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las creaciones más potentes y sutiles de la cultura de masas, sobre todo las que
provienen del rock. Se verá de qué manera éstas contribuyen al desarrollo de la
conciencia (al proceso de Bildung) del protagonista, cómo evocan la formación
estética que es el tema de las Cartas sobre la educación estética del hombre (1794) de
Friedrich Schiller, otra figura importante en la historia del concepto de Bildung.
Por otra parte, será una exploración de los temas y fantasmas de la historia reciente
de Argentina, que determinan su realidad. La novela de Enríquez se puede leer
como una crítica de la precariedad ocasionada por el capitalismo especulativo.
Asimismo, la obra cifra en su trama hechos que guardan correlación con la de-
scripción de los crímenes cometidos por la dictadura autodenominada Proceso de
Reorganización Nacional. En resumen, el análisis mostrará cómo el protagonista,
Matías Kovac, madura y de qué manera los objetos culturales (letras, música,
semiótica corporal) no sólo aportan a su evolución, sino también cómo, incluso
en el capitalismo que se despide del siglo XX para prolongarse en el XXI, la “ten-
sión interna inherente” a estos objetos, de acuerdo con las ideas de Benjamin y
Adorno (Schérer 150), forma un lazo comunicativo capaz de transformar al sujeto
que entra en contacto con ellos. Es el tipo de interacción que el capitalismo global,
como el sádico, cancela, pues, para tomar prestadas estas palabras de Lacan, “trata
de despojar a un sujeto – ¿de qué? De lo que lo constituye en su fidelidad, a saber,
su palabra” (De un Otro al otro 234).
Lo que prevalece en la modernidad capitalista no es el ideal de libertad, frater-
nidad e igualdad, ni mucho menos constituye una existencia que alimenta la pul-
sión hacia la plenitud cualitativa, sino más bien fomenta sistemas que tienden
a fortalecer el capital, dondequiera que se ubique. Si “el capitalismo está en la
encrucijada de todo tipo de formaciones” (Deleuze y Guattari 24), esto es, si tiene
la capacidad de filtrarse en todos los aspectos de la vida social, ¿desde dónde puede
proponerse una alternativa? Por su maleabilidad, por creer que se puede descubrir
la verdad desconocida (Benjamin, “ ‘Experiencia’ ” 95), las coordenadas apuntan
a la juventud.
En Utopías juveniles (2000), Hugo E. Biagini simpatiza con la idea de que los
jóvenes sean “los principales portadores de utopía” (17). Sin embargo, observa que
en los últimos tiempos los jóvenes “parecen sumidos en una pasividad absoluta,
como si hubieran perdido no sólo su fe en la política sino hasta el mismo interés
general por las cosas” (21–22). Sentencia Biagini que “la actual generación …
ha venido incluso a desmentir uno de los caracteres consustanciales de la juven-
tud: su proclividad hacia la insurgencia” (22). Obviamente, este pensador tiene
en mente a los jóvenes de fines del siglo XX. Así y todo, sin subestimar la mo-
vilización política de los jóvenes en los últimos años, la juventud sigue estando
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de los hippies y a fines de la década del 70, cuando estalla el iconoclasta y anticon-
vencional movimiento punk. En Cómo desaparecer completamente se entreverán
tanto la posibilidad de poder vivir desde otro horizonte o mundo de la vida como
los sedimentos existenciales que albergan las creaciones estéticas que contempla el
protagonista de la obra.
Si bien la novela de Enríquez está estructurada como un Bildungsroman clási-
co, los objetos culturales que aparecen en la novela definen al protagonista de
tal manera que se podría considerar esta obra estrictamente como una novela de
educación estética. Cabe destacar que la formación de Matías Kovac, a través de
los objetos estéticos con que se encuentra, se adecúa a la manera en que Schiller
la concibe en sus Cartas. Escribe el literato y filósofo que “el arte es hijo de la
libertad” (117), afirmación que se ajusta a la situación en que se halla el protag-
onista, una en que el mismo aprende a independizarse de un entorno difícil. En
un mundo en que las leyes y las instituciones se respetan por condicionamiento o
por miedo a las consecuencias, el arte, según Schiller, sirve para devolverles el sen-
tido y para equilibrar las dos naturalezas del ser humano, la analítica y la sensible.
