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Bienvenidos la clase Nº 4 del Eje Teórico: Psicología y Psicopatología

de la carrera:

ESTIMULACIÓN TEMPRANA

En esta clase, analizaremos el funcionamiento de nuestro psiquismo desde la


perspectiva del psicoanálisis desarrollada por S. Freud en su primera y
segunda tópica.

En la primera Tópica, Freud describe el funcionamiento del aparato psíquico


según tres sistemas: el conciente, el pre- conciente y el inconciente.
En la segunda tópica, complejiza su descripción anterior e incluye tres
instancias: el yo, el superyó y el ello.

Comencemos la clase…

1° tópica
TEMA: APARATO PSÍQUICO

Aspecto Estructural o Tópico


1° tópica

1. Sistemas
Desde la teoría psicoanalítica, el aparato psíquico estaría descripto según
tres sistemas o subestructuras:
Sistema Conciente
Sistema Preconciente
Sistema Inconciente

1.1 Sistema Conciente: es lo que tenemos presente en todos los


momentos de la vigilia (cuando estamos despiertos). Nos sirve para
detectar las percepciones, es decir todo aquello que impresiona
nuestros sentidos, en el momento en el que ocurre. Por lo tanto,
conciencia y percepción están intimamamente relacionados. La
conciencia es instantánea, de lo que está presente en ese momento
ante nuestros sentidos, o de aquello (recuerdo) que mediante el uso de
la memoria puede traerse otra vez a la conciencia. Pero dónde estaba
ese recuerdo?
1.2 Sistema Preconciente: ese recuerdo estaba en el preconciente. Es
decir, todo aquello que yo puedo traer a la conciencia, proveniente de
mis recuerdos, es el “Preconciente”. Pero no todos los contenidos del
aparato psíquico pueden recordarse de esta forma.

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Sistema Inconciente: aquí se encuentran los contenidos del
aparato psíquico que no pueden ser recordados, ni aún
recurriendo a un esfuerzo voluntario, contenidos olvidados cuyo
acceso a la conciencia está impedido por la represión, pero que a
veces aparecen inesperadamente en los actos fallidos, los
sueños, el chiste, los síntomas o mediante el trabajo analítico.

2° tópica

2. Instancias
Dentro de estos tres sistemas se considera la existencia de tres instancias
o subestructuras, que actúan en distintos planos: 2° tópica

ELLO: formado por los impulsos del individuo. Posee únicamente la


cualidad de inconciente.

YO: una parte del ello se va modificando por su contacto con el mundo
exterior, realidad externa, y se forma una nueva instancia llamada yo. El yo
es el mediador entre el ello y el mundo real.
YO conciente: percibe los estímulos que provienen del mundo exterior y de
acuerdo a su intensidad puede huir o enfrentarlos. Se adapta al mundo.
YO preconciente: es el encargado de los procesos de pensamiento y el
almacenamiento del conocimiento de los estímulos en la memoria.
YO inconciente: es el que podría poner en funcionamiento los mecanismos
de defensa.

SUPERYO: una parte del yo se va modificando transformándose en otra


instancia llamada superyo.

2.1 ELLO: está formado por la totalidad de impulsos del


individuo, es decir, todo lo heredado, lo que se estableció
constitucionalmente.

Su función es la de cargarse de la descarga de cantidades de


tensión (energía, excitación) que se libera en el organismo
mediante estímulos internos y externos.

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Aquí es donde opera el Principio del Placer, cuya finalidad es la de
desembarazar a la persona de la tensión, o si tal cosa es
imposible, reducir la tensión a un nivel bajo y mantener este nivel
tan constante como sea posible.

La tensión se experimenta como dolor, mientras que el alivio de la


tensión se experimenta como placer o satisfacción. Puede decirse
entonces que la finalidad del Principio del Placer consiste en evitar
el dolor y encontrar el placer.

En su forma más primitiva el ello es un aparato reflejo que descarga por las
vías motrices cualquier excitación sensorial que le llegue. Así, cuando una
luz muy brillante alcanza la retina del ojo, el párpado se cierra para impedir
que la luz llegue a la retina.
La consecuencia típica de la descarga motriz es la eliminación del estímulo.

Si todas las tensiones que ocurren en el organismo pudieran ser


descargadas mediante acciones reflejas, no habría necesidad de ningún
desarrollo psicológico que trascendiera los límites del aparato reflejo.

Por ejemplo: cuando aparecen las contracciones del hambre en el


estómago del bebé, ellas no producen automáticamente alimento, sino
llanto. Si la criatura no es alimentada, las contracciones aumentan en
intensidad hasta que la fatiga las elimina; si continúa la falta de alimento el
bebé muere de inanición. La criatura hambrienta, no está equipada con los
reflejos necesarios para satisfacer el hambre por sí misma, y si no fuera por
la intervención de una persona mayor que le proporcione la comida, el bebé
perecería. Una vez que el pequeño tiene el alimento en su boca, la succión,
la deglución y los reflejos digestivos continúan funcionando sin ayuda y
terminan con la tensión producida por el hambre.

No habría desarrollo psicológico si cada vez que el bebé comienza a sentir


la tensión del hambre se lo alimenta de inmediato, lo mismo sucedería en el
caso de que las demás tensiones que pudiera sentir fueran satisfechas de
igual manera inmediatamente.

Pero más allá de la buena predisposición de los padres, no siempre es


posible que anticipen y satisfagan con rapidez todas las necesidades de la
criatura. El bebé experimenta cierto grado de frustración y malestar.

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El nuevo desarrollo que tiene lugar en el ello como resultado de la
frustración, se llama Proceso Primario.

Mediante este proceso, el psiquismo produce imágenes y las considera


como si fueran objetos reales, es decir, que realiza sus deseos mediante la
imaginación, la fantasía, las alucinaciones, los sueños. Es la primera forma
de actuación del psiquismo. No está gobernado por las leyes de la razón o
de la lógica y no posee valores, ética o moralidad. Solo lo impulsa el
obtener la satisfacción de las necesidades instintivas, de acuerdo con el
Principio del Placer.

Hay solo dos posibilidades para cualquier proceso del ello:


o se descarga mediante la acción o realización de deseos o sucumbe a la
influencia del yo
en el último caso de la energía queda ligada en lugar de descargarse
inmediatamente.
El ello está en más íntimo contacto con el cuerpo y sus procesos que con el
mundo exterior.
Si se lo compara con el yo y el superyo le falta organización. Su energía
está en estado móvil, de manera que se la puede descargar con prontitud o
desplazar de un objeto a otro. Si bien no cambia, puede ser controlado por
el yo.

