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Este es un romance ligero de Lauren Biel, ¡pero sigue siendo raro!
En el abrazo del invierno, me deleito con la nieve, esculpiendo caprichosos
muñecos de nieve que alegran mi fría soledad. Pero bajo la mirada helada del
invierno, surge un admirador inesperado con una obsesión que enciende el picante

de la estación. A medida que , el muñeco de nieve cobra vida propia, se

desencadena una gélida relación que convierte una fantasía invernal en un ardiente
romance navideño.

es una picante novela de romance en la nieve. Echa un

vistazo a las advertencias de contenido en Laurenbiel.com.


Esta historia es para mis lectores que fantasean con acostarse con muñecos de
nieve. Para los demás, ¡disfruten descubriendo una nueva manía!
Esta es una novela navideña picante que no pretende que se tome demasiado en
serio. Es una historia sobre una mujer que se folla a un muñeco de nieve. ¡Felices
fiestas!
e la noche a la mañana, el invierno se abalanzó sobre mi cabaña en el
bosque como un león. En medio día ha caído medio metro de nieve, que
se eleva por encima de mis pies cuando estoy en la puerta. El aire frío
azota mis piernas bajo la falda hasta la rodilla, pero mis tobillos y pies permanecen
calientes dentro de mis botas de invierno. Camino sobre la nieve blanca y crujiente,
y mis botas hacen crujir la nieve a cada paso. Mi mano enguantada recoge una bola
de nieve antes de dejarla en el suelo y empezar a hacerla rodar. La bola crece delante
de mí mientras la empujo por el jardín.
Empiezan a picarme los muslos a causa del frío, pero un calor excitante me hace
seguir adelante. Llevo semanas esperando esta primera nevada de verdad y ningún
frío me impedirá hacer lo que he planeado. Froto las grandes curvas de la bola de
nieve y me estremezco de anticipación. Se me escapa un suave suspiro. Nada es tan
perfectamente maravilloso como una bola redonda de blanco puro.
Una vez que la primera bola es demasiado grande para que mis brazos la rodeen,
empiezo a trabajar en la siguiente. El aliento se me escapa en nubes visibles. Mis
pezones se endurecen hasta puntos dolorosos cuando el frío se filtra bajo mi ropa.
Pero no me importa. Continúo hasta que hago rodar la segunda bola junto a la
primera.
Antes de colocarla donde corresponde, me detengo a horcajadas sobre el primer
montículo de nieve. El hielo duro me congela la raja al frotarla por la superficie
creando fricción.
La nieve tiene algo especial para mí. Estoy obsesionada con ella. A la mayoría de
la gente le divierte hacer un muñeco de nieve, pero a mí me parece erótico. Estoy
construyendo un hombre perfecto, con una parte inferior del cuerpo grande y
redonda, un vientre liso y una “cabeza” perfectamente formada en la parte superior.
Con un gruñido, levanto la segunda bola y la coloco sobre la primera. Ahora
puedo empezar a trabajar en la cabeza, mi parte favorita.
La hago rodar, le doy forma y la vuelvo a enrollar hasta que estoy satisfecha con
el tamaño. Después de todo, mi muñeco de nieve debe ser proporcional y necesita
espacio suficiente para sus bonitos rasgos. Coloco la última bola encima de las dos
primeras y me apresuro a entrar para tomar el resto de las cosas que necesita.
La mochila que preparé hace una hora está en la entrada. Traquetea un poco
cuando me la subo al hombro y salgo. La dejo caer junto a mi trozo de nieve y rebusco
en la bolsa. Los trozos de carbón crujen en mi mano mientras miro fijamente al
hombre de tres piezas que tengo delante. Le clavo un orbe negro en el lado izquierdo
de la cara y luego otro en el derecho. Están un poco torcidos, y eso no sirve. Los
ajusto hasta que quedan uniformes. La nieve es indulgente de esa manera.
Con unos cuantos trozos más de carbón, le doy a la boca una sonrisa bonita y
permanente, dejando un espacio vacío justo encima para la nariz. Cuando doy un
paso atrás para inspeccionar mi trabajo hasta el momento, mi pie golpea la mochila
y hace que su contenido se caiga. Agarro una de las zanahorias y la coloco en su sitio.
—Su nariz, señor —digo riendo mientras la envuelvo con un poco de nieve para
mantenerla en su sitio.
Mi mirada se posa de nuevo en la bolsa y veo la pièce de résistance: la zanahoria
más grande que he encontrado en la tienda. Un tamaño que asusta. La rodeo con las
manos y sonrío.
—Pero si ya tiene nariz —susurro dándome golpecitos en el pecho con la
zanahoria. —¿Para qué podría necesitar otra de estas?
Mis ojos se posan en la enorme, redonda y sexy bola que hay en la parte inferior
de su cuerpo, y empujo la base de la zanahoria hacia la nieve compacta. Mis gruñidos
puntúan el aire de la noche mientras lucho por introducirla, pero la nieve finalmente
se abre lo suficiente como para permitirme fijar su gloriosa pieza central.
Doy un paso atrás y contemplo al hombre que he creado. Mi gran muñeco de nieve
blanco con una polla de zanahoria de buen tamaño.
—Te nombro Frisky, el muñeco de nieve —digo, poniéndome las manos en las
caderas.
Me arremango la falda alrededor de la cintura y expongo mi culo desnudo al aire
frío, luego doy un paso hacia él y paso mi cálida lengua por su boca. Una mezcla
arenosa de carbón y nieve roza mis labios. Mientras le beso, me agacho y le acaricio
la zanahoria. Esta hortaliza de tamaño descomunal me llena la palma de la mano. La
cálida humedad entre mis piernas se intensifica mientras lo acaricio y lo beso hasta
que estoy casi a punto de estallar. Si fuera humano, estoy segura de que ya lo habría
hecho.
Mis manos recorren lo que serían sus hombros y me inclino hacia atrás. —¡Vaya!
Casi me olvido de tus brazos.
Cojo los palos del montón que hay a su lado y le clavo uno a cada lado de la
cintura. Ahora está casi perfecto. Me planteo utilizar unos cuantos trozos más de
carbón para los botones, pero decido no hacerlo. Puedo vestirlo más tarde si quiero...
cuando me haya divertido un poco.
Me quito los guantes y los dejo caer sobre la nieve. La cremallera rechina cuando
la bajo y me abro la chaqueta. Cuando me bajo la blusa, mis pechos caen de la tela.
Froto el borde de su brazo de palo bifurcado por mi piel erizada por la piel de gallina.
—¿Te gusta cómo se sienten mis tetas, Frisky? —Gimo—. ¿Quieres que te folle?
¿Quieres que cabalgue tu larga, dura y anaranjada polla? —Me doy la vuelta y me
apoyo contra la gran bola de nieve. La zanahoria me llena la mano y jadeo cuando
Frisky llena el doloroso espacio entre mis muslos.
Hacía casi un año que no me sentía tan bien. Me follo con zanahorias los otros
nueve meses del año, pero no es lo mismo. Lo he intentado. Nada se compara con el
cuerpo firme de un muñeco de nieve helado. Incluso llené fundas de almohada con
hielo un verano para ver si podía replicar la sensación, pero nada se acerca a esto.
—Joder, qué bien te siento —jadeo. Me echo hacia atrás para sentirlo detrás de mí.
Su cuerpo frío es como una pared. Dios, es eléctrico, incluso cuando se me
entumecen los muslos.
El hielo empieza a quemarme la mano con la que he envuelto la zanahoria, pero
no puedo parar. Meto la otra mano entre las piernas y me froto el clítoris. En teoría,
debería ser difícil correrme con la piel del clítoris y los dedos tan congelados, pero
casi puedo deslizarme mentalmente al saber que la cámara de seguridad lo está
captando todo.
Podré follarme al puto Frisky durante todo el año.
Miro a la cámara y sonrío antes de echar la cabeza hacia atrás mientras la explosión
de la cálida crema baña mis piernas. Mi orgasmo es lo bastante fuerte como para
arrancarle su enorme polla de zanahoria. Se hunde en la nieve entre mis pies. Me
arrodillo y envuelvo la zanahoria con los labios, sujetándola entre los dientes, y la
vuelvo a colocar en su sitio. La posición correcta.
Agarro la base y la vuelvo a meter, pero antes de soltarla, succiono más del
miembro anaranjado en mi boca hasta que mi nariz casi toca la nieve. El aire frío se
mezcla con mi aliento caliente, pero no paro hasta haber limpiado mi semen de su
polla.
