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8.

El advenimiento de la marginalidad
avanzada: características e implicaciones

Sc ha mostrado en el primer capítulo que, en las dos últimas


décadas, la imagen de sí que se habían forjado las sociedades capi-
talistas avanzadas de la posguerra como colectividades cada vez más
pacíficas, homogéneas e igualitarias —“democráticas” en el sentido
de Tocqueville, “civilizadas” en la terminología de Elias— ha esta-
llado en pedazos bajo el efecto de la virulenta irrupción de los des-
órdenes públicos que han acompañado el resurgimiento flagrante
de las desigualdades en las grandes ciudades occidentales. Es así
como se han desarrollado paralelamente en los Estados Unidos y
en Europa dos debates¡en los que confluyen las cuestiones de la
pobreza, la división “racial” o la inmigración poscolonial y la deca-
dencia urbana mientras que el persistente desempleo, las dificulta
des sociales y las tensiones étnicas (reales o percibidas como tales)
escandidas por estallidos de violencia colectiva se amplificaron
simultáneamente en las metrópolis de ambas orillas del Atlántico.

Underclass y banlieue: figuras de la marginalidad

Frente a la dislocación y a la degradación aceleradas de los


centros segregados de las ciudades de su país, sociólogos y exper-
tos estadounidenses en políticas públicas están alarmados por el
surgimiento y la expansión de una supuesta underclass negra des-
cripta como encerrada en las inner cities én descomposición, incli-
nada a conductas antisociales y cada vez más aislada de la sociedad
nacional! En Francia, así como en muchos países vecinos, se ha

! Entre los estudios destacados sobre este tema, se pueden señalar a Glas-
gow (1981), Wilson (1987 y 1993), Jencks y Peterson (1991), Massey y Denton
(1993), Moore y Pinderhughes (1993) y Katz (1995). bara una descripción de la
266
LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

declarado un verdadero pánico moral alrededor del aumento de


la exclusión y de la segregación en la bantieue, encarnado por 1

consolidación de las “citérgueto” a las que se adjudica hacer y Es: ;


una amenaza mortal sobre el “modelo de integración” y el orden
público republicano, mientras que los barrios obreros establecid s
en la periferia urbana entran en una espiral de deterioro en el

estructural, la composició 1 iti


ía, 1 ción estructu Mposición y el dispositi-
vo organizacional de los territorios de relegación establecidos o
recientemente aparecidos en el Antiguo y el Nuevo Mundo como

invención de este mito académic i


émico y de sus funciones en el ca i
. AA: Z Us i
periodístico, véanse W: tira de Jos Jue”

' acquant (1996a) y, par: iscusió ími


científicos y políticos de esta idea, cepa 991) y Cane (1990)
Jano (1999) re varias obras grupales sobre el mismo período, Paugam (1991) |
; A o oe (1999), Wihtol de Wenden y Daoud (1994)
discursos alarmistas sobre las elige" en rancia 22 enpansión de los
Esta muestra lo testimonia: Castells ( 1989), Mollenkopfy Castells (1991), S:
De 19915), Fainstein el al. (1992), Martinotti (1993), Waldinger (1996), Min
jone
9) par o Longhin (1996) y HáuBermann (1998); véase Marcuse
: 2 Mu. vi ción a manejar con precaución la noción de dualización.
relaciones ente democracia, división racial, cla y old ió e
> y > liviston racial, cultura y solidaridad social lan-
teaba Gunnar Myrdal en An American dilemma hace medio sigl ín por rcapa
recer bajo nuevas formas que cxigen respuestas morales ol dos no sólo de los
Estados Unidos sino, de manera tambiér de - nión E
aspira a ser los Estados Unidos de Europa” (Schierup, 1995: 350.900). ee a

un tópico similar en el debate francé e


Te ON. és por Godard (1993)

- Se formula
y estadounidense por

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI 267

el propuesto en este libro sugiere que los regímenes europeos de |

pobreza urbana no están en vías de “norteamericanización”. Sea lo |

que sea que digan los medios y los intelectuales presionados por

(para decirlo con palabras de Max Weber) está obligada a desarro-


llar sus propias instituciones en reacción al rechazo de la sociedad
dominante, como fue el caso de los afroamericanos durante las
décadas de consolidación industrial del siglo Xx.

La comparación metódica entre las zonas de relegación del


cinturón negro de Chicago y del cinturón rojo de París, presenta-
da en los capítulos 5-7, nos ha permitido demostrar que, a pesar
de las similitudes entre las tendencias morfológicas y de experien-
cias vividas, la periferia obrera francesa y el gueto afroamericano
siguen siendo dos constelaciones socioespaciales claramente diferentes, y
hay razones para esto; son legados de diferentes historias urbanas
y de modos de “selección” de poblaciones, y siguen estando inser-
tas en articulaciones divergentes entre el Estado de Bienestar, el
mercado y el espacio físico adecuado, de donde surgen los niveles
de miseria, aislamiento y desamparo en el gueto estadounidense
que no tienen equivalentes en las ciudades europeas.

Para decirlo rápidamente —pues regresaremos sobre esta cues-


tión en el capítulo siguiente—, la relegación socioespacial en el cin-
turón negro norteamericano es resultado de una “clausura _exclu-
yente” (como la conceptualizan Weber y luego Parkin, 1978: 44-73)
que opera sobre una base “racial” anclada en un oposición dicotó-

mica envolvente entre “negros” y “blancos” > Esta clansura se sostic-

5 Esta oposición dual, instituida por la aplicación estricta del principio de


“hipodescendencia” para resolver la contradicción entre la esclavitud y la demo-
cracia, no admite ningún término mediador y es virtualmente única en el mundo
por su rigidez y su persistencia (Davis, 1991). La división negro/blanco
constituye
el marco hinario en el cual se define la posición de los demás grupos étnicos
oficialmente reconocidos (hispánicos, asiáticos, amerindios, personas de origen
mixto, etc.), estén racializados o no.

!
268 LOS CONDENADOS DF LA CIUDAD

ne en el plano material y en el simbólico por la estructura y las polí-


ticas del Estado y se amplifica por las divisiones de clase luego del
surgimiento del Movimiento por los Derechos Civiles, que dio lugar
al hundimiento del gueto comunitario de la era fordista y a su reem-
plazo por un hipergueto fundado sobre “un | doble r rechazo de clase

y de raza” (Clark, 1965: 21). No sucede lo mismo en el cinturón rojo


francés: en Francia, la relegación en un barrio degradado procede
ante todo de la posición de clase, luego, se exacerba
étnico (pos) colonial (él mismo fuertemente correlativo al perfil de
clase) pero es parcialmente frenada por la acción protectora y com-
pensadora del Estado (central y local), sin la cual una fracción más
numerosa aún del proletariado urbano quedaría marginada. Un
corte transversal de estas dos formas urbanas encuentra y confirma
fas dinámicas que las han generado: el hipergueto estadounidense
de finales de siglo es un microcosmos cerrado, racialmente mono-
corde y culturalmente unificado que se caracteriza por una escasa
densidad organizacional y una penetración limitada y decrecien-
te del Estado de Bienestar, mientras que su homólogo estructural
del lado francés es básicamente heterogéneo en su reclutamiento
etnonacional e incluso social, todo esto agregado a una presencia
Igomparatitva fuerte de las instituciones públicas.
Estas combinaciones diferenciadas de divisiones de clase, de
lugar y de origen (étnico o nacional) de ambos lados del Atlántico
no excluyen, sin embargo, que los recientes cambios del gueto esta-
dounidense, las banlieues obreras francesas y los barrios degradados
de los centros de la ciudad y de las periferias urbanas de Inglaterra,
Alemania u Holanda presagien la cristalización de un nuevo régimen
de marginalidad urbana aún embrionario pero distinto, porque se
separaría a la vez del gueto tradicional norteamericano y del “espa-
cio obrero” europeo del siglo xx (Wilmott, 1953; Verte, 1979; Bag-
nasco, 1986). Visto bajo este ángulo, el regreso de las realidades
“negadas” de la pobreza extrema y de la decadencia social, de las
divisiones emorraciales y de la violencia pública y su acumulación
dentro de las propias zonas desheredadas, sugieren que las ciuda-
des del Primer Mundo se encuentran hoy enfrentadas a algo que
se podría denominar marginalidad avanzada. Esas nuevas formas de
Clausura excluyente, que se traducen en una expulsión al marge gen
del espacio social y físico, han surgido —o sc han intensificado—
en las metrópolis posfordistas no bajo el efecto de la inadaptación

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XX1 269

o el estancamiento económico sino, muy por el contrario, como


consecuencia de la mutación de los sectores más avanzados de las
sociedades y economías occidentales, tal como se imprimen sobre
las fracciones inferiores de la clase obrera en recomposición y so-
bre las categorías étnicas dominadas, así como sobre los territorios
que ocupan en las ciudades sometidas al tropismo de la dualiza-
ción (Sassen, 1991b; Mingione, 1991; Castells, 1996).

