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1. Introducción
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En la sociedad del conocimiento las estructuras y los procesos de la reproducción material y simbólica de la sociedad
están tan impregnados de operaciones de conocimiento que el tratamiento de información, el análisis simbólico y los
sistemas expertos cobran primacía frente a otros factores de reproducción como capital y trabajo. No son simplemente
sociedades con más expertos, más infraestructuras y estructuras tecnológicas de información sino que la validez del
concepto depende de la verificación de que la producción, la distribución y la reproducción del conocimiento han
cobrado una importancia dominante frente a los otros factores de la reproducción social.
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La Sociología del Trabajo ha reforzado, en las últimas dos décadas, la reflexión en torno a las
consecuencias del creciente lugar que el conocimiento ocupa en el proceso productivo, en
articulación con los procesos de globalización e integración, dadas las estrategias de
reestructuración implementadas dentro del sistema capitalista en el ámbito mundial, buscando una
salida a la profunda crisis iniciada en los años sesenta y setenta, la cual se agudizó en la década
siguiente para llegar a ser una crisis estructural que afecta no sólo a sus aspectos económicos sino
también a los políticos e ideológicos (Bialakowsky y Hermo, 2015).
Por otra parte, los cambios acaecidos en la organización del trabajo, en las relaciones entre trabajo y
capital, así como la relación entre la reestructuración del ámbito productivo y los efectos de
subjetivación que de todos estos fenómenos devienen (el paso de la fábrica fordista a una empresa
cuyos trabajadores son recursos humanos, introducidos integralmente en el proceso de
maximización del beneficio) constituyen profundas transformaciones de los mecanismos de
construcción de subjetividad y de poder (Boltanski y Chiapello, 1999; Marazzi, 2003; Marzano,
2008; Sennett, 2000). Los dispositivos contemporáneos de poder explotan y gestionan procesos
subjetivos, fundamentalmente en la configuración del sujeto consumidor (el núcleo duro de la figura
del ciudadano) y en la del sujeto empleado o empleable.
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Manuel Castels define una era de la información para describir el nuevo tipo de sociedad “redes informáticas
interactivas” (Castels, 1997) que se extiende a lo largo del planeta desde fines del siglo XX. Peter Drucker acuña la
expresión sociedad del conocimiento (Drucker, 1993) para describir un nuevo tipo de organización social que requiere
una rápida adaptación espacial y temporal a los cambios tecnológicos y organizativos - la llamada “nueva economía” -
que “estallan” en la década de 1990. Este tipo de sociedad está caracterizada por una estructura económica y social, en
la que el conocimiento ha substituido al trabajo, a las materias primas y al capital como fuente más importante dela
productividad, crecimiento y desigualdades sociales. Bell (2001) refiere a la sociedad postindustrial, concepto con el
cual expresó la transición de una economía que produce productos a una economía basada en servicios y cuya
estructura profesional está marcada por la preferencia a una clase de profesionales técnicamente cualificados. El
conocimiento teórico se ha convertido, según este enfoque, en la fuente principal de innovación y el punto de partida de
los programas políticos y sociales. Este tipo de sociedad está orientada hacia el progreso tecnológico y la evaluación de
la tecnología y se caracteriza por la creación de una nueva tecnología intelectual como base de los procesos de decisión.