Cuando he terminado mi tarea, me apoyo sobre los talones para que mis rodillas
descansen del suelo helado. Mi mirada recorre el oscuro patio trasero. Contemplo la
posibilidad de esconder su polla, porque es mía, pero la dejo sujeta. Aunque sé que
nadie más lo verá en este camino secundario, me sigue excitando saber que si alguien
condujera por este camino, vería la zanahoria usada que sobresale de su regazo. Mi
zanahoria. La que enterré en lo más profundo de mi coño.
Me pongo en pie y deposito un beso en su mejilla helada.
—Hasta mañana, Frisky.
stoy inmóvil pero no sin emociones. Pienso y siento. Mi primer recuerdo
es el de la lengua de aquella mujer a lo largo de mi boca, luego el calor de
su pecho turgente contra mi mano. Intenté moverme, balancearme con
sus movimientos y sentir más su suave piel, pero no pude. Ahora que lo intento de
nuevo, mis dedos se niegan a moverse a menos que una fuerte brisa los mueva por
mí. Sólo puedo mirar al frente, a un bosque oscuro y a un buzón. Intento hablar, pero
mis labios permanecen en su sitio.
¿Qué ha pasado? ¿Qué soy yo? ¿Y adónde ha ido la hermosa mujer?
Quiero sentir lo que sentí cuando ella estaba delante de mí. No sabía lo que estaba
pasando, pero el calor húmedo, la opresión... Necesito más. No tengo más remedio
que sentarme y esperar a que aparezca de nuevo. Estoy a su merced.
El sol se pone, enviando cegadores rayos de luz contra la nieve. El cielo nocturno
brilla con estrellas. Un suave crujido interrumpe el silencio de la noche y unos pasos
se acercan. Quiero girar la cabeza y volver a verla, porque sé que está detrás de mí.
Su cuerpo irradia calidez y el familiar aroma a canela se hace más intenso. Cuando
por fin aparece frente a mí, un cosquilleo cálido me recorre la parte inferior del
cuerpo.
Lleva el cabello rubio recogido en un moño descuidado y orejeras moradas en las
orejas. Tiene la nariz y las mejillas teñidas de rosa. Vuelve a llevar falda, aunque un
poco más corta. Deja al descubierto la parte superior de sus muslos, y anhelo
agarrarlos. Una pizca de tortura empaña el placer que me produce, pero no me
importa. Sólo quiero volver a sentirla.
—Buenas noches, Frisky —susurra antes de volver a pasar su lengua por mis
labios.
Hola, princesa de las nieves, quiero decir, pero mi boca no coopera. La suave
almohadilla de su lengua recorre cada trozo de carbón. Más abajo, con esa boca,
susurro en mi cabeza.
Como si de algún modo me oyera, se arrodilla, se quita un guante y envuelve algo
de la parte inferior de mi cuerpo con su cálida mano.
—¿Has estado esperando a que saliera y te tocara la polla? —susurra.
Sí, tócame la polla, joder.
Supongo que mi polla está justo donde se produjo ese cálido cosquilleo. Y vuelve
a ocurrir mientras sus dedos me acarician. La sensación cambia y ahora me envuelve
un calor húmedo. Es parecido a lo que sentí cuando me besó los labios de carbón, así
que supongo que está usando su boca conmigo. No puedo mirar hacia abajo y verla,
pero siento cada movimiento hambriento de su cabeza y me imagino cómo debe ser.
La puta perfección.
Me chupa hasta que estoy seguro de que tiene las rodillas heladas, y entonces se
levanta y me mira con un hambre oscura mientras se levanta la faldita y se sienta a
horcajadas sobre mí. El calor entre sus piernas es como un horno comparado con el
frío del que estoy hecho.
—¿Quieres estar dentro de mí, Frisky? —Parece una pregunta, pero me doy cuenta
de que no lo es mientras frota su raja contra mí. Me follará independientemente de
mis deseos. Por suerte para mí, los dos queremos lo mismo.
Me rodea con los brazos mientras baja sobre mí, y cada parte que toca se vuelve
sensible. Cuando su coño me envuelve, cuando me aprieta y me agarra, estoy
acabado.
Me entierra profundamente y desearía poder follármela como se merece. Anhelo
atraerla contra mí antes de barrerla. Pero experimentar esto es un regalo, aunque no
pueda participar activamente.
Me agarra mientras me cabalga, follándome hasta que se me sale la polla. Ya no
puedo sentirla envolviéndome cuando se desprende de mi cuerpo, lo cual es una
pena. Quiero saber qué siente cuando se corre. Es un puto ángel, y nunca he visto a
nadie tan hermoso y perfecto.
Sus gritos salvajes se acallan y su cuerpo deja de temblar. Con un suspiro lleno de
placer, se apoya en mí.
Buena chica, princesa de las nieves.
Saca la zanahoria de su interior, la limpia con la boca y vuelve a colocármela antes
de ponerse de pie y girarse para mirarme.
—Se me olvidó darte un gorro —susurra. Saca un gorro del bolsillo de su abrigo
y me lo pone en la cabeza. La tela no se ajusta a mi cabeza, pero se mantiene en su
sitio—. Hasta pronto, Frisky. —Me da un último beso en los labios y se va.

, porque me despierto muy confundido. Doy


un paso atrás y casi grito porque he dado un puto paso atrás. Muevo los dedos y
miro hacia abajo cuando se mueven. Ya no estoy hecho de nieve. Y estoy desnudo.
Joder. Me precipito hacia la ventana y miro mi reflejo boquiabierto.
Me parezco a ella.
Como una humana.
Me toco la cara antes de volver la vista al lugar de donde salí. Las huellas salpican
la nieve, pero no hay rastro de mi anterior existencia.
—Princesa de las nieves —susurro, y el sonido de mi propia voz me sobresalta.
Quiero verla. Al fin y al cabo, ella me creó. Sigo su olor a canela hasta la puerta
principal y pruebo el pomo. Gira cuando lo agarro, así que empujo la puerta y entro
en una ráfaga de aire cálido. Mucho más de lo que estoy acostumbrado.
Mierda, ¡me voy a derretir!
El pánico se apodera de mí, sobre todo cuando una gota de líquido cae de mi
frente. Tendré que actuar con rapidez.
Sigo su olor por el oscuro pasillo hasta que se hace más fuerte y me detengo frente
a una puerta. Su dormitorio, supongo. Con un suave empujón, la puerta se abre y
me cuelo en la habitación. Su olor me invade. Es embriagador.
Mis ojos se adaptan a la oscuridad y veo su cuerpo dormido en la cama. Me acerco
sigilosamente. Las suaves curvas de su escote suben y bajan con cada respiración.
Sus labios perfectamente fruncidos me llaman, pero no quiero despertarla.
Un destello de luz y movimiento me llama la atención y miro más de cerca. En su
mano descansa su teléfono. Un vídeo se reproduce en bucle. Reconozco lo que ocurre
en la pantalla porque yo estaba allí, pero tenía un aspecto muy diferente.
El pánico vuelve a apoderarse de mí.
Se sintió atraída por el yo que era antes, ¿qué pensará cuando me vea así? Ya no
soy blanco, frío e inmóvil. Mis curvas redondas y mis brazos de palo han sido
sustituidos por piel y calor. No querrá esto.
Miro mi polla. Sigue siendo muy grande, anaranjada y gruesa hasta la punta. La
agarro y tiro de ella. A diferencia de antes, no se zafa. Es una ligera mejora, pero ¿es
suficiente?
Se mueve en la cama y sus pechos asoman por encima de su fina camiseta. Siento
un hambre atroz al ver su perfección. Quiero chupar, saborear y tocar. Pero no
puedo. Ella nunca puede saber lo que soy.
Cojo su teléfono y borro los vídeos en los que aparezco corriendo por la casa como
un ser humano. Eso soluciona un problema, pero no hace nada por el dolor que
siento por dentro. Tal vez si me toco como ella me tocó, pueda aliviar este malestar.
Me tumbo a su lado en la cama y me rodeo la polla con la mano. La imagino
follándome. Me imagino follando con ella. El cálido cosquilleo crece y se extiende, y
el semen sale disparado de mi polla y aterriza junto a ella en la cama. Un
embriagador aroma a menta se apodera de su olor a canela. Seguro que se despierta.