El calificativo “avanzado” busca indicar que esas formas de


marginalidad no se sitúan detrás nuestro: no son ni cíclicas ni tran-
sitorias, tampoco están en vías de reabsorción progresiva por la
expansión del “mercado libre” (por ejemplo, la mercantilización
creciente de la vida social, comenzando por los bienes y servicios
públicos) o por la acción del Estado de Bienestar (protectora o dis-
ciplinaria). Se dibujan delante nuestro: están inscriptas en el devenir
de las sociedades contemporáneas. Por lo tanto, resulta urgente un
diagnóstico que permita obtener los medios que se necesitan para
trazar nuevos caminos de intervención pública capaces de detener
o redireccionar las fuerzas estructurales que las generan, entre las
cuales están el crecimiento económico polarizado y la fragmen-
tación del mercado de trabajo, la precarización del empleo y la
autonomización de la economía informal en las zonas urbanas en
decadencia, la desocupación masiva que induce a la desproleta-
rización de los sectores más vulnerables de la clase obrera (sobre
todo entre los jóvenes que carecen de capital cultural), en fin,
las políticas de retroceso social y de desinversión urbana. Si no se
ponen a punto y en marcha nuevos mecanismos de incorporación
social y política que reincorporen a la población desechada en esos
territorios de abandono, puede esperarse que esa marginalidad
urbana siga creciendo y extendiéndose y con ella la violencia en
las calles, la alienación política, la desertificación organizacional
y la informalización de la economía que afectan a los barrios de
relegación de las grandes ciudades en las sociedades avanzadas.

Seis propiedades distintivas del nuevo régimen de


marginalidad

Se puede esbozar una caracterización ideal típica provisoria


de esta nueva marginalidad ¿n statu nascendi contrastándola con
un cuadro selectivo de los rasgos de la pobreza urbana caracterís-
270 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

tica de las décadas de crecimiento y prosperidad “fordistas” (1945-


1975). Recordemos para empezar, con Max Weber (1965: 171-
174), que un tipo ideal no es una simple “construcción sintética”
ofrecida a los fines del análisis sino una abstracción sociohistórica
fundada sobre las manifestaciones concretas de un fenómeno. Los
conceptos típicos ideales nos ayudan a formular hipótesis y luego
a confrontarlas con la realidad empírica: nos ofrecen una base de
comparación y una línea directriz para identificar las variaciones
significativas y sus causas posibles. De todos modos, en tanto dis-
positivos heurísticos, no se ajustan a los criterios de verdad y false-
dad, simplemente resultan fructíferos o no para la investigación $
Es con algunas reservas que ofrecemos aquí esta caracteriza-
ción compacta de la “marginalidad avanzada”, sabiendo bien que,
como nos ha advertido alguna vez Wittgenstein (2002: 121), “los
conceptos pueden aliviar o agravar un mal, favorecerlo o impedir-
lo”. Las oposiciones binarias del tipo de aquellas que favorece este
ejercicio conceptual son adecuadas para exagerar las diferencias,
confundir descripción y prescripción y postular dualismos tajantes
que borran las continuidades, minimizan la contingencia histórica
y sobrestiman la coherencia interna de las formas sociales. Tenien-
do presente esta advertencia, pueden aislarse seis rasgos distintivos
de la marginalidad avanzada con el fin de un análisis de mayor
profundidad?

1. El asalariado como vector de la inestabilidad


y de la inseguridad sociales

Mientras que durante las décadas de expansión fordista o en el


apogeo del “capitalismo organizado” (Lash y Urry, 1987; Crouch y
Streeck, 1997), la relación salarial ofrecía una solución a los dile-

| 5 Para juzgar el valor del “cuadro de pensamiento” (Gedankenbild) que cons-


tituye el tipo ideal, “no existe otro criterio que el de la eficacia para el
conoci-
miento de las relaciones entre los fenómenos concretos de la cultura, para el de
su condicionalidad causal y de su significación” (Weber, 1965: 175).
* Es adrede que se mezclan entre estas características tendencias, procesos
y consecuencias así como causas y factores favorables. Sería prematuro en esta
etapa separarlas demasiado tajantemente. Como le gustaba decir a Robert Merton
(1983), hay que “especificar el fenómeno” antes de intentar explicarlo.

LA MARCINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI 271

mas planteados por la marginalidad urbana, es evidente que, bajo


el nuevo régimen en consolidación, se la debe considerar (tam-
bién) parte del dilema a resolver.

Al volverse inestable y heterogéneo, diferenciado y diferencia-


dor, el trabajo asalariado se ha convertido en fuente de fragmen-
tación y precariedad sociales más que de homogeneidad, solida-
ridad y seguridad para aquellos que se hallan confinados en las
zonas fronterizas o inferiores de la esfera del empleo (Lebaude,
1994; Osterman, 1999; Vosko, 2000; Barbier y Nadel, 2002).

Dan cuenta de esto, entre otros índices, la proliferación de


puestos “flexibles”, de tiempo parcial o de horarios variables; los
contratos de duración predeterminada y que implican una cober-
tura social y médica reducida (o inexistente), cuya extensión y
condiciones de elegibilidad son negociables (0 pagas); las escalas
salariales diseñadas según el rendimiento y la fecha de contrata-
ción (por oposición a la duración de la contratación); la reducción
de la duración media de los empleos (job tenure) y el aumento
correlativo de la tasa de rotación de los asalariados; la naturaliza-
ción del maltrato y las diversas tácticas adoptadas por las empresas
para hacer pesar sobre sus empleados los riesgos de la actividad
económica y sustraerse a los efectos homogeneizadores de la regu-
lación estatal del trabajo (por ejemplo, con la multiplicación de
los empleos subvencionados o con cargas reducidas, o incluso la
tentativa abortada de crear un salario mínimo rebajado para los
jóvenes sin calificación en Francia bajo la administración Ballado-
ur en la primavera de 1995 y luego en el gobierno Galouzeau de
Villepin en 2006).

8 Y para un número creciente de asalariados ubicados en sus sectores pro-


tegidos. “Desde 1985 [señala Paul Hirsch (1993: 144-145, 154-155) 1, los
mercados
laborales internos fundados sobre compromisos recíprocos de largo plazo, un
perfil de carrera dentro de una misma empresa, salarios atractivos y seguridad
en el empleo” ban “sufrido ataques por parte de los líderes de opinión a la vez
del mundo universitario y de la prensa de negocios”. Con la decadencia de esos
mercados internos como consecuencia de la “reducción” de las grandes empresas
(el downstzing, recientemente rebautizado como rightsizing), incluso el contexto
de
empleo “de los ejecutivos comienza a parecerse más al de los obreros”. Y “cuan-
do las clases gerenciales se perciben como simples proveedores de trabajo antes
que como personal con derecho al capital, la polarización de la sociedad puede

aumentar”.
272 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

El resurgimiento de talleres de explotación dignos del siglo xrx,


€l retorno del trabajo por piczas y el empleo a domicilio, el desa-
rrollo del teletrabajo y de escalas salariales de dos velocidades, la
externalización del personal y la individualización de los planes de
remuneración y de promoción, sin hablar de la multiplicación de
situaciones de empleo ficticio o fáctico (como la actividad forzosa
rebautizada como workjare en los Estados Unidos o las prestaciones
y “trabajos de utilidad pública” en Francia) impuestos como condi-
ción para recibir una ayuda social: todas estas evoluciones diseñan
una desocialización insidiosa del trabajo asalariado. El derecho al traba-
Jo y la fragmentación del derecho social avalan esta diversificación
desigual de los rasgos estalutarios y jurídicos del empleo.

Y por debajo de la erosión de la capacidad integradora de la


relación salarial, cada uno de los elementos de seguridad estipula-
dos por el contrato social fordista-keynesiano (Standing, 1993) ha
quedado erosionado o convertido en objeto de ataques frontales:
la seguridad del empleo (vía las acciones del Estado destinadas a
asegurar el pleno empleo), la seguridad en los ingresos (a través
de las prestaciones sociales, el seguro de desempleo y la incorpora-
ción a los sindicatos) y la seguridad del trabajo (por la reducción
de prerrogativas de las empresas en materia de reclutamiento y
despidos). En suma, las raíces estructurales de la incertidumbre
económica y de la precariedad social se han ramificado y extendi-
do tanto en la superficie como en lo profundo, Con inflexiones
según el país, han afectado en todas partes de manera despropor-
cionada a los hogares y a los jóvenes de las clases populares, a las
mujeres sin diploma y a las categorías étnicas estigmatizadas. Así,
resulta lógico que en el plano espacial los efectos desestabilizado-
res de la diversificación del deterioro de la condición salarial se
hayan acumulado en las zonas urbanas en las que están concentra-
dos los sectores inestables del nuevo proletariado posindustrial.10

9 Sobre la “desorganización” del trabajo asalariado, véansc Boyer (1988),


Burtless (1990), Freeman y Kat (1994) y Regini (1995). McLeod (1995) traza un
vívido retrato, basado cn un estudio etnográfico, de la desorientación
estructural
y del desánimo que golpea alos jóvenes en el nuevo mercado del empleo no cali-
ficado en una ciudad del noreste de los Estados Unidos. Véanse también Munger
(2002) y McDonald (1997).

