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EXISTENCIALISMO EN NIETZSCHE

La genealogía de la moral

Análisis

La genealogía de la moral critica la moral vigente a partir del estudio del origen de los principios
morales que rigen Occidente desde Sócrates.

Nietzsche es contrario a todo tipo de razón lógica y científica, diría la iglesia, y por ello lleva a cabo
una crítica feroz a la razón especulativa y a toda la cultura occidental en todas sus
manifestaciones: Religión, Moral, Filosofía, Ciencia, Arte.

La genealogía de la moral pretende responder a las preguntas que él mismo se plantea en el prólogo


de la obra: ¿En qué condiciones se inventó el hombre esos juicios de valor? ¿Qué son las palabras
bueno y malvado? ¿Y qué valor tienen ellos mismos? ¿Han frenado o han estimulado hasta ahora el
desarrollo? ¿Son signo de indigencia, de empobrecimiento, de degeneración de la vida?

Tratado

Primer tratado

El primero se titula «Bueno y Malo». Bueno y malvado, es una psicología del cristianismo, donde
hace un análisis del surgir del espíritu del resentimiento contra los valores naturales o nobles. Este
análisis es un primer paso para llegar a la «transvaloración» de todos los valores.

Crítica a la cultura europea.

Nietzsche considera que lo moral es una forma de interpretar ciertas cosas y ciertos
comportamientos, y toda interpretación se hace desde determinada perspectiva. Lo que va a
proponer Nietzsche es una perspectiva nueva frente a la moral. La moral europea (que Nietzsche
identifica con la moral cristiana), es una negación de los instintos y de la vida, se asienta sobre el
miedo a esta vida y la consiguiente invención de "otra vida", que es una vida tras la muerte que vivirá
el alma liberada de todo lo que se supone negativo y que está ligado al cuerpo y a lo terrenal. La
moral judeocristiana, negadora de la vida, es la que ha imperado en occidente durante veinte siglos y
ha penetrado toda la cultura. Nietzsche propone una perspectiva diferente: la voluntad de poder, un
eterno “sí” a la vida.

El origen de los términos «bueno» y «malo»

Nietzsche va a criticar también la moral cristiana que se ha solidificado en Europa como la única
moral existente. El método que utiliza en esta crítica va a ser el método genealógico, la búsqueda de
los ancestros de la moral, de sus orígenes. El método genealógico se va a aplicar a los conceptos
`bueno' y `malo' buscando cuál es el origen de estos dos valores para ver qué sentido tuvieron en su
origen, y si éste se ha mantenido o ha cambiado. Este es el objetivo de Nietzsche en el tratado
primero de su genealogía de la moral.

La transvaloración de los valores

«Bueno» y «malo» no tuvieron en su origen el sentido que les ha dado la moral cristiana. «Bueno»
significó aristocrático, noble, privilegiado; y «malo» significó vulgar, plebeyo, bajo; justo al contrario
de lo que significan en la moral cristiana. El cristianismo ha llevado a cabo una «transvaloración» de
los valores. Esta «transvaloración» fue iniciada por los judíos y continuada por los cristianos. A esta
inversión de la moral se procede de la siguiente manera:
Nos encontramos dos fórmulas: “Yo soy «bueno», luego tú eres «malo»” y “Tú eres «malvado»,
luego yo soy «bueno»”. Los términos «bueno» y «malo» no significan lo mismo, sino que según una u
otra fórmula varía su sentido.

Conclusión

La moral judeocristiana no es más que un engaño de los débiles y decadentes para imponer su
dominio. Desde la perspectiva de la negación de la vida la moral judeocristiana ha fabricado sus
propios valores y los ha hecho pasar por los únicos y auténticos valores. En conclusión, el intento de
Nietzsche no es el de fundamentar la moral, sino desenmascarar la moral judeocristiana, que se ha
impuesto como la única y verdadera moral, y dar un nuevo enfoque, un enfoque que favorezca la
vida, frente a la moral judeocristiana que niega la vida.

Segundo tratado

El segundo tratado es una psicología de la conciencia: «culpa», «mala conciencia», etc. El ateísmo
consiste en no tener deudas con los dioses: en una segunda inocencia. La crueldad aparece como
uno de los más antiguos trasfondos de la cultura.