Me levanto de la cama y salgo corriendo de casa. Una vez en mi sitio, me quito el
sombrero de la cabeza. Está haciendo que me derrita más rápido, y no puedo
permitirlo. Quiero volver a verla. Sólo puedo esperar volver a mi forma nevada por
la mañana. Ella no puede volver a verme así.
—Hasta pronto, princesa de las nieves —susurro.
uspiro y traslado mis sábanas de la lavadora a la secadora. No sé con qué
humedad me he despertado, pero estaba por todas mis sábanas. Olía a
caramelo de menta y también estaba algo pegajosa, pero el lavado parece
haber eliminado el olor dulzón. He tenido un día de mierda en el trabajo, y limpiar
mis sábanas era lo último que me apetecía hacer.
Me acerco a la ventana y miro fijamente a Frisky. Él podría aliviar mi tensión, pero
prefiero esperar a la noche para nuestras… actividades. Algo oscuro se mueve con
la brisa y me doy cuenta de que su sombrero ha volado hasta su mano de palo. Me
envuelvo en mi abrigo, salgo corriendo y se lo vuelvo a poner en la cabeza.
—No quisiera que te resfriaras —digo con una risita.
Mi mirada se desvía hacia abajo. Qué tentador.
Me apresuro a entrar, voy a la nevera y saco una zanahoria del cajón. Después de
lavarla, me bajo los pantalones y me apoyo en la isla de la cocina. Abro las piernas y
empiezo a provocarme con la verdura fría. No es tan gruesa como la polla de
zanahoria de Frisky, pero hará el trabajo.
Si alguien pasa junto a las ventanas de la cocina, delante y detrás de mí, verá un
auténtico espectáculo, pero no me importa. Vivir en medio de la nada tiene sus
ventajas, como la posibilidad de follarme en una gran habitación llena de ventanas.
El riesgo sólo aumenta mi excitación.
Un jadeo sale de mi boca cuando empujo la zanahoria más allá de mi entrada. Mi
mano trabaja a un ritmo febril para empujarla contra el lugar de mi interior que hace
que se me enrosquen los dedos de los pies. Cierro los ojos e imagino que estoy con
Frisky. Tiene manos que me tocan en todos los lugares adecuados y me penetra con
fuerza mientras me folla hasta dejarme sin sentido.
Me tiemblan los muslos y echo la cabeza hacia atrás cuando el familiar
estrechamiento envuelve el espacio entre mis piernas. Tiro de la zanahoria justo a
tiempo para que me corra por todo el suelo de la cocina. Gracias a Dios por el linóleo.
Es fácil de limpiar. Me baño en las réplicas de mi orgasmo hasta que estoy satisfecha,
limpio el desastre que he hecho y tiro la zanahoria a la basura.
El viento se ha levantado fuera, enviando un silbido espeluznante a través de los
aleros. Algo golpea el porche y me sobresalto. Busco mis pantalones, me los pongo
y salgo.
La oscuridad cubre mi propiedad, pero a la luz de los focos veo que parte de mi
pesada decoración de arcilla se ha caído. Restos de terracota ensucian las tablas del
porche, pero tendré que barrerlos más tarde. Esta noche tengo planes.
Cuando me giro para entrar, algo me llama la atención. Mejor dicho, me llama la
atención la ausencia de algo.
Frisky ya no está en mi jardín.
Me meto los pies en las botas y corro hacia el lugar donde antes estaba. Espero ver
algún rastro de él (trozos de nieve, su sombrero y sus ojos), pero ya no está. Hay
huellas en la nieve, pero son demasiado grandes para ser mías. Se me eriza el vello
de la nuca al seguirlas.
Alguien estaba fuera de mi cabaña.
El viento sigue azotándome mientras envuelvo mi cuerpo tembloroso con los
brazos. Los pasos me llevan a la esquina de la casa, pero me detengo antes de
doblarla. ¿Y si esa persona está ahí detrás... esperándome? Necesito algún tipo de
arma.
De puntillas, vuelvo a la parte delantera de la casa y tomo una pala que hay junto
al porche. En silencio, me doy las gracias por no haberla guardado en el cobertizo
después de plantar arbustos en primavera. A veces vale la pena ser olvidadiza. O
perezosa.
Con los dedos entumecidos alrededor del mango de madera, me dirijo hacia la
parte trasera de la casa. Los focos proyectan una larga sombra sobre la nieve, que se
extiende lo suficiente como para que pueda verla sin asomarme más allá de la
esquina del edificio. Esto me ayuda a determinar exactamente dónde se encuentra
esta persona, que está justo delante de la ventana de mi cocina. Sea quien sea, ha
presenciado en primera fila el espectáculo que acabo de montar. Las mejillas se me
calientan.
Respiro hondo, levanto la pala y me apresuro a rodear la cabaña. Mi cerebro no
puede procesar lo que veo.
Frisky está de pie frente a la ventana de la cocina, con la mano en rama junto a su
polla de zanahoria. Parece como si se estuviera masturbando, pero eso no es posible.
Es un puto muñeco de nieve. Lo que significa…
Alguien sabe lo que he estado haciendo con él y lo ha acercado a la ventana como
una broma.
Me arden las mejillas y me siento como si hubiera estado sentada delante de una
chimenea en vez de en la nieve con una pala en las manos. Me asaltan las preguntas.
¿Cómo lo trasladaron tan rápido? Demonios, ¿cómo lo han movido? Debe pesar por
lo menos 90 kilos. Lo hice bien... por obvias razones.
No hay forma de moverlo, el hielo ha congelado sus secciones, así que supongo
que ahora tengo un muñeco de nieve masturbándose como decoración del patio
trasero. Y un acosador espeluznante. Miro a través de la oscuridad que rodea mi
propiedad. Podrían estar observándome ahora mismo.
Me recorre un escalofrío y casi grito cuando algo choca contra mi bota. Miro hacia
abajo y veo algo oscuro en la nieve. El sombrero de Frisky ha vuelto a volar. Con un
gemido de frustración, le pongo el gorro en la cabeza. Esta noche ya no tengo ganas
de jugar con él. De todas formas, no está en línea con mi cámara que mira al jardín
delantero. Qué desastre.
—Esta noche no, Frisky —le susurro, rodeándole con mis brazos. Después de todo,
nada de esto es culpa suya.
Espero que los imbéciles hayan disfrutado de mi espectáculo, porque no tendrán
otro. El riesgo de que te vean es una cosa, pero que alguien te observe y te gaste
bromas pesadas es otra. ¿Y qué pasa con el pobre Frisky?
Lo reviso para asegurarme de que no lo han dañado, pero no encuentro nada fuera
de lugar. Aunque la parte racional de mi cerebro sabe que no es más que un objeto
inanimado hecho de nieve, carbón y zanahorias, me siento extrañamente unida a él.
La idea de que alguien le haga daño me lastima el corazón.
Las cámaras.
Saco el teléfono del bolsillo y busco la aplicación, pero se me revuelve el estómago.
No se ha grabado nada en veinticuatro horas, lo que significa que el acosador ha
encontrado la forma de piratear mi sistema. Las armo de nuevo.
Echo un último vistazo al bosque y me apresuro a entrar en casa. Esta noche tengo
una cita y, aunque ahora mismo no me siento coqueta, quizá salir un rato sea
exactamente lo que necesito.
asi me atrapan. La había estado observando mientras se follaba a sí misma
con lo mismo que formaba mi nariz. Yo quería ser lo que tenía en la mano,
follármela así, pero el viento sopló de la nada y se llevó mi sombrero con
él. Volví a convertirme en un muñeco de nieve antes de que pudiera terminar, y
entonces ella salió y parecía muy disgustada.
Cuando volvió a ponerme el gorro en la cabeza, quise mostrarme ante ella. He
conseguido controlar un poco las transformaciones. Cuando llevo el sombrero,
puedo convertirme en humano a voluntad. Cuando me lo quito, vuelvo a ser un
muñeco de nieve congelado. Pero no puedo arriesgarme a mostrarme a ella y
perderla para siempre.
No puedo existir sin ella.
Ella ocupa cada pensamiento, llena cada momento consciente que he conocido.
Tengo que verla. Necesito entrar en su casa.
No puedo poner mis manos en su teléfono para desactivar las cámaras de nuevo,
así que pruebo las ventanas traseras hasta que una cede. Entro y me impregno de su
aroma a canela. Concéntrate, me recuerdo. Sólo tengo que encontrarla y verla, y
entonces podré volver a salir.