Así por ejemplo, como señala Foucault, hacia la mitad del siglo XX se dibuja una nueva
gubernamentalidad a partir de la definición del “homo economicus” como un “empresario de sí”
(Foucault, 1998, 2004, 2007), la gubernamentalidad contemporánea amplía el espacio
instrumentalizado e incitado de la subjetividad a la dimensión afectiva del capital humano. En otras
palabras, si en la sociedad industrial estaba en juego en primer lugar la extracción de fuerzas físicas
de los obreros, en la actualidad se ha ampliado hacia la dimensión cognitiva, actitudinal pero
también emocional. La consideración de los individuos como capital implica una particularidad en
esta noción. Este no es un capital como los demás; la aptitud de trabajar, la idoneidad, el poder
hacer algo como elementos definitorios de ese capital implican que “…es el propio trabajador el
que aparece como si fuera una empresa para sí mismo” (Foucault, 2007: 264). Por tanto, es ese
poder hacer y esa dimensión agente del individuo la que tiene que ser modelizada y funcionar de
maneras específicas. No es reprimida, suprimida: es esperada, espoleada, alentada. Los mecanismos
disciplinarios, que sin duda no han desaparecido, se complejizan en las sociedades contemporáneas
del conocimiento, en las cuales las nuevas formas de trabajo contemplan el conjunto de las
actividades intelectuales, comunicativas, relacionales, afectivas, etc.; que exigen la aplicación de
capacidades cognitivo-emocionales, la iniciativa y la invención de los trabajadores, dimensiones no
utilizadas hasta hace unas décadas por los niveles operativos y administrativos de las empresas. De
ahí que el gobierno de la vida en la actualidad permee y opere intensivamente en los procesos de
constitución subjetiva.
La categoría de trabajo inmaterial planteada por Hardt y Negri (2002) y Virno (2003)-entre los
autores más destacados que la han puesto en debate- resulta apropiada para describir esa nueva
realidad en la que la nos encontramos con que el trabajo se presenta cada vez más como una "una
fuerza laboral intelectual, inmaterial y comunicativa " (Virno, 2003:57) así como también la
existencia de "…tres aspectos primarios del trabajo inmaterial…: la labor comunicativa de la
producción industrial [vinculada por redes informáticas], la labor interactiva de los análisis
simbólicos y la resolución de problemas y la labor de la producción y manipulación de los afectos"
(Hardt y Negri, 2002: 91).
Estas mutaciones, no obstante, no se producen de forma aislada sino en compleja articulación con
un cambio cualitativo sustancial a nivel global, tanto en la producción como en lo social mismo, que
supone una decisiva transformación de la industria y el modelo fabril clásico, con un crecimiento
cada vez mayor del sector de servicios, tanto en términos relativos como absolutos, y que redefine
el carácter de los mismos a partir de este trabajo inmaterial y del ritmo de la informatización de
procesos, para luego redefinir también la misma producción industrial clásica.
El concepto de la ‘sociedad del conocimiento’ llama la atención sobre el hecho de que los procesos
socio-económicos cobran una nueva calidad porque el conocimiento se convierte en el factor de
producción más importante. Consecuentemente, la nueva revolución tecnológica posibilita el
surgimiento de una nueva fuerza productiva, al estrechar el vínculo entre ciencia y conocimiento
con la producción y los servicios sociales, básicamente mediante dos procesos: a) el incremento en
la capacidad de procesamiento de información y la producción de ciencia y conocimiento en forma
directamente accesible y aplicable a la producción, que resultan, respectivamente, del desarrollo del
microprocesador y del software, en tanto que conocimiento codificado; y b) el incremento
dramático en la velocidad y la escala de acceso y difusión del conocimiento y la información,
resultado de la confluencia de la informática y las telecomunicaciones y del desarrollo de éstas.
“En este marco podemos conceptualizar las diversas tecnologías de gestión implementadas por el
capital: la externalización o tercerización productiva (outsourcing), de la mano de la
subcontratación, aparece como el rasgo distintivo de la acumulación flexible” (Hermo y Wydler,
2006:40).
En el centro de la escena queda instalado, y va a ir cobrando cada vez más desarrollo, el fenómeno
de "concentración sin centralización" (Klein, 2003) en la cual los complejos acuerdos de
subcontratación actuales configuran una intrincada red de islotes productivos ("desagregación
vertical"). Éstos sin embargo lejos están de dar paso a la desconcentración del poder: son
absolutamente dependientes de poderosas organizaciones financieras y comercializadoras.