'% “En determinados sitios se cristalizan de una manera particularmente

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEI. SIGLO XXI 273

2. La desconexión funcional de las tendencias macroeconómicas

La marginalidad avanzada se halla cada vez más desconectada


de las fluctuaciones cíclicas y de las tendencias globales de la eco-
nomía, aun cuando las fases de expansión nacional del empleo
y de los ingresos tengan algunos pocos efectos duraderos sobre
ellas. Las condiciones sociales y las posibilidades de vida en los
barrios de relegación en Europa y los Estados Unidos no han sido
afectadas en nada por los años de prosperidad de la década de
1980 y de la segunda mitad de la de 1990, sino que han empeo-
rado sensiblemente con las fases de descenso y recesión (Wilson,
1996; Kesteloot, 2000).

Así, la desocupación de los jóvenes, que golpea con una fuer-


za particular a los descendientes de las clases populares (entre
los que se hallan aquellos provenientes de la inmigración posco-
lonial) ha aumentado sin cesar en los suburbios desheredados
de Francia bajo todos los gobiernos, de derecha o de izquierda,
incluidos los de Michel Rocard y de Lionel Jospin cuando un fuer-
te impulso del crecimiento hizo retroceder momentáneamente el
desempleo a nivel nacional. Entre 1990 y 1999, el desempleo de
las personas de 15 4 24 años pasó del 20% al 26% en el país, pero
para los jóvenes de 750 “zonas urbanas sensibles” determinadas
por el pacto de reactivación de la política de la ciudad de 1996,
esos porcentajes fueron respectivamente del 28% y del 40%. Por
otra parte, las cifras de trabajadores precarios en el país —que
reúne los contratos de duración determinada, las suplencias, los
empleos subsidiados y las pasantías — subieron de 1,98 millones

(o sea, un activo sobre once) en 1990 a 3,3 millones en 1999


(un activo sobre siete). Pero, entre los 4,7 millones de habitantes
de las “zonas sensibles”, el peso de los asalariados precarios ha
trepado del 13% al 20% para terminar ubicando al 60% de los
jóvenes en situación de desempleo o de trabajo precario a fin
de la década (Le Toqueux y Moreau, 2000) pese a la expansión

Ati p es > |- - ació i ¡ión


dramática todos los problemas que resultan de la degradación de la condic
salarial —tasa elevada de desempleo, instalación en la precariedad, ruptura de
las
solidaridades de clase y debilidad de los modos de transmisión familiar,
educativo

»
y cultural, ausencia de perspectivas y de proyecto para controlar cl futuro,
etc.
> > 7 ?
(Castel, 1995: 427).
274 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

recuperada y la creación de “empleos jóvenes”. En Chicago, se ha


mostrado en el capítulo 3 que el 80% de los habitantes del gueto
daba muestras de un deterioro de su situación financiera tras
cuatro años de crecimiento económico sostenido bajo el segundo
mandato de Ronald Reagan, y la mayoría esperaba que su barrio
siguiera degradándose, una expectativa que se verificó plenamen-
te pues las tasas de pobreza en los barrios desheredados de las
metrópolis estadounidenses no se han modificado prácticamente
durante la década siguiente.

Teniendo en cuenta esta relación asimétrica entre el nivel del


desempleo y las tendencias del mercado laboral a nivel nacional e
incluso regional, por una parte, y la situación material a nivel del
barrio, por la otra, y dada la pendiente actual de los beneficios de
la productividad y la aparición de una especie de “crecimiento sin
empleo” (Dunkerley, 1996), se precisaría que las economías avan-
zadas alcanzaran-tasas espectaculares de expansión para poder
reabsorber en el mercado de trabajo a todos aquellos que han per-
manecido desplazados de él por tanto tiempo. Lo anterior implica
que, al no poder compartirse el trabajo disponible o garantizar
una actividad o un ingreso recortado del salario, es muy posible
que las políticas que buscan extender la esfera del empleo :
la vez costosas e ineficaces, pues sus efectos no repercutirán sobre
los nuevos parias urbanos salvo en proceso de propagación descen-
dente (?rickle down) luego de que todas las demás categorías menos
desfavorecidas se hubieran beneficiado con esta ampliación.

>an dad

3. Fijación y estigmatización territoriales

En lugar de estar diseminada en el conjunto de las zonas del


hábitat obrero, la marginalidad avanzada tiende a concentrarse en

territorios aislados y claramente cir cunscriptos, “cada vez más per-


cibidos, desde afuera y desde adentro, como lugares de perdición,
a la manera de páramos urbanos o de “corte de los milagros” de
la ciudad posindustrial a la que sólo frecuentarían los desviados y
los desechos de la sociedad.

Cuando esos “espacios penalizados” (Pétonnet, 1982) son


o amenazan con convertirse en componentes permanentes del

paisaje urbano, los discursos de denigración se amplifican y se

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI 275

amontonan a su alrededor, tanto “por lo bajo”, en las interaccio-


nes habituales de la vida cotidiana, como “desde lo alto”, en el
campo periodístico, político y burocrático (y también en el cien-
tífico).!! Una contaminación de lugar se superpone con los cstig-
mas ya operantes s tradicionalmente adjudicados ala pobr.

yala
pertenene ia étnica o al estatuto del inmigrante poscolonial, a los
que dicha contaminación no se reduec aun cuando estén estrecha-

mente ligados. Es importante a este respecto que Erying Goffman

(1963) no mencione el lugar de dencia entre las “desventajas”


que pueden “dese scalificar al individuo” y privarlo de la “acepta-
ción completa de los demás”. Sin embargo, la infamia territorial
presenta propiedades familiares con aquellos estigmas corpora-
les, morales y tribales, y plantea dilemas similares de gestión de la
información, de la identidad y de las relaciones sociales aun cuan-
do muestre propiedades distintivas. De los tres grandes tipos de
estigma catalogados por Goffman (1963: 4-5), las “deformidades
del cuerpo”, las “fallas en el carácter” y las marcas de “raza, nación
y religión”, es al tercero al que se parece el estigma territorial,
pues “puede transmitirse por medio del linaje y contamina por
igual a todos los miembros de la familia”. Pero a la inversa de estos
últimos, puede ser fácilmente disimulado o atenuado (es decir,
anulado) por la movilidad geográfica.

En toda metrópolis del Primer Mundo, uno o varios distritos,


barriadas o concentraciones de viviendas sociales son públicamen-
te conocidos y reconocidos tomo esos infiernos urbanos en los
que el peligro, el vicio y el desorden están a la orden del día. Inclu-
so algunos adquieren el estatus de sinónimo nacional de todos
los males y peligros que afligen a la ciudad dualizada:"? así las

11 Los investigadores de las ciencias sociales no han contribuido poco a


aumentar el lastre de la infamia urbana al tramar las nociones pseudoacadémi-
cas que disfrazan los prejuicios habituales de clase y de raza con un lenguaje
de
tonalidad analítica. Se puede pensar, por ejemplo, en la categoría de underclass
propuesta por Erroll Ricketts e Isabel Sawhill (1988) para caracterizar (de
manera
absolutamente circular) los barrios donde habita la underclass, definida por una
batería cuantificada de “patologías sociales”.

12 Algunos “lugares importantes” de perdición urbana, como cl Bronx,


alcanzan un estatus similar a nivel internacional, como lo indica Auyero (1990)
en su estudio sobre un barrio pobre del Gran Buenos Aires.
276 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

Minguettes y La Courneuve o la cité de Mirail en Toulouse para


Francia; South Central Los Angeles y el gran complejo de Cabrini
Green en Chicago para los Estados Unidos; Duisburg-Marxloh y
Berlin-Neukolln para Alemania; los barrios de Toxteh en Liverpool
y de Meadow Well en Newcastle para Inglaterra, y los de Bijlmer
y Westelijke Tuinsteden en Amsterdam, en el caso de los Países
Bajos. Incluso las sociedades que han resistido mejor el aumento
de la marginalidad avanzada, como los países escandinavos, están
afectadas por este =enómen S
do a la emergencia de zona

igmatización territorial vincula-

eservadas a los parias urbanos:

No importa adónde viaje (a través de las provincias suecas).


En todos lados me hacen la misma pregunta cuando la gente
con la que me encuentro quiere saber de dónde vengo:
“¿Usted vive en Tensta? ¿Pero cómo puede vivir allí? ¿Cómo
llegó a vivir en 1n gueto?” (Pred, 2000: 123). -

Que esos lugares estén o no deteriorados, sean o no peligrosos


y que su población esté 0 no compuesta sobre todo de pobres, de
minorías y de ext-anjeros importa realmente poco: la creencia
prejuiciosa de quesí lo son alcanza para desencadenar consecuen-
cias socialmente deletéreas.

