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de la carrera:
ESTIMULACIÓN TEMPRANA
Comencemos la clase…
1° tópica
TEMA: APARATO PSÍQUICO
1. Sistemas
Desde la teoría psicoanalítica, el aparato psíquico estaría descripto según
tres sistemas o subestructuras:
Sistema Conciente
Sistema Preconciente
Sistema Inconciente
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1.3
Sistema Inconciente: aquí se encuentran los contenidos del
aparato psíquico que no pueden ser recordados, ni aún
recurriendo a un esfuerzo voluntario, contenidos olvidados cuyo
acceso a la conciencia está impedido por la represión, pero que a
veces aparecen inesperadamente en los actos fallidos, los
sueños, el chiste, los síntomas o mediante el trabajo analítico.
2° tópica
2. Instancias
Dentro de estos tres sistemas se considera la existencia de tres instancias
o subestructuras, que actúan en distintos planos: 2° tópica
YO: una parte del ello se va modificando por su contacto con el mundo
exterior, realidad externa, y se forma una nueva instancia llamada yo. El yo
es el mediador entre el ello y el mundo real.
YO conciente: percibe los estímulos que provienen del mundo exterior y de
acuerdo a su intensidad puede huir o enfrentarlos. Se adapta al mundo.
YO preconciente: es el encargado de los procesos de pensamiento y el
almacenamiento del conocimiento de los estímulos en la memoria.
YO inconciente: es el que podría poner en funcionamiento los mecanismos
de defensa.
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Aquí es donde opera el Principio del Placer, cuya finalidad es la de
desembarazar a la persona de la tensión, o si tal cosa es
imposible, reducir la tensión a un nivel bajo y mantener este nivel
tan constante como sea posible.
En su forma más primitiva el ello es un aparato reflejo que descarga por las
vías motrices cualquier excitación sensorial que le llegue. Así, cuando una
luz muy brillante alcanza la retina del ojo, el párpado se cierra para impedir
que la luz llegue a la retina.
La consecuencia típica de la descarga motriz es la eliminación del estímulo.
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El nuevo desarrollo que tiene lugar en el ello como resultado de la
frustración, se llama Proceso Primario.
2.2 YO: Los dos procesos mediante los cuales el ello descarga la tensión,
son la actividad motriz impulsiva y la formación de imágenes (realización de
deseos), pero no son suficientes para alcanzar los grandes fines evolutivos
de la supervivencia y la reproducción.
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A menos que el hombre tenga un cuidador permanente, como durante la
infancia, debe buscar su alimento, su compañero sexual y muchos otros
objetos necesarios para su vida.
Para cumplir con éxito estas misiones debe tener en cuenta la realidad
exterior (ambiente). Ya sea acomodándose al mundo o afirmando su
predominio sobre este para obtener lo que precisa.
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Este proceso cumple con lo que el Proceso Primario es incapaz de hacer,
tener en cuenta, el mundo objetivo de la realidad física. No comete el error
del Proceso Primario de considerar la imagen de un objeto como si fuera el
objeto mismo.
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Esto significa que cada persona posee potencialidades innatas para pensar
y razonar. El desarrollo de tales potencialidades se realiza mediante la
experiencia, el aprendizaje y la educación.
2.2 SUPERYO:
Es la tercera instancia del aparato psíquico.
Es la rama moral o judicial de la personalidad. Tiene que ver con lo ideal
más que lo real y pugna por la perfección antes que por el placer o la
realidad.
Representa dentro de la personalidad, los valores e ideales tradicionales de
la sociedad, tal como se transmiten de padres a hijos. Su finalidad es la de
confrontar y regular aquellos impulsos cuya expresión no controlada
pondrían en peligro la estabilidad de la sociedad.
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Los padres le transmiten al niño las normas de “lo que está bien”
recompensándolo por aquella conducta que esté de acuerdo con las
normas de éstos.
Por ejemplo: recompensarle constantemente por ser pulcro y ordenado. La
pulcritud y el orden, entonces se convertirán en uno de los ideales del niño.
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Actividades de aplicación:
Responder:
5. ¿De qué depende que el Superyo sea “demasiado rígido” en algunas personas y
en otras no?