Paralelamente y bajo la nueva fase líquida, 3 el rasgo predominante lo constituye la inclusión de los
diferentes sistemas de trabajo (domiciliario, a destajo, esclavista, taylorista, fordista, etc.) en la
"cadena de valorización" del capital. 4
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Bauman (2003) ha caracterizado como un “tiempo líquido” a la fase tardía de la modernidad, dando cuenta que
estamos asistiendo al tránsito de una modernidad “sólida” - estable, repetitiva – a una “líquida”- flexible, voluble-.
Describe a la “modernidad líquida” como una figura de cambio y de transitoriedad. A través de la metáfora de la
liquidez nos encontramos en presencia de una fase actual de la modernidad caracterizada por la incertidumbre frente a
las transformaciones constantes a las que están expuestos los sujetos en todos los ámbitos en que están inmersos y el
trabajo es uno de ellos: la renuncia a la planificación de largo plazo y el olvido y desarraigo afectivo que se presentan
como condición de éxito. En la misma línea, el acento se pone en el término “flexibilidad”, alude Sennet (2000) cuando
señala que a los trabajadores se les exige hoy un comportamiento ágil, que estén abiertos al cambio, que asuman un
riesgo tras otro dependiendo cada vez menos de reglamentos y procedimientos formales. La flexibilidad provoca
ansiedad, incertidumbre tal, ya que la gente no sabe que le reportaran los riesgos asumidos ni qué caminos seguir.
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La "subcontratación organizada", la proliferación del trabajo a destajo en las "ciudades globales" y el crecimiento de la
"economía informal" desde fines de los ´70, no ha hecho más que expandirse, sea de la mano de las estrategias de
supervivencia de los excluidos por la "desocupación estructural" o de los inmigrantes que intentan ingresar al sistema.
Si este esquema se traslada a la reconfiguración de la cadena de valorización del capital a nivel global, vemos cómo
El declive relativo del capital industrial tras la crisis de los setenta aceleró las transformaciones que
derivaron en los cambios ya mencionados pero generó a su vez nuevos desarrollos que merecen
especial atención para comprender el avance de la nueva lógica de valorización de capital basada en
la apropiación de rentas financieras y tecnológicas más que de ganancias industriales en el sentido
tradicional del término. Esto no significa un retroceso de poder de los grupos industriales sino una
transformación en su lógica de funcionamiento que nos conduce a sus estrategias de
subcontratación, que por otro lado se van a hacer presentes en todas las fracciones del capital y en
todas las actividades económicas, relevantes o no, de la economía formal e informal, combinándose
de formas cada vez más sofisticadas e involucrando proceso de trabajo de todo tipo, desde los más
complejos hasta los más precarios.
Siguiendo los planteos de Sassen (1999), los servicios especializados a la producción requeridos por
las empresas industriales permitieron a su vez impulsar la producción deliberada de estas
actividades y las empresas de auditoría, consultoría, contabilidad, asesoramiento legal y gestión
corporativa comienzan a concentrar la realización de estas funciones para las empresas de tamaño
medio y grande de todos los sectores. De esta manera, fueron surgiendo empresas cuya actividad
principal consiste en proveer servicios especializados en principio a grandes grupos industriales
pero luego a empresas de todos los sectores, para lo cual despliegan a su vez estrategias de
subcontratación laboral sumamente variadas en función del tipo de servicio y de cliente al que
deban satisfacer. 5
procesos productivos de lo más variados son subsumidos bajo el imperio del capital: evidentemente, se alcanzan niveles
de precarización inusitados.
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Es decir, a partir de una transformación en las funciones de la empresa industrial fordista se generaliza el outsourcing
o externalización de sus funciones en otras firmas “formalmente” independientes pero realmente subordinadas. A su vez
estas empresas se comportan frente a esta como proveedora principal de servicios, incluso pueden contar con personal
estable para ello, pero echan mano a la subcontratación laboral para atender demandas específicas del cliente principal o
para ofrecer servicios a otras
Respecto de los cambios productivos que se inician en la década de los 80, Saskia Sassen evita caer
en las teorías de la desindustrialización tan cercanas a los enfoques de la sociedad post-industrial.