En el segundo tratado Nietzsche emprende la genealogía de la conciencia moral, la psicología de la


conciencia. Se trata de buscar el origen de todo aquello que es necesario para que surja la conciencia
que haga del animal-hombre un sujeto moral.

La crueldad juega un papel fundamental en este tratado segundo, para Nietzsche “la crueldad
constituye en alto grado la gran alegría festiva de la humanidad más antigua, e incluso se halla
añadida como ingrediente de casi todas sus alegrías".

La pena no es para Nietzsche más que una manifestación de la crueldad, porque hacer sufrir produce
bienestar, sobre todo a alguien que se le considera causante de un daño. Para Nietzsche, el único
efecto que se consigue con la pena, es el alargamiento de la memoria, intensificar la inteligencia y
hacer más cauto y desconfiado al que la sufre, por eso afirma que “la pena domestica al hombre,
pero no lo hace mejor”.

El concepto moral de culpa tiene su origen en el concepto material de “tener deudas”. La explicación


sobre la mala conciencia, se relaciona también con la crueldad, y con la afirmación nietzscheana de
que todos los instintos que no se desahogan hacia fuera, se vuelven hacia dentro. La mala conciencia
es para Nietzsche la crueldad que al no poder exteriorizarse debido a que el hombre se encuentra
encerrado en la sociedad, y obligado por ésta a ser pacífico, se vuelve hacia uno mismo. El individuo
se tortura y castiga a él mismo, se vuelve cruel consigo mismo, porque no puede exteriorizar esa
crueldad y ese ser natural que el hombre es hacia fuera.

Por último, Nietzsche aspira a la superación del hombre mismo, de su voluntad de poder, a un
ateísmo, a una segunda inocencia como dijimos antes, en la cual el hombre esté libre de deudas con
sus dioses y vuelva natural aquella moral vista como innatural del hombre mismo.

Tercer tratado

El Tercer tratado es una psicología del sacerdote: ¿Qué significan los ideales ascéticos? El ascetismo
es una crueldad consigo mismo y con los demás. Hasta ahora no ha habido en la tierra más que un
ideal ascético. Pero ahora hay un nuevo ideal: El Übermensch (superhombre o suprahombre).

En estos tres tratados encontramos parte de las claves que recorren toda su filosofía: valoración,
crítica y genealogía de los valores.
Es un buceo en el ser del hombre como ser histórico. Investiga la evolución de los conceptos morales
desenmascarando todo lo existente, descubriendo que el hombre no es más que un ser instintivo
siendo negado el significado de lo trascendente. La esencia del método es explicar todo por su
contrario, mostrando así su verdadera realidad.

Nietzsche recurre a la genealogía de los conceptos y a la etimología de las palabras: saber qué
significan las palabras y conocer la historia de su evolución es la única forma de penetrar en la fuente
de donde brota la moral, los valores.

Dos conceptos de "valoración" diferentes: la valoración aristocrática: Bueno y Malo. La valoración


sacerdotal, cuyos máximos representantes son los judíos, lleva a cabo, desde su impotencia y
resentimiento, una << transvaloración >>: Bueno (lo que antes era malo) y malvado (lo que antes era
bueno).

Voluntad y poder no pueden separarse. La voluntad de poder es un querer dominar, un querer


afirmarse y superarse. Fortaleza y exteriorización de la fortaleza son una y la misma cosa, pero la
moral del resentimiento dice que el fuerte es libre de exteriorizar su fuerza o no. Y cuando la
exterioriza es un "malvado".

También afirma que los débiles han elegido su debilidad: así ocultan su impotencia con la máscara
del mérito. De este modo culminan la falsificación, la venganza de los impotentes contra los nobles.

La obra maestra es su idea de justicia: ellos son los justos y odian la injusticia. A su esperanza de
venganza la llaman victoria del Dios justo sobre los ateos. Esperan una justicia de otro mundo en el
juicio final.

La moral que niega la vida se justifica en Dios, y esto Nietzsche lo ve como un gran paso atrás de la
humanidad.

Nietzsche es un vitalista, un hombre que quiere afirmar la vida y aceptarla tal cual es, sin
enmascararla, que está dispuesto a experimentar la alegría de vivir la vida. Es esa comprensión de la
vida la que le lleva a reflexionar sobre la moral que, frecuentemente, no ha hecho sino enmascarar,
degenerar y negar la vida.