Esto es cierto a nivel de la estructura y de la textura de las rela-


ciones sociales en el día a día. Se ha señalado en el capítulo 6 que
vivir en un gran complejo (sub)proletario de la periferia de París
genera un “sordo sentimiento de culpabilidad y de verguenza, cuya
presión subyacente falsea el contacto” (Pétonnet, 1982: 146). Es
habitual que las personas disimulen su domicilio, eviten al máximo
que su familia o sus amigos los visiten y se sientan obligados a dis-
eulparse por vivir en un sitio difamado que mancha la imagen que
tenen de sí mismes. “No, yo no soy de la cité”, insiste una joven de
VitrysurSeine, “vivo allí porque paso por un momento de dificul-

13 Tensta es un barrio del suburbio norte de Estocolmo con una fuerte con-
centración de inmigrantes y desocupados. En la Suecia de finales de siglo, los
“barrios con problemas” (problemomráde), como Rinkeby en Estocolmo y Rosen-
gárd en Malmó, son hzbitual y abiertamente designados con el casi sinónimo de
“barrios con fuerte densidad de inmigrantes” (invandrartáta omráden). Un eufe-
mismo casi similar se emplea en Holanda para designar las zonas de relegación
urbana: achierstandswtjken y concentratiebuurien (Uitermark, 2003). :

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL. SIGLO XXI 277

tades pero no soy de allí, nada tengo que ver con los que viven allí”.
Otro invita al enólogo a no confundir la citécon un barrio “porque
en un barrio está todo el mundo [...] mientras que aquí lo único
que hay es mierda” (Pétonnet, 1982: 149). Del mismo modo, se ha
visto que los habitantes del gueto de Chicago niegan pertenecer
a la microsociedad del barrio y se empeñan en tomar y marcar
distancia con un lugar y una población que saben universalmente
despreciada y de la cual los medios, los discursos políticos y cierta
producción académica dan sin cesar una imagen envilecida.

El agudo sentido de indignidad social que envuelve a los barrios


de relegación no se puede atenuar sino transfiriendo su estigma
sobre un otro demonizado y sin rostro: los vecinos de abajo, la
familia inmigrante que vive en un inmueble medianera por medio,
los jóvenes del otro lado de la calle de quienes se dice que se “dro-
gan” o que hacen “negocios”, o incluso los habitantes del bosque-
cillo de edificios de enfrente, de quienes se sospecha que fingen
estar desempleados para recibir algún otro subsidio. Esta lógica de
tanciamiento muluo, que tiende a desha-

la denigración lateral y de ami


cer un poco más los ya debilitados co
desheredadas, es difícil de contrarrestar en la medida en que

[...] el barrio estigmatizado degrada simbólicamente a quie-


nes lo habitan y quienes, como contrapartida, lo degradan
simbólicamente, pues, estando privados de todas las ventajas
necesarias para participar de los diferentes juegos sociales,
no tienen nada en común salvo su común excomunión. El
parecido con el lugar de una población homogénea en la des-
posesión tiene también por efecto redoblar esa desposesión
(Bourdieu, 1993a: 261).

Los efectos de la estigmatización territorial se hacen sentir


también a nivel de las políticas públicas. Desde que un lugar es
públicamente calificado como una “zona de no derecho” o una
“cité fuera de la ley” y fuera de la norma, resulta fácil para las

Sc podría citar aquí una cantidad de obras sobre las banlieues populares que
han inundado las librerías francesas estos últimos años, donde el racismo de
clase
pelea un lugar con cl fantasma del peligro extranjero. Se citará uno solo, cuyo
útulo resume bien la visión: Cités hors la loi. Un autre monde, une jeunesse qui
impose
ses lois (Henni y Mariner, 2002) [Cités fuera de la ley. Otro mundo, una
juventud
278 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

autoridades justificar medidas especiales, contrarias al derecho y a


las costumbres, que pueden tener como efecto —si no como obje-
tivo— desestabilizar y marginar más aún a sus habitantes, some-
terlos a los dictados del mercado de trabajo desregulado, hacerlos
invisibles o expulsarlos de un espacio codiciado.15

Así, como consecuencia de una serie de informes sensaciona-


listas de la televisión, el barrio de Sao Joáo de Deus, un sector “de
barrios bajos” de Oporto con fuerte presencia de gitanos y de per-
sonas provenientes de Cabo Verde, es hoy conocido en todo Por-
tugal como la infernal encarnación del “bairro social degradado”.
El alcalde de Oporto se valió de su reputación de “hipermercado
das drogas” para lanzar una operación de “renovación urbana”
que, con enormes refuerzos de musculosos policías, busca esen-
cialmente expulsar y dispersar a los drogados, squatters, desocupa-
dos y otros desechos locales a fin de reinsertar a ese barrio en el
mercado inmobiliario de la ciudad, sin preocuparse por la suerte
de los miles de habitantes así desplazados. 1

4. La alienación espacial y la disolución del “lugar”

La otra cara de este proceso de estigmatización territorial es la


disolución del “lugar” (en el sentido de sitio), es decir, la pérdida
de un marco humanizado, culturalmente familiar y socialmente

que impone sus leyes]; Martinet es un periodista de France 2, uno de los medios
creadores del mito mediático de la explosión de “problemas” en los suburbios.
Con el pretexto del análisis y la alerta cívica, estos libros participan del
discurso
de desprecio dirigido hacia los barrios de exilio y abogan por la deportación de
sus habitantes,

15 Habría que estudiar desde esta óptica el modo en que la leyenda demo-
níaca de la underclass (paradójicamente promovida también por los investigadores
progresistas) ha contribuido a legitimar, por un lado, la “reforma” de la ayuda
social que instauró la workfare en los Estados Unidos en 1996 y, por otro, la
política
de destrucción masiva de los grandes complejos del gueto con el pretexto de los
supuestos beneficios de la dispersión espacial para los pobres oficializada por
la
Quality Housing and Wok Responsibility Act de 1998 (Crump, 2003).

16 Agradezco a Luis Fernandes (de la Universidad de Oporto) por esta infor-


mación, y remito a su análisis de la estigmatización espacial descargada sobre
los “territorios psicotrópicos” de la ciudad portuguesa (Fernandes, 1998: 68-79,
151-154 y 169-174).

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL, SIGLO XXI 279

tamizado, con el que se identifiquen las poblaciones urbanas mar-


ginadas y dentro del cual se sientan “entre sí” y en relativa seguri-
dad. Las teorías del posfordismo sugieren que la reconfiguración
en curso del capitalismo implica no sólo una vasta reorganización
de las empresas y de los flujos económicos, de los empleos y de las
personas en el espacio, sino también una reformulación comple-
ta de la organización y la experiencia del propio espacio (véanse
sobre todo Harvey, 1989; Soja, 1989; Shields, 1991). Estas teorías
son coherentes con las transformaciones radicales del gueto negro
norteamericano y de las banlieues obreras francesas luego de la
década de 1970, pues de “lugares” (places) comunitarios repletos
de emociones compartidas y de significaciones comunes, sopor-
tes de prácticas y de instituciones de re eiproc idad, se han visto
rebajados al rango de simples “espacios” (spaces) indiferentes de
competencia y de lucha por la vida.

Se puede formular la diferencia entre estas dos concepcio-


nes o estos dos modos de aproximación al entorno próximo de
la siguiente manera: los “lugares” son arenas estables, “plenas” y
“fijas” mientras que los “espacios” son “vacíos potenciales”, “posi-
bles amenazas, zonas a las que hay que temer, resguardarse o huir”
(Smith, 1987: 297). El pasaje de una política del Jugar a una políti-
ca del espacio, agrega Dennis Smith, está estimulado por el debili-
tamiento de los vínculos fundados sobre una comunidad ter ritorial
dentro de la ciudad. Se alimenta también de la tendencia de los
individuos a retirarse a la esfera privada del hogar y del reforza-
miento de la sensación de vulnerabilidad que acompaña la bús-
queda de realización personal o de seguridad, o del debilitamiento
generalizado de los colectivos.!7 Conviene precaverse aquí de no
“novelar” la situación de los barrios obreros y los enclaves segrega-
dos de antaño: jamás existió una “edad de oro” en la cual la vida
en el gueto estadounidense y en la banlieue popular francesa haya
sido agradable y las relaciones sociales armoniosas y florecientes.

17 Para un análisis minucioso del “privatismo defensivo y retraído” tradicional


de la clase obrera y su acentuación bajo el efecto de la descomposición del
grupo
en una ciudad minera del norte, véase Schwartz (1985). Para una descripción de
la destrucción de las formas de sociabilidad y de solidaridad entre vecinos
dentro
de los guetos del West Side y el South Side de Chicago bajo la presión de la
miseria
y la violencia, véanse Kotlowitz (1987) y Jones y Newman (1997)
280 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

Lo que sucede es que la experiencia de la relegación urbana ha


cambiado en ese plano de una manera que la vuelve hoy claramen-
te más difícil y alienante.

