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VIII Congreso Latinoamericano de Estudios del Trabajo.

3 al 5 agosto de 2016. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Bs. As.


“La recuperación de la centralidad del trabajo en América Latina. Actores, perspectivas y desafíos”

Eje nº 8: Identidades, movilización de saberes y procesos de subjetivación en el trabajo


Grupo de trabajo N°: 8.28 Trabalhos imaterial-cognitivo e novas tecnologias: configurações
do trabalho e valorização do conhecimento no capitalismo contemporâneo
Coordinador@s: Dra. Maria Aparecida Bridi y Dr. Pablo Miguez

“Sociedad del conocimiento. Encadenamientos productivos, trabajadores intelectuales y


nuevas subjetividades”

Javier Pablo Hermo y Cecilia Lusnich


jphermo@gmail.com
ceciliamlusnich@gmail.com

Pertenencia institucional: Carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, e Instituto de


Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.

1. Introducción

El concepto de “sociedad del conocimiento” 1, equiparable al de “economía de la información” y


“sociedad red”, entre otros, intenta dar repuestas a las complejas conexiones entre el nuevo
paradigma tecnológico-productivo, las nuevas tecnologías (en especial las de la información), la
economía global y las pautas socioculturales de la sociedad postmoderna. Se trata de una nueva
estructura social dominante, un fenómeno global con amplias repercusiones para América Latina y
Argentina en particular, dadas las modificaciones de la base material de la sociedad expresadas en la
flexibilidad en la gestión, la descentralización e interconexión de las empresas, el creciente aumento
del poder del capital y, paralelamente, los procesos de híper-individualización y diversificación en
el trabajo.

1
En la sociedad del conocimiento las estructuras y los procesos de la reproducción material y simbólica de la sociedad
están tan impregnados de operaciones de conocimiento que el tratamiento de información, el análisis simbólico y los
sistemas expertos cobran primacía frente a otros factores de reproducción como capital y trabajo. No son simplemente
sociedades con más expertos, más infraestructuras y estructuras tecnológicas de información sino que la validez del
concepto depende de la verificación de que la producción, la distribución y la reproducción del conocimiento han
cobrado una importancia dominante frente a los otros factores de la reproducción social.
1
La Sociología del Trabajo ha reforzado, en las últimas dos décadas, la reflexión en torno a las
consecuencias del creciente lugar que el conocimiento ocupa en el proceso productivo, en
articulación con los procesos de globalización e integración, dadas las estrategias de
reestructuración implementadas dentro del sistema capitalista en el ámbito mundial, buscando una
salida a la profunda crisis iniciada en los años sesenta y setenta, la cual se agudizó en la década
siguiente para llegar a ser una crisis estructural que afecta no sólo a sus aspectos económicos sino
también a los políticos e ideológicos (Bialakowsky y Hermo, 2015).

Uno de sus núcleos centrales de la mencionada reestructuración sistémica radica en la


transformación radical de la estructura económica de la ‘sociedad industrial’, de un sistema
productivo basado en factores materiales hacia un sistema económico en que los factores simbólicos
y basados en conocimiento son dominantes. Factores cognitivos, creatividad, conocimiento e
información contribuyen cada vez más a la riqueza de las empresas. Es de esta manera, y
concordando con Stehr (2000), se constata todo un conjunto de tendencias: a) la sustitución de
otros formas de conocimiento por la ciencia; b) las tendencias hacia la constitución de la ciencia
como fuerza productiva directa; c) la constitución de un sector político especifico (política de
educación y ciencia); d) la transformación de las estructuras de poder; e) la tendencia hacia que el
conocimiento se constituya como factor básico de la desigualdad social y de la solidaridad social. 2

Por otra parte, los cambios acaecidos en la organización del trabajo, en las relaciones entre trabajo y
capital, así como la relación entre la reestructuración del ámbito productivo y los efectos de
subjetivación que de todos estos fenómenos devienen (el paso de la fábrica fordista a una empresa
cuyos trabajadores son recursos humanos, introducidos integralmente en el proceso de
maximización del beneficio) constituyen profundas transformaciones de los mecanismos de
construcción de subjetividad y de poder (Boltanski y Chiapello, 1999; Marazzi, 2003; Marzano,
2008; Sennett, 2000). Los dispositivos contemporáneos de poder explotan y gestionan procesos
subjetivos, fundamentalmente en la configuración del sujeto consumidor (el núcleo duro de la figura
del ciudadano) y en la del sujeto empleado o empleable.

