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El mayo francés en el contexto de las transformaciones de la segunda posguerra1

Olga Echeverría

“Todos se incitan, se llaman, ponen en circulación el objeto


que se compondrá, que circulan así de mano en mano, suspendidos del
hilo del deseo, como el anillo en el juego de la sortija” (Barthes, R,
Au séminaire, 1968)

El contexto político social:

Tras la segunda guerra mundial y dentro del nuevo ordenamiento que surgía en la
segunda posguerra, quedaba claro que buena parte de los países del mundo dependerían
de las relaciones soviético-americanas que podrían influir en su desarrollo según su
importancia estratégica para los dos nuevos centros hegemónicos (HALLIDAY, 1989),
(POWASKI, 2000).La Guerra fría fue una empresa en amplio sentido, también de
premisas alienantes.
Desde la perspectiva de los Estados Unidos el ascenso de la izquierda, y
fundamentalmente del comunismo, se alimentaba de la pobreza, por lo tanto era
necesario contener la amenaza (DA CAL, DUARTE y VEIRA, 1998). Así había nacido
el Plan Marshall (1948) que otorgó ayuda financiera para acelerar la recuperación. En la
URSS se sospechaba que los debilitados estados europeos pudieran caer bajo la
dependencia de los Estados Unidos que rápidamente habían concedido créditos y
suministros de socorro (CLAUDÍN, 1977) Ambos bloques construían la imagen de
bloques monolítico que se enfrentaban a un "otro", buscando asegurar su propia
existencia. Según Thompson, la amenaza del "otro" se había internalizado de modo tal
en la cultura estadounidense y en la soviética, que la identidad de muchos de sus
ciudadanos estaba íntimamente ligada a las premisas de la Guerra Fría y a la noción de
amenaza permanente (THOMPSON, 1983).
En términos económicos, en la década de 1950 y, sobre todo, en la de 1960, se produjo
un aumento constante de la producción industrial. En rigor, el avance de los países
europeos, incluso de Japón, fue más rápido que el de los Estados Unidos, ya que para
éste último país –que indudablemente dominaba la economía mundial- la prosperidad
que se iniciaba en la década de los cincuenta implicaba una prolongación de la
expansión de los años de guerra. Como señala Hobsbawm, mientras en Estados Unidos
se continuaban tendencias, en los países europeos se acortaban las distancias
(HOBSBAWM, 2000). El mito norteamericano de las posibilidades de ascenso que

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El tema elegido para el desarrollo de esta ponencia es parte de la Unidad 4 del programa de Historia
Social General Contemporánea, “La segunda guerra mundial y características de la compleja posguerra”
y más específicamente el punto “Nuevos movimientos sociales: hipismo, pacifismo, feminismo. Las
minorías se ponen en movimiento”. Se abordaran contextualizadas las distintas dimensiones del tema,
haciendo especial hincapié en el Mayo francés.

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supuestamente estaba a disposición de todos reforzaba el individualismo e impedía
trazar objetivos comunes. El modo de contrarrestar esas fuerzas centrífugas fue la
ideología de la Guerra Fría. Además, el anticomunismo permitía consolidar la disciplina
interna: descabezar sindicatos o marginar de la política. El clima de la guerra fría
preparó el terreno al senador republicano Joseph McCarthy, cuyas denuncias
indiscriminadas no solo llegaron a tener gran respaldo popular sino llevaron a la
formación de un Comité de investigaciones en
el Senado. McCarthy -de gran habilidad en el manejo de la prensa, la radio y la
televisión- logró que, en medio de sentimientos anticomunistas que alcanzaban la
histeria, cualquier pertenencia, presente o pasada, a cualquier organización reformista,
liberal o internacionalista resultase sospechosa. En el plano económico se vivió una
etapa de fortalecimiento de los países capitalistas desarrollados, mayor empleo y mayor
consumo. Y este crecimiento produjo una reestructuración dentro del capitalismo, al
mismo tiempo que un avance hacia la globalización de la economía. La agricultura
disminuyó su importancia en casi todas partes, tanto en lo que hace a su participación en
el producto como en el empleo, siendo el sector industrial el que verificó los índices de
crecimiento mayores. Por su parte, los sectores de servicios (transporte,
comunicaciones, construcción, etc) absorbieron una participación creciente del empleo.
De todo eso, derivó el importante desarrollo el Estado de Bienestar, que había
comenzado a esbozarse antes de la guerra, apuntando a evitar el conflicto social
mediante una redistribución que buscaba permitir a amplios sectores de la sociedad
acceder al consumo de bienes y servicios. Era un Estado que respondía a motivaciones
políticas y sociales. El Estado de Bienestar keynesiano que surgió en la segunda
postguerra sumaba también, motivaciones económicas: paliar, mediante el pleno
empleo, los efectos de las crisis cíclicas de la economía. (BIANCHI, 2013, SIRLIN,
2009).
Ante la amenaza de la propagación comunista, el capitalismo central apeló a la
economía mixta como fundamento de los Estados de Bienestar Keynesianos. La
economía mixta alude a la coexistencia de dos instancias de regulación económica: el
Estado y el Mercado como esferas complementarias que intervendrían en la
dinamización de la oferta y la demanda, asegurando el crecimiento y el pleno empleo.
Cuando hablamos de Estado de Bienestar, refiere tanto a los programas sociales de
redistribución por fuera del circuito productivo, como a los planes de intervención
económica anticíclica. La estimulación del consumo y la vinculación de este con la
noción de felicidad tendrán un alto impacto en la sociedad, en esferas no siempre
visibles hasta que se explicitan.
En 1959, el Gobierno de EEUU comenzó a calcular las cifras de pobreza, registrando a
un 22,4% de la población por debajo del umbral mínimo. Los suburbios de las ciudades
se expandían y las campañas de asistencia social empezaron a tomar fuerza. En ese
contexto, más de 16 millones de negros/as vivían en condiciones de marginalidad
política, social, cultural, económica y de segregación cotidiana. La pobreza era el arma
de mayor sometimiento y para los que aun así osaban rebelarse estaba el Ku Klus Klan
(Nuñez Florencio, 1993, p.219).

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El aullido de la contracultura

En ese contexto, el mundo occidental vivió la consolidación de la clase media pero


también el surgimiento de una contracultura, una nueva sensibilidad, la alteración de
las relaciones entre los géneros y entre las generaciones y la agitación de los
movimientos estudiantiles y del campo intelectual.
En el principio fue la generación beat, que aullaba contra la cultura de la etapa tardía de
la civilización, en la que lo único que les importa a todos era el dinero. Vistos como
locos e iluminados, que “aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de
América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, beatíficos, hermosos, de una
fea belleza beat. Beat quería decir derrotado y marginado pero a la vez colmado de una
convicción muy intensa. Solitarios que contemplan el mundo desde el otro lado de la
vidriera muerta de nuestra civilización. Los héroes subterráneos que se salieron de la
maquinaria de la “libertad” de Occidente y empezaron a tomar drogas, tuvieron
iluminaciones interiores, experimentaron el “desajuste de todos los sentidos, eran pobres
y alegres, fueron profetas de un nuevo estilo de la cultura estadounidense, un estilo
nuevo completamente libre de influencias europeas, un reencantamiento del mundo”.
Escribían relatos sobre los santos negros del jazz que llevaban el mensaje secreto del
hálito, de la respiración a otras costas, otras ciudades. Pero después de 1950 los
fantasmas beat decayeron y se desvanecieron en cárceles y manicomios o quedaron
confinados en la vergüenza de un conformismo silencioso; la generación misma fue
efímera y muy pequeña. (…) por un raro milagro de la metamorfosis, la juventud de la
posguerra se reveló también beat y adoptó sus gestos; pronto se lo vio en todas partes, el
nuevo estilo, el desaliño y la actitud indiferentes; (..) El vestuario de los beat se abrió
paso en la nueva juventud del rock ‘n’ roll, de manera más rupturista aun, por vía de la
campera de cuero, la camiseta de Marlon Brando, y entonces la Generación Beat,
aunque ya muerta, resucitaba y se veía de pronto justificada” (KEROUAC, 1958). Allen
Ginsberg, Kerouac y Burroughs, la generación beat 2 constituyeron, un viaje intelectual
que influiría a la posterior generación hippie y expresaba inconformismo, marginalidad
y liberación, al tiempo que unían figuras universitarias con bohemios, activistas no
heteronormados, mujeres y segregados y delincuentes. (AAVV, 2017).