He aquí nuevamente el debate que surgió en Alemania a fines del siglo XVIII de
cómo llevar a cabo la educación (Bildung) del ser humano. Sostiene Schiller que
“el hombre ha despertado de su larga indolencia y del engaño en que se complacía,
y exige insistentemente la restitución de sus derechos inalienables” (137). En otras
palabras, el mundo moderno, por cultivar demasiado la razón y por crear un esta-
do caracterizado por su racionalidad, ha desarrollado, contrariamente a lo que se
esperaba, el avasallamiento en vez de la emancipación. Aun cuando el entorno de
Matías –las periferias de Buenos Aires– es caótico, así y todo, existe un orden, una
disciplina, un estado racional (y capitalista), que cumple sus funciones.
Ahora bien, a pesar de la proliferación de los objetos de consumo que hace
circular la sociedad occidental en su fase estereotípicamente posmoderna –la déca-
da de 1990 e inicios del siglo XXI– que ofrecen ocasión de construir “voluntaria-
mente” una identidad que sin embargo responde a las exigencias del ethos realista,
los objetos “posmodernos” que se aglomeran en torno al héroe se destacan en su
“negatividad” por la manera en que irradian un mundo, un momento o un men-
saje y por el modo en que se consumen. En el mundo que habita el protagonista
de la novela, éste está rodeado de personajes que consumen varios “subgéneros” de
música masiva, ya sea desde el rock, la cumbia o la música electrónica. El que está
detrás de lo que “consume” Matías y la forma en que lo hace, pese a su ausencia
permanente, es Cristian, su hermano mayor, el cual presuntamente se fue a vivir
a Barcelona. Aunque en buena parte sea desde la lectura de los cuadernos de su
hermano o indirectamente a través del mismo anterior a su partida, el personaje
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Matías se acordaba que, cuando era chico, el barrio era distinto. Estaban las casas
bajas, donde él vivía, y cruzando la avenida, los monoblocks. Detrás de los edi-
ficios, había solamente terrenos baldíos … Pero desde hacía unos cuantos años
mucha gente se estaba mudando a los terrenos y se había formado una villa. Por
ejemplo, antes, se daba cuenta, nadie pensaba que su barrio era peligroso. Era
medio grasa y pobre, pero nada más. Ahora todos le decían que era peligroso,
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… Buenos Aires avanzó sobre esos enclaves inestables y se volvió ciudad sólida
(eso fue el progreso y la modernización). Sin embargo, a partir de la década de
1930, otros enclaves construidos con materiales efímeros, pero cuya forma de
habitar se prolonga hasta hoy, convierten lo pasajero en permanente: son las vil-
las miseria dentro de la ciudad, en sus límites administrativos y expandiéndose a
medida que crece el Gran Buenos Aires. (La ciudad vista 59)
[p]ero todo se acabó cuando una noche Samuel no quiso fiarles vino a unos tipos
que se calentaron y lo mataron a tiros. Rafael se enojó y se puso triste y dijo que
al final eran de verdad unos negros de mierda. … Dijo que Samuel se lo había
buscado, porque no podía pretender que le pagaran esos chabones que estaban
hechos mierda, no tenían laburo, venían de pedir todo el día en el Centro, venían
re puestos de pasta y vino de cuarta, había que entenderlos porque estaban como
locos. Pero a él, decía Rafael, no le daba más la cabeza. Que se hiciera cargo otro
con más pelotas o con más amor al prójimo. No podía arreglar las cosas. Que se
fueran a la mierda. Hablaban siempre de eso con Cristian. Que estaba todo bien
con los de la villa, pero no se podía hacer nada. De última, ellos también estaban
hechos mierda. Ahí habían empezado a hablar de irse. Pero recién decidieron que
no quedaba otra cuando lo mataron al Tigre. Cristian lo había logrado. Rafael
estaba juntando plata desde hacía un tiempo, y se iba a ir pronto. Allá Cristian
había conseguido trabajo enseguida y le decía a Rafael que se comprara el pasaje,
que había trabajo para él también, de lo que quisiera, y bien pagado. Que la
ciudad era hermosa y estaba llena de argentinos … (Enríquez 22)
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Matías miró al chico Mansell que cantaba una canción de amor en el video. Era
rubio como él. Pero ese chico que brillaba … no era rubio como Matías. Tenía el
pelo color arena, no amarillo. Un marrón claro falso. Mucho más lindo que el de
Matías. Más lacio. Podía verse que era suave. No como el de Matías. Los ojos no
le brillaban tanto, y mucho menos con ese brillo nervioso y húmedo de Matías.