2
Manuel Castels define una era de la información para describir el nuevo tipo de sociedad “redes informáticas
interactivas” (Castels, 1997) que se extiende a lo largo del planeta desde fines del siglo XX. Peter Drucker acuña la
expresión sociedad del conocimiento (Drucker, 1993) para describir un nuevo tipo de organización social que requiere
una rápida adaptación espacial y temporal a los cambios tecnológicos y organizativos - la llamada “nueva economía” -
que “estallan” en la década de 1990. Este tipo de sociedad está caracterizada por una estructura económica y social, en
la que el conocimiento ha substituido al trabajo, a las materias primas y al capital como fuente más importante dela
productividad, crecimiento y desigualdades sociales. Bell (2001) refiere a la sociedad postindustrial, concepto con el
cual expresó la transición de una economía que produce productos a una economía basada en servicios y cuya
estructura profesional está marcada por la preferencia a una clase de profesionales técnicamente cualificados. El
conocimiento teórico se ha convertido, según este enfoque, en la fuente principal de innovación y el punto de partida de
los programas políticos y sociales. Este tipo de sociedad está orientada hacia el progreso tecnológico y la evaluación de
la tecnología y se caracteriza por la creación de una nueva tecnología intelectual como base de los procesos de decisión.
Así por ejemplo, como señala Foucault, hacia la mitad del siglo XX se dibuja una nueva
gubernamentalidad a partir de la definición del “homo economicus” como un “empresario de sí”
(Foucault, 1998, 2004, 2007), la gubernamentalidad contemporánea amplía el espacio
instrumentalizado e incitado de la subjetividad a la dimensión afectiva del capital humano. En otras
palabras, si en la sociedad industrial estaba en juego en primer lugar la extracción de fuerzas físicas
de los obreros, en la actualidad se ha ampliado hacia la dimensión cognitiva, actitudinal pero
también emocional. La consideración de los individuos como capital implica una particularidad en
esta noción. Este no es un capital como los demás; la aptitud de trabajar, la idoneidad, el poder
hacer algo como elementos definitorios de ese capital implican que “…es el propio trabajador el
que aparece como si fuera una empresa para sí mismo” (Foucault, 2007: 264). Por tanto, es ese
poder hacer y esa dimensión agente del individuo la que tiene que ser modelizada y funcionar de
maneras específicas. No es reprimida, suprimida: es esperada, espoleada, alentada. Los mecanismos
disciplinarios, que sin duda no han desaparecido, se complejizan en las sociedades contemporáneas
del conocimiento, en las cuales las nuevas formas de trabajo contemplan el conjunto de las
actividades intelectuales, comunicativas, relacionales, afectivas, etc.; que exigen la aplicación de
capacidades cognitivo-emocionales, la iniciativa y la invención de los trabajadores, dimensiones no
utilizadas hasta hace unas décadas por los niveles operativos y administrativos de las empresas. De
ahí que el gobierno de la vida en la actualidad permee y opere intensivamente en los procesos de
constitución subjetiva.

2. El trabajo inmaterial y cognitivo

La categoría de trabajo inmaterial planteada por Hardt y Negri (2002) y Virno (2003)-entre los
autores más destacados que la han puesto en debate- resulta apropiada para describir esa nueva
realidad en la que la nos encontramos con que el trabajo se presenta cada vez más como una "una
fuerza laboral intelectual, inmaterial y comunicativa " (Virno, 2003:57) así como también la
existencia de "…tres aspectos primarios del trabajo inmaterial…: la labor comunicativa de la
producción industrial [vinculada por redes informáticas], la labor interactiva de los análisis
simbólicos y la resolución de problemas y la labor de la producción y manipulación de los afectos"
(Hardt y Negri, 2002: 91).

Poner centro o énfasis en el trabajo inmaterial no deriva de su relativa novedad o de su importancia


numérica, en el sentido de cantidad de personas (absoluta o relativa), que realizan este tipo de
trabajo. Su importancia radical se encuentra en la tendencia que este trabajo inmaterial tiene a
subsumir todas las otras formas de trabajo anteriores, ocupando uno de los núcleos del proceso de
posmodernización e informatización: "…del mismo modo que durante el proceso de modernización
toda la producción tendió a industrializarse, así también durante el proceso de post-modernización
toda la producción tiende hacia la producción de servicios, a volverse informatizada", y también;
"del mismo modo que los procesos de industrialización transformaron la agricultura y la volvieron
más productiva, así también la revolución de la informatización transformará la industria
redefiniendo y rejuveneciendo los procesos de fabricación" (Hardt y Negri, 2004. 76).

Estas mutaciones, no obstante, no se producen de forma aislada sino en compleja articulación con
un cambio cualitativo sustancial a nivel global, tanto en la producción como en lo social mismo, que
supone una decisiva transformación de la industria y el modelo fabril clásico, con un crecimiento
cada vez mayor del sector de servicios, tanto en términos relativos como absolutos, y que redefine
el carácter de los mismos a partir de este trabajo inmaterial y del ritmo de la informatización de
procesos, para luego redefinir también la misma producción industrial clásica.

En consecuencia, la información-comunicación y el conocimiento, constituyen no sólo fuerzas


productivas sino también recursos sociales, posición teórica que nos dirige simultáneamente a dos
dimensiones básicas, estrechamente vinculadas: a) la económico-política, de valorización del
capital (Vercellone 2011; Lebert y Vercellone, 2009; Moncayo 2010) y b) la que distingue a
nuestra especie en su capacidad de procesamiento simbólico, de pensamiento poiético (Virno, 2003;
Gorz.,1998) el terreno de la cultura y la subjetividad.

El concepto de la ‘sociedad del conocimiento’ llama la atención sobre el hecho de que los procesos
socio-económicos cobran una nueva calidad porque el conocimiento se convierte en el factor de
producción más importante. Consecuentemente, la nueva revolución tecnológica posibilita el
surgimiento de una nueva fuerza productiva, al estrechar el vínculo entre ciencia y conocimiento
con la producción y los servicios sociales, básicamente mediante dos procesos: a) el incremento en
la capacidad de procesamiento de información y la producción de ciencia y conocimiento en forma
directamente accesible y aplicable a la producción, que resultan, respectivamente, del desarrollo del
microprocesador y del software, en tanto que conocimiento codificado; y b) el incremento
dramático en la velocidad y la escala de acceso y difusión del conocimiento y la información,
resultado de la confluencia de la informática y las telecomunicaciones y del desarrollo de éstas.

3. De la producción en red a la “ciudad global”

La producción en red, la cada vez mayor necesidad de intervención del conocimiento en la


producción misma, así como la misma naturaleza del trabajo inmaterial demanda ya no sólo de
dispositivos de control (aun cuando persistan y perfeccionados), sino de la cooperación "voluntaria"
en grado creciente. Si la base de lo productivo resulta ser -de modo prevaleciente- lo social mismo,
la disputa que cobrará mayor sentido, serán los conflictos entablados por la capacidad de controlar y
apropiarse, de la materialidad de lo social enraizado en los procesos de trabajo definidos de este
modo genérico y amplio.

“En este marco podemos conceptualizar las diversas tecnologías de gestión implementadas por el
capital: la externalización o tercerización productiva (outsourcing), de la mano de la
subcontratación, aparece como el rasgo distintivo de la acumulación flexible” (Hermo y Wydler,
2006:40).