Nietzsche llama voluntad de poder al poder creativo de la vida y sanos a los creadores, a los llenos de
poder. El redentor que propone será un hombre sano, con voluntad de poder, no será un hombre
ascético ni un científico que renuncie a la vida y al hombre. El redentor aportará un sentido a la vida
que no niegue la felicidad y la belleza en este mundo, que no niegue el cambio ni el devenir.

MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL

¿Qué me dice el texto?

Nietzsche habla sobre la moral de aquel tiempo y criticaba la moral de algunos filósofos.

¿De qué trata?

El Libro trata de varios temas: la verdad, la voluntad, la religión y el que más abarca es la moral.

¿Qué problema plantea?

La moral de los pensadores de su siglo.

ANALISIS
  Para Nietzsche la moral es algo que el hombre ha creado para justificar sus actuaciones y poder
tener un orden. El ser la moral creada por el hombre entonces no es que los fenómenos morales
existan, sino que es la persona quien interpreta según su escala de valores lo que cree bueno o malo
de los hechos o de las acciones de los demás.
El instinto merece más autoridad que la racionalidad. La racionalidad actúa conforme a un fin y un
porqué por lo tanto se guía bajo una moral lo cual no cree que sea un bien. El instinto es la
naturaleza del hombre, aunque es cierto que no debe actuarse completamente conforme a él, es útil
si se utiliza para guiar a la racionalidad para actuar de una forma mejor. Sin embargo, es importante
seguir basándose en la racionalidad.

 El hombre con mayor jerarquía está más apartado de los demás.
Cuando los hombres viven bajo las mismas condiciones hace que estos puedan comunicarse más
fácilmente y que puedan sentirse más unidos, porque los hombres similares siempre tienen ventaja
sobre aquellos selectos. Los hombres más difíciles de comprender permanecen solos, el saber separa
al hombre y lo aísla, se apartan creyéndose superiores a los demás y   esto los lleva al sufrimiento,
aunque lo oculten. 
 La convivencia de un hombre en la sociedad lo hace vulgar.
Nietzsche considera que el hombre tiene cuatro virtudes: el valor, la lucidez, la simpatía, la soledad.
Sin embargo, considera que la más importante es la soledad, porque vuelve al hombre puro y limpio
en sus pensamientos que no se encuentran influenciados por las opiniones de los demás, la
convivencia en la comunidad hace que los individuos compartan sus pensamientos y sean afectados
unos con otros llegando a convertir al hombre en un vulgar y dejan de ser espíritus libres.

Estar más allá del bien y del mal según Nietzsche es estar más allá de la moral, esa moral
instaurada   por la tradición, “tradición reflejada   en el conocimiento   institucionalizado de   la
iglesia, la ciencia.” Moral que se   esconde   bajo características de “mejoradora” de la raza humana;
la cual tiene reglas, leyes que nos muestran el camino para una buena vida; estas leyes
fundamentadas   en mundos   imaginarios, mundos perfectos, idealizados   el mundo más allá de la
vida, el paraíso...

Espíritu Libre: una persona dueña de sus actos que piensa y decide por sí misma sin dejarse
condicionar por la sociedad. Una persona que no es producto de la ingeniería social, sino que toma
las riendas de su vida y asume la responsabilidad por sus acciones.