Me arrastro por la casa en su busca. A través de las cortinas abiertas, me doy
cuenta de que su coche no está en la entrada. No está aquí.
Me aprieto el pecho. Me duele físicamente estar lejos de ella. Quiero caminar por
la calle y buscarla, pero no hay lugar en el mundo para una monstruosidad como yo.
Así que espero.
Me siento en el sofá y respiro su cálido almizcle. Cuando su olor me invade, saco
la polla y empiezo a acariciarme. Mi cabeza cae hacia atrás mientras la imagino
cabalgando sobre mi regazo. Su carne humana contra la mía. La forma en que rebota
sobre mí y empuja sus tetas perfectas contra mi cara. Mi mano acaricia más fuerte y
rápido hasta que una carga perfumada de menta sale disparada de mi polla.
Vaya, mierda. Tengo que controlarlo mejor.
Los neumáticos ruedan sobre la nieve compacta y el pánico se apodera de mis
pulmones. Me apresuro a mirar por la ventanilla y veo a mi princesa de la nieve
entrando por la calzada con un hombre en el asiento del copiloto. No tengo tiempo
de limpiar el desastre que he hecho en su sofá, así que salgo por la ventana y vuelvo
a mirar hacia la casa.
Me cuesta transformarme en el muñeco de nieve que a ella le encanta. Es más fácil
cambiar al revés: de muñeco de nieve a hombre. Si me quito el sombrero, el cambio
sería casi instantáneo, pero entonces no puedo salir por las ventanas y ver cómo
progresan las cosas entre ellos.
Respiro hondo y me imagino como el muñeco de nieve. Mis pies se funden con el
frío y, en un abrir y cerrar de ojos, vuelvo a estar inmóvil. El reflejo que me devuelve
la mirada es el del muñeco de nieve.
Se abre la puerta principal y entran juntos por la casa, tomados del brazo.
—Chad, ¿quieres tomar algo? —le pregunta ella al hombre.
Él asiente y ella se acerca a trompicones a la nevera. Parece que ya ha bebido.
Su mirada se detiene en el cajón de las verduras y sé que está pensando en mí.
Bueno, en las zanahorias pegadas a mí. El hombre se le echa encima y se frota contra
ella. Ella se ríe mientras se endereza y se gira para darle una cerveza. Cuando él la
besa, los celos arden en mi vientre helado.
Con una sonrisa juguetona, intenta alejarse del hombre, pero él no se rinde. Lo
intenta de nuevo, sus manos se alejan aún más.
—¡No! —dice ella, esta vez con más firmeza.
Sus manos la zarandean y el miedo le tuerce la cara. Mi hermosa princesa de las
nieves. No puedo dejar que le haga daño. Cambio a mi forma humana, corro hacia
la puerta principal y atravieso la cocina. Dice que no una y otra vez, y oigo telas
desgarradas al doblar la esquina. Corro hacia ellos y rodeo la garganta de Chad con
el brazo.
Qué nombre más estúpido.
—¡Eh, hombre! —grita—. ¿Qué mierda?
Mi princesa de las nieves grita y se aleja de los dos. Arrastro al hombre que patalea
y grita fuera, apretando mi agarre cuando llegamos a la puerta. Sus piernas siguen
agitándose contra mí, pero ahora no hace ningún ruido.
—Cuando una mujer dice no, hay que hacerle caso —gruño con los dientes
apretados.
Lo arrastro hacia el bosque mientras me araña las muñecas. Que luche todo lo que
quiera. Soy un puto muñeco de nieve. Con un movimiento de mi sombrero, volveré
a ser nieve. Pero no antes de asegurarme de que la princesa de las nieves esté a salvo.
Me cuesta tan poco apretar un poco más fuerte, cortando completamente sus vías
respiratorias. Su cara se enrojece y casi se pone morada, un marcado contraste con la
nieve pura. Le cruje algo en la garganta y le sale un líquido rojo de la boca. Cuando
estoy seguro de que ha muerto, lo dejo caer sobre la nieve.
Su polla flácida cae de sus vaqueros desabrochados y una repentina inseguridad
me invade. No se parece en nada a lo que tengo entre las piernas. El mismo tono
melocotón de su piel cubre su rechoncha longitud, y no es ni de lejos tan gruesa o
larga como la mía. Y desde luego no es anaranjada. ¿Y si mi princesa de las nieves
no quiere lo que tengo que ofrecerle?
Vuelvo a mirar el cuerpo. Tendré que ocuparme de él más tarde.
Por ahora, tengo que ver cómo está mi princesa de las nieves.
Corro hacia la casa. Mis pies descalzos se enrojecen en la nieve, pero estoy
acostumbrado al frío. En realidad no me hace daño. Por eso puedo quedarme
desnudo fuera sin congelarme. Nací de la nieve.
Irrumpo por la puerta principal, pero mi princesa de las nieves ya no está en la
cocina. No quiero saludarla mientras sigo desnudo, así que vuelvo al armario del
vestíbulo. Antes, cuando la estaba buscando, vi ropa de hombre. No hay mucho
donde elegir, pero me pongo una camisa de franela y unos vaqueros y me dirijo a su
dormitorio.
—¡Fuera de aquí! Voy a llamar a la policía —grita cuando abro la puerta.
Atravieso la habitación a la carrera y la agarro. Se agita contra mí mientras la rodeo
con los brazos e inhalo su aroma. Dios, huele increíble.
—Suéltame —grita. Este grito de frustración hace que me duela el corazón. No
quiero disgustar a mi princesa de las nieves, pero no puedo permitir que llame a la
policía. Necesito tiempo para explicarle las cosas y mostrarle quién soy.
Echa el cuerpo hacia atrás, pero no la suelto. La llevo hasta la cama, la inmovilizo,
tomo el teléfono y lo estrello contra la pared. Ella gime mientras le inmovilizo los
brazos.
Tocarla así me abruma. Mi cuerpo arde por ella y apenas puedo soportar el calor.
Necesito que me escuche antes de que empiece a derretirme.
—Princesa de las nieves —susurro—. ¡No quiero hacerte daño!
—¡Entonces suéltame!
—No puedo. No lo entiendes.
Sus ojos oscuros se elevan hacia los míos.
—Pruébame.
No lo entenderá. No me creerá si intento explicárselo. Necesito tiempo para
pensar, así que le bajo las medias mientras el miedo se apodera de su cara. En lugar
de hacerle nada más, le envuelvo las muñecas con la tela y la ato a la cama. Tengo
que pensar qué hacer, y no puedo pensar con claridad cuando su piel toca la mía.
—Por favor. —Sus gritos se convierten en gemidos—. No me hagas daño.
—De verdad que no quiero, princesa de las nieves —le digo.
—¡Deja de llamarme así!
—No me has dicho cómo te llamas.
—Holly —susurra.
Sonrío y le toco la cara.
—Me gusta más princesa de las nieves.
Cuando salgo de la habitación para buscar el termostato antes de quemarme, me
pregunta cómo me llamo. No le contesto. Mi nombre no funciona tan bien en mi
forma humana.
Vuelve a gritar mientras busco el termostato. Lo encuentro en el salón y lo bajo
todo lo que puedo, que no es más de cincuenta. Hace más calor del que me gustaría,
pero es mejor que setenta y dos. Tiro del cuello de la franela antes de quitármela por
completo. Aprieto la espalda desnuda contra la fría ventana de la cocina.
¿Qué haré ahora con mi princesita de las nieves?
ué mierda está pasando? Que un hombre se pase de la raya no es algo
fuera de lo común, hombres como Chad los hay a montones, y me está
bien empleado por salir con un hombre jodido llamado Chad, pero que
me «rescate» un hombre misterioso desnudo no es algo que ocurra exactamente a
diario. Hago sonar las muñecas contra las correas. ¿De verdad puedo considerarme
«rescatada» cuando estoy atada a la cama?
Me arde la garganta de tanto gritar y me veo obligada a descansar la voz. De todos
modos, no tiene sentido gritar pidiendo ayuda. Vivo en medio de la puta nada.
Unos pasos se acercan al dormitorio y me preparo para cuando se abra la puerta.
Ocupa todo el marco de la puerta. Una estatua artística de perfección masculina. Y
está jodidamente descamisado. Miro la zona abultada de la entrepierna de sus
vaqueros y desearía haber podido echarle un vistazo, pero estaba detrás de Chad
cuando estaba desnudo.
