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La máquina del tiempo

Historias de coleccionistas de Bogotá


Gabriela Ladrón de Guevara

1
Proyecto de grado
Gabriela Ladrón de Guevara
Universidad de los Andes
Facultad de Arquitectura y Diseño
Departamento de Diseño
Dirigido por Ana Vélez Rodríguez
Bogotá D.C
Junio, 2022.

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Gracias a Ana por guiarme durante el
desarrollo de este proyecto.

Gracias a David, Eloísa, Adriana, Carolina,


Augusto, Elena, Andres y Santiago por
compartir sus colecciones conmigo.

Este proyecto no sería nada sin ellas.

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Índice

0.1 Los Beatles colombianos 8

0.2 Honoris causa 24

0.3 Esperando respuesta 44

0.4 La cuenta por favor 60

0.5 Arqueología de marca 72

0.6 Entre santos 88

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0.1

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Los Beatles
Colombianos

David Beltran es diseñador gráfico y baterista de la banda


bogotana tributo a los Beatles, los “Nowhere boys”. Lo con-
tacté por Facebook y nos reunimos en su casa en Bosque
Izquierdo para hablar sobre su colección de vinilos y cd’s. Su
colección, amplia y organizada por orden alfabético, fue una
herencia de su padre, un joven rebelde y radioaficionado que
vivió en Bogotá en los años 60s, donde el rock marcó una ola
de revolución y liberación.

“Si la guerra es buen negocio invierte a tus hijos, llévalos al


frente asesinar a sus hermanos, con una medalla te podrás
lavar las manos, y muy orgulloso le dirás a tus gusanos: ¡Hola
que tal!- ¡Hola! ¿Por qué tanta felicidad?- Oí que la guerra
mató a muchos, ¡lo acaban de condecorar! Pero qué fantástico,
¿quién tuviera un hijo así?”.

Es una tarde callada y tranquila en el barrio Bosque Izquierdo


en Bogotá, en el fondo suena una melodía paradójica, alegre
David Beltran pero de protesta, autoría de “Los Speakers”. David Beltran
me muestra uno de los muchos acetatos de su colección, “El
Colección: Maravilloso Mundo de Ingeson” de dicha agrupación, una
500 vinilos banda bogotana pionera del rock de los 60s. “Es increíble
500 cd’s cómo una canción tan antigua sigue siendo actual y perti-
de Los Beatles nente” dice David haciendo alusión a la violencia en Colom-
bia mientras se deja llevar por el ritmo de la canción que
Herencia de: conoce a la perfección. Al abrir la portada del acetato hay
Su papá una mancha pequeña, una sombra de lo que fue una pastilla,
de algo que estuvo allí pero hace años que ya no, arriba dice
Fecha de inicio en letras pequeñas “para experiencias extrasensoriales”. Am-
de la colección: bos nos reímos, “mi papá no se acuerda de la pastilla, como
1982 sería la traba” dice jocosamente.

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Cuando David me muestra el disco “La Casa Del Sol El género nace a partir de este deseo de liberación y
Naciente” con delicadeza, me impacta inmediata- Colombia no fue la excepción. Localmente se vivía
mente el aspecto físico de los integrantes de la ban- ese mismo afán de rebeldía, los jóvenes, impactados
da, en la portada veo a cinco jóvenes con pelo largo por la época de la violencia, la guerra bipartidista y la
posando en lo que parece una casa abandonada, “se dictadura de Rojas Pinilla abrieron las puertas para
ven idénticos a los Beatles” le digo a David. la expresión de la contracultura y los movimientos
sociales.
Los Speakers fueron reconocidos por su re inter-
pretación de la estética y el sonido de las bandas de “El Club de Radio 15 era como el Radioactiva de
rock anglosajón y tuvieron una influencia directa de esa época, pero más chévere”. La emisora la fundó
los Beatles y del movimiento Hippie en Colombia en Carlos Pinzón en 1963, y fue manejada por Alfon-
la década de los 60s. En Bogotá a pesar de ser una so Lizarazo, los primeros grandes éxitos nacionales
sensación dentro de comunidades nicho de rock de la nueva ola colombiana fueron grabados ahí. Al
latinoamericano de la época, en ocasiones fueron estar tan cerca al movimiento, el padre de David em-
rechazados e ignorados por sus ideales hippies de pezó a coleccionar discos. Le impregnó el amor por
izquierda. la música a sus hijos y les heredó una colección de
más de 500 acetatos y 500 cd ‘s.
El papá de David fue radioaficionado, tenía un ra-
dio de onda corta que le permitía enterarse antes
que mucha gente lo que estaba pasando en la música
en Inglaterra, en Alemania y en Estados Unidos. “El
era muy rockero, no tan tropical, algo inusual en esa
época ya que los ritmos eran otros y esto lo convertía
en un bicho raro” me cuenta David. Mi padre vivió
en la Perseverancia, cuando todavía se podía vivir
decentemente, fue muy de buenas ya que sus vecinos
fueron Noel Petro y Claudia de Colombia, músicos
colombianos cuyas canciones y desmanes amorosos
perduran en la memoria colectiva de los bogotanos
conocedores de la música.

Humberto Monroy también era parte de ese parche,


él fue uno de los pioneros del rock en Colombia y fue
quien fundó el grupo de Los Speakers. Por ser uno
de los precursores de este género en el país, es con-
siderado como el padre del rock colombiano.

El fenómeno del rock a nivel mundial fue una con-


secuencia de la guerra fría y de la segunda guerra
mundial. Todo estaba patas arriba, la gente buscaba
revolución, paz y amor.

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David y su hermana se pelearon por la colección,
tenían la difícil tarea de decidir quién se quedaría con
los discos. Resolvieron que David la tendría por cinco
años y los siguientes cinco años la tendría su herma-
na. “Eso obviamente no pasó” me dice David riendo
con orgullo.

Sushi su gato, se pasea por la sala. Mientras lo sigo


con la mirada empiezo a detallar la aparición de ob-
jetos relacionados a los Beatles, que se disponen de
manera perfecta por su apartamento. El submarino
amarillo de los Beatles, un ícono insignia de la banda,
está presente en todos los rincones del apartamento.
Cuelga del techo frente a las amplias ventanas de su
sala y es un recuerdo de ese viejo marinero que relata
su vida en el mar.