Efectivamente, la proliferación de lo que se llamará reengineering empresarial encuentra su punto


nodal en la minimización de la estructura burocrática y laboral ("hacer más con menos"), logrando
desligar a la empresa de los pesados costes de una estructura caduca en el contexto de mercados
fluctuantes. De acuerdo con Coriat (1992) la subcontratación es constitutiva del sistema productivo
toyotista; en cambio la descentralización productiva, externalizando aquellas fases del proceso que
no resultan rentables, es parte constitutiva del proceso de desmontaje de la empresa al estilo
fordista: los sistemas de producción flexible implican una dispersión geográfica inusitada (la
"cadena de montaje invisible").

En el centro de la escena queda instalado, y va a ir cobrando cada vez más desarrollo, el fenómeno
de "concentración sin centralización" (Klein, 2003) en la cual los complejos acuerdos de
subcontratación actuales configuran una intrincada red de islotes productivos ("desagregación
vertical"). Éstos sin embargo lejos están de dar paso a la desconcentración del poder: son
absolutamente dependientes de poderosas organizaciones financieras y comercializadoras.
Paralelamente y bajo la nueva fase líquida, 3 el rasgo predominante lo constituye la inclusión de los
diferentes sistemas de trabajo (domiciliario, a destajo, esclavista, taylorista, fordista, etc.) en la
"cadena de valorización" del capital. 4

3
Bauman (2003) ha caracterizado como un “tiempo líquido” a la fase tardía de la modernidad, dando cuenta que
estamos asistiendo al tránsito de una modernidad “sólida” - estable, repetitiva – a una “líquida”- flexible, voluble-.
Describe a la “modernidad líquida” como una figura de cambio y de transitoriedad. A través de la metáfora de la
liquidez nos encontramos en presencia de una fase actual de la modernidad caracterizada por la incertidumbre frente a
las transformaciones constantes a las que están expuestos los sujetos en todos los ámbitos en que están inmersos y el
trabajo es uno de ellos: la renuncia a la planificación de largo plazo y el olvido y desarraigo afectivo que se presentan
como condición de éxito. En la misma línea, el acento se pone en el término “flexibilidad”, alude Sennet (2000) cuando
señala que a los trabajadores se les exige hoy un comportamiento ágil, que estén abiertos al cambio, que asuman un
riesgo tras otro dependiendo cada vez menos de reglamentos y procedimientos formales. La flexibilidad provoca
ansiedad, incertidumbre tal, ya que la gente no sabe que le reportaran los riesgos asumidos ni qué caminos seguir.
4
La "subcontratación organizada", la proliferación del trabajo a destajo en las "ciudades globales" y el crecimiento de la
"economía informal" desde fines de los ´70, no ha hecho más que expandirse, sea de la mano de las estrategias de
supervivencia de los excluidos por la "desocupación estructural" o de los inmigrantes que intentan ingresar al sistema.
Si este esquema se traslada a la reconfiguración de la cadena de valorización del capital a nivel global, vemos cómo
El declive relativo del capital industrial tras la crisis de los setenta aceleró las transformaciones que
derivaron en los cambios ya mencionados pero generó a su vez nuevos desarrollos que merecen
especial atención para comprender el avance de la nueva lógica de valorización de capital basada en
la apropiación de rentas financieras y tecnológicas más que de ganancias industriales en el sentido
tradicional del término. Esto no significa un retroceso de poder de los grupos industriales sino una
transformación en su lógica de funcionamiento que nos conduce a sus estrategias de
subcontratación, que por otro lado se van a hacer presentes en todas las fracciones del capital y en
todas las actividades económicas, relevantes o no, de la economía formal e informal, combinándose
de formas cada vez más sofisticadas e involucrando proceso de trabajo de todo tipo, desde los más
complejos hasta los más precarios.

La subcontratación u outsourcing surge de hecho de que las funciones de la empresa se vuelven


cada vez más complejas al punto tal que, a diferencia del período fordista, distintas áreas de la
empresa se van “externalizando”. La evolución del outsourcing atraviesa cada vez más áreas según
la empresa, el sector de que se trate, incluyendo las áreas de limpieza, seguridad, sistemas
informáticos, funciones administrativas y contables, sistemas informáticos y hasta el diseño y
desarrollo de productos. El ideal de la firma pasa por quedarse con la tareas concretas vinculadas al
corebussines y externalizar el resto de las funciones, las que no son estratégicas o que no
corresponden a la esencia del negocio, en tanto la carga de trabajo en cada área es distinta a lo largo
del año e incluso más compleja en algunos casos, lo que hace imposible internalizarla por completo,
aun queriendo hacerlo.

Siguiendo los planteos de Sassen (1999), los servicios especializados a la producción requeridos por
las empresas industriales permitieron a su vez impulsar la producción deliberada de estas
actividades y las empresas de auditoría, consultoría, contabilidad, asesoramiento legal y gestión
corporativa comienzan a concentrar la realización de estas funciones para las empresas de tamaño
medio y grande de todos los sectores. De esta manera, fueron surgiendo empresas cuya actividad
principal consiste en proveer servicios especializados en principio a grandes grupos industriales
pero luego a empresas de todos los sectores, para lo cual despliegan a su vez estrategias de
subcontratación laboral sumamente variadas en función del tipo de servicio y de cliente al que
deban satisfacer. 5