RESUMEN

La mirada «ilustrada» de la época anterior a Así habló Zaratustra ha sufrido ahora un cambio: el que
procede de haber contemplado la figura del superhombre. El «espíritu libre», concepto capital en
toda la filosofía de Nietzsche, es el lazo que une aquella primera época con esta otra posterior al
Zaratustra. Mas ahora ese «espíritu libre» no es el mero «librepensador», sino un espíritu que está
más allá del bien y del mal. Y ese estar más allá del bien y del mal deja sentir su influencia sobre
todos y cada uno de los temas tratados. Comienza el libro con una crítica de «los prejuicios de los
filósofos». La «voluntad de verdad», aparentemente desinteresada y contemplativa, queda
desenmascarada como voluntad de poder; lo que nos mueve a risa en los filósofos es su falta de
honestidad, dice Nietzsche, pues llaman «la verdad» a lo que no constituye más que su «fe», a la cuál
ellos le han añadido, con posterioridad, unas razones justificadoras. Los filósofos son meros
abogados de su creencia y, por tanto, gentes dispuestas a utilizar cualquier ardid con tal de que tal
«convicción» salga triunfante. La contraposición entre el mundo real y el aparente, la creencia en el
atomismo (creer que se reduce a lo mínimo, de átomo) (sobre todo en el atomismo anímico), la
creencia en el instinto de auto conservación como instinto capital de lo viviente, la creencia en los
conocimientos inmediatos, en el sujeto, en la voluntad libre, son temas analizados en esta primera
sección, cuya cima se encuentra sin duda en el aforismo 19. «El espíritu libre» se estudia en la
sección segunda, y su comparación con el «espíritu libre» anterior a Así habló Zaratustra muestra con
claridad que la «repetición» del tema es una repetición desde una perspectiva muy distinta. La
defensa de la verdad a toda costa, tan ensalzada en aquella primera época, queda aquí sometida a
burla. Y la importante distinción entre una época premoral, una segunda moral y otra tercera
extramoral de la humanidad servirá a Nietzsche para ulteriores planteamientos. También la sección
tercera es una repetición (Humano, demasiado humano, tiene, en efecto, una sección titulada La vida
religiosa»). El descubrimiento de la rebelión de los esclavos en la moral es posiblemente la fórmula
que más se ha divulgado. Pero hay otros análisis que revelan una extremada penetración psicológica,
así, por ejemplo, los de las distintas clases de pasión por Dios los de las relaciones entre filosofía
moderna y religión, los de los distintos tipos de crueldad religiosa y los de la incredulidad. La sección
cuarta, titulada «Sentencias e interludios», es una vuelta al aforismo breve y punzante, de larga
tradición en Nietzsche. Y la quinta, asimismo una repetición («Para la historia natural de la moral» es
aquí el título «Para la historia de los sentimientos morales» lo era en Humano, demasiado humano),
señala las tareas de una nueva «ciencia de la moral», a la que Nietzsche dedicará el libro siguiente a
éste, La genealogía de la moral. El examen del «intelectual europeo» se diría hoy, llena la sección
sexta. En ella Nietzsche señala los peligros que al surgimiento del verdadero filósofo opone el modo
moderno de trabajar en la ciencia. En general, el hombre docto aparece nada más que como un
animal de tiro, nada más que como un espejo que se reduce a reflejar lo que a su lado pasa, para
poder eludir el enfrentarse a sí mismo. «Nuestras virtudes» reza el título de la sección séptima. Y más
que nuestras virtudes, nuestra virtud: la honestidad. En esta sección encontramos, de manera
imprevista un largo tratado sobre la mujer, donde Nietzsche expone una serie de pensamientos que
ridiculizan ante todo la «emancipación femenina» falsamente entendida. «Para un hombre profundo
y ateo una mujer sin piedad resulta algo completamente repugnante o ridículo». La sección octava es
una de las más cercanas a la época en que fue escrita y constituye una crítica implacable de la política
de aquel tiempo y, ante todo, del Reich. La irónica conversación de dos viejos «patriotas» sobre
Bismarck (aforismo 241), así como los aforismos dedicados a los judíos (250-251) y los referentes a
Francia, Inglaterra, Rusia, contienen, por un lado, análisis retrospectivos y, por otro, profecías que,
leídas ahora, asombran por su agudeza. La sección novena y última tiene como tema básico el del
surgimiento de una nueva casta que pudiera sacar a Europa de su postración y su
empequeñecimiento. Al europeo de aquella época contrapone Nietzsche el «buen europeo», en el
cual se encarna ahora el «espíritu libre». Ese es uno de los escalones por los que poder ascender
hacia el superhombre. Como lo son también esos nuevos filósofos que están apareciendo en el
horizonte y a los que Nietzsche alude desde el principio hasta el final.

ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA

Ideas fundamentales

A. La muerte de dios

Tras diez años de soledad en la montaña, Zaratustra, colmado de la sabiduría adquirida, decide bajar
al “país de los hombres”. Ya en su camino se topará significativamente con un santo, aislado
voluntariamente para dedicarse exclusivamente a amar a Dios. Este santo carece de cualquier tipo de
sabiduría. Ni siquiera los ama, pues son demasiado imperfectos en comparación con Dios. Por la
contra, Zaratustra sí que se dirigirá a los hombres, a quienes ama profundamente, pues va a
ofrecerles “el mayor regalo” que jamás se les haya podido ofrecer “¡Será posible! ¡Este viejo santo en
su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!”
De lo que se trata ahora ya no es de permanecer mudos ante la perfección divina, pues este ha
desaparecido, es necesario recuperar la palabra, el lenguaje del “hombre para el hombre”. El punto
de partida, por tanto, de toda la doctrina de Zaratustra se sitúa en la desaparición de Dios. Así, como
el Sol en su ocaso, Zaratustra baja hasta los hombres y, como el mismo astro, debe iluminarlos con su
sabiduría.