2
Aunque Burroughs nunca aceptó la definición de generación beat

3
Algo parecido pasaba, casi al mismo tiempo en Francia. Sartre, Jean Genet y Simone de
Beauvoir se rebelaban ante el orden social y algunas estructuras rígidas del campo
intelectual. Sería el propio Kerouac, que establecería puentes con los existencialistas, a
pesar de criticarles sus dobleces intelectuales, señalaba que ambos grupos, aun con sus
diferencias, representaban el deseo de este mundo (“que no es nuestro reino”), de
“elevarse”, de conquistar el éxtasis, de ser redimido. Jean-Paul Sartre intentó vincular el
marxismo y el existencialismo en Crítica de la razón dialéctica (1960). El
existencialismo es un humanismo fue una crítica al quietismo burgués, tanto como un
llamado a pensarse en relación a los otros y con capacidad de elegir, de decidir. La
libertad empezaba a ser mucho más que una consigna política y que una apelación
utópica tranquilizadora. (SARTRE, 1946). Es interesante recordar que el “ser para otro”
de Sartre es una concepción que nace tras la guerra y los padecimientos del filósofo, lo
cual lo lleva a repensar el individualismo y lo colectivo. Toda esa agitación, esa
renovación, se reflejará en los movimientos y revueltas surgidos en el período que, sin
duda, tuvieron un fuerte componente intelectual

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Nuevos actores, nuevos movimientos, nuevas sensibilidades

La continuidad de ese clima cuestionador tomaría diversas vías, modos y perspectivas.


Se trataría de luchas diversas, pero todas enmarcadas en un contexto de
apasionamientos y controversias. Muchos de los hombres y las mujeres de la década del

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sesenta, principalmente los y las jóvenes3, se sintieron parte de una época diferente, se
concibieron como portadores de una misión que se expresaba desde del “Yo tengo un
sueño”, “El voto o la bala”, el flower power y “Bajo el asfalto está la playa” mostrando
una amplitud de perspectivas y posiciones a la que no se puede renunciar, ni
desconocer. Se construía una cultura que reivindicaba a una inocencia no ingenua y
eran tiempos donde se podía soñar4. Así, empezaban a definirse movimientos que
reclamaban otra forma de vivir, una nueva escala de valores. Los cambios –a veces muy
rápidos- de los vínculos entre varones y mujeres, la aparición explícita de identidades
públicamente reconocidas como diferentes a la heterosexualidad normativa y al dominio
blanco, tanto como los desafíos abiertos de actores juveniles (izquierdistas, hippies,
rockers¸ las vanguardias artísticas, el rock, el pop, los happening) marcaron
definitivamente a la segunda posguerra en buena parte de Occidente. Con ello
contribuyeron a quitarle solidez a las formas más tradicionales de dominación y
produjeron una suerte de entrada en “pánico moral” de los sectores más conservadores
que denunciaron un proceso de descomposición social. El hippismo, el feminismo, los
ecologistas, las identidades conformadas sobre la diversidad sexual, la negritud y la
burguesía universitaria tenían algo que decir y para ello fueron definiendo, acciones,
habitus, estéticas y hasta un lenguaje nuevo, poético y musical.

-El movimiento hippie: libertad sexual, comunitarismo, y rechazo a lo establecido y al


consumismo. Una nueva sensibilidad sobre el amor, el sexo, la familia y los valores y
que se embanderaba tras un grito de libertad plural. (MILES 2003), (NÚÑEZ
FLORENCIO, 1993). Con su libertad sexual, su vida comunitaria, y rechazo a lo
establecido y al consumismo. Lo que puede advertirse es que surgía una nueva
sensibilidad sobre el amor, el sexo, la familia y los valores y que se embanderaba tras un
grito de libertad plural. Los Hippies abrazaron el simbolismo vistiéndose con flores
bordadas y colores vibrantes, flores en su pelo. El término más tarde se hizo
generalizado como una referencia moderna al movimiento de “Hippie” y una cultura
del cuerpo, la medicina, la música y el arte psicodélico. Tantos los hombres como las
mujeres andaban descalzos, llevaban el pelo largo, bisutería, vaporosos vestidos,
vaqueros y camisas con estampados floreados multicolores. Casi, sin darse cuenta
generaron una tendencia cultural que se expandió y fue adoptada por las juventudes de
importantes zonas del planeta pero que a la par fue superando el inconformismo con la
vida de sus padres, el encorsetamiento burgués y el culto al dinero para ir politizándose
(en buena medida por efecto de la guerra de Vietnam) siendo el pacifismo una conducta
típicamente política. No obstante, el mayor espesor revolucionario se concentró en las
costumbres, en un giro fundamental en el concepto de la sexualidad, la expresión de los
afectos, las perspectivas de masculinidad y feminidad, el disfrute como objetivo de la

3
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los soldados que volvieron a casa fundaron familias
produciendo un aumento de la tasa de natalidad: el baby boom. Estos niños llegaron a ser jóvenes en los
´60.
4
La noción de ser soñadores no ingenuos, de ser soñadores que confiaban en el amor y la naturaleza y la
centralidad que esa noción cultural ocupaba, puede verse con claridad en las Memorias de Neil Young,
El sueño de un hippie, Barcelona, Malpaso ediciones, 2012.

6
vida y una nueva espiritualidad tanto como una relación más armónica con la
naturaleza. (NUÑEZ FLORENCIO, 1993, p. 225)

-El movimiento feminista: Las mujeres habían entrado de lleno al mercado laboral,
pero las obligaciones domésticas recaían casi exclusivamente sobre ellas, y contra ellas
se dirigían los dardos de prejuicios ancestrales y los mandatos de deber ser. Se daba por
hecho que la única vía para que la mujer alcance la felicidad y la estabilidad era
mediante el matrimonio. Si bien las luchas feministas tenían ya una larga trayectoria y
la aparición del segundo sexo de Simone de Beauvoir, en 1949, había tenido un alto
impacto que reflejaba las demandas y cuestiones en tensión, hacia los años sesenta se
expresaría una nueva ola feminista que tenía una amplia variedad de temas, como la
desigualdad no-oficial (de facto), la sexualidad, la familia, el lugar de trabajo y quizá de
forma más controvertida, los derechos en la reproducción. Pero, además las mujeres no
sólo luchaban por sus derechos más específicos y vulnerados, sino que se paraban para
expresar su opinión sobre el mundo. Así lo demuestra la inmensa marcha que realizaron
en más de sesenta ciudades de EEUU, para oponerse al uso de armas nucleares y se
conoce como la huelga femenina por la paz. Estas manifestaciones e hermanaban con
otras que movilizaban a otros sectores, como por ejemplo la sublevación de los
universitarios contra la guerra de Vietnam (“hagamos el amor y no la guerra”) y la
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censura a la libertad de expresión; el cuestionamiento al sistema educativo por los
jóvenes europeos. Les preocupaba sobremanera la cuestión de «cómo puede combinar la
mujer su carrera o trabajo con el matrimonio y la familia» (FRIEDAN, 1963;
DEGLER, 1987), que sólo era importante para quienes tuviesen esa posibilidad de
elección, de la que no disponían ni la mayoría de las mujeres del mundo ni la totalidad
de las mujeres pobres. Para esas mujeres pobres, era evidente que la inferioridad social
de la mujer se debía en parte al hecho de no ser del mismo sexo que el hombre, y
necesitaba por lo tanto soluciones que tuvieran en cuenta esta especificidad, como, por
ejemplo, disposiciones especiales para casos de embarazo y maternidad o protección
especial contra los ataques del sexo más fuerte y con mayor agresividad física
(HOBSBAWM, 2000, 319). La Administración de Alimentos y Drogas de los EE.UU.
aprobó en 1960 el uso oral de la píldora anticonceptiva desarrollada por el
endocrinólogo norteamericano Gregory Goodwin Pincus. La píldora, que estuvo
disponible en 1961, se convertiría en una rutina diaria en la vida de millones de mujeres
alrededor del mundo, liberando a la mujer de la esclavitud reproductiva y estimulando
sueños de revolución sexual.

