de las lesiones
en función de su resultado (arts. 89, 90, 91, 94), y claro esta, consagra su impunidad, en
caso de que el mismo no se verifique.
No existe ninguna duda de que la medida en que el autor es culpable, en este sentido de la
culpabilidad, depende también de la medida del sufrimiento y del menoscabo a los bienes,
que se le irroga a otro65.
Para resumir la posición de STRATENWERTH podemos decir que el fundamento del derecho
penal exige la consideración del desvalor-acción (conducta contraria a la norma), y del
desvalor-resultado (lesión al bien jurídico). El principio de culpabilidad es relevante para
decidir al respecto, en función de que se trata del reproche de un ilícito jurídico-penal.
Desde este punto de vista los binomios desvalor-acción y desvalor-resultado, tienen que
coincidir para fundamentar el ilícito (doloso o imprudente) en forma completa posibilitando
el reproche de culpabilidad. Por esta razón podemos decir que para el autor, la alternativa
voluntad-resultado es falsa.
Como punto de partida para caracterizar básicamente esta posición se puede decir que
desde la década del setenta y hasta nuestros días, quizá por influencia de la modernización
y tecnologización de la sociedad -con incomensurables avances en materia de
comunicaciones, industria química, medios de transporte, etcétera- se ha intentado
reformular la incumbencia que tiene, o debería tener, el derecho penal frente a esta realidad.
Este movimiento, que tiene su raíz dogmática en el finalismo, ubica el centro de su análisis
en el desvalor de acción, prescindiendo totalmente del desvalor de resultado en la
fundamentación del ilícito. Frente a éste, tiene como seguro que, en el delito imprudente, al
desvalor-acto le corresponde la significación primaria.
Semejante concepción rompió la aceptable tranquilidad que existía entre los finalistas, una
vez superado el injusto causal, presagiando un cúmulo de importantes consecuencias
prácticas y de política legislativa de vasto alcance.
Uno de los autores que más ha avanzado sobre esta tesis es DIETHART ZIELINSKI, quien
llevó hasta las últimas consecuencias el pensamiento de su maestro, ARMIN KAUFMAN y de
su abuelo científico, HANS WELZEL.
ZIELINSKI parte lisa y llanamente de que el ilícito, desde el punto de vista de su contenido,
es idéntico al objeto del juicio de valor secundario: la acción (final) contraria a derecho,
dirigida a la lesión del objeto de bien jurídico. El desvalor de acción constituye el ilícito; el
mero perjuicio del bien jurídico (resultado), no es un ilícito, él es sólo un suceso
jurídicamente indeseado, el resultado de una acción ilícita o bien de una casualidad. En
suma, el resultado no es constitutivo del ilícito68.
Del mismo modo, entiende que faltan intentos convincentes de integrar al desvalor de
resultado en la teoría final. Considera que STRATENWERTH se rinde ante la realidad jurídica
del derecho penal de resultado y reconoce finalmente una relación entre culpabilidad y
resultado, a pesar de que no existe una relación entre ilícito y resultado. Pero es que, no
puede haber culpabilidad sin ilícito !69.
Casi con ironía expresa ZIELINSKI que el delito imprudente, concebido casi
permanentemente como delito de resultado, empezaría y terminaría con la lesión concreta
del bien jurídico, el resultado. Al parecer, agrega, no se podría decir nada de una conducta
independientemente del resultado causado por ella, especialmente antes del resultado que
en definitiva ha producido70.
Ya a vuelta de hoja, radicalmente afirma que no debería extrañar que el resultado no sea
menos un producto de la casualidad en los delitos imprudentes. Ilustra con el ejemplo de
dos conductores que participan de un accidente con graves consecuencias, uno de los cuales
habiendo conducido de modo correcto y el otro de modo enteramente contrario a las
normas de tráfico. Quién podría dudar, se pregunta, de que ambos han causado el resultado
por igual. Sin embargo no tiene sentido decir que cada uno ha cometido el ilícito el sentido
del §222 o §230 del StGB71.
Uno de los puntos más polémicos a los que ha arribado el profesor de Hannover, por sus
consecuencias prácticas, es el relativo a imprudencia y peligro. Al respecto nos dice que
existe una tendencia legislativa cada vez más extendida en los ámbitos típicos de la
conducta imprudente, de reemplazar los delitos de resultado -probablemente en
reconocimiento de la casualidad de la producción del resultado- por los delitos de puesta en
peligro.