—Princesa de las nieves —susurra, y sus ojos se iluminan al verme.
—¿Por qué me llamas así? —le pregunto.
—Porque te encanta la nieve, princesa. —Me mira como si supiera qué aspecto
tengo sin ropa.
¿Es el hombre que me ha estado observando?
Siento calor en las mejillas. ¿Cuánto tiempo lleva espiándome y presenciando mis
actos depravados con inocentes muñequitos de nieve? Siempre dije que no me
importaba quién pasaba por allí y veía mis indiscreciones, pero ahora que me
enfrento a alguien que realmente lo ha hecho, me consideraría una maldita
mentirosa.
Estoy horrorizada. ¿Cómo de desesperada parezco? Si se abriera un agujero en el
suelo y me tragara viva, me iría sin siquiera un gemido.
Puedo conseguir polla. Casi consigo la polla de Chad, ¡lo quisiera o no! Es que me
gusta la sensación de frío de la nieve y el tabú sucio de follarme con verduras en vez
de con juguetes con forma de polla. O con hombres de verdad. ¿Es eso tan malo?
Me relamo los labios y me aclaro la garganta, intentando recuperar la compostura.
—¿Me has estado observando?
—Cada momento que he podido.
Lo admite con tanto descaro que casi me da la risa. Ni siquiera intenta fingir que
no ha sido un asqueroso. ¿Pero por qué un tipo como él necesitaría acechar y atar a
una mujer? Con ese cuerpo, sus ojos azules como el hielo y su cabello rubio, podría
atar a una mujer perfectamente sin el resto de la mierda.
—¿Qué quieres de mí? ¿Vas a hacerme daño?
La sorpresa ensancha sus ojos mientras sacude la cabeza y se acerca. Sus labios se
separan y sus cejas se fruncen.
—Nunca te haría daño. Eres mi princesa de las nieves. Mi razón para respirar. Mi
único deseo es complacerte.
¿Complacerme? ¿Qué mierda de secuestro es este? Quiero decir, si quiere darme
un aluvión interminable de orgasmos, no necesita atarme para lograr su objetivo.
—Quieres complacerme, ¿eh? ¿Y qué consigues con ello?
—Mi placer está directamente ligado al tuyo —me dice—. Si te hago sentir bien,
yo me siento bien.
—Muéstramelo —susurro, arriesgándome—. Si quieres complacerme, vuélvete
loco, chico.
Si quiere darme orgasmos alucinantes, ¿quién soy yo para impedírselo? Aunque
quisiera, no podría. Podría dominarme con los músculos de su dedo índice.
Una sonrisa se dibuja en su rostro y se acerca a la cama. Respiro cuando su
poderoso cuerpo se introduce entre mis piernas. Mis muslos se separan. Su pecho se
aprieta contra el mío. Se inclina y suelta un cálido suspiro contra mi oreja. La piel se
me pone de gallina y me recorre un escalofrío de innegable necesidad.
Se echa hacia atrás y me observa antes de agarrar con sus manos el cuello de mi
endeble vestido. Con un movimiento fluido, rasga la tela por la mitad. No llevo
sujetador, así que sus ojos se dirigen directamente a mis pechos desnudos. Un
gruñido grave retumba en su pecho.
—Eres tan perfecta —susurra.
Mientras estoy tumbada con los pezones apuntando al techo y suplicando por su
boca, se levanta de la cama y sale de la habitación. Unos segundos después, la puerta
se cierra de golpe y mil pensamientos se agolpan en mi mente.
¿Se trata de un juego enfermizo? ¿Planea asesinarme ahora o dejará que me
encuentre así? Muevo las muñecas contra las correas, pero es inútil. No ceden lo
suficiente. Malditas medias resistentes.
Estoy a tres segundos de dislocarme los pulgares cuando vuelve a entrar en la
habitación. En lugar de un arma, lleva una bola de nieve apretada en su enorme
mano.
—¿Qué piensas hacer con eso? —le pregunto.
En lugar de responderme, se acerca a la cama y me pasa la bola de nieve por la
curva del pecho izquierdo. El pezón se me tensa hasta la incomodidad, pero me
deleito con la sensación. Frotar la nieve contra mi cuerpo desnudo es una cosa, pero
que alguien acepte mi manía y lo haga por mí es algo totalmente distinto.
Arrastra la bola de hielo sobre mi pezón en círculos apretados.
—Te encanta el frío, pero ¿y el calor que viene después?
Antes de que pueda preguntarle a qué se refiere, su boca caliente engulle el
dolorido pezón. Mi espalda se levanta del colchón, empujando mi pecho contra él
mientras me chupa y se burla de mí. Mientras sigue devorándome, traza un camino
sobre mi piel con la bola de nieve. Un rastro frío y húmedo viaja desde mi esternón
hasta la curva de mi estómago.
Sus labios se mueven hacia el camino dejado por la nieve y su lengua azota el
líquido helado. Cuando llega a mi estómago, inclino la pelvis para animarle a seguir.
Me retuerzo contra las ataduras, lo que me hace sentir indefensa.
A su merced.
Y nunca me había excitado tanto.
Se sienta y moldea la nieve entre sus manos hasta que pasa de ser una bola a un
cilindro. Aprieta la punta helada contra mi pierna, recorriéndola por un muslo y
bajándola por el otro, y luego la sujeta contra mis bragas. Nunca había deseado tanto
que algo me tocara.
—Por favor —le ruego.
—¿Por favor qué? —Aparta la vara helada de mí—. ¿Quieres sentir el frío en tu
precioso coñito?
Asiento con vergonzoso entusiasmo.
Espero que me aparte las bragas y se burle un poco más de mí, pero sujeta el
cilindro de nieve entre sus labios carnosos y engancha las manos en mi cintura. Con
un rápido movimiento, me arranca el material de encaje del cuerpo y vuelve a sujetar
con la mano el cilindro de nieve. Desliza el frío cilindro entre mis labios y mi clítoris
grita por el repentino e intenso cambio de temperatura. El frío se aleja de mi piel y
su cálido aliento lo sustituye. Después de otro suspiro, su lengua está sobre mí. Mis
caderas se agitan ante cada prolongado lametón, mientras el placer me recorre las
piernas. Su calor ahuyenta el frío y cambia una sensación intensa por otra.
Empuja la nieve dentro de mí, y yo hago fuerza contra las ataduras mientras
arqueo la espalda. Me folla con la nieve, hundiendo el frío cilindro en mi interior
mientras su lengua me acaricia el clítoris. Se me escapa el aliento con cada pasada de
su boca, al compás de cada empuje de su mano. Mi cuerpo se estremece y una
explosión de nieve derretida brota de mí cuando me corro.
Incluso cuando mi orgasmo se desvanece, él sigue empujando la vara derretida.
Sigue lamiéndome. Sigue complaciéndome hasta que vuelvo a correrme. Las
estrellas bailan detrás de mis párpados apretados y no puedo contener el grito de
placer que me sube por la garganta.
Y él sigue sin parar.
Una vez que el calor de mi coño derrite el resto de la nieve, sus dedos la
reemplazan y apisonan el desastre empapado entre mis piernas. Gime, y el profundo
sonido vibra contra mi clítoris. Es como si pudiera sentir el mismo placer que me
está dando a mí.
Hablando de su placer, quiero sentirlo dentro de mí. Quiero saber cómo encajará
ese enorme bulto de sus pantalones en el espacio íntimo que hay entre mis piernas.
Sus dedos son geniales, pero quiero que me llene con su polla.
—Fóllame —susurro.
—No puedo —dice mientras deja de lamerme y sube por mi cuerpo.
Su erección, dura como una roca, presiona mi pelvis a través de sus vaqueros.
—Pero parece que sí puedes.
—No se trata de mí, princesa de las nieves —susurra. Tira de las ataduras y me
suelta los brazos—. Además... aún no he terminado contigo.
a saco a rastras del dormitorio y ella se quita la tela rasgada mientras
caminamos hacia la cocina. La agarro por la cintura y la subo a la encimera
de la isla; luego retrocedo, sin dejar de mirarla, mientras meto la mano en
la nevera y saco la zanahoria más grande que encuentro en el cajón de las verduras.
Sus ojos se fijan en la hortaliza naranja y una sonrisa adorable se dibuja en su rostro.