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-La visibilización lésbica- gay: la identidad gay permanecía entrampada en el dilema
de ocultar lo que (íntimamente) se era. La explicitación de una homo afectividad o el
lesbianismo, era considerados una afrenta pública, ya que el imperativo heterosexual es
transhistórico y por ello se lo confunde con la “moralidad de la Naturaleza”: pecado,
delito o enfermedad. Por ello, las primeras luchas tuvieron que ver con la visibilización
de la condición gay y el reconocimiento de derechos civiles. Como en el caso de las
mujeres, ser gay era aún más difícil siendo pobre y/o negro. El 19 de septiembre de
1964 se produjo la primera manifestación a favor de los derechos de los homosexuales
en la historia de EE. UU.; un grupo de unos 10 manifestantes protestó ese día en
Whitehall Street (en la ciudad de Nueva York) contra la discriminación de los
homosexuales en el ejército. En el verano de 1965 se produjeron manifestaciones
parecidas por primera vez en la capital, Washington. En 1966/67 se creó la NACHO
(North American Conference of Homophile Organizations), la primera federación de
organizaciones de EE. UU., que tenía más de 6000 miembros, pero que se disolvió en
1970. El 28 de junio de 1969 una razzia en el bar Stonewall generó, por primera vez,
una resistencia física y la acción tuvo mucho impacto entre los gays, y no sólo tuvo
como consecuencia una solidarización a corto plazo, sino que también fue el punto de
partida de la campaña internacional del día del orgullo gay. (CARTER, 2004). Aunque
el reclamo por derechos igualitarios venía desde bastante tiempo atrás, ni la represión
era una novedad, fue en este período que el activismo LGTB tomó una nueva dimensión
y conciencia. Estos movimientos y acciones implicaron una fuerte politización de las
identidades lésbico-gay. La organización lésbica más influyente de los años cincuenta y
sesenta fue Daughters of Bilitis (DOB), que se desintegró hacia los años setenta cuando
sus miembros se enfrentaron sobre si debían apoyar al movimiento homosexual o al
feminismo.

-Concilio Ecuménico Vaticano II y la conferencia de Obispos Latinoamericanos,


reunida en 1968 en Medellín: la opción preferencial por los pobres y la articulación con
el método marxista para el análisis de la realidad económica latinoamericana de la
época, más conocido como Teología de la Liberación. (ROVIRA BELLOSO, 1997),
(BERRYMAN, 1997). Promover el desarrollo de la fe católica. El Concilio, buscaba

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lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles, adaptar la disciplina
eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo, lograr la mejor interrelación
con las demás religiones, principalmente las orientales. Se pretendió que fuera un
aggiornamento o puesta al día de la Iglesia, renovando los elementos que más necesidad
tuvieran de ello, revisando el fondo y la forma de todas sus actividades. Pretendió
proporcionar una apertura dialogante con el mundo moderno, actualizando la vida de la
Iglesia sin definir ningún dogma, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a
problemas actuales y antiguos. Nacimiento de la teología de la liberación, con su opción
preferencial por los pobres y el acercamiento a los postulados marxistas para interpretar
la realidad latinoamericana.

-Los movimientos de la negritud, entre el pacifismo y la violencia, derechos civiles y


cuestión social. La negritud como proclama de libertad y cosmovisión (NÚÑEZ
FLORENCIO, 1993) (OLIVERO, 2013). El concepto negritud es la condición de las
personas de raza negra y el conjunto de los valores culturales y espirituales del mundo
negro. Pero, como movimiento fue una forma de rebelión intelectual que hace crear
conciencia a las diferentes culturas africanas “la negritud es la historia viva de la cultura
del negro”. El concepto de negritud tiene su origen en Paris, Francia, con las primeras
reuniones de los círculos de estudiantes negros provenientes de África y de las colonias
francesas de las Antillas. El movimiento del Black Power mantuvo una presencia
destacada en la sociedad estadounidense durante la década de 1960 y a principios de la
década de 1970, enfatizando el orgullo racial y la creación de instituciones culturales y
políticas para defender y promover los intereses colectivos de los ciudadanos negros,
fomentar sus valores y asegurar su autonomía. El poder negro expresa diversos
objetivos políticos, desde la defensa contra la opresión racial hasta el establecimiento de
instituciones políticas y sistemas económicos separados (separatismo). El movimiento
no sólo fomentó estos principios sino que ayudó a la creación de un pensamiento radical
negro en defensa contra lo que se consideraba el poder visible y supremacista blanco

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-La politización estudiantil: perspectivas, líneas y diversidades político-ideológicas
(Nieto, 1971) (HOBSBAWM, 1978). Las nuevas costumbres juveniles librarían un
combate abierto contra el poder político imperante y los convencionalismos del orden
moral burgués. Un movimiento que ya no encabezarían los desheredados de la fortuna
sino los hijos privilegiados de las clases medias y los obreros ilustrados, tras un siglo de
escuelas públicas. Aunque los acontecimientos estudiantiles propiciaron una mayor
expansión contracultural no es menos cierto que, tal y como cantaba Bob Dylan (1975),
la respuesta estaba ya estaba soplando en el viento.

-La descolonización de África y la revolución latinoamericana: al mismo tiempo,


dieciocho naciones africanas alcanzaron su independencia en este decenio. Entre 1960 y
1964 estalló la guerra en el Congo; ocurrió la masacre de Sharpeville, que mostró al
mudo la crueldad del apartheid sudafricano y el triunfo de la Revolución cubana no sólo
impactó en América Latina, sino en el mundo todo. La independencia política de África,
mostró que el sometimiento económico no se trastocaba y que los traumas del
colonialismo se traducirían en procesos violentos civiles. En estos movimientos de
liberación, la presencia juvenil fue decisiva, así como el acompañamiento de
intelectuales (Fanon, García Márquez, Sartre, etc.)

Como señalábamos, en todos estos movimientos, la presencia activa de jóvenes era muy
notoria. Lo cierto es que, como señalan Jefersson y Hall (2014), es necesario deconstruir
el término “cultura juvenil” que normalmente se utiliza para discutir estos procesos,
para reconstruir en su lugar una imagen más precisa de los diversos tipos de subcultura

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juvenil y de su relación con las culturas de clase y con la hegemonía cultural (sobre
cómo esta se mantiene estructural e históricamente). En ese sentido, pensar a las
culturas juveniles implica atender a la manera en que las experiencias sociales de los
jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida
distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre o en espacios intersticiales
de la vida institucional. En un sentido más restringido, definen la aparición de
“microsociedades juveniles”, con grados significativos de autonomía respecto de las
“instituciones adultas”, que se dotan de espacios y tiempos específicos y que se
configuran históricamente en los países occidentales tras la segunda guerra mundial,
coincidiendo con grandes procesos de cambio social en el terreno económico,
educativo, laboral e ideológico. En principio se vuelve necesario hablar de culturas
juveniles en plural, para subrayar la heterogeneidad. Algo similar podría decirse del
campo intelectual, que se diversificó y ensayó diversas formas de ser y estar en el
mundo y en el ámbito de los saberes.