Inversamente, destaca la existencia de un proceso de descentralización de la industria: “…la
descentralización de la industria está constituida en términos técnicos y sociales. Diferentes tipos
de proceso han alimentado esta descentralización. Por un lado, el desmantelamiento de los viejos
centros industriales en países altamente desarrollados, con su componente laboral fuertemente
organizado, fue un intento por desmantelar la relación capital-trabajo en base a la cual la
producción había estado organizada, a menudo referida como fordismo. Por otro lado, la
descentralización de la producción en las industrias de alta tecnología fue el resultado de la
producción de nuevas tecnologías diseñadas para separar las tareas rutinarias de bajos salarios de
las tareas que requieren alta cualificación y maximizar así las opciones locacionales. Ambos
procesos implican, sin embargo, una organización de la relación capital-trabajo que tiende a
maximizar la efectividad de los mecanismos que otorgan poder al trabajo frente al capital. De esta
forma, el termino diversificación, aun cuando resulta sugestivo del aspecto geográfico, involucra
sin duda una compleja reorganización política y técnica de la producción.” (Sassen, 1999: 51)
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“Una proposición que derivo de este cruce de variables es que la complejidad organizacional es una condición clave
para que una empresa o un mercado maximice los beneficios que se pueden derivar de las nuevas tecnologías de la
información. No es suficiente con tener la infraestructura. También se necesita un amplio conjunto de recursos:
materiales, estratégicos y humanos, por un lado; y redes sociales que maximicen la conectividad, por el otro. Esto
representa un nuevo tipo de economía urbana por cuanto gran parte del valor añadido de estas tecnologías para
empresas de servicios y mercados avanzados depende de condiciones externas a sí mismos y a la tecnología
propiamente dicha.” (Sassen, 2013: 29)
Estos servicios a la producción se aglomeran en los lugres centrales y forman un entramado que da
forma a lo que Sassen denomina “ciudad global”. La dispersión espacial de la producción fue
posible por las nuevas tecnologías, que facilitaron a su vez la existencia de nodos centralizados de
servicios par a la gestión y regulación de una nueva economía espacial. La movilidad del capital no
refiere solamente a la dimensión espacial sino que se corresponde con un aumento de la capacidad
de mantener el control sobre una producción crecientemente descentralizada, que no sería posible
sin las nuevas tecnologías de la información y comunicación.
El fenómeno de la globalización es el telón de fondo sobre el que discurren las tendencias más
emblemáticas de la reestructuración productiva contemporánea, como es el caso de la
deslocalización internacional. Este fenómeno se caracteriza por la expansión y la profundización de
la producción y de la competencia global sin trabas y ha sido motorizada, -por destacar algunos de
sus factores más potentes y novedosos-, por el desarrollo de las tecnologías de la información y la
comunicación – en particular las redes digitales- por la reducción de los costos del transporte y por
la liberalización del comercio y la inversión extranjera directa; todo lo cual ha brindado condiciones
inusitadas para comprimir el tiempo y el espacio y ampliar los márgenes del beneficio. 7
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I. Wallerstein (1979) propone la noción mucho más amplia y compleja de “Sistema Economía-mundo”. Tal sistema,
de dimensiones cambiantes y límites fluidos, implica una división extensiva del trabajo de naturaleza geográfica (no
exactamente ‘internacional’) que permite identificar, además de Estados del centro, áreas periféricas pero también
semiperiféricas y lo que llama la “arena externa” al sistema. En una perspectiva histórica de larga duración, Wallerstein
considera que un sistema mundial –que no siempre cubre todo el planeta– puede asumir dos formas: la del Imperio, que
implica un sistema político único, y la del sistema Economía-mundo, típica del capitalismo en sus 500 años de
existencia. Subraya así el carácter complejo y dinámico del sistema, de modo que resulta posible entender, en un
ejercicio de periodización (desde el siglo XV), transformaciones sustanciales de la jerarquía entre sus diferentes
componentes. Regiones que han sido periferia pueden convertirse en semiperiferia, y algunas de ésta en periféricas. El
propio centro puede desplazarse, incluso creando nuevas semiperiferias, lo cual sugiere como problema histórico la
definición de la hegemonía en cada época. Para ello, ofrece un enfoque que incluye como factores esenciales los
sociales y políticos, con lo cual la división del trabajo y su modificación dejan de ser un asunto del mercado.