—Antes de follarme con eso —me dice—, tienes que decirme cómo te llamas.
—Puedes llamarme 'F'. Y quiero que te folles con esto. Como te he visto hacer en
esta cocina.
Le pongo la zanahoria en la mano. La estudia un momento antes de separar los
muslos e inclinarse hacia atrás. Con los ojos fijos en mí, empuja la zanahoria dentro
de ella. Es el espectáculo más hermoso que he visto nunca, ¿y lo mejor?
Al igual que al otro lado de la ventana, puedo sentir lo que siente esa puta verdura.
El calor aprieta mi polla y me agarro a la encimera mientras intento controlar el
placer en mis vaqueros. No me gustaría correrme en los pantalones sólo de verlo,
pero el placer me abruma cada vez que veo esa zanahoria desaparecer dentro de ella.
Humedad recubre su clítoris hinchado. Necesito probarla.
Tomo una servilleta y me envuelvo en ella, incapaz de contenerme más. Con su
clítoris reluciente delante de mí y sus labios alrededor de la verdura, no hago más
que torturarme. Me inclino más hacia ella y absorbo su humedad. Ella grita,
emitiendo los sonidos más hermosos que jamás he oído, mientras levanto su pierna
y entierro mi cara en su coño.
Me desabrocho los vaqueros y bajo la cremallera para meter la mano en los
pantalones. Me acaricio, ocultándole la polla mientras su coño aprieta la zanahoria
y la sensación se estrecha alrededor de mi polla. Gruño contra su clítoris y las
vibraciones le arrancan más gemidos.
—Me corro —gime.
—Yo también —gruño. Mi semen salpica la servilleta.
Su respiración jadeante retrocede y su espalda cae sobre la encimera. Inclina la
cabeza para mirarme la polla, pero levanto la tela antes de que pueda hacerlo. Hago
una bola con la servilleta y la tiro a la basura antes de que pueda oler el vergonzoso
perfume de menta.
—Por favor, fóllame —susurra con voz ronca.
Ojalá pudiera. Nada me gustaría más que sentirla a mi alrededor. Pero no puedo.
Sólo puedo llegar a su placer, y no quiero que le disguste la monstruosidad que tengo
entre las piernas.
—No puedo.
Se baja del mostrador y su cuerpo húmedo y desnudo se aprieta contra el mío. Me
agarra la cremallera, pero yo la agarro de la muñeca y se la quito de un tirón.
—¿Por qué? —me pregunta.
—Nunca me creerías.
—Pruébame.
Respiro hondo.
—Estoy enamorado de ti. Lo eres todo para mí... porque tú me creaste.
Ladea la cabeza y arquea las cejas.
—¿Qué?
—Soy el muñeco de nieve.
Se ríe, agarrándose el vientre mientras el sonido musical sale de sus entrañas.
—Sí, bien —dice cuando recupera el aliento.
—Mira afuera.
Se acerca a la ventana de la cocina, se tapa los ojos con las manos y mira hacia
fuera. El muñeco de nieve no está por ninguna parte.
—Está claro que lo has movido tú —dice.
—¿No reconoces el gorro?
Se gira y estudia el gorro que llevo en la cabeza.
—Probablemente se lo quitaste tú. Así que no sólo eres un acosador, sino también
un ladrón —dice con sarcasmo—. Escucha, no me importa quién eres ni por qué estás
aquí, pero no puedes hacer todo lo que me hiciste y no acostarte conmigo.
¿Cómo demonios puedo demostrárselo? ¿Tengo que convertirme en un puto
muñeco de nieve delante de ella?
Probablemente le guste eso, en realidad.
—Te lo demostraré —digo mientras intento convertirme en el muñeco de nieve
que a ella le encanta.
Pero no lo consigo.
Mis pies presionan el linóleo, no la nieve. La casa carece del aire helado que siento
contra mi piel en el exterior. Por mucho que intente alejar estos pensamientos, no
estoy en el entorno adecuado para el cambio. Mi cuerpo se da cuenta de que me
derretiré demasiado rápido si me transformo en este espacio.
Me agarro al sombrero. Quitármelo ahora conlleva muchos riesgos. Cuando
vuelva a ser un muñeco de nieve, empezaré a derretirme y, sin el sombrero, no podré
volver a transformarme a menos que ella me lo ponga en la cabeza. Y puede que no
lo haga. Todo esto podría terminar ahora mismo.
No más complacerla.
Seguiría sintiendo el placer que ella se da a sí misma, pero eso ya no es suficiente
para mí. Y sólo puede durar hasta que me derrita. Incluso si hago el cambio afuera,
eventualmente me convertiré en agua, luego en hielo cuando el suelo se congele.
Desapareceré para siempre. Pero eso es mejor que vivir sin ella.
Me arranco el sombrero de la cabeza y cae al suelo.
En un abrir y cerrar de ojos, vuelvo a ser el muñeco de nieve. Sus tetas perfectas
se posan frente a mis ojos, pero me gustaría haber visto su expresión cuando cambié.
Retrocede y puedo ver la sonrisa sarcástica en su cara.
—Hijo de puta —resopla.
Me mira de arriba abajo antes de rodearme con sus brazos. Su cuerpo desnudo y
cálido me calienta. Aunque la temperatura ha bajado a cincuenta grados, empiezo a
derretirme. Un cosquilleo me recorre el cuerpo cuando empiezo a desaparecer.
—Mierda —dice al darse cuenta de lo que está pasando—. No podemos
permitirlo.
Desaparece de mi campo de visión y reaparece con el sombrero en las manos.
Cuando vuelve a ponérmelo en la cabeza, me recorre una oleada de alivio.
—Al menos ahora puedo verte la polla —dice con una risita.
Se muerde el labio inferior y se arrodilla frente a mí. El calor y el placer me
envuelven, pero quiero verla. La fuerzo a transformarse de nuevo en humana, con
su boca aún alrededor de mi polla. Cuando ve el cambio, sus ojos se abren de par en
par, pero no sólo porque me haya transformado en humano delante de ella.
Mi gran polla de zanahoria sigue en su mano.
Se tira hacia atrás y se golpea la nuca contra la isla. Alargo el brazo para
amortiguar su caída, pero ella me aparta con las manos. Mi mayor temor se ha hecho
realidad. Mi polla le da asco.
—¡Jesucristo! —chilla—. ¿Qué es eso?
—Una zanahoria —susurro.
—Sé que es una puta zanahoria, Frisky, pero ¿por qué...? —Sacude la cabeza—.
¿Por qué sigue pegada a tu forma humana?
—No lo sé. Simplemente lo está. —Me cubro la entrepierna con las manos—. Por
eso no quería enseñártela.
Se frota la nuca.
—Lo has entendido mal. No tienes por qué avergonzarte. ¿Crees que me importa
que tengas una zanahoria por polla? Me follo verduras más que pollas de verdad.
—¿Pollas de verdad?
—Sabes a lo que me refiero. No digo que tu polla no sea real. Es sólo... diferente.
—Sus ojos curiosos se dirigen a los míos—. ¿Y funciona?
—Hasta donde yo sé. Pero…
—¡Pero nada! ¡Tienes la polla de mis sueños pegada a ti! Es como si hubiera creado
a mi hombre perfecto. Fuerte, sexy, cincelado, pero con una polla de zanahoria.
—Princesa de las nieves —susurro—, me preocupa que follarte lo cambie todo.
—Por supuesto que cambiará todo. No puedo ser la misma persona después de
que me folle el muñeco de nieve que construí.
Me arrastra hacia el dormitorio con la fuerza de un ejército y no puedo detenerla.
Cuando llega a la cama, me arroja sobre el colchón con un brillo salvaje en los ojos.
Oh, Dios, está sucediendo.
Por fin podré disfrutar de mi princesa de las nieves. En lugar de quedarme sentado
mientras su cuerpo trabaja con el mío, puedo explorar su cuerpo con mis manos.
Puedo empujarme dentro de ella y follarla como se merece.
Se sienta a horcajadas sobre mi regazo, su mano roza la longitud de mi polla. Mirar
hacia abajo mientras me toca es un lujo que no tuve como muñeco de nieve, y ahora
lo aprovecho al máximo. Mete mi polla de zanahoria dentro de ella y su calor me
envuelve. Su estrechez me aprieta. Y ella tenía razón. Ya nada será igual.
—Joder —gruño.
