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LA TRAN SFORMACIÓN D EL TRABAJO Y EL EMPLEO:


TRABAJAD ORES EN RED , D ESEMPLEAD OS
Y TRABAJAD ORES A TIEMPO FLEXIBLE*

El proceso de trabajo está en el núcleo de la estructura social. La


transform ación tecnológica y organizativa del trabajo y las relaciones de
producción en la em presa red em ergente ya su alrededor es la principal
palanca m ediante la cual el paradigm a inform acional y el proceso de
globalización afectan a la sociedad en general. En este capítulo analizaré
esta transform ación basándom e en los estudios disponibles, m ientras trato
de hallar sentido a las ten dencias contradictorias que se observan en los
cam bios de los m odelos de trabajo y em pleo durante las últim as décadas.
Prim ero abordaré la cuestión clásica de la transform ación secular de la
estructura del em pleo que subyace en las teorías del postindustrialism o,
analizando su evolución en los principales países capitalistas entre 1920 y
20 0 5. A continuación, para superar las fronteras de los países de la OCDE,
consideraré los argum entos sobre el surgim iento de una m ano de obra
global. Luego pasaré a analizar el im pacto específico de las nuevas
tecnologías de la inform ación sobre el m ism o proceso de trabajo y sobre la
evolución del em pleo, tratan do de evaluar los tem ores sobre una sociedad
de parados. Por últim o, m e ocuparé del im pacto poten cial de la
transform ación del trabajo y el empleo sobre la estructura social,
centrándom e en los procesos de polarización social que se han asociado con
el surgim iento del paradigm a inform acional. De hecho, sugeriré una
hipótesis alternativa que, aunque reconoce estas tendencias, las situará en
el m arco m ás am plio de una transform ación m ás fundam ental: la
individualización del trabajo y la fragm entación de las sociedades 1.
Durante todo el recorrido de este itinerario intelectual, utilizaré los datos y
los resultados de investigación de una m ultitud de m onografías, m odelos de
sim ulación y estadísticas oficiales que han abordado estas cuestiones con
una atención m inuciosa durante m uchos años en diversos países. No
obstante, el propósito de m i indagación , com o en el conjunto del libro en
general, es analítico: pretende suscitar nuevas cuestiones m ás que
responder a viejas inquietudes.
LA EVOLU CIÓN H ISTÓRICA D EL EMPLEO Y LA ESTRU CTU RA
OCU PACION AL EN LOS PAÍSES CAPITALISTAS AVAN ZAD OS:
LOS PAÍSES D EL G-7, 19 2 0 -2 0 0 5

En todo proceso de transición histórica, una de las expresiones m ás


directas del cam bio sistém ico es la tran sform ación del em pleo y la
estructura ocupacional. En efecto, las teorías del postindustrialism o y del
inform acionalism o utilizan com o la prueba em pírica m ás poderosa del
cam bio del curso histórico el nacim iento de una nueva estructura social,
caracterizada por el paso de bienes a servicios, por el auge de las
ocupaciones ejecutivas y profesionales, por la desaparición de los trabajos
agrícolas y fabriles, y por el contenido cada vez m ayor de inform ación del
trabajo en las econom ías m ás avanzadas. Muchas de estas form ulaciones
llevan im plícita una especie de ley natural de las econom ías y las
sociedades, de que deben seguir un único cam ino a lo largo de la trayectoria
de la m odernidad en la que la sociedad estadounidense ha ido en cabeza.

Yo defiendo un planteam iento diferente. Sostengo que aunque existe una


tendencia com ún en el desenvolvim iento de la estructura del em pleo,
característica de las sociedades inform acionales, tam bién hay una variación
histórica de los m odelos de em pleo según instituciones, cultura y entornos
políticos específicos. Para valorar tanto el carácter com ún com o las
variaciones de las estructuras del em pleo en el paradigm a inform acional, he
exam inado su evolución entre 1920 y 1990 en los principales países
capitalistas que constituyen el núcleo de la econom ía global, los
denom inados países del G-7. Todos ellos están en un estadio avanzado de
transición a la sociedad inform acional, así que pueden utilizarse para
observar el surgim iento de nuevos m odelos de em pleo. Tam bién
representan culturas y sistem as institucionales m uy distintos, lo que nos
perm ite exam inar la variedad histórica. Al realizar este análisis, no doy por
supuesto que todas las dem ás sociedades, en niveles de desarrollo
diferentes, se ajustarán a una u otra de las trayectorias históricas
representadas por estos países. Com o he sostenido en la introducción
general del libro, el nuevo paradigm a inform acional interactúa con la
historia, las instituciones, los grados de desarrollo y la posición en el
sistem a global de interacción a lo largo de líneas de redes diferentes. El
análisis que se presenta en las páginas siguientes tiene un propósito m ás
preciso: desvelar la interacción que existe entre tecnología, econom ía e
instituciones en los m odelos de em pleo y ocupación del proceso de
transición entre los m odos agrícola, industrial e inform acional de
desarrollo.

Al diferenciar la com posición interna del em pleo en servicios y al analizar la


evolución diferencial del em pleo y la estructura ocupacional en cada uno de
los siete países (Estados Unidos, J apón, Alem ania, Francia, Italia, Reino
Unido y Canadá) entre 1920 y 1990 aproxim adam ente, el análisis
presentado aquí introduce una discusión de base em pírica sobre la
diversidad cultural/ institucional de la sociedad inform acional. Para
proceder en esa dirección, presentaré los tem as analíticos investigados en
esta sección, definiré los conceptos y describiré brevem ente la m etodología
que he utilizado en este estudio 2.

EL POSTIN D U STRIALISMO, LA ECON OMÍA D E SERVICIOS y


LA SOCIED AD IN FORMACION AL

La teoría clásica del postindustrialism o com binaba tres afirm aciones y


predicciones que deben diferenciarse desde el punto de vista analítico 3:

1) La fuente de la productividad y el crecim iento sería la generación del


conocim iento, extendido a todos los ám bitos de la actividad económ ica
m ediante el procesam iento de la inform ación.

2) La actividad económ ica pasaría de la producción de bienes a la


realización de servicios. A la desaparición del em pleo agrícola le seguiría el
declive irreversible de los trabajos fabriles en beneficio de los de servicios,
que acabarían form ando la proporción m ás cuantiosa del em pleo. Cuanto
m ás avanzada esté una econom ía, m ás se centran su em pleo y producción
en los servicios.

3) La nueva econom ía aum entaría la im portancia de las ocupaciones con un


alto contenido de inform ación y conocim iento en su actividad. Las
ocupaciones ejecutivas, profesionales y técnicas crecerían m ás de prisa que
todas las dem ás y constituirían el núcleo de la nueva estructura social.

Aunque diversas interpretaciones extendieron la teoría del


postindustrialism o en diferentes versiones al ám bito de las clases sociales,
la política y la cultura, las tres afirm aciones precedentes la fijan en la
estructura social, nivel al que, según piensa Bell, pertenece.
Cada una de estas im portantes aseveraciones m erece una salvedad.
Adem ás, el vínculo histórico entre los tres procesos aún ha de som eterse a
la verificación em pírica.

En prim er lugar, com o sostuve en el capítulo 2, el conocim iento y la


inform ación parecen ser, en efecto, valiosas fuentes de productividad y
crecim iento en las sociedades avanzadas. Sin em bargo, com o tam bién he
m encionado antes, resulta im portante tener presente que las teorías del
postindustrialism o basaron su afirm ación original en la investigación de
Solow y Kendrick, am bas referentes a la prim era m itad del siglo xx de
Estados Unidos, en la cum bre de la era industrial. Ello quiere decir que la
base de conocim iento que aparece en el aum ento de la productividad ha
sido un rasgo de la econom ía industrial cuando el em pleo fabril estaba en
su punto culm inante en los países m ás avanzados. Así pues, aunque las
econom ías de finales del siglo xx son claram ente diferentes de las
anteriores a la Segunda Guerra Mundial, el rasgo que las distingue no
parece radicar prim ordialm ente en la fuente del aum ento de su
productividad. La distinción apropiada no es la que se establece entre una
econom ía industrial y otra postindustrial, sino entre dos form as de
producción industrial, agrícola y de servicios basadas en el conocim iento.
Com o he sostenido en los prim eros capítulos de este libro, lo que m ás
distingue en térm inos históricos a las estructuras económ icas de la prim era
y la segunda m itad del siglo xx es la revolución de las tecnologías de la
inform ación y su difusión en todas las esferas de la actividad social y
económ ica, incluida su contribución para proporcionar la infraestructura
para la form ación de la econom ía global. Por tanto, propongo cam biar el
énfasis analítico del postindustrialism o (una cuestión im portante de
previsión social aún sin respuesta en el m om ento de su form ulación) al
inform acionalism o. En esta perspectiva, las sociedades serán
inform acionales no porque encajen en un m odelo particular de estructura
social, sino porque organizan su sistem a de producción en tom o a los
principios de m axim ización de la productividad basada en el conocim iento
m ediante el desarrollo y la difusión de las tecnologías de la inform ación y
m ediante el cum plim iento de los prerrequisitos para su utilización
(fundam entalm ente, recursos hum anos e infraestructura de
com unicaciones).

El segundo criterio que em plea la teoría del postindustrialism o para


considerar postindustrial una sociedad atañe al cam bio a las actividades de
servicios y la desaparición de la fabricación. Es un hecho obvio que la
m ayoría del em pleo en las econom ías avanzadas está en los servicios y que
este sector supone la contribución m ás elevada al PNB. No obstante, de ello
no se desprende que las industrias m anufactureras estén desapareciendo o
que la estructura y dinám ica de la actividad fabril sean indiferentes para la
salud de una econom ía de servicios. Cohen y Zysm an 4, entre otros, han
sostenido de form a contundente que m uchos servicios dependen de su
vinculación directa con la fabricación y que esta actividad (distinta del
em pleo fabril) es crucial para la productividad y la com petitividad de la
econom ía. Para los Estados Unidos, estim an que el 24% del PNB proviene
del valor añadido por las firm as m anufactureras y otro 25% de la
contribución de los servicios directam ente ligados con la fabricación. Por lo
tanto, sostienen que la econom ía postindustrial es un «m ito» y que en
realidad estam os en un tipo diferente de econom ía industrial.

Gran parte de la confusión se debe a la separación artificial entre


econom ías avanzadas y econom ías en vías de desarrollo que, en condiciones
de globalización, en realidad form an parte de la m ism a estructura
productiva. Así, los analistas que proclam aban la desindustrialización de
Estados Unidos, o de Europa, en los años ochenta, sim plem ente pasaban
por alto lo que ocurría en el resto del m undo. y lo que ocurría era que,
según los estudios de la OIT 5, el em pleo en el sector de m anufacturación se
encontraba en su punto m ás alto en 1989, aum entando un 72% entre 1963 y
1989. La tendencia se m antuvo durante los años n oventa. Entre 1970 y
1997, aunque los em pleos en la m anufacturación descendieron ligeram ente
en los Estados Unidos (de 19.367 a 18.657 m illones) y de form a sustancial
en la Unión Europea (de 38.40 0 m illones a 29.919 m illones), en realidad
aum entaron en J apón y se m ultiplicaron por un factor entre 1,5 y 4 en la
m ayoría de los países en vías de industrialización, por lo que, en conjunto,
los nuevos em pleos en el sector de m anufacturación en otros lugares
superaron con m ucho las pérdidas en el m undo desarrollado.

Adem ás, la noción de «servicios» suele considerarse, en el m ejor de los


casos, am bigua y, en el peor, engañosa 6. En las estadísticas sobre em pleo,
se ha utilizado com o una noción residual que abarca todo lo que no es
agricultura, m inería, construcción, servicios públicos o fabricación. De este
m odo, la categoría de servicios incluye actividades de toda clase, originadas
en la historia de varias estructuras sociales y sistem as de producción. El
único rasgo com ún de estas actividades de servicios es lo que no son. Los
intentos de definirlos m ediante algunas características intrínsecas, com o su
«intangibilidad», opuesta a la «m aterialidad» de los bienes, han quedado
definitivam ente desprovistos de significado por la evolución de la econom ía
inform acional. El softw are inform ático, la producción de vídeos, el diseño
de m icroelectrónica, la agricultura basada en la biotecnología y dem ás, y
m uchos otros procesos críticos característicos de las econom ías avanzadas,
funden de form a inextricable su contenido de inform ación con el soporte
m aterial del producto, haciendo im posible distinguir las fronteras entre
«bienes» y «servicios». Para entender el nuevo tipo de econom ía y
estructura social, debem os com enzar por caracterizar las diferentes clases
de «servicios» para establecer distinciones claras entre ellos. En la
com prensión de la econom ía inform acional, cada una de las categorías
específicas se vuelve una distinción tan im portante com o lo eran los
antiguos lím ites entre fabricación y servicios en el tipo precedente de
econom ía industrial. A m edida que las econom ías se hacen m ás com plejas,
debem os diversificar los conceptos m ediante los que clasificam os las
actividades económ icas y, en últim a instancia, abandon ar el viejo
paradigm a de Colin Clark basado en la distinción de los sectores
prim ario/ secundario/ terciario. Tal distinción se ha convertido en un
obstáculo epistem ológico para la com prensión de nuestras sociedades.

La tercera predicción im portante de la teoría del postindnstrialism o


original hace referencia a la expansión de las ocupaciones ricas en
inform ación, com o los puestos ejecutivos, profesionales y técnicos,
convertidos en el núcleo de la nueva estructura ocupacional. Esta
predicción tam bién requiere una salvedad. Varios analistas han sostenido
que esta tendencia no es la única característica de la nueva estructura
ocupacional. A la vez hay tam bién un aum ento de las ocupaciones en
servicios inferiores y m enos cualificados. Estos trabajos de escasa
preparación, a pesar de su tasa de crecim iento m ás baja, pueden
representar una proporción sustancial de la estructura social postindustrial
en cuanto a núm eros absolutos. En otras palabras, tam bién cabría
caracterizar a las sociedades inform acionales avanzadas por su estructura
social cada vez m ás polarizada, en la que el vértice y la base aum entan su
cuota a expensas de la parte m edia 7. Adem ás, en la literatura se cuestiona
am pliam ente la noción de que el conocim iento, la ciencia y la experiencia
sean com ponentes decisivos de la m ayoría de las ocupaciones
ejecutivas/ profesionales. Se debe m irar m ejor y m ás de cerca el contenido
real de esas clasificaciones estadísticas generales antes de lanzarnos a
caracterizar nuestro futuro com o la república de la elite ilustrada.
No obstante, el argum ento m ás im portante contra la versión sim plista del
postindustrialism o es la crítica del supuesto según la cual los tres rasgos
que hem os exam inado se fusionan en la evolución histórica, y que tal
evolución conduce a un único m odelo de sociedad inform acional. Este
artefacto analítico es en realidad sim ilar a la form ulación del concepto de
capitalism o realizada por los econom istas políticos clásicos (de Adam Sm ith
a Marx), que se basaba exclusivam ente en la experiencia de la
industrialización inglesa, sólo para hallar «excepciones» continuas al
m odelo a lo largo de la diversidad de la experiencia económ ica y social del
m undo. Únicam ente si com enzam os desde la separación analítica entre la
lógica estructural del sistem a de producción de la sociedad inform acional y
su estructura social, podem os observar de form a em pírica si un paradigm a
tecnoeconóm ico específico induce una estructura social específica y hasta
qué punto. y sólo si am pliam os el alcance cultural e institucional de nuestra
observación, podem os separar lo que corresponde a la estructura de la
sociedad inform acional (com o expresión de un nuevo m odo de desarrollo)
de lo que es específico de la trayectoria histórica de un país determ inado.
Para dar algunos pasos tentativos en esa dirección, he com pilado y
analizado estadísticas básicas com parables para las siete econom ías de
m ercado m ayores del m undo, los denom inados países del G-7 8 . Así,
podem os com parar con una aproxim ación razonable la evolución de su
estructura ocupacional y de em pleo durante los últim os setenta años.
Tam bién he considerado algunas proyecciones de em pleo para J apón y los
Estados Unidos hasta com ienzos del siglo XXI . El núcleo em pírico de este
análisis es un intento de diferenciar entre varias actividades de servicios.
Para hacerlo, he seguido la conocida tipología del em pleo en servicios
construida por Singelm ann hace m ás de veinte años 9. Su conceptuación no
carece de fallos, pero posee un m érito fundam ental: está bien adaptada a
las categorías estadísticas habituales, com o m uestra su propia tesis
doctoral, que analizaba el cam bio de la estructura de em pleo en varios
países entre 1920 y 1970 . Puesto que el principal propósito de este libro es
analítico, he decidido utilizar su trabajo para com parar el periodo de 1970 -
1990 con sus resultados para el de 1920 -1979. Así pues, he construido una
tipología sim ilar del em pleo sectorial y procesado las estadísticas de los
países del G-7 en categorías m ás o m enos com parables, extendiendo el
análisis de Singelm ann al periodo crítico del desarrollo de las sociedades
inform acionales, a partir de 1970 . Puesto que no puedo asegurar la
equivalencia absoluta de m is decisiones para clasificar las actividades con
las tom adas anteriorm ente por Singelm ann, presento nuestros datos
separados para los dos periodos: no deben leerse com o series estadísticas,
sino com o tendencias estadísticas distintas que presentan una equivalencia
aproxim ada desde el punto de vista de las categorías analíticas que se han
utilizado para reunir los datos. Encontré dificultades m etodológicas
considerables para establecer categorías equivalentes entre los diferentes
países. El Apéndice a este capítulo proporciona detalles sobre los
procedim ientos seguidos para construir esta base de datos. Para analizarlos
he em pleado los procedim ientos estadísticos m ás sim ples, tratando siem pre
de m ostrar las tendencias actuales de la estructura social, en lugar de
utilizar m étodos analíticos que resultarían innecesariam ente com plicados
para el grado actual de elaboración de la base de datos. He optado por
em plear estadísticas descriptivas que sólo sugieran las líneas de la nueva
com prensión teórica.