Es decir, el crecimiento económico, los avances científico-tecnológicos y la influencia


de los Estados de Bienestar, permitieron un mejoramiento de las condiciones de vida de
importantes sectores de la población occidental. La educación secundaria y universitaria
se amplió a nuevos sectores y las mujeres hicieron su entrada masiva y definitiva al
mundo del trabajo y a la vida pública. El extraordinario desarrollo de los medios de
comunicación permitió conocer muy rápidamente los acontecimientos que ocurrían en
distintos lugares del planeta. Pero también, la felicidad se asociaba al dinero y las
posesiones materiales, ese interés sólo por el dinero que indignaba a Kerouac, era un
rasgo de esa sociedad y la matriz de un hartazgo difuso pero a la vez intenso. No
obstante, esa sensibilidad hacía surgir una cosmovisión optimista acerca de las
posibilidades humanas para transformar la sociedad y para desarrollarse a sí misma, en
un contexto de un mundo conflictivo que se organizaba con dos formas contrapuestas de
organización de las sociedades y casi ninguna región del mundo quedó al margen de ese
proceso. Había muchos temas en discusión que alentaban la organización y la lucha: los
regímenes autoritarios, el colonialismo, las relaciones patriarcales en la familia, la
discriminación contra las minorías raciales, las desigualdades entre géneros, la
eventualidad de una guerra nuclear. Las luchas exitosas de muchos pueblos por
independizarse de la dominación colonial y la emergencia de un régimen socialista en
Cuba parecieron a muchos contemporáneos demostraciones tangibles de la capacidad de
los pueblos para vencer los obstáculos más enormes y cambiar la realidad.
Pero además es interesante señalar que algunos movimientos fueron pluriclasistas
(aunque con predominancia de las clases medias y altas), pero otros, como los
movimientos de la negritud fueron primordialmente activismos subalternos. No
obstante, confluyeron en más de una oportunidad y la contracultura fueun idioma
común, pero no operó a través de ideas únicas, aisladas, sino en cadenas discursivas
plenas de asociaciones connotativas (HALL, 2017, 183). A menudo se desafiaban entre
si y se inspiran en un repertorio de conceptos comunes, compartidos, que se desarticulan
y re articulan. El cambio estaba soplando en el viento, como escribiera y cantara Bob
Dylan.

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El mayo francés
El impactante decrecimiento del analfabetismo y la expansión –inusitada- de la
educación formal secundaria y universitaria fue otra marca de este período. En Francia,
los estudiantes universitarios habían pasado de ser 150.000 en 1958 a 500.000 en 1968.
Como señala Hobsbawm, se había constituido un sujeto social-cultural, a la vez que
político, que se integraba con una multitud de jóvenes y sus profesores (HOBSBAWM,
2000, p. 301). Tal como revelaron los años sesenta, no sólo eran políticamente radicales
y explosivos, sino disponían de una eficacia única a la hora de dar una expresión
nacional e incluso internacional al descontento político y social. Incluso, en países
dictatoriales, solían ser el único colectivo ciudadano capaz de emprender acciones
políticas colectivas.
Si hubo algún momento en los años dorados posteriores a 1945 que correspondiese al
estallido mundial simultáneo con que habían soñado los revolucionarios desde 1917, fue
en 1968, cuando los estudiantes, los jóvenes y un buen número de intelectuales y artistas
se rebelaron desde este a oeste y desde norte a sur. Distó mucho de ser una revolución,
pero fue mucho más que el «psicodrama» o el «teatro callejero» desdeñado por
observadores poco afectos como Raymond Aron. Al fin y al cabo, 1968 marcó el fin de
la época del general De Gaulle en Francia, de la época de los presidentes demócratas en
los Estados Unidos e implicó transformaciones en la Europa del Este.
Según Hobsbawm, la revuelta estudiantil de fines de los años sesenta fue global, no
sólo porque se inscribía en la tradición del internacionalismo revolucionario, sino
porque por primera vez el mundo era realmente global. Los mismos libros aparecían,
casi simultáneamente, en las librerías estudiantiles de Buenos Aires, Roma y Hamburgo,
los mismos turistas de la revolución atravesaban océanos y continentes, de París a La
Habana, a São Paulo y a Bolivia. Los estudiantes de los últimos años sesenta no tenían
dificultad de reconocer que lo que sucedía en la Sorbona, en Berkeley o en Praga era
parte del mismo acontecimiento en la misma aldea global (HOBSBAWM, 2000: 327,
COHN-BENDIT 2008; LE GOFF 2006; ROTMAN 2008).

a) Las principales características

Francia atravesaba un período de fuertes transformaciones. Era la hora de procesos de


urbanización masiva, de la mecanización de las explotaciones agrícolas, del auge de la
educación. A partir de dicho crecimiento se hizo perceptible la inadaptación de las
estructuras universitarias frente a la llegada masiva de estudiantes, en cuanto a
problemas de infraestructura, y también en cuanto a métodos de enseñanza, obligando a
formatos de clases magistrales en auditorios superpoblados (Le Goff 2006; Rotman
2008). Por su parte, el sector obrero enfrenta igualmente una serie de cambios: mientras
se difunde la creencia en el progreso, se impone el modelo de la sociedad de consumo y
se generaliza el acceso a productos electrodomésticos, incluso entre las capas más
populares de la población pero donde los obreros metalmecánicos quedan salarialmente
postergados. Por otro lado, crecen las necesidades del sector empresarial de un personal
cada vez más calificado y técnico. Paralelamente, empiezan a hacerse visibles, en las

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grandes urbanizaciones, signos relevadores de chocantes desigualdades sociales:
aparición y expansión de barrios marginales, construcciones masivas de viviendas
subsidiadas, Habitations à Loyer Modéré (HLM) (ROTMAN 2008) y Universidades
linderas con zonas de escaso desarrollo.
No es menos cierto que el mayo francés recuperaba buena parte de la amplia, y muchas
veces contradictoria, gama de expresiones contraculturales, posiciones ideológicas y
actores en movimiento (jóvenes estudiantes, obreros, homosexuales e incluso adultos
“asqueados” de su mundo y seducidos por la Beatlemanía y todo lo que ella implicaba
en un sentido amplio y renovador) y si no los incorporaban pagaban costo por ello.
Pero al mismo tiempo activaba y daba organización a lo que podríamos llamar los
sectores conservadores de la sociedad que estaban particularmente impactados por los
cambios que se venían produciendo y habían entrado en un estado de “pánico moral”.
Las acciones del pánico son puntos detonantes en esas transformaciones y que los
efectos de un pánico son en cierta medida auto-cumplidos, porque “si los hombres
definen las situaciones como reales son reales en sus consecuencias”, en las célebres
palabras de W. I. Thomas. Además, los pánicos morales involucran conflicto cultural.
Por un lado, hay resistencia, innovación y algunas veces provocación; por el otro, hay
indignación y furia. Existe, consecuentemente con la noción de perturbación moral, una
gran cantidad de energía emocional en ambas partes (YOUNG, 2011, p. 7).