procesos productivos de lo más variados son subsumidos bajo el imperio del capital: evidentemente, se alcanzan niveles
de precarización inusitados.
5
Es decir, a partir de una transformación en las funciones de la empresa industrial fordista se generaliza el outsourcing
o externalización de sus funciones en otras firmas “formalmente” independientes pero realmente subordinadas. A su vez
estas empresas se comportan frente a esta como proveedora principal de servicios, incluso pueden contar con personal
estable para ello, pero echan mano a la subcontratación laboral para atender demandas específicas del cliente principal o
para ofrecer servicios a otras
Respecto de los cambios productivos que se inician en la década de los 80, Saskia Sassen evita caer
en las teorías de la desindustrialización tan cercanas a los enfoques de la sociedad post-industrial.
Inversamente, destaca la existencia de un proceso de descentralización de la industria: “…la
descentralización de la industria está constituida en términos técnicos y sociales. Diferentes tipos
de proceso han alimentado esta descentralización. Por un lado, el desmantelamiento de los viejos
centros industriales en países altamente desarrollados, con su componente laboral fuertemente
organizado, fue un intento por desmantelar la relación capital-trabajo en base a la cual la
producción había estado organizada, a menudo referida como fordismo. Por otro lado, la
descentralización de la producción en las industrias de alta tecnología fue el resultado de la
producción de nuevas tecnologías diseñadas para separar las tareas rutinarias de bajos salarios de
las tareas que requieren alta cualificación y maximizar así las opciones locacionales. Ambos
procesos implican, sin embargo, una organización de la relación capital-trabajo que tiende a
maximizar la efectividad de los mecanismos que otorgan poder al trabajo frente al capital. De esta
forma, el termino diversificación, aun cuando resulta sugestivo del aspecto geográfico, involucra
sin duda una compleja reorganización política y técnica de la producción.” (Sassen, 1999: 51)

La complejidad de las organizaciones capitalistas con su mayor tamaño, acrecentamiento de


funciones y dispersión geográfica acrecentaron la necesidad de insumos altamente especializados
como asesoría legal internacional, consultoría gerencial, servicios contables, publicidad, que antes
se producían frecuentemente en el interior de las propias firmas. Esta complejidad creciente deriva
en que que los proveedores de estos servicios requieran a su vez una organización compleja para dar
respuesta a estas demandas más sofisticadas que llevo al surgimiento de un mercado autónomo de
firmas de servicios empresarios, grandes usuarias de las nuevas tecnologías de la información 6. El
hecho de que la producción de estos servicios sea internalizada por una firma o sea adquirida en el
mercado dependerá de diferentes factores, como el elevado nivel de especialización y el alto costo
de contratar especialistas que trabajen full-time dentro de la empresa, pero la existencia misma la
opción de tercerizar o subcontratar es muestra del surgimiento de este sector de servicios a la
producción desde los años 80. Así es como la mayor especialización y diversificación creo un
mercado global de empresas que decidieron constituir redes internacionales con una marcada
tendencia a la concentración en el mercado.

6
“Una proposición que derivo de este cruce de variables es que la complejidad organizacional es una condición clave
para que una empresa o un mercado maximice los beneficios que se pueden derivar de las nuevas tecnologías de la
información. No es suficiente con tener la infraestructura. También se necesita un amplio conjunto de recursos:
materiales, estratégicos y humanos, por un lado; y redes sociales que maximicen la conectividad, por el otro. Esto
representa un nuevo tipo de economía urbana por cuanto gran parte del valor añadido de estas tecnologías para
empresas de servicios y mercados avanzados depende de condiciones externas a sí mismos y a la tecnología
propiamente dicha.” (Sassen, 2013: 29)
Estos servicios a la producción se aglomeran en los lugres centrales y forman un entramado que da
forma a lo que Sassen denomina “ciudad global”. La dispersión espacial de la producción fue
posible por las nuevas tecnologías, que facilitaron a su vez la existencia de nodos centralizados de
servicios par a la gestión y regulación de una nueva economía espacial. La movilidad del capital no
refiere solamente a la dimensión espacial sino que se corresponde con un aumento de la capacidad
de mantener el control sobre una producción crecientemente descentralizada, que no sería posible
sin las nuevas tecnologías de la información y comunicación.

La lógica dela subcontratación supone, por lo tanto, la forma privilegiada de externalizar la


producción (en un principio en el ámbito de la empresa industrial pero luego en todos los sectores)
y las funciones que impliquen desarrollar tareas crecientemente complejas y específicas reduciendo
la carga de empleados, los riesgos y las responsabilidades laborales. La modernización de las
empresas impone, en gran medida, la precarización de la relación capital trabajo así como su
“deslaboralización”, esto es, el desplazamiento de las regulaciones del ámbito laboral, que asume
como punto departida la asimetría entre las partes, al ámbito del derecho mercantil, que supone la
“igualdad” jurídica y formal de partes realmente desiguales.

4. Acerca de la tercerización y la subcontratación en Latinoamérica

El fenómeno de la globalización es el telón de fondo sobre el que discurren las tendencias más
emblemáticas de la reestructuración productiva contemporánea, como es el caso de la
deslocalización internacional. Este fenómeno se caracteriza por la expansión y la profundización de
la producción y de la competencia global sin trabas y ha sido motorizada, -por destacar algunos de
sus factores más potentes y novedosos-, por el desarrollo de las tecnologías de la información y la
comunicación – en particular las redes digitales- por la reducción de los costos del transporte y por
la liberalización del comercio y la inversión extranjera directa; todo lo cual ha brindado condiciones
inusitadas para comprimir el tiempo y el espacio y ampliar los márgenes del beneficio. 7