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Me empieza a mostrar sus discos que, dentro de la comunidad
musical son rarezas bastante valiosas. Tiene algunos discos tra-
ducidos al español con los que no pude evitar sorprenderme. En
el del famoso “Help!” de los Beatles dice “Socorro!”. Hay otros
traducidos en ruso y en japonés que ha conseguido con la ayuda
de su esposa y sus amigos, quienes piensan en él y en su fanatis-
mo por la banda cuando viajan por el mundo. También tiene dis-
cos de Ana y Jaime, un dúo musical de hermanos colombianos
quienes irrumpieron la escena musical con música de protesta a
finales de los 60s.

“Un disparo cortó el viento con sed de sangre emboscada, Ricardo


dobló el cuerpo sin terminar la palabra. Ricardo murió ese día, her-
mano de hombre y semilla. Murió mirando la vida que entre sus
manos moría”

dice una de sus canciones más famosas en donde protestan por el


asesinado de Ricardo Semillas, un líder social, político e ideólogo
revolucionario asesinado un 14 de noviembre.

A David le brillan los ojos de emoción cuando me cuenta que


hace diez años hace parte de una banda tributo a los Beatles, los
Nowhere Boys. Desempeña el rol de baterista, personificando al
mismísimo Ringo Starr. Su banda le ha permitido materializar sus
sueños, los Nowhere Boys se ganaron el premio a mejor banda de
Latino América del 2018 de la semana Beatle de Latino Ameri-
ca del Cavern Buenos Aires, Argentina. En Charlotte, Carolina
del Norte, en el Fab Fest 2021, hasta tuvieron la oportunidad de
compartir escenario y comer pollo con Joey Molland, antiguo
miembro de la banda Badfinger, quien grabó algunos discos con
John Lennon y George Harrison. Mientras se abotona la chaque-
ta rosada, insignia de Ringo Starr en el álbum Sgt Pepper, me
cuenta cómo su banda le ha permitido lograr lo que nunca pensó
posible.

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“Nunca me imaginé llegar a Inglaterra como artista y
no como turista, cuando llegue a Abbey Road me tocó
sentarme porque chillé como un niño chiquito. Sufrí
el síndrome de Jerusalem, lo equivalente a lo que debe
sentir un cristiano al llegar a tierra santa.” Le pregunto
por el valor de sus objetos y me corrige rápidamente,
“no son objetos y ya, son mis tesoros”. El papá de David
murió dos años antes de que se uniera a la banda. “Son
de las cosas que más me duelen, pienso que sí existe el
más allá, el man debe estar orgulloso viendo todo lo
que hemos logrado.”

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Foto cortesía de Sara Beltran

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0.2

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Honoris Causa

Eloisa Castro, estudiante de diseño y arte en la Univer-


sidad de los Andes, es hija de Lorenzo Castro y nieta de
Dicken Castro. Me abrió las puertas de la casa 1 del con-
junto Niquia donde vive con sus papás y su hermano des-
de el año 2008 y donde vivieron y construyeron sus vidas.

Es una tarde de Domingo, el día es soleado, algo atípico


para la época de Abril en Bogotá. Eloisa me recibe en el
parqueadero mixto de su conjunto y caminamos hasta la
casa 1, donde vive con su familia. La casa en concreto, es
digna construcción de dos arquitectos, Lorenzo Castro y
Cristina Albornoz, sus padres. Al entrar me asombro, los
ventanales altos son puertas corredizas que dan entrada
a una terraza suspendida del piso. La casa inmersa en el
bosque es fresca y hay un silencio absoluto en el exterior.

Mientras nos sentamos en la sala de su casa, Eloisa emp-


ieza a revivir su historia familiar, dejándome entrar a sus
recuerdos. Dicken Castro, su abuelo, nació el 23 de sep-
Eloisa Castro tiembre en Medellín en el año 1922 y murió en Bogotá
el 21 de noviembre de 2016. Fue un pionero arquitecto,
diseñador, coleccionista y arqueólogo quien revolucionó
Colección:
la escena de las artes en la época de los 60s. También fue
2.000 monedas
papá y abuelo, quien tuvo una importante influencia en el
árbol genealógico de la familia. Es considerado como uno
Herencia de: de los padres del diseño gráfico en el país ya que después
Su abuelo
de sus visitas a Estados Unidos y a Europa, donde conoció
oficinas de grandes diseñadores, fundó Dicken Castro y
Fecha de inicio
de la colección: compañía: Arquitectura y Diseño Gráfico en el año 1960,
2013 que se posicionó como la primera oficina de diseño gráfico
en Colombia.

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Arquitecto de profesión, Dicken Castro fue uno de los
primeros en utilizar la guadua en edificios, fue pionero
en rescatar el encanto del material y se encargó de dignifi-
carlo ya que antes se asociaba con la falta de recursos. El
uso del ladrillo también es insignia en su trayectoria, ya
que fue uno de los primeros en el país en incorporarlo en
sus proyectos. “Ese interés surge en las visitas que hacía
con su mamá cuando niño a la Catedral Metropolitana
de Medellín que tenía ladrillo a la vista” dice Eloisa. Su le-
gado arquitectónico permeó el espacio público de Bogotá
y le dejó a la ciudad proyectos arquitectónicos como el
Teatro y refugio infantil del Club Los Lagartos (1955), el
Mercado de Paloquemao (1960) y la plaza de mercado del
barrio Restrepo (1967).

“Aquí creció toda mi familia, mis abuelos se vinieron a vi-


vir a Suba, donde también vivía David Manzur y Antonio
Roda. En unas excavaciones en el terreno encontraron
algunos precolombinos, fue una coincidencia muy loca
ya que mi abuelo tenía esa fascinación y le gustaba la
guaquería” agrega.

Todo el terreno era una finca, primero se construyó la


casita, un refugio de 4x4 en donde venían a pasar los días
y las noches mientras se construía la casa donde poste-
riormente vivirían. “En la casita todo está construido y
diseñado para que los muebles tengan varias funciones.
Todo se puede mover, la cama se convierte en sofá, la
puerta en mesa y así. Todo está hecho a la medida”.