El ello conserva su carácter infantil durante toda la vida. No puede


tolerar la tensión y exige una gratificación inmediata. Es exigente,
impulsivo, irracional, asocial, egoísta y amante del placer. Es el niño
malcriado de la personalidad. Es omnipotente porque posee el poder.

2.2 YO: Los dos procesos mediante los cuales el ello descarga la tensión,
son la actividad motriz impulsiva y la formación de imágenes (realización de
deseos), pero no son suficientes para alcanzar los grandes fines evolutivos
de la supervivencia y la reproducción.

Ni los reflejos ni los deseos le proporcionan alimento a la persona


hambrienta ni le ofrecen un compañero a la persona sexualmente exitada.
De hecho el comportamiento impulsivo puede ocasionar un aumento de
tensión (dolor) al provocar el castigo del mundo exterior.

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A menos que el hombre tenga un cuidador permanente, como durante la
infancia, debe buscar su alimento, su compañero sexual y muchos otros
objetos necesarios para su vida.
Para cumplir con éxito estas misiones debe tener en cuenta la realidad
exterior (ambiente). Ya sea acomodándose al mundo o afirmando su
predominio sobre este para obtener lo que precisa.

Tales transacciones entre la persona y el mundo requieren la


formación de una nueva instancia psicológica, el yo.

En la persona bien adaptada el yo es el ejecutivo de la personalidad que


domina y gobierna al ello y al supeyo y mantiene un comercio con el mundo
exterior, en interés de la personalidad total y sus vastas necesidades.

Cuando el yo cumple sabiamente sus funciones ejecutivas prevalecen la


armonía y la adaptación.
Cuando el yo abdica o entrega demasiado de su poder al ello o al superyo o
al mundo externo se producen inadaptaciones o desarmonías.

El yo está gobernado por el Principio de Realidad.


Realidad significa lo que existe. La finalidad del Principio de Realidad es
demorar la descarga de tensión hasta que haya sido descubierto o
presentado el objeto real que satisfacerá tal necesidad.

Por ejemplo: el niño debe aprender a no llevarse cualquier cosa a la boca


cada vez que siente hambre. Tiene que aprender a reconocer el alimento, y
a postergar la comida hasta que haya localizado un objeto comestible.
Demorar la acción significa que el yo debe ser capaz de tolerar la tensión
hasta que ésta pueda ser descargada en una forma apropiada de
comportamiento.

La institución del Principio de Realidad, no implica que el Principio del


Placer sea rechazado. Solo se lo suspende temporariamente en interés de
la realidad. A su debido tiempo el Principio de Realidad lleva al placer,
aunque la persona tenga que soportar cierta incomodidad mientras busca la
realidad.
El Principio de Realidad tiene a su servicio un proceso que Freud llamó
Proceso Secundario que consiste en la utilización del pensamiento y la
razón. No es nada más ni nada menos que lo que ordinariamente se llama
resolver o pensar los problemas.

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Este proceso cumple con lo que el Proceso Primario es incapaz de hacer,
tener en cuenta, el mundo objetivo de la realidad física. No comete el error
del Proceso Primario de considerar la imagen de un objeto como si fuera el
objeto mismo.

La inauguración del Principio de Realidad, el funcionamiento del Proceso


Secundario y el papel más significativo que el mundo exterior viene a
desempeñar en la vida de la persona, estimulan el desarrollo y la
elaboración de los procesos psicológicos de la percepción, la memoria, el
pensar y la acción.

El sistema perceptual desarrolla facultades más finas de discriminación de


modo que el mundo externo se percibe con mayor precisión.
Además de la información obtenida a través de los órganos sensoriales, el
pensar utiliza la información acumulada en la memoria.
La memoria mejora mediante la formación de asociaciones entre las huellas
mnémicas y por el desarrollo del lenguaje.
El juicio personal se agudiza de manera que es más fácil decidir si algo es
verdadero (si existe en realidad) o si es falso (si no existe).
Otra serie de cambios importantes ocurre en el sistema motor. La persona
aprende a manejar sus músculos con más habilidad y a ejecutar patrones
de movimientos más complejos.
En general esas adaptaciones de las funciones psicológicas permiten que la
persona se comporte de manera más inteligente y más eficaz y domine sus
impulsos y su ambiente.

Cabe así considerar al yo como una compleja organización de


procesos psicológicos que actúa como intermediaria entre el ello y el
mundo externo.

Además de los procesos que están al servicio de la realidad, existe otra


función del yo que se parece al Proceso primario del ello. Es una función
que produce fantasías y ensueños.
Está libre de las exigencias de la prueba de realidad y está subordinada al
principio del placer. Sin embargo, difiere del proceso primario porque
distingue entre fantasía y realidad.
Aunque el yo es en gran parte producto de una interacción con el ambiente,
la dirección de su desarrollo está determinada por la herencia y guiada por
los procesos naturales de crecimiento (maduración).

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Esto significa que cada persona posee potencialidades innatas para pensar
y razonar. El desarrollo de tales potencialidades se realiza mediante la
experiencia, el aprendizaje y la educación.

2.2 SUPERYO:
Es la tercera instancia del aparato psíquico.
Es la rama moral o judicial de la personalidad. Tiene que ver con lo ideal
más que lo real y pugna por la perfección antes que por el placer o la
realidad.
Representa dentro de la personalidad, los valores e ideales tradicionales de
la sociedad, tal como se transmiten de padres a hijos. Su finalidad es la de
confrontar y regular aquellos impulsos cuya expresión no controlada
pondrían en peligro la estabilidad de la sociedad.

Tales impulsos son el sexo y la agresión. Al frenar internamente la


ilegalidad y la anarquía, le permite a la persona convertirse en un miembro
observante de la ley en la sociedad.
Se desarrolla desde el yo como una consecuencia de la asimilación por
parte del niño, de las normas paternas respecto de lo que es bueno y de lo
que es malo.
Al asimilar la autoridad moral de sus padres, el niño reemplaza la autoridad
de ellos por su propia autoridad interior.
La internalización de la autoridad paterna le permite al niño controlar su
comportamiento según los deseos de sus padres, y al hacerlo se asegura
su aprobación y evita su disgusto.
Es decir, el niño aprende que no solo tiene que obedecer al principio de
realidad para obtener el placer y evitar el dolor, sino que también tiene que
tratar de comportarse de acuerdo a los dictados morales de sus padres. El
período relativamente largo durante el cual el niño depende de sus padres
favorece la formación del superyo.
El superyo implica tres funciones (1932):
Autobservación,
Ideal del Yo y
Conciencia Moral.
El Ideal del Yo corresponde a los conceptos del niño acerca de lo que sus
padres consideran moralmente bueno, es decir a la manera en que el
individuo debe comportarse para responder a lo que espera la autoridad.
Constituye un modelo al que el sujeto intenta adecuarse.