7
I. Wallerstein (1979) propone la noción mucho más amplia y compleja de “Sistema Economía-mundo”. Tal sistema,
de dimensiones cambiantes y límites fluidos, implica una división extensiva del trabajo de naturaleza geográfica (no
exactamente ‘internacional’) que permite identificar, además de Estados del centro, áreas periféricas pero también
semiperiféricas y lo que llama la “arena externa” al sistema. En una perspectiva histórica de larga duración, Wallerstein
considera que un sistema mundial –que no siempre cubre todo el planeta– puede asumir dos formas: la del Imperio, que
implica un sistema político único, y la del sistema Economía-mundo, típica del capitalismo en sus 500 años de
existencia. Subraya así el carácter complejo y dinámico del sistema, de modo que resulta posible entender, en un
ejercicio de periodización (desde el siglo XV), transformaciones sustanciales de la jerarquía entre sus diferentes
componentes. Regiones que han sido periferia pueden convertirse en semiperiferia, y algunas de ésta en periféricas. El
propio centro puede desplazarse, incluso creando nuevas semiperiferias, lo cual sugiere como problema histórico la
definición de la hegemonía en cada época. Para ello, ofrece un enfoque que incluye como factores esenciales los
sociales y políticos, con lo cual la división del trabajo y su modificación dejan de ser un asunto del mercado.
La valoración del conocimiento como nueva contratendencia a la caída tendencial de la tasa de
ganancia constituye el fundamento de una nueva división del trabajo, puesto que ese proceso,
considerado en el ámbito de la cadena de valor, supone que las empresas con mayor contenido en
conocimiento serán las que se beneficien en mayor medida de la nueva posibilidad de contrarrestar
dicha tendencia

En América Latina, la subcontratación laboral, inseparable de las políticas de gestión empresarial en


el marco de la reestructuración productiva, ha capturado especial atención como eficaz mecanismo
en el proceso de desregulación y de pérdida de derechos laborales. La precarización del empleo y de
las condiciones de reproducción cotidiana, la incertidumbre, el quiebre de la identidad individual y
colectiva surgida del trabajo estable y con derechos, la intensificación del trabajo remunerado y
doméstico, han sido, entre otras, las consecuencias más destacadas, presentándose el sector
servicios como el más vulnerable y la población de los jóvenes, las mujeres, los grupos étnicos
raciales y los inmigrantes como los más afectados. Los cambios legislativos, al mismo tiempo,
facilitaron la generalización de este fenómeno, cuya cara más acabada y extrema es la del trabajo
no registrado (Bialakowsky y Hermo, 2015).

Tercerización y subcontratación, como estrategias de la reestructuración productiva basada en el


énfasis creciente del trabajo cognitivo y del conocimiento, tienen sin embargo dramáticas
repercusiones sobre los trabajadores y sobre la organización sindical en el contexto latinoamericano
en general y argentino en particular, pero como ambas suponen también la descentralización, afecta
sensiblemente las relaciones y la división del trabajo entre las empresas y a su interior, con las
dificultades derivadas en lo que respecta al desarrollo de un sentido subjetivo de pertenencia. 8

El proceso de subcontratación laboral encuentra un límite en la imposibilidad de codificación del


conocimiento puesto en juego en la producción del bien o servicio. La tendencia a la

8
“El centro del debate internacional en materia de relaciones triangulares se ha producido en torno a la regulación de
los procesos de externalización, en virtud del lugar privilegiado que éstos ocupan dentro de las nuevas estrategias
empresariales, por una parte, y de sus efectos perversos sobre las condiciones de trabajo, por la otra. Las razones que
se esgrimen para entregar parte del proceso productivo a un tercero son las mismas en todas partes: necesidad de
racionalizar la producción, disminuir costos laborales, uso más eficiente de los recursos, adaptarse a las fluctuaciones
del mercado mundial, aprovechar capacidades externas a la empresa. Las reformas flexibilizadoras del siglo XX fueron
promovidas bajo el argumento de mejorar la capacidad de respuesta de los aparatos industriales, a objeto de
insertarlos eficientemente en la economía mundial, y de promover la creación de empleo en el sector formal de la
economía. No obstante, los estudios sobre productividad, eficiencia y calidad de la producción muestran que estas
siguen siendo tareas pendientes para la mayoría de las empresas de la región. Pocos éxitos se han obtenido en tales
metas y se puede sostener que la “inversión” en flexibilización ha superado con creces los retornos en empleos y en
productividad. El empleo sigue siendo generado principalmente por el sector informal y la eficiencia y la productividad
muestra un largo trecho por recorrer para alcanzar niveles mínimamente aceptables. En América Latina para el
manejo de esta situación se adicionan tres graves problemas: el primero lo constituye las estructurales deficiencias de
sus aparatos productivos para generar empleo en el sector estructurado, que es donde puede aplicarse con mayor
facilidad la legislación laboral; el segundo, las reiteradas prácticas de incumplimiento de la legalidad por parte de los
patronos; y el tercero las dificultades de cobertura y los reiterados problemas de ineficiencia por parte de los sistemas
de seguridad social predominantes en la región.” ( Iranzo y Richter, 2012: 62)
estandarización de los conocimientos es un dato de los procesos productivos desde los inicios del
taylorismo, sin embargo estas operaciones se encuentran imposibilitadas de avanzar ante el
despliegue de ciertos saberes por parte de los trabajadores. Ocurre que estos límites aparecen en las
fases o segmentos conocimiento- intensivas de los productos o en actividades directamente
conocimiento-intensivas como lo son muchas de las dominantes en sectores como software,
biotecnología, nanotecnología La posibilidad de evaluar el alcance de la subcontratación corre en
paralelo con la factibilidad de la estandarización de los procesos laborales, ya que la posibilidad de
especificar tareas y tiempos -y a su vez la búsqueda de reducción de los mismos permiten que sean
alcanzados por fuerza de trabajo de menor calificación y por ende, de menores salarios a pagar por
el capital.

En resumen, en el contexto latinoamericano, la fragmentación del proceso productivo y la


desintegración vertical acaecidas en las últimas décadas, han sido el marco en el cual, en busca de
externalizar actividades, han ganado participación las distintas formas de tercerización. Si bien ésta
es una de las tantas formas que adopta la reorganización industrial, cobra particular relevancia por
sus implicancias tanto en términos de oportunidades y perspectivas para las empresas que se
incorporan a una cadena productiva a partir de vínculos de subcontratación, como sobre las
condiciones de empleo generadas. Las visiones más ortodoxas definen el fenómeno de la
tercerización como una forma de profundizar la especialización del trabajo y, por ende, la
eficiencia. Las visiones heterodoxas, en cambio, lo interpretan como la creación de estructuras
monopólicas, con fuerte competencia entre proveedores que permite a las grandes empresas líderes
ejercer un mayor control sobre el precio de sus insumos y una mayor flexibilidad (Milberg, 2008;
Antunes, 2011).