Al adoptar las categorías de Singelm ann sobre las actividades de servicios,


he asum ido un planteam iento estructuralista del em pleo, dividiéndolo
según el lugar que ocupa la actividad en la cadena de vínculos que com ienza
en el proceso de producción. Por lo tanto, los servicios de distribución
hacen referencia tanto a las actividades de com unicación com o de
transporte, así com o a las redes de distribución com ercial (alm acén y por
m enor). Los servicios de producción aluden a aquellos servicios que
parecen ser aportaciones críticas para la econom ía, aunque tam bién
incluyen servicios auxiliares a la em presa que pueden no ser m uy
especializados. Los servicios sociales incluyen todo un conjunto de
actividades gubernam entales, así com o los trabajos colectivos relacionados
con el consum o. Los servicios personales son los relacionados con el
consum o individual, del ocio a los lugares de restauración y bebida. Aunque
estas distinciones son sin duda am plias, nos perm iten pensar de m odo
diferencial sobre la evolución de la estructura del em pleo en los distintos
países, al m enos con una profundidad analítica m ayor que los recuentos
estadísticos habituales. Tam bién he intentado establecer una diferencia
ente la dicotom ía servicios/ bienes y la clasificación del em pleo entre
procesam iento de la inform ación y actividades de m anipulación de bienes,
ya que cada una de estas distinciones corresponde a un planteam iento
diferente en el análisis de la estructura social. Para hacerlo, calculé dos
Índices elem entales de em pleo de realización de servicios/ em pleo de
producción de bienes, y de em pleo de procesam iento de la
inform ación/ em pleo de m anipulación de bienes, y calculé estos índices
para los países y periodos considerados. Por últim o, tam bién calculé una
tipología sim plificada de ocupaciones en los diferentes países,
construyendo sus diversas categorías en torno a las utilizadas por las
estadísticas estadounidenses y japonesas.

Aunque tengo serias inquietudes acerca de las definiciones de esas


categorías ocupacionales, que de hecho m ezclan puestos ocupacionales y
tipos de actividades, la utilización de estadísticas estándar de fácil acceso
nos proporciona la oportunidad de observar la evolución de las estructuras
ocupacionales en térm inos m ás o m enos com parativos. El propósito de este
ejercicio es refundir el análisis sociológico de las sociedades
inform acionales m ediante la valoración en un m arco com parativo de las
diferencias en la evolución de su estructura de em pleo com o un indicador
fundam ental tanto de sus aspectos com unes com o de su diversidad.

La tran s fo rm ació n d e la e s tru ctu ra d e l e m p le o , 19 2 0 -19 70 y


19 70 -19 9 0

El análisis de la evolución de la estructura del em pleo en los países del G-7


debe com enzar por establecer una distinción entre los dos periodos que,
por pura suerte, casan con nuestras dos bases de datos diferentes: 1920 -
1970 y 1970 -1990 aproxim adam ente. La principal distinción analítica
entre los dos periodos proviene del hecho de que durante el prim er periodo
las sociedades en consideración se convirtieron en postagrícolas, m ientras
que en el segundo periodo se convirtieron en postindustriales. Por tales
térm inos entiendo obviam ente el declive m asivo del em pleo agrícola en el
prim er caso y el rápido descenso del em pleo industrial en el segundo
periodo. En efecto, todos los países del 0 -7 m antuvieron o aum entaron (en
algunos casos de form a considerable) el porcentaje de em pleo en
actividades de transform ación y fabricación entre 1920 y 1970 . Así pues,
si excluim os la construcción y los servicios públicos para tener una visión
m ás precisa de la m ano de obra industrial, Inglaterra y Gales dism inuyeron
sólo ligeram ente la cuantía de su m ano de obra industrial de 36,8% en 1921
a 34,9% en 1971; los Estados Unidos aum entaron el em pleo industrial de
24,5% en 1930 a 25,9% en 1970 ; Canadá, de 17,0 % en 1921 a 22,0 % en 1971;
J apón presenció un aum ento espectacular en la fabricación de 16,6% en
1920 a 26,0 % en 1970 ; Alem ania (aunque con un territorio nacion al
diferente) increm entó su m ano de obra industrial de 33,0 ,% a 40 ,2%;
Francia, de 26,4% a 28,1 %; e Italia, de 19,9% a 27,4%. Por lo tanto, com o
sostiene Singelm ann, el cam bio en la estructura del em pleo en este m edio
siglo (1920 -1970 ) fue de la agricultura a los servicios y la construcción, pero
sin dejar la industria.
El relato es m uy diferente en el periodo de 1970 -1990 , cuando el proceso de
reestructuración económ ica y transform ación tecnológica que tuvo lugar
durante esas dos décadas condujo a una reducción del em pleo industrial en
todos los países (ver los cuadros 4.1 a 4.14 en el Apéndice A). Sin em bargo,
aunque esta tendencia fue general, esta reducción fue desigual, indicando
claram ente la variedad fundam ental de las estructuras sociales según las
diferencias de políticas económ icas y estrategias em presariales. Así pues,
m ientras que el Reino Unido, Estados Unidos e Italia experim entaron una
rápida desindustrialización (reduciendo la cuota del em pleo industrial en
1970 -1990 de 38,7% a 22,5%; de 25,9% a 17,5%; y de 27,3% a 21,8%,
respectivam ente), J apón y Alem ania la dism inuyeron de form a m oderada:
de 26,0 % a 23,6% en el caso del prim ero y de 38,6% a un nivel aún alto de
32,2% en el de la segunda. Canadá y Francia ocuparon una posición
interm edia, con una reducción de 19,7% (en 1971) a 14,9%, y de 27,7% a
21,3%, respectivam ente.

De hecho, Inglaterra y Gales ya se habían convertido en sociedades


postagrícolas en 1921 y sólo dedicaban un 7,1% de su m ano de obra a la
agricultura. Los Estados Unidos, Alem ania y Canadá todavía contaban con
una población agrícola con siderable (de un cuarto a un tercio del em pleo
total), y J apón, Italia y Francia eran en general sociedades dom inadas por
las ocupaciones agrícolas y com erciales. Desde este punto de partida
diferencial en el periodo histórico en estudio, las tendencias convergieron
hacia una estructura de em pleo caracterizada por el aum ento sim ultáneo de
la industria y los servicios en detrim ento de la agricultura. Tal convergencia
se explica por los proceso m uy rápidos de industrialización en Alem ania,
J apón, Italia y Francia, que distribuyeron el excedente de población
agrícola entre la industria y los servicios.

Así pues, si calculam os la relación de em pleo entre servicios e industria


(nuestro indicador de la «econom ía de servicios»), m uestra sólo un
increm ento m oderado para la m ayor parte de los países entre 1920 y 1970 .
Sólo los Estados Unidos (pasa de 1,1 a 2,0 ) y Canadá (1,3 a 2,0 )
experim entaron un aum ento significativo de la proporción relativa del
em pleo en servicios durante el periodo que denom ino postagrícola. En este
sentido, es cierto que los Estados Unidos fueron los que llevaron el
estandarte de la estructura de em pleo característica de la econom ía de
servicios. Por lo tanto, cuando la tendencia hacia el em pleo en servicios se
aceleró y generalizó en el periodo postindustrial, los Estados Unidos y
Canadá increm entaron aún m ás su predominio en servicios, con índices de
3,0 y 3,3 respectivam ente. El resto de los países siguió la m ism a tendencia,
pero a velocidades diferentes, con lo que alcanzaron grados distintos de
desindustrialización. Mientras que el Reino Unido, Francia e Italia parecen
seguir el m ism o cam ino que Norteam érica, en cam bio J apón y Alem ania
sobresalen claram ente com o potentes econom ías industriales, con tasas
inferiores de aum ento del em pleo en servicios y relaciones inferiores entre
servicio e industria: 1,8 y 1,4 respectivam ente en 1987-1990 . No obstante,
com o tendencia, en la década de 1990 la m ayoría de la población de todos
los países del G-7 está em pleada en servicios.

¿Tam bién se está concentrando el em pleo en el procesam iento de la


inform ación? Nuestra relación entre em pleo en procesam iento de la
inform ación y m anipulación de bienes proporciona algunas pistas
interesantes para el análisis. En prim er lugar, debem os dejar a un lado a
J apón para considerarlo m ás adelante.

En lo que respecta al resto de los países, ha habido una tendencia hacia un


porcentaje m ayor de em pleo en el procesam iento de la inform ación.
Aunque Italia y Alem ania no habían increm entado su porcentaje en 1920 -
1970 o lo habían hecho lentam ente, en las dos últim as décadas ascendió de
form a considerable. Los Estados Unidos presentan la tasa m ás elevada de
em pleo en inform ación de los siete países, pero el Reino Unido, Canadá y
Francia están casi a su m ism a altura. Por lo tanto, la tendencia hacia el
procesam iento de la inform ación no es un rasgo distintivo de los Estados
Unidos: su estructura de em pleo puede separarse m ás claram ente de las
otras com o una «econom ía de servicios» que com o una «econom ía de la
inform ación». Alem ania e Italia presentan una tasa significativam ente
inferior de em pleo en inform ación, pero la han duplicado en las dos últim as
décadas, con lo que m anifiestan la m ism a tendencia.

Los datos sobre J apón son los m ás interesantes. Muestran sólo un


increm ento m oderado del em pleo en inform ación en cincuenta años (de 0 ,3
a 0 ,4) e incluso m ás lento en los últim os veinte años, de 0 ,4 a 0 ,5. Así pues,
la que probablem ente es la sociedad que pone m ayor énfasis en las
tecnologías de la inform ación, y en la que la alta tecnología desem peña el
papel m ás im portante en cuanto á productividad y com petitividad, tam bién
parece tener el nivel m ás bajo de em pleo en procesam iento de la
inform ación, y la tasa inferior de progresión hacia dicho em pleo. La
expansión del em pleo en inform ación y el desarrollo de una «sociedad de la
inform ación» (johoka shakai, según el concepto japonés) parecen ser
procesos diferentes, aunque relacionados. Es en efecto interesante, y
problem ático para algunas interpretaciones del postindustrialism o, que
J apón y Alem ania, las dos econom ías m ás com petitivas de las principales
en las décadas de 1970 y 1980 , sean las que presenten el m ayor em pleo
industrial, la relación m ás baja entre servicios e industria y entre em pleo en
inform ación y bienes, y, en lo que respecta a J apón (que ha experim entado
el aum ento de productividad m ás rápido), la tasa inferior de increm ento del
em pleo en inform ación durante todo el siglo. Sugiero la idea de que el
procesam iento de la inform ación es m ás productivo cuando se incorpora a
la producción m aterial o a la m anipulación de bienes, en lugar de
desarticularse en una división técnica del trabajo intensificada. Después de
todo, la m ayor parte de la autom atización hace referencia precisam ente a la
integración del procesam iento de la inform ación en la m anipulación de
bienes.

Esta hipótesis tam bién puede ayudar a interpretar otra observación


im portante: ninguno de los siete países presentaba una tasa de em pleo en
inform ación superior a 1 en 1990 y sólo los Estados Unidos se aproxim aban
a ese um bral. Así pues, aunque la inform ación es un com ponente crítico
para el funcionam iento de la econom ía y la organización de la sociedad, de
ello no se desprende que la m ayoría de los trabajos estén o estarán en el
procesam iento de la inform ación. La m archa hacia el em pleo en
inform ación se realiza a un ritm o m ucho m ás lento y alcanza niveles m uy
inferiores que la tendencia hacia el em pleo en servicios. Por lo tanto, para
entender el perfil real de la transform ación del em pleo en las sociedades
avanzadas, debem os pasar ahora a presentar la evolución diferencial de
cada tipo de servicios en los países del G-7.

Para hacerlo, prim ero com entaré la evolución de cada categoría de servicios
por países; luego com pararé la im portancia relativa de cada tipo de
servicios frente al resto en cada país; por últim o, consideraré las tendencias
de la evolución del em pleo en aquellos servicios que se han identificado en
la literatura com o característicos de las sociedades «postindustriales».
Debo recordar al lector que cuanto m ás avancem os en el análisis detallado
de las categorías específicas del em pleo, m enos sólida se vuelve la base de
datos. La im posibilidad de obtener datos fiables para algunas categorías,
países y periodos dificultará que el análisis sea sistem ático sin excepciones.
No obstante, la observación de los cuadros presentados sigue sugiriendo
que existen algunos rasgos m erecedores de un análisis m ás riguroso y una
m ayor elaboración de las bases de datos específicas de un país.

Com encem os por los servicios de producción. En la literatura se consideran


los servicios estratégicos de la nueva econ om ía, los que proporcionan
inform ación y apoyo para el aum ento de la productividad y la eficiencia de
las com pañías. Por lo tanto, su expansión debería correr pareja con la
com plejidad y productividad crecientes de la econom ía. En efecto,
observam os durante los dos periodos (1920 -1970 , 1970 -1990 ) una
expansión significativa del em pleo en estas actividades en todos los países.
Por ejem plo, en el Reino Unido, el em pleo en servicios de producción se
disparó del 5% en 1970 al 12% en 1990 ; en los Estados Unidos, para el
m ism o periodo, del 8,2% al 14%; en Francia se duplicó, del 5% al 10 %.
Resulta significativo que J apón aum entara de form a espectacular su
em pleo en servicios de producción durante los años sesenta, m om ento en el
que su econom ía internacionalizó su esfera de acción. Por otra parte, si nos
centram os en una base de datos diferente para 1970 -1990 , este aum ento
entre 1971 y 1990 (de 4,8% a 9,6%), aunque resulta considerable, sigue
dejando a J apón en el escalón m ás bajo del em pleo en servicios de
producción entre las econom ías avanzadas. Quizá sugiera que una
proporción significativa está incorporada en las em presas industriales, lo
que podría parecer una fórm ula m ás eficaz si consideram os la
com petitividad y productividad de su econom ía.

Esta hipótesis recibe un respaldo adicional de la observación de los datos


relativos a Alem ania. Aunque aum entó de form a cuantiosa la cuota de
em pleo en servicios de producción de 4,5% en 1970 a 7,3% en 1987, sigue
m ostrando el nivel m ás bajo de los países del G-7. Ello podría im plicar un
alto grado de incorporación de actividades de servicios en sus em presas. Si
se confirm aran estos datos, deberíam os destacar que las dos econom ías
m ás dinám icas (J apón y Alem ania) tam bién poseen la tasa inferior de
em pleo en servicios de producción, aunque es obvio que sus firm as los
utilizan en gran cantidad, pero puede que con una estructura organizativa
diferente que los vincula de form a m ás estrecha con el proceso de
producción.