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Los padres le transmiten al niño las normas de “lo que está bien”
recompensándolo por aquella conducta que esté de acuerdo con las
normas de éstos.
Por ejemplo: recompensarle constantemente por ser pulcro y ordenado. La
pulcritud y el orden, entonces se convertirán en uno de los ideales del niño.

La Conciencia Moral, en cambio, corresponde a los conceptos que el niño


tiene acerca de lo que sus padres consideran moralmente malo. Estos
conceptos se establecen mediante experiencias de castigo.
Por ejemplo: si se lo ha castigado frecuentemente por ensuciarse,
considerará a la suciedad como algo malo.
Las recompensas y los castigos que intervienen en la formación del superyo
del niño, son de dos clases: físicas y psicológicas. La recompensa física
consiste en objetos que el niño desea: alimentos, juguetes, golosinas, el
padre, la madre, las caricias, los mimos. Los castigos físicos son dolorosos
ataques al cuerpo del niño (palmadas, etc.) o la privación de cosas que
desea. La recompensa psicológica más importante es la aprobación
parental, ya sea, expresada en palabras, o mediante la expresión facial. La
aprobación significa amor. De la misma manera, privar al niño de amor es la
forma principal de castigo psicológico. Esto se expresa mediante
admoniciones verbales o miradas desaprobadoras.
Por supuesto las recompensas y castigos físicos, también pueden significar
amor o privación de amor para el niño. El niño al que le han dado unas
palmadas, no solo le duele, sino que también puede sentir que ha sido
rechazado, que le retiraron su amor.
En síntesis, las recompensas y los castigos, cualquiera sea su origen,
son condiciones que reducen o aumentan la tensión interna.
Como los padres, el Superyo pone en vigencia sus recompensas y castigos
sobre el Yo, porque el Yo, a causa de su control sobre las acciones del
individuo, es considerado responsable de los actos morales y los inmorales
(lo que está bien y lo que está mal).
No solo las acciones, sino también los pensamientos se recompensan o se
castigan. El Superyo castiga al yo por tener malos pensamientos aunque
éstos nunca lleguen a ser acciones.
Las recompensas y castigos empleados por el superyo son sentimientos de
orgullo, o de culpa o de inferioridad. El orgullo equivale al amor propio y la
culpa o la inferioridad al odio a sí mismo. Ambos son la representación
interna del amor y el rechazo parental.
Además de los padres, otros agentes sociales participan en la formacón del
Superyo del niño, como los maestros, etc.

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Actividades de aplicación:

Responder:

1. De acuerdo a lo propuesto por S. Freud, explique y diferencie:


a) los tres sistemas del aparato psíquico según la primera tópica.
b) las tres instancias según la segunda tópica.

2. ¿Qué son : el Principio del Placer y el Proceso Primario?

3. ¿Cómo explica la intervención del Principio de Realidad y el Proceso Secundario?

4. ¿Cuál es la diferencia entre la Conciencia Moral y el Ideal del Yo?

5. ¿De qué depende que el Superyo sea “demasiado rígido” en algunas personas y
en otras no?

(*) Las respuestas a estas Actividades de Aplicación no es obligatorio enviarlas al docente.


Esperamos que te sean útiles como una forma de autoevaluar tu comprensión acerca de cuál
es el eje central de la clase.

Bibilografía.

Clase desarrollada a partir de escrito del Lic. Carlos Furlanetto para la


UNQUI.
S.Ferud. Obras completas. Amorrortu.

Desarrollo psíquico (ideas fundamentales)

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Anexo 1:

Algunas ideas sobre Desarrollo Psíquico.

El ser humano nace en situación de absoluta inermidad; es decir, la existencia


humana es imposible sin otro que no asista desde el comienza (la madre o
quien cumpla su función).
El yo en tanto instancia psíquica sede de nuestros pensamientos, juicios debe
desarrollarse.

En el comienzo de la vida hablamos del yo-real-primitivo: el modelo de


funcionamiento es el arco reflejo (llegan estímulos que deben ser descargados
inmediatamente a través del principio de inercia; el aparato psíquico tiende a
desembarazarse de de todo estimulo que ingresa y que “molesta”).

El mecanismo de defensa es la fuga (retiro de la energía de aquello que


molesta). De los estímulos externos es posible fugar pero de los internos como
el hambre y la sed no puede hacerlo; necesita del auxilio ajeno. Adquiere así,
una primera orientación en el mundo; un exterior indiferente y un interior del
que no puede fugarse.

El afecto aparece así como el primer contenido de conciencia y alude a la


vitalidad de los procesos pulsionales(la propia vitalidad).
Luego, comienza lo que se conoce como apertura de las zonas erógenas y
que tiene que ver con el surgimiento de la sensorialidad; es decir, por
proyección los estímulos comienzan a ser sentidos como una sensación de
prurito. Desde el otro que cuida al bebé, esto deberá ser percibido y, en
consecuencia, responder respetando los ritmos del bebé. Ej: si el niño llora de
hambre la “teta” deberá aparecer en tiempo y forma.vivencia de satisfacción y
surgimiento de los primeros deseos).

El yo placer purificado es quien incorporar todo lo bueno y decreta como inútil


lo que no le sirve.

Este otro que cuida del niño se erigirá en modelo (identificación primaria):
primero, modelo afectivo que permite tramitar el conflicto de ambivalencia y
luego, en modelo cinético que permite la unificación de la imagen a través de
la motricidad y la vista.
A partir de entonces, las sensaciones serán objeto de la propia percepción (ya
no es necesaria la proyección).

Finalmente, en esta situación dual que se vive con la madre comienza a


aparecer el padre como rival. Luego de atravesados el complejo de

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Edipo y castración ; su sepultamiento y constitución del superyo nos
encontramos con el yo realidad definitivo.