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Los momentos: En noviembre de 1967 explota una huelga estudiantil para pedir una
reforma en los procedimientos de los exámenes en la Universidad de Nanterre, una
universidad de las afueras de París, en la que, entre otros, enseñan profesores como el
sociólogo Alain Touraine, el filósofo Paul Ricoeur y el historiador y politólogo René
Rémond. Este incidente inicial –que cuenta con Daniel Cohn-Bendit, Dany, el Rojo,
entre sus líderes, quien luego se afirmó como uno de los propulsores y figuras centrales
de Mayo del 68– trae consigo una politización sin precedentes de la Universidad. Pocos
meses después, en marzo de 1968, desde la misma Universidad de Nanterre, surge una
nueva protesta estudiantil. A raíz del arresto, en París, de manifestantes en oposición a
la guerra de Vietnam, un centenar de estudiantes ocupa edificios administrativos de la
Universidad y llama a una jornada de huelga y debate en el campus. Cuando, en
respuesta, el rector toma la decisión del cierre del establecimiento, las discusiones salen
de su recinto pero no se acaban. Desde la calle y los barrios vecinos siguen acalorándose
los espíritus, hasta dar vida al llamado Movimiento del 22 de marzo. En reacción, los
directivos de la Universidad deciden sancionar a los instigadores del desorden: éstos
deben ser sometidos a un juicio disciplinario, previsto para los primeros días de mayo
(COHN-BENDIT 2008; Le Goff 2006; Rotman 2008). Para marzo del 68, todo se agita 5
y finalmente estalla el viernes 3 de Mayo, cuando un grupo de estudiantes se reunió en
la Plaza de la Sorbona, dentro del histórico Barrio Latino para protestar en contra del
sistema universitario6. Allí comenzó a unirse gente provocando la presencia inevitable
5
En términos de procesos más explicativos, el rechazo a la guerra de Argelia había desencadenado un
proceso de politización. Durante los últimos años de dicha guerra los estudiantes participaron en acciones
de solidaridad con los combatientes argelinos. Los más conscientes formaban parte de los grupos
clandestinos de ayuda al Frente de Liberación Nacional argelino, en tanto las mayorías participaban en
manifestaciones contra la guerra colonial. El éxito de estas luchas fue muy grande; el día de la
proclamación de la independencia argelina los estudiantes izaron la bandera del FLN sobre la Sorbona. Al
terminar la guerra de Argelia el movimiento estudiantil intenta convertirse en un “auténtico sindicato”
estudiantil. El objetivo es luchar contra las relaciones pedagógicas, contra las condiciones de los
estudiantes en el cuadro de la Universidad burguesa y, al mismo tiempo, definir un cuerpo de
reivindicaciones que desemboquen sobre la cuestión del poder y perfilen la Universidad socialista del
futuro.
6
La combinación del surgimiento de este movimiento de solidaridad con los estudiantes de Nanterre y la
aparición de rumores respecto a una posible pelea dentro de la Sorbona entre grupúsculos de la extrema
izquierda y la extrema derecha lleva al cierre de la Universidad, seguido del arribo de las fuerzas de
policía y del arresto de cientos de personas. Éste es el punto de partida de las grandes manifestaciones
estudiantiles en París. Poco a poco, según concuerdan testimonios de quienes presenciaron este momento,
los alrededores de la Sorbona se llenan de estudiantes que se oponen a la entrada de la policía en el

15
de la policía la cual concluyó por detener a una serie de estudiantes. Estos hechos
generaron una convocatoria aún mayor, siendo miles de estudiantes los que empezaron
a copar las calles. Esto provocó un gran enfrentamiento con la policía que bajo las
órdenes de Charles de Gaulle se multiplicaba cada vez más. El resultado fue grave, dado
que se generó una batalla campal contra la policía y posteriormente una huelga general
de estudiantes y diez millones de trabajadores franceses 7, paralizando el país por
completo y siendo impulsadas por los obreros principalmente obligando a
la Confederación General del Trabajo (CGT) a secundar el paro, a pesar de su primera
oposición. Sin duda, la toma de la Sorbona y de la fábrica Renault-Billiancourt,
sumadas a la gran marcha conjunta del 13 de mayo marcaron la peculiaridad de la
revuelta parisina. Ese día, la policía abandonó las calles, los estudiantes detenidos
fueron liberados, pero el fuego ya estaba encendido, de modo que los huelguistas se
unen para ocupar la Sorbona, decorándola con banderas rojinegras con retratos de Marx,
Lenin, Mao, Fidel Castro y el Che Guevara bajo el eslogan más representativo: Interdit
d’interdire (prohibido prohibir).

recinto académico y a la detención de sus compañeros. Crece la tensión y empiezan los enfrentamientos,
los cuales llegan a ser especialmente violentos: con el uso de gases lacrimógenos y bastones, por parte de
los policías; rejas, sillas, mesas de café y puños, por parte de los estudiantes. Según se relata, tanto la
manifestación estudiantil como la represión que provoca sorprenden por su carácter inesperado y brutal;
mucha gente que estaba paseando por las tranquilas calles parisinas, de pronto se encuentra en la mitad
del tumulto (Laurent, 2009, 29-30)
7
Desde 1966 los trabajadores industriales franceses eran los segundos peores pagos en el mercado,
trabajando jornadas más largas y pagando los impuestos más altos. Estos obreros encontraron en los
reclamos estudiantiles, una forma de canalizar sus reclamos contra el sistema que los explotaba. Sin
embargo no fue una alianza fácil, ni exenta de desconfianzas

16
Simultáneamente, se ocupó la Escuela de Bellas Artes, la cual se dedicaba a realizar
afiches en contra de la burguesía que irónicamente luego fueron adquiridos por ricos
coleccionistas. Después de una semana en la que las manifestaciones estudiantiles
fueron duramente reprimidas por la policía, los sindicatos obreros de base convocaron
una huelga general para el 13 de mayo.

17
Tras un mes de protestas y una secuencia de huelgas que literalmente frenaron el país,
se logra la calma mediante la esperada disolución de manifestaciones en el momento en
que se obtuvo una promesa acompañada por mejores salarios y condiciones para los
trabajadores. De este modo se logró remover completamente las huelgas que
representaron el sentimiento de rebeldía y en parte anarquismo de los manifestantes.

Cohn Bendit, había señalado, en una entrevista en Le Nouvel Observateur, en abril de


1967, “Es el sistema en conjunto que atacamos en nuestras reivindicaciones; al poder
político, al capitalismo, a su concepción de la Universidad”; “...rechazo por parte de los
estudiantes de llegar a formar parte de los futuros cuadros capacitados para explotar a la
clase obrera”.
Los sucesos sorprendieron al gobierno. Charles de Gaulle y su primer ministro Georges
Pompidou estaban fuera del país y su respuesta fue vacilante, oscilando entre una
postura conciliadora y la represión. Tan grave se presentaba la situación que en los
últimos días de mayo, François Mitterrand declaró que estaba preparado para suceder al
general De Gaulle. El 30 de mayo, miles de personas ocuparon los Campos Elíseos en
apoyo de De Gaulle, manifestando que habían sufrido ya suficiente chienlit (vocablo
creado por De Gaulle, que venía a significar de forma peyorativa ‘desorden’). El
presidente se negó a dimitir a pesar de las presiones, pero se vio obligado convocar a
elecciones. En éstas, los aliados de De Gaulle ganaron de nuevo, pero él siguió siendo
enormemente criticado y considerado como una figura anclada en el pasado que debía
dar paso a las nuevas generaciones y, finalmente, renunciaría al año siguiente, en abril
de 1969, tras perder un referéndum y el rechazo del Senado a su plan de reformas.
Por otro lado, después de la convocatoria de elecciones, el movimiento fue perdiendo
fuerza paulatinamente y, al mismo tiempo que los trabajadores volvían a sus puestos y
los estudiantes, a las aulas, el gobierno central recuperó poco a poco el control de la
situación. Se retomó el control de la Sorbona y se tomaron diversas medidas de
represión para que no se volvieran a producir desórdenes. Así, por ejemplo, se
declararon ilegales numerosas organizaciones de izquierdas y cualquier concentración
considerada peligrosa fue duramente reprimida, como la que se produjo el día de la
Bastilla, semanas después del fin de mayo de 1968. Pasados los meses de junio y julio
de 1968, se produjeron muy pocos cambios aunque permanecía un sustrato de
descontento. Para Marcuse, la oposición radical enfrenta inevitablemente la derrota en