Un breve ejemplo: hasta los años sesenta, el gueto negro nor-


teamericano era aún un “lugar” en el sentido de place, un entrama-
do colectivo, un paisaje urbano humanizado —aun siendo el pro-
ducto de una opresión brutal e inflexible— respecto del cual los
negros experimentaban un fuerte sentimiento de identificación,
tal como lo expresaba el idioma del soul, y sobre el cual deseaban
establecer un control colectivo; ése era el objetivo prioritario del
movimiento del Black Power (Van De Burg, 1992). Hoy, el hiper-
gueto es un espacio (en el sentido de space), y este espacio desierto
ya no es un recurso común que los afroamericanos podrían movi-
lizar y desplegar para protegerse de la dominación blanca. Por el
contrario, se ha transformado en un vector de división intracomu-
nitaria y en instrumento de encierro del subproletariado negro,
un territorio despreciado y vergonzoso del cual, como lo formula
sumariamente un informante del South Side de Chicago, “todo el
mundo trata de huir”.'8

Lejos de ofrecer un escudo de protección contra la inseguri-


dad y las presiones del mundo exterior, se ha visto en los capítulos
2 y 4 que el espacio del hipergueto se parece a un campo de bata-
la entrópico y peligroso dentro del cual se da una compe encia

entre cuatro protagonistas en la que se enfrentan

1) los depredadores callejeros independientes u organizados


que buscan arrebatar las pocas rique-

zas que aún circulan allí;


ii) los habitantes y sus or ganizacione s de base (como MAD,
Mothers Against Druss, en el West Side de Chicago, o las
asociaciones de inquilinos o propietarios de inmuebles y
de comercios, allí donde han sobrevivido) que se esfuerzan
por preservar los valores de uso y de cambio de su barrio;

' Los esfuerzos (parcialmente infructuosos) de la clase media negra del


South Side de Chicago para distanciarse espacial y socialmente del corazón
derruido del gueto y de las amenazas que suscita son estudiados con agudeza por
Pattilio McCoy (1999).

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI 281

iii) los organismos de vigilancia y de control del Estado encar-


gados de contener la violencia y el desorden dentro del
perímetro del corazón de la metrópolis racializada, tra-
bajadores sociales, policía, tribunales, agentes de libertad
condicional, etc., y

iv) los depredadores institucionales del exterior (en particu-


lar los promotores inmobiliarios) para los cuales la recon-
versión de franjas del cinturón negro en beneficio de las
clases medias y la clase alta que reinvierten en la ciudad
puede generar beneficios impresionantes. '?

5. La pérdida de un país interno

A la erosión del lugar se agrega la desaparición de un país


interno (hinterland) o de una base interna a viable. En Tas fases
anteriores de crisis y reestructuración, los trabajadores tempora-
riamente rechazados fuera del mercado laboral podían replegarse
en la economía social de su colectividad de origen, se tratara de un
distrito obrero funcional, del gueto comunitario o de una aldea en
la campiña de origen o en la zona de inmigración (Young y Will-
mott [1957] 1994; Kornblum, 1974; Piore, 979; Sayad, 1991).

Cuando eran despedidos de los talleres y las fundiciones, de las


fábricas o los estacionamientos de Chicago donde trabajaban como
consecuencia del regreso cíclico de la economía industrial, los resi-
dentes de Bronzeville de mediados del siglo xx podían contar con
el apoyo de sus parientes, sus amigos y su iglesia. La mayoría de
los habitantes de su barrio seguían siendo asalariados y una densa

19 Véanse Venkatesh (2000), para un relato contextualizado de las hichas de


los años noventa entre los inquilinos de Robert Taylor Homes, la administración
de los HIM de Chicago, las pandillas y las distintas autoridades administrativas
de
la ciudad, y Abu-Lughod el al. (1994) y Mele (1994), sobre las batallas
alrededor
de la gentrificación de los barrios populares en que reinvertía la burguesía de
Nueva York.

?0 Sobre este tema se puede releer el clásico análisis de Larissa Lommitz


(1977) sobre “el sistema de seguridad social de reemplazo” compuesto por amigos
y vecinos de los habitantes de los barrios carenciados de México, y la monogra-
fía de Carol Stack sobre las redes femeninas de ingreso en un gucto negro del
Midwest.
282 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

y sólida red de organizaciones de vecinos ayudaba a amortiguar el


golpe de las dificultades económicas. Por otra parte, las “empre-
sas sospechosas” (shady bussiness) de la economía callejera, cuyas
ramificaciones atravesaban toda la estructura de las clases negras,
los proveían de valiosos empleos de reparación (Drake y Cayton
[1945] 1993: 524-525). Por contraste, la mayoría de los habitantes
del South Side de los años noventa está privada de empleo; el cora-
zón del cinturón negro se ha vaciado de sus medios de subsistencia
colectiva; los puentes hacia el empleo asalariado externo han que-
dado cortados por la desproletarización de amplios sectores de la
población local: hermanas y hermanos, tíos y amigos(as) no están
en condiciones de ayudar a encontrar un trabajo cuando ellos mis-
mos sufren el desempleo crónico (Sullivan, 1989; Wilson, 1996).
En nuestros días, los individuos duraderamente excluidos de
un empleo remunerado en los barrios de relegación no no gozan
ya en su conjunto de un apoyo colectivo informal mientras Espe-
Tan un nuevo trabajo que, además, podría no llegar nunca. Para
sobrevivir, deben recurrir a estrategias s individuales c de “autoapro-
visionamiento”, de trabajo en negro, de comercio subterráneo,
de actividades criminales y de “deterioro” casi institucionalizado
(Gershuny, 1983; Pahl, 1987; Wacquant, 1992d; Engbersen, 1996),
que no contribuyen en nada a sacarlos de la precariedad pues “las
consecuencias distributivas del esquema de trabajo informal en
las sociedades industriales tienden a relorzar y no a reducir las
estructuras contemporáneas de desigualdad” (Pahl, 1989: 249).
En muchas ciudades, las características de la economí informal
también han cambiado. Está cada vez más autonomizada y sepa-
rada del sector oficial del empleo asala lo, cuando no está por
completo dominada por las actividades criminales (Barthélémy et
al., 1990; Leonard, 1998). Se sigue de esto que sus circuitos ofrecen
Cc ada vez-menos puntos de ingreso al mundo del trabajo “regular”
aunque los jóvenes que se involucran en la economía subterránea
tienen enormes posibilidades de quedar duraderamente margina-
dos (Bourgois, 1995). Si los barrios pobres de comienzos de la era
fordista eran “barrios bajos de la esperanza”, su descendencia de
la era del capitalismo desregulado se parece más a los “suburbios
de la desesperación” de la periferia urbana latinoamericana, para
retomar la expresión de Susan Eckstein (1990).

XA

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI 283

6. Fragmentación social y estallido simbólico


o la génesis inacabada del “precariado”

La marginalidad avanzada difiere además de las formas ante-


riores de pobreza urbana en que se desarrolla en un cont

descomposición de clase (Azémar, 1992; Dulley, 1994) más que “de


consolidación de clase, bajo la presión de una doble tendencia a la
precarización y a la desproletarización en lugar de la homogeneiza-
ción proletaria en las regiones inferiores del espacio social y urbano
(Kromauer ef al., 1993; Wilson, 1996). Aquellos que están sometidos
a su tropismo y atrapados en sus remolinos se encuentran por lo
tanto desconectados de las herramientas tradicionales de moviliza-
ción y de representación de los grupos constituidos y, correlativa-
mente, desprovistos de un lenguaje, de un repertorio de imágenes y
de signos ce compartidos a través del cual concebir un destino colecti-
vo e imaginar futuros alternativos (Stedman Jones, 1983).
Obreros industriales que envejecen y empleados de oficina de
lo bajo de la escala “obrerizados” o transformados en obsoletos por
la innovación tecnológica y la redistribución de las actividades pro-
ductivas; trabajadores precarios e interinos de los servicios; apren-
dices, pasantes y titulares de un contrato a término fijo; desem-

pleados y desempleadas sin derechos y que reciben la ayuda social

; mínima; subsidiados de larga data y sin techo crónicos; mendigos,

delincuentes e “ilegales” que viven de la economía del juego y de


las rapiñas callejeras; desechos humanos de los servicios sociales y
sanitarios, y clientes habituales del sistema de justicia penal; jóve-
nes desencantados de los sectores en decadencia de la clase obrera
autóctona que se enfrenta a la competencia inesperada de los des-
cendientes de las comunidades étnicamente estigmatizadas y de
los nuevos flujos de inmigrantes en los mercados de los empleos y
de los títulos educativos: ¿cómo forjarse la sensación de una situa-
ción 1 compartida y plantearse o objetivos € comunes de acción cu 1ando
la urgencia y la necesidad económicas se combinan según configu-
raciones fenoménicamente diferentes? ¿Cómo unificar categorías
que; si bien comparten momentánea o duraderamente posiciones
cercanas en la estructura del espacio social y urbano en un corte
sincrónico, siguen trayectorias distintas o muestran disposiciones
y orientaciones divergentes hacia el futuro? Y, ¿cómo, más allá
de las solidaridades por vecindad, establecer vínculos tangibles y
284 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

efectivos con la gama de asalariados sin calificación y desestabili-


zados por la desccialización del trabajo en todas las instancias de
la estructura socioprofesional? (Perrin, 2004)

La proliferación misma de etiquetas que se supone designan a


las poblaciones dispersas y dispares prisioneras del estado de mar-
ginación social y espacial —“nuevos pobres”, zonards, “excluidos”,
underclass, “jóvenes de los suburbios” y la trinidad de los “sin” (sin
trabajo, sin techo, sin documentos) — habla claramente de la des-
regulación simbólica en la cual se encuentran las franjas y las fisuras
de la estructura social y urbana.