Bibilografía.
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Anexo 1:
Este otro que cuida del niño se erigirá en modelo (identificación primaria):
primero, modelo afectivo que permite tramitar el conflicto de ambivalencia y
luego, en modelo cinético que permite la unificación de la imagen a través de
la motricidad y la vista.
A partir de entonces, las sensaciones serán objeto de la propia percepción (ya
no es necesaria la proyección).
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Edipo y castración ; su sepultamiento y constitución del superyo nos
encontramos con el yo realidad definitivo.
Anexo 2:
Para Freud, todo desenlace psíquico debe ser entendido como producto de
conflictos entre el yo y la libido, entre el yo y el superyo y entre el yo y la
realidad.
La primera polaridad planteada (yo-libido) nos brinda dos ejes fundamentales a
partir de los cuales comenzar a plantear una teoría del desarrollo psíquico.
Para hablar de desarrollo es preciso esclarecer la idea de historia con la que
trabajamos; se trata de una temporalidad donde lo ya ocurrido no caduca sino,
por el contrario, un acontecer en el cual las vivencias del pasado, registradas
bajo la forma de huellas mnémicas, tienen efectos sobre el presente; son
eficaces.
La sucesión de acontecimientos eficaces en la historia determina un trama,
guiada por dos vectores: el libidinal y el del yo, de cuyo entrecruzamiento
derivan ciertos modos de estructuración del aparato psíquico.
La concepción del psiquismo en Freud no alude a una localización anatómica
sino a una organización interna garantizada por una determinada sucesión
temporal por la que circulan excitaciones.
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circulando por el psiquismo. Las pulsiones sexuales pueden investir el cuerpo
(autoerotismo), el yo (narcisismo) y/u objetos y se encuentran reguladas por el
principio de placer por el cual el aparato psíquico de libera de lo displacentero
(lo que eleva la tensión, la cantidad de energía circulante).
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Para que se alcance este primer logro, el organismo viviente debe haber
privilegiado la conducta refleja de la fuga del estímulo, que tiene un grado de
especificidad mayor que la descarga masiva y también resulta más económico
para el organismo. Este proceso se da sobre la base del relevamiento del
principio de inercia(descarga total de la tensión) por el de constancia, como
forma de reemplazar la tendencia a la descarga a un cero absoluto por la
aceptación de una tensión mínima compatible con la vida.
Secuencia en la formación de la estructura yoica:
1. Arco reflejo. Tendencia a expulsar toda estimulación fuera del sistema
neuronal regido todavía por el principio de inercia
2. Preferencia del mecanismo de la fuga como forma de eliminación del
estímulo. Implica la predominancia del principio de constancia.
3. Registro de ciertas sensaciones como endógenas: aquéllas de las que
no es posible fugar
4. Articulación de las diversas sensaciones endógenas de tensión-alivio,
correspondientes a diversos órganos en equilibrio.
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Constitución de las zonas erógenas
El concepto de organización o fase implica no sólo una determinada zona
erógena que corresponde a una excitación y un placer específicos, sino
también un objeto y un modo de vinculación.
La fase oral tiene como zona erógena privilegiada la boca. El objeto es el
pecho materno y la meta implica un modo de relación con el objeto que es la
incorporación.
En 1933 Freud acepta la división de las fases oral y anal en dos subfases:
primera fase oral de succión o primaria, con una meta que es la incorporación
del objeto, y una segunda fase oral sádica o canibalística, cuya meta pulsional
es la devoración.
La madre aporta ese ritmo exterior que debe respetar el ritmo propio de las
necesidades del niño. El encuentro de ambos ritmos determina la inscripción de
huellas mnémicas, que corresponden a un enlace entre dos inscripciones, la
del objeto y la de los movimientos placenteros de descarga.
Para Freud, la vivencia de satisfacción permite ligar por simultaneidad dos tipos
de inscripciones: el primero deriva del alivio de la tensión de necesidad, con
el consiguiente pasaje del displacer al placer, y el segundo está basado en la
articulación entre motricidad y estímulo erógeno. Este último constituye una
matriz rítmica fundamental.