18
su acción directa, extraparlamentaria, de desobediencia civil, y hay situaciones en las
que debe aceptar el riesgo de esta derrota si, al hacerlo, es capaz de consolidar su fuerza
y denunciar el carácter destructivo de la obediencia civil a un régimen reaccionario”
(Marcuse, 1969, 72).
Es interesante que un opositor al mayo francés, como fue Raymond Aron, cuando se
refiere al tema empiece señalando que le disgustaba dar clase en la Sorbona por la
cantidad enorme de alumnos que había alcanzado (y dejó de dar clases allí en enero 68)
y también cuestiona el gran número de profesores. Y caracteriza la mayo 68 como una
semana de luchas estudiantiles, dos de huelgas que paralizaron Francia y una semana de
crisis política. Era indigno que unas hordas de chiquilines derrocaran al gobierno, al
régimen y a la Francia política. Estos chiquilines estaban destruyendo la antigua
Universidad y buscaban poner desorden en la economía (Aron, 1983, 223) y enmarca el
movimiento en la rebelión juvenil mundial contra la sociedad establecida. A su vez, se
mostró impactado por la debilidad del estado frente a la rebelión de los chiquilines, “ese
carnaval”
La cuestión femenina: quizás donde más fácilmente se puede comprobar los efectos
provocados por esa brecha y por la crítica consecuentemente radical de la Modernidad
es en el desarrollo posterior de un movimiento autónomo de mujeres. Porque, como
recuerda una de sus activistas, la italiana Francesca Gargallo (2008), el 68 fue machista,
ni policía tuvieron en cuenta a las mujeres, pero representó también el inicio del
feminismo de los años setenta ya que forzó a una generación de mujeres a arreglar sus
cuentas con la política. Esto ocurrió así porque precisamente a partir de la
revalorización de la autonomía personal, pese a la interpretación machista dominante
entonces, se hacía también posible aplicarla a la crítica de la desigualdad de sexos y a la
defensa de la libre opción sexual, elaborando nuevos discursos y propuestas feministas
(Lo personal es político es un eslogan introducido por feministas norteamericanas).

Las lecturas, los análisis: buena parte de los trabajos que abordan el mayo francés son
reflexiones de intelectuales que estuvieron más o menos involucrados en ese proceso de
rebeldía y contracultura. Para esta clase trabajaremos esos análisis y fuentes (algunas de
los propios estudiosos del tema) producidas en simultáneo con los sucesos. Por la propia

19
centralidad de las Universidades francesas en el contexto internacional, muchos de sus
protagonistas y analistas no son franceses, esto da una riqueza a los análisis que no debe
soslayarse. Sin embargo, pareciera faltar una Historia del mayo francés y yo jugaba con
la idea de una análisis al estilo de El Mundo trastornado de C. Hill.

Las lecturas culturalistas, psi y semióticas: estas perspectivas y desde sus propias
bases y recorridos, llegan a interpretaciones bastante similares. Nicolás Casullo, un
argentino de 24 años, que vivía en París del 68 y sin desconocer las líneas políticas
(vanguardismo leninista, stalinismo, neoanarquismo) lo central del Mayo es el
cuestionamiento a la conducta, los valores, la forma de presentarse, vestirse y hablar,
cierto desparpajo e ironía, una suerte de ingeniosidad del lenguaje y un espíritu de
innovación, que todavía es posible detectar en nuestra cultura y -sobre todo- en la
publicidad. Todos valores muy ligados a la juventud. Para Casullo el Mayo francés
simbolizó la emergencia definitiva de la cultura juvenil en la historia moderna, lo que
otros llamarían posmodernidad. Ese espíritu juguetón, de libido desatada, de
contravención, de contracultura que encarnaron los hippies, marginales y contestatarios.
Para el autor, mayo del 68 no fue social, fue un movimiento cultural y masivo que
rescató valores de la individualidad: respeto a la sexualidad, a las mujeres, a las
minorías. Fue un típico movimiento de masas de los que se producen cuando hay un
desfase entre el adelanto técnico civilizatorio y el retraso permanente de los valores y
las costumbres. Lo que hizo Mayo fue poner al día la cultura necesaria a ese momento y
cuestionar tanto al pensamiento de derecha como el de izquierda. Pero lo más fuerte de
Mayo está en su crítica cultural al sistema. No tanto al régimen salarial, económico o
político, sino como rebelión contracultural hacia ambos lados: a la revolución
traicionada y a un capitalismo autoritario (CASULLO, 1998).
En consonancia con Touraine (1997) y Barthes, Casullo plantea que fue una revolución
del deseo. Al respecto, podemos decir que un deseo que puede ser interpretado como un
elemento a la deriva, fluctuante que “produce lo real”, ya que si el deseo es productor,
sólo puede serlo en realidad y de realidad. El deseo no carece de nada, y, por lo tanto,
no carece de objeto” (DELEUZE y GUATTARI, 1985 p. 33). Mayo del 68 significó un
llamado a la liberación del sujeto, en un espacio más hedonista, donde también y quizás
fundamentalmente, la palabra estaba liberada. (Laurent, 2009, p. 33), una “masa de
jóvenes que se dejan llevar por la idea de conquistar su propia vida. “Queremos vivir
como lo concebimos”. Contra esta sociedad que consideran demasiado autoritaria y
heterónoma, quieren ser los amos de sus vidas […] El movimiento emerge como
un movimiento […] que quiere ante todo hacer énfasis en la autonomía y las opciones
de vida de los individuos […] [E]l principio de los años 68 es, en realidad y ante todo,
una revuelta por la vida cotidiana, la música, la relación entre hombres y mujeres, la
vida,
la sexualidad, la liberación. Esto es lo que hace el 68 (COHN BENDIT, 2008, 49-50).

En este sentido, es interesante la perspectiva de Julio Cortázar, quien viviendo en París,


no sin romanticismo señaló: “Nadie les ha enseñado a hacer lo que están haciendo;
nadie le enseña al árbol la forma de dar sus hojas y sus frutos. No se han dejado utilizar,

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como tantas veces en otros tiempos, a manera de cabezas de puente o pavos de la boda;
hoy están solos frente a una realidad resquebrajada, son una inmensa
muchedumbre que no acepta ya reajustarse para ingresar ventajosamente en
ese mundo que se da a llamar moderno, que no acepta que ese mundo los
recupere con la hipócrita reconciliación paternal frente a los hijos pródigos”.
Algo como una fuente de pura vida, algo como un inmenso amor enfurecido se
ha alzado por encima de los inconformismos a medias, a la torre de mando de
las tecnocracias, en la fría soberbia de los planes históricos, de las dialécticas
esclerosadas. Una rebelión contra todos los esquemas prefijados.
Piden una nueva definición del hombre y la sociedad. Lo piden con una entrega total de
su persona, con el gesto elemental e incuestionable de salir a la calle y gritar
contra la maquinaria aplastante de un orden desvitalizado y anacrónico. Los
estudiantes están haciendo el amor con el único mundo que aman y que los
ama; su rebelión es el brazo primordial, el encuentro en lo más alto de las
pulsiones vitales.
Sin embargo, no había sólo ilusión maravillada en Cortázar, y en ese sentido es muy
interesante su lectura latinoamericana y latinoamericanista que busca ver que ese
movimiento no es sólo de Europa y por Europa y haciendo un juego con el estallido en
el Pabellón Argentina y la figura del Che, entiende que esos jóvenes europeos también
están poniendo en juego la dominación de nuestro continente (CORTÁZAR, Homenaje
a una Torre de Fuego, París, 1968).
Un movimiento con carácter cultural, que no obstante parte del presupuesto que “todo
es político”. Con base en este principio, se opera un cuestionamiento generalizado de las
normas establecidas, a la par con otro, en referencia a la noción misma de normalidad,
cuestionamiento fundado en el derecho a la libertad y a la subjetividad y, en ese sentido,
en la idea de no depender de nada ni de nadie. A partir de allí, no sólo se replantea la
autoridad desde el Estado, sino que también se redefinen las relaciones sociales dentro
de múltiples escenarios –la universidad y las demás instituciones educativas, las
empresas y los sindicatos, e incluso los vínculos familiares–, en un trasfondo de
liberación del Sujeto –empezando por lo sexual–, afirmación de la igualdad en la
diferencia, llamados a la autodeterminación, la autonomía y la autogestión (LAURENT,
2009, p. 35).
Pero también es cultural lo que lo produce. Para Henrí Lefébvre, es resultado del fracaso
de la empresa cultural concebida según el modelo de la empresa industrial, y por
consiguiente insertada en una práctica social parcial, fragmentaria, al mismo tiempo
segregativa y con la pretensión de llevar a cabo la integración y señala algo bien
interesante, él dice que los estudiantes adoptan inicialmente la consigna ‘Universidad
crítica’ que pronto también es superada. Critican todas las instituciones y en particular
la información controlada y difundida por el Estado.
Por otro lado, el discurso poético y las paredes como espacio privilegiado, implicaba
transgredir el dominio del espacio gráfico que ostentaba el poder, erigido, desde
siempre, en el máximo detentador de los espacios gráficos públicos, siendo el que
determina las reglas de la comunicación escrita pública, la elección y determinación de
las superficies susceptibles de recibir la escritura, los usos concretos de los distintos