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Mientras intento hacerme una idea en la cabeza de
aquello que suena como una obra impecable, Eloisa me
cuenta que Lorenzo, su papá, vivió toda su vida en la casa
Niquia. Más adelante se presentaron los impuestos del
terreno, que siendo muy costosos, eran casi imposibles de
pagar. Es así como empezaron a construir más casas para
hacer un conjunto. “Prácticamente tocó rogarle a todo el
mundo que se viniera a vivir acá, no queríamos perder
la casa de los abuelos” me cuenta entre risas. Lograron
que algunos amigos y familiares compraran las vivien-
das disponibles y es así cómo se conformó la comunidad
Niquia. “La infancia fue muy feliz, era un parche con to-
dos los vecinos”

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Foto cortesía de Eloisa Castro

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Foto cortesía a de Eloisa Castro

“Mi abuelo fue diseñador gráfico, en su obra hubo mu- Eloisa no había nacido pero cuenta que el concurso
cha influencia de lo popular y lo precolombino. Le fas- fue un momento muy emotivo para toda la familia.
cinaba la antropología y la arqueología, esto lo acercó “Las monedas que diseñó Dicken son divinas, las de
a los diseños indígenas y precolombinos. Estaba obse- ahora no se comparan”. A partir del 12 de noviembre
sionado con este tema, tenía una colección de sellos y de 1996 la moneda de 1000 pesos se puso en circu-
rodillos.” Le llamaba mucho la atención el diseño de lación. Con ella, Dicken buscaba hacer un homenaje
los motivos y se dedicó a interpretarlos mediante el a la Cultura Sinú, una de las culturas precolombinas
diseño gráfico. Algunas de sus creaciones de mucha más importantes del país.
recordación son para Colsubsidio, el Instituto de se-
guros sociales, la Camara de Comercio de Bogotá, y el En una de las caras podemos ver una orejera de fil-
XXXIX Congreso Eucarístico Internacional. igrana. La moneda fue descontinuada rápidamente
por el material en el que se hizo. El latón es fácilmente
En el año 1994 el banco de la república lanzó una con- falsificable, lo que resultó en un evidente problema
vocatoria de un concurso para re diseñar las monedas que obligó al Banco de la República a retirarla de cir-
de 200, de 500 y de 1000 pesos Colombianos. “Dicken culación inmediatamente.La de 200 tiene un diseño
participó y se ganó el diseño de la moneda de 200 y la geométrico que hace alusión a la Cultura Quimbaya.
de 1000. Fue difícil ganar porque uno de los jurados se En ella Eloisa ve pájaros que se desdibujan y se en-
la tenía montada, David Manzur, artista plástico qui- trelazan depende de cómo la mires.
en se ganó el diseño de la moneda de 500, era mucho
más clásico en estilo. Dicken llegó a Colombia con un
estilo más europeo, esto jugó un poco en su contra”
recuerda Eloisa.

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Foto cortesía de Eloisa Castro Foto de
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“Luego de que descontinuaron las monedas de La casa de Eloisa es grande y llena de objetos irre-
doscientos y mil pesos que él había diseñado, las mplazables. Nos acercamos a la biblioteca donde
empezamos a guardar. La idea de la colección es encontramos toda la vida y obra de su abuelo. Sus
precisamente eso, rescatarlas del olvido. Amigos viejas bitácoras son evidencia de su ímpetu pio-
y familiares de todas partes ayudaron a construir nero, en ellas un análisis profundo de ese amor
esta colección, mis amigos del colegio me las en- a lo popular y a lo precolombino. En las paredes
tregaban, yo aun las sigo buscando y guardando.” hay pequeños huecos donde Cristina, su mamá,
Eloisa pone sobre la mesa dos tarros grandes de ha insertado las monedas de 200 ya que encajan
vidrio en donde está la colección, esta consiste de perfectamente. El famoso afiche de “Aquí me que-
aproximadamente 2000 monedas, algunas de 200 do” con la tipografía inspirada en los ruteros de
y algunas de 1000 pesos. Hay muchas diferentes, Medellín, es una analogía perfecta que cuelga de
han estado en manos de muchos, algunas sucias una de las paredes junto a una moneda de 200.
y oxidadas por el tiempo, otras tienen un aspecto Es como si la casa le dijera de vuelta que ahí se
nuevo y pulcro. Las monedas tuvieron tal impacto quedará su legado para siempre, un recuerdo col-
en la memoria de la familia, que en el funeral de su orido impregnado en las paredes de la casa 1.
abuelo, la mamá de Eloisa convirtió las monedas
en pines y las repartió a todos. Eloisa nunca sale de
su casa sin sus pines, un objeto que le recuerda de
lo que fue su abuelo todos los días.

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Eloisa me muestra el camino por el conjunto mientras di-
vagamos por ese frondoso bosque. Miro a mi alrededor y
todo es verde. No se oye el ruido de la avenida suba ni se ve
nada del ajetreado exterior. Caminamos por los senderos
de ladrillo qué se manchan de verde por el invasivo musgo.
Llegamos a la casita, donde finalmente pude visualizar ese
esquema perfecto que me había descrito Eloisa. Adentro
la firma de Dicken en pintura negra, permanece como si
fuera fresca en una de las paredes. Luego pasamos por la
casa Niquia, grande e imponente, es un recuerdo físico de
quienes vivieron allí pero ya no. “Mis abuelos se tuvieron
que ir por la cantidad de escaleras. Se fueron y se empezo
a caer”. Ahora vive ahí Juan Pablo Ramirez, un publicista
que compró la casa muy barata con el compromiso de le-
vantarla.

La relación de Eloisa con sus abuelos no fue muy convencio-


nalmente afectiva. “Mis abuelos nunca fueron ese estereo-
tipo de abuelos cariñosos, de esos que hacen galletas y lo
consienten a uno.” Eran esos abuelos elegantísimos con los
que le daba nervios sentarse a almorzar. A pesar de no haber
sido una relación muy afectuosa, nunca careció de amor
incondicional. Eloisa recuerda con una sonrisa cálida que
denota su amor por su abuelo. “Era un amor diferente, otro
tipo de afecto. “Mi abuelo me ponía a dibujar y guardaba en
sus cajones todo lo que yo hacía”. Toda la influencia artística
de su familia influyó mucho en su crianza, quien desde muy
pequeña se vio encaminada hacia ese mundo. Recuerda con
admiración a su abuelo, quien la sentaba a almorzar con el
mismísimo Fernando Botero y con otros personajes influy-
entes de la época. “Por mi edad yo no tenía ni idea quienes
eran estas personas, pero es muy loco pensarlo” concluye.

Le preguntó si su abuelo alcanzó a saber que ella estudiaría


diseño y arte. Me dice que no pero cree que, de haberlo sa-
bido, habría sido muy feliz.