¿Por qué es tan importante la muerte de Dios? Porque mientras él viva, y con él todo lo
supraterrenal, todo lo idealista, los hombres vivirán en contradicción consigo mismos. Como
veremos, el conocimiento de la voluntad de poder precisa, para poder conducir a algo, que Dios haya
muerto. Mientras esto último no haya acaecido los hombres seguirán traicionándose a sí mismos, a
la tierra, al cuerpo, a lo sensible. Se dedicarán los hombres a mirar hacia lo supraterrenal ignorando
lo terrenal. La importancia de la muerte de Dios reside como fase preliminar de la liberación del
hombre. Se deben eliminar las ataduras antes de alzar el vuelo. Así, el desvelamiento de la muerte de
Dios, o, en otras palabras, de la desaparición de lo transmundano, elimina el (sin)sentido hasta ahora
impuesto en lo terreno.

El transmundo se termina desvelando como un viejo sueño tan terrenal como cualquier otro. El
sueño de lo trascendente, de lo absoluto, de totalidades y de cosas-en-sí no es más que eso, un
sueño. Un sueño elevado, no solo como no-sueño, sino como la realidad por parte de los propios
individuos de los que emana. Así, en De las cátedras de la virtud” y De los trasmundanos Zaratustra
hace especial énfasis en este interés de los transmundanos por mantener el sueño. Los
transmundanos, los débiles, frustrados por su propia debilidad, intentan imponerse falsamente
tapando con un delicado velo lo terrenal para dirigir su vista hacia arriba.

El desprecio hacia los “creyentes” será una constante en esta obra. Dios ha muerto y ello conlleva
también la necesaria muerte de todos lo que divulgaban sus nefastas prédicas. Pero, ¿por qué ha
muerto Dios? ¿Qué es lo que lo ha desvelado como inexistente?

Dios murió ahogado por su propia compasión. Ahora bien, en el siguiente capítulo, El más feo de los
hombres, se nos relatará cómo, en realidad, fue particularmente un hombre quien lo remató. Dios se
moría y “el más feo de todos los hombres” lo remató. Este no soportaba más la compasión de Dios.
Una compasión que “carecía de pudor”, “súper-indiscreta”, “súper-compasiva”. El hombre más feo
no soportaba la pena de Dios, que siempre lo veía, que siempre se apiadaba de él. Ningún hombre
puede soportar que “tal testigo viva”.

La locura que durante milenios invadió a la humanidad fue la interpretación idealista del hombre y
del mundo, centrada en la figura de Dios. Es preciso dar la vuelta a esto mostrando su inexistencia,
mostrándolo tal y como es. Esto es lo que se pretende destacar con la idea de la “muerte de Dios”.
Tan solo el hombre podrá comenzar su camino emancipatorio:

Y el gran mediodía es la hora en que el hombre se encuentra a mitad de su camino entre el animal y
el superhombre y celebra su camino hacia el atardecer como su más alta esperanza: pues es el
camino hacia una nueva mañana. Entonces el que se hunde en su ocaso se bendecirá a sí mismo por
ser uno que pasa al otro lado; y el sol de su conocimiento estará para él en el mediodía. Muertos
están todos los dioses: ahora queremos que viva el superhombre. –¡Sea esta alguna vez, en el gran
mediodía, nuestra última voluntad! –.

B. Übermensch

La doctrina que Zaratustra dirige a los hombres, su gran regalo, no es otra que la doctrina del
Übermensch. El hombre, se nos dice constantemente, “ha de ser superado” para dar paso al
Übermensch. El hombre, el ser que hasta ahora se ha trascendido hacia Dios y todo lo supraterrenal,
desde el momento de la “muerte de Dios” debe “trascenderse” a sí mismo en el propio mundo
terrenal. Al contrario de lo que ha sucedido en la historia idealista de la filosofía, el Übermensch “ve”
en el “mundo ideal” un pobre reflejo del verdadero, el terreno. Así, la libertad del hombre no debe ni
puede ser ejercida en el sueño transmundano, sino en la “Gran Madre” tierra.