La ausencia de un idioma común alrededor y por medio del


cual podrían unificarse acentúa la fragmentación objetiva de los
tradicional
de expresión y y de reivindicación del proletariado urbano, a saber,
nuales, se muestra poco apto para
lidiar con problemas que surgen fuera de la esfera convencional

del salario regulado, y sus tácticas defensivas a menudo no hacen

sino agravar los d.lemas a los que se enfrentan y las múltiples fisu-

ras que los separzn de los nuevos (sub)proletarios del margen?


Las nacientes erganizacion de los Sesprevisios de toda Especie,
techoya los indocumentados, y las asociaciones ques se mueven en
los múltiples fren'es de la “exclusión”, allí donde aparecen, resul-
lan demasiado frágiles y deben todavía ganar un reconocimiento

social en la escena política para poder esperar ejercer más que


una presión puntual e intermitente (Siméant, 1998; Demazicre
y Pignoni, 1999). En cuanto a los partidos de izquierda, a quie-
nes corresponde tradicionalmente la tarea de representar en la
escena política a las categorías desposeídas de capital económico
y cultural, están demasiado ocupados con sus luchas intestinas y
encerrados en lógicas de aparatos y golpes mediáticos —cuando
no se centran de manera franca en las clzses medias educadas,

*1 Es lo que ocurre cuando los sindicatos renuncian a los derechos colecti-


vos conquistados con duras luchas para evitar las deslocalizaciones y los
despidos
Masivos, o cuando aceptan la instauración de una escala de remuneraciones y de
protección social de cistintas categorías como medio de limitar la caída de sus
cifras (como sucede en los Estados Unidos en un importante número de sectores
como la industria automotriz, la telefonía y el transporte aérco).

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI 285

como el Partido Socialista francés— para, por un lado, compren-


der la naturaleza y el alcance de los sacudones que dan forma a
los barrios de relegación y, por el otro, crear y llevar a la práctica
las políticas públicas necesarias para detener la espiral de la mar-
ginación avanzada.”

La dificultad misma para nombrar los fragmentos, escorias y


esquirlas de la sociedad de mercado dualizada, que se amontonan
en las zonas desheredadas de la metrópolis, prueba el hecho de
que el precariado —si sc puede llamar así a las franjas precarias
del proletariado— 1 no ha accedido aún al estatuto de “clase objeto”
(Bourdieu, 1977: 4), “obligada a formar su subjetividad a partir de
su objetivación” por parte de los demás. Permanece en estado de
simple aglomeración compuesta, collectio personarium plurium inte-
grado por individuos y categorías heterogéneas entre sí y definidas
negativamente por la privación social, las carencias materiales y el
déficit simbólico. Sólo un inmenso trabajo estrictamente político
de agregación y y de representación (en el triple sentido cognitivo,
iconográfico y dramatúrgico) puede esperar hacer acceder a ese
conglomerado a la existencia y por lo tanto a la acción colectiva.
Pero este trabajo está afectado por una contr adicción insoslayable
e insoluble pues se genera en las tendencias fisíparas que le son
constitutivas: el precariado es una especie de grupo nacido muer-
to, cuya gestación es necesariamente inacabada pues no se puede
obrar para consolidarlo salvo ayudando a sus miembros a huir,
sea recuperando un anclaje en el salario estable, sea fugándose
fuera del mundo del trabajo (por medio de la redistribución y la
protección sociales). A la inversa del proletariado en la visión mar-
xista de la historia, que está llamado a abolirse en el largo plazo
por medio de su unificación y universalización, el precariado no
puede constituirse más que para deshacerse de inmediato. %3

*? Olivier Maschet (2003) ha mostrado, a partir de un estudio en profundi-


dad en un municipio comunista del suburbio parisino, que la marginación social
y espacial se acompaña de una marginación de los “militantes de cité” en el
campo
político local.

23 Para un conjunto de textos, documentos y llamados a la movilización


europea del “precariado” (término lanzado por la asociación Droits Devant,
véasc “Globalisation du précariat, mondialisation des 1 coRev, mayo

de 2005), remitimos al sitio multilingtie <http://republicart.net/ disc/


precariat/
286 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

Implicaciones para la sociología urbana

Aunque haya en curso de incubación una forma de margina-


lidad avanzada del “tercer tipo” en los barrios de relegación de
Jas ciudades posindustriales, que se parece a las formas estable-
cidas encarnadas por el cinturón negro histórico de los Estados
Unidos y por el cinturón rojo tradicional de Francia, de los que

surge para diferenciarse de ellos, se plantean dos desafíos, uno -

intelectual y otro político, que llaman a una revisión radical de los


modos tradicionales de análisis social y de acción pública relativos a
las desigualdades urbanas.

Para la investigación en ciencias sociales, cada uno de los


seis rasgos típicos ideales de la marginalidad avanzada especifi-
cados más arriba ofrece un tema de estudio empírico.** ¿Bajo
qué dimensiones ha cambiado la textura de la relación salarial y
cuáles son los efectos, que derivan, a corto y largo plazo, de esos
cambios sobre las estrategias de vida de las diversas categorías de
asalariados o candidatos al salario presos en la zona inferior de
la estructura espacial (Castel, 1995; Shulman, 2003)? ¿Qué pro-
cesos vinculan la erosión de la figura del “trabajador colectivo” a
la diversificación interna de las categorías desprovistas de títulos
y calificaciones y a la distribución de la obsolescencia socioeco-
nómica a través de los grupos y las zonas urbanas (Cross, 1992;
Uwe, 2003)? ¿Cómo remodelan concretamente las tendencias
macroeconómicas del empleo, la flexibilidad y la productividad
del trabajo, de los salarios y de las prestaciones sociales, los merca-
dos laborales a los que se enfrentan los habitantes de los barrios
carenciados (McDonald, 1997; Roulleau-Berger y Gautier, 2001;
Munger, 2002)? ¿Está comprobado que el crecimiento económico
no tiene hoy una menor repercusión en los territorios de relega-
ción y que las mejoras del mercado laboral, cuando se producen,
no “reproletarizan” duraderamente a sus habitantes (Osterman,

index.htm>. Para un análisis del aumento de la inestabilidad del trabajo y de


las
nuevas formas de movilización que suscita cn los márgenes del salario regulado,
vease Perrin (2004).

1 Las referencaas selectivas que siguen se han insertado para señalar los tra-
bajos existentes que proveen modelos, materiales o pistas posibles para un
análisis
más detenido o incluso indicaciones para la comparación y la crítica.

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DFI, SIGLO XXI 287

1991; Engbersen et al., 1993)? ¿Es la estigmatización territorial


una modalidad más sutil y disimulada de la discriminación étnica,
o bien se puede apelar a datos que demuestren que ejerce sus
efectos reales —y nocivos — de manera independiente y más allá
de las distinciones etnorraciales y etnonacionales dentro de un
mismo grupo (Auyero, 1999; Tilly et al., 2001)? ¿Es la pérdida de
un sentido vivido y compartido del “lugar” dentro de los territo-
rios de deportación urbana un artefacto de observación distante
y de la mirada nostálgica de los informantes, o es una realidad
profundamente experimentada y, en este caso, en qué difiere de
la experiencia del desarraigo característico de fases anteriores de
la formación y la transformación de la clase obrera (Thrift y Willia-
ms, 1987; Sayad y Dupuy, 1995)? ¿Qué lenguajes toman en présta-
mo e inventan los nuevos (sub) proletarios de la ciudad polarizada
para otorgar sentido a su situación y (re)articular una identidad
colectiva, un idioma que los acerque a la clase obrera de antaño
de donde provienen, que les haga enfrentar al Estado como otros
rebeldes callejeros, o incluso que los incite a ponerse unos frente
a otros, es decir, contra sí mismos (Bourdieu et al., 1993; Young,
2004)? ¿Cuál es cl impacto de las estructuras estatales, las políticas
públicas y las ideologías hegemónicas dentro de la clase dominante
sobre las transformaciones sociales, espaciales y simbólicas cuyo
precipitado son los barrios de relegación?