Anexo 2:

Elementos fundantes del desarrollo psíquico

Para Freud, todo desenlace psíquico debe ser entendido como producto de
conflictos entre el yo y la libido, entre el yo y el superyo y entre el yo y la
realidad.
La primera polaridad planteada (yo-libido) nos brinda dos ejes fundamentales a
partir de los cuales comenzar a plantear una teoría del desarrollo psíquico.
Para hablar de desarrollo es preciso esclarecer la idea de historia con la que
trabajamos; se trata de una temporalidad donde lo ya ocurrido no caduca sino,
por el contrario, un acontecer en el cual las vivencias del pasado, registradas
bajo la forma de huellas mnémicas, tienen efectos sobre el presente; son
eficaces.
La sucesión de acontecimientos eficaces en la historia determina un trama,
guiada por dos vectores: el libidinal y el del yo, de cuyo entrecruzamiento
derivan ciertos modos de estructuración del aparato psíquico.
La concepción del psiquismo en Freud no alude a una localización anatómica
sino a una organización interna garantizada por una determinada sucesión
temporal por la que circulan excitaciones.

La primer tópica (topos=lugar) freudiana esta constituída por tres sistemas.


Uno de ellos es el sistema Icc cuyos cotenidos son los representantes de
pulsiones= huellas que quedan en el psiquismo y que corresponden al registro
de vivencias.

Freud diferencia dos tipos de pulsiones: las de autoconservación que coinciden


con los intereses del yo y las libidinales. Las primeras están reguladas por el
ppio. de constancia y, en apoyo, sobre estas se organizan las pulsiones
libidinales.

Pulsiones del yo Pulsiones sexuales


(autoconservación) Libido

hambre, sueño, respiración, dirigida a sí: invistiendo objetos


necesidad de defecar, etc.. Autoerotismo
Narcisismo

La pulsión de autoconservación inviste al propio cuerpo (egoísmo) y también


objetos que satisfacen las necesidades. Están reguladas por el principio de
constancia que trata de procurar descarga a todos los estímulos que ingresan
al organismo pero que, a su vez, tarta que se mantenga cierto nivel contante

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circulando por el psiquismo. Las pulsiones sexuales pueden investir el cuerpo
(autoerotismo), el yo (narcisismo) y/u objetos y se encuentran reguladas por el
principio de placer por el cual el aparato psíquico de libera de lo displacentero
(lo que eleva la tensión, la cantidad de energía circulante).

El afecto como representante


El otro delegado pulsional ante el psiquismo (junto con la representación es el
afecto). Con anterioridad al surgimiento de las primeras huellas mnémicas
provenientes de los registros preceptuales, el afecto aparece como primitiva
forma de conciencia y se trata de un tempranísimo registro de la propia
vitalidad de los procesos pulsionales.
El afecto constituye entonces la primera transmudación anímica de la pulsión
como contenido primordial de la propia conciencia y de los intercambios con el
mundo exterior. Estas neoformaciones automáticas representan la primera
diferencia con respecto a lo puramente cuantitativo.

La noción de yo en la teoría freudiana

Surgimiento del yo real primitivo


En un momento inicial coincidente con el nacimiento, existiría un estado
prepsíquico constituido por un sistema nervioso y exigencias pulsionales; este
sistema nervioso posee un polo perceptual y un polo motriz. El primero, registra
los estímulos, tanto los que llegan desde el mundo exterior a través de los
órganos de los sentidos, como los que provienen del interior del organismo. El
polo motor es el encargado de producir la descarga; de tal modo, toda
estimulación registrada en el polo perceptual tiende a ser descargada a través
de la motricidad. Se producen así dos tipos de descarga: una hacia el exterior
como llanto o pataleo, y otra hacia el interior, como en el caso de las
secreciones endógenas. Este modelo es el que corresponde al arco reflejo. A
esto nos referimos cuando hablamos de lo puramente cuantittativo:un aparato
de carga y descarga. El estímulo ingresa al aparato psíquico; genera tensión
que por obra del principio de constancia debe ser descargado.
Cuando hablamos de estímulos exógenos o endógenos lo hacemos desde el
punto de vista del observador; el yo debe conquistar esta diferencia.
En primer lugar, el yo debe orientarse en el mundo diferenciando entre un
adentro y un afuera. Esta primera diferenciación se produce sobre la base
de un mecanismo elemental que es el de la fuga. Ante un estímulo
proveniente del exterior, el yo puede producir una defensa: la fuga, cuyo éxito
determina el reconocimiento del estímulo como exógeno. Ej: posibilidad de
cerrar los ojos ante el rayo de luz que hiere la pupila.
De los estímulos que provienen del interior es imposible fugar; aun cuando, por
el registro de sequedad en la garganta, se produzca una conducta refleja de
descarga, como el llanto, la sed persistirá. Para el cese del estímulo es
necesario realizar una acción específica.
Los estímulos internos se constituyen en necesidades básicas, inaplazables, de
las cuáles no es posible fugar. Se genera así un interior, desde el cuál surgen
estímulos perentorios de satisfacción, y un exterior indiferente, desinvestido.

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Para que se alcance este primer logro, el organismo viviente debe haber
privilegiado la conducta refleja de la fuga del estímulo, que tiene un grado de
especificidad mayor que la descarga masiva y también resulta más económico
para el organismo. Este proceso se da sobre la base del relevamiento del
principio de inercia(descarga total de la tensión) por el de constancia, como
forma de reemplazar la tendencia a la descarga a un cero absoluto por la
aceptación de una tensión mínima compatible con la vida.
Secuencia en la formación de la estructura yoica:
1. Arco reflejo. Tendencia a expulsar toda estimulación fuera del sistema
neuronal regido todavía por el principio de inercia
2. Preferencia del mecanismo de la fuga como forma de eliminación del
estímulo. Implica la predominancia del principio de constancia.
3. Registro de ciertas sensaciones como endógenas: aquéllas de las que
no es posible fugar
4. Articulación de las diversas sensaciones endógenas de tensión-alivio,
correspondientes a diversos órganos en equilibrio.

Este es el momento en que culmina la constitución de la estructura que tiende


a resolver la necesidad mediante la alteración interna, antes de que pueda
lograrse la acción específica para cada estímulo pulsional.