Si bien es evidente que los servicios de producción son estratégicam ente


cruciales para una econom ía avanzada, todavía no representan una
proporción considerable del em pleo en la m ayoría de los países avanzados,
pese a su rápida tasa de crecim iento en varios de ellos. Exceptuando, por
falta de datos, el caso de Italia, la proporción de em pleo varía entre el 7,3%
y e114% en el resto de los países, por supuesto m uy por delante de la
agricultura, pero m uy por detrás de la industria. Los batallones de
profesionales y ejecutivos sin duda han engrosado las filas del em pleo en las
econom ías avanzadas, pero no siem pre y tam poco de form a predom inante
en los puntos visibles de la gestión del capital y el control de la inform ación.
Parece que la expansión de los servicios de producción está ligada a los
procesos de desintegración vertical y outsourcing (contratación fuera de la
em presa de la fabricación de un com ponente o artículo com pleto, o de
actividades especializadas, com o la vigilancia, la contabilidad, la lim pieza,
etc.) que caracterizan a la em presa inform acional.

Los servicios sociales form an la segunda categoría de em pleo que, según la


literatura postindustrial, debe caracterizar a la nueva sociedad. Y, en efecto,
lo hace. De nuevo con la excepción de J apón, representa entre un quinto y
un cuarto del em pleo total en los países del G-7. Pero cabe hacer una
interesante observación, y es que el m ayor increm ento tuvo lugar durante
los torm entosos sesenta, por lo que en realidad se vincula su expansión con
el im pacto de los m ovim ientos sociales m ás que con el advenim iento del
postindustrialism o. En efecto, los Estados Unidos, Canadá y Francia
presentaron tasas m uy m oderadas de crecim iento del em pleo en servicios
sociales durante el periodo 1970 -1990 , m ientras que en Alem ania, J apón y
Gran Bretaña aum entó a una tasa vigorosa.

En general, parecería que la expansión del Estado de bienestar ha sido una


tendencia secular desde com ienzos del siglo, con m om entos de aceleración
en periodos que varían según cada sociedad y una tendencia a reducir la
velocidad en los años ochenta. J apón es la excepción debido a que parece
estar poniéndose al día. Mantuvo un nivel m uy bajo de em pleo en servicios
sociales hasta 1970 , probablem ente ligado a una m ayor descentralización
del apoyo social, tanto em presarial com o fam iliar. Luego, cuando se
convirtió en una im portante potencia industrial y cuando no pudieron
m antenerse las form as m ás tradicionales de apoyo, participó en form as de
distribución social sim ilares a las de otras econom ías avanzadas,
proporcionando servicios y creando trabajos en el sector de los servicios
sociales. En general, cabe afirm ar que aunque la expansión del em pleo en
servicios sociales hasta una cuantía considerable es un rasgo de todas las
sociedades avanzadas, el ritm o de esa expansión parece depender de form a
directa de la relación entre el Estado y la sociedad, m ás que del estadio de
desarrollo de la econom ía. En efecto, la expansión del em pleo en servicios
sociales (excepto en J apón) es m ás característica del periodo 1950 -1970 que
del de 1970 -1990 , en los albores de la sociedad inform acional.

Los servicios de distribución com binan el transporte y la com unicación, las


actividades de relación de todas las econom ías avanzadas, con el com ercio
m ayorista y m inorista, las que se suponen que son las típicas actividades de
servicios de las sociedades m enos industrializadas. ¿Está dism inuyendo el
em pleo en estas actividades de baja productividad y trabajo intensivo a
m edida que la econom ía progresa hacia la autom atización del trabajo y la
m odernización del com ercio? De hecho, el em pleo en los servicios de
distribución perm anece m uy elevado en las sociedades avanzadas,
oscilando tam bién entre un quinto y un cuarto del em pleo total, con la
excepción de Alem ania, que presentaba un 17,7% en 1987. Este nivel es
considerablem ente m ás alto que el de 1920 y sólo ha descendido de form a
ligera en los últim os veinte añ os en los Estados Unidos (del 22,4% al
20 ,6%). Así pues, el em pleo en los servicios de distribución casi duplica al
de los servicios de producción, considerado típico de las econom ías
avanzadas. J apón, Canadá y Francia han aum entado su cuota en el periodo
de 1970 -1990 . Cerca de la m itad del em pleo en los servicios de distribución
en los países del G-7 corresponde a servicios a m inoristas, aunque a
m enudo resulta im posible diferenciar los datos entre el com ercio m inorista
y m ayorista. En general, el em pleo m inorista no ha descendido de form a
significativa durante un periodo de setenta años. En los Estados Unidos,
por ejem plo, creció de un 1,8% en 1940 al 12,8% en 1970 , bajando después
ligeram ente del 12,9% en 1970 al 11,7% en 1991. J apón ha aum entado el
em pleo m inorista del 8,9% en 1960 al 11,2% en 1990 , y Alem ania, aunque
presenta un nivel inferior en esa actividad (8,6% en 1987), ha aum entado
su cifra de 1970 . Por lo tanto, existe un am plio sector que sigue ocupado en
la distribución, ya que los m ovim ientos de la estructura del em pleo son
m uy lentos en las denom inadas actividades de servicios.

Los servicios personales se consideran, al m ism o tiem po, los rem anentes
de la estructura protoindustrial y la expresión (al m enos algunos de ellos)
del dualism o social que, según los observadores, caracteriza a la sociedad
inform acional. Aquí tam bién la observación de la evolución a largo plazo en
los siete países invita a introducir cierta cautela. Continúan representando
una proporción cuantiosa del em pleo en 1990 : con la excepción de
Alem ania (6,3% en 1987), varían entre el 9,7% y el 14,1 %, lo que viene a
equivaler de form a aproxim ada a los servicios de producción del
postindustrialism o m ás depurado. En general, han aum entado su cuota
desde 1970 . Si nos centram os en los fam osos/ infam es puestos de trabajo
proporcionados por los lugares para «com er y beber», un tem a favorito de
la literatura que critica el postindustrialism o, encontram os una expansión
considerable durante las dos últim as décadas, sobre todo en el Reino Unido
y Canadá, aunque los datos suelen m ezclar el em pleo en restaurantes y
bares con el de hoteles, que tam bién podría considerarse característico de la
«sociedad del ocio». En los Estados Unidos, el em pleo en lugares de
«com ida y bebida» suponía el 4,9% del total en 1991 (superior al 3,2% de
1970 ), que es casi el doble del tam año del em pleo agrícola, pero aún inferior
que lo que se nos pide creer en los ensayos que han elaborado la noción de
la «sociedad de la ham burguesa». La principal advertencia que ha de
hacerse sobre el em pleo en servicios personales es que no está
desapareciendo en las econom ías avanzadas, con lo cual se da pie al
argum ento de que los cam bios en la estructura social/ económ ica atañen
m ás al tipo de servicios y de trabajos que a las m ism as actividades.

Tratem os ahora de evaluar algunas de las tesis tradicionales sobre el


postindustrialism o a la luz de la evolución de la estructura del em pleo
desde 1970 , m ás o m enos en el m om ento en que Touraine, Bell, Richta y
otros de los prim eros teóricos de la nueva sociedad inform acional
publicaban sus análisis. En cuanto a la actividad, los servicios de
producción y los servicios sociales se consideraron típicos de las econom ías
postindustriales, tanto com o fuentes de productividad cuanto com o
respuestas a las dem andas sociales y los valores cam biantes. Si sum am os el
em pleo en los servicios de producción y los servicios sociales, observam os
un increm ento considerable en lo que podría etiquetarse de «categoría de
servicios postindustriales» en todos los países entre 1970 y 1990 : del 22,8%
al 39,2% en el Reino Unido; del 30 ,2% al 39,5% en los Estados Unidos; del
28,6% al 33,8% en Canadá; del 15,1 % al 24,0 % en J apón; del 20 ,2% al
31,7% en Alem ania; del 21,1% al 29,5% en Francia (los datos de Italia de
nuestra base de datos n o perm iten una evaluación seria de esta tendencia).
Por lo tanto, existe la tendencia, pero es desigual, ya que com ienza desde
una base m uy diferente en 1970 : los países anglosajones ya habían
desarrollado una sólida base de em pleo en servicios avanzados, m ientras
que J apón, Alem ania y Francia m antenían un em pleo m ucho m ás elevado
en industria y agricultura. Por lo tanto, observam os dos cam inos diferentes
en la expansión del em pleo en servicios «postindustrial»: uno es el m odelo
anglosajón, que pasa de la fabricación a los servicios avanzados,
m anteniendo el em pleo en los servicios tradicionales; el otro es el m odelo
japonés/ alem án, que expande los servicios avanzados m ientras preserva
una base industrial e incorpora algunas de las actividades de servicios al
sector industrial. Francia está en m edio, aunque apunta hacia el m odelo
anglosajón.

En sum a, la evolución del em pleo durante lo que denom inam os el periodo


«postindustrial» (1970 -1990 ) m uestra, al m ism o tiem po, un m odelo
general de cam bio de los trabajos industriales y dos cam inos distintos en
cuanto a esta actividad: el prim ero supone una rápida extinción de la
industria, em parejada con una vigorosa expansión del em pleo en servicios
de producción (en tasa) y servicios sociales (en tam año), m ientras que otras
actividades de servicios se siguen m anteniendo com o fuentes de em pleo.
Un segundo cam ino diferente vincula m ás estrecham ente la industria y los
servicios de producción, aum enta de form a m ás precavida el em pleo en
servicios sociales y m antiene los servicios de distribución. La variación
dentro de este segundo m odelo la constituyen J apón, con m ayor población
agrícola y de com ercio m inorista, y Alem ania, con un em pleo industrial
considerablem ente m ás elevado.

En el proceso de transform ación de la estructura de em pleo, no ha


desaparecido ninguna categoría de servicios im portante, con la excepción
del servicio dom éstico, si se com para con 1920 . Lo que aparece es una
m ayor diversidad de actividades y el surgÍn1iento de un conjunto de
vinculaciones entre actividades diferentes que vuelve obsoletas las
categorías de em pleo. En efecto, existe una estructura de em pleo
postindustrial que surge en el últim o cuarto del siglo xx. Pero hay una gran
variación en las estructuras nacientes de varios países y no parece que el
increm ento de la productividad, la estabilidad social y la com petitividad
internacional estén directam ente asociadas con el grado m ás elevado de
trabajos relacionados con los servicios o el procesam iento de la
inform ación. Por el contrario, aquellas sociedades del G-7 que han estado
en prim era línea del progreso económ ico en los años recientes (J apón y
Alem ania) parecen haber desarrollado un sistem a de vínculos m ás eficiente
entre la industria, los servicios de producción, los servicios sociales y los
servicios de distribución que las sociedades anglosajonas, m ientras que
Francia e Italia se encuentran en la encrucijada entre los dos cam inos. En
todas estas sociedades, el inform acionalism o parece ser m ás decisivo que el
procesam iento de la inform ación.

Así, cuando las sociedades destruyen de form a m asiva el em pleo industrial


en un periodo corto, en lugar de realizar por etapas la transform ación, no es
necesariam ente porque sean m ás avanzadas, sino porque siguen políticas y
estrategias específicas que se basan en su bagaje cultural, social y político. y
las opciones elegidas para realizar la transform ación de la econom ía
nacional y de la m ano de obra tienen profundas consecuencias para la
evolución de la estructura ocupacional que proporciona los cim ientos para
el nuevo sistem a de clases de la sociedad inform acional.

La n u e v a e s t r u ct u r a o cu p a cio n a l

Una afirm ación im portante de las teorías sobre el postindustrialism o es


que, adem ás de que la gente participa en diferentes actividades, tam bién
tiene nuevos puestos en la estructura ocupacional. En general, se predijo
que cuando pasáram os a la que llam am os la sociedad inform acional,
observaríam os que aum entaba la im portancia de los puestos ejecutivos,
profesionales y técnicos, descendía la proporción de trabajadores de los
puestos de oficios y operarios, y se reducía el núm ero de oficinistas y
vendedores. Adem ás, la versión «izquierdista» del postindustrialism o
señala la im portancia creciente de las ocupaciones de servicios
sem icualificadas (a m enudo no cualificadas) para corresponder al aum ento
de los trabajos profesionales.

Exam inar la precisión de tales predicciones en la evolución de los países del


G-7 durante los últim os cuarenta años no es tarea fácil, porque las
categorías estadísticas no siem pre se corresponden exactam ente de unos
países a otros y porque las fechas de las diversas estadísticas disponibles no
siem pre coinciden. Así pues, a pesar de nuestros esfuerzos m etodológicos
para lim piar los datos, nuestro análisis sobre este punto sigue siendo
bastante tentativo y debe tom arse sólo com o un prim er planteam iento
em pírico para sugerir líneas de estudio sobre la evolución de la estructura
social.

En prim er lugar, com encem os con la diversidad de los perfiles


ocupacionales en las distintas sociedades. El cuadro 4.15 del Apéndice A
reúne la distribución de la m ano de obra en las principales categorías
ocupacionales para cada país en el m om ento de la últim a inform ación
estadística de que se disponía cuando se realizó este estudio (1992-1993).
La prim era conclusión y la m ás im portante de nuestra observación es que
existen diferencias m uy acentuadas entre las estructuras ocupacionales de
sociedades que tienen el m ism o derecho a ser consideradas
inform acionales. Por lo tanto, si tom am os la categoría que agrupa a
ejecutivos, profesionales y técnicos, arquetipo de las ocupaciones
inform acionales, era en efecto m uy fuerte en los Estados Unidos y Canadá,
casi un tercio de su m ano de obra a com ienzos de los años noventa. Pero, en
esa m ism a fecha, en J apón sólo suponía el 14,9%; y en Francia y Alem ania,
en 1989, sólo era cerca de un cuarto del total de los trabajadores. Por otra
parte, m ientras que los obreros y los trabajadores especializados se habían
reducido considerablem ente en Norteam érica, seguían representando el
31,8% de la m ano de obra en J apón y superaban el 27% en Francia y
Alem ania. De m odo sim ilar, los vendedores no son una categoría
im portante en Francia (3,8%), pero siguen siéndolo en los Estados Unidos
(11,9%) y resulta m uy significativa en J apón (15,1 %). Este últim o país
presentaba una proporción m uy baja de ejecutivos (sólo el 3,8%) en 1990 ,
com parado con el 12,8% de los Estados Unidos, lo que podría ser un
indicador de una estructura m ucho m ás jerarquizada. El rasgo
característico de Francia es el fuerte com ponente de técnicos en los grupos
profesionales superiores (12,4% de toda la m ano de obra), en contraste con
el 8,7% de Alem ania. Por otra parte, esta últim a tiene m uchos m ás trabajos
que Francia en la categoría de «profesionales»: 13,9% frente a 6,0 %.

Otro factor de diversidad es la variación en la proporción de trabajadores


de servicios sem icualificados: resulta significativa en los Estados Unidos,
Canadá y Alem ania, m ucho m ás baja en J apón y Francia, precisam ente los
países que, junto con Italia, han m antenido unas actividades com erciales y
agrícolas tradicionales algo m ás considerables.

En general, Japón y los Estados Unidos representan el extrem o opuesto de


la com paración y su contraste resalta la necesidad de refundir la teoría
del postindustrialism o e inform acionalism o. Los datos sobre los Estados
Unidos encajan bien con el m odelo predom inante en la literatura,
sim plem ente porque el «modelo» no era m ás que una teorización de la
evolución de la estructura de em pleo estadounidense. Mientras tanto,
J apón parece com binar un increm ento en las ocupaciones profesionales
con la persistencia de una fuerza de trabajo obrera m uy vigorosa, vinculada
con la era industrial y con la durabilidad de la m ano de obra agrícola y los
vendedores, que son testigos de la continuidad, bajo nuevas form as, de las
ocupaciones características de la era preindustrial. El m odelo
estadounidense avanza hacia el in form acionalism o sustituyendo las
antiguas ocupaciones por otras nuevas. El m odelo japonés tam bién avanza
hacia el inform acionalism o, pero sigue un cam ino diferente: aum enta
algunas de las nuevas ocupaciones requeridas, m ientras define el contenido
de las ocupaciones de la era anterior, pero prescinde de los puestos que se
convierten en un obstáculo para increm entar la productividad (sobre todo
en la agricultura). En m edio de estos dos «m odelos», Alem ania y Francia
com binan elem entos de am bos: se hallan m ás próxim as a los Estados
Unidos en cuanto a las ocupaciones profesionales / ejecutivas, pero m ás
cerca de J apón en el declive m ás lento de los puestos de obreros /
trabajadores especializados.