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0.3

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Esperando
Respuesta

Una familia de chigüiros reunida bajo un cielo nublado, es


la imágen que encontramos en la estampilla de colombia del
año 1985. “Me acuerdo mucho de esta, yo era chiquita y no
sabía que eran estos animales, por esta estampilla aprendí.”
La de los chigüiros es una de las estampillas de la colección
de Adriana Gutiérrez. Esta, compuesta de aproximadamente
1000 estampillas es fruto de una pasión heredada de su pa-
dre que la remite a épocas pasadas donde el correo postal
era la única manera de comunicarse.

“Mi abuelo era una persona muy letrada y culta, habla-


ba latín y fue de los pocos que asistió a la universidad. Le
inculcó a mi papá esa sensibilidad por los objetos, y es así
como el empezó diferentes colecciones que luego compartió
conmigo.” El papá de Adriana, Francisco Gutiérrez, colec-
cionaba estampillas y se encargó de inculcarle a su hija este
interés. “Nos sentábamos a recortar la estampilla del sobre
cuando llegaban cartas, yo imitaba todo lo que él hacía.
Después las lavábamos en vinagre con agua por unas horas
para mantener su sello. Este le daba un valor agregado clave
a la estampilla ya que significaba que sí había sido usada. Era
un proceso, toda una ciencia donde teníamos que ser muy
Adriana y
delicados y rigurosos”. Adriana contempla la colección y se
Carolina Gutiérrez
devuelve en el tiempo. “Las estampillas me llevan a momen-
tos muy específicos de mi juventud”. Recuerda las tardes de
Colección:
vacaciones en el barrio Modelia, donde sin cautela salían a
600 estampillas
jugar con los vecinos, ingenuos frente al peligro. “Casi no
nos dejaban salir porque era peligroso, Bogotá estaba pas-
Herencia de: ando por un momento turbulento, de mucho miedo. La vida
Su papá
en el barrio era genial, salíamos a jugar a la calle hasta que
mi mamá nos obligaba a entrarnos.” Se acuerda de German
Fecha de inicio
de la colección: Ernesto Soto, uno de sus amigos que también coleccionaba
1978 las estampillas, esta pasión los vinculaba, “era algo de nerds,
pero a mí me gustaba mucho”.

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La historia de las estampillas se remonta a 1837, el año en
el que el profesor inglés Sir Rowland Hill propuso reformar
el sistema postal inglés, incorporando este pequeño sello
adhesivo que representaría un recibo de pago para auten-
ticar el envío de un correo. De esta manera se estrenó la
primera estampilla del mundo que mostraba un penique
negro, circuló por primera vez el 6 de mayo de 1840 y en
ella se puede encontrar a la reina Victoria. A raíz de este
acontecimiento, casi veinte años después en 1859, Colom-
bia, sin quedarse atrás emitió su primera estampilla.

“Me encantaban las estampillas por sus colores y sus


diseños, recibir correo en esa época era toda una nove-
dad” me cuenta Adriana. Y tiene razón ya que en su infan-
cia, el correo postal era la única manera de comunicarse,
las llamadas eran caras y difícilmente podían pagarlas. La
inmediatez era un concepto desconocido, ya que las car-
tas se demoraban mucho en volver, las noticias siempre
eran atrasadas con respecto a lo que acostumbramos hoy
en día. “Era un ritual que tomaba tiempo, que requería
delicadeza y compromiso”. Sin duda era una señal de com-
plicidad con el destinatario.

Mientras Adriana pasa las páginas del libro de filatelia


donde ha organizado su colección, es inevitable no devolv-
erse en el tiempo. Observo con detenimiento la variedad
de estampillas de la colección, mi mirada me lleva a una
mancha roja brillante que se mantiene casi intacta a pesar
de los 31 años que tiene encima. La estampilla del año 1991
donde se ve a Luis Carlos Galán, es una que sin duda per-
mea la memoria colectiva de los bogotanos. En ella se ve
al político de la esperanza, a ese que todos recuerdan con
tristeza por su asesinato el 18 de Agosto de 1989 por sicar-
ios bajo ordenes del Cartel de Medellin, una víctima fatal
de aquel complot siniestro. La infancia y la juventud de
Adriana, como la de todos los bogotanos de ese momento,
estuvo marcada por la violencia y el miedo.

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Adriana contempla la estampilla y recuerda el ambiente
tenso que se vivía en ese entonces. “Me acuerdo cuan-
do mataron a Galán, esas elecciones nunca se olvidan.
Muchos jóvenes estábamos apoyándolo, sin duda fue un
momento muy impactante.”

“Mira esta, es importantísima y tiene mucho que ver con


la historia de Bogotá.” Me muestra la estampilla de La Re-
becca, una escultura del año 1926 ubicada en el barrio de
San Diego entre la carrera 12 y 13 con calle 25. En ella ve-
mos a una mujer desnuda con un cuenco en medio de un
estanque. Fue la primera obra en el espacio público que
representara a una mujer desnuda. Este gesto irrumpía
totalmente con las ideologías religiosas de los bogotanos
y permaneció instalada con mucha dignidad a pesar de
que causara conmoción y fuera una total sorpresa para la
sociedad del pasado.

La del 4 de julio de 1991 celebra La Constitución del 91,


en ella vemos la bandera de Colombia y en letras blan-
cas la frase “Proclamación de la Constitución Política”.
Fue un momento importantísimo para el país ya que su
imposición buscaba fortalecer la unidad de la nación y
proteger los Derechos Humanos. “Esta de la Sociedad
Colombiana de Ingenieros me recuerda a mi papá, era
importante para mí porque él es ingeniero civil.” La del
Insituto Roosevelt enmarca la imágen de unos niños en-
fermos y un texto que dice “No nos compadezca, ayude-
nos”. “Era una campaña para combatir el polio, me ac-
uerdo mucho de esta. Pienso en mi mamá, quien era
trabajadora social y siempre estuvo comprometida con la
lucha por los menos afortunados.”

“Las de Estados Unidos son importantes en mi colección,


me recuerdan a esas navidades donde esperábamos con
ansias las cartas de mi tío Jaime, quien emigró en busca
del sueño americano.” Cada navidad Adriana esperaba
esa carta que enviaban deseándoles una feliz navidad con
el fin de recortar la estampilla y comprometerse al ritual
posterior de preservarla.