La valoración del conocimiento como nueva contratendencia a la caída tendencial de la tasa de
ganancia constituye el fundamento de una nueva división del trabajo, puesto que ese proceso,
considerado en el ámbito de la cadena de valor, supone que las empresas con mayor contenido en
conocimiento serán las que se beneficien en mayor medida de la nueva posibilidad de contrarrestar
dicha tendencia
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“El centro del debate internacional en materia de relaciones triangulares se ha producido en torno a la regulación de
los procesos de externalización, en virtud del lugar privilegiado que éstos ocupan dentro de las nuevas estrategias
empresariales, por una parte, y de sus efectos perversos sobre las condiciones de trabajo, por la otra. Las razones que
se esgrimen para entregar parte del proceso productivo a un tercero son las mismas en todas partes: necesidad de
racionalizar la producción, disminuir costos laborales, uso más eficiente de los recursos, adaptarse a las fluctuaciones
del mercado mundial, aprovechar capacidades externas a la empresa. Las reformas flexibilizadoras del siglo XX fueron
promovidas bajo el argumento de mejorar la capacidad de respuesta de los aparatos industriales, a objeto de
insertarlos eficientemente en la economía mundial, y de promover la creación de empleo en el sector formal de la
economía. No obstante, los estudios sobre productividad, eficiencia y calidad de la producción muestran que estas
siguen siendo tareas pendientes para la mayoría de las empresas de la región. Pocos éxitos se han obtenido en tales
metas y se puede sostener que la “inversión” en flexibilización ha superado con creces los retornos en empleos y en
productividad. El empleo sigue siendo generado principalmente por el sector informal y la eficiencia y la productividad
muestra un largo trecho por recorrer para alcanzar niveles mínimamente aceptables. En América Latina para el
manejo de esta situación se adicionan tres graves problemas: el primero lo constituye las estructurales deficiencias de
sus aparatos productivos para generar empleo en el sector estructurado, que es donde puede aplicarse con mayor
facilidad la legislación laboral; el segundo, las reiteradas prácticas de incumplimiento de la legalidad por parte de los
patronos; y el tercero las dificultades de cobertura y los reiterados problemas de ineficiencia por parte de los sistemas
de seguridad social predominantes en la región.” ( Iranzo y Richter, 2012: 62)
estandarización de los conocimientos es un dato de los procesos productivos desde los inicios del
taylorismo, sin embargo estas operaciones se encuentran imposibilitadas de avanzar ante el
despliegue de ciertos saberes por parte de los trabajadores. Ocurre que estos límites aparecen en las
fases o segmentos conocimiento- intensivas de los productos o en actividades directamente
conocimiento-intensivas como lo son muchas de las dominantes en sectores como software,
biotecnología, nanotecnología La posibilidad de evaluar el alcance de la subcontratación corre en
paralelo con la factibilidad de la estandarización de los procesos laborales, ya que la posibilidad de
especificar tareas y tiempos -y a su vez la búsqueda de reducción de los mismos permiten que sean
alcanzados por fuerza de trabajo de menor calificación y por ende, de menores salarios a pagar por
el capital.