Sin compartir esta posición, se formula el siguiente interrogante: ¿no se vincula en ambos
casos el reproche jurídico a la finalidad de la puesta en peligro? ¿Por qué ella debe
fundamentar el ilícito sólo en un caso, y en el otro recién la culpabilidad si el dolo de puesta
en peligro y el momento intelectual de la imprudencia consciente son idénticos? Llega
entonces a la conclusión de que el delito de puesta en peligro y el delito de imprudencia
consciente son idénticos. Entonces, el momento intelectual de la finalidad de la puesta en
peligro del delito conscientemente imprudente no se constituirá recién en la culpabilidad,
sino ya en el ilícito. De ello se sigue que una consecuencia a extraer de la teoría final del
ilícito, para la cual el ilícito se basa en el desvalor de acción y éste en la finalidad contraria
al valor, no debería presentar dificultades73. Esto permitiría afirmar, al menos
provisionalmente, que para ZIELINSKI no hay diferencias entre imprudencia consciente y
dolo, al menos, dolo eventual. Dicho de otra manera, para él, imprudencia
consciente es dolo eventual.
Ahora bien, quien sobrepasa ese nivel de peligro abstracto, tiene que acudir a factores
adicionales de cuidado para no ingresar al nivel de peligro concreto (el peligro típico en los
delitos imprudentes), por ej.: no hay que cruzar el semáforo en rojo sin cerciorarse de que
no hay nadie en la calle transversal. De ello se sigue que las normas establecidas para el
observador objetivo necesitan de una restricción: las acciones abstractamente peligrosas
están prohibidas sólo para el caso de que también sean concretamente peligrosas. Para el
ejemplo dado, esto significa que está prohibido cruzar semáforos en rojo sin
haberse cerciorado de que nadie iba a cruzar la arteria transversal. Dicho de otra manera,
para ZIELINSKI, las acciones abstractamente peligrosas están prohibidas en general como
contrarias al cuidado, sólo porque no se tomaron las precauciones adicionales de seguridad,
y en esa medida, por anudárseles el componente sin-haber (ohne-zu Komponente) son
contrarias al cuidado,75 y conllevan el típico peligro de la imprudencia (concreto).
La finalidad entonces está en que cuando alguien realiza una acción final de peligro
abstracto y conecta a ello un ohne-zu Komponente, incurre en un delito imprudente. Por
tanto, concluye, también ¡hay finalidad en la culpa! 76.
En síntesis, la suma de los dos niveles de riesgo más el componente sin-haber da lugar al
ilícito imprudente, el que en definitiva es un delito de omisión, ocupando aquel elemento un
lugar central en su teoría de la imprudencia.
Entiende STRUENSEE que esto no es así, pues la diferencia entre ambos finca precisamente
en que el tipo objetivo es diverso. En el tipo objetivo del delito doloso hay una
correspondencia entre el resultado y la finalidad, nexo que no se da en el imprudente. Lo
que caracteriza a éste es que entre el resultado típico y el desvalor de acción se encuentra el
otro desvalor del hecho buscado, que aparece como motivo del legislador y debe
proporcionar la descripción, ausente, del desvalor de acción y de hecho del delito
imprudente. El hecho buscado consiste en una determinada constelación de circunstancias
objetivas que resultan negativamente valoradas porque el ordenamiento jurídico conecta a
ellas la prognosis de una posible lesión del bien jurídico (causación del resultado típico)
prohibiendo, por tanto, la producción final de tal constelación. La posibilidad de resultado,
en sí misma, no es elemento de la descripción conceptual, sino que permanece como
motivo para la formación de los factores que ocasionan el resultado78.
Con estos elementos llega a concluir que, tal como lo exige el concepto de la doctrina final
de la acción, aunque hasta ahora no se había conseguido plenamente, la finalidad
jurídicamente desaprobada (injusto personal) constituye también el injusto del delito
imprudente. Con ello queda demostrada la homogeneidad de la estructura del delito (doloso
e imprudente)80.
El autor entiende que el conocido caso del camionero y el ciclista ebrio, que desencadenó
en Alemania la polémica en torno a la atribución objetiva, ha sido erróneamente
interpretado, pues el análisis se limitó a considerar la atribuibilidad objetiva del resultado,
descuidando el plano subjetivo.
Para resumir esta posición, decimos con BACIGALUPO que resulta evidente que esta
tendencia procura llevar sus puntos de vista hasta sus últimas consecuencias y reduce lo
ilícito exclusivamente al desvalor de acción (sólo importa lo que autor quiso y no lo que
hizo). Punto de vista, que más allá de sus consecuencias políticas, es difícil de conciliar con
aquellos derechos positivos (la mayoría) que establecen en la parte general una atenuación
obligatoria de la pena para la tentativa o delito frustrado (tentativa acabada), como en
nuestro CP, art. 42, 44;86 aunque, como se refiriera más arriba, existe una tendencia
mundial, vía parte especial, a la tipificación de delitos de peligro, concretándose de esa
manera, al menos, parte de las consecuencias dogmáticas del subjetivismo.
V. El funcionalismo
Ambos autores concuerdan en asignarle un papel sistemático al resultado dentro del injusto
imprudente, el que se halla en el tipo objetivo. Ahora bien, éste ya no se identifica con la
infracción del deber de cuidado, sino que es tamizado con los criterios de la imputación
objetiva. Entonces el tipo objetivo del delito imprudente existirá allí donde el autor crea un
peligro que sobrepasa los estándares de riesgo permitido y ese peligro se concreta en el
resultado87.