La tercerización de actividades ejercida mediante distintas formas de subcontratación se asocia


habitualmente a la precarización del empleo. Si bien esta relación tiene cierta correspondencia
empírica, son conceptos analíticamente diferentes: mientras el primero refiere a una estrategia
particular desplegada por la empresa; el segundo refiere al deterioro de las condiciones de empleo
en relación a los atributos del empleo propios del “empleo típico”: empleo asalariado, de tiempo
completo, ligado a un único empleador, con un único lugar de trabajo y protegido por la legislación
laboral y las instancias de negociación colectiva. El vínculo entre uno y otro concepto está dado por
el efecto que la flexibilidad que se busca con la externalización tiene sobre las condiciones de
empleo. La flexibilidad para variar el ritmo de producción y/o alterar el diseño de productos,
requieren de una flexibilización de los procesos de trabajo, que se ha logrado flexibilizando también
el uso de mano de obra, de modo tal que los empleos se vuelven inestables. Ahora bien, la tendencia
a la precarización que deriva de las formas de subcontratación tiene además un carácter
segmentado, ya que las peores condiciones de empleo son para aquellos trabajadores empleados por
las empresas contratistas. Así, en un mismo espacio de trabajo conviven trabajadores directos de la
empresa principal con las condiciones de empleo ofrecidas por esta, y trabajadores de terceras
empresas, con peores condiciones: “Con la externalización se ha legitimado el establecimiento de
una desigualdad de trato en todos los terrenos entre individuos que pueden incluso estar haciendo
las mismas tareas, quebrando uno de los principios básicos sobre el que se construyó la legislación
laboral, que obliga a pagar igual salario por trabajo igual…” (Iranzo y Richter, 2012: 51). Sin
embargo, la disponibilidad de mano de obra bajo las diversas formas de subcontratación en sentido
amplio ejerce también presión para reducir los salarios de los empleados directos; en términos
generales, la subcontratación afecta al conjunto de los trabajadores, no solo a quienes son
contratados bajo esas formas.

En relación con los efectos de las dinámicas de deslocalización sobre el empleo, resulta
incuestionable la tendencia hacia la amplitud y diversificación de los impactos concretos y directos
de las relocalizaciones sobre los puestos de trabajo. Sin embargo, no serían los efectos sobre los
niveles del empleo los más significativos, los mayores impactos parecen corresponderse con el
plano de las relaciones laborales y del trabajo concreto, a partir del sensible aumento de la
vulnerabilidad, del padecimiento y del sentimiento de inseguridad de los trabajadores que trae
aparejado este proceso.

5. Nuevas subjetividades y padecimiento en la “producción biopolítica”

Por todo lo expuesto hasta acá, las transformaciones que acarrea la “sociedad del conocimiento” y
sus correlatos en el nivel de la producción tanto de bienes como de servicios, no sólo afectan
directamente a los excluidos, sino también a quienes pueden ser incorporados en el nuevo modelo
de producción: los puestos estables menguan en número, generando “precarización” por la
incorporación de formas flexibles de contratación, y los pocos puestos estables que quedan suponen
la “utilización total de las personas”. Por sus características -alta ductilidad y adaptabilidad, manejo
y la aplicación creativa de grandes cantidades de información compleja- los trabajadores “clave”
requieren de un largo entrenamiento en la empresa ya que necesitan la experiencia en el propio
proceso de trabajo. Mientras que con la economía de producción en masa, el conocimiento se
acumularía en la forma de “copyright” y patentes, en la nueva economía, el crecimiento dependería
mucho más de la acumulación de experiencia de sus trabajadores, sobre quienes recae la
responsabilidad de renovar permanentemente los productos y los procesos de producción (Reich
1993). Esta transición a un régimen de acumulación flexible, en condiciones de postfordismo,
conllevaría un nuevo tipo de educación profesional, verdadera revolución si se acoge la tesis de que
no se trata de una simple superación del fordismo sino de una nueva etapa del capitalismo
(cognitivo) donde se destaca la primacía del trabajo inmaterial. Esta es la base de las nuevas
propuestas de educación, que engloban un replanteamiento de la formación profesional o formación
para el trabajo (Alaluf, 2005).

No obstante, y en cuanto a la esfera de la construcción de nuevas subjetividades, las


transformaciones postfordista y del capitalismo cognitivo han provocado la caducidad de la otrora
nítida distinción entre tiempo de trabajo y tiempo de no trabajo que caracterizó la forma que asumía
la explotación capitalista en las fases anteriores, haciendo que la producción se haya vuelto
biopolítica. 9

Ese trabajo cognitivo, demandado por las nuevas formas de valorización, además de ser diverso y
estratificado requiere tener ciertos rasgos. Debe permitir que se generen nuevos conocimientos
(reflexividad), desplegarse en términos de actividad relacional, o sea, no en tareas estandarizadas
bajo una cooperación muda, desarrollarse en una red de relaciones, y, en el interior de la red, la
coordinación ha de residir en la comunicación principalmente lingüística y simbólica, y no estar
determinada por el vínculo con el instrumento mecánico

De este modo, incluso el trabajo material tradicional, el involucrado en la producción de bienes


durables, se combina con el trabajo inmaterial, e incluso tiende a devenir inmaterial. Aquí surge
algo clave: la producción en la "economía posmodernizada" o "informatizada" y su correspondiente
trabajo inmaterial, han avanzado a las áreas industriales tradicionales, caracterizando un nuevo
elemento del trabajo inmaterial: la producción y manipulación de afectos. La generalización de esta
nueva forma de fuerza productiva se expande a todos los ámbitos de la vida, conduciendo a la
indistinción entre tiempo de ocio y tiempo de trabajado. Esto implica, de este modo, que todo lo que
previamente se desarrollaba durante momentos de ocio, ahora sea “requerido por el sistema
productivo. […] La vida misma asume una función productiva”. Esto es lo que Hardt y Negri
(2004) denominan “producción biopolítica”.