En relación con los efectos de las dinámicas de deslocalización sobre el empleo, resulta
incuestionable la tendencia hacia la amplitud y diversificación de los impactos concretos y directos
de las relocalizaciones sobre los puestos de trabajo. Sin embargo, no serían los efectos sobre los
niveles del empleo los más significativos, los mayores impactos parecen corresponderse con el
plano de las relaciones laborales y del trabajo concreto, a partir del sensible aumento de la
vulnerabilidad, del padecimiento y del sentimiento de inseguridad de los trabajadores que trae
aparejado este proceso.
Por todo lo expuesto hasta acá, las transformaciones que acarrea la “sociedad del conocimiento” y
sus correlatos en el nivel de la producción tanto de bienes como de servicios, no sólo afectan
directamente a los excluidos, sino también a quienes pueden ser incorporados en el nuevo modelo
de producción: los puestos estables menguan en número, generando “precarización” por la
incorporación de formas flexibles de contratación, y los pocos puestos estables que quedan suponen
la “utilización total de las personas”. Por sus características -alta ductilidad y adaptabilidad, manejo
y la aplicación creativa de grandes cantidades de información compleja- los trabajadores “clave”
requieren de un largo entrenamiento en la empresa ya que necesitan la experiencia en el propio
proceso de trabajo. Mientras que con la economía de producción en masa, el conocimiento se
acumularía en la forma de “copyright” y patentes, en la nueva economía, el crecimiento dependería
mucho más de la acumulación de experiencia de sus trabajadores, sobre quienes recae la
responsabilidad de renovar permanentemente los productos y los procesos de producción (Reich
1993). Esta transición a un régimen de acumulación flexible, en condiciones de postfordismo,
conllevaría un nuevo tipo de educación profesional, verdadera revolución si se acoge la tesis de que
no se trata de una simple superación del fordismo sino de una nueva etapa del capitalismo
(cognitivo) donde se destaca la primacía del trabajo inmaterial. Esta es la base de las nuevas
propuestas de educación, que engloban un replanteamiento de la formación profesional o formación
para el trabajo (Alaluf, 2005).
Ese trabajo cognitivo, demandado por las nuevas formas de valorización, además de ser diverso y
estratificado requiere tener ciertos rasgos. Debe permitir que se generen nuevos conocimientos
(reflexividad), desplegarse en términos de actividad relacional, o sea, no en tareas estandarizadas
bajo una cooperación muda, desarrollarse en una red de relaciones, y, en el interior de la red, la
coordinación ha de residir en la comunicación principalmente lingüística y simbólica, y no estar
determinada por el vínculo con el instrumento mecánico
De la misma manera que el capitalismo se articuló con una racionalidad de gobierno liberal que
configuraba derechos y libertades (limitados) al tiempo que se desarrollaban los dispositivos
disciplinarios que hicieron mutar los regímenes de poder de la modernidad, el capitalismo actual se
articula con una racionalidad neoliberal que, a grandes rasgos, ya no considera la naturalidad del
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A ella concurren en forma igualmente productiva todos los trabajos o, mejor, los ocupados y los desocupados desde el
punto de vista del empleo, o los remunerados en grados diversos y los no remunerados. De otra parte, asistimos a una
producción que compromete toda la vida social, que así como continúa produciendo alimentos, viviendas, vestidos,
mercado -como lugar de intercambio- el principal criterio de limitación de la práctica
gubernamental, tal como lo hiciera el liberalismo clásico, sino que tiene por finalidad programar,
informar, estructurar un sistema de competencia, una sociedad de empresa.
Foucault señala, precisamente, que el criterio que rige la racionalidad gubernamental neoliberal no
es ya el laissez-faire sino el establecimiento de una serie de mecanismos que garanticen la
competencia en el mercado de un conjunto de unidades-empresas: “[La] multiplicación de la forma
“empresa” dentro del cuerpo social constituye, creo, el objetivo de la política neoliberal. Se trata
de hacer del mercado, de la competencia, y por consiguiente de la empresa, lo que podríamos
llamar el poder informante de la sociedad” (Foucault, 2007:189). Esto entraña una serie de
consecuencias, entre las que nos interesa destacar las siguientes: por un lado, la emergencia de un
conjunto de nuevos dispositivos de poder, distintos de los disciplinarios, que pueden ser llamados
dispositivos de control (Deleuze, 1996).