La agarro por las caderas para evitar que se mueva sobre mi regazo. Apenas puedo
soportar estar dentro de ella. La anticipación unida a su calor húmedo es mejor de
lo que esperaba, y me preocupa correrme antes de poder complacerla.
—Me siento tan bien. —Succiono aire entre los dientes mientras ella palpita a mi
alrededor—. Demasiado bien.
La saco de mi polla y me corro. La vergüenza me sonroja la cara y el pecho
mientras la sujeto por encima de mi polla, derramando mi placer sobre mi regazo.
—¡Jesucristo, Frisky! ¿Eso es... menta? —Sus ojos se entrecierran un momento—.
¡Eso es lo que había en mi sábana esa mañana! Maldito muñeco de nieve —dice
riendo.
Agradezco que no me avergüence por mi excitación prematura.
Desciende por mi cuerpo y rodea mi polla con la boca. Su lengua se desliza por la
punta y el tronco, y luego recorre mi abdomen mientras limpia todo rastro de semen
de mi piel.
—Sí, es menta —dice mientras se lame los labios—. Nunca tendrás que
preocuparte de que escupa.
Tiene un aspecto tan sucio que me muero de ganas de llenarla más. La atraigo
hacia mí y la beso. Quiero ser feliz en este momento. Debería serlo. Pero me asalta
una pregunta.
¿Qué pasará cuando se derrita la nieve?
nredada en sus brazos, mi piel permanece eternamente hormigueando,
pero Frisky no soporta las temperaturas normales. Incluso con mi
termostato a cincuenta grados, su cuerpo desprende mucho calor. Me
siento como si estuviera tumbada junto a un horno.
Mi mirada vuelve una y otra vez a su enorme polla apoyada en el bajo vientre. Mi
forma favorita. Mi vegetal preferido para follarme. Ojalá hubiera podido
experimentar más. Pero lo espero. No estoy nada decepcionada. Si acaso, me halaga
que no pudiera controlarse cuando estaba dentro de mí. En cuanto vuelva a estar
duro, lo cabalgaré hasta el próximo invierno.
Me inclino hacia él y lo beso, y los recuerdos de lamer su boca de carbón inundan
mi mente. Ahora sus labios son mucho más besables. Se extienden sobre los míos y
su lengua penetra en mi boca. Gimo contra él. Al igual que su polla, su cuerpo y todo
lo demás que le rodea, este beso parece hecho para mí.
—¿Jugarías con alguien más? —Le pregunto.
—Nunca, princesa de las nieves. Soy tuyo y sólo tuyo para que me uses.
Dios, qué palabras. ¿Qué suerte tengo de tener al hombre de mis sueños
obsesionado con mi placer? Es un maldito milagro de Navidad.
—Ahora vuelvo —susurra, dándome un beso mientras se desliza fuera de la cama.
Unos instantes después, vuelve con otra zanahoria en la mano.
—¿Qué piensas hacer con eso? —le pregunto mientras me siento sobre los codos.
—Prefiero enseñártelo —dice.
—Hazlo, por favor.
Sonríe y me tira de los muslos hasta el borde de la cama. Miro por encima del
hombro cómo se lleva la zanahoria a la boca y la chupa antes de levantarme las
caderas. No tengo ni idea de lo que planea hacer, pero estoy aquí para ello.
Me pasa la zanahoria por la raja húmeda antes de clavarme la punta fina contra el
culo. Ahora sé lo que quiere hacer, y sigo dispuesta.
Me la mete dentro, estirándome suavemente. Jadeo cuando la retira y vuelve a
introducirla. La textura y las crestas naturales chocan con los nervios sensibles,
llenándome de placer. Apoya la polla en mi raja mientras se endurece. Me muerdo
el labio cuando echa las caderas hacia atrás y empuja la punta dentro de mí. Grito,
tan llena por las dos verduras.
—Frisky —jadeo.
—¿Te gusta, mi princesa de las nieves? ¿Te gusta tener dos pollas de zanahoria
dentro de ti?
—Me encanta.
Deja de mover la zanahoria en mi culo mientras aumenta el ritmo en mi coño. Sus
caderas golpean más fuerte y rápido. El sudor se desliza por su cuerpo debido al
calor de la casa y al fuego entre mis piernas.
—Ponme boca arriba —gimo.
Sin quitarme nada del cuerpo, me levanta y me da la vuelta. Levanto las caderas
y cambio el ángulo mientras vuelve a bombear dentro de mí, con la zanahoria aún
llenándome el culo. Me agarro a las sábanas mientras me folla. Estoy tan llena. He
muerto y he ido al cielo, con todas mis fantasías cumplidas, incluidas las que no sabía
que tenía.
Frisky se inclina y se lleva el pezón a la boca, chupando y lamiendo hasta que veo
las estrellas. Su mano cae entre nosotros y me frota el clítoris. Realmente quiere
sacarme una más, y yo se lo permito encantada. Es increíblemente fácil para él
llevarme al límite con el perfecto giro de sus dedos sobre mi clítoris.
Me corro y él gruñe mientras me aprieto a su alrededor.
—Joder, estar dentro de ti cuando te corres es increíble, pero verte así es
indescriptible. La forma en que te retuerces y te doblas de placer. La forma en que
separas los labios mientras gritas. Me hace sentir tan jodidamente cerca. Quiero
llenarte con mi semen. Quiero verlo gotear de ti. Mis traviesos principitos de nieve.
—Dame tu semen —gimo—. Por favor, lléname, Frisky.
Mientras un gemido rabioso escapa de sus labios, lo hace. El calor brota dentro de
mí, palpitando con cada latido de su corazón. Y sigue llegando. Siento que me lleno
y el calor me gotea por el culo cuando ya no puedo aguantar más. Sus gemidos
disminuyen y sé que se ha vaciado completamente dentro de mí.
Sus manos se enganchan detrás de mis rodillas, me levanta las piernas y me
separa.
—Enséñamelo —me ordena.
Cuando sale de mí, el aire perfumado de menta corre hacia mí.
—Déjame probarlo —le digo.
Se inclina, bebe un poco de semen, me separa los labios con una mano y me lo
escupe en la lengua. Me deleito con la cálida mezcla de menta y mi excitación.
Sus dedos vuelven a calentarme y me introduce su semen hasta el fondo. Vuelve
a acercar su boca a mí, absorbe más semen y lo escupe en mi coño antes de volver a
meterme los dedos.
Ahora se me ocurre una idea. Me siento sobre los codos y él levanta los ojos hacia
los míos.
—Necesito una ducha. Y quiero que me acompañes.
e arrastra hasta el cuarto de baño, cierra la puerta, gira un pomo y sale
agua por un surtidor. Cuando se vuelve hacia mí, su mirada se dirige a mi
sombrero.
—¿Qué crees que pasará si te quitamos el sombrero ahora?
Sonrío.
—Tu coño es mágico, princesa de las nieves, pero no creo que contenga esa clase
de magia. No me convirtamos en un muñeco de nieve gigante en este pequeño cuarto
de baño.
—Me parece bien —dice mientras aparta la cortina de la ducha y se sube por el
borde de la bañera.
El vapor llega hasta el techo y el sudor se acumula en mi frente. Incapaz de respirar
en este espacio cálido, abro la puerta y dejo que el aire fresco entre en el cuarto de
baño.
—¿No vas a entrar? —me dice.
Miro su dulce rostro que asoma por el lateral de la cortina. Quiere que me meta
en la ducha con ella, pero no sé si podré soportar el calor. Ya me estoy derritiendo.
Pero haría cualquier cosa por ella.
Aprieto los dientes y me meto en el chorro infernal. Su cuerpo desnudo es un buen
premio de consolación para las quemaduras de tercer grado, así que lo tolero todo
lo que puedo. Lo que no resulta ser mucho tiempo. Alargo la mano detrás de ella y
pongo la ducha a una temperatura más fría.
Me asalta la duda. Ella necesita calor, aunque a veces le guste el frío, pero yo
necesito frío todo el tiempo, incluso cuando estoy en mi forma humana. ¿Cómo
puede funcionar esto?
Cuando el agua corre más fría, la piel se le pone de gallina. Sus dientes empiezan
a castañear y sus manos se frotan los brazos. Mi trabajo es darle placer, no hacerla
desgraciada. Tengo que hacer algo para que vuelva a sentirse bien. Y rápido.
Agarro la alcachofa de la ducha, la levanto de su soporte y la meto entre sus
piernas. Pongo el agua completamente fría y ella gime y se estampa contra la pared
mientras intenta escapar del chorro.