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Carolina, la hermana de Adriana se une a la conversación
para contarme una curiosa anécdota. “Me acuerdo que
nuestro amigo coleccionista del barrio nos invitó a in-
scribirnos en un programa innovador. Era una iniciativa,
algo así como una red internacional donde uno pagaba 20
mil pesos de esa época, que en ese entonces era mucho,
y te asignaban por edades a una amiga que vivía en otro
lugar del mundo. A uno le llegaba un formulario con los
datos de la persona y uno le mandaba cartas. Eso fue en
el año 1986, yo tenía 12 años.” En este caso su destinatar-
ia sería Gina Hobbs, una niña contemporánea de edad
que vivía en Missouri, Estados Unidos. Intercambiaron
cartas desde 1986 hasta 1992. “Era como el Facebook de
antes, hablábamos de las novedades de nuestras vidas,
yo me sentía super internacional. Era algo novedoso, un
intercambio cultural. Recuerdo ir al correo para que me
pusieran la estampilla de turno, era una sensación in-
creíble la de tener una amiga al otro lado del mundo”.

Carolina saca una carta azul rey de su bolsa de recuerdos.

“Dear Carolina, que pasa? Im sorry I haven’t written in so


long. I remembered your birthday the day before it. So this
will be pretty late. I hope you had a great one.”

Contempla la carta con ternura mientras en voz alta lee el


mensaje genérico pero simpático que atraviesa la portada
acompañado de un conejo blanco y sonriente.

“Twice I remembered your birthday date! Once too early!


Once too late! Happy late birthday -Gina Hobbs”

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Las cartas eran interrumpidas por las semanas
que tardaba en llegar la correspondencia. Cada
una de las cartas de Gina estaba acompañada por
una foto de ella, una de esas fotos de anuario de
colegio gringo como de película. Con el paso de
esos seis años donde se mandaron cartas puedo
ver la transformación física de la adolescencia de
Gina. Le cambia el corte de pelo y la cara.

Sus gestos maduran gradualmente hasta que la


correspondencia llega a un punto final. 1992, el
año donde Carolina recibió la última carta de su
amiga internacional. Este intercambio finaliza
con la noticia y la participación a su grado del co-
legio, el Popular Bluff High School.

“Las estampillas son una manera de recorrer la his-


toria del país” concluye Adriana luego de volver al
pasado y recordar para contar. A pesar de que no
ha sido una colección nutrida activamente, coinci-
dencialmente su suegro las coleccionaba también.
“De niño mi esposo ayudaba a su papá y también
construyeron una gran colección. Cuando mi sue-
gro murió, mi suegra me regaló la colección de
él.” El correo postal para Adriana y Carolina, es
una de esas cosas que las remiten a muchas etapas
diferentes de sus vidas. Recuerdan esas cartas tan
esperadas de amigos que ya no están, de amores
pasados y actuales, y de amigas internacionales
con las que compartieron mucho sabiendo poco.

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La cuenta por favor

Una pecera grande de vidrio y una mesa de noche alber-


gan aproximadamente 500 cajas de fósforos en la casa de la
familia Hoyos. Augusto Hoyos, se encargó de continuar la
colección que había empezado su papá en los años 50s. Con
él, no solo compartía nombre, si no que también compartía
ese ímpetu de coleccionista. A pesar de que además colec-
cionó llaveros y trenes eléctricos de juguete, Augusto nutrió
la colección de cajetillas con ayuda de su esposa María Elvi-
ra, familiares y amigos para luego compartirla con sus hijos
Elena y Juan. La valiosa colección tiene más de 70 años y es
un recuerdo material que da cuenta no solo de lo que fue el
comercio y el ocio a nivel global, sino también de cómo se
vivió este desarrollo en Bogotá en diferentes momentos de
su historia pasada. Este objeto lo remite a otro tiempo y le
permite recordar momentos agridulces, una juventud feliz
llena de planes y romanticismo, pero insegura y miedosa
como consecuencia de la violencia perpetrada por Pablo Es-
cobar y el Cartel de Medellín.

“Mi papá empezó a fumar más o menos desde los 15 años.


Hacia 1950 estuvo estudiando en Nueva York y fue ahí
donde empezó a guardar las cajas de los fósforos.” En esa
época fumar era “chic”, era lo común, hombres y mujeres
lo hacían y es por esto que los fósforos eran necesarios y se
Augusto Hoyos regalaban mucho en los establecimientos comerciales. Esto
lo hacían con el fin de hacer publicidad, y es así como la
caja de fósforos hizo las de tarjeta de presentación de los
Colección:
restaurantes en ese momento. “Siempre tenían la dirección
500 cajas de fósforos
y el teléfono, hay unas con diseños espectaculares” recuerda
Augusto, mientras empieza a clasificar la colección sobre el
Herencia de:
tapete del cuarto de su hija Elena. Cada vez que su papá
Su papá
visitaba restaurantes, bares y hoteles, pedía una caja de fós-
Fecha de inicio foros, se fumaba un cigarrillo y de paso la guardaba. Cuan-
de la colección: do volvió de estudiar de Nueva York y conoció a Amalia,
1950 con quién después se casaría, juntos continuaron la colec-
ción ya que ella también fumaba.

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Es así como años después los fósforos llegan a Augus-
to, quien no fumaba, pero continuaría la recolección
de las cajas, una búsqueda juiciosa y constante que lo
acompañaba a donde quiera que fuera.

Nos adentramos en su memoria y llegamos a su ju-


ventud, esta, como la de muchos otros bogotanos
contemporáneos, estuvo marcada por la ola del ter-
rorismo en Bogotá, por el hostigamiento del cartel de
Medellin bajo ordenes de Pablo Escobar. Han pasado
ya 29 años desde el día en el que Escobar murió ro-
deado en una casa del barrio Los Olivos en Medellín,
pero el daño innegable que dejó en la sociedad y en
la memoria colectiva es un peso difícil de olvidar.
Mientras Augusto me empieza a mostrar las cajas de
fósforos de Bogotá me cuenta sobre su juventud. “Mi
adolescencia estuvo profundamente marcada por la
incertidumbre y el miedo, fue una época fuerte, las
constantes bombas, los secuestros, hijueldiablo yo
tendría unos 15 años.” exclama.

La vida social en Bogotá estuvo moldeada por dicha


violencia y para Augusto un recuerdo constante de
que no podía quedarse hasta tarde en la calle y que
tenía que estar “pilas” ante cualquier alerta ya que el
terrorismo no avisaba y en cualquier momento algo
podría explotar. “¡Pusieron bomba, pusieron bom-
ba!” una frase que a Augusto le cuesta olvidar ya
que asegura que cada acontecimiento violento venía
acompañado de una terrible normalidad.