21
espacios de escritura utilizables y las características de los productos gráficos expuestos
(PETRUCCI, 1986, p XXI). Para decirlo de otro modo, dicha transgresión reside tanto
en el contenido, la alteridad misma del mensaje, por norma discrepante con la lógica de
los discursos oficiales, como en el hecho de convertir en espacios de escritura
superficies inicialmente no destinadas a esa finalidad e instrumentalizar el muro como
mensaje. Así, según Roland Barthes, "lo que hace al graffiti no es, a decir verdad, ni la
inscripción, ni su mensaje, es el muro, el fondo, la mesa; a causa de que el fondo existe
plenamente, como un objeto que ya ha tenido una vida, la escritura se le añade siempre
como un suplemento enigmático" (BARTHES, 1986, p.172).
En palabras de Sartre, la riqueza del movimiento se refleja en lo que el definió como la
expansión de lo posible, la reivindicación de la utopía frente al poder. Ese discurso
global permitió asentar una experiencia fundadora común de la nueva generación del
68. Para Michel Wieviorka, lo que se inauguró en los sesenta fue un cambio cultural
particularmente novedoso, que ponía todo en interrogación y 1968 fue la concreción de
la contracultura, la inauguración de un nuevo orden, el fin de una forma societal, en
palabras de Touraine (1970), o como la llamaron Morín, Castoriadis y Lefort, la brecha
(2009). En los primeros artículos, los de 1968, los autores intentan contener la
excitación ante lo que respiran en las calles y los obnubila como testigos y
protagonistas: universidades tomadas, piquetes, comunas de estudiantes y obreros,
enfrentamientos con la policía, huelga masiva, la utopía contra el poder. Pero no
pueden, porque la historia los sobrepasa: esbozan sus hipótesis sobre hasta dónde
llegará ese movimiento, pero con una pasión inocultable: la del deseo del triunfo de eso
que se está formando, la excitación ante lo que amenaza abrir brechas a ladrillazos.

Algunos lo hacen con más pesimismo, otros son más concluyentes. Como cuando
Lefort llama "nuevo desorden" a ese estado pos-larval de la explosión social, y arriesga:
"el Poder, en cualquier lugar que quiera reinar, encontrará opositores que, sin embargo,
no están preparados para instalar uno mejor". En el escrito "Complejidad y
ambigüedad", de 1986, Morín se pregunta qué es lo que el Mayo Francés cambió: "La
nube radiactiva de las ideas de Mayo se desintegró embebiendo un poco todas las cosas.
Después de mayo del ‘68 los tabúes retrocedieron".

22
Los tres autores buscan describir y explicar la espontaneidad que empapó aquel fin de
mayo y principio de junio, pretenden pensar las causas, asimilar los fracasos, poner bajo
la lupa la dicotomía "reforma o revolución" –como lo hizo el Mayo Francés– para
entender mejor los cimientos de la cultura occidental. (MORÍN, CASTORIADIS y
LEFORT, 2009).
Como señaló Edgar Morín, fue más que una simple protesta, pero menos que una
revolución. En ese sentido, Dany el rojo fue claro, no definió, en su momento, el
movimiento de mayo como una revolución; sino como el comienzo
de una nueva forma de acción, un precedente. Mucho más drástico, André Malraux
insiste en ver Mayo del 68 como «una verdadera crisis de civilización».
Las lecturas políticas: estas lecturas provienen en buena medida de sujetos que
mantienen sus identidades políticas desdelos sesenta y hacen un balance de aquella
experiencia. Por ejemplo, para Baynac, mayo del 68 fue una revolución de la
revolución, dirigida contra el capital pero también contra el Estado (Baynac, 2008) que
falló por los problemas de autoorganización y de interacción (y organización) con la
clase trabajadora. Para el mismo autor, no haber dado el espacio necesario a las mujeres
también debilitó al movimiento. La novedad radical del movimiento sostiene Baynac,
se engendra en una estrategia insólita e imprevista, que cuestiona tanto las estructuras
asfixiantes del capitalismo como las del bloque comunista. Una estrategia que no razona
en términos de poder y de tener, de espacio y de cantidad, de mediación y organización,
sino de no-poder y de ser, de tiempo y de calidad, de aquí y ahora y autoorganización.
Por ello, no encaja en ningún esquema teórico conocido y, a partir de él, todos entraron
en cuestión. ¿Cómo se encarnó esa novedad, en qué clase de palabras, de gestos, de
hechos, de alianzas, de sujetos, de lugares, de dispositivos organizativos?.
Tomás Ibañez, partícipe del mayo francés, anarquista, hijo de exiliados españoles,
entiende que el gran hecho diferencial del mayo del 68 no es la revuelta estudiantil que,
con una mayor o menor dimensión y profundidad, se estaba dando en muchos países,
aunque en ninguno como en Francia, sino en el protagonismo de una clase trabajadora
que prácticamente paralizó Francia con una huelga general indefinida. Aunque al mismo
tiempo allí residía su debilidad, pues la clase trabajadora (proletariado), demostró sus
limitaciones en ese momento, pero también, y esto es lo que todos sus enemigos quieren
ocultarla, la fuerza que ninguna otra clase subalterna del capitalismo tiene (no la “clase
media”, ni sectores como el estudiantado): paralizar prácticamente el país durante
muchos días, dejar temblando a la clase capitalista, desconcertados al Estado, partidos, e
incluso a los sindicatos (IBAÑEZ, 2008).
Por su parte, Alain Krivine señala un hecho revelador: “la unión estudiantes-obreros
tuvo lugar en la calle. Fue simbólica, pero no fue profunda. Para dar solo un ejemplo:
cuando supimos que la huelga se desencadenaba en Renault-Billancourt -30.000
obreros, el centro neurálgico de la clase obrera francesa-, fuimos en manifestación
varios miles, fuimos acogidos por una fábrica silenciosa en la que todos los obreros
estaban en los tejados y las ventanas, pero ni un solo aplauso. En sus cabezas, estaba la
propaganda estalinista: “llegan los pequeñoburgueses izquierdistas, aventureros”. Sobre
todo al comienzo del movimiento.”. (KRIVINE, 2008). Mirado dese la perspectiva de