Ni eran azul chillón: eran verde mar, casi gris. (46–47)
de la vida posmoderna 43). Estos objetos “deben ser nuev[o]s, deben tener el estilo
de la moda, deben captar los cambios más insignificantes del aire de los tiempos”
(43). Pero en los márgenes de la cultura masiva, como demuestra el mundo de la
novela, existen y emergen formas subculturales (hoy día la cultura de masas vende
tanto la diferencia y la individualidad que lo subcultural ha perdido su relevancia
y sentido), que no sólo desmontan las imágenes de juventud proyectadas por la
industria cultural, sino que también replantean tanto lo que significa ser joven
como lo social. En pocas palabras, están más en sintonía con la idea de juventud
como categoría de ruptura y como vía hacia la (re)constitución cualitativa de la
vida social.
La interacción que llega a tener Matías con el rock, al asumir el deseo de
reunirse con su hermano y al llevar consigo los cuadernos de éste –los cuales
constituyen un arsenal de referencias de subcultura–, cobrará sentido o, mejor
dicho, revelará la autonomía estética de esta cultura musical a medida que lo
va dirigiendo tanto a nuevas ideas y descubrimientos como por nuevos rumbos.
Cabe enfatizar que Matías pertenece a una generación que aún puede sintonizar
con la fuerza antagónica juvenil del rock, pues en la década de 1990, como se ha
documentado con el fenómeno del rock chabón, en los barrios pobres este género
no “ha dejado de ser [completamente] un programa para convertirse [sólo] en un
estilo” (Escenas de la vida posmoderna 36–37). El rock predominante en el barrio
de Matías es el
de los que han visto heridas gravemente sus perspectivas de integración social
en virtud de un proceso socioeconómico que, al mismo tiempo que liquida el
empleo, rebaja la figura culturalmente consagrada del trabajador, santifica exi-
gencias de consumo que frustran más que satisfacen. Por otro lado, es el rock
de los que al mismo tiempo responden y en esa respuesta afirman y transforman
núcleos positivos de la cultura popular. [S]on el producto de la creatividad con
que todos los seres humanos concretan su capacidad de dar sentido … (Semán
y Vila 225–226)
Eso le gustó. Pero no entendió lo que decía después: “Y los animales que atrapé/
se convirtieron en mis mascotas/ Vivo de pasto/ y de las gotas que caen del
techo/ pero está bien comer pescado/ porque no tienen sentimientos”. Siempre
era igual: cuando le parecía que el cuaderno le estaba diciendo algo, al final lo
confundía. (62)
hacía mucho que [Matías] no tomaba el colectivo. Era más caro que el tren, y
tampoco tomaba el tren muy seguido, porque desde que había dejado la escuela,
no tenía mucho que ir a hacer a Capital. Salvo visitar a Marcela, su única amiga,
la única compañera de la secundaria con la que todavía se veía, aunque ella había
dejado un año antes que él, o más bien la habían echado por fumar un porro en
el patio … (Enríquez 63)
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… Ser raro en la escuela estaba bien, todos se hacían los raros, pero Marcela
exageraba. Era muy puta, por empezar, y no era linda. Y le interesaban cosas
raras, era amiga de travestis que a la mañana la acompañaban hasta la puerta de la
escuela; llegaba totalmente drogada, y a veces se dormía o se desmayaba en clase
… Siempre aparecía con toda la cara maquillada de blanco y por eso sus dientes
parecían más amarillos de lo que eran … Parecía una gueisha gorda y alucinada.