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Por un proceso proyectivo la tensión de necesidad surgida en el interior y
registrada en la periferia exterior como un prurito o picazón se transforma en
sensación placentera mediada por vivencias de satisfacción.
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Fase oral secundaria
La superación del momento anteriormente descripto, el auterotismo
inicial, consiste fundamentalmente en la separación del objeto de la zona
erógena. La coincidencia entre fuente y objeto se rompe debido a la
intervención de un nuevo proceso proyectivo, que sigue el mismo camino
de progresiva externalización.
Esta proyección consiste en la expulsión del objeto que antes era concebido
como generado por la propia zona erógena. En este proceso la alucinación es
relevada por la exigencia de un objeto captado por la percepción como soporte
de la proyección. El objeto es puesto como causa de la impresión sensorial, y
como tal, marca el pasaje de la sensación a la percepción.
La imposibilidad de mantener la lógica del autoerotismo proviene de la acción
de las pulsiones de autoconservación insatisfechas, y por la eficacia de ciertas
pulsiones sexuales que no pueden satisfacerse autoeróticamente; tal sería el
caso del sadismo dentario que requiere de un objeto exterior al propio objeto
para alcanzar su meta. Freud señala que cuando el niño se frustra en el
chupeteo acompañado del alucinar, se da un proceso inhibitorio de la
motricidad involucrada en el chupetear y la consiguiente búsqueda de un
registro percepetual que certifique la presencia del objeto de satisfacción.
Al estado de goce autoerótico le sucede por obra del resurgimiento de la
tensión de necesidad una nueva sensación de prurito que hace surgir un afecto
displacentero generador de una defensa: un movimiento hostil, expulsivo
del objeto en un espacio exterior; las percepciones son proyectadas hacia
fuera, pasando a formar parte del mundo externo. La causa de la percepción
sensorial pasa de ser autoengendrada a ser generada por un objeto exterior.
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proyección de la erogeneidad en la sensorialidad, donde se configura el
modelo, y la consiguiente identificación con la imagen proveniente del mismo,
el yo establece un vínculo con sus propios procesos pulsionales. En el objeto
investido como modelo, el yo encuentra la satisfacción de sus
necesidades y además un sentimiento de sí.
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Los juicios de atribución del yo-placer purificado
Durante esta fase la zona dominante en cuanto la erogeneidad es la oral. Para
el niño el universo sensible pasa por la boca. Conocer el mundo es chuparlo,
morderlo y luego, tragarlo y escupirlo.
Es allí, en la boca, donde se realiza un acto expulsivo que constituye un juicio
en acto. Esta función del juicio, la atribución, corresponde al yo-placer
purificado. Este yo recibe su denominación debido a que, a través de los juicios
de atribución, se apropia de lo bueno o placentero, que pasa a constituir el yo,
mientras que lo displacentero es expulsado fuera. Lo malo o perjudicial es
proyectado mediante un acto desatributivo de la propiedad buena o útil.
Desarrollos de afecto
El estado de goce o júbilo adviene en el momento en que el yo se encuentra
en la percepción del rostro materno con cuya imagen se identifica.
La cólera surge al frustrarse un deseo hostil generado por fracaso en la
tentativa de expulsar lo displacentero.
La desesperación irrumpe cuando existe una intensa investidura de anhelo de
una huella mnémica y no aparece de manera simultánea o casi simultánea el
objeto en la percepción (aún no puede diferenciar la ausencia temporaria de la
pérdida duradera)
En el caso de que la madre no esté presente, o de que la intensidad pulsional
sea excesiva y no exista objeto sensorial capaz de ligar una erogeneidad
hipertrófica, la crisis de desesperación se producirá. Si esta situación se
mantiene sin que intervenga una defensa, los procesos identificatorios que
determinan el “sentimiento de sí” resultan aniquilados, dejando una fijación
duradera en el trauma. La manera de evitar dicha fijación consiste en apelar a
una proyección, esta vez defensiva, en un objeto transicional.
En el osito, la sabanita, o cualquier objeto que cumpla con la condición de
haberse impregnado con sus excresiones (lágrimas, mocos, sudor, etc.), el
bebé encuentra como estado yo aquello expulsado en un momento anterior y
que hubiera podido perderse en el no yo de no mediar el objeto constituido en
ese lugar intermedio que pasará a funcionar como fuente de amparo.
