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Giorgio Agamben: Metrópolis

Ficción
https://ficciondelarazon.org/2014/11/24/metropolis-una-
conferencia-de-giorgio-agamben/
Hace muchos años, teniendo con Guy Debord una discusión que
yo creía que era sobre filosofía política, en cierto punto Guy me
interrumpió y dijo: “Mira, yo no soy un filósofo, soy un estratega”.
Esta declaración me chocó, porque yo solía verlo como un filósofo,
así como me veía a mí mismo como filósofo, pero creo que lo que
quería decir era que todo pensamiento, por más “puro”, general o
abstracto que intente ser, está siempre marcado por signos históricos
y temporales, y por tanto capturado y de alguna manera
comprometido en una estrategia y en una urgencia. Digo esto porque
mis consideraciones serán claramente generales y no entraré en el
tema específico de los conflictos, pero espero que estas
consideraciones generales porten la marca de una estrategia.
Quisiera comenzar con una consideración banal de la etimología
de la palabra metrópolis. Como ustedes saben, en griego metropolis
significa Ciudad Madre y se refiere a la relación entre las ciudades y
las colonias. Los ciudadanos de una polis que la dejaron para
encontrar una colonia eran curiosamente llamados en apoikia:
distanciándose/derivando fuera del hogar y de la ciudad, que desde
entonces tomaba, en relación con la colonia, el carácter de Ciudad
Madre, metrópolis. Como saben, este significado de la palabra es
todavía actual y se usa hoy para expresar la relación del territorio
metropolitano del hogar con las colonias. La primera observación
instructiva sugerida por la etimología es que el término “metrópolis”
tiene una fuerte connotación de dislocación máxima y de
deshomogeneidad espacial y política, como la que define la relación
entre el Estado, o la ciudad, y las colonias. Y esto origina una serie de
dudas acerca de la idea correcta de la metrópolis como un tejido
urbano, continuo y relativamente homogéneo. Esta es la primera
consideración: la isonomía que define a la polis griega como modelo
de la ciudad política está excluida de la relación entre metrópolis y
colonia, y por lo tanto el término “metrópolis”, cuando es
transpuesto para describir un tejido urbano, porta con él esta
deshomogeneidad fundamental. Así que propongo que
mantengamos el término metrópolis para algo sustancialmente otro
que la ciudad –en la tradicional concepción de la polis, es decir, algo
política y espacialmente isonómico. Sugiero reservar este término,
“metrópolis”, para designar el nuevo tejido urbano que emerge en
paralelo con los procesos de transformación que Michel Foucault ha
definido como el cambio desde el poder territorial del antiguo
régimen, de la antigua soberanía, al biopoder moderno, que es en su
esencia, según Foucault, gubernamental.
Esto quiere decir que, para entender lo que es una “metrópolis”,
uno necesita comprende el proceso por el cual el poder asume
progresivamente la forma de un gobierno de las cosas y de lo
humano, o si ustedes quieren de una “economía”. Pero economía no
significa otra cosa que gobierno: en el siglo XVIII, el gobierno de lo
humano y de las cosas. La ciudad del sistema feudal del antiguo
régimen estuvo siempre en una situación de excepción respecto de
los grandes poderes territoriales, el modelo era la citta franca,
relativamente autónoma del poder de gobierno de las grandes
entidades territoriales. Entonces yo diría que la metrópolis es el
dispositivo o grupo de dispositivos que reemplaza a la ciudad cuando
el poder asume la forma de un gobierno de lo humano y de las cosas.
No podemos adentrarnos en la complejidad de la
transformación del poder en gobierno. Como es obvio, el gobierno no
es dominio y violencia, es una configuración más compleja que
atraviesa la naturaleza misma de los gobernados, implicando así su
libertad, es un poder que no es trascendente sino inmanente; su
carácter esencial es ser siempre, en su manifestación específica, un
efecto colateral, algo que recae sobre el particular a partir de una
economía general. Cuando los estrategas estadounidenses hablan de
collateral damages, de efectos colaterales al bombardeo de la ciudad
iraquí, por ejemplo, hay que tomarlos literalmente: el gobierno
siempre tiene este esquema de una economía general, con efectos
colaterales sobre los particulares, sobre los sujetos.