Usaba polleras de cuero negro cortas, con medias de red, y exhibía su celulitis
como un trofeo. Y era realmente alta, casi un metro ochenta … (64)
Marcela tiene un estilo que se podría calificar de rock gótico o metal, lo cual coin-
cide, estéticamente, con el hecho de que se identifica a sí misma como “satanista”
(Enríquez 65). En cuanto a esto último, relata el narrador que
a Matías le parecía una estupidez, pero lo que le contaba era divertido, los rit-
uales que hacía, y cómo se enojaba cuando explicaba que el satanismo no tenía
nada que ver con el mal ni con matar bebés sino con ser rebelde y uno mismo.
Había empezado a visitarla cuando los abuelos no estaban, después de la escuela,
y se metían en la pieza a hablar y hablar y a escuchar discos … (65)
exótico) insostenible (3). Esta insostenibilidad se hace más evidente y hasta trans-
parente en subgéneros posteriores al rock hippie. El cantante de la banda Alice
Cooper cuestionó la superficialidad e hipocresía respecto de la política sexual que
conservaban los hippies –una heteronormatividad rígida– a través de su look y el
del resto de su grupo, que “constituyó un enfrentamiento discordante entre los
códigos de género masculino y femenino” sin ser, a pesar de ello, “una búsqueda
de una tercera identidad de género trascendente” (Auslander 32).12 De todos mo-
dos, puede plantearse que este momento de la historia del rock –principios de la
década de 1970– marca la inserción de éste en el Zeitgeist intelectual que partía de
la idea, y las posibilidades que entrañaba, de que “[e]l lazo que une el significante
al significado es arbitrario” (Saussure 93). Esto queda claro en los juegos identi-
tarios que realiza David Bowie a partir de 1971 con Ziggy Stardust, “su personaje
andrógino, polisexual y extraterrestre” (Auslander 41).13 Desde la visión de Kelley,
lo que importa es que Bowie, a través de su personaje, puso en cuestión los signos
establecidos que de antemano identificaban a base de un binarismo simplista al
hombre y a la mujer y lo que había detrás o no de la imagen en cuanto signifi-
cante. Pero, como afirma Philip Auslander, aunque su travestismo y sus “alusiones
a una sexualidad queer … sin duda fueron percibidas como provocadoras y cau-
saron cierto furor”,14 “ese furor aparentemente no difirió mucho de la forma de
los típicos conflictos generacionales que rodean la música juvenil y los estilos que
la acompañan” (48).15 Tal vez Ziggy Stardust no incomodó como hubiera debido,
pero sí dio pie a la radicalización del signo (prácticas de significación deliberadas,
agresivas, paródicas, juguetonas), lo cual queda claro en movimientos como el
punk y la movida española. Más concretamente, “la visualización obscena de la
imagen corporal como artificio” que los punks aprendieron del “rock glam” de
David Bowie y otros (Méndez Rubio 174), con su influencia camp, sí represen-
taría un peligro para la sociedad inglesa aun cuando las provocaciones de éstos
se originaran esencialmente en el signo y la imagen. De modo que las prácticas
de significación o de resignificación, ya sea de una travesti o de una “satanista”
como Marcela, implican que en el espacio representado de la marcha el signo y la
imagen tienen una capacidad subversiva y de uso contestatario. En el caso de las
travestis, tienen asimismo el potencial de generar una crisis respecto de la identi-
ficación sexual, que es lo que precisamente le pasa al héroe durante la marcha: “a
Matías le dieron ganas de bailar. Nunca había tenido ganas de bailar antes, nunca.
Pero no iba a bailar. Porque era una vergüenza que se sintiera bien, que estuviera
cómodo entre locos y putos y travestis” (Enríquez 76).