El objeto transicional es usado para conciliar el sueño o cuando el niño reclama
en vano en vano a su madre y en toda situación que requiere de consuelo,
permitiendo que la desesperación se mantenga en amago, sin desarrollo pleno.
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El surgimiento de la pulsión anal implica una nueva exigencia de trabajo para la
mente vinculada con la imbricación de dos placeres diferentes: uno activo,
asociado con el uso de la musculatura, y un placer pasivo en relación con la
erogeneidad de la mucosa anal.
La frustración pulsional, fuente de desesperación, en la fase anterior, es
traspuesta en actividad vindicatoria.
El placer muscular por moverse se liga al esfuerzo por producir la imagen de un
cuerpo unificado. La importancia de este proceso articulador entre la motricidad
y la mirada fue destacada por Lacan el referirse a la fase del espejo. El fracaso
en dicha articulación deviene en una pérdida de la identificación con la
imagen especular, derrumbe del sentimiento de sí y crisis de vergüenza.
En este momento el cuerpo del niño se unifica no sólo en términos de estados
afectivos sino de musculatura voluntaria. Esta unificación y los estados
afectivos en juego tiene como causa la desaparición de la madre porque se
aleja motrizmente.
La forma del vínculo continúa siendo la identificación primaria con una madre,
en este caso, modelo cinético que resulta garante de los movimientos del hijo,
al totalizar como unidad los actos del mismo. Las extremidades del cuerpo
pasan a ocupar el lugar de ayudantes al servicio de los acercamientos y
alejamientos.
No existe todavía un enlace causal entre lo registrado como acción y el efecto
de la misma.
Desarrollos de afecto
Cuando el objeto se aleja surge la angustia; al mismo tiempo aparece un
deseo hostil tramitado vía motricidad. Toda vez que el recurso a la motricidad
fracasa en su intento aniquilante, surge otro desarrollo de afecto de la gama de
la cólera: la humillación. La humillación implica una herida narcisista surgida
ante el fracaso del intento del uso de la motricidad.
El éxito en el uso de la motricidad con un fin expulsivo y destructivo determina
un estado de júbilo en el yo.
La vergüenza aparece cuando fracasa el deseo de que alguien idealizado pero
hostil desaparezca de la vista. La vergüenza incluye la frustración de dos
deseos: uno exhibicionista, surgido de la identificación con un modelo que
produce un goce visual con su presencia; y otro, ante aquel que mira y no es
un familiar sino un extraño. El segundo es un deseo aniquilador, contradictorio
con el deseo exhibicionista. La hostilidad, al pretender que otro, un extraño,
desaparezca de la vista, se transforma en un ofrecerse como alguien que
desaparece para la mirada de otro, y el deseo frustrado de ser consagrado
como objeto de una mirada de gozo inunda al yo de vergüenza.
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Fase anal secundaria. Unificación en torno a la palabra
En esta fase surgen nuevas metas pulsionales como guardar, retener y
poseer, controlar y dominar. Estas metas se logran a través del uso de la
musculatura.
El dominio de la musculatura se articula con la inscripción de la capacidad de
regulación del esfínter y con la capacidad de nominar.
Hay una representación cuerpo diferente; este pasa a ser objeto de la
percepción y no sólo de sensaciones internas.
El niño puede reconocer una relación causal respecto de sus propias
conductas: las consecuencias de sus actos recaen sobre sí. De esta novedad
psíquica se deriva un rudimento del sentimiento de culpa, la mala conciencia
precursora del superyó.
La producción del propio cuerpo como objeto visible, gracias a la palabra
adquiere un núcleo dado por el nombre propio, con el cual el yo se identifica
como sujeto. Esto permite hacer concientes los estados del ello sin apelar a la
proyección; gracias a esto el cuerpo queda totalizado y no deriva solo de una
percepción. Anteriormente, la proyección en el estímulo sensorial y la
identificación posterior eran la única forma posible de sostén del yo.
El dominio ilusorio de sí logrado en este tiempo depende del uso del término
linguístico “no” que se relaciona con la posibilidad de inhibir una acción motriz.