A pesar de que no tiene la caja de fósforos del restau-


rante “Pozzetto” tiene grabada la masacre donde
29 personas fueron asesinadas en el restaurante en
1986. Recuerda esos arriesgados paseos por carretera
donde casi se sentía que estaban tentando al mismí-
simo diablo. Tiene grabado en la memoria un susto
inolvidable cuando un grupo al margen de la ley los
retuvo por 30 minutos que se sintieron cómo horas
en camino a Apulo, en donde les quitaron los celu-
lares y les hicieron preguntas sin contexto sobre los
acuerdos de paz de Andres Pastrana en el año 2002.

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A pesar de los oscuros acontecimientos que permearon
algunos momentos de su juventud en la ciudad, no
puede dejar de lado los que sí aportaron positivamente
a su vida.

Mientras terminamos de vaciar la pecera y esculcar la


mesa de noche de Elena, donde están las cajas de fósforos,
me cuenta que estas le recuerdan a restaurantes y hoteles
que visitó, a momentos gratos que lo hacen sonreír. Mien-
tras viaja en el tiempo me muestra una caja pequeña color
amarillo con letras burbuja negras, “este era “The Place”
un restaurante “play” de comida americana.” Con sus pa-
pás iba a “Cactus”, “La Papa Rellena”, “Mon Petit Bistro”
y “La Fragata”, establecimientos elegantes y tradicionales
a los que únicamente iban en ocasiones especiales. “Hay
restaurantes que me transportan a esa época donde ya me
prestaban el carro y podía invitar a mis amigas a comer.
En 6to de bachillerato invite a una amiga a Mr Ribs, yo
tenia 18 y ella 16. A mi sorpresa a ella la mandaron con el
hermano y una amiga” me cuenta con una sonrisa pícara
que denota los buenos momentos.

Cuando empezó a salir con Maria Elvira su esposa, visi-


taron restaurantes que recuerda por las cajas de fósforos,
“Chicanos”, “Tramonti”, “Carbón de Palo” y “Chamois”
son algunos de ellos. “¡Casi que no las encuentro!” ex-
clama mientras me muestra dos cajas blancas que en
marcador verde y azul dicen “AHM y MEM 1989”. “Son
nuestras iniciales, éramos muy cursis.” Contempla una
cajetilla de “Timoteo” y entre risas me confiesa que le
compraba tarjetas a Maria Elvira, un día sí, y el otro tam-
bién.

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El sol de la tarde entra por la ventana mientras termina-
mos de contemplar la colección. Para Augusto el diseño
era muy importante en su búsqueda ya que le aburrían las
cajetillas convencionales, las de dimensiones típicas y con
publicidad de Mastercard. Buscaba innovación como las
que consiguió su papá en diferentes países del mundo años
atrás. Estos tesoros denotan las características gráficas de
cada época y son un testimonio material y estético de una
sociedad del pasado. “Hoy en día la gente casi no fuma, y
uno ya no consigue las cajas de fósforo así.”

Para finalizar me muestra una de las piezas más impor-


tantes de la colección, una que precisamente protagoniza
a quien lo empezó todo. Una foto en blanco y negro de
un joven bien vestido con un cigarrillo en mano, ocupa la
portada de una de las cajas vulnerables al paso del tiempo.
“Este era mi papá, esta caja es muy buena”.

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Arqueología de
marca
Andrés Barragán es biblio activista y fundador de Punto
Aparte Editores. Lo contacté por Instagram y nos vimos en
su casa para hablar de su proyecto “Arqueología de Marca”,
donde se encarga de darle vida a la colección de productos
y coleccionables del pasado. Mediante este, ha podido con-
solidar una red 120 mil curiosos, quienes se transportan a
su juventud recordando buenos momentos, que estuvieron
acompañados de marcas emblemáticas de una Bogotá pas-
ada.

La casa de Andrés está llena de pequeños tesoros, de reli-


quias olvidadas por muchos pero recordadas por otros. En-
trar a su casa es como viajar al pasado, por un instante se
puede volver a otra época, se recuerda lo que fue y que ya
no es. Las repisas amplias e imponentes están llenas, pobla-
das y sin espacios para nueva mercancía. Tiene aproxima-
damente 600 objetos, álbumes, libros, juguetes, envolturas y
productos del pasado que adornan los rincones de su apar-
tamento. Los hondos cajones albergan recuerdos pasados,
me detengo y contemplo ese espacio en donde alguna vez
se detuvo el tiempo.

Andrés Barragán Nos sentamos a hablar en su estudio, me cuenta de mane-


ra casual que su infancia, solitaria y ermitaña tiene mucho
Colección: que ver con este instinto de coleccionista. Era muy tími-
Productos do y nerd ante la mirada de sus contemporáneos, y en vez
comerciales y de jugar en el parque se dedicó a la música y a los video-
coleccionables juegos. “Tuve una niñez curiosa, me desarrollé muy tarde
y era un poco ermitaño. Yo estaba encerrado en mi propio
Herencia de: mundo”. Estos juguetes, libros y objetos cotidianos que lo
Su papá y su infancia acompañaron en su infancia y en su entorno familiar, años
después lo transportan a esos momentos felices de la vida
Fecha de inicio
donde nadie lo estaba jodiendo. “Hoy en día todo está tan
de la colección:
2009 vuelto mierda, todo es una porquería, entonces recordar
esos momentos de refugio siempre es chevere.”

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Años atrás mientras trabajaba en un proyecto en una
plaza de mercado en la Candelaria, Andrés conoció
a un viejito que había vivido toda su vida ahí. “El
señor había guardado todo, tenía unos detergentes
viejos. Qué cosa más bonita, pensé yo en ese mo-
mento. Me devolví en el tiempo, me acordé a la per-
fección de las canciones de los comerciales de los
80s. Entonces se los compré”. Fue ahí donde empezó
todo, ese instante donde Andrés viajó en el tiempo y
recordó un momento grato de su infancia. A partir
de ese encuentro con el viejo de la plaza de la Can-
delaria, Andrés empezó a coleccionar juiciosamente,
recopilando objetos que lo empaparon de lo que fue
su pasado.