—¿No te gusta el frío? —susurro contra su boca mientras la beso.
—Me encanta el frío, pero a veces también es agradable un poco de calor.
La escucho y vuelvo a subir la temperatura. Ahora que la corriente no me abrasa
la piel, quizá pueda tolerar este calor. Sus gemidos se convierten en suaves quejidos
y sé que he tomado la decisión correcta. Mueve las caderas contra el chorro
concentrado de agua y de su boca salen más sonidos suaves. Juego con la
temperatura, haciendo que el agua vuelva a estar fría, luego templada, luego caliente
y, por último, fría de nuevo. Sus uñas se hunden en mis hombros con cada cambio.
—¿Te gusta, princesa de las nieves?
—No creo que pueda volver a correrme físicamente, Frisky.
—Siempre puedes correrte una vez más por mí —le digo, inclinándome hacia ella
y ejerciendo presión sobre el cabezal de la ducha—. Tendrás que acostumbrarte a
correrte a mi alrededor. Vivo para complacerte. Existo para excitarte.
—Eres mi muñeco de nieve. El puto y sucio muñeco de nieve que he creado —dice
entre gemidos—. ¿Cómo es posible?
Echa la cabeza hacia atrás y sus músculos se tensan a medida que el placer crece
en su interior, y cada descarga de éxtasis me llega directamente a la entrepierna. Sé
cuándo se acerca. Lo siento en mi cuerpo.
Sus muslos empiezan a temblar y me agarra con fuerza por los brazos.
—Me corro —grita.
La ayudo a superar el orgasmo, sosteniéndola mientras sus músculos se contraen
y se relajan. Cuando ha superado la última oleada, vuelvo a colocar el cabezal de la
ducha y empiezo a lavarle el cabello y el cuerpo. Me mira a los ojos y se pone jabón
en las manos. Las frota para enjabonarse y empieza a bañarme. La intimidad de este
acto es casi tan intensa como el sexo. Es algo tan humano. Tan normal.
Y me encanta.
¿Puedo volver a ser un muñeco de nieve después de experimentar esto con ella?
No me imagino pasando los días solo, lejos de la mujer que adoro. Si soy sincero, la
mujer que amo.
Pero haré lo que la haga feliz. Si eso significa que tengo que volver a la nieve, que
así sea. La amaré desde lejos, aunque me derrita.
Salimos de la ducha y casi sudo mientras espero a que se vista. Mientras se seca el
cabello con la toalla, me dirijo a la puerta principal, la abro de un golpe y baño mi
piel en el aire gélido. No sé cómo voy a hacer que funcione esta diferencia de
temperatura, pero lo averiguaré. Tengo que hacerlo.
Mi princesa de las nieves se envuelve en su bata y entra en la puerta.
—¿Por qué estás fuera?
—Tengo un poco de calor ahí dentro. No sé por qué me afecta tanto la
temperatura.
Sus ojos recorren mi cabeza.
—¿Tal vez sea el sombrero?
—El gorro no me da tanto calor. Además, si me lo quito, volveré a ser un muñeco
de nieve.
—¿Y? Pruébalo.
—No, gracias.
—¿Por mí? —dice con un mohín en el labio.
Oh, sí, haré cualquier cosa por ella si me lo pide así.
Agarro la gorra y cierro los ojos mientras me lo quito de la cabeza. Espero. Y
espero. Pero no me convierto en un muñeco de nieve. De hecho, siento frío en los
pies descalzos, una sensación terrible. Corro hacia Holly y la cojo en brazos.
—¡Tengo frío!— Grito antes de besarla—. ¡Y soy humano!
—Eres humano —dice ella. Me sonríe, pero una pizca de tristeza persiste en sus
ojos. Su angustia me produce un dolor físico en el corazón. Nunca he querido
decepcionarla.
—Encontraré la forma de devolverte el frío, princesa de las nieves. Te lo prometo.
ae una copiosa nevada mientras miro por la ventana. Grandes y
esponjosos copos caen del cielo y se unen al creciente manto que cubre mi
jardín. Ya ha nevado casi medio metro y se espera que nieve más durante
la noche.
—Princesa de las nieves —dice.
Su erección me aprieta la parte baja de la espalda y no puedo evitar preguntarme
si se acuerda de cuando estuvimos en la nieve el año pasado. Cómo empezamos.
Nuestro tiempo juntos desde el invierno pasado ha sido interesante. Ha tenido
que aprender cosas que me ha encantado enseñarle, y hemos vivido muchas
experiencias nuevas. Incluso le puse un nombre nuevo, Dominick, porque era
demasiado incómodo llamarle Frisky en público.
Una cosa que nunca tuvo que aprender fue a complacerme. Es increíble en eso, y
no ha dejado de ser su única misión en la vida. Estar con él me ha cambiado como
persona.
Una sonrisa se dibuja en su rostro.
—Vamos fuera.
Mis ojos se iluminan mientras metemos los pies en las botas. Nos vestimos con
chaquetas de abrigo y salimos al mundo invernal. Frisky se siente como en casa con
esta temprana nevada, y siempre ha sido mi evento favorito del año. Me arrodillo en
el patio y me tumbo sobre un manto blanco. Un frío glacial me abraza el cuerpo.
Frisky me lanza el gorro y yo me lo pongo en la cabeza. Enrosca su viejo gorro en
el dedo extendido y sonríe.
—¿Lo intentamos? —pregunta.
Dios, sí, por favor.
—Claro —le digo—. Pero pase lo que pase, te quiero por lo que eres.
No es un tópico vacío. Le querré aunque ya no pueda convertirse en muñeco de
nieve.
Se coloca el gorro en la cabeza y esperamos. Cierra los ojos y mueve los pies. Yo
cierro los míos para parpadear y, cuando vuelvo a abrirlos, tengo ante mí a un
muñeco de nieve con su monstruosa polla de zanahoria.
Se me hace la boca agua mientras me siento de rodillas. Nunca he deseado nada
más. Frisky en forma humana es increíble, pero hay algo especial en sentarse a
horcajadas sobre un gran cuerpo de bola de nieve. Algo sobre follarme egoístamente
a mí misma con un objeto inanimado. Pero Frisky no es inanimado, y eso es lo que
hace esto aún mejor. Sentirá todo y anhelará tocarme cuando no pueda. Como
cuando me tenía atada, esta vez se sentirá indefenso.
He tenido tanta suerte de que mi perversión cobrara vida así, de que me mimaran
con orgasmos y, sin embargo, sigo deseando follarme a mi muñeco de nieve. Frisky
ha encontrado la forma de hacerlo realidad.
Me bajo el chándal y vuelvo a acercarme a su frío cuerpo. Mientras la zanahoria
helada presiona contra mi calor, sonrío.
—Feliz Navidad, Frisky.
Gracias a mis lectores por insistirme en que quería un cuento de Navidad de
Lauren Biel. ¿Os sorprende que haya acabado así?
A mis chicas VIP (Lori, Kimberly, Jessie, Nikita, Lexi, Grace), ¡sé que están
entusiasmadas con esta historia! Mi amor por ustedes es infinito.
Un enorme agradecimiento a mi marido, que insistió en que Frisky mantuviera su
gigantesca polla de zanahoria cuando cambió a su forma humana. (La cantidad de
veces que he dicho las palabras «polla de zanahoria» en la última semana debería
ser ilegal).
Gracias a mi editora, Brooke, por alentar siempre mis rarezas.
Gracias a mis valiosos mecenas. Su contribución ha hecho posible este libro.
Lori (¡Un abrazo especial, amiga! ), Michelle M, Tabitha F, Jessie S, Lindsey S, Erika
M, Laura T, Kayla W, Jennifer S, Nicole M, Eugenia M, Nineette W, Kimberly B,
Jessica C, BoneDaddyAshe, Diana W, Ashley T, Kimberly S, Sammie Rae, Sarah, Kay
S, Allison B, Andrea J, Bethany R, Chelle, Gabby S, Hollie P, Jennifer H, Jessica G,
Juli D, Samantha R, Sara S, XynideSuicide, @bethbetweenthepages, Sharee S,
Samantha W, Lourdes G, Kelli T, Kayla M, Victoria R, Shelby F, Lauren P, Mackenzie
H, Tiannah B, Wombles, Kristiana B, Vero A, Amanda Kay A.

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