La segunda observación im portante hace referencia, pese a la diversidad


que he m ostrado, a la existencia de una tendencia com ún hacia el aum ento
del peso relativo de la ocupación m ás claram ente inform acional
(ejecutivos, profesionales y técnicos), así com o hacia las ocupaciones
generales de «cuello blanco» (incluidos los vendedores y oficinistas). Una
vez reclam ada la atención hacia la diversidad, tam bién quiero otorgar
crédito em pírico a la noción de que existe en efecto una tendencia hacia un
m ayor contenido inform acional en la estructura ocupacional de las
sociedades avanzadas, pese a su sistem a cultural / político diverso y
tam bién pese a los diferentes m om entos históricos de sus procesos de
industrialización.

Para observar esa tendencia com ún, debem os concentrarnos en el aum ento
de cada ocupación por países a lo largo del tiem po. Com parem os, por
ejem plo (ver los cuadros 4.16 a 4.21 del Apéndice A), la evolución de cuatro
grupos de ocupaciones críticas: obreros / trabajadores especializados;
técnicos, profesionales y ejecutivos; vendedores y oficinistas; agricultores y
trabajadores agrícolas. Al calcular las tasas de cam bio en la cuota de cada
ocupación y grupo de ocupaciones, observam os algunas tendencias
generales y algunas diferencias críticas. La cuota de ocupaciones
ejecutivas/ profesionales/ técnicas m ostró un crecim iento vigoroso en todos
los países, excepto Francia. Los y obreros y trabajadores especializados
declinaron de form a considerable en los Estados Unidos, el Reino Unido y
Canadá, y m oderadam ente en Alem ania, Francia y J apón. Los vendedores y
oficinistas aum entaron su cuota de form a m oderada en el Reino Unido y
Francia, y vigorosam ente en los cuatro países restantes. Los agricultores y
trabajadores agrícolas descendieron sustancialm ente en todos los países. y
los trabajadores de servicios sem icualificados y del transporte presentaron
tendencias claram ente diferentes: aum entaron su cuota de form a vigorosa
en los Estados Unidos y el Reino Unido; ascendieron con m oderación en
Francia; descendieron o se estabilizaron en J apón y Alem ania.
De todos los países considerados, J apón fue el que m ás espectacularm ente
m ejoró su estructura ocupacional, aum entando su cuota de ejecutivos en un
46,2% en un periodo de veinte años y la de su m ano de obra profesional /
técnica, en un 91,4%. El Reino Unido tam bién increm entó su cuota de
ejecutivos en un 96,3%, aunque el increm ento de sus trabajadores
profesionales / técnicos fue m ucho m ás m oderado (5,2%). Así pues,
observam os una gran diversidad de tasas de cam bio en la cuota de los
grupos de ocupación en la estructura de em pleo general. Existe esta
diversidad porque hay cierto grado de convergencia hacia una estructura
ocupacional relativam ente sim ilar. Al m ism o tiem po, las diferencias en el
estilo de gestión y en la im portancia de la industria en cada país tam bién
introducen cierta variación en el proceso de cam bio.

Parece ser general la tendencia hacia una m ano de obra en la que


predom ina el trabajador de cuello blanco sesgada hacia el escalón m ás alto
(en los Estados Unidos en 1991, el 57,3% de la m ano de obra era de cuello
blanco), con la excepción de J apón y Alem ania, donde todavía no excede el
50 % del em pleo total. Sin em bargo, incluso en estos países las tasas de
crecim iento de las ocupaciones inform acionales han sido las m ás elevadas
entre los diversos puestos de ocupación; así, com o tendencia, J apón
contará cada vez m ás con una m ano de obra profesional considerable,
aunque seguirá m anteniendo una base obrera y com ercial m ás am plia que
otras sociedades.

En tercer lugar, el generalizado argum ento sobre la polarización creciente


de la estructura ocupacional de la sociedad inform acional no parece
encajar con este conjunto de datos, si por polarización entendem os la
expansión sim ultánea en térm inos equivalentes del vértice y la base de la
escala ocupacional. Si ése fuera el caso, la m ano de obra
ejecutiva/ profesional/ técnica y los trabajadores de los servicios
sem icualificados y el transporte se estarían expandiendo a tasas y cifras
sim ilares, pero es evidente que no es así. En los Estados Unidos, los
trabajadores de los servicios sem icualificados han aum entado, en efecto, su
cuota en la estructura ocupacional, pero a una tasa inferior que la m an o de
obra ejecutiva/ profesional y sólo representaban el 13,7% de la m ano de
obra en 1991. En contraste, los ejecutivos del vértice de la escala han
increm entado su cuota entre 1950 y 1991 a una tasa m ucho m ás elevada que
la de los trabajadores de los servicios sem icualificados, ascendiendo su
núm ero al 12,8% de la m ano de obra en 1991, casi a la m ism a altura que los
trabajadores de servicios sem icualificados. Aun si añadim os a los
trabajadores sem icualificados de transportes, se sigue alcanzando el 17,9%
de la m ano de obra en 1991, en pronunciado con traste con el 29,7% del
vértice de la categoría de ejecutivos, profesionales y técnicos. Por supuesto,
m uchos puestos de oficina y de ventas, así com o de obreros, son tam bién
sem icualificados, por lo que no podem os valorar la evolución de la
estructura ocupacional desde el punto de vista de la cualificación. Adem ás,
sabem os por otras fuentes que ha habido una polarización de la
distribución de la renta en los Estados Unidos y otros países en las dos
últim as décadas 10 . Sin em bargo, aquí pongo objeciones a la im agen
popular de que la econom ía inform acional sea la causante de que los
trabajos en servicios de bajo nivel aum enten a una tasa
desproporcionadam ente m ás elevada que la del porcentaje del com ponente
profesional / técn ico de la m ano de obra. Según esta base de datos,
sencillam ente no es el caso. No obstante, en el Reino Unido hubo un
aum ento sustancial de los trabajos en servicios sem icualificados entre 1961
y 1981 pero, incluso allí, la cuota del grado ocupacional m ás elevado
ascendió m ás de prisa. En Canadá, los trabajadores de servicios
sem icualificados tam bién aum entaron su participación de form a
considerable, hasta alcanzar el 13,7% en 1992, pero los puestos directivos
profesionales y técnicos progresaron aún m ás, duplicando casi su
representación hasta alcanzar el 30 ,6% de la m ano de obra en 1992. En
Alem ania se puede encontrar un m odelo sim ilar: los puestos laborales del
extrem o inferior de los servicios perm anecieron relativam ente estables y
m uy por debajo de la progresión en cuanto a tasa y núm ero del escalón
ocupacional m ás alto. En Francia, aunque aum entaron de form a sustancial
estos trabajos de servicios durante los años ochenta, seguían representando
sólo el 7,2% de la m ano de obra en 1989. En cuanto a J apón,
experim entaron un crecim iento lento, del 5,4% en 1955 a un m odesto 8,6%
en 1990 .

Así pues, aunque existen signos de polarización social y económ ica en las
sociedades avanzadas, no tom an la form a de cam inos divergentes en la
estructura ocupacional, sino de diferentes posiciones de ocupaciones
sim ilares a lo largo de los sectores y entre las firm as. Las características
sectoriales, territoriales, específicas de las firm as y de género/ etnia/ edad
son fuentes m ás claras de polarización social que las diferencias
ocupacionales en sí.
Las sociedades inform acionales son sin duda desiguales, pero las
desigualdades provienen m enos de su estructura ocupacional,
relativam ente ascendente, que de las exclusiones y discrim inaciones de que
son objeto los trabajadores.

Por últim o, una perspectiva sobre la transform ación de la fuerza de trabajo


en las sociedades avanzadas tam bién debe considerar la evolución de su
estatus ocupacional. De nuevo, los datos cuestionan los planteam ientos
predom inantes en el postindustrialism o, basados de form a exclusiva en la
experiencia estadounidense. Así pues, la hipótesis de la desaparición del
em pleo autónom o en las econom ías inform acionales m aduras está en cierto
m odo apoyada por la experiencia estadounidense, donde su porcentaje en
la m ano de obra total descendió del 17,6% en 1950 al 8,8% en 1991, aunque
se m antuvo casi estacionario durante los últim os veinte años. Pero el resto
de los países presentan pautas diferentes. En Alem ania declinó a un ritm o
lento y constante, del 13,8% en 1955 al 9,5% en 1975, luego al 8,9% en 1989.
Francia ha m antenido su cuota de autónom os entre 1977 y 1987 (12,8% y
12,7% respectivam ente). Italia, aunque es la quinta m ayor econom ía del
m undo, seguía conservando un 24,8% de su m ano de obra com o
autón om os en 1989. J apón, si bien experim entó un descenso del 19,2% en
1970 al 14,1 % en 1990 , aún posee un alto grado de autónom os, al que
debem os añadir el 8,3% de trabajadores fam iliares, lo que sitúa casi un
cuarto de su m ano de obra fuera del trabajo asalariado. En cuanto a Canadá
y el Reino Unido, han invertido el supuesto m odelo secular de
incorporación del em pleo a las em presas en los últim os veinte años, ya que
el prim ero aum entó la proporción de autónom os en su población del 8,4%
en 1970 al 9,7% en 1992 y el segundo increm entó la cuota de autónom os y
trabajadores fam iliares en la m ano de obra del 7,6% en 1969 al 13,0 % en
1989: una tendencia que ha continuado en la década de 1990 , com o
m ostraré m ás adelante en este m ism o capítulo.

Adm itido, la m ayor parte de la fuerza de trabajo en las econom ías


avanzadas tiene la condición de asalariada. Pero la diversidad de niveles, la
desigualdad del proceso y la rectificación de la tendencia en algunos casos
requiere una consideración diferencial de las pautas de la evolución de la
estructura ocupacional. In cluso podríam os form ular la hipótesis de que
cuando el funcionam iento en red y la flexibilidad se convierten en
características de la nueva organización industrial, y cuando las nuevas
tecnologías hacen posible que las pequeñas em presas encuentren nichos de
m ercado, presenciam os un resurgim iento del em pleo autónom o y m ixto.
Así pues, el perfil ocupacional de las sociedades inform acionales, según
vayan surgiendo en la historia, será m ucho m ás diverso que el im aginado
por el punto de vista cuasi naturalista de las teorías postindustriales,
sesgadas por el etnocentrism o estadounidense que ni siquiera representaba
plenam ente su propia experiencia.

La m a d u r a ció n d e la s o cie d a d in fo r m a cio n a l: p r o y e ccio n e s d e


e m p le o p a r a e l s ig lo X X I

La sociedad inform acional, en sus diversas m anifestaciones históricas,


com ienza a tom ar form a en el crepúsculo del siglo XX. Así pues, la pista
analítica de su dirección futura y de su perfil m aduro la podrían
proporcionar las proyecciones de em pleo y ocupación que pronostica la
estructura social de las sociedades avanzadas en los prim eros años del siglo
XXI . Estas proyecciones están siem pre som etidas a num erosos supuestos
económ icos, tecnológicos e institucionales, basados en terreno poco firm e.
Por lo tanto, los datos que utilizaré en esta sección son aún m ás tentativos
que el análisis de las tendencias del em pleo hasta 1990 . No obstan te,
m ediante la utilización de fuentes fiables, com o la Oficina de Estadística
Laboral estadounidense, el Ministerio de Trabajo japonés y los datos
gubernam entales com pilados por la OCDE, y teniendo presente la
naturaleza aproxim ativa del ejercicio, puede que seam os capaces de generar
algunas hipótesis sobre el cam ino futuro del em pleo inform acional.

Mi análisis de las proyecciones de em pleo se centrará sobre todo en los


Estados Unidos y J apón, porque quiero m antener dentro de unos lím ites la
com plejidad em pírica del estudio para lograr centrarm e en la línea
argum ental de m i análisis 11. De esta form a, al fijarm e en los Estados
Unidos y J apón, que parecen ser dos m odelos diferentes de la sociedad
inform acional, puedo valorar m ejor las hipótesis sobre la convergencia o
divergencia del em pleo y la estructura ocupacional en dicha sociedad.

Para los Estados Unidos, la Oficina de Estadística Laboral publicó en 1991-


1993 una serie de estudios, actualizados en 1994 12, que en conjunto
ofrecen una expresiva visión general de la evolución del em pleo y la
estructura ocupacional entre 1990 -1992 y 20 0 5. Para sim plificar el análisis,
m e referiré a la «proyección alternativa m oderada» de las tres proyecciones
que considera la Oficina.
Se proyecta que la econom ía estadounidense cree m ás de 26 m illones de
puestos de trabajo entre 1992 y 20 0 5. Ello supone un increm ento total del
22%, ligeram ente superior que el obtenido en el periodo previo de trece
años, 1979-1992. Los rasgos m ás evidentes de las proyecciones son el
m antenim iento de la tendencia hacia el descenso de los trabajos agrícolas e
industriales, que en 1990 -20 0 5 dism inuirán a una tasa m edia anual de -
0 ,4% y -0 ,2%, respectivam ente. Sin em bargo, la producción industrial
continuará creciendo a una tasa ligeram ente superior que la del conjunto de
la econom ía, un 2,3% anual. Por lo tanto, la tasa diferencial de crecim iento
entre em pleo y producción en fabricación y servicios m uestra una distancia
considerable en cuanto a productividad laboral en favor de la fabricación,
pese a la introducción de nuevas tecnologías en las actividades de
procesam iento de la inform ación. La productividad industrial superior a la
m edia continúa siendo la clave del crecim iento económ ico sostenido, capaz
de proporcionar trabajo a todos los dem ás sectores de la econom ía.

Una observación interesante proviene del hecho de que aunque el em pleo


en la agricultura descenderá hasta el 2,5% del total, se espera que aum enten
las ocupaciones relacionadas con ella: esto es debido a que, aunque se
espera que los agricultores desciendan hasta 231.0 0 0 , tam bién se prevé un
increm ento de 311.0 0 0 puestos de trabajo para jardineros y encargados de
parques: la superación de los trabajos agrícolas por los puestos de servicios
agrícolas de orientación urbana subraya lo lejos que han llegado las
sociedades inform acionales en su condición postagrícola.

Aunque se espera que sólo se cree un m illón de los 26,4 m illones de nuevos
puestos de trabajo proyectados en las industrias productoras de bienes, se
prevé que se ralentice él declive en el em pleo industrial y que aum enten
algunas categorías ocupacionales, com o la producción de precisión, el
trabajo m anual especializado y la reparación. No obstante, se espera que el
grueso de los nuevos puestos de trabajo en los Estados Unidos esté en las
«actividades de servicios». A cerca de la m itad de ese crecim iento se espera
que contribuya la denom inada «división de servicios», cuyos principales
com ponentes son los servicios de salud y los servicios a em presas. Estos
últim os, que fueron del sector servicios los que m ás rápido crecieron en
1975-1990 , continuarán en la cim a de la expansión hasta 20 0 5, aunque con
una tasa de crecim iento m ás lenta, en torno al 2,5% anual. No obstante,
debe tenerse en cuenta que no todos los servicios a em presas hacen un uso
intensivo del conocim iento: un com ponente im portante de ellos son los
trabajos de procesam iento de datos inform áticos, pero en el periodo 1975-
1990 la actividad de crecim iento m ás rápido fueron los servicios de
provisión de personal, vinculados al increm ento del trabajo tem poral y la
contratación por parte de las firm as de estos servicios. Otros servicios de
los que se espera un crecim iento rápido en los próxim os años son los
legales (sobre todo los paralegales), los de ingeniería y arquitectura y los de
educación (colegios privados). En las categorías de la Oficina de Estadística
Laboral, las finanzas, los seguros y los inm obiliarios (FSI) no se incluyen en
los servicios a em presas. Así pues, al fuerte crecim iento de estos últim os
debem os añadir el m oderado pero constante proyectado para esa categoría
FSI, que se espera que sea de un 1,3% anual, para alcanzar el 6,1% del
em pleo total en 20 0 5. Cuando se com paren estos datos con m i análisis de
los «servicios de producción» en las secciones precedentes, deben tenerse
en consideración tanto los servicios a las em presas com o los FSI.

Los servicios de salud se encontrarán entre las actividades de crecim iento


m ás rápido, a una tasa que duplicará la velocidad de su increm ento durante
el periodo 1975-1990 . En 20 0 5 se proyecta que supongan 11,5 m illones de
puestos de trabajo, es decir, el 8,7% de los sueldos no agrícolas y el em pleo
asalariado. Para calibrar m ejor esta cifra, hay que señalar que las
previsiones com parables para todo el em pleo en fabricación en 20 0 5 son
que alcance e114% de la m ano de obra. Los servicios de atención sanitaria
en el hogar, sobre todo para los ancianos, será la actividad de crecim iento
m ás rápido.