De la misma manera que el capitalismo se articuló con una racionalidad de gobierno liberal que
configuraba derechos y libertades (limitados) al tiempo que se desarrollaban los dispositivos
disciplinarios que hicieron mutar los regímenes de poder de la modernidad, el capitalismo actual se
articula con una racionalidad neoliberal que, a grandes rasgos, ya no considera la naturalidad del

9
A ella concurren en forma igualmente productiva todos los trabajos o, mejor, los ocupados y los desocupados desde el
punto de vista del empleo, o los remunerados en grados diversos y los no remunerados. De otra parte, asistimos a una
producción que compromete toda la vida social, que así como continúa produciendo alimentos, viviendas, vestidos,
mercado -como lugar de intercambio- el principal criterio de limitación de la práctica
gubernamental, tal como lo hiciera el liberalismo clásico, sino que tiene por finalidad programar,
informar, estructurar un sistema de competencia, una sociedad de empresa.

Foucault señala, precisamente, que el criterio que rige la racionalidad gubernamental neoliberal no
es ya el laissez-faire sino el establecimiento de una serie de mecanismos que garanticen la
competencia en el mercado de un conjunto de unidades-empresas: “[La] multiplicación de la forma
“empresa” dentro del cuerpo social constituye, creo, el objetivo de la política neoliberal. Se trata
de hacer del mercado, de la competencia, y por consiguiente de la empresa, lo que podríamos
llamar el poder informante de la sociedad” (Foucault, 2007:189). Esto entraña una serie de
consecuencias, entre las que nos interesa destacar las siguientes: por un lado, la emergencia de un
conjunto de nuevos dispositivos de poder, distintos de los disciplinarios, que pueden ser llamados
dispositivos de control (Deleuze, 1996).

En concreto, el sujeto económico (homo economicus) del neoliberalismo no es ya concebido como


uno de los socios en una relación de intercambio, como en el liberalismo clásico, sino que es
concebido como un “empresario de sí mismo” (Foucault, 2004). Cada individuo debe concebirse
como su propio capital y debe invertir en sí mismo (educación, salud, etc.) con el objetivo de poder
obtener un salario-ganancia. Esta lógica del “empresario de sí” se encuentra reflejada actualmente
en un conjunto de prácticas cotidianas como la incitación a la formación permanente, al cuidado de
la salud, de la estética, etc. Las políticas de flexibilización y desregulación de los ámbitos de la
salud, el trabajo y la educación, no hacen sino trasladar al nivel individual la responsabilidad y el
“riesgo” de la mayor parte de las actividades vitales de las personas. La racionalidad neoliberal
imperante incita a cada individuo a adoptar actitudes de valorización y de capitalización, de modo
que pueda competir en el mercado e incrementar sus condiciones de “empleabilidad” y sus
“competencias”.

Los mecanismos disciplinarios, que sin duda no han desaparecido, se complejizan en las sociedades
contemporáneas, en las cuales las nuevas formas de trabajo contemplan el conjunto de las
actividades intelectuales, comunicativas, relacionales, afectivas, etc.; exigen la aplicación de
capacidades cognitivo-emocionales, la iniciativa y la invención de los trabajadores, dimensiones no
utilizadas hasta hace unas décadas por los niveles operativos y administrativos de las empresas. De
ahí que el gobierno de la vida en la actualidad permee y opere intensivamente en los procesos de
constitución subjetiva.

electrodomésticos, etcétera, crea también ideas, imágenes, conocimientos, valores, formas de cooperación, relaciones
afectivas… Asistimos a una verdadera invasión por el capital de todos los espacios de la vida
El nuevo tipo de trabajo inmaterial-cognitivo deja en el centro, antes que la calificación, la
capacidad general asociativa y comunicativa de los seres humanos socialmente determinados y las
habilidades adquiridas en el mundo educativo: la capacidad de aprender y de aplicar conceptos. El
“capitalismo global flexible” actual ataca la rigidez de la rutina burocrática y exige a los nuevos
trabajadores comportamiento ágil, apertura al cambio, asunción de riesgos y labor de equipo,
aunque éste sea transitorio. Finalmente, nos dedicaremos a uno de los grandes impactos de la
globalización en términos de la subjetividad tanto individual como colectiva, en el sentido de
reforzamiento del valor de la ubicación geográfica laboral y del deseo de comunidad por las
incertidumbres de la flexibilidad, la ausencia de confianza y compromiso, la superficialidad del
trabajo en equipo y el fantasma de la inutilidad.

Si bien los aportes de los enfoques anteriores en términos de enlaces entre trabajo creativo (como
estrategias definidas y determinadas por la empresa) y acumulación del capital son sumamente
significativos en el plano de las nuevas modalidades de disciplinamiento de la fuerza de trabajo, sin
embargo no incorporan específicamente el análisis del sufrimiento laboral resultante de esos
procesos y sus vínculos con las prácticas empresariales de subjetivación y la aquiescencia
(sumisión,) o resistencia de las y los trabajadores.

En este aspecto consideramos de suma importancia la contribución de C. Dejours (1998, 2006,


2013), psiquiatra y psicoanalista, director del Laboratorio de Psicología del Trabajo en Francia. A lo
largo del desarrollo de sus investigaciones y de su obra, centrada en el análisis de los resortes
subjetivos de la servidumbre o de aquiescencia obligada. En efecto, Dejours destaca la relación
entre el trabajo y su organización en la evolución de nuestras sociedades mostrando cómo repercute
en todas las áreas sociales, afectando a los niños y escuelas, familias, gente sin trabajo o con trabajo
precario por años entre otro/as ejemplos. Insiste así como eje central de su teorización, en que los
efectos nocivos del trabajo sobre las subjetividades y sobre la salud mental están asociados con su
organización y que el proceso atañe no solamente a la empresa, sino a la sociedad toda, de modo
que la centralidad del trabajo constituye un tema político y un tema de poder. Sólo adentrándonos
en el mundo del trabajo, enfatiza, podemos comenzar el análisis de la tolerancia social ante el
sufrimiento y la injusticia, en la cual se basa y se justifica “la sujeción del sector trabajador”.