Los mecanismos disciplinarios, que sin duda no han desaparecido, se complejizan en las sociedades
contemporáneas, en las cuales las nuevas formas de trabajo contemplan el conjunto de las
actividades intelectuales, comunicativas, relacionales, afectivas, etc.; exigen la aplicación de
capacidades cognitivo-emocionales, la iniciativa y la invención de los trabajadores, dimensiones no
utilizadas hasta hace unas décadas por los niveles operativos y administrativos de las empresas. De
ahí que el gobierno de la vida en la actualidad permee y opere intensivamente en los procesos de
constitución subjetiva.
electrodomésticos, etcétera, crea también ideas, imágenes, conocimientos, valores, formas de cooperación, relaciones
afectivas… Asistimos a una verdadera invasión por el capital de todos los espacios de la vida
El nuevo tipo de trabajo inmaterial-cognitivo deja en el centro, antes que la calificación, la
capacidad general asociativa y comunicativa de los seres humanos socialmente determinados y las
habilidades adquiridas en el mundo educativo: la capacidad de aprender y de aplicar conceptos. El
“capitalismo global flexible” actual ataca la rigidez de la rutina burocrática y exige a los nuevos
trabajadores comportamiento ágil, apertura al cambio, asunción de riesgos y labor de equipo,
aunque éste sea transitorio. Finalmente, nos dedicaremos a uno de los grandes impactos de la
globalización en términos de la subjetividad tanto individual como colectiva, en el sentido de
reforzamiento del valor de la ubicación geográfica laboral y del deseo de comunidad por las
incertidumbres de la flexibilidad, la ausencia de confianza y compromiso, la superficialidad del
trabajo en equipo y el fantasma de la inutilidad.
Si bien los aportes de los enfoques anteriores en términos de enlaces entre trabajo creativo (como
estrategias definidas y determinadas por la empresa) y acumulación del capital son sumamente
significativos en el plano de las nuevas modalidades de disciplinamiento de la fuerza de trabajo, sin
embargo no incorporan específicamente el análisis del sufrimiento laboral resultante de esos
procesos y sus vínculos con las prácticas empresariales de subjetivación y la aquiescencia
(sumisión,) o resistencia de las y los trabajadores.
6. A modo de conclusiones
Desde una perspectiva crítica, y en el marco de nuestra investigación en curso, nos hemos
propuesto, en este trabajo, reflexionar y debatir las diferentes posturas acerca de la subsunción del
intelecto colectivo a la fuerza del capital en la actual etapa, en tanto que proceso acumulativo a
partir de la noción de “sociedad del conocimiento” y de los nuevos fenómenos de reestructuración
productiva. Partimos así, como hipótesis central, del dilema crucial que enfrentaría la “economía
postfordista” dada la dimensión “inmaterial” de sus mercancías, clave de la rentabilidad en la
sociedad postindustrial. Esta esfera no es apropiable y mercantilizable per se; el “valor hora” de
trabajo es una abstracción sobre la fuerza de trabajo aplicada a un circuito productivo de
acumulación y producción de plus-valor, en un juego de relaciones sociales que establece un valor y
su forma de utilización. Consecuentemente, la economía del conocimiento se mantuvo implícita en
este proceso social de trabajo: ahora resulta exponencial en sus encadenamientos productivos.