Como ya se comentó, la marcha es un punto de inflexión en el desarrollo
del protagonista. Durante ésta, Marcela lo deja solo y no le queda otra opción a
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… Galo estaba en todas partes. Corriendo como Heidi entre la gente, robándole
una boa de plumas a una travestí inmensa, con pelo en el pecho, entre las tetas
falsas. Tirándose a los pies de los policías para lamerles las botas y reírse de ellos,
que no podían patearlo, porque algunos periodistas le sacaban fotos, acostado
en la calle entre las motos de la policía. Y después volvía a correr y treparse a la
combi y alentar y cantar a gritos. (76)
Cabe destacar la presencia de los policías, pues en esta novela habría que enten-
derlos como figuras espectrales del poder, huellas de la no tan lejana dictadura
militar, listas para volver a cometer los mismos actos de violencia que la carac-
terizaron.
Después de la marcha Gonzalo y Matías acompañan a Galo a su casa, la cual
comparte con una “chica” cuyo nombre es Nada (Enríquez 78). Como en una
novela picaresca, Matías en su trayectoria, por más que sea breve, pasa de estar
bajo los auspicios de uno (Marcela, Galo) para estar bajo los de otro. El poco
tiempo que pasa con Nada en la casa que comparte con la “estrella” de la marcha
es significativo porque queda reflejada, si bien sus pensamientos revelan un cierto
reconocimiento con respecto a su sexualidad, una resistencia por parte de él a no
caber dentro de los parámetros de la heteronormatividad que la sociedad le im-
pone por medio de lazos sociales y a veces proyección mediática (Nick Mansell).
Por ejemplo, Nada, que tiene una banda de rock y a pesar de ser “la chica más
linda que Matías había visto en su vida” (78), no es un modelo de feminidad en
el sentido convencional. Y cabe destacar que Galo también resalta la idea de am-
bigüedad al cambiar de imagen dentro de la casa: “Galo se había ido a la pieza,
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y cuando volvió, era otra persona. Con jeans y remera, y el pelo recogido en una
larga cola de caballo. Sin maquillaje” (78). Al Matías compartir con la roquera
relajada, se ve que la casa que comparte es un espacio o momento de ambigüe-
dad sexual en lo que atañe al proceso de Bildung del héroe. Además de la figura
al mismo tiempo femenina y andrógina de Nada –”[t]enía puesto nada más que
un jean y una musculosa blanca” (78)– Matías, a través de la educación estética
que le brindan los cuadernos de Cristian, llega a casi divisar su resistencia a no
ajustarse a la heteronormatividad. Por ejemplo, uno de los objetos en que se fija el
protagonista al día siguiente en la casa de Nada y Galo, después de haber dormido
con Nada en su cama (no sin haberle producido pánico), es un afiche de un grupo
de rock británico, Suede. Matías reconoce que es de esta banda, pero no sin antes
haber sacado de su mochila uno de los cuadernos de su hermano. Lee los ver-
sos: “ ‘Podríamos haberlo tenido todo/podríamos haber caminado en el cielo pero
miramos la pared’ ” (87). A través de un juego metonímico, los signos culturales
representados en la novela sirven para enfatizar que Matías, al interactuar con
ellos, va refinándose y definiendo una identidad por medio de una dialéctica que
se da entre sus vivencias y la información estética que le hereda Cristian. Como se
ha comentado, la mayoría de las veces el héroe no entiende o no conoce bien los
objetos estéticos y su contenido, pero eso no significa que no efectúan, a través de
su autonomía, un cambio en el mismo. La letra que lee Matías es del lado B de un
sencillo del grupo titulado “Stay Together”. El nombre de la canción es “The Liv-
ing Dead”, el cual evoca fantasmas: la presencia fantasmal de Cristian mediante
sus cuadernos, los desaparecidos, Cristian como metáfora de los desaparecidos, “la
figura del desocupado” –consecuencia de la política económica neoliberal– “como
correlato de la del desaparecido” (Melo y Raffin 168). Según la cadena metoními-
ca en la que está imbricada la canción de Suede, no es fortuito que el sencillo en
cuestión venga después del álbum que lo precede, el cual simplemente tiene en
su portada dos personas besándose. Las dos personas en la tapa representadas son
deliberadamente andróginas. Podrían ser dos hombres, dos mujeres o un hombre
y una mujer. Es sin duda una referencia al dilema que atraviesa el héroe con re-
specto a su sexualidad.