Andrés abre uno de esos pesados cajones y saca una


variedad de objetos, los pone sobre su escritorio y los
empieza a organizar. Me muestra el tarro de “Susta-
gen”, blanco con un rosado ya mareado, oxidado por
los años que tiene. Me cuenta que el Sustagen era un
suplemento nutricional en polvo fabricado por la di-
visión de ciencia de los alimentos de Nestlé. “Yo era
un niño muy chiquito, mi mamá vivía con susto de
que yo me quedara así y me ponía a tomar esto todo
el día. Me acuerdo del sabor, era delicioso”. Contemp-
la el viejo tarro y luego me muestra la caja de Deditos,
los de chocolate que todavía existen. “Eran la delicia,
yo me los comía como si fueran pues… uff me acu-
erdan a mi abuela y el diseño de la caja me encanta.”

El tarro de “Cal-c-tose” es otra estrella que se destaca


dentro de la colección, esta bebida en polvo creada a
mediados de los 50s por la multinacional farmacéu-
tica suiza F. Hoffmann-La Roche, es recordada por
muchos que crecieron con su sabor único a choco-
late. Un producto recordado por su éxito, deseado
por todos, obligando a la multinacional a aumentar
su producción en el año 1997. “Era como el Nesquik
de la época, este tarro que tengo se venció en el
87”. Los niños que vivieron la década de los 80s re-
cordarán su lema publicitario, “Cal-c-tose sabe rico”.

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Luego de mostrarme estas icónicas reliquias, Andrés
abre otro cajón y saca un producto que atesora como
ningún otro. Después de unos segundos de suspenso
y de prepararme adivirtiéndome que a este producto
no le podría tomar foto, saca un pequeño contenedor
café con un osito que dice “Covo”. “Busqué este tarro
durante 20 años, era la Nutella de la época, era deli-
ciosa, nadie se acordaba. Un man de Medellín me lo
regaló, yo lo recompensé enviándole una torta. Este
que tengo venció el 30 de junio del 87” Hoy en día el
tarro de Covo es prácticamente imposible de conse-
guir ya que sus ediciones fueron muy limitadas, en
internet solo existen dos imágenes publicitarias.

Recuerda juguetes como los coleccionables de Yupi,


“me gustan porque desde los más ricos hasta los más
pobres los tenían, no había distinción de clase”. Tam-
bién me muestra al famoso “Gremlin” una criatura in-
quieta y destructiva de la película estadounidense de
horror y comedia estrenada en el año 1984. La pelícu-
la tuvo mucho éxito en los países hispanoamericanos
como Venezuela, Chile, Colombia, México y Argen-
tina, es así como este juguete se popularizó y se posi-
cionó como uno de los más populares de la época de
los 80s. También tiene el peluche del Doctor Muelitas,
un conejo odontólogo lanzado por Colgate Palmolive
en los 80s para promover las prácticas de higiene den-
tal.

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Saltamos en el tiempo y me cuenta que años después
de haber empezado su colección, mientras trabaja-
ba en un proyecto editorial para conmemorar los 30
años de Davivienda, esta le ayudó en un momento
decisivo. Con el libro en cuestión buscaban recopilar
las campañas publicitarias más importantes diseña-
das por Leo Burnett para Davivienda. Sin embargo,
un incendio desafortunado de una de las oficinas aca-
bó con la mayoría del archivo que tenían. “A mi me
tocó encargarme de buscar el archivo y a punta de mi
colección de revistas viejas, logré recuperar todo”.

Fue en ese momento cuando junto a un amigo, de-


cidieron bautizar el concepto de coleccionar objetos
del pasado, lo denominaron “Arqueología de Marca”
con la idea de dejar registro de aquellos colecciona-
bles y objetos de otro momento de la vida. A pesar de
que Andrés siguió aumentando su colección juicio-
samente, registró la marca en el 2009 y no le volvió
a parar muchas bolas. Años después, en pandemia,
decidió abrir un Instagram para compartir lo que
tenía y que otros como él pudieran rendirse ante la
inocencia del pasado.

Hoy la página cuenta con 120 mil seguidores quienes


se transportan a los recuerdos de antaño con cada
publicación. “Me empecé a dar cuenta de una canti-
dad de cosas, la gente viajaba en el tiempo como yo.
Las reacciones a lo que subía eran increíbles.” Sintió
que su labor había sido cumplida ya que mediante su
colección estaba desbloqueando recuerdos de miles
de bogotanos con los que paralelamente compartió
juventud. “Alguna vez alguien comentó algo lindo así
como, gracias por compartir esta foto, este juguete me
consoló de chiquito cuando mi papá murió.” También
recuerda con satisfacción el momento en el que com-
partió una foto de la cama dental “Pruf ”, recordada
por el slogan de “¿Y cómo le meterán las rayas?”. Una
mujer contestó “Mi papá lanzó esa crema dental. Era
sub gerente de marca de Colgate Palmolive. Me re-
movieron el corazón. Muchas gracias”

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El siglo XX en Colombia fue un siglo importante
para el crecimiento del comercio en el país. Se abri-
eron muchas puertas a raíz de este desarrollo y por
consiguiente se fortaleció la industria local. Los
conflictos políticos, económicos y sociales que el
país vivía en ese entonces, dificultaron y obstaculi-
zaron los tratados de libre comercio internacional,
es por esto que los ciudadanos pudieron gozar de
diferentes productos locales que hoy permanecen
en la memoria colectiva y en la identidad nacional
del país por su carácter emblemático e innovador. El
lanzamiento de estos productos se vio directamente
influenciado por la psicología del consumidor y se
empezó a implementar el diseño como medio para
la atracción social.

De esta manera los productos emblemáticos que


conocían los habitantes bogotanos en esa época no
eran muchos en cantidad, a diferencia de la actuali-
dad, pero precisamente por esta razón permanecen
intactos en la memoria de muchos. A Andrés le gus-
ta imaginarse cómo era la gente que vivió en Bogotá
en diferentes épocas y cómo se relacionaban con los
objetos. “Esas marcas locales y esa noción de que
Colombia estuviera aislada del resto del mundo, eso
ya no se repite”.

Actualmente Arqueología de Marca se consagra


como un portal donde se comparte y se viaja al
pasado. Reciben aportes de sus seguidores quienes
comparten sus poseciones con frecuencia y Andrés
termina de acumular piezas para llenar ese rompe-
cabezas que pareciera interminable. Sus objetos son
como máquinas del tiempo que por un instante lo
transportan a ese momento donde la vida fue feliz.

