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Tecnología y sociedad

Reflexiones sobre el rol de las tecnologías en contexto de ASPO.

Juan Ignacio Donati

Resumen

Se escucha a menudo afirmar que “las tecnologías transforman al mundo”, y no


suele haber discusión sobre la validez de estas afirmaciones basadas en la
abrumadora evidencia empírica que nos rodea. Así pensado, la tecnología
parece una unidad autónoma, que se desarrolla en laboratorios de avanzada y
cuyos resultados se vierten sobre la sociedad produciendo cambios y
transformaciones. Sin embargo, cabe la posibilidad de pensar otra forma de
entender la relación entre la tecnología y la sociedad que no sea la idea del
impacto de la primera sobre la segunda.

Este escrito fue realizado durante el transcurso del aislamiento social


preventivo y obligatorio (ASPO) en Argentina. El ASPO, como un conjunto de
medidas de cuidados frente a la pandemia ocasionada por el COVID-19, ha
modificado innumerables hábitos de las personas, uno de estos ha sido la
intensificación en la relación entre los sujetos y las nuevas tecnologías. Al estar
en situación de aislamiento, en muchos casos, se ha reforzado la necesidad de
relacionarse con el entorno por medio de diferentes artefactos tecnológicos,
especialmente en los conglomerados urbanos. Considerando este contexto, se
intentará reflexionar sobre esta relación particular bajo una pregunta que nos
acompañará a lo largo del escrito ¿el uso cotidiano que les damos a las nuevas
tecnologías, resulta necesariamente una mejora en nuestra calidad de vida?

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Introducción

En principio, debemos aclarar que se suele utilizar generalmente el término


“tecnología” para hacer referencia a los artefactos o herramientas. Sin embargo
Harvey Brooks y Daniel Bell (Castells, 1997), definen a la tecnología (del griego
technologia, technos: arte, logos: estudio) como: "el uso de un conocimiento
científico para especificar modos de hacer cosas de un modo reproducible". Por
lo tanto es necesario separar la idea de tecnología de la idea del artefacto,
dispositivo o herramienta tecnológica. A su vez, llamaremos “técnica”
(del griego, τέχνη tékhnē 'arte, técnica, oficio') al conjunto de procedimientos
que se utilizan para realizar una actividad determinada. Así, podemos pensar,
por ejemplo, que para calentar un ambiente o cocinar hoy podemos hacer
fuego con diferentes artefactos (leña, carbón, gas, fósforos o algún dispositivo
electrónico para encenderlo), con diferentes técnicas o procedimientos que son
más o menos eficientes y al estudio de todo esto, que a lo largo de la historia
ha pasado de frotar piedras a prender fuego apretando un botón y que sigue y
seguirá produciendo nuevos modos de hacer fuego, se lo denomina tecnología.

Otra aclaración, el descubrimiento y uso de herramientas no es algo


característico de esta época sino que es un progreso cualitativo en la relación
histórica del ser humano con el medio ambiente y es parte fundamental de
nuestra humanidad. La tecnología es parte inseparable de la ampliación de las
capacidades de acción humana. El pasaje desde los campamentos aislados
hasta las ciudades, con el mismo equipo biológico, muestran hasta qué punto
las tecnologías, como creaciones culturales, tienen un protagonismo central
sobre el proceso de desarrollo de lo humano.

El desarrollo de la tecnología ha ido modificando la relación de los seres


humanos entre sí y con el medio ambiente. Aunque no siempre en un sentido
positivo, el progreso en el dominio de la naturaleza es llamativo. Hoy las
personas pueden habitar medios muy hostiles para la supervivencia, hasta el
punto de llegar a imaginar la conquista de planetas vecinos. Ésta es una
muestra suficiente del ingenio humano y el poder que ha ido construyendo a
través de la acumulación cultural y la transmisión a través de las generaciones.

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Cabe mencionar que en las últimas décadas en la sociedad occidental, luego
de un largo camino de desarrollo tecnológico, la tecnología y los nuevos
artefactos se han convertido en un objeto de interés general. Las sociedades
actuales avizoran un cambio radical en la forma de asimilarla en las que se
destaca la incorporación de la tecnología en la vida cotidiana (Tabares Quiroz y
Correa Vélez, 2014).

Con el acelerado crecimiento de aplicaciones tecnológicas en la industria y en


las comunicaciones, en la medicina, el comercio y las finanzas, con las políticas
nacionales e internacionales de creación e incorporación de capacidades
tecnológicas en las organizaciones, con la adopción y el consumo de medios
tecnológicos por parte de los individuos en general, suele llamarse a la época
actual “era tecnológica”, “sociedad tecnológica” o “revolución tecnológica”
(Doig, 2000).