Como Matías tiene vínculos oscuros que ha heredado de sus hermanos may-
ores, llega a sus manos un alijo de cocaína. Con la cantidad de droga ajena que
tiene, el protagonista decide venderla para irse a Barcelona donde podrá reencon-
trarse con su hermano y concretar la ansiada fuga de su entorno opresivo. En un
momento en que hay un concierto punk al aire libre, el inadaptado Matías trata
de encontrar consumidores entre el auditorio. La narración da cuenta de esa mira-
da renovada de los otros, como si los descubriera por primera vez:
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Ahora quería ir al parque porque sabía que sus vecinos punkies del barrio iban
a ir … [S]abía que le podían comprar un poco de frula, no mucho, porque eran
pobres …
… Nunca se había acercado a ellos, sobre todo porque el Tigre, Carla y Rafael se
llevaban mal con esos chicos –o más bien los ignoraban–, y Cristian tampoco era
amigo de ellos porque en general no tenía demasiados amigos. Pero a Cristian
no le importaba como le importaba a él, porque decía que odiaba a la gente,
sobre todo a la gente que andaba en grupos y se vestía parecido, porque no era
¿gregario? (Enríquez 150–151)
El ambiente del concierto narrado exhibe esa subjetividad anhelada, por más que
sea un evento colectivo. Esa contradictoria subjetividad colectiva, sin embargo,
se puede explicar por la necesidad de tener que pertenecer a algo. Además, hay
que recordar que para este grupo existe otro contrario, proveniente del centro.
De manera que la agrupación de jóvenes en el concierto no sólo representa la
necesidad de experimentar una singularidad identitaria, sino también de sentir
tanto una fuerza de masa como el orden de un sistema social. Por ejemplo, como
dice Claudio Fernández Díaz con respecto a la estética rock, que es aplicable a los
chicos punks:
[E]l recital [es] una instancia ritual en la que todo ese universo de sentido,
arraigado en la música y largamente desarrollado en las letras, se despli[e]ga y
se escenifica en determinadas formas de uso y de interacción entre los cuerpos,
que … lo opusieron al “canon” corporal oficial … [E]n relación estrecha con la
música y las letras, contribuyen a generar un universo de sentido específico, cuya
expresión ritual colectiva más acabada son los recitales … (2–3)
… Lo que sí no podría soportar … era una mirada triste del padre de Roberto.
Eso sí que no, porque una mirada de ese señor … sería suficiente para que
Matías se pusiera a llorar y se muriera de envidia y tuviera ganas de abrazarlo.
Y capaz que si lo abrazaba el papá de Roberto pensaba que se lo quería levan-
tar porque tenía una fijación con los hombres mayores y papás … (Enríquez
128–129)
Los sentimientos de Matías contrastan con sus acciones, lo cual demuestra su in-
madurez para autodefinirse. Cuando se reúne con una adolescente que había con-
ocido en otro momento en la casa de Roberto, ella trata de seducirlo. La siguiente
cita revela lo que siente y hace cuando ella le exige que la corresponda:
–Sos tan lindo, tan lindo … –le dijo–. Sos re diferente a todos y me gustás mucho.
Por favor, por favor, decime que yo te gusto.
Matías dijo que sí, claro que me gustás y ahora qué tengo que hacer y le dio un
beso. Ella tenía gusto a remedio en la boca, a remedio y alcohol, pero tenía los
labios calientes y una lengua finita que se le metió en la boca y le dio escalofríos.