Yo real primitvo: pasaje del principio de inercia al de constancia-


alteración interna
La ligadura de las investiduras de los diversos órganos permite alcanzar una
homeorrhesis, es decir una homeostasis con cierta dirección, marcada por la
investidura pulsional misma; equilibrio basado en un ritmo somático de tensión
alivio que depende tanto de la armonización interna como de la asistencia
contextual.
En el pasaje del mecanismo de la alteración interna al de la acción específica
tienen relevancia factores de origen endógeno, como el procesamiento
pulsional, y otros de origen contextual, correspondientes a la disponibilidad de
respuesta empática o tierna del contexto.
En el establecimiento del vínculo empático con el medio tiene una relevancia la
proyección: la proyección del recién nacido constituye una suerte de
interrogación al contexto, del cual debe obtener una respuesta empática. Si ello
se da, queda abierto el camino para nuevas investiduras en un proceso de
complejización que va acompañado de una separación de la madre como
función placentaria externa y la construcción de una coraza de protección
antiestímulo en la que están implantados los órganos sensoriales
crecientemente investidos. La coraza consiste en la creación de una zona
indiferenciada, despojada del sentir, comparable a una zona muerta.
Su función principal es la de protección ante estímulos mecánicos y deriva
de la introyección de la empatía materna. Si la función de filtro materno no se
ha podido efectuar adecuadamente, este mecanismo puede cambiar de signo y
volverse patógeno, en cuyo caso la armonización de libido intrasomática es
reemplazada por una hemorragia, por un drenaje libidinal.

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Constitución de las zonas erógenas
El concepto de organización o fase implica no sólo una determinada zona
erógena que corresponde a una excitación y un placer específicos, sino
también un objeto y un modo de vinculación.
La fase oral tiene como zona erógena privilegiada la boca. El objeto es el
pecho materno y la meta implica un modo de relación con el objeto que es la
incorporación.
En 1933 Freud acepta la división de las fases oral y anal en dos subfases:
primera fase oral de succión o primaria, con una meta que es la incorporación
del objeto, y una segunda fase oral sádica o canibalística, cuya meta pulsional
es la devoración.

Fase oral primaria


Corresponde al momento de la apertura de las zonas erógenas, es decir, con el
pasaje de un estado primordial, en que se alcanzó una primera cualificación
pulsional a través de la conciencia afectiva inicial (afecto como modo de sentir
la propia vitalidad), a una segunda cualificación, ahora a partir de la
sensorialidad.
La investidura de la sensorialidad periférica requiere del encuentro de la
tensión de necesidad con un estímulo rítmico, provisto por un soporte
contextual en la periferia exterior.

La madre aporta ese ritmo exterior que debe respetar el ritmo propio de las
necesidades del niño. El encuentro de ambos ritmos determina la inscripción de
huellas mnémicas, que corresponden a un enlace entre dos inscripciones, la
del objeto y la de los movimientos placenteros de descarga.

Es así que, a través de la succión que satisface las pulsiones de


autoconservación y la repetición de la vivencia de satisfacción se irá
obteniendo un plus, una ganancia de placer, que permite los primeros
registros asociados con el principio de placer.

Para Freud, la vivencia de satisfacción permite ligar por simultaneidad dos tipos
de inscripciones: el primero deriva del alivio de la tensión de necesidad, con
el consiguiente pasaje del displacer al placer, y el segundo está basado en la
articulación entre motricidad y estímulo erógeno. Este último constituye una
matriz rítmica fundamental.

La condición rítmica permite que la pulsión sexual imponga su propio principio:


el de placer, diferente del de las pulsiones de autoconservación.
Freud dice que la zona erógena se forma por un proceso proyectivo
centralmente condicionado, es decir, un proceso psíquico determinado
neurológicamente. Al mismo tiempo se adosa una investidura pulsional
( pulsiones de autoconservación y sexuales) de las mucosas, los órganos
sensoriales y otros puntos de la superficie corpórea.

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Por un proceso proyectivo la tensión de necesidad surgida en el interior y
registrada en la periferia exterior como un prurito o picazón se transforma en
sensación placentera mediada por vivencias de satisfacción.

A partir de este momento dos series de cualidades se articulan en la


conciencia: las de las variaciones en los desarrollos de afecto, en la gama
placer-displacer, y las de las percepciones de un objeto estimulante en la
periferia corpórea, con lo cual el psiquismo se abre a un comienzo de
vinculación interpersonal.

La autoestimulación de los labios se constituye en el modelo placentero; los


labios besándose a sí mismos representan la confluencia entre fuente y objeto,
donde la zona erógena aparece generando su objeto; su expresión verbal sería
“el pecho es parte de mí”.

El objeto aparece como un estímulo generado por la zona erógena: la


imagen visual de la madre es generada por la vista, o la imagen táctil del pezón
generada por los labios.

La experiencia de apertura de la zona erógena queda registrada como un


movimiento de autoengendramiento ilusorio de sí.

El autoerotismo inicial culmina en el momento en que el niño se hace


dueño de su polo perceptual, gracias al enlace entre la erogeneidad
periférica y la sensorialidad.

De este enlace quedan huellas mnémicas que, al ser reinvestidas, dan


lugar al surgimiento de los primeros deseos, derivados del esfuerzo por
repetir las vivencias de satisfacción cuando resurge la necesidad. Estos
deseos se realizan a través del recurso alucinatorio que acompaña y
sostiene la actividad autoerótica.

El placer autoerótico es un desarrollo de afecto, ya que es reedición de una


vivencia de satisfacción.
Otros afectos correspondientes a este tiempo lógico son: el terror que surge
cuando el niño no logra satisfacer autoeróticamente la tensión de necesidad; la
persistencia en el recurso autoerótico culmina en un estado de pánico producto
de que se ha perdido el soporte que mantiene la estructura libidinal. Ej.: el niño
succiona el chupete alucinando el pecho; al no producirse el ingreso de
alimento, se mantiene el chupeteo en estado de terror, hasta que el incremento
de la necesidad genera una desetructuración intrapsíquica; el momento del
derrumbe de la sobreinvestidura libidinal genera el estado de pánico.