Secuencia del poceso
1- El yo placer expulsa fuera de sí lo displacentero
2- La expulsión es acompañada de un término exclamativo que reproduce el
acto. Ej: “o-o-o“ del niño que arroja el carretel
3- El “no” acompaña como prohibición, un acto que el niño realiza
4- El “no” es ganado como símbolo
Desarrollos de afecto
Por un lado los afectos placenteros relacionados con los esfuerzos por
dominar la motricidad voluntaria o el placer por ensuciarse, así como también la
autoestimulación anal a través de la expulsión o retención de las heces.
Los derivados de la pulsión epistimofílica que intenta responder a las teorías
sexuales infantiles, ligado al placer por extraer un don, una palabra del modelo.
Las heces adquieren el valor de un regalo, una entrega amorosa a la madre, a
cambio del cuál el niño espera obtener palabras que contengan un
conocimiento con el cual se establezca. Este deseo cognitivo puede derivar en
un desarrollo de afecto, también vinculado con la producción de teorías
sexuales infantiles: la desconfianza. La misma aparece cuando el niño
supone, a partir de un deseo hostil hacia sus padres, que éstos tienen una
conducta retentiva con respecto a las palabras esperadas, que son las que
confirmarían sus vivencias corporales.
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Una aproximación al Complejo de Edipo
Teorías sexuales infantiles
El disparador de las investigaciones sexuales infantiles es un interés práctico:
la posible llegada de un hermano (un rival) que puede privarlo de los cuidados
y el amor que recibe, lo cuál despierta su hostilidad y su egoísmo. Estos
sentimientos e inquietudes lo llevan a ocuparse de un gran problema: “¿de
dónde vienen los niños?”
El varón privilegiará responder al interrogante acerca del nacimiento de
hermanos, mientras que la niña elaborará teorías que se refieran sobretodo a
responder al interrogante acerca de la diferencia sexual anatómica. Las teorías
sexuales infantiles surgen como intentos de preservar al yo de una herida
narcisista.
La investigación sexual infantil trabaja con la pulsión de saber o investigar.
Uno de las teorías sexuales infantiles, la que afirma la falta de diferencia entre
los sexos, atribuye un pene a todos los seres humanos. Esta teoría surge en el
momento en que el pene es la zona erógena rectora y el principal objeto sexual
autoerótico. Se la denomina premisa fálica.
La investigación culmina en el descubrimiento de la diferencia entre los sexos,
ante lo cual surgen las fantasías como defensas, como intentos de “arrojar
fuera” del yo estos recuerdos traumáticos. La teoría sexual infantil es
reemplazada por la fantasía, como ilusión de desconocimiento, una suerte de
desmentida de la diferencia sexual anatómica.
En el niño se produce la fantasía de la madre fálica por el mecanismo de la
proyección de los procesos internos. A partir de esta fantasía el niño asigna a
la madre el fundamento de su goce autoerótico.
La niña proyecta sus sensaciones clitorideanas a objetos sensoriales,
considerados como causa de su goce. En un momento posterior, proyecta esta
sensualidad en la madre, quedando de esta manera constituida la madre como
fálica.
Pueden diferenciarse dos momentos en la fase fálica: en el primero el niño
constituye a su madre como omnipotente y le atribuye el falo. El varón se
procura sensaciones placenteras con su pene y la niña con su clítoris,
reuniendo el estado de excitación que esto provoca con sus representaciones
del comercio sexual. El segundo momento es la desatribución del falo a la
madre a partir de un juicio de existencia que se corresponde con la fantasía de
la castración que el padre realizó en ella. Se produce un menoscabo en el
placer masturbatorio y la madre se convierte en algo ominoso y luego en
alguien temido y desvalorizado.
La falta supuesta en la madre es interpretada como resultante de una
acción(de sustracción) por el padre (que la ha castrado).
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Complejo de Edipo y castración.
Tanto para el niño como para la niña el proceso de identificación primaria se
inicia con la madre, siendo también el primer objeto de amor.