Refiere que en el ámbito cuantitativo más importante para la imprudencia (el tráfico viario)
el riesgo permitido queda excluido de manera predominante a través de normas que
prohíben determinadas puestas en peligro abstractas, v.gr.: normas de tránsito. Esto no
significa, dice JAKOBS, que la infracción de la prohibición de puesta en peligro abstracto
sea la imprudencia,90 pero sí significa que en supuestos normales no puede hacerse decaer
la responsabilidad jurídico-penal por la producción imprudente de un resultado a través de
la infracción (que de modo cognoscible producirá un daño) de una norma que prohíbe una
puesta en peligro abstracto invocando un permiso de conducta dado por la utilidad genérica
de comportamiento. No se permite un comportamiento arriesgado cualquiera, sino uno
determinado, y ello sólo bajo reserva de que concurran condiciones acompañantes óptimas,
es decir, si cabe esperar que nadie será lesionado o estorbado más allá de lo que sea
inevitable de acuerdo a las circunstancias91. Con otras palabras, la vulneración de
descripciones típicas de comportamientos cuidadosos, especialmente en los delitos de
peligro abstracto, no constituye imprudencia, pues si bien estas descripciones son
resúmenes de amplias experiencias estadísticas en materia de comportamientos peligrosos,
en el caso concreto pueden ser superfluas a efectos de la protección de bienes jurídicos.
La cuestión decisiva para JAKOBS es: ¿qué es lo que sucede respecto de la previsibilidad de
un curso lesivo que no se halla cubierto por el riesgo permitido? Lo decisivo es el autor con
sus aptitudes individuales92. Nuevamente se pregunta: ¿qué ha de ser cognoscible para él?
Lo mismo que en el caso le puede conducir al dolo en un caso de peligros cognoscibles. No
sucede lo mismo cuando se trata de peligros cognoscibles que en su calidad o entidad
permanecen cercanos al riesgo que diariamente ha de asumirse.
La concepción clásica, con una claridad a la vez poco común y de nuevo cuño, ordenó la
teoría del delito en una estructuración completamente nueva, que venía a corresponderse
con los principios de configuración más modernos95. Su base residía en la diferenciación de
un injusto objetivo y una culpabilidad subjetiva, a lo que se sumaba una consideración
axiológicamente indiferente y una valoración objetivamente antijurídica del hecho.
Sin embargo, en lo que hace al resultado, fueron capaces de cuestionar que el mismo fuera
suficiente para fundar la responsabilidad penal. Por ello, sobre la base de consideraciones
sobre el sentido y esencia de la pena, ya en sede de culpabilidad, examinaron más a fondo
el aspecto interno-anímico del hecho punible.
Estos problemas, pero ahora bajo la óptica del injusto, fueron captados por el finalismo,
produciendo una gran transformación en la teoría del hecho punible, erigiendo un concepto
personal de aquél.
Los seguidores de WELZEL tomaron la posta y cimentaron esta idea, logrando que en la
actualidad la mayoría dominante de la doctrina se asiente en la misma.
Los discípulos ortodoxos de WELZEL comenzaron a discutir con sus pares subjetivistas
acerca de qué era lo que fundaba el injusto personal, si la acción o el resultado, trasladando
el mismo debate a la categoría de la imprudencia.
Coincidimos plenamente con KAUFMANN99 en que la doctrina del injusto personal ofrece
una salida para la nueva impostación de la protección penal, en tanto dicha doctrina se
levanta, en materia de imprudencia carente de resultado, sobre lo injusto de la acción. La
contribución de la moderna dogmática del injusto aquí puede rendir sus frutos, arrimándole
al legislador los criterios para la exacta determinación del núcleo típico de la imprudencia
sin resultado, es decir, la concreta determinación de las prohibiciones concernientes a las
lesiones al cuidado debido, la conexión al desvalor de acción de los casos significativos
desde el punto de vista político-criminal para disipar objeciones de tipo constitucional.
Con la técnica de los delitos de peligro, a través de una exacta determinación de la conducta
típica, y ejercida en modo razonable, puede ofrecerse un esquema de solución plausible. De
este modo, se evitarían los problemas de constitucionalidad que contienen algunos tipos
imprudentes, caracterizados por la apertura e hibridez de su configuración típica.
Mas esta solución, en modo alguno puede hacernos perder de vista las herramientas
dogmáticas que la doctrina ha construido para cribar fácticamente la otrora-pretendida-sola
existencia de un resultado material como criterio imputativo jurídico-penal. En este sentido
justo es destacar la importancia de los criterios de imputación objetiva y el principio de
interpretación orientado al ámbito de protección de la norma.