La superación del hombre ha de venir de la mano de la correcta canalización de la voluntad de poder.


La autosuperación del hombre, su voluntad, no ha de estar reprimida en vista de un mundo ideal.
Verdaderamente, esta autosuperación tan solo se llevará a cabo cuando el hombre asimile su
posición, lejos de todo aspecto espiritual o utópico. Y para ello el hombre debe hacerse,
primeramente, cenizas. Para eliminar su “parte putrefacta” el hombre debe comenzar a asimilar la
“muerte de Dios” y, con él, de los valores impuestos. Zaratustra observa ciertos hombres que
prefiguran la imagen del Übermensch:

Los grandes despreciadores, los que se ofrendan a la tierra, los conocedores, los trabajadores e
inventores, los que aman su virtud y sucumben a ella, los pródigos del alma, los pudorosos de la
felicidad, los justificadores tanto del futuro como del pasado, los que castigan a su dios, los de alma
profunda, los muy ricos, los espíritus libres.

En el capítulo De las tres transformaciones, Nietzsche nos ofrece un mapa del recorrido a seguir por
el hombre. La primera será en camello, la segunda en león y la tercera en niño. El “camello” es la
situación del espíritu caracterizada por la carga, por la aceptación del “tú debes”. Ya en la
profundidad del desierto el camello se transformará en león en el momento en que quiera
conquistar su libertad. El león lucha contra el “tú debes” milenario del “gran dragón”, fuente de
todos los valores. El “gran dragón” niega el “yo quiero”, lo quiere erradicar. El león se resiste a los
valores que arremeten contra la fortaleza de su espíritu sin conseguir abrir una sola brecha en ella,
pero es incapaz de afirmarse plenamente, pues no puede crear nuevos valores. En su última etapa en
el camino, el león se transforma en un niño, capaz por fin de crear nuevos valores. El niño es
inocencia, olvido, un sempiterno comienzo, un juego y movimiento constantes, un decir “sí”. El
espíritu “quiere ahora su voluntad” y la acepta, después de tanto tiempo. El niño, imagen del
Übermensch, hace lo que quiere porque, lo más importante, sabe que quiere lo que quiere.

El Übermensch no es una figura abandonada a sus apetencias más caprichosas. Nietzsche no es un


hedonista. No se trata de que se consiga superar la merma ascética, idealista, para buscar, en una
tierra ya carente de valores, los placeres más banales. Más bien se trata de que en el Übermensch el
hombre ya sea dueño de sí, ya sea libre creando sus propios valores. Unos nuevos valores acordes
con su verdadera esencia, la “voluntad de poder”. Ahora bien, con esto último tampoco se debe leer
un egoísmo desenfrenado, pobre. Más bien deberíamos leer aquí un “egoísmo creador”, suficiente
consigo mismo. Lejos de la actitud, como vimos con el “hombre más feo”, tan perniciosa de los
compasivos, el Übermensch ejerce un puro derroche de sí-mismo. Un derroche que, en su
abundancia, ayuda al otro. Este derroche debe transmitir a los demás su verdadera salvación: “El tú
ha sido santificado, el yo todavía no”

Así, si el pecado original es, según Zaratustra, alegrarse demasiado poco, el Übermensch rebosa
alegría, danza liberado de ataduras. El Übermensch es el estado en el que hombre se escucha a sí
mismo, pudiendo crear, de verdad, lo bueno y lo malo. En definitiva, la meta hacia la que los
hombres, una vez conscientes de la “muerte de Dios”, deben canalizar su voluntad de poder.

C. Voluntad de poder

Recordemos que a través de la exaltación constante del cuerpo Nietzsche hace retornar la potestad
del hombre hacia él mismo. Una vez descubierto el velo que cubría el verdadero mundo, nos
topamos de frente con las mentiras mantenidas por los “despreciadores del cuerpo”, como la gran
mentira de la igualdad. Los individuos terrenales tan solo se podrían considerar “iguales” en la
medida en que todos son productos de la tierra, mas, no son iguales. Esta es una de las virtudes
podridas divulgadas por los transmundanos en su desprecio por el propio hombre. De hecho,
ninguna ayuda puede encontrar el individuo en la idea de igualdad, pues esta es una idea represiva
con su propia esencia.