En este sentido, la forma vertiginosa en que la tecnología se ha desplegado en


la sociedad occidental actual genera preocupación en algunos investigadores y
entusiasmo en otros, situación que ha permitido desde diversas disciplinas,
estudios y programas de investigación, comprender causas, efectos, procesos,
configuraciones de lo que se entiende por tecnología.

En todo caso, no es intención de este escrito retomar la idea de Umberto Eco


(1965) al diferenciar entre apocalípticos e integrados los modos o las actitudes
que se tienen frente a este escenario, ni tomar una postura fatalista o inocente
en torno al desarrollo tecnológico, sino promover una serie de preguntas que
inviten a la reflexión sobre las relaciones actuales que tenemos frente al uso de
dispositivos y la relación con el buen vivir.

Para ello, en primer lugar recorreremos algunas de las corrientes de


pensamiento más importantes sobre la tecnología y la sociedad.

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Determinismo tecnológico y autonomía de la tecnología

Desde este punto de vista, existe una distinción neta y clara entre la tecnología
y la sociedad, se las piensa como dos entidades absolutamente separadas.

Bajo esta óptica, se suele afirmar que la tecnología impacta sobre la sociedad;
que son los productos tecnológicos los que producen resultados
transformadores sobre la humanidad. De esta manera, se entiende a la
tecnología como algo objetivo e independiente del resto de la sociedad, y que,
por ejemplo, tendría el potencial necesario para solucionar los problemas
mundiales. Es decir que esta relación es entendida de manera monocausal,
donde un elemento impacta sobre el otro. A esto se lo llama determinismo
tecnológico.

Para McKenzie y Wajcman (1998), el determinismo tecnológico "es la teoría de


las relaciones entre tecnología y sociedad que más influencia ha tenido”. Según
esta teoría, la tecnología es un factor independiente, que actúa `desde afuera´
como "en las teorías decimonónicas del determinismo climático".

Platón y Aristóteles vincularon las formas de gobierno a determinados factores


climáticos, mientras que Montesquieu adscribió a éstos ciertas formas de
religión. Explicar fenómenos de tipo sociocultural como la religión o la
estructura política en base a factores externos a la sociedad misma, como el
clima, la geografía u otros factores de tipo material y objetivo es una aspiración
antigua. Sin embargo en la actualidad, los análisis que estudian la interacción
entre tecnologías y sociedad continúan con el tradicional esquema del análisis
de impactos.

También existe otra línea teórica cercana al determinismo tecnológico y es la


llamada “Autonomía de la tecnología”. Ogburn (1933) difundió la noción de
"retraso cultural" que ha sido muy tenido en cuenta en el pensamiento
contemporáneo: la idea de que los valores, los hábitos, las creencias y las
estructuras sociales a menudo se transforman a un ritmo considerablemente
más lento que las innovaciones tecnológicas materiales que las sustentan o

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provocan. Esta apreciación conduce en muchos casos a considerar la cultura, o
algunos de sus elementos, como un obstáculo para el desarrollo tecnológico.

Desde esta mirada, se considera que la aparición de nuevos artefactos


tecnológicos, provoca modificaciones en las sociedades a medida que se
difunde su uso. En definitiva, la tecnología deviene el factor singular más
importante en la evolución de las sociedades humanas.

Sin embargo, existen muchas críticas a estar posturas, como por ejemplo la de
Eduard Aibar (2008, 11) que plantea lo siguiente.

Durante las últimas décadas, sin embargo, las tesis del


determinismo y la autonomía de la tecnología han sido
fuertemente cuestionadas. Desde el ámbito interdisciplinario
de los estudios de la ciencia y la tecnología se ha suministrado
evidencia concluyente sobre su inadecuación empírica y su
inconsistencia teórica, a través de numerosos estudios de caso
en prácticamente todos los ámbitos de la innovación
tecnológica.

Este autor propone entonces, que la relación entre tecnología y sociedad se


puede analizar desde un punto de vista diferente y no como una concatenación
lineal.