23
Fernando Vallespín, esto resulta bien lógico ya que, paradójicamente, los
beneficiarios aparentes del nuevo orden capitalista, se rebelaban frente a él en nombre
de un ambiguo proyecto de nuevo cuño (VALLESPÍN, 2008).
El impacto sobre lo intelectual: Daniel Omar de Lucía, señala que pocos movimientos
sociales estuvieron tan directamente vinculados a los debates en el campo intelectual de
su época como los sucesos de Mayo de 1968 en Francia. Huelga estudiantil, huelga
obrera, movilización de sectores de poca tradición combativa se unen en la única crisis
revolucionaria seria que se produjo en una metrópoli imperialista desde la posguerra.
Cualquier análisis de este movimiento debe tener en cuenta la relación que existía en la
década del 60 entre el trabajo de los intelectuales y la crítica radical del orden social. En
esos años las ciencias sociales habían experimentado un gran avance. Nuevas
disciplinas hacían objeto de su análisis áreas poco estudiadas de la cultura. Los diálogos
interdisciplinarios derrumbaban las aduanas académicas de la ciencia burguesa.
Esquemas de larga vigencia en el pensamiento moderno eran puestos entre paréntesis.
El estudio de las sociedades coloniales derribaba mitos etnocéntricos. La evolución de
los países del capitalismo central y de los regímenes burocráticos era sometida a una
aguda crítica. (DE LUCÍA, 2008). Para este autor, La revolución burguesa fue jurídica,
la revolución proletaria fue "económica". El mayo francés fue social y cultural, para que
el hombre pueda devenir él mismo, y no se contente más con una ideología humanizante
y paternalista. Sin duda, la metáfora que más eco tuvo para describir la explosión del
Mayo francés fue la empleada por pensadores de prestigio como Edgar Morín, Claude
Lefort y Cornelius Castoriadis, ya adultos en el68. Según ellos, con e1 68 se había
abierto una brecha en las sociedades opulentas a través de la cual podrían valorarse sus
efectos a más largo plazo. Había revelado, como reconocería también Raymond Aron,
la fragilidad del orden moderno, y, por tanto, irían produciéndose grietas en un edificio
que parecía inexpugnable.
Casi veinte años más tarde, Edgar Morín se reafirmaría en la misma conclusión
precisando al mismo tiempo algo más: Mayo ha sido una brecha bajo una línea de
flotación cultural y política, y en este sentido sus efectos son esencialmente de brecha y
de subsuelo. Todo sigue, pero nada es ya exactamente como antes. En ese subsuelo se
pudieron desarrollar una nueva cultura política y nuevos movimientos sociales.
(CASTORIADIS, LEFORT y MORÍN, La Brecha, 2008)
Dentro de una línea de interpretación más o menos afín, Toni Negri, este movimiento
representó una gigantesca crítica de la modernidad, de la racionalidad instrumental del
capitalismo moderno, de su esquema lineal de poder y, además, una crítica feroz de todo
aquello que el socialismo real había asimilado del proyecto capitalista, presentándose
como sustitutivo de éste, como alternativa interna a su modelo.
Pero hay otra perspectiva, no menos interesante y trascendente, que es sostenida por
ejemplo por Castoriadis y es que el Mayo Francés significó el fin del estructuralismo y
la reconversión de algunos intelectuales, como Barthes y Foucault, aunque no lo diga en
esas palabras, sitúa el origen del posmodernismo en este proceso del 68. Peter Burke, en
su ¿Qué es la Historia del conocimiento? Atribuye al mayo francés una activa
participación en la transformación de la relación de saber y poder, y sin la ironía de

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Castoriadis, señala a Foucault como uno de los exponentes más claros de esa ruptura.
También reconoce el papel de Pierre Bourdieu (BURKE, 2017, 27)
Por su parte, Guillermina Garmendía, también plantea una transformación intelectual al
plantear que la rebelión sacó a Marcuse de su oscuro perfil y lo llevó al centro de la
escena, ya que muchos consideran que es el gran ideólogo y que además el mayo sacó a
la luz su teoría crítica de la sociedad, según la cual la tecnología es una forma de
ideología que permite la vida confortable pero también la construcción de un poder
legitimado pero aislado de la voluntad de las masas y construye una sociedad cerrada,
porque disciplina e integra las dimensiones públicas y privadas haciendo que acepten el
poder de los dominantes que hasta hace poco rechazaban. (GARMENDIA, 1971, 12).
La presencia de Marcuse en París, al momento de los sucesos habría ayudado a
contribuir a la difusión de su pensamiento y figura, pero también Dany, el Rojo, habría
transmitido el respeto que ciertos grupos de estudiantes de izquierda de Alemania
sentían por Marcuse.
Para el propio Marcuse, los rebeldes “Quieren una forma de vida completamente
diferente. Rechazan una vida que es sólo una guerra por la existencia, se niegan a
integrarse en lo que los ingleses llaman el Establishment, porque piensan que ya no es
necesario. Sienten que toda su vida está desbordada por las exigencias de la sociedad
industrial y por los grandes negociados militares y políticos”.
“Los estudiantes saben que la sociedad absorbe las oposiciones y presenta lo irracional
como racional. Sienten más o menos claramente que el hombre ‘unidimensional’ ha
perdido su poder de negación, su posibilidad de rechazo. Entonces ellos se niegan a
dejarse integrar en esta sociedad”. (BENDITH-COHN, 60-61)
Una conclusión que abre preguntas: los acontecimientos de mayo no fueron previstos
por los estrategas del capital, ni en Francia ni en ninguna otra parte. No fueron previstos
por los dirigentes estalinistas, izquierdistas, ni reformistas, no fue previsto por los
intelectuales. El motivo por el que 1968 (y su prolongación en 1969 y 1970) no fue la
revolución, y nunca pareció que pudiera serlo, fue que los estudiantes, por numerosos y
movilizables que fueran, no podían hacerla solos. Eran, además una minoría, no
despreciable y activa, pero una minoría dentro del estudiantado general. Su eficacia
política descansaba sobre su capacidad de actuación como señales y detonadores de
grupos mucho mayores pero más difíciles de inflamar. Lo cual lleva a pensar en el papel
que pueden a llegar a jugar los jóvenes y entre ellos los estudiantes, que siempre son un
barómetro sensible de las tensiones que se están acumulando en las profundidades de la
sociedad, como ha sostenido Alan Woods.
Lo cierto es que estos movimientos juveniles y de minorías (que no eran tan
minoritarias numéricamente sino, en todo caso, producto de una posición relacional de
poder) al menos por un tiempo, trastornaron el mundo, todo estuvo dado vuelta, todo
parecía posible. La “fealdad” del mundo era motor de cambio y de búsqueda de belleza.
Y es, probablemente, por ese carácter inmaterial y en buena medida inaprensible que
muchas veces no se los piensa en su propia densidad, sino que se los mitifica y agiganta
o bien se los trivializa, se los disminuye. Por otro lado, la lógica capitalista parece
también triunfar en las interpretaciones y las únicas revoluciones que cuentan parecen

25
ser las que triunfan y se materializan. Y no es más cómodo para las izquierdas, ya que
fueron movimientos contraculturales y rupturistas en todo sentido.
Por eso, es importante recordar todas las esquinas que estos movimientos alborotaron:
lo cultural, lo político, el deseo, lo intelectual, lo social, las relaciones de género, las
alianzas de clase, y la posibilidad de ser quien se era. Y como esas premisas parecen
haber cobrado nueva fuerza en este nuevo siglo.

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Otros materiales para trabajo con y de los y las estudiantes

-Grafitis
-Fotografías
-Diálogo Jean-Paul Sartre- Daniel Cohn-Bendit, Publicado por Le Nouvel Observateur, 20 de
mayo de 1968.

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-Documental El espíritu del mayo francés, Dirección, Cámara y Realización: William Klein
País: Francia Duración: 98 min. Año: 1968. https://www.youtube.com/watch?v=8qhYBkfYjRg
-Elaboración de material hipermedia.

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