A la hora de caracterizar el concepto de “voluntad de poder”, es necesario dedicar cierta atención a


la idea de tierra manejada en Z. La tierra es vinculada aquí con la creación y la producción que
emanan de la voluntad de poder; la tierra es poiesis. En la medida en que esto es así el hombre,
conforme a su voluntad de poder, debe recrearse en su libertad creadora. La voluntad de poder del
hombre está, pues, profundamente imbricada con la tierra y la creación.

Así, el concepto de justicia basado en la igualdad es la gran idea que atenta contra la voluntad de
poder. Los hombres más excelsos se comparan con los más débiles y, consecuentemente, en la
igualdad se encuentra la mayor de las injusticias. Cuanto más poderoso sea un individuo, cuanto más
creador, más acentuada será la desigualdad. La única arma que tienen los débiles, altamente
rencorosos y vengativos, se encuentra en la prédica de la igualdad. De esta forma, la voluntad de
igualdad de algunos no es más que su propia voluntad de poder encubierta. Lo que pretende
Zaratustra es, por tanto, desenmascarar a estos embusteros, a las “tarántulas”, pues todo es
voluntad de poder.

Esta es probablemente la caracterización más nítida de la voluntad de poder en todo Z. Esencia del
hombre no al modo tradicional de essentia sino de “movilidad de lo existente”, la voluntad de poder
es una suerte de instinto de superación, mucho más elevado que el mero instinto de existencia
schopenhauariano. La voluntad de poder quiere imponerse creando, derrochando, un continuo
elevarse siempre apegado a la tierra. Movimiento productivo, la voluntad de poder es la vida misma,
“la vida de la tierra”.

En todos los hombres hay voluntad de poder, más en la vasta mayoría está reprimida o encubierta.
Es preciso, así pues, desenmascararlos. A este desenmascaramiento, desde luego, no ayudarán los
llamados “sabios” o “doctos”. Estos “sabios” encajados en “cuartos llenos de polvo” reniegan de la
libertad, pues no la conocen. Lo único que hacen es “mirar boquiabiertos” los pensamientos de
otros, pero sin vivir. Desconocen profundamente la voluntad de poder.

En anticipación de la gran idea del “eterno retorno”, en De la redención Zaratustra manifiesta su


desprecio del pasado. La voluntad de poder nunca observa lo que fue, y por eso una de las virtudes
del Übermensch es el olvido. Esta voluntad tan solo se puede redimir mirando al futuro ignorante del
pasado, queriendo lo todavía no alcanzado.

D. Eterno retorno de lo idéntico

Nietzsche considera al “eterno retorno” como la concepción fundamental de Z. Esta es la doctrina


que permite enlazar la concepción de Zaratustra en su conjunto. Si a algo está encadenada la
voluntad de poder no es a ningún Dios o mundo intelectivo, sino al propio tiempo. Como decíamos,
la voluntad de poder no puede querer lo pasado y, por tanto, este ha de olvidarse. Junto con el
tiempo, la voluntad de poder corre siempre hacia adelante.

Con la idea del eterno retorno el secretismo de la obra tocará techo. El símbolo del mediodía es
presumiblemente una referencia al eterno retorno. El mediodía es el centro del tiempo en el que se
encuentra el hombre. “El tiempo es lo eterno” y, en tanto tal, la posición del hombre será así: la del
centro permanente.

De la visión y enigma y El convaleciente son dos de las partes más representativas a este respecto. En
la primera Zaratustra nos presenta una curiosa figura, la del espíritu de pesadez o el enano. Mientras
que el espíritu del más solitario va hacia arriba, el espíritu de pesadez tira de él hacia abajo, hacia el
abismo. Es este el pesado demonio que tira siempre hacia atrás, que hace mirar al pasado, que
impide la elevación, la “fuerza reactiva” deleuziana. Aquel que quiera elevarse deberá ejercer su
fuerza contra este enano para desasirse de él. Esta fuerza se plasma a través del valor, “el mejor
matador de este demonio” e, incluso, de “la muerte misma” puesto que es este valor el que dice:
“¿Era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra vez!”