La construcción social de la tecnología

En los últimos años, han cobrado fuerza diversos enfoques que consideran la
tecnología como una construcción social. Esta postura ha llegado a concebir la
tecnología y la sociedad, no ya como dos entidades separadas sino que han
generado un concepto que engloba a ambas dentro de una misma unidad.
Hughes (1986) utilizó la metáfora “seamless web”, tejido sin costuras, para
referirse a esta unidad, Hernán Thomas (2001) utiliza el concepto de “lo Socio-

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técnico”, señalando que no pueden diferenciarse, a priori, componentes
diversos para entender la sociedad y la tecnología.

Es el mismo Thomas (2010, 36) que señala de manera muy precisa:

No hay una relación sociedad-tecnología como si se tratara de


dos cosas separadas. Nuestras sociedades son tecnológicas
así como nuestras tecnologías son sociales. Somos seres
sociotécnicos.

Este posicionamiento puede resultar chocante ya que está opuesto al sentido


común de las personas, el autor continúa afirmando.

Aquello que denominamos tecnología es en realidad un


complejo interjuego de relaciones entre usuarios,
herramientas, actores y artefactos, instituciones y sistemas
tecno-productivos, ideologías y conocimientos tecnológicos
(…) donde, en el mismo acto en que se diseñan y aplican
socialmente las tecnologías, se construyen tecnológicamente
órdenes jurídico-políticos, organizaciones sociales y formas de
producción de bienes y servicios.

Para estos enfoques, los procesos de evolución de los dispositivos


tecnológicos no tienen que ver con una lógica propia de los dispositivos, los
materiales, las características y las definiciones técnicas, sino que la evolución
es el proceso de interacción entre los diferentes grupos sociales, las
instituciones y los dispositivos. La evolución de los aparatos tiene que ver con
el entramado social y con la manera en que la sociedad construye el significado
de las tecnologías.

Un famoso ejemplo de estas líneas de pensamiento es la historia de la


evolución de la bicicleta. Esta historia se desarrolla en Estados Unidos y se
puede resumir en una evolución del artefacto que, poco a poco, va pasando de
diseños pobres e inapropiados a uno que finalmente se consolida como el

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mejor, gracias a sus ventajas técnicas. Esta evolución no estuvo dada
solamente por los avances tecnológicos, sino también por las necesidades de
la sociedad.

Originariamente, la bicicleta de rueda alta se popularizó por algún tiempo y se


llegó a conocer como el modelo ordinario, fue de gran valor para el grupo social
de hombres adultos, ricos y sanos para quienes se convirtió en un símbolo de
virilidad y de poder. Sin embargo, grupos sociales como las mujeres, los niños
y los ancianos veían en ese diseño problemas, principalmente asociados a la
dificultad de montar estos aparatos: veían problemas de seguridad que, por
supuesto, no eran reconocidos por las asociaciones, casi logias, de usuarios de
la bicicleta de rueda alta. Las mujeres percibían problemas de acceso a estas
tecnologías debido a la vestimenta de la época.

Gracias a la percepción de los diseñadores de bicicletas y a la


presión de los diferentes grupos sociales, se propuso el diseño
de múltiples versiones de bicicletas que atendían diferentes
requerimientos de seguridad y de acceso en mayor o menor
medida. Prueba de ello son los diseños que se vinieron a
conocer como Lawson‟s Bicyclette (figura 1) (Valderrama,
2004, 18).

Figura 1 Figura 2

En las figuras se puede visualizar que los primeros diseños no tienen


neumáticos, el metal de las ruedas estaba en contacto con la calle. Un

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ingeniero propuso los neumáticos de caucho pero la propuesta fue recibida
como algo inadmisible por parte del público por cuestiones estéticas. Sin
embargo, una vez puestos en práctica, los sistemas de neumáticos ganaron en
velocidad y confort por la amortiguación de los golpes, por lo tanto y con el
correr del tiempo, el problema de lo estético se diluyó.

El nuevo diseño ha cambiado muy poco en los últimos años: tiene dos ruedas
del mismo tamaño, neumático de caucho, cadena de transmisión y un marco
que los une (figura 2).

Cabe destacar el rol que cumplió la publicidad en el proceso de establecer el


nuevo modelo de bicicletas como “el modelo estándar” mediante campañas
que, por ejemplo, afirmaban lo siguiente.

“¡Ciclistas! Por qué arriesgar la salud de sus cuerpos en una


Máquina de rueda alta cuando para andar en carretera una
“Facile” de 40 o 42 pulgadas brinda todas las ventajas de la
otra y casi absoluta seguridad.” (Valderrama, 2004, 21).