El com ercio al por m enor, con una saludable tasa de crecim iento m edio
anual del 1,6% y partiendo de un elevado nivel en núm ero absoluto de
puestos de trabajo, representa la tercera fuente m ayor de nuevo
crecim iento potencial, con 5,1 m illones de nuevos puestos. Dentro de este
sector, los lugares para com er y beber supondrán el 42% de los puestos de
trabajo totales en 20 0 5.

Los puestos de trabajo estatales y de los gobiernos locales tam bién se


añadirán al em pleo en cifras im portantes, ya que ascenderán de 15,2
m illones en 1990 a 18,3 m illones en 20 0 5. Más de la m itad de este
increm ento se espera que sea en educación.

As í p u e s , e n ge n e ral, la e s tru ctu ra d e e m p le o p ro ye ctad a p ara lo s


Es tad o s U n id o s s e ad apta p e rfe ctam e n te al an te p ro ye cto d e la
s o cie d ad in fo rm acio n al:
• lo s trabajo s agríco las s e van e lim in an d o ;

• el em pleo industrial continuará descendiendo, si bien a un ritm o m ás


lento, para reducirse a un núcleo de m ano de obra de obreros
especializados e ingenieros. La m ayor parte del im pacto del em pleo
en la producción industrial se transferirá a los servicios para la
producción;

• los servicios de producción, así com o los de salud y educación,


encabezan el crecim iento del em pleo en cuanto a tasa y tam bién serán
cada vez m ás im portantes en núm eros absolutos;

• los puestos de trabajo en tiendas m inoristas y servicios continúan


engrosando las filas de las actividades de escasa cualificación de la
nueva econom ía.

Si ahora pasam os a exam inar la estructura ocupacional proyectada, a


prim era vista parece confirm arse la hipótesis del inform acionalism o: las
tasas de crecim iento m ás rápido entre los grupos de ocupación son las de
los profesionales (32,3% para el periodo) y los técnicos (36,9%). Pero las
«ocupaciones de servicios», en su m ayoría sem icualificadas, tam bién están
aum entando de prisa (29,2%) y seguirán representando el 16,9% de la
estructura ocupacional en 20 0 5. En conjunto, ejecutivos, profesionales y
técnicos am pliarán su cuota de em pleo total del 24,5% en 1990 al 28,9% en
20 0 5. Los vendedores y oficinistas, tom ados com o grupo, perm anecerán
estables en torno al 28,8% del em pleo total. Los trabajadores especializados
aum entarán su cuota, confirm ando la tendencia a estabilizar un núcleo
duro de obreros m anuales en torno a los oficios.

Exam inem os con m ayor rigor este argum ento: ¿se caracteriza la futura
sociedad inform acional por una polarización creciente de la estructura
ocupacional? En el caso de los Estados Unidos, la Oficina de Estadística
Laboral incluyó en sus proyecciones un análisis sobre el nivel educativo
requerido para las 30 ocupaciones que se esperaba que crecieran con m ayor
rapidez y sobre las 30 que descenderían m ás de prisa entre 1990 y 20 0 5. El
análisis consideraba tanto la tasa de crecim iento o descenso de las
ocupaciones com o sus variaciones en núm eros absolutos. La conclusión de
los autores del estudio es que «en general, una m ayoría de las ocupaciones
[en crecim iento] requieren educación o form ación superior a la escuela
secundaria. De hecho, m ás de dos de cada tres de las ocupaciones de
crecim iento m ás rápido y casi la m itad de las 30 con el m ayor núm ero de
puestos de trabajo añadidos contaban con una m ayoría de trabajadores con
una educación o form ación por encim a de la escuela secundaria en 1990 »
13. Por otra parte, la m ayor dism inución de puestos de trabajo se espera en
la industria y en algunos trabajos adm inistrativos que serán barridos por la
autom atización de las oficinas, en general en los grados m ás bajos de
cualificación. No obstante, en el conjunto de los nuevos puestos de trabajo
que se crearán en el periodo de 1992-20 0 5, Silvestri prevé sólo cam bios
m odestos en la distribución del nivel educativo de la m ano de obra 14. La
proporción de trabajadores con titulación universitaria se proyecta que
aum ente 1,4 puntos porcentuales y la proporción de los que posean cierta
preparación universitaria ascendería ligeram ente. A la inversa, la
proporción de trabajadores que hayan term inado la escuela secundaria
dism inuye un punto porcentual y la proporción de los que poseen m enor
educación desciende ligeram ente. Así pues, algunas tendencias señalan una
m ejoría de la estructura ocupacional, de acuerdo con las predicciones de la
teoría postindustrial. Pero, por otra parte, el hecho de que las ocupaciones
m uy cualificadas tiendan a aum entar m ás de prisa no significa que la
sociedad en general evite necesariam ente la polarización y el dualism o,
debido al peso relativo de los puestos de trabajo sin cualificación cuando se
cuentan en núm eros absolutos. Las proyecciones de la Oficina de
Estadística Laboral para 1992-20 0 5 m uestran que se espera que las cuotas
de em pleo para profesionales y trabajadores de servicios aum enten
aproxim adam ente en la m ism a cantidad, en torno a 1,8 y 1,5 puntos
porcentuales respectivam ente. Puesto que estos dos grupos representan
juntos casi la m itad del crecim iento total de puestos de trabajo, en núm eros
absolutos tienden a concentrarlos en los dos extrem os de la escala
ocupacional: 6,2 m illones de nuevos trabajadores profesionales y 6,5
m illones de nuevos trabajadores de servicios, cuyos ingresos en 1992
estaban en tom o al 40 % por debajo de la m edia de todos los grupos de
ocupación. Com o escribe Silvestri, «parte de la razón [de los ingresos
inferiores de los trabajadores de servicios] es que casi un tercio de estos
em pleados tenían una educación inferior a la escuela secundaria y m ás del
doble de la m edia trabajaban a tiem po parcial» 15. Para tratar de
proporcionar una visión sintética de los cam bios proyectados en la
estructura ocupacional, calculé un m odelo de estratificación sim plificada
atendiendo a los datos detallados que proporciona otro estudio de Silvestri
sobre la distribución del em pleo por ocupación, educación e ingresos para
1992 (datos reales) y 20 0 5 (proyección) 16, Em pleando los ingresos m edios
sem anales com o el indicador m ás directo de la estratificación social,
construí cuatro grupos sociales: clase alta (ejecutivos y profesionales); clase
m edia (técnicos y obreros especializados); clase m edia baja (ven dedores,
oficinistas y operarios); y clase baja (ocupaciones de servicios y
trabajadores agrícolas). Volviendo a calcular según estas categorías los
datos de Silvestri, resultó para la clase alta un increm ento de su cuota de
em pleo del 23,7% en 1992 al 25,3 % en 20 0 5 (+ 1,6); un ligero descenso
para la clase m edia, del 14,7% al 14,3% (--0 ,3); un descenso para la clase
m edia baja, del 42%,7% al 40 ,0 % (-2,7); y un increm ento para la clase baja,
del 18,9% -al 20 % (+1,1). Dos hechos m erecen com entario: por una parte,
hayal m ism o tiem po una m ejoría relativa del sistem a de estratificación y
una tendencia m oderada hacia la polarización ocupacional. Ello se debe a
que hay aum entos sim ultáneos tan to en el vértice com o en la base de la
escala social, aunque el del vértice es de m ayor m agnitud.

Pasem os ahora a exam inar las proyecciones sobre el em pleo y la estructura


ocupacional de J apón. Contam os con dos proyecciones, am bas del
Ministerio de Trabajo. Una de ellas, publicada en 1991, hace una proyección
para 1989, 1995 y 20 0 0 (basándose en los datos de 1980 -1985). La otra,
publicada en 1987, la hace para 1990 , 1995, 20 0 0 y 20 0 5. Am bas proyectan
la estructura de em pleo a partir de la industria y la estructura ocupacional.
He decidido elaborar sobre la base de la proyección de 1987 porque, aunque
son igualm ente fiables, es m ás detallada en los desgloses por industrias y
llega hasta 20 0 5 17.

El rasgo m ás significativo de estas proyecciones es el lento descenso del


em pleo industrial en J apón, pese a la aceleración de su transform ación en
una sociedad inform acional. En la proyección estadística de 1987, el em pleo
industrial representaba el 25,9% en 1985 y se proyectaba que perm anecería
en un 23,9% del em pleo total en 20 0 5. Recordem os que en la proyección
estadounidense se esperaba que este m ism o tipo de em pleo descendiera del
17,5% en 1990 al 14% en 20 0 5, una bajada m ucho m ás pronunciada desde
una base considerablem ente inferior. J apón logra esta estabilidad relativa
de los puestos de trabajo industriales com pensando los descensos en los
sectores tradicionales con increm entos reales en los sectores m ás nuevos.
Así pues, aunque el em pleo en textiles descienda del 1,6% en 1985 al 1,1 %
en 20 0 5, en el m ism o periodo el em pleo en m aquinaria eléctrica
aum entaría del 4,1 % al 4,9%. Los obreros m etalúrgicos dism inuirán de
form a considerable, pero los puestos de trabajo en la industria de
procesam iento de alim entos ascenderán del 2,4% al 3,5%.

En general, se proyecta que el increm ento m ás espectacular del em pleo


aparezca en los servicios a em presas (del 3,3% en 1985 al 8,1% en 20 0 5),
con lo que se m uestra el papel cada vez m ayor en la econom ía japonesa de
las actividades que utilizan la inform ación de form a intensiva. Sin em bargo,
la cuota de em pleo de las actividades en finanzas, seguros y bienes raíces se
prevé que perm anezca estable durante el periodo de veinte años de la
proyección. Em parejado con la observación precedente, ello parece
im plicar que esos servicios a em presas que presentan un crecim iento
rápido son, sobre todo, servicios a la industria y otros, es decir, servicios
que aportan a la producción el conocim iento y la inform ación. Se proyecta
que los servicios de salud crezcan ligeram ente y que el em pleo en educación
perm anezca en la m ism a cuota que en 1985.

Por otra parte, se espera que el em pleo agrícola descienda de m odo


pronunciado, del 9,1% en 1985 al 3,9% en 20 0 5, com o si J apón hubiera
asum ido al fin su transición a la era postagrícola.

En térm inos generales, con la excepción de los servicios a em presas y la


agricultura, se prevé que la estructura de em pleo japonesa perm anezca
notablem ente estable, verificando una vez m ás esta transición gradual al
paradigm a inform acional y reelaborando el contenido de los puestos de
trabajo existentes en el nuevo paradigm a sin que tengan necesariam ente
que desaparecer.

En lo que respecta a la estructura ocupacional, el cam bio m ás sustancial


proyectado sería el increm ento de la cuota de las ocupaciones profesionales
y técnicas, que aum entarían del 10 ,5% en 1985 a un sorprendente 17% en
20 0 5. Por otra parte, las ocupaciones de gestión, aunque increm entarán
considerablem ente su cuota, lo harán a una tasa m ás lenta y seguirán
representando m enos del 6% del em pleo total en 20 0 5. Ello confirm aría la
tendencia hacia la reproducción de la estructura jerárquica de las
organizaciones japonesas, con el poder concentrado en m anos de unos
cuantos ejecutivos. Los datos tam bién parecen indicar el aum ento de la
profesionalización de los trabajadores de nivel m edio y la especialización de
las tareas en el procesam iento de la inform ación y la generación del
conocim iento. Los obreros y trabajadores especializados están
experim entando un declive, pero seguirán representando m ás de un cuarto
de la m ano de obra en 20 0 5, cerca de 3 puntos porcentuales por delante de
las categorías ocupacionales correspondientes para los Estados Unidos en
la m ism a fecha. Tam bién se espera que el personal de oficina aum ente a
una tasa m oderada, m ientras que las ocupaciones agrícolas se reducirán en
torno a dos tercios en relación con su cuantía de 1985.

Así pues, las proyecciones sobre la estructura del em pleo en los Estados
Unidos y J apón parecen continuar las tendencias observadas para el
periodo de 1970 -1990 . Son sin duda dos estructuras ocupacionales y de
em pleo distintas, correspondientes a dos sociedades que cabe etiquetar
igualm ente de inform acionales en cuanto a su paradigm a sociotécnico de
producción, si bien con resultados m uy diferentes en crecim iento
económ ico, com petitividad económ ica y cohesión social. Mientras que los
Estados Unidos parecen estar resaltando su tendencia a distanciarse de los
puestos de trabajo industrial y concentrarse en los servicios de producción
y sociales, J apón m antiene una estructura m ás equilibrada, con un potente
sector industrial y un am plio colchón de actividades de servicios al por
m enor. La im portancia concedida por J apón a los servicios a em presas está
m ucho m enos concentrada en finanzas y bienes raíces y la expansión del
em pleo en servicios sociales es tam bién m ás lim itada. Las proyecciones
sobre la estructura ocupacional confirm an estilos diferentes de gestión,
caracterizándose las organizaciones japonesas por el establecim iento de
estructuras de colaboración en los talleres y oficinas, m ientras siguen
concentrando la tom a de decisiones en un grupo directivo m ás reducido. En
conjunto, las hipótesis generales sobre la existencia de diversos cam inos
para llegar al paradigm a inform acional con un m odelo com ún de estructura
de em pleo parece confirm arse por los datos lim itados que ofrecen las
proyecciones presentadas.

R e ca p it u la ció n : la e v o lu ció n d e la e s t r u ct u r a d e e m p le o y s u s
im p lica cio n e s p a r a u n a n á lis is co m p a r a t iv o d e la s o cie d a d
in fo r m a cio n a l

La evolución histórica de la estructura de em pleo, en la base de la


estructura social, ha sido dom inada por la tendencia secular hacia el
aum ento de la productividad del trabajo hum ano. Cuando las innovaciones
tecnológicas y organizativas han perm itido a hom bres y m ujeres obtener
m ás y m ejores productos con m enor esfuerzo y recursos, el trabajo y los
trabajadores han pasado de la producción directa a la indirecta, del cultivo,
la extracción y la fabricación a los servicios de consum o y el trabajo de
gestión, y de una estrecha gam a de actividades económ icas a un universo
ocupacional cada vez m ás diverso.

Pero la historia de la creatividad hum ana y el progreso económ ico a lo largo


de la historia se ha contado m uchas veces de m odo sim plista, con lo que se
ha oscurecido el entendim iento no sólo de nuestro pasado, sino tam bién de
nuestro futuro. La versión habitual de este proceso de transición histórica
com o un cam bio de la agricultura a la industria, y luego a los servicios,
com o m arco explicativo para las transform aciones actuales de nuestras
sociedades, presenta tres fallos fundam entales:

1. Da por sentado que existe una hom ogeneidad entre la transición de la


agricultura a la industria y de ésta a los servicios, pasando por alto la
am bigüedad y la diversidad interna de las actividades incluidas en la
categoría «servicios».

2. No presta atención suficiente a la verdadera naturaleza revolucionaria


de las nuevas tecnologías de la inform ación que, al perm itir un enlace
directo y en línea entre diferentes tipos de actividades en el m ism o
proceso de producción, gestión y distribución, establece una estrecha
conexión estructural entre las esferas de trabajo y em pleo separadas
de form a artificial por categorías estadísticas obsoletas.

3. Olvida la diversidad cultural, histórica e institucional de las


sociedades avanzadas, así com o el hecho de que son
interdependientes en una econom ía global. Así pues, el cam bio al
paradigm a sociotécnico de la producción inform acional tiene lugar a
lo largo de líneas diferentes, determ inadas por la trayectoria de cada
sociedad y por la interacción de estas diversas trayectorias. Se sigue
una diversidad de estructuras de em pleo/ ocupación dentro del
paradigm a com ún de la sociedad inform acional.

Nuestra observación em pírica de la evolución del em pleo en los países del


G-7 muestra algunos rasgos com unes fundam entales que parecen ser
característicos de las sociedades inform acionales:
! desaparición progresiva del em pleo agrícola;

! descenso constante del em pleo industrial tradicional;

! increm ento tanto de los servicios de producción com o de los sociales,


sobre todo de los servicios a las em presas en la prim era categoría y los
de salud en la segunda;

! creciente diversificación de las actividades de servicios com o fuentes


de puestos de trabajo;

! rápido increm ento de los puestos ejecutivos, profesionales y técnicos;

! form ación de un proletariado de «cuello blanco», com puesto por


oficinistas y vendedores;

! estabilidad relativa de una cuota de em pleo considerable en el


com ercio m inorista;

! increm ento sim ultáneo de los niveles m ás elevados y bajos de la


estructura ocupacional;

! aum ento relativo del nivel de la estructura ocupacional a lo largo del


tiem po, ya que el crecim iento de la cuota asignada a las ocupaciones
que requieren m ayor preparación y educación superior es en
proporción m ás elevado que el observado en las categorías del nivel
inferior.