Volviendo a la metrópolis, mi idea es que no nos enfrentamos a
un proceso de desarrollo y crecimiento de la antigua ciudad, sino a la
instauración de un nuevo paradigma cuyo carácter debe ser
analizado. Sin duda, uno de sus rasgos principales es que hay un
cambio desde el modelo de la polis fundado en un centro, es decir, un
centro público o ágora, a una nueva espacialización metropolitana
que está ciertamente investida por un proceso de des-politización,
que resulta en una extraña zona en la que es imposible decidir qué es
privado y qué es público.
Michel Foucault intentó definir algunos de los caracteres
esenciales de este espacio urbano ligado a la gubernamentalidad.
Según él, hay una convergencia de dos paradigmas que hasta el
momento eran distintos: la lepra y la peste. El paradigma de la lepra
estaba claramente basado en la exclusión, requería que los leprosos
fueran “puestos fuera” de la ciudad. En este modelo, la ciudad pura
mantiene al extraño afuera, en lo que Foucault llama le grand
enfermement, el gran encarcelamiento: encerrar excluyendo. El
modelo de la peste es completamente diferente y da pie a otro
paradigma: cuando la ciudad está apestada es imposible mover a las
víctimas de la peste hacia afuera. Por el contrario, se da el caso de
crear un modelo de vigilancia, control y articulación de los espacios
urbanos. Estos se dividen en secciones, dentro de cada sección cada
camino se hace autónomo y puesto bajo la vigilancia de un
intendente; nadie puede salir de casa, pero todos los días los hogares
son revisados, cada habitante controlado, cuántos hay allí, si están
muertos, etc. Es un cuadriculado de territorio urbano vigilado por
intendentes, médicos y solados. Así, mientras el leproso era
rechazado por un aparato de exclusión, la víctima de la peste es
encasillada, vigilada, controlada y curada a través de una compleja
red de dispositivos que dividen e individualizan, y al hacerlo también
articulan la eficacia del control y del poder.
Así mientras que la lepra es un paradigma de sociedad
excluyente, la peste es el paradigma de lo que Foucault llama las
técnicas disciplinarias, las tecnologías que llevarán a la sociedad por
una transición desde el antiguo régimen a la sociedad disciplinaria.
Según Foucault, el espacio político de la modernidad es el resultado
de la fusión de estos dos paradigmas: en cierto punto el poder
comienza a tratar al leproso como una víctima de la peste, y
viceversa. En otras palabras, se comienza a proyectar sobre el
esquema de exclusión y separación de la lepra, el esquema de
vigilancia, de control, de individualización y la articulación del poder
disciplinario; de manera que se trata de individualizar, subjetivar y
corregir al leproso tratándolo como una víctima de la peste. De este
modo se crea un doble esquema, por un lado la simple oposición
binaria entre enfermo/sano, loco/normal, etc., y por otro lado toda la
complicada serie de disposiciones diferenciales de tecnologías y
dispositivos que subjetivan, individúan y controlan a los sujetos. Este
es un primer esquema útil para una definición muy general del
espacio metropolitano actual y también explica las cosas muy
interesantes de las que estuvieron hablando aquí: la imposibilidad de
definir unívocamente las fronteras, las murallas, la espacialización,
porque son el resultado de la acción de este paradigma doble: ya no
una simple división binaria, sino la proyección sobre esta división de
una compleja serie de procedimientos y tecnologías articuladoras e
individualizantes.
Recuerdo que para Génova del 2001 pensé que era un
experimento tratar al centro histórico de una vieja ciudad, todavía
caracterizada por una antigua estructura arquitectónica, ver cómo en
ese centro uno podía repentinamente crear murallas, rejas, que no
sólo tenían la función de excluir y separar, sino que también estaban
allí para articular diferentes espacios e individualizar espacios y
sujetos. Este análisis que Foucault esboza sumariamente puede
desarrollarse y profundizarse más. Pero ahora quiero terminar con
otra cosa y concentrarme en un punto diferente.