En la fase fordista, los conocimientos asociados a los medios de producción, como diseños de
máquinas y tecnologías, se podían monopolizar; ya que eran inseparables del bien material que los
contenía. La innovación era un componente más del capital constante. En la fase postfordista, los
elementos inmateriales del proceso de trabajo, como instrumentos, se pueden desvincular de
cualquier objeto o persona que los contenga, ya que acceden a una existencia independiente de todo
uso particular y se convierten en susceptibles de ser reproducidos en cantidades ilimitadas por un
coste ínfimo, tras su traducción en programas. La digitalización hace posible su masificación
transformándolos en bienes abundantes, de disponibilidad ilimitada y común. Es por ello que, en
segundo lugar, nos detendremos en las características que, en este contexto de época, asume el
trabajo inmaterial y en especial en la situación de los trabajadores intelectuales o “del
conocimiento” destinados al mercado, quienes se encuentran frente a tres obstáculos epistémicos:
la concepción científica acerca del valor que se otorga a la selección y competencia intelectual
como factor progresivo; las limitaciones del mercado de empleo y la superpoblación calificada, y la
imposibilidad social de participar para otorgar colectivamente un nuevo sentido cognitivo al saber
científico-tecnológico.
De modo general, podemos observar que uno de los principales componentes de esta "sociedad del
conocimiento", está dado por la creciente importancia de las Tecnologías de Información y
Comunicación (TIC’s) en la producción y reproducción social y, por lo dicho, en el proceso de
expansión y acumulación del capital. En el centro de las TIC’s encontramos como motor la
velocidad del avance científico-tecnológico y de creación, procesamiento y difusión de la
información y el conocimiento. Como resultado de ello, podemos advertir la reformulación de
prácticas y procesos en las más diversas áreas, no sólo en los procesos de trabajo.
Al mismo tiempo, y asociada a las características de las nuevas formas y entramados productivos, la
temática de la flexibilidad laboral, ha sido presentada por las corrientes económicas neoliberales
ortodoxas, como una solución “automática” al problema del desempleo en particular y a las
distorsiones del mercado de trabajo en general. En los debates laborales, la problemática de la
flexibilización ha adquirido gran importancia en tanto que, desde el punto de vista organizacional,
en el marco de una nueva modalidad de organización flexible (Alaluf, 2005; Castillo, 2005; Neffa,
1999; Slaughter, 1998), las competencias profesionales constituyen las bases esenciales para el
trabajador/a, que debe adaptarse a este proceso de cambio constante.
Quedan al descubierto las incertidumbres, las sombras, y las paradojas de la sociedad del
conocimiento. El malestar asociado a las nuevas formas de gestión y de organización del trabajo
puede relacionarse con la fragilización subjetiva inducida por los modos de subjetivación donde
conocimiento, incertidumbre, fragilidad (Stehr, 2000) y padecimiento se imbrican en la constitución
de subjetividad A la incertidumbre, la pérdida de referentes o la “licuefacción” como rasgo
característico de las sociedades contemporáneas (Bauman, 2003; Beck, 2006), las tecnologías de
control y evaluación añaden la exigencia siempre creciente de rendimiento y éxito, de valorización
de sí, todo ello con la presión derivada de una lógica de la inmediatez desacorde, en general, con los
ritmos y temporalidades de los ciclos personales-profesionales (Aubert, 2004). Esta demanda
siempre renovada de rendimiento sigue una lógica meritocrática individualizada –por tanto
competitiva– que hiper-responsabiliza a los sujetos, incluso de factores o situaciones que exceden
totalmente a su control o a su voluntad. Las consecuencias de todo ello pueden ser un insidioso
sentimiento de insuficiencia, el aumento de síntomas como el cansancio, la ansiedad y la depresión,
la impotencia, la vergüenza o la culpa. Finalmente, C. Dejours (2006) señala además que en esta
lógica de gestión la subjetividad queda implicada en el registro ético: validación de la mentira,
negación del sufrimiento infligido a otros, servidumbre voluntaria, son algunas marcas de época.
Marcas que también dejan huella en los sujetos del trabajo, ya que no hay movilización subjetiva
sin referentes éticos, sin dinámica de reconocimiento y sin espacio de discusión y acción colectiva:
las consecuencias no pueden ser otras que el sufrimiento.
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