6. A modo de conclusiones
Desde una perspectiva crítica, y en el marco de nuestra investigación en curso, nos hemos
propuesto, en este trabajo, reflexionar y debatir las diferentes posturas acerca de la subsunción del
intelecto colectivo a la fuerza del capital en la actual etapa, en tanto que proceso acumulativo a
partir de la noción de “sociedad del conocimiento” y de los nuevos fenómenos de reestructuración
productiva. Partimos así, como hipótesis central, del dilema crucial que enfrentaría la “economía
postfordista” dada la dimensión “inmaterial” de sus mercancías, clave de la rentabilidad en la
sociedad postindustrial. Esta esfera no es apropiable y mercantilizable per se; el “valor hora” de
trabajo es una abstracción sobre la fuerza de trabajo aplicada a un circuito productivo de
acumulación y producción de plus-valor, en un juego de relaciones sociales que establece un valor y
su forma de utilización. Consecuentemente, la economía del conocimiento se mantuvo implícita en
este proceso social de trabajo: ahora resulta exponencial en sus encadenamientos productivos.

En la fase fordista, los conocimientos asociados a los medios de producción, como diseños de
máquinas y tecnologías, se podían monopolizar; ya que eran inseparables del bien material que los
contenía. La innovación era un componente más del capital constante. En la fase postfordista, los
elementos inmateriales del proceso de trabajo, como instrumentos, se pueden desvincular de
cualquier objeto o persona que los contenga, ya que acceden a una existencia independiente de todo
uso particular y se convierten en susceptibles de ser reproducidos en cantidades ilimitadas por un
coste ínfimo, tras su traducción en programas. La digitalización hace posible su masificación
transformándolos en bienes abundantes, de disponibilidad ilimitada y común. Es por ello que, en
segundo lugar, nos detendremos en las características que, en este contexto de época, asume el
trabajo inmaterial y en especial en la situación de los trabajadores intelectuales o “del
conocimiento” destinados al mercado, quienes se encuentran frente a tres obstáculos epistémicos:
la concepción científica acerca del valor que se otorga a la selección y competencia intelectual
como factor progresivo; las limitaciones del mercado de empleo y la superpoblación calificada, y la
imposibilidad social de participar para otorgar colectivamente un nuevo sentido cognitivo al saber
científico-tecnológico.

De modo general, podemos observar que uno de los principales componentes de esta "sociedad del
conocimiento", está dado por la creciente importancia de las Tecnologías de Información y
Comunicación (TIC’s) en la producción y reproducción social y, por lo dicho, en el proceso de
expansión y acumulación del capital. En el centro de las TIC’s encontramos como motor la
velocidad del avance científico-tecnológico y de creación, procesamiento y difusión de la
información y el conocimiento. Como resultado de ello, podemos advertir la reformulación de
prácticas y procesos en las más diversas áreas, no sólo en los procesos de trabajo.

Al mismo tiempo, y asociada a las características de las nuevas formas y entramados productivos, la
temática de la flexibilidad laboral, ha sido presentada por las corrientes económicas neoliberales
ortodoxas, como una solución “automática” al problema del desempleo en particular y a las
distorsiones del mercado de trabajo en general. En los debates laborales, la problemática de la
flexibilización ha adquirido gran importancia en tanto que, desde el punto de vista organizacional,
en el marco de una nueva modalidad de organización flexible (Alaluf, 2005; Castillo, 2005; Neffa,
1999; Slaughter, 1998), las competencias profesionales constituyen las bases esenciales para el
trabajador/a, que debe adaptarse a este proceso de cambio constante.
Quedan al descubierto las incertidumbres, las sombras, y las paradojas de la sociedad del
conocimiento. El malestar asociado a las nuevas formas de gestión y de organización del trabajo
puede relacionarse con la fragilización subjetiva inducida por los modos de subjetivación donde
conocimiento, incertidumbre, fragilidad (Stehr, 2000) y padecimiento se imbrican en la constitución
de subjetividad A la incertidumbre, la pérdida de referentes o la “licuefacción” como rasgo
característico de las sociedades contemporáneas (Bauman, 2003; Beck, 2006), las tecnologías de
control y evaluación añaden la exigencia siempre creciente de rendimiento y éxito, de valorización
de sí, todo ello con la presión derivada de una lógica de la inmediatez desacorde, en general, con los
ritmos y temporalidades de los ciclos personales-profesionales (Aubert, 2004). Esta demanda
siempre renovada de rendimiento sigue una lógica meritocrática individualizada –por tanto
competitiva– que hiper-responsabiliza a los sujetos, incluso de factores o situaciones que exceden
totalmente a su control o a su voluntad. Las consecuencias de todo ello pueden ser un insidioso
sentimiento de insuficiencia, el aumento de síntomas como el cansancio, la ansiedad y la depresión,
la impotencia, la vergüenza o la culpa. Finalmente, C. Dejours (2006) señala además que en esta
lógica de gestión la subjetividad queda implicada en el registro ético: validación de la mentira,
negación del sufrimiento infligido a otros, servidumbre voluntaria, son algunas marcas de época.
Marcas que también dejan huella en los sujetos del trabajo, ya que no hay movilización subjetiva
sin referentes éticos, sin dinámica de reconocimiento y sin espacio de discusión y acción colectiva:
las consecuencias no pueden ser otras que el sufrimiento.
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