Lo que trata de explicar Andrés Valderrama con este ejemplo, es que ese
cambio no se dio por cuestiones meramente tecnológicas, sino que fueron
estos complejos juegos de interacciones sociales los que moldearon las
sucesivas versiones de la bicicleta hasta llegar a la que conocemos en la
actualidad. Pero el camino no es unívoco y no son las características
tecnológicas las que explican estos cambios sino los resultados de las
negociaciones sociales. Si las negociaciones sociales hubiesen tenido otro
desenlace, sin duda la bicicleta que conocemos en la actualidad sería diferente
a la que tenemos ahora.

Entonces, resulta difícil señalar solamente los impactos de la tecnología sobre


la sociedad sin perder de vista cómo es que la misma sociedad va generando
sentido sobre las tecnologías.

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Analizando esta historia, se puede decir que los diferentes
grupos sociales actuaban con diferentes grados de inclusión
dentro de un marco tecnológico. Así, los grupos sociales de
hombres adultos, blancos (eurodescendientes) y sanos, tenían
un mayor grado de inclusión dentro del marco tecnológico de
la bicicleta de rueda alta. Por otro lado, los grupos con menor
grado de inclusión tendían a considerar soluciones radicales
con mayor facilidad (Valderrama, 2004, 22).

Aquí surge otra reflexión que será abordada a continuación, es la de si los


artefactos tecnológicos tienen cierta objetividad o, por el contrario, llevan
inmersas cualidades políticas.

Entonces ¿Los artefactos tienen objetividad?

Es común pensar que los artefactos son entes objetivos y que, según el uso
que le den las personas, va a generar diferentes resultados. Sin embargo, el
teórico Langdom Winner cuestiona esa idea y afirma que:

En las controversias acerca de la tecnología y la sociedad, no


hay ninguna idea que sea más provocativa que la noción de
que los artefactos técnicos tienen cualidades políticas. Lo que
está en cuestión es la afirmación de que las máquinas,
estructuras y sistemas de nuestra moderna cultura material
pueden ser correctamente juzgados no sólo por sus
contribuciones a la eficacia y la productividad, ni simplemente
por sus efectos ambientales colaterales, sino también por el
modo en que pueden encarnar ciertas formas de poder y
autoridad específicas (Winner, 2000, 25).

Para llegar a esta afirmación, Winner desarrolla varios ejemplos que apoyan
esta línea ideológica. A continuación se describirá un caso donde la invención,
diseño y preparativos de un determinado instrumento o sistema técnico se

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convierte en un medio para alcanzar un determinado fin dentro de una
comunidad.

El autor expresa el ejemplo de la altura de los puentes sobre las avenidas de


Long Island en Nueva York. Mucho de esos pasos elevados son
extremadamente bajos ya que su constructor, Robert Moses, los hizo de tal
modo que fuera imposible el paso de autobuses, con un objetivo fuertemente
ideológico que era que solamente puedan acceder a las playas los habitantes
que tienen automóvil, o sea las clases altas y evitar así que los usuarios de los
transportes públicos, los sectores menos favorecidos, accedan a la costa para
su ocio y diversión.

Este es un claro ejemplo donde el artefacto tecnológico, en este caso los


puentes, tiene inmersa una clara postura política, ya que reflejaba el sesgo
clasista y los prejuicios raciales del constructor.

Es obvio que las tecnologías pueden ser utilizadas de manera


que faciliten el poder, la autoridad y los privilegios de unos
sobre otros, por ejemplo, la utilización de la TV para
promocionar a un candidato político. De acuerdo a nuestra
forma de pensar usual, concebimos las tecnologías como
herramientas neutrales que pueden utilizarse bien o mal, para
hacer el bien, el mal o algo intermedio entre ambos. Pero
generalmente no nos detenemos a pensar si un determinado
invento pudo haber sido diseñado y construido de forma que
produjera un conjunto de consecuencias lógica y
temporalmente previas a sus usos corrientes (Winner, 2000,
25).

Con este ejemplo el autor plantea entonces que los artefactos tienen
cualidades políticas. Se muestra que ciertas características de la planificación o
del diseño pueden establecer determinados patrones de poder. Es
precisamente por esto que sus consecuencias para la sociedad deben

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entenderse en relación con los actores sociales capaces de influir sobre ellas
mediante los diseños y planes seleccionados.

Para seguir pensando

Las grandes empresas así como los organismos internacionales, proponen


constantemente discursos deterministas sobre el uso de la tecnología. Ese
discurso inicial que afirma que “las tecnologías transforman al mundo” está
fuertemente instalada en las sociedades y encierra algunas posturas que nos
interesa analizar aquí.