Una de las principales tareas de los estudios en curso y a rea-


lizar sobre la marginalidad avanzada es establecer que cada una
de estas seis propiedades se especifica en diferentes países y/o
diversos tipos de contextos urbanos, en función de la historia y
política de la cual la ciudad y sus divisiones son el escenario y el
producto.” Subrayemos que estas cuestiones tienen una pertinen-
cia inmediata en términos de políticas públicas, en tanto resulta
difícil luchar contra tal o cual manifestación concreta de la nueva
marginalidad sin, en principio, elaborar empíricamente sus ras-
gos distintivos y sin elucidar analíticamente el modo en que esos

% Es lo que hace Janet Perlman en un libro de próxima aparición sobre la


transformación de las favelas de Río de Janeiro entre 1969 y 2005, titulado
Margt-
nality: From Myth to Reality, que revisita treinta años después su clásico, 7he
Myth of
Marginality (Perlman, 1976).
288 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

rasgos pueden facilitar o contrarrestar la aplicación de soluciones


convencionales al punto de hacerlas inoperantes, es decir, contra-
producentes (Engbersen, 2001). A este respecto, será importante
prestar una particular atención a los discursos y categorías elabo-
radas por los profesionales de la representación del mundo social
—políticos, periodistas, grandes funcionarios del Estado, expertos
de los sectores público y privado, líderes civiles y religiosos, inves-
tigadores, militantes, etc.— y a los efectos de realidad que ejercen
(Bourdieu, 1982) en la medida en que logran imponer su visión
de la ciudad y definir con autoridad los “problemas” que se acu-
mulan en los barrios desheredados como surgidos de unos u otros
registros: económico (desocupación, precariedad, pobreza), social
(desigualdad, desafiliación, exclusión), étnico (discriminación,
segregación), cultural (individualismo y “multiculturalismo”),
moral (responsabilidad individual y ética del trabajo), espacial
(degradación y ubicación de la vivienda), criminal (delincuencia
y violencia), o estrictamente político (responsabilidad estatal, soli-
daridad, ciudadanía) .*S

Para los sociólogos que pretenden (re) construir una teoría glo-
bal de las sociedades contemporáneas, los dualismos urbanos de
este cambio de siglo constituyen una prueba crucial y plantean con
urgencia la cuestión de la adecuación de los marcos conceptuales y
de los enfoques analíticos heredados de una era de la organización
capitalista hoy transformada. ¿Se deben considerar las categorías
amalgamadas bajo los términos imprecisos de “excluidos” en Fran-
cia y de underclass en los Estados Unidos —cuyos referentes empí-
ricos son a la vez inestables e incoherentes — como si todavía for-
maran parte de una “clase obrera” o popular aun cuando esta clase

2 Es particularmente importante reconstruir las teorías nativas que las altas


jerarquías del Estado y las elites de la ciudad desarrollan para describir,
explicar
y manejar la relegación y las de aquellos que soportan su peso (Bourdieu et al,
1993: 219-247, 261-269, 927-939). Los estudios recientes sobre la marginalidad
producidos por las dos corrientes dominantes del empirismo cuantitativo y la
etnografía urbana no son de mucha utilidad a este respecto pues se concentran
casi en exclusiva sobre los pobres.

?7 Estas nociones semiacadémicas son lo que Kenneth Burke llama “pantallas


terminológicas” (tenmministic screens): ocultan más de lo que revelan y
constituyen
un obstáculo suplementario a la comprensión adecuada de la reconfiguración de
la marginalidad en la ciudad postordista.

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE, DEL, SIGLO XXI 289

está en plena agonía y en vías de desaparición bajo la Jorma histórica


particular en que la hemos considerado durante el siglo pasado
(Mann, 1996)? ¿Se sitúan al margen del (sub) proletariado de los
servicios dentro de una clase completamente nueva? ¿O acaso los
habitantes de los barrios de relegación se encuentran francamen-
te “fuera” de la estructura de clases, como caídos en una zona de
liminalidad social dentro de la cual opera un tropismo específico
que los aislaría de las categorías vecinas (Wilson, 1987)? Los terri-
torios estigmatizados de rechazo urbano ofrecen aquí un espacio
propicio para reformular “por abajo” el debate que mantienen
los partidarios de la recomposición de la estructura de clases con
quienes sostienen la “muerte de las clases” (Marshall, 1997; Wrig-
ht, 1997; Pakulski y Waters, 1996).

Al no poder entrar de lleno en este debate, señalemos que


la comparación entre la marginalidad urbana en el gueto negro
norteamericano y la de las banlieues obreras francesas propuesta
en este libro sugiere la necesidad de revisar —pero no de archi-
var— el análisis en términos de clases para poder tomar mejor en
cuenta las relaciones mutuamente estructurantes entre la clase,
el espacio y ese principio rival de visión y división que es la etnia
(negada o no como “raza”).

Del mismo modo, ¿no se ha considerado a las categorías de


“raza”, de “minoría” étnica y de “inmigrantes” que juegan un papel
determinante en la génesis social y en el tratamiento político de
los barrios de relegación como problemáticas, o sea, obsoletas en
su conformación habitual, por el hecho de que sus contenidos empi-
ricos se han vuelto fuertemente diferenciados, inestables y disper-
sos en el plano interno y porque se refieren a sistemas de clasi-
ficación, a trayectorias sociales y experiencias diferentes dentro
de una misma sociedad (Koser y Lutz, 1999; Rumbaut et Portes,
2001), así como entre las sociedades y las épocas? Para evitar que
el lector confunda estos planteos con un llamado “posmoderno”
a rechazar los instrumentos indispensables de una ciencia “con-
creta de la realidad empírica” (Weber) y con ello a descartar las
armas intelectuales menos imperfectas de que disponemos para
comprender y eventualmente cambiar el mundo, precisemos que
reconocer que los conceptos de raza y de clase deben ser repensa-
dos y modificados, e incluso revisados a fondo a fin de aumentar
su eficacia retórica no implica decir:
290 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

i) que carecen de valor;

1) que las divisiones objetivas de clase y los cismas etnorracia-


les se han evaporado de repente, o

1li) que no existen salvo bajo la forma de concreciones “dis-


cursivas”, locales y fugaces, infinitamente maleables y en
cambio perpetuo, como lo pretenderían ciertos enfoques
radicalmente constructivistas (0 deconstructivistas) .

En fin, si la ciudadanía (nacional, subnacional o posnacional)


Es, Con el mismo derecho que la clase, la pertenencia étnica (racia-
lizada o no) o el sexo, un eje central de la “clausura excluyente”
y del acceso a los bienes y servicios distribuidos en nombre de la
colectividad en los márgenes de la ciudad, entonces es urgente
desarrollar una teoría sociológica afinada sobre esta institución
central de la modernidad capitalista aunque todavía marginal en
el estudio de las trans iones urbanas, pese a la explosión de
los citizenship studies durante la década pasada (pero véase Holston,
1999). Los modelos del nuevo orden socioespacial de la metró-
polis polarizada ganaron al apoyarse en las investigaciones que
han procedido a revisar el modelo heredado de T. H. Marshall
por ser demasiado evolucionista, optimista y consensual, y a tomar
en cuenta las múltiples fracturas de la ciudadanía, su creciente
desconexión de lo nacional y su “pluralización” a través y dentro
del espacio urbano 2* En compensación, repensar los mecanismos
que vinculan la pertenencia a un grupo con la marginalidad preci-
sará examinar de cerca cuáles son las “instituciones de mediación”
(Lamphere, 1992) que falta inventar para “resolidarizar” la ciudad
y configurar, por medio de las instituciones públicas, la integra-
ción social que resultaba antes de la incorporación a una clase
o a una comunidad etnorracial compacta. Todo esto sugiere la
urgente necesidad de superar el rudimentario paradigma centra-
do en la pareja “Estado /merc ado” que sostiene implícitamente lo
esencial de la reflex tual en las ciencias sociales y las políticas

*S Entre los trabajos que participan del notable florecimiento de los citi-
2enship studies orientados hacia el frente de las desigualdades urbanas, citemos
Bonamama (1992), Morris (1994), Soysal (1994), Roche y Van Berkel (1997) y
Crouch el al. (2001).

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI 291

públicas, sin por eso caer en el marasmo conceptual de la “socie-


dad civil” (esa noción informe que demasiado a menudo detiene
el análisis allí mismo donde debería iniciarse).