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Fase oral secundaria
La superación del momento anteriormente descripto, el auterotismo
inicial, consiste fundamentalmente en la separación del objeto de la zona
erógena. La coincidencia entre fuente y objeto se rompe debido a la
intervención de un nuevo proceso proyectivo, que sigue el mismo camino
de progresiva externalización.
Esta proyección consiste en la expulsión del objeto que antes era concebido
como generado por la propia zona erógena. En este proceso la alucinación es
relevada por la exigencia de un objeto captado por la percepción como soporte
de la proyección. El objeto es puesto como causa de la impresión sensorial, y
como tal, marca el pasaje de la sensación a la percepción.
La imposibilidad de mantener la lógica del autoerotismo proviene de la acción
de las pulsiones de autoconservación insatisfechas, y por la eficacia de ciertas
pulsiones sexuales que no pueden satisfacerse autoeróticamente; tal sería el
caso del sadismo dentario que requiere de un objeto exterior al propio objeto
para alcanzar su meta. Freud señala que cuando el niño se frustra en el
chupeteo acompañado del alucinar, se da un proceso inhibitorio de la
motricidad involucrada en el chupetear y la consiguiente búsqueda de un
registro percepetual que certifique la presencia del objeto de satisfacción.
Al estado de goce autoerótico le sucede por obra del resurgimiento de la
tensión de necesidad una nueva sensación de prurito que hace surgir un afecto
displacentero generador de una defensa: un movimiento hostil, expulsivo
del objeto en un espacio exterior; las percepciones son proyectadas hacia
fuera, pasando a formar parte del mundo externo. La causa de la percepción
sensorial pasa de ser autoengendrada a ser generada por un objeto exterior.

Surgimiento del yo-placer purificado


La unificación de las zonas erógenas corresponde a la constitución del yo-
placer; la producción de este yo está asociada a la investidura creciente de la
piel, que actúa como un conector entre las zonas erógenas.
La unificación de zonas erógenas está asociada con el derrumbe de la
concepción del objeto generado por cada zona, lo cual da como resultado que
el objeto también se constituya en unificado.

Identificación primaria. Narcisismo


La articulación de las distintas zonas erógenas procura moldes en que el yo-
placer encuentra una medida totalizadora, una imagen proyectada de sí,
basada en sensaciones olfatorias, cenestésicas, auditivas y visuales.
Estos moldes erógenos devuelven al niño imágenes para la identificación del
yo, el cual se reencuentra y encuentra también allí el objeto, investido como
ideal, como modelo. Cada tipo de proyección, va seguido de una identificación
por la cual el yo se constituye. La mente produce primero estos patrones a los
que encuentra, luego, como supuestas impresiones sensoriales a las cuales se
esfuerza por adecuarse por el camino de la identificación. Mediante la

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proyección de la erogeneidad en la sensorialidad, donde se configura el
modelo, y la consiguiente identificación con la imagen proveniente del mismo,
el yo establece un vínculo con sus propios procesos pulsionales. En el objeto
investido como modelo, el yo encuentra la satisfacción de sus
necesidades y además un sentimiento de sí.

La identificación primaria designa el desplazamiento de investiduras que


reúnen en un todo al objeto con el yo, en un esfuerzo por saldar la diferencia
entre ambos, al constituir al yo según lo puesto en el objeto como modelo-
ideal: el amor hacia el objeto es indiscernible del amor al propio yo.
El yo placer se constituye sobre la base de una identificación con la madre
puesta en el lugar de modelo.

Es un vínculo de ser. Se desea ser uno con el otro.


La representación del cuerpo del niño pasa a depender de la percepción de la
presencia de la madre, garantía de su ser.
La meta de la pulsión oral secundaria es la devoración en la que se imbrican
pulsión de autoconservación y libido narcisista. Esta articulación es
contradictoria y ambivalente ya que la devoración del objeto hace que
desaparezca el modelo, garante del ser. De esta contradicción se deriva la
inermidad del yo ante la pulsión de muerte que impone la desestructuración. El
yo para sostenerse requiere de la asistencia y el amor del objeto e ideal.
La musculatura masticatoria posibilita escupir con lo que parte del yo se pierde
junto con ese objeto expulsado; o morder y devorar con lo que el objeto hostil
se vuelve indiscernible del yo.
Esta fase se caracteriza por la pasividad motriz por lo que cobran privilegio los
estados afectivos.
La constitución del rostro materno como espejo da lugar a la expresión afectiva
en la que el yo se reencuentra visualmente; esto es condición para procesar el
conflicto de ambivalencia, en el cual la devoración pone en riesgo el objeto
amado. La sobreinvestidura de la expresión facial garantiza la permanencia del
clima afectivo a pesar de la incorporación del objeto.

El organizador de este momento es la sonrisa como respuesta a una gestalt


compuesta por ojos, boca, nariz y un óvalo delimitante.

El rostro materno es un recurso para hacer conciente un estado afectivo del


niño.
Una perturbación posible ocurre cuando no hay concordancia entre la
expresión facial materna y el estado afectivo del infante. En ese caso la
necesidad de identificación impone reducir las diferencias adecuando los
estados del niño a la expresión atribuida a la madre.
Otro elemento destacable en este momento de la organización es la
identificación del niño con un nombre que otro profiere y al cual el bebé
responde con la totalidad de su cuerpo. Los sonidos que el niño emite tienen el
valor de una comunicación en un contexto que permite expresar las emociones
y reencontrarse en el propio ser.

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Los juicios de atribución del yo-placer purificado
Durante esta fase la zona dominante en cuanto la erogeneidad es la oral. Para
el niño el universo sensible pasa por la boca. Conocer el mundo es chuparlo,
morderlo y luego, tragarlo y escupirlo.
Es allí, en la boca, donde se realiza un acto expulsivo que constituye un juicio
en acto. Esta función del juicio, la atribución, corresponde al yo-placer
purificado. Este yo recibe su denominación debido a que, a través de los juicios
de atribución, se apropia de lo bueno o placentero, que pasa a constituir el yo,
mientras que lo displacentero es expulsado fuera. Lo malo o perjudicial es
proyectado mediante un acto desatributivo de la propiedad buena o útil.

Desarrollos de afecto
El estado de goce o júbilo adviene en el momento en que el yo se encuentra
en la percepción del rostro materno con cuya imagen se identifica.
La cólera surge al frustrarse un deseo hostil generado por fracaso en la
tentativa de expulsar lo displacentero.
La desesperación irrumpe cuando existe una intensa investidura de anhelo de
una huella mnémica y no aparece de manera simultánea o casi simultánea el
objeto en la percepción (aún no puede diferenciar la ausencia temporaria de la
pérdida duradera)
En el caso de que la madre no esté presente, o de que la intensidad pulsional
sea excesiva y no exista objeto sensorial capaz de ligar una erogeneidad
hipertrófica, la crisis de desesperación se producirá. Si esta situación se
mantiene sin que intervenga una defensa, los procesos identificatorios que
determinan el “sentimiento de sí” resultan aniquilados, dejando una fijación
duradera en el trauma. La manera de evitar dicha fijación consiste en apelar a
una proyección, esta vez defensiva, en un objeto transicional.
En el osito, la sabanita, o cualquier objeto que cumpla con la condición de
haberse impregnado con sus excresiones (lágrimas, mocos, sudor, etc.), el
bebé encuentra como estado yo aquello expulsado en un momento anterior y
que hubiera podido perderse en el no yo de no mediar el objeto constituido en
ese lugar intermedio que pasará a funcionar como fuente de amparo.
El objeto transicional es usado para conciliar el sueño o cuando el niño reclama
en vano en vano a su madre y en toda situación que requiere de consuelo,
permitiendo que la desesperación se mantenga en amago, sin desarrollo pleno.