No ha de deducirse que las sociedades en general estén m ejorando su


preparación, educación o nivel de renta, ni su sistem a de estratificación. El
im pacto de una estructura de em pleo algo superior en la estructura social
dependerá de la capacidad de las instituciones para incorporar la dem anda
laboral a la m ano de obra y para recom pensar a los trabajadores de form a
proporcional a sus conocim ientos.
Por otra parte, el análisis de la evolución diferencial de los países del G-7
m uestra claram ente cierta variación en sus estructuras de em pleo y
ocupacional. A riesgo de sim plificar dem asiado, cabe proponer la hipótesis
de dos m odelos inform acionales diferentes:

1) El m odelo de la econom ía de servicios, representado por los Estados


Unidos, el Reino Unido y Canadá. Se caracteriza por la ‘dism inución del
em pleo industrial dentro del em pleo total desde 1970 , cuando el ritm o
hacia el inform acionalism o se aceleró. Después de haber elim inado casi por
com pleto los puestos de trabajo agrícola, este m odelo presenta una
estructura de em pleo totalm ente nueva donde la diferenciación entre varias
actividades de servicios se convierte en el elem ento clave para analizar la
estructura social. Este m odelo prioriza los servicios de gestión del capital
sobre los de producción y sigue m anteniendo el sector de servicios sociales
debido al espectacular ascenso de los puestos de trabajo en la atención a la
salud y, en m enor m edida, en educación. Tam bién se caracteriza por la
expansión de la categoría de dirección, que incluye un núm ero considerable
de ejecutivos m edios.

2) El m odelo de producción industrial, claram ente representado por J apón


y en un grado considerable por Alem ania que, aunque tam bién reduce la
cuota de su em pleo industrial, continúa m anteniéndolo en un nivel
relativam ente elevado (en tom o a un cuarto de la m ano de obra), en un
m ovim iento m ucho m ás gradual, que perm ite la reestructuración de las
actividades industriales en el nuevo paradigm a sociotécnico. En efecto, este
m odelo reduce los puestos de trabajo industriales, m ientras que refuerza
esta actividad. En parte com o reflejo de esta orientación, los servicios de
producción son m ucho m ás im portantes que los financieros y parecen estar
m ás directam ente vinculados con las firm as m anufactureras. No quiere
decirse que las actividades financieras no sean im portantes en J apón y
Alem ania; después de todo, ocho de los diez m ayores bancos del m undo son
japoneses. No obstante, aunque los servicios financieros son im portantes y
han aum entado su cuota en am bos países, el grueso del crecim iento en
servicios aparece en los dedicados a las em presas y los sociales. Sin
em bargo, J apón tam bién resulta específico porque m uestra un nivel
considerablem ente inferior de em pleo en servicios sociales que otras
sociedades inform acionales. Es probable que esté ligado a su estructura
fam iliar ya la incorporación de algunos servicios sociales a la estructura de
las firm as: parece necesario un an álisis cultural e institucional de las
variaciones de las estructuras de em pleo para explicar la diversidad de las
sociedades inform acionales.

Entre m edias, Francia parece dirigirse hacia el m odelo de econom ía de


servicios, pero m anteniendo una base industrial relativam ente fuerte y
dando énfasis tanto a los servicios de producción com o a los sociales. La
estrecha vinculación entre las econom ías francesa y alem ana en la Unión
Europea puede que esté creando una división del trabajo entre actividades
de gestión y fabricación que en últim a instancia podría beneficiar al
com ponente alem án de la econom ía europea em ergente. Italia se
caracteriza por conservar casi un cuarto del em pleo en posición de
autón om os, quizás introduciendo un tercer m odelo que destacaría un
dispositivo organizativo diferente, basado en redes de pequeñas y m edianas
em presas adaptadas a las condiciones cam biantes de la econom ía global,
con lo que establecería los cim ientos para una interesante tran sición del
protoindustrialism o al protoinform acionalism o.

Las expresiones diferentes de estos m odelos en cada uno de los países del
G-7 dependen de su posición en la econom ía global. En otras palabras,
centrarse en el «m odelo de econom ía de servicios» significa para un país
que el resto está ejerciendo su papel com o econom ías de producción
industrial. El supuesto im plícito de la teoría postindustrial de que los países
avanzados serían econom ías de servicios y los m enos avanzados se
especializarían en la agricultura y la industria ha sido desm entido por la
experiencia histórica. En todo el m undo, m uchas econom ías son casi de
subsistencia, m ientras que las actividades agrícolas e industriales que
prosperan fuera del núcleo inform acional lo hacen en virtud de su estrecha
conexión con la econom ía global, dom inada por los países del G-7. De esta
form a, la estructura de em pleo de los Estados Unidos y J apón refleja sus
diferentes form as de articulación en la econom ía global y no sólo su grado
de ascenso en la escala inform acional. El hecho de que exista una
proporción inferior de puestos de trabajo en la industria o una proporción
m ás elevada de ejecutivos en los Estados Unidos se debe en parte a que la
m ayoría de sus firm as sacan fuera la fabricación ya la concentración de las
actividades de gestión y procesam iento de la inform ación a expensas de las
actividades de producción generadas en otros países por el consum o
estadounidense de sus productos.

Adem ás, los diferentes m odos de articulación en la econom ía global no sólo


se deben a los distintos en tornos institucionales y trayectorias económ icas,
sino a las diversas políticas gubernam entales y estrategias em presariales.
Así pues, las tendencias observadas pueden rectificarse. Si las políticas y
estrategias son capaces de m odificar la m ezcla de servicios e industria de
una econom ía determ inada, significa que las variaciones del paradigm a
inform acional son tan im portantes com o su estructura básica. Es un
paradigm a socialm ente abierto y gestionado desde la política, cuyo
principal rasgo com ún es tecnológico.

A m edida que las econom ías evolucionen hacia su integración e


interpenetración, la estructura de em pleo resultante reflejará en buena
parte la posición de cada país y región en la estructura de producción,
distribución y gestión interdependiente y global. Por lo tanto, la separación
artificial de las estructuras sociales m ediante las fronteras institucionales
de los diferentes países (Estados Unidos, J apón, Alem ania, etc.) lim ita el
interés de analizar la estructura ocupacional de la sociedad inform acional
de un país determ inado en aislam iento de lo que pase en otro país cuya
econom ía presenta una interrelación tan estrecha. Si los fabricantes
japoneses producen m uchos de los coches consum idos por el m ercado
estadounidense y m uchos de los chips consum idos en Europa, no sólo
estam os siendo testigos de la desaparición de la fabricación estadounidense
o británica, sino del im pacto sobre la estructura de em pleo de cada país de
la división del trabajo entre diferentes tipos de sociedades inform acionales.

Las im plicaciones de esta observación para la teoría del inform acionalism o


son de largo alcance: la unidad de análisis para com prender la nueva
sociedad tendrá necesariam ente que cam biar. El epicentro de la teoría debe
pasar a un paradigm a com parativo, capaz de explicar al m ism o tiem po la
tecnología com partida, la interdependencia de la econom ía y las variaciones
de la historia en la determ inación de una estructura de em pleo que se
extiende a través de las fronteras nacionales.

¿EXISTE U N A MAN O D E OBRA GLOBAL?

Si existe una econom ía global, debería haber un m ercado laboral global y


una m ano de obra global 18. No obstante, al igual que m uchas otras
afirm aciones obvias, tom ada en su sentido literal, es errónea desde el punto
de vista em pírico y engañosa desde la perspectiva analítica. Aunque el
capital fluye librem ente en los circuitos electrónicos de las redes financieras
globales, la m ovilidad del trabajo sigue siendo m uy lim itada, y lo será en el
futuro predecible, a causa de las instituciones, la cultura, las fronteras, la
política y la xenofobia. Sin em bargo, las m igraciones internacionales están
aum entando en una tendencia a largo plazo que contribuye a transform ar la
com posición de la m ano de obra, aunque de form a m ás com pleja que la que
propone la idea de un m ercado laboral global.

Exam inem os las tendencias em píricas. En 1993 los cálculos de la OIT


estim aban en un 1,5% de la m ano de obra global (es decir, 80 m illones de
trabajadores inm igrantes) el núm ero de personas que trabajaba fuera de su
país, la m itad de ellos concentrada en el África subsahariana y Oriente
Medio 19. Esto parece subestim ar la am plitud de la m igración global,
particularm ente si se considera la aceleración de la inm igración en los
noventa. En un am plio estudio de la dinám ica m igratoria a escala global, el
principal experto en la m ateria, Douglas Massey, y sus colaboradores han
m ostrado la intensificación de la m ovilidad laboral en todas las regiones del
m undo y en la m ayoría de los países 20 . Sin em bargo, las tendencias varían
en el tiem po y en el espacio. En la Unión Europea, la proporción de
población extranjera pasó del 3,1% en 1982 al 4,5% en 1990 (ver el cuadro
4.22 en el Apéndice A), pero aunque aum entó de form a significativa en
Alem ania, Austria e Italia, la proporción de residentes nacidos en el
extranjero dism inuyó en el Reino Un ido y en Francia. Respecto a la
m ovilidad dentro de la Unión Europea, a pesar de la libre circulación de sus
ciudadanos en los países m iem bros, sólo el 2% de sus nacionales trabajaban
en otro país de la Unión en 1993, una proporción que no se ha m odificado
en diez años 21. El porcentaje de trabajadores extranjeros sobre el total de
la m ano de obra de Gran Bretaña era del 6,5% en 1975 y del 4,5% en el
periodo 198 5-198 7; en Francia, se redujo del 8,5% al 6,9%; en Suecia del
6% al 4,9%; y en Suiza del 24% al 18,2% 22. A com ienzos de los años
noventa, dado el dislocam iento social de Europa oriental (principalm ente
en Yugoslavia), el asilo político aum entó el núm ero de inm igrantes, sobre
todo en Alem ania. En conjunto, se estim aba que a com ienzos de los años
noventa el núm ero total de ciudadanos no europeos residentes en la Unión
Europea ascendía a 13 m illones, una cuarta parte de los cuales no estarían
docum entados 23. En 1994, la proporción de extranjeros sobre el total de la
población en los cinco m ayores países de la Unión Europea sólo superaba
e15% en Alem ania; en Francia era inferior a la de 1986 y sólo superaba
ligeram ente el nivel de 1986 en el Reino Unido 24. La situación cam bió a
finales de los años noventa, cuando la inm igración de europeos orientales
se intensificó en Alem ania, Austria, Suiza e Italia y entraron em igrantes
africanos en Europa m eridional. Un fenóm eno relativam ente nuevo fue la
inm igración ilegal m asiva, procedente sobre todo de Europa oriental y
frecuentem ente organizada por círculos crim inales de traficantes de
personas, lo que incluía a m iles de m ujeres esclavizadas para el rentable
tráfico de la prostitución en los civilizados países de Europa occidental. En
1999 el núm ero de inm igrantes ilegales que entró en la Unión Europea se
estim aba en unos 50 0 .0 0 0 anuales, siendo sus principales puntos de
destino Alem ania, Austria, Suiza e Italia (ver el volum en III , capítulo 3).
Dado el carácter restrictivo de sus leyes de nacionalidad, Alem ania alcanzó
un nivel cercano al 10 % de extranjeros respecto al total de su población, a lo
que habría que añadir los residentes indocum entados. Los Estados Unidos,
donde efectivam ente se produjo una significativa nueva oleada de
inm igración durante los años ochenta y noventa (cerca de un m illón de
nuevos inm igrantes al año durante la década de los noventa), siem pre han
sido una sociedad de inm igrantes, y las actuales tendencias están en la línea
de una continuidad histórica a largo plazo (ver la figura 4.1) 25. Lo que ha
cam biado, en am bos contextos, es la com posición étnica de la inm igración a
los Estados Unidos, en la que hay una proporción decreciente de
inm igrantes de origen europeo y una proporción superior de inm igrantes
m usulm anes a los países europeos. y lo que tam bién está ocurriendo es que,
dado el diferencial de las tasas de natalidad entre la población nativa y los
residentes y los ciudadanos de origen extranjero y sus descendientes, las
sociedades ricas se están haciendo m ás diversas étnicam ente (figura 4.2).
La visibilidad de los trabajadores inm igrantes y de sus descendientes ha
aum entado debido a su concentración en las principales áreas
m etropolitanas y en unas pocas regiones 26. Com o resultado de am bos
factores, en los años noventa la etnicidad y la diversidad cultural se
convirtió en uno de los m ayores problem as sociales de Europa, en un tem a
novedoso en J apón y siguió encabezando, com o siem pre ha ocurrido, la
agenda estadounidense. Massey y sus colaboradores tam bién han m ostrado
el papel creciente de las m igraciones en Asia, África, Oriente Medio y
Latinoam érica. En conjunto, el Inform e sobre Desarrollo Hum ano del
PNUD calculaba que en 1999 había en todo el m undo entre 130 y 145
m illones de trabajadores inm igrantes ilegales, frente a los 84 m illones de
1975, a los que había que añadir m uchos m illones m ás de trabajadores no
docum entados 27. Sin em bargo, siguen siendo una pequeña fracción de la
m ano de obra global, y aunque los trabajadores inm igrantes son un
com ponente cada vez m ás im portante del m ercado laboral de m uchos
países, sobre todo en los Estados Unidos, Canadá, Australia, Suiza y
Alem ania, esto n o quiere decir que la m ano de obra se haya hecho global.
Existe, efectivam ente, un m ercado global para una pequeñísim a fracción de
la m ano de obra, el m ercado de los profesionales de m ayor cualificación en
la I+D innovadora, ingeniería de van guardia, gestión financiera, servicios
em presariales avanzados y ocio, que se desplazan entre nodos de las redes
globales que controlan el planeta 28. Pero aunque esta integración del
m ejor talento en las redes globales es crucial para las alturas del m ando de
la econom ía inform acional, la inm ensa m ayoría del trabajo, tanto en los
países desarrollados com o en los que están en vías de desarrollo, sigue en
gran parte vinculado a los países. En efecto, para dos tercios de los
trabajadores del m undo em pleo todavía quiere decir em pleo agrícola,
arraigado en el cam po, generalm ente en su propia región 29. Por tanto, en
sentido estricto, con la excepción del nivel superior de generadores de
conocim iento/ m anipuladores de sím bolos (lo que denom ino m ás adelante
trabajadores de las redes, m andos e innovadores) no existe, ni existirá en
un futuro previsible, un m ercado laboral global unificado, pese a los flujos
m igratorios hacia los países de la OCDE, la Península Arábiga y los centros
m etropolitanos del Pacífico asiático. Para los m ovim ientos de población,
son m ás im portantes los desplazam ientos m asivos originados por las
guerras y el ham bre.

Sin em bargo, existe una tendencia histórica hacia la interdependencia cada


vez m ayor de la m ano de obra a escala global m ediante tres m ecanism os:
em pleo global en las com pañías m ultinacionales y sus redes asociadas
transfronterizas; los im pactos del com ercio internacional sobre las
condiciones de em pleo y trabajo, tanto en el Norte com o en el Sur; y los
efectos de la com petencia global y del nuevo m odo de gestión flexible sobre
la m an o de obra de cada país. En cada caso, la tecnología de la inform ación
es el m edio indispensable para que haya vínculos entre los diferentes
segm entos de la m ano de obra a lo largo de las fronteras nacionales.

Com o señalé en el capítulo 2, la inversión extranjera directa se ha


convertido en la fuerza im pulsora de la globalización, m ás im portante que
el com ercio com o conductora de la interdependencia transfronteriza 30 .
Los agentes m ás significativos del nuevo m odelo de inversión directa
extranjera son las com pañías m ultinacionales y sus redes asociadas: juntas
organizan el núcleo de la m ano de obra en la econom ía global. El núm ero
de em presas m ultinacionales aum entó de 7.0 0 0 en 1970 a 37.0 0 0 en 1993,
con 150 .0 0 0 filiales por todo el m undo, ya 53.0 0 0 con 415.0 0 0 filiales en
1998. Aunque en 1993 «sólo» em pleaban directam ente a 70 m illones de
trabajadores, éstos generaban un tercio de la producción total privada del
m undo. El valor global de sus ventas en 1992 fue de 5 billones y m edio de
dólares estadounidenses, una cifra un 25% m ayor que el valor total del
com ercio m undial. La situación de la m ano de obra en diferentes países
depende de la división del trabajo entre distintas funciones y estrategias de
esas redes m ultinacionales. Así, la m ayoría de la m ano de obra no circula en
la red, sino que se hace dependiente de la función, evolución y conducta de
otros segm entos de la m ism a. Ello da com o resultado un proceso de
interdependencia jerárquica y segm entada de la m ano de obra bajo el
im pulso de los m ovim ientos constantes de las firm as en los circuitos de su
red global.