Hacia una revolución de las políticas públicas

A nivel político, la aparición y la amplitud de la marginalidad


avanzada plantean innegables problemas y reclaman un cuestio-
namiento radical de los modos tradicionales de acción estatal.
No podemos ilusionarnos pensando que con hacer volver a los
citadinos desposeídos al mercado laboral se va reducir de modo
duradero la pobreza en las ciudades, como lo indica claramente
el aumento ininterrumpido de los rangos de los working poor en
los Estados Unidos y su aparición en Europa occidental, mientras
que el empleo total alcanza niveles récord e incluye una oferta
creciente de puestos no calificados, pues la relación salarial se
ha convertido ella misma en vector de inseguridad económica y
de inestabilidad social. Frente a la expansión del asalariado deso-
cializado y su establecimiento en los barrios de relegación, los
enfoques keynesianos o “socialdemócratas” de intervención estatal
están condenados a trabarse, decepcionar y por fin perder toda
credibilidad.*9

Aunque sea verdad que los vínculos funcionales entre creci-


miento y empleo y entre empleo y estrategias de subsistencia de
individuos y familias por medio del “ingreso familiar” están fuer-
temente distendidos, es decir rotos, las políticas sociales destina-
das a combatir la marginalidad avanzada deberán, para llegar a
soluciones eficaces, ir “más allá del empleo” asalariado y desplegarse
fuera del paradigma del mercado que lo sostiene (Offe y Heinz, 1992).
A causa de las presiones cada vez más intensas inducidas por la

?% No nos detendremos aquí en las políticas conservadoras del tipo “dejar


hacer y dejar pasar” pues difícilmente puede pensarse que son un remedio para
las causas de la marginalidad avanzada. El análisis comparativo muestra que
estas
políticas han producido en todas partes mayor pobreza e inestabilidad (Esping-
Andersen y Regini, 2000). No es institucionalizando la precariedad por medio
de dispositivos del tipo “Contrato de primer trabajo” que se puede esperar redu-
cirla.
292 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

interdependencia regional y mundial, la reactivación económica


se sitúa hoy fuera del alcance de un solo país y los programas
de creación de empleo son claramente insuficientes para hacer
más que disminuir el desempleo estructural y disfrazado (como lo
enseña la experiencia francesa de finales de las décadas de 1980
y 1990). La vía del desarrollo abundante de empleos precarios en
los servicios seguida por los Estados Unidos promete únicamente
difundir la pobreza y generalizar la inseguridad (Freeman, 1993;
Osterman, 1999), del mismo modo que lo hace la solución que
consiste en flexibilizar de cualquier modo el trabajo preconizada
por los empleadores en todo el mundo por razones evidentes. No
parece quedar más que una única solución viable: a corto plazo,
restablecer y/o ampliar los servicios del Estado de manera que
garanticen una distribución equitativa de los bienes públicos en
todas las zonas urbanas y atenúen de inmediato las dificultades
generadas por la desinversión social causada por el retiro parcial
(en la Europa continental) o completo (en los Estados Unidos) de
las instituciones públicas en los territorios de relegación a lo largo
de las dos últimas décadas del siglo xx. A mediano y largo plazo,
relajar el imperativo de participación en el trabajo asalariado y
ampliar la redistribución social de manera que se consiga

i) reducir la oferta de trabajo, y

ii) reestabilizar y reestructurar el sistema de las estrategias de


reproducción y de movilidad de los hogares bloqueados
en lo bajo de la estructura dualizada de las clases y los
lugares.

Ya llegó el tiempo de abandonar la insostenible hipótesis


según la cual la mayoría de los adultos de las sociedades avanzadas
puede o podrá satisfacer sus necesidades esenciales gracias a un
empleo formal (0 por el empleo de los miembros de su familia en
el sector mercantil). Es decir que las políticas públicas destinadas
a revertir la marginalidad avanzada deben trabajar para facilitar
y organizar la desconexión entre subsistencia y trabajo, ingreso y
empleo remunerado, participación social y participación en el
salario, que ya está funcionando de hecho de una manera ciega,
parcial y selectiva:

LA MARGINALIDAD URBANA EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI 293

Si el mercado de trabajo no puede garantizar la seguridad


del ingreso, como se lo había supuesto en la fundación del
consenso social de la posguerra, entonces, para permitir que
el “mercado laboral” funcione con eficacia, las políticas socia-
les deberían separar la seguridad del ingreso del acceso al mercado
laboral (Standing, 1993: 57).

Este objetivo puede alcanzarse pronto si se instituye un ingreso


mínimo garantizado o un “subsidio universal” del ciudadano, es
decir, otorgando a todos los miembros de una sociedad dada sobre
una base individual, sin condiciones de recursos ni exigencias en
materia de trabajo, los medios adecuados para subsistir y partici-
par de la vida social. Las sociedades capitalistas más ricas de este
cambio de siglo disponen de los medios para hacerlo, no falta sino
que desarrollen la voluntad política y la inteligencia colectiva para
concretarlos.*

Ya sea que se incorpore de manera progresiva por medio de


la extensión gradual de los programas de subsidios existentes y de
los mínimos sociales, o a través de la creación completa y ex nihilo
de un nuevo conjunto de medidas protectoras y redistributivas,
la institución de un “ingreso del ciudadano” es una tarea funda-
mental que exige una revisión completa de nuestras concepciones
tradicionales del trabajo, el dinero, el tiempo, la utilidad, el bien
colectivo y la justicia social. Philippe van Parijs (1992: 7) ve allí con
razón “una reforma profunda de la misma importancia que la abo-
lición de la esclavitud o la incorporación del sufragio universal”.
Por lo tanto, por más inconveniente, costosa o irreal que pueda
parecernos esta medida hoy, hay algo cierto: si la marginalidad
aguda y persistente del tipo de la que ha golpeado a las ciudades
estadounidenses y europeas durante las dos décadas pasadas sigue
en aumento, las estrategias del “gobierno de la miseria” (Procacci,

30 La excelente recopilación de ensayos reunidos por Van Parijs (1995) pre-


senta los argumentos a favor (y en contra) del ingreso de existencia en función
de los criterios de libertad, igualdad, eficacia económica y creación de
vínculos
sociales. Véanse también Brittan y Webb (1990), Fitzpatrick (1997) y Van Parijs
(2001), así como las investigaciones y análisis de experiencias políticas acumu-
ladas por la red BIEN (Basic Income European Network, on line en <www.etes.
ucl.ac.be/BIEN>) en Europa y la red BIG (Basic Income Guarantee, <www.usbig.
net>) en los Estados Unidos.
294 LOS CONDENADOS DE LA CIUDAD

1993) deberán reorganizarse según esquemas draconianos que no


podemos prever hoy.

Antes de la Revolución Francesa, la idea misma de reempla-


zar a la monarquía era totalmente impensable: en efecto, ¿cómo
podría un pueblo-niño vivir y prosperar sin la tutela de su paternal
rey-protector (Hunt, 1992)? Y sin embargo, sobrevino 1789 y lo
hizo como un tornado. La institucionalización del derecho del
ciudadano a la subsistencia y al bienestar fuera del yugo del mer-
cado podría muy bien ser la Bastilla del nuevo milenio.

9. Las lógicas de la polarización urbana


por abajo

Todos los fenómenos sociales son, en cierta medida, obra de la voluntad


colectiva, y quien dice voluntad humana dice elección entre diferen-
tes opciones posibles. |...] El dominio de lo social es el dominio de la
modalidad.

MARCEL Mauss, “Les civilisations. Elements et formes” (1929).

A manera de conclusión, este capítulo profundiza el análisis de


las modalidades del surgimiento y la expansión de nuevas formas
de desigualdad y marginalidad urbanas en las sociedades avanza-
das del Occidente capitalista a finales del siglo XX. Estas formas
alimentan lo que puede describirse de manera sintética como un
proceso de polarización por e abajo”, que multiplica las posiciones
sociales inestables y mantiene a las poblaciones vulnerables a una
distancia creciente de las instancias intermedias y superiores de la
estructura de clases y lugares. En el otro extremo del espacio social
y físico se opera un proceso complementario de polanzación “por
arriba” que tiende a concentrar y unificar (tanto dentro de una ciu-
dad y de un país como a través de sus fronteras) los poderes deten-
tados por los propietarios y administradores de las grandes firmas,
los profesionales del derecho y la cultura, las altas jerarquías del
Estado y los funcionarios y expertos de los organismos interna-
cionales que componen la nueva clase dominante trasnacional
(Sklair, 2001; Dezalay y Garth, 2002; Bourdieu, 1989). Aunque
analíticamente distintos, estos dos procesos están estrechamente
ligados en lo empírico, y se combinan para redefinir la estructura
social y espacial de las ciudades, a la que se abordará aquí por su
polo inferior.! El argumento se desarrolla en dos etapas.

! Un análisis más extenso que no es posible desarrollar aquí lograría distinguir


tres modalidades de polarización urbana: 1) la ampliación de la separación
objetiva
entre posiciones diametralmente opuestas, medida por la distancia social y espa-
cial que las separa (arquitectura); 2) el aumento de la desigualdad en el acceso
a las

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