Unificación cinética. Fase anal primaria


En 1933 Freud caracteriza a la pulsión anal primaria según sus metas: perder
y aniquilar. Una tercera meta de esta fase se expresa en el placer por
extraer.

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El surgimiento de la pulsión anal implica una nueva exigencia de trabajo para la
mente vinculada con la imbricación de dos placeres diferentes: uno activo,
asociado con el uso de la musculatura, y un placer pasivo en relación con la
erogeneidad de la mucosa anal.
La frustración pulsional, fuente de desesperación, en la fase anterior, es
traspuesta en actividad vindicatoria.
El placer muscular por moverse se liga al esfuerzo por producir la imagen de un
cuerpo unificado. La importancia de este proceso articulador entre la motricidad
y la mirada fue destacada por Lacan el referirse a la fase del espejo. El fracaso
en dicha articulación deviene en una pérdida de la identificación con la
imagen especular, derrumbe del sentimiento de sí y crisis de vergüenza.
En este momento el cuerpo del niño se unifica no sólo en términos de estados
afectivos sino de musculatura voluntaria. Esta unificación y los estados
afectivos en juego tiene como causa la desaparición de la madre porque se
aleja motrizmente.
La forma del vínculo continúa siendo la identificación primaria con una madre,
en este caso, modelo cinético que resulta garante de los movimientos del hijo,
al totalizar como unidad los actos del mismo. Las extremidades del cuerpo
pasan a ocupar el lugar de ayudantes al servicio de los acercamientos y
alejamientos.
No existe todavía un enlace causal entre lo registrado como acción y el efecto
de la misma.

Desarrollos de afecto
Cuando el objeto se aleja surge la angustia; al mismo tiempo aparece un
deseo hostil tramitado vía motricidad. Toda vez que el recurso a la motricidad
fracasa en su intento aniquilante, surge otro desarrollo de afecto de la gama de
la cólera: la humillación. La humillación implica una herida narcisista surgida
ante el fracaso del intento del uso de la motricidad.
El éxito en el uso de la motricidad con un fin expulsivo y destructivo determina
un estado de júbilo en el yo.
La vergüenza aparece cuando fracasa el deseo de que alguien idealizado pero
hostil desaparezca de la vista. La vergüenza incluye la frustración de dos
deseos: uno exhibicionista, surgido de la identificación con un modelo que
produce un goce visual con su presencia; y otro, ante aquel que mira y no es
un familiar sino un extraño. El segundo es un deseo aniquilador, contradictorio
con el deseo exhibicionista. La hostilidad, al pretender que otro, un extraño,
desaparezca de la vista, se transforma en un ofrecerse como alguien que
desaparece para la mirada de otro, y el deseo frustrado de ser consagrado
como objeto de una mirada de gozo inunda al yo de vergüenza.

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Fase anal secundaria. Unificación en torno a la palabra
En esta fase surgen nuevas metas pulsionales como guardar, retener y
poseer, controlar y dominar. Estas metas se logran a través del uso de la
musculatura.
El dominio de la musculatura se articula con la inscripción de la capacidad de
regulación del esfínter y con la capacidad de nominar.
Hay una representación cuerpo diferente; este pasa a ser objeto de la
percepción y no sólo de sensaciones internas.
El niño puede reconocer una relación causal respecto de sus propias
conductas: las consecuencias de sus actos recaen sobre sí. De esta novedad
psíquica se deriva un rudimento del sentimiento de culpa, la mala conciencia
precursora del superyó.
La producción del propio cuerpo como objeto visible, gracias a la palabra
adquiere un núcleo dado por el nombre propio, con el cual el yo se identifica
como sujeto. Esto permite hacer concientes los estados del ello sin apelar a la
proyección; gracias a esto el cuerpo queda totalizado y no deriva solo de una
percepción. Anteriormente, la proyección en el estímulo sensorial y la
identificación posterior eran la única forma posible de sostén del yo.
El dominio ilusorio de sí logrado en este tiempo depende del uso del término
linguístico “no” que se relaciona con la posibilidad de inhibir una acción motriz.
Secuencia del poceso
1- El yo placer expulsa fuera de sí lo displacentero
2- La expulsión es acompañada de un término exclamativo que reproduce el
acto. Ej: “o-o-o“ del niño que arroja el carretel
3- El “no” acompaña como prohibición, un acto que el niño realiza
4- El “no” es ganado como símbolo

Desarrollos de afecto
Por un lado los afectos placenteros relacionados con los esfuerzos por
dominar la motricidad voluntaria o el placer por ensuciarse, así como también la
autoestimulación anal a través de la expulsión o retención de las heces.
Los derivados de la pulsión epistimofílica que intenta responder a las teorías
sexuales infantiles, ligado al placer por extraer un don, una palabra del modelo.
Las heces adquieren el valor de un regalo, una entrega amorosa a la madre, a
cambio del cuál el niño espera obtener palabras que contengan un
conocimiento con el cual se establezca. Este deseo cognitivo puede derivar en
un desarrollo de afecto, también vinculado con la producción de teorías
sexuales infantiles: la desconfianza. La misma aparece cuando el niño
supone, a partir de un deseo hostil hacia sus padres, que éstos tienen una
conducta retentiva con respecto a las palabras esperadas, que son las que
confirmarían sus vivencias corporales.