Petrella (1996) afirma que “La sociedad de la información se ha convertido, a lo


largo de todos estos últimos años y desde Estados Unidos, en la tecnoutopía
explicativa y legitimante del capitalismo mundial”. Así las firmas y sus intereses
meramente económicos deciden qué tipo de tecnología se desarrollan más y
cuales menos. A su vez se producen discursos con el fin de construir un
sentido común que genere la ilusión de que las tecnologías se desarrollan
continuamente en pos de resolver todos los males que nos acojan. A su vez,
esta postura determinista, deja a las personas en un rol pasivo donde sólo
queda esperar a que las grandes firmas comerciales de las grandes potencias
inventen estos dispositivos y las ubica en lugar de futuros clientes o
consumidores. Así, invisibilizar el proceso apropiación social de las tecnologías
ha sido esencial para jerarquizar la producción y los modos de uso de ciertas
tecnologías por parte de grupos hegemónicos

Este rol pasivo, invita a que las personas entren en carrera para intentar
obtener mayores ingresos y poder acceder a nuevas y costosas tecnologías
generándose un círculo poco virtuoso, basado en la idea de meritocracia,
donde algunxs acceden y otrxs se quedan excluídxs. En este modelo se
ignoran las dinámicas socioculturales que impulsan los procesos de
apropiación social de las tecnologías.

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No obstante, abordar la cuestión desde otra óptica, visibiliza que las
tecnologías son factores determinantes en los mecanismos sociales de
inclusión y exclusión. En palabras de Hernán Thomas (2012, 66):

Sin embargo, si uno parte desde una posición relativista


constructivista, es posible comprender que las tecnologías
desempeñan un papel central en los procesos de cambio
social. Demarcan posiciones y conductas de los actores;
condicionan estructuras de distribución social, costos de
producción, acceso a bienes y servicios; generan problemas
sociales y ambientales; facilitan o dificultan su resolución;
generan condiciones de inclusión o exclusión social. La
resolución de las problemáticas de la pobreza, la exclusión y el
subdesarrollo —en particular— no puede ser analizada sin
tener en cuenta la dimensión tecnológica: producción de
alimentos, vivienda, transporte, energía, acceso a
conocimientos y bienes culturales, ambiente, organización
social.

De aquí emerge la necesidad de que los estados promuevan la ciencia y la


tecnología en nuestros países periféricos, en pos de ganar soberanía pero a su
vez con el objetivo de atender los problemas particulares de cada región y que
estos desarrollos reconozcan la diversidad cultural y promuevan la participación
y la apropiación social de las tecnologías con el fin de mejorar la calidad de
vida y el buen vivir de la población en su conjunto.

Esta pandemia ha dejado al desnudo la perspectiva que se le da al desarrollo


tecnológico y las tensiones que eso genera. A continuación se explicitarán dos
ejemplos. En primer lugar, frente a la imposibilidad de acceder a dispositivos e
internet por parte de un alto número de niñxs y jóvenes de sectores populares
en edad escolar, el Jefe de Gobierno de CABA, en vez de entregar las
herramientas necesarias para la inclusión escolar, propuso que estxs jóvenes
asistan presencialmente a las escuelas aún en el momento de mayor
peligrosidad debido a la alta cantidad de contagios. Así, mientras los que tienen

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acceso a la tecnología estudian desde sus casas resguardados del Covid-19,
los sectores más vulnerables deben arriesgar su vida y la de sus familiares.

Otro ejemplo es acerca del camino que tome el desarrollo de la futura vacuna.
No es lo mismo que tenga una impronta meramente comercial y solo algunxs
privilegiadxs puedan protegerse, a que los Estados se responsabilicen de la
cobertura gratuita a la totalidad de la población. Otra cuestión interesante para
pensar es que, dada la gravedad de la situación, se obligue a los grandes
laboratorios a ceder la patente de ese descubrimiento y así se pueda replicar la
producción en cada región del planeta para cubrir a la población en su conjunto
a un costo mucho menor.

En síntesis, se sabe que las tecnologías no tienen en sí mismas capacidades


intrínsecas de cambio que conduzcan inevitablemente a una mejora en las
condiciones de vida de sus usuarios. No es seguro que se vivirá mejor por el
sólo hecho de tener acceso a más imágenes, más informaciones y más
canales de comunicación. Mucho menos si las controlan las grandes firmas
comerciales. Es por ello que se requiere de un rol activo de los Estados y las
sociedades para orientar esa producción hacia las necesidades de cada
pueblo.

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