He dicho que la ciudad es un dispositivo, o un grupo de
dispositivos. La teoría a la que usted se refirió antes era la idea
sumaria de que uno puede dividir la realidad en, por un lado, los
humanos y seres vivientes, y, por otro, los dispositivos que
continuamente los capturan y retienen. Sin embargo, el tercer
elemento fundamental que define un dispositivo, para Foucault
también yo creo, son los procesos de subjetivación que resultan del
cuerpo a cuerpo entre el individuo y los dispositivos. El sujeto es lo
que resulta de la relación entre lo humano y los dispositivos. No hay
dispositivo sin un proceso de subjetivación, para hablar de
dispositivo tiene que haber un proceso de subjetivación. Sujeto
quiere decir dos cosas: lo que lleva a un individuo a asumir y atarse a
una individualidad y una singularidad, pero significa también la
subyugación a un poder externo. No hay proceso de subjetivación sin
estos dos aspectos: asunción de una identidad y sujeción a un poder
externo.
Lo que suele faltar, también en los movimientos, es la conciencia
de esta relación, la conciencia de que cada vez que uno asume una
identidad uno también es subyugado. Obviamente, esto también es
complicado por el hecho de que los dispositivos modernos no sólo
conllevan la creación de una subjetividad, sino también y en la
misma medida, procesos de desubjetivación. Esto puede haber sido
así siempre, piensen en la confesión, que le dio forma a la
subjetividad occidental (la confesión formal de los pecados), o la
confesión jurídica, que todos experimentamos hoy. La confesión
siempre supuso en la creación de un sujeto también la negación de
un sujeto; por ejemplo, en la figura del pecador y del confesor, es
claro que la asunción de una subjetividad va junto con un proceso de
desubjetivación. El punto es actualmente, entonces, que los
dispositivos son cada vez más desubjetivantes, de modo que es difícil
identificar los procesos de subjetivación que ellos crean. Pero la
metrópolis es también un espacio en el que un tremendo proceso de
creación de subjetividad tiene lugar. Sobre esto no sabemos mucho.
Cuando digo que necesitamos conocer estos procesos, no sólo me
refiero al análisis, muy importante por cierto, sobre la naturaleza
sociológica o económica o social de estos procesos de subjetivación;
me refiero al nivel ontológico, a la cuestión spinoziana de la
capacidad para actuar de los sujetos; es decir, lo que, en el proceso a
través del cual el sujeto de alguna forma queda atado a una identidad
subjetiva, lleva a un cambio, un aumento o disminución de su
capacidad para actuar. Carecemos de este conocimiento y quizás esto
haga que los conflictos metropolitanos de los que hoy somos testigos
sean más bien opacos.
Creo que una confrontación con los dispositivos metropolitanos
solo será posible cuando penetremos de un modo más articulado,
más profundo los procesos de subjetivación que la metrópolis
implica. Porque creo que el resultado de los conflictos dependerá de
la capacidad para actuar e intervenir en los procesos de
subjetivación, con el fin de alcanzar ese momento que yo llamaría “el
punto de ingobernabilidad”, de lo ingobernable que puede hacer
naufragar al poder en su figura de gobierno, lo ingobernable que, yo
creo, es siempre el comienzo y la línea de fuga de toda política.
___________
[Pronunciada en el seminario “Metropoli/Moltitudine”
organizado por la Uninomade (http://www.uninomade.org/) en
Venecia el sábado 11 de Noviembre de 2006.(*)]
(*) Traducción hecha por Paolo A. desde la versión de Arianna
Bove, quien transcribió la conferencia en italiano y la tradujo al
inglés. El audio original de la conferencia en italiano puede
encontrarse en http://www.generation-online.org/
Fuente original: página de la Universidad EGS (The European
Graduate School)
Fuente de Ficción de la razón: El desconcierto
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24 noviembre, 201425 noviembre, 2014 Ficción Etiquetado


Agamben, Filosofía

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