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Una aproximación al Complejo de Edipo
Teorías sexuales infantiles
El disparador de las investigaciones sexuales infantiles es un interés práctico:
la posible llegada de un hermano (un rival) que puede privarlo de los cuidados
y el amor que recibe, lo cuál despierta su hostilidad y su egoísmo. Estos
sentimientos e inquietudes lo llevan a ocuparse de un gran problema: “¿de
dónde vienen los niños?”
El varón privilegiará responder al interrogante acerca del nacimiento de
hermanos, mientras que la niña elaborará teorías que se refieran sobretodo a
responder al interrogante acerca de la diferencia sexual anatómica. Las teorías
sexuales infantiles surgen como intentos de preservar al yo de una herida
narcisista.
La investigación sexual infantil trabaja con la pulsión de saber o investigar.
Uno de las teorías sexuales infantiles, la que afirma la falta de diferencia entre
los sexos, atribuye un pene a todos los seres humanos. Esta teoría surge en el
momento en que el pene es la zona erógena rectora y el principal objeto sexual
autoerótico. Se la denomina premisa fálica.
La investigación culmina en el descubrimiento de la diferencia entre los sexos,
ante lo cual surgen las fantasías como defensas, como intentos de “arrojar
fuera” del yo estos recuerdos traumáticos. La teoría sexual infantil es
reemplazada por la fantasía, como ilusión de desconocimiento, una suerte de
desmentida de la diferencia sexual anatómica.
En el niño se produce la fantasía de la madre fálica por el mecanismo de la
proyección de los procesos internos. A partir de esta fantasía el niño asigna a
la madre el fundamento de su goce autoerótico.
La niña proyecta sus sensaciones clitorideanas a objetos sensoriales,
considerados como causa de su goce. En un momento posterior, proyecta esta
sensualidad en la madre, quedando de esta manera constituida la madre como
fálica.
Pueden diferenciarse dos momentos en la fase fálica: en el primero el niño
constituye a su madre como omnipotente y le atribuye el falo. El varón se
procura sensaciones placenteras con su pene y la niña con su clítoris,
reuniendo el estado de excitación que esto provoca con sus representaciones
del comercio sexual. El segundo momento es la desatribución del falo a la
madre a partir de un juicio de existencia que se corresponde con la fantasía de
la castración que el padre realizó en ella. Se produce un menoscabo en el
placer masturbatorio y la madre se convierte en algo ominoso y luego en
alguien temido y desvalorizado.
La falta supuesta en la madre es interpretada como resultante de una
acción(de sustracción) por el padre (que la ha castrado).

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Complejo de Edipo y castración.
Tanto para el niño como para la niña el proceso de identificación primaria se
inicia con la madre, siendo también el primer objeto de amor.
El complejo de Edipo implica la introducción de un tercero, un rival, que
produce un corte en la relación dual tanto para la madre como para el niño. El
complejo de Edipo remite entonces a la prohibición del incesto: el padre impone
una separación que para el niño implica que su madre ya no le pertenece; el
padre comienza a tener peso identificatorio.
En un principio, en la prehistoria del complejo de Edipo, el varón manifiesta un
especial interés por su padre, queriendo ser y hacer como él, se identifica
tomándolo como modelo.
Respecto de la madre, la inviste como objeto de amor según el tipo del
apuntalamiento.
Por la activación de las fantasías el niño comienza a evidenciar que el padre le
significa un estorbo, cobrando su identificación con el un carácter hostil,
deseando sustituir al padre junto a la madre. Aquí comienza el Complejo de
Edipo. El vínculo amoroso entre el niño y la madre se prolonga hasta que el
padre, objeto identificatorio hasta entonces, lo interrumpe, transformándose en
rival. El contenido del complejo de Edipo positivo en el varón es, por un lado,
esta actitud ambivalente hacia el padre, y por otro, la aspiración de objeto hacia
la madre. La función del padre introduce el complejo de castración en la
representación de la madre fálica, y cuando la misma es discernida por el niño,
y dado que la castración es admitida de modo identifiactorio por el niño, se
produce un trauma que hace declinar el complejo de Edipo. El niño accede así
al complejo de castración: conserva su pene manteniendo de este modo su
identificación primaria con el padre.
Respecto de la niña; Freud afirma así como el varón se procura sensaciones
placenteras con su pene, la niña hace lo mismo con su clítoris.
El complejo de Edipo en la niña comienza siendo invertido: la madre es tomado
como objeto de amor, despertándole el deseo de hacerle un hijo. El padre, por
su parte, es tomado como rival. Así como la angustia de castración se produce
en el varón luego de haber descubierto la diferencia anatómica entre los sexos;
en la niña este discernimiento provoca el complejo de castración. Es decir, allí
donde en el niño damos cuenta de la declinación del complejo de Edipo
positivo y el surgimiento del superyó, en la niña se determina el complejo de
Edipo positivo.
Cuando la niña intelige su propia castración, supone que la madre no lo está.
En este momento, la posición de la niña ante el padre es hostil. Finalmente,
discierne que su madre carece de falo y supone que está castrada, lo cual
provoca su alejamiento definitivo de la madre, para esperar una ofrenda por
parte del padre. El padre deviene para la niña en aquel de quien ha de obtener
una clave para acceder al secreto de la feminidad. En consecuencia, en el
vínculo con el padre está en juego el ser de la niña.

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En el complejo de Edipo invertido se evidencia una insatisfacción respecto del
padre.

Desarrollos de afecto
En la niña parece haber un incremento de los celos como derivados de la
envidia fálica. La diferencia entre ambos consiste en que en la envidia hay un
deseo hostil hacia el modelo decepcionante e injusto y en los celos este deseo
no se encuentra. Es posible inferir que en el pasaje de la envidia a los celos ha
habido una sustitución de la persona que ocupa el lugar de ideal, de la madre
por el padre, por quien la niña desea ahora ser amada.
Otro desarrollo de afecto, en este caso vinculado con el placer, es el goce
autoerótico derivado de la estimulación del clítoris o del pene, el cual supone
un estado tal de omnipotencia, de felicidad que determina un apego, un
enamoramiento del yo con la fuente del placer.
El discernimiento de la falta de pene en la madre provoca en el niño un
desarrollo de afecto complejo al que Freud denomina horror. En él se conjugan
la angustia, el sentimiento de culpa y el sentimiento de aniquilación del yo;
estos tres afectos se hallan relacionados con tres deseos del niño hacia su
madre: el deseo de hallar en la madre un doble de sí, del cual deriva la
angustia de castración; el deseo hostil hacia el objeto investido libidinalmente,
al que el yo atribuye la causa de carencia, y que origina el sentimiento de
culpa; y el deseo de ser el ideal. Cuando la identificación con el ideal cae, se
origina el sentimiento de aniquilación del yo.
Estos tres desarrollos de afectos reunidos en el horror determinan defensas
diferentes como forma de mantener dichos afectos en amago; ellas son: la
represión, la identificación secundaria y la desmentida.

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