El segundo m ecanism o im portante para la interdependencia de la m an o de


obra se relaciona con los efectos del com ercio sobre el em pleo, tanto en el
Norte com o en el Sur 31. Por una parte, la com binación de las
exportaciones lim itadas al Norte, la inversión directa extranjera y el
crecim iento de los m ercados internos ha desencadenado una ola gigantesca
de industrialización en algunos países en vías de desarrollo 32. Atendiendo
sólo al efecto directo del com ercio, Wood 33 estim a que entre 1960 y 1990
se han creado en el Sur 20 m illones de trabajos en la industria. En el delta
del río de las Perlas, en la provincia de Guandong, se contrataron entre 5 y
6 m illones de trabajadores en fábricas de zonas sem irrurales entre
m ediados de los ochenta y de los noventa 34. Pero aunque existe acuerdo
sobre la trascendencia del nuevo proceso de industrialización iniciado en
Asia y Am érica Latina por la nueva orientación hacia afuera de las
econom ías en vías de desarrollo, se ha suscitado un intenso debate sobre el
im pacto real del com ercio sobre el em pleo y las condiciones laborales en los
países de la OCDE. El Libro Blanco de la Com isión de las Com unidades
Europeas (1994) consideró que la com petencia global era un factor
im portante para el aum ento del desem pleo en Europa. En agudo contraste,
el estudio sobre el em pleo de 1994 del Secretariado de la OCDE rechaza
esta relación y sostiene que las im portacion es de los países en vías de
industrialización sólo suponen el 1,5% de la dem anda total del área de la
OCDE. Algunos econom istas destacados, com o Paul Krugm an y Robert
Lawrence 35, han propuesto análisis em píricos según los cuales el efecto
del com ercio sobre el em pleo y los salarios es m uy pequeño en los Estados
Unidos. No obstante, sus análisis se han visto som etidos a una seria crítica
m etodológica y sustantiva por parte de Cohen, Sachs y Shatz, y Mishel y
Bernstein, entre otros 36. En efecto, las estadísticas tradicionales de em pleo
y com ercio no captan con facilidad la com plejidad de la nueva econom ía
global. La UNCTAD y la OIT estim an que el com ercio intrafirm as
representa el equivalente de132% del com ercio m undial. Estos
intercam bios no tienen lugar en el m ercado, sino que se incorporan
(m ediante la propiedad) o cuasi incorporan (m ediante las redes) 37. Es esta
clase de com ercio la que afecta de form a m ás directa a la m ano de obra de
los países de la OCDE. La subcontratación de servicios por parte de las
com pañías en todo el m undo y el em pleo de los enlaces de las
telecom unicaciones integra m ás la m ano de obra sin desplazarla o
com erciar con su producción. Pero incluso utilizando las estadísticas
com erciales norm ales, parece que el efecto del com ercio sobre la m ano de
obra ha sido subestim ado por algunos análisis económ icos. Quizás una
perspectiva equilibrada sobre este tem a sea el estudio de Adrian Wood
sobre el im pacto del com ercio sobre el em pleo y la desigualdad entre 1960 y
1990 38. Según sus cálculos (que revisan las estim aciones habituales
basándose en una sólida crítica m etodológica), los trabajadores cualificados
del Norte se beneficiaron m ucho del com ercio global por dos m otivos: en
prim er lugar, se aprovecharon del m ayor crecim iento económ ico producido
por el aum ento del com ercio; en segundo lugar, la nueva división
internacional del trabajo otorgó a sus em presas ya ellos m ism os una ventaja
com parativa en los productos y procesos de m ayor valor añadido. Por otra
parte, los trabajadores no cualificados del Norte sufrieron m ucho debido a
la com petencia con los productores de las zonas de m enores costos. Wood
estim a que la dem anda general de m ano de obra no cualificada se redujo un
20 %. Cuando el gobierno y las empresas no pudieron cam biar las
condiciones de los contratos laborales, com o en el caso de la Unión
Europea, la m ano de obra no cualificada se volvió dem asiado costosa en
relación con los artículos com erciados con los países de industrialización
reciente. De ahí siguió el desem pleo de la m ano de obra no cualificada que
era, en com paración, dem asiado cara para su baja preparación. Com o, por
el contrario, continuaba habiendo dem anda de trabajadores cualificados,
surgió la desigualdad salarial en la zona de la OCDE.

No obstante, la nueva teoría sobre la división internacional del trabajo que


subyace en los análisis sobre el im pacto diferencial del com ercio y la
globalización sobre la m ano de obra se basa en un supuesto que ha sido
puesto en tela de juicio por la observación em pírica de los procesos de
producción en las zonas de reciente industrialización, a saber, la
persistencia de una brecha de productividad entre los trabajadores y las
fábricas en el Sur y el Norte. La investigación pionera de Harley Shaiken
sobre las plantas de autom óviles y ordenadores estadounidenses y sobre las
plantas de productos electrónicos de consum o japonesas en el norte de
México m uestra que la productividad de los trabajadores y fábricas
m exicanos es com parable a la de las plantas estadounidenses 39. Las
cadenas de producción m exicanas no presentan un nivel tecnológico
inferior al de las estadounidenses ya sea en cuanto al proceso (fábricas de
ensam blaje de com ponentes) o los productos (m otores, ordenadores), pero
operan por una parte m ínim a del costo que se paga al norte del Río Grande.
En otro ejem plo típico de la nueva in terdependencia de la m ano de obra,
Bom bay y Bangalore se han convertido en im portantes subcontratistas de
softw are para em presas de todo el m undo, utilizando el trabajo de m iles de
ingenieros y científicos inform áticos indios m uy cualificados, que reciben
en torno a un 20 % del salario pagado en los Estados Unidos por trabajos
sim ilares 40 . Están apareciendo tendencias sem ejantes en los servicios
financieros y em presariales en Singapur, Hong Kong y Taipei 41. En sum a,
cuanto m ás se profundiza el proceso de globalización económ ica, m ás se
expande a lo largo de las fronteras la interpenetración de las redes de
producción y gestión, y m ás se estrechan los vínculos entre las condiciones
de la m ano de obra en diferentes países, situada en diferentes niveles de
salarios y protección social, pero cada vez m enos distinta en cuanto a
cualificación y tecnología.

Así pues, se abre una am plia gam a de oportunidades para las em presas de
los países capitalistas avanzados referentes a sus estrategias hacia la m an o
de obra, tanto cualificada com o sin cualificar. Pueden elegir entre:
a) reducir el tam año de la firm a, m anteniendo la m an o de obra m uy
cualificada indispensable en el Norte e im portando los productos de las
zonas de bajos costos; o
b) subcontratar parte del trabajo a sus establecim ientos
transnacionales ya las redes auxiliares, cuya producción puede incorporarse
al sistem a de redes de la em presa; o
c) em plear trabajo tem poral, trabajadores a tiem po parcial o firm as
inform ales com o proveedores en el propio país; o
d) autom atizar o re ubicar las tareas y funciones para las que los
precios del m ercado laboral se consideren dem asiado elevados frente a las
fórm ulas alternativas; u
e) obtener de su m ano de obra, incluido el núcleo, el consentim iento
para unas condiciones de trabajo y sueldo m ás severas com o condición para
que sus puestos se m antengan, con lo que se rectifican los contratos
sociales establecidos en circunstancias m ás favorables para los
trabajadores.
En el m undo real, esta gam a de posibilidades se traduce en el em pleo
efectivo de todas ellas, según las firm as, países y periodos. Así pues, aunque
puede que la com petencia global no afecte de form a directa a la m ayoría de
la m ano de obra de los países de la OCDE, sus efectos indirectos
transform an por com pleto las condiciones e instituciones laborales de todas
partes 42. Asim ism o, el alineam iento de las condiciones laborales en los
distintos países no ocurre debido sólo a la com petencia de las zonas de
bajos costos: tam bién obliga a Europa, Estados Unidos y J apón a
converger. Las presiones tendentes al aum ento de flexibilidad del m ercado
laboral y la rectificación del Estado de bienestar en Europa Occidental
provienen m enos de las derivadas del este asiático que de la com paración
con los Estados Unidos 43. Cada vez será m ás difícil para las com pañías
japonesas continuar con las prácticas de em pleo vitalicio para el 30 %
privilegiado de su m ano de obra, si han de com petir en una econom ía
abierta con las com pañías estadounidenses que practican el em pleo flexible
44 (ver el capítulo 3 de este volum en). El efecto entrecruzado de la
globalización económ ica y la difusión de las tecnologías de la inform ación
está induciendo y posibilitando la producción escueta, la reducción de
tam año, la reestructuración, la consolidación y las prácticas de gestión
flexible. Los efectos indirectos de estas tendencias sobre las condiciones
laborales en todos los países son m ucho m ás im portantes que el im pacto
m ensurable del com ercio internacional o el em pleo directo transnacional.

Así, aunque no existe un m ercado de trabajo global unificado y, por lo


tanto, tam poco una m ano de obra global, sí hay una interdependencia
global de la m ano de obra en la econom ía inform acional. Esta
interdependencia se caracteriza por la segm entación jerárquica del trabajo,
no entre los países, sino a través de las fronteras.

El nuevo m odelo de producción y gestión global equivale a la integración


del proceso de trabajo y la desintegración de la fuerza de trabajo
sim ultánem ente. Este m odelo no es la consecuencia inevitable del
paradigm a inform acional, sino el resultado de la elección económ ica y
política realizada por gobiernos y em presas que seleccionan el «cam ino
fácil» en el proceso de transición a la nueva econom ía inform acional,
utilizando sobre todo los aum entos de la productividad para lograr una
rentabilidad a corto plazo. De hecho, estas políticas contrastan vivam ente
con las posibilidades de m ejora laboral e increm ento de la productividad
abiertas por la transform ación del proceso de trabajo en el paradigm a
inform acional.
EL PROCESO DE TRABAJO EN EL PARAD IGMA
IN FORMACION AL

La m aduración de la Revolución de la tecnología de la inform ación en la


década de 1990 ha transform ado el proceso de trabajo con la introducción
de nuevas form as sociales y técnicas de división del trabajo. La m aquinaria
basada en la m icroelectrónica necesitó toda la década de 1980 para
penetrar plenam ente en la fabricación y sólo en la de 1990 los ordenadores
interconectados se han difundido am pliam ente por todas las actividades de
procesam iento de la inform ación, que son el núcleo del denom inado sector
servicios. A m ediados de los años noventa, el nuevo paradigm a
inform acional asociado con el surgim iento de la em presa red ya estaba bien
situado y listo para desarrollarse 45.

Existe una antigua e ilustre tradición de investigación sociológica y


organizativa sobre la relación entre tecnología y trabajo 46. De este m odo,
sabem os que la tecnología en sí no es la causa de los distintos m étodos de
organización del trabajo. Las decisiones de la dirección, los sistem as de
relaciones laborales, los entornos culturales e institucionales y las políticas
del gobierno son unas fuentes tan fundam entales de las prácticas laborales
y la organización de la producción, que el efecto de la tecnología sólo puede
com prenderse en una interacción com pleja dentro del sistem a social que
abarca todos estos elem entos. Adem ás, el proceso de reestructuración
capitalista m arcó decisivam ente las form as y resultados de la introducción
de las tecnologías de la inform ación en el proceso de trabajo 47. Los m edios
y m odos de esta reestructuración tam bién fueron diversos y dependieron de
las capacidades tecnológicas de los países, de su cultura política y de las
tradiciones laborales. Por lo tanto, el nuevo paradigm a inform acional de
trabajo y m ano de obra no es un m odelo claro, sino un conjunto de retazos
desordenados, unidos por la interacción histórica del cam bio tecnológico,
las políticas de relaciones laborales y la acción social conflictiva. Para
buscar pautas de regularidad m ás allá de esta escena confusa, debem os
tener la paciencia de abstraer capas sucesivas de causación social para de
construir prim ero y luego reconstruir el m odelo que surge del trabajo, los
trabajadores y las organizaciones laborales que caracterizan a la nueva
sociedad inform acional.
Em pecem os con la tecnología de la inform ación. Prim ero la m ecanización y
luego la autom atización han venido transform ando el trabajo hum ano
durante décadas, siem pre desencadenando debates sim ilares en torno a los
tem as del desplazam iento de trabajadores, descualificación frente a
recualificación, productividad frente a alienación, control adm inistrativo
frente a autonom ía laboral 48. Siguiendo una filiere francesa de análisis
durante el últim o m edio siglo, George Friedm ann criticó le travail en
m iettes (trabajo en m igajas) de la factoría taylorista; Pierre Naville
denunció la alienación de los trabajadores bajo la m ecanización; Alain
Touraine, basándose en su estudio sociológico pionero de finales de los
años cuarenta sobre la transform ación tecnológica de las fábricas de
Renault, propuso su tipología de los procesos laborales com o A/ B/ C (oficio,
cadena de ensam blaje y trabajo de innovación); Serge Mallet anunció el
nacim iento de una nueva «clase obrera» centrada en la capacidad de
gestionar y operar la tecnología avanzada; y Benjam in Coriat analizó el
surgim iento de un m odelo postfordista en el proceso de trabajo, basándose
en la vinculación de la flexibilidad e integración en un nuevo m odelo de
relación entre producción y consum o. Al final de este itinerario intelectual,
im presionante en m uchos terrenos, surge una idea fundam ental: la
autom atización, que recibe su significación plena sólo con el desarrollo de
la tecnología de la inform ación, aum enta de form a espectacular la
im portancia del aporte del cerebro hum ano en el proceso de trabajo 49.
Aunque, com o sostuvo Braverm an 50 , se ha utilizado la m aquinaria
autom atizada y luego los ordenadores para transform ar a los trabajadores
en robots de segunda clase, esto no es el corolario de la tecnología, sino el
de una organización social del trabajo que ahogó (y aún ahoga) la plena
utilización de la capacidad productiva generada por las nuevas tecnologías.
Com o han expuesto en sus trabajos em píricos Harley Shaiken, Maryellen
Kelley, Larry Hirschhorn, Shoshana Zuboff, Paul Osterm an y otros, cuanto
m ás am plia y profunda es la difusión de la tecnología de la inform ación
avanzada en las fábricas y oficinas, m ayor es tam bién la necesidad de
trabajadores autónom os y preparados, capaces y listos para program ar y
decidir secuencias enteras del trabajo 51. A pesar de los form idables
obstáculos que suponen la gestión autoritaria y el capitalism o explotador.
las tecnologías de la inform ación requieren una m ayor libertad para que los
trabajadores m ejor inform ados realicen plenam ente todo su potencial de
productividad. El trabajador en red es el agente necesario de la em presa red
que las nuevas tecnologías de la inform ación han hecho posible.
En la década de 1990 , varios factores aceleraron la transform ación del
proceso de trabajo: la tecnología inform ática, las tecnologías de conexión
en red, Internet y sus aplicaciones, que progresa a saltos cuánticos, se hizo
cada vez m ás barata y m ejor, con lo que fue asequible y utilizable a gran
escala; la com petencia global desencadenó una carrera
tecnológica/ ejecutiva entre com pañías de todo el m undo; las
organizaciones evolucionaron y adoptaron nuevas form as que por lo
general se basaron en la flexibilidad y la interconexión; los ejecutivos y sus
consultores com prendieron al fin el potencial de la nueva tecnología y cóm o
utilizarla, aunque con m ayor frecuencia que lo contrario restringieron ese
potencial a los lím ites del antiguo conjunto de m etas organizativas (com o
un increm ento a corto plazo de los beneficios calculados por trim estres).