Según la perspectiva cosmológica, adelantada por los griegos, todo ya ha sucedido. Cada instante no
solo ha acaecido, sino que lo está haciendo eternamente. Todos y cada uno de los instantes vividos y
por vivir son eternos, jamás cesarán. Con todo, la idea del eterno retorno lejos de complementar a la
de la voluntad de poder parece contradecirla. Es decir, si todo lo que sucede ya ha sucedido así desde
un eterno pasado, entonces también el futuro está determinado; toda acción que pretenda ejercer
algún tipo de superación es absurda y vana. Toda decisión parece difícilmente conciliable con este
tipo de determinismo.

Será en Del gran anhelo donde este problema encuentre su solución. Aquí se muestra cómo la
doctrina del eterno retorno no elimina la libertad, sino que precisamente la posibilita. Así, no
debemos entender el eterno retorno desde la perspectiva pretérita, pues recordemos que una de las
máximas predicadas por Zaratustra es precisamente el olvido del pasado. Se trata de llevar a cabo lo
opuesto, de mirar al eterno futuro por hacer. El eterno retorno nos sitúa constantemente en el
“instante”, en ese punto entre lo ya creado y lo increado. Al pasado, creado e insalvable, es necesario
olvidarlo; el futuro es lo que nos importa. No solo no nos deja esta doctrina en una suerte de quietud
resignada, sino que nos pone frente a frente con una eternidad por hacer. El hombre creador tiene
de este modo la posibilidad más amplia con la que jamás se haya podido topar, la de superarse
eternamente: “En la creadora voluntad de futuro arde el cálido deseo del eterno retorno”

E. Superación/asunción del nihilismo

Como se ha insistido, Zaratustra es antes que nada un profeta. Toda remisión a un mundo
trascendente se remite a la nada, es pura ilusión. Lo que Zaratustra realiza al pregonar la muerte de
Dios es denunciar la máscara de esa nada: abrir el telón y mostrar el escenario vacío. Sea como fuere,
el nihilismo es un hecho. Tras la muerte de Dios los vetustos valores se han diluido y con ellos el lugar
a donde dirigirse para buscarlos.

Sobre esta base, Nietzsche consideró que se debía construir una nueva filosofía, la “filosofía del
mediodía”, que devuelva al hombre el protagonismo arrebatado. Por lo tanto, primeramente, el
hombre debe tener conocimiento de este nihilismo, de la ausencia de valores empíreos.
Posteriormente, debe aceptarlo. Y, finalmente, la propia voluntad de poder debe ser tomada como
eje sobre el que constituir, crear, nuevos valores.

La llegada del nihilismo consiste en la desvalorización de los valores morales, religiosos y metafísicos,
predominantes durante la mayor parte de la historia de Occidente. Si la moral, la religión y la
metafísica eran las fuentes de las que emanaba el sentido del mundo terrenal, la ausencia de las
fuentes termina con el sentido. Ahora bien, este nihilismo es tan solo una especie de transición. No
se trata de quedarnos con los brazos cruzados una vez pregonada la muerte de Dios. Se trata de
poder crear nuevos valores, pero, esta vez, valores propios, alzados por la propia tierra, por la
voluntad de poder del hombre. No podemos dejar de constatar que una vez muerto Dios ya no hay
vuelta atrás, los valores ya nunca serán verdaderos valores, puesto que “el valor dominante es la
nada”.

El nihilismo nietzscheano es simultáneamente un ocaso y un amanecer. El eterno retorno se ofrece


como la solución a este, pues de lo que se trata es de abrir un nuevo periodo de asunción/superación
del nihilismo, el periodo del Übermensch. Esta superación/asunción vendrá a través de un “santo
decir sí”, de la creación de valores que viene de la mano de la liberación de la voluntad de poder.
Como en el caso del eterno retorno, debemos desdeñar el pasado para abrirnos a la eterna libertad
que nos ofrece el futuro. Nos hallamos en un círculo vicioso que Nietzsche ya franqueó al tomar
como punto de partida la consideración de que el “valor dominante es la nada”.

La concepción de Zaratustra se presenta, como un elogio exaltado de la salud, la vida, la fuerza, la


autosuperación, la creatividad, la pureza, el movimiento, la creatividad y la actividad. Asumir este
juego de voluntades de poder, tomar parte activa en él, es ya asumir y superar el nihilismo.

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