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Entre santos

Al entrar al apartamento de Santiago Piñeros, inmediata-


mente me impacta la cantidad de figuras religiosas que veo.
La luz del atardecer que entra por la ventana panorámica,
las baña mientras yacen en su lugar calculado y predeter-
minado. Cientas de estas figuras adornan todos los espa-
cios disponibles del apartamento, mientras se disponen
de manera perfecta, sin espacios innecesarios o arrumes
agobiantes. Muchas de estas, adornadas con pelucas, som-
breros y accesorios, denotan la simpática personalidad de
Santiago, quien no es católico ni cristiano pero afirma que
todo esto lo cuida y lo protege.

La influencia de la religión en Bogotá es resultado de la


tradición de culto que se remonta a la época de la con-
quista y la colonización por parte de España en 1492. La
colonización sumió a Colombia en el catolicismo y es así
como esta ha dictado grandes aspectos de la vida en so-
ciedad como la educación, el matrimonio, la política y las
formas de vida en la ciudad. La religión ha estado fuerte-
mente ligada con la ética y la moralidad de los bogotanos,
muchos quienes fundaron su identidad social alrededor
de su fé. La iglesia se vio muy beneficiada por los privile-
gios que le otorgó la Constitución del 1886, la cual dictaba
que esta tenía total poder sobre el sistema educativo en el
que se promulgaba la enseñanza de la religión católica y se
Santiago Piñeros impedía que se difundiera lo contrario al dogma católico.
A pesar de que en 1991, año en el que se establece la con-
Colección: stitución actual, se declaró la separación de la iglesia y el
Figuras estado, una gran mayoría de los habitantes de Bogotá se
Religiosas consideran católicos. Es así como la venta de figuras reli-
giosas es de gran popularidad ya que representan valores
Herencia de: para quienes en estas depositan su fé y sus plegarias. Este
Sus abuelos no es el caso de Santiago, quien se considera espiritual
pero no particularmente católico.

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Su infancia y su relación con la religión fue parte de
la cotidianidad de su hogar es por esto que desarrolló
una sensibilidad a estas piezas. Sus papás se sepa-
raron justo después de su nacimiento, lo que lo llevó
a vivir con sus abuelos hasta los quince años. Vivían
en una gran hacienda en donde Santiago disfrutó
de una infancia feliz, en ella las figuras religiosas y
la esencia de sus historias llenaban de energía cada
rincón. “Yo quería poner afiches en mi cuarto de lo
que estaba de moda en esa época para los jóvenes
de mi edad, modelos, cantantes, carros… pero nada,
no me dejaban”. Es así como la convivencia con estas
piezas fue inevitable. Es así cómo se despertó en él,
la fascinación por la estética de este tipo de objetos.

Santiago me guía mientras recorremos su apartamen-


to y empiezo a analizar todo lo que veo con mucho
detenimiento. Cristos, vírgenes, santos, reliquias e
íconos ocupan todas las repisas y paredes. El espa-
cio da cuenta de su auténtica pasión, de su búsqueda
constante por nuevos objetos que lo reconfortan y lo
transportan a su infancia en casa de los abuelos. Para
Santiago, la esencia de sus posesiones es importante
ya que estas cuentan una historia y están cargadas de
valores y tradiciones. “Hay gente riquísima pero que
no tiene nada en sus casas, su posesión más valiosa es
el televisor.” Es así como después de heredar varias de
las piezas, Santiago se ha dedicado a la búsqueda y a
la acumulación de estos objetos para seguir agregan-
do valor a su colección. Le interesa la historia detrás
de estas, de donde vienen y a quién le pertenecían.

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Constantemente visita anticuarios y ventas en casas y es
así como tiene un ojo adiestrado para el arte colonial.
“Hay muchas cosas falsas y me da tristeza que a muchos
no les importe, no quieren nada, regalan todo.” Veo que
hay muchas figuras adornadas con pelucas, sombreros
y accesorios y Santiago me cuenta que las decora “ para
que la cosa no sea tan rígida, tan dramática”. Lamenta-
blemente, el espacio con el que cuenta no es infinito, es
por esto que se ha tenido que deshacer de algunos para
inaugurar la llegada de otros, que llenan vacíos y comple-
mentan este apartamento único e inigualable. Eso sí, la
colección cobra vida con cada nueva adquisición ya que
siempre busca “conseguirle amiguitos a lo que encuen-
tra.”

En la historia de la religión en Colombia, los creyentes


han buscado protección y auxilio de las figuras religiosas.
Estas expresan conceptos y significados superiores. Es por
esto que la venta y el negocio frente a esta figuras se man-
tienen vigente a pesar de su disminución en popularidad
con el paso de los años. Muchos de las que tiene Santiago
en su apartamento forman parte de la memoria colectiva
de los creyentes que les rezan y les encargan sus mayores
anhelos. San Antonio de Padua es uno de los protagonis-
tas de la colección. En sus brazos carga a un niño y fue el
segundo santo más rápidamente canonizado por la igle-
sia. Se conoce popularmente por ser el más solicitado por
los solteros ya que se cree de manera supersticiosa, que se
le debe voltear y poner de cabeza, o ofrecerle 13 monedas
para que el santo a cambio envíe una pareja. La leyenda
se remonta a siglos pasados, cuando el santo ayudó a las
mujeres a poder casarse y así evitar la prostitución.

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En varios estantes podemos apreciar el Cristo del Sa-
grado Corazón de Jesus, muy conocido por su impac-
to en el país. En este caso su impactante cuerpo san-
griento es aligerado por una mochila que Santiago le
colgó. A finales de 1899 se dio inicio a la Guerra de los
Mil Días, una confrontación que se prolongó durante
3 años y en la cual murieron 100 mil colombianos.
El 22 de junio de 1902 se consagró a la República de
Colombia, al Sagrado Corazón de Jesús. Cinco meses
más tarde, en noviembre, se firmó el tratado de Wis-
consin y se anunció el fin de la Guerra. Es por esto
que Colombia se ha distinguido por su fiel devoción
y usualmente se le pide por la paz y la reconciliación.

Después de unos minutos se termina el recorrido por


el apartamento, este, que parece un museo, alberga
tradición e historia que se mantiene intacta a pesar
del pasar de los años. Sus paredes cargadas cuentan la
historia de quienes se destacan en la religión católica
y son un recordatorio imposible de ignorar. Me trans-
porto a otra época y el asombro se apodera de mi visi-
ta. “El apego a la tradición” cómo lo llama Santiago se
ha apoderado de su espacio, la ópera de fondo acom-
paña el atardecer de manera armoniosa y me despide
con gracia del apartamento de Santiago.

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