La am plia difusión de las tecnologías de la inform ación ha ocasionado


efectos bastante sim ilares en fábricas, oficinas y organizaciones de servicios
52. Estos efectos no son, com o se había previsto, el cam bio hacia el trabajo
indirecto a expensas del directo, que se autom atizaría. Por el contrario, el
papel del trabajo directo ha aum entado porque la tecnología de la
inform ación ha otorgado poder al trabajador directo de los talleres (ya sea
en el proceso de com probación de chips o de suscripción de pólizas de
seguros). Lo que tiende a desaparecer m ediante la autom atización integral
son las tareas repetitivas de rutina, que pueden precodificarse y
program arse para su ejecución por m áquinas. Es la cadena de m ontaje
taylorista la que se convierte en una reliquia histórica (aunque sigue siendo
la dura realidad para m illones de trabajadores del m undo industrializado).
No debe resultar sorprendente que las tecnologías de la inform ación hagan
precisam ente esto: reem plazar el trabajo que puede codificarse en una
secuencia program able y realzar el trabajo que requiere análisis, decisión y
capacidad de reprogram ación en tiem po real, en un grado que sólo el
cerebro hum ano puede dom inar. Todo el resto de las actividades, dada la
velocidad extraordinaria de progreso en la tecnología de la inform ación y su
descenso constante de precio por unidad de inform ación, son
potencialm ente susceptibles de autom atización y, por lo tanto, el trabajo
que im pliquen es prescindible (aunque los trabajadores com o tales no lo
sean, dependiendo de su organización social y capacidad política).

El proceso del trabajo inform acional está determ inado por las
características del proceso de producción inform acional. Teniendo
presentes los análisis presentados en los capítulos previos sobre la
econom ía inform acional/ global y sobre la em presa red com o su form a
organizativa, estos procesos pueden resum irse com o sigue:

1) El valor añadido se genera sobre todo por la innovación, tanto del


proceso com o de los productos. Los nuevos diseños de chips y la
redacción del nuevo softw are condicionan en buena m edida el
destino de la industria electrónica. La invención de los nuevos
productos financieros (por ejem plo, la creación del «m ercado de
derivados» en las bolsas de valores a finales de los años ochenta)
están en la base del auge (si bien arriesgado) de los servicios
financieros y de la prosperidad (o derrum bam iento) de las em presas
financieras y de sus clientes.

2) La m ism a innovación depende de dos con diciones: potencial de


investigación y capacidad de especificación. Esto es, el nuevo
conocim iento ha de descubrirse y luego aplicarse a propósitos
específicos en un contexto organizativo/ institucional determ inado.
En los años noventa, el diseño a m edida es fundam ental para la
m icroelectrónica; la reacción inm ediata a los cam bios
m acroeconóm icos resulta crucial en la gestión de los productos
financieros volátiles creados en el m ercado global.

3) La ejecución de tareas es m ás eficiente cuando es capaz de adaptar


instrucciones de m ayor nivel a sus aplicaciones específicas y cuando
puede generar efectos de retroalim entación en el sistem a. Una
com binación óptim a de hom bre/ m áquina en la ejecución de tareas es
la autom atización de todos los procedim ientos tipificados y la reserva
del potencial hum ano para los efectos de adaptación y
retroalim entación.
4) La m ayor parte de la actividad de producción se realiza en
organizaciones. Puesto que los dos rasgos principales de la form a de
organización predom inante (la em presa red) son la adaptabilidad
interna y la flexibilidad externa, los dos rasgos clave del proceso
laboral serán la capacidad para generar una tom a de decisiones
estratégica y flexible, y la capacidad para lograr la integración
organizativa entre todos los elem entos del proceso de producción.

5) La tecnología de la inform ación se convierte en el ingrediente


crítico del proceso de trabajo descrito porque:
! determ ina en buena m edida la capacidad de innovación;

! posibilita la corrección de errores y la generación de efectos de


retroalim entación en la ejecución;

! proporciona la infraestructura para la flexibilidad y adaptabilidad en


toda la gestión del proceso de producción.

Este proceso de producción específico introduce una nueva división del


trabajo que caracteriza al paradigm a inform acional em ergente. La nueva
división del trabajo puede com prenderse m ejor m ediante la presentación
de una tipología construida en tom o a tres dim ensiones. La prim era
dim ensión hace referencia a las tareas reales efectuadas en un proceso de
trabajo determ inado. La segunda dim ensión atañe a la relación entre una
organización determ inada y su entorno, incluidas otras organizaciones.
La tercera dim ensión considera la relación entre los ejecutivos y los
em pleados de una organización o red determ inadas. Denom ino a la
prim era dim ensión creación de valor, a la segunda, creación de relaciones
y a la tercera, tom a de decisiones.

En lo que respecta a la creación de valor, en un proceso de producción


organizado en torno a la tecnología de la inform ación (ya sea producción de
bienes o realización de servicios), pueden distinguirse las siguientes tareas
fundam entales y sus trabajadores correspondientes:

! tom a de decisiones estratégicas y planificación, efectuada por los


m andos;

! innovación en productos y procesos, a cargo de los investigadores,

! adaptación, presentación y selección del objetivo de la innovación, a


cargo de los diseñadores;

! gestión de las relaciones entre la decisión, innovación, diseño y


ejecución, teniendo en cuenta los m edios de que dispone la
organización para lograr las m etas establecidas, a cargo de los
integradores;

! ejecución de tareas bajo su iniciativa y entendim iento propios,


efectuadas por los operadores;

! ejecución de tareas auxiliares y preprogram adas que no se han


autom atizado o no pueden serlo, realizadas por quienes m e atrevo a
denom inar los operados (o robots hum anos).

Esta tipología ha de com binarse con otra que hace referencia a la necesidad
y capacidad de cada tarea (y su realizador) de conectarse con otros
trabajadores en tiem po real, ya sea dentro de la m ism a organización o en el
sistem a general de la em presa red. Según esta capacidad de relación, cabe
distinguir entre tres posiciones fundam entales:

! los trabajadores en red, que establecen conexiones por su iniciativa


(por ejem plo, la ingeniería conjunta con otros departam entos de las
com pañías) y navegan por las rutas de la em presa red;

! los trabajadores de la red, que están en línea, pero que no deciden


cuándo, cóm o, por qué o con quién;

! los trabajadores desconectados, atados a sus propias tareas


específicas, definidas por instrucciones no interactivas y de un único
sentido.

Por últim o, en cuanto a la capacidad de aportación al proceso de tom a de


decisiones, podem os diferenciar a:

! los decisores, que tom an la decisión com o últim o recurso;

! los participantes, que tom an parte en la tom a de decisiones;

! los ejecutores, que sólo aplican las decisiones.


Las tres tipologías no coinciden y puede haber diferencias en la dim ensión
relacional o en el proceso de tom a de decisiones, y de hecho las hay en la
práctica en todos los niveles de la estructura de creación de valor.

Esta construcción no es un tipo ideal de organización o una perspectiva


futurista, sino la representación sintética de los puestos que parecen estar
surgiendo para la realización de las principales tareas en el proceso de
trabajo inform acional, según los estudios em píricos sobre la
transform ación del trabajo y las organizaciones bajo el efecto de las
tecnologías de la inform ación 53. No obstante, mi argum ento no es que
todos o la m ayoría de los procesos de trabajo y los trabajadores de nuestra
sociedad sean reducibles a estas tipologías. Sobreviven form as arcaicas de
organización sociotécnica, y lo harán durante largo tiem po en m uchos
países, del m ism o m odo que las form as de producción artesanales
preindustriales se com binaron con la m ecanización de la producción
industrial durante un periodo histórico extenso. Pero resulta fundam ental
en nuestra observación distinguir las form as com plejas y diversas del
trabajo y los trabajadores de las pautas de producción y gestión em ergentes
que, al basarse en un sistem a sociotécnico dinám ico, tenderán a hacerse
dom inantes por las dinám icas de la com petencia y los efectos de
dem ostración. Mi hipótesis es que la organización del trabajo esbozada en
este esquem a analítico representa el paradigm a del trabajo inform acional
que está surgiendo. Lo ilustraré haciendo una breve referencia a algunos
estudios específicos sobre los efectos de la fabricación asistida por
ordenador y la autom atización del trabajo de oficina, para con cretar un
poco la construcción analítica que he propuesto.

Harley Shaiken estudió en 1994 la práctica de la denom inada «organización


del trabajo de alto rendim iento» en dos fábricas de autom óviles
estadounidenses actualizadas: el Com plejo GM-Saturn, situado a las
afueras de Nashville (Tennessee), y la planta J efferson North de Chrysler,
en la parte oriental de Detroit 54. Am bas son organizaciones de alta
productividad, que han integrado en su operación la m aquinaria m ás
avanzada basada en la inform ática y al m ism o tiem po han transform ado la
organización del trabajo y la gestión. Aunque reconoce diferencias entre las
dos plantas, Shaiken señala los factores críticos que explican el alto
rendim iento en am bas, basándose en las nuevas herram ientas tecnológicas.
El prim ero es la elevada cualificación de una m ano de obra industrial
experim entada, cuyo con ocim iento de la producción y los productos fue
crucial para m odificar un proceso com plejo cuando fue necesario. Para
desarrollar esta cualificación, en el centro del sistem a de trabajo se
encuentra la form ación laboral regular, con cursos especiales fuera de la
planta y en el trabajo. Los trabajadores de Saturo dedican el 5% de su
tiem po laboral anual a sesiones de form ación, realizadas en su m ayoría en
el Centro de Desarrollo del Trabajo, una instalación contigua a la planta.

El segundo factor que fom entó los buenos resultados fue el aum ento de la
auton om ía del trabajador en com paración con otras fábricas, perm itiendo
la colaboración en los talleres, los círculos de calidad y la retroalim entación
de los trabajadores en tiem po real durante el proceso de producción.
Am bas plantas organizan la producción en equipos de trabajo, con un
sistem a plano de clasificación por ocupaciones. Saturo elim inó el puesto de
inspector de prim era línea y Chrysler se m ovió en la m ism a dirección. Los
trabajadores tienen la capacidad de operar con una libertad con siderable y
se les alienta para que aum enten su interacción form al en la realización de
sus tareas.

Su participación en la superación del proceso depende de dos condiciones


que se cum plieron en las dos fábricas: seguridad laboral y participación de
los sindicatos en la negociación, y aplicación de la reorganización del
trabajo. La construcción de la nueva planta de Chrysler en Detroit fue
precedida por un «acuerdo de operación m oderna», que resaltaba la
flexibilidad gestora y la aportación de los trabajadores. Por supuesto, no es
un m undo ideal, exento de conflictos sociales. Shaiken observó la existencia
de tensiones y fuentes potenciales de disputas laborales entre la m ano de
obra y la dirección, así com o entre el sindicato local (que cada vez se
com portaba m ás com o un sindicato de em presa, en el caso de Saturo) y los
dirigentes del United Auto Workers. No obstante, la naturaleza del proceso
de trabajo inform acional dem anda la cooperación, el trabajo en equipo y la
auton om ía y responsabilidad de los trabajadores, sin los cuales las nuevas
tecnologías no pueden utilizarse en todo su potencial. El funcionam iento en
red característico de la producción inform acional im pregna toda la firm a y
requiere la interacción y el procesam iento de la inform ación constantes
entre los trabajadores, entre éstos y la dirección, y entre los hum anos y las
m áquinas.

En cuanto a la autom atización de las oficinas, ha seguido tres fases


diferentes, determ inadas en buena m edida por la tecnología disponible 55.
En la prim era fase, característica de las décadas de 1960 y 1970 , los
ordenadores m ainfram e se utilizaron para el procesam iento de datos por
lotes; estas operaciones, centralizadas por especialistas inform áticos en los
centros de procesam iento de datos, constituían la base de un sistem a que se
caracterizó por la rigidez y el control jerárquico de los flujos de
inform ación; las operaciones de inclusión de datos requerían unos
esfuerzos cuantiosos, ya que la m eta del sistem a era la acum ulación de
grandes cantidades de inform ación en una m em oria central; el trabajo se
tipificó y convirtió en rutina, y, en esencia, se descualificó para la m ayoría
de los trabajadores de las oficinas, en un proceso analizado y denunciado
por Braverm an en su estudio clásico 56. Sin em bargo, los estadios
siguientes de la autom atización fueron m uy diferentes. La segunda fase, a
com ienzos de la década de 1980 , se caracterizó por dar prioridad a que los
em pleados a cargo del proceso de trabajo real utilizaran m icroordenadores;
aunque eran apoyados por bases de datos centralizadas, interactuaban de
form a directa en el proceso de generación de la inform ación, aunque solían
requerir el respaldo de expertos en inform ática. A m ediados de la década, la
com binación de los avances en las telecom unicaciones y el desarrollo de los
m icroordenadores llevó a la form ación de redes de term inales de trabajo y
se revolucionaron literalm ente las labores de oficina, aunque los cam bios
organizativos requeridos para el pleno em pleo de la nueva tecnología
retrasaron la am plia difusión del nuevo m odelo de autom atización hasta la
década de 1990 . En esta tercera fase de autom atización, los sistem as de
oficina están integrados y funcionan en red, con m últiples
m icroordenadores que interactúan entre sí y con los m ainfram es,
form ando una telaraña interactiva capaz de procesar la inform ación,
com unicar y tom ar decisiones en tiem po real 57. Los sistem as de
inform ación interactivos, no sólo los ordenadores, son la base de la oficina
autom atizada y de la denom inada «oficina alternativa» u «oficina virtual»,
donde las tareas se realizan dentro de la red en ubicaciones distantes.
Puede que haya una cuarta fase de autom atización de la oficina cociéndose
en los calderos tecnológicos de los últim os años del siglo: la oficina m óvil, a
cargo de trabajadores individuales provistos de potentes aparatos portátiles
para el procesam iento/ transm isión de la inform ación 58. Si se desarrolla,
com o parece pro bable, se reforzará la lógica organizativa que he descrito
bajo el concepto de em presa red y se profundizará el proceso de
transform ación del trabajo y los trabajadores a lo largo de las líneas
propuestas en este capítulo.

Los efectos de estos cam bios tecnológicos sobre el trabajo de oficina aún no
se han identificado plenam ente porque los estudios em píricos y su
interpretación avanzan m ás despacio que el rápido proceso de cam bio
tecnológico. Sin em bargo, durante la década de 1980 , diversos estudiantes
de doctorado de Berkeley, cuya labor seguí y supervisé, produjeron varias
m onografías detalladas que docum entaban las tendencias de cam bio que
parecen confirm arse por la evolución de los noventa 59. Resultó particular
m ente reveladora la tesis doctoral de Barbara Baran sobre el efecto de la
autom atización de la oficina en el proceso de trabajo de algunas grandes
com pañías de seguros de los Estados Unidos 60 . Su obra, así com o otras
fuentes, m ostraron la tendencia de las firm as a autom atizar el extrem o
inferior de los puestos de trabajo auxiliares, esas tareas de rutina que, al
poder ser reducidas a un núm ero de pasos tipificados, cabe program ar con
facilidad. Tam bién se descentralizó la inclusión de datos, reuniendo la
inform ación e introduciéndola en el sistem a lo m ás cerca posible de la
fuente. Por ejem plo, la contabilidad de las ventas ahora se vincula al
registro y alm acenam iento en la m áquina de caja del punto de venta. Los
cajeros autom áticos actualizan constantem ente las cuentas bancarias. Las
reclam aciones de seguros se alm acenan directam ente en la m em oria en
relación con todos los elem entos que no requieren una sentencia m ercantil;
y así sucesivam ente. El resultado neto de estas tendencias es la posibilidad
de elim inar la m ayor parte del trabajo auxiliar m ecánico y de rutina. Por
otra parte, las operaciones de un nivel superior se concentran en las m anos
de trabajadores de oficina y profesionales cualificados, que tom an
decisiones en virtud de la inform ación que han alm acenado en los archivos
de sus ordenadores. Así que, m ientras en la base del proceso aum enta el
carácter rutinario (y, por ello, la autom atización), en el nivel m edio hay una
reintegración de diversas tareas en una operación inform ada de tom a de
decisiones, por lo general procesada, evaluada y realizada por un equipo
com puesto por trabajadores de oficina con una autonom ía creciente en la
tom a de decisiones. En un estadio m ás avanzado de este proceso de
reintegración de tareas, tam bién desaparece la supervisión de los ejecutivos
de rango m edio y los controles y procedim ientos de seguridad se tipifican
en el ordenador. Entonces la vinculación fundam ental pasa a ser la
existente entre los profesionales que evalúan y tom an las decisiones sobre
tem as im portantes y los adm inistrativos inform ados que tom an decisiones
en las operaciones diarias, basándose en los archivos de sus ordenadores y
sus capacidades para trabajar en las redes. Así pues, la tercera fase de la