El complejo de Edipo implica la introducción de un tercero, un rival, que
produce un corte en la relación dual tanto para la madre como para el niño. El
complejo de Edipo remite entonces a la prohibición del incesto: el padre impone
una separación que para el niño implica que su madre ya no le pertenece; el
padre comienza a tener peso identificatorio.
En un principio, en la prehistoria del complejo de Edipo, el varón manifiesta un
especial interés por su padre, queriendo ser y hacer como él, se identifica
tomándolo como modelo.
Respecto de la madre, la inviste como objeto de amor según el tipo del
apuntalamiento.
Por la activación de las fantasías el niño comienza a evidenciar que el padre le
significa un estorbo, cobrando su identificación con el un carácter hostil,
deseando sustituir al padre junto a la madre. Aquí comienza el Complejo de
Edipo. El vínculo amoroso entre el niño y la madre se prolonga hasta que el
padre, objeto identificatorio hasta entonces, lo interrumpe, transformándose en
rival. El contenido del complejo de Edipo positivo en el varón es, por un lado,
esta actitud ambivalente hacia el padre, y por otro, la aspiración de objeto hacia
la madre. La función del padre introduce el complejo de castración en la
representación de la madre fálica, y cuando la misma es discernida por el niño,
y dado que la castración es admitida de modo identifiactorio por el niño, se
produce un trauma que hace declinar el complejo de Edipo. El niño accede así
al complejo de castración: conserva su pene manteniendo de este modo su
identificación primaria con el padre.
Respecto de la niña; Freud afirma así como el varón se procura sensaciones
placenteras con su pene, la niña hace lo mismo con su clítoris.
El complejo de Edipo en la niña comienza siendo invertido: la madre es tomado
como objeto de amor, despertándole el deseo de hacerle un hijo. El padre, por
su parte, es tomado como rival. Así como la angustia de castración se produce
en el varón luego de haber descubierto la diferencia anatómica entre los sexos;
en la niña este discernimiento provoca el complejo de castración. Es decir, allí
donde en el niño damos cuenta de la declinación del complejo de Edipo
positivo y el surgimiento del superyó, en la niña se determina el complejo de
Edipo positivo.
Cuando la niña intelige su propia castración, supone que la madre no lo está.
En este momento, la posición de la niña ante el padre es hostil. Finalmente,
discierne que su madre carece de falo y supone que está castrada, lo cual
provoca su alejamiento definitivo de la madre, para esperar una ofrenda por
parte del padre. El padre deviene para la niña en aquel de quien ha de obtener
una clave para acceder al secreto de la feminidad. En consecuencia, en el
vínculo con el padre está en juego el ser de la niña.
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En el complejo de Edipo invertido se evidencia una insatisfacción respecto del
padre.
Desarrollos de afecto
En la niña parece haber un incremento de los celos como derivados de la
envidia fálica. La diferencia entre ambos consiste en que en la envidia hay un
deseo hostil hacia el modelo decepcionante e injusto y en los celos este deseo
no se encuentra. Es posible inferir que en el pasaje de la envidia a los celos ha
habido una sustitución de la persona que ocupa el lugar de ideal, de la madre
por el padre, por quien la niña desea ahora ser amada.
Otro desarrollo de afecto, en este caso vinculado con el placer, es el goce
autoerótico derivado de la estimulación del clítoris o del pene, el cual supone
un estado tal de omnipotencia, de felicidad que determina un apego, un
enamoramiento del yo con la fuente del placer.
El discernimiento de la falta de pene en la madre provoca en el niño un
desarrollo de afecto complejo al que Freud denomina horror. En él se conjugan
la angustia, el sentimiento de culpa y el sentimiento de aniquilación del yo;
estos tres afectos se hallan relacionados con tres deseos del niño hacia su
madre: el deseo de hallar en la madre un doble de sí, del cual deriva la
angustia de castración; el deseo hostil hacia el objeto investido libidinalmente,
al que el yo atribuye la causa de carencia, y que origina el sentimiento de
culpa; y el deseo de ser el ideal. Cuando la identificación con el ideal cae, se
origina el sentimiento de aniquilación del yo.
Estos tres desarrollos de afectos reunidos en el horror determinan defensas
diferentes como forma de mantener dichos afectos en amago; ellas son: la
represión, la identificación secundaria y la desmentida.
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