(Enríquez 133)
[N]o tomó más vino y nunca más lo tocó, pero lo loco era que le había confesado
a un montón de gente que había violado a su hijo (no lo había dicho así, pensaba
Matías, pero era bastante OBVIO, qué iba significar “hacerle cosas satánicas a
mi hijo” si no, y él encima estaba presente, qué vergüenza, lo había hecho llorar
un montón, el hijo de puta) y a nadie se le ocurrió denunciarlo, que era lo más
lógico, ni le gritaron degenerado ni nada. Matías no sabía cómo se daba cuenta
de que lo que había hecho Papá era un horror si salía de esa familia de locos
donde nunca nadie se había hecho cargo de nada y nunca se había hablado
después … salvo Cristian, que por ahí no hablaba, pero se notaba que lo tenía
presente y que odiaba a los viejos, y que estaba trastornado por eso. A lo mejor él
se daba cuenta de que Papá era un degenerado y Dios y La Iglesia se podían ir a
la puta que los parió … (Enríquez 185)
En esta cita, se observa como los pecados de la familia surcan las vidas de Matías
y Cristian. A partir de la misma también surgen preguntas. Cristian “lo tenía pre-
sente”, es decir, estaba al tanto de lo que le había pasado a Matías. El protagonista,
además, piensa que su hermano mayor a lo mejor “se daba cuenta de que Papá
era un degenerado”. Entonces, ¿se fue Cristian solamente porque la situación del
barrio estaba tan mal? Como demuestra lo citado, obviamente no era el único
motivo. ¿También lo violó su padre?
El hermano mayor y el hermano menor, frutos y víctimas de los mismos
padres, llevan la cicatriz del “pecado original”, impuesta en la niñez. Y es esa des-
gracia de origen que los conduce al vagabundeo. Por eso las citas del epígrafe: la
primera para marcar dos tiempos (un antes y un después) relacionados con el
trauma, la segunda para demostrar lo que se hace cuando se vuelve insoportable
el lugar donde se produjo.
Los textos del hermano reflejan su estado anímico que, además, sugieren algo
que no se explicita. Por ejemplo, en un momento se narra que
Matías también odiaba ese lugar porque le recordaban los cuadernos de Cristian,
oraciones sin sentido, letras de canciones, fragmentos de conversaciones. Sacó
uno. “Me da miedo esta zona, está demasiado vacía. No tengo miedo de que me
violen, o que me roben o algo. Es que está demasiado vacía”… ¿Se lo había dicho
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Mi nombre es Rufus (2008) del escritor Juan Terranova es una novela articulada
por las memorias escritas por el ex guitarrista de una banda de punk bonaerense
llamada Birmania, conformada por él mismo, el Mono (baterista), el Javi, (vo-
calista) y Kike (bajista). Cabe señalar que el guitarrista no se identifica, de modo
que permanece un narrador autodiégetico sin nombre a lo largo de la narración.
Esto es significativo en lo que respecta al acercamiento teórico que se desarrollará
en adelante.
En una entrevista, Terranova dice que, en lo que atañe al pasado al que vuelve
en sus memorias el escritor-narrador de su novela, éste “no [las] repasa [ni] con
nostalgia ni con melancolía” (“Juan Terranova o de cómo era ser punk en los años
‘90”). Pese a lo que expresa Terranova sobre el estado afectivo que transmite el
narrador en la historia que el mismo protagoniza, aquí se alega que sí las repasa
con nostalgia y que incluso hay melancolía en el sentido benjaminiano. De hecho,
la historia narrada oscila entre estas dos tendencias afectivas y lo que implican. Y
aunque el libro de memorias es aparentemente nostálgico, la relación que tiene
el protagonista con su pasado está asimismo matizada por la melancolía, pues
también se distingue en él un valor simbólico profundo, uno que trasciende la
reminiscencia. Por ejemplo, al principio de la obra cuenta el narrador, al referirse a
un verso del cantante estadounidense Tom Waits que dice “Todo está roto y nadie
habla inglés”, que “[a]sí me siento cuando vuelvo a Birmania. A veces pienso que
valió la pena” (Terranova 9). Estas frases introducen el tono afectivo desde el cual
relata el narrador no sólo lo que experimentó como miembro de una banda de
punk, sino también sus vivencias de una época, en un espacio de diez años, entre
fines de la década de 1980 y fines de la del 90. Conviene apuntar que estos años
coinciden con los primeros años de la recuperación de la democracia en Argentina
después de siete años de la dictadura más violenta del país y los diez años de la
presidencia de Carlos Menem que duró de 1989 a 1999. Es más, en su recorri-
do por los años en que tocó con Birmania, hace referencia a los álbumes que se
lanzaron en esos años. El lenguaje conciso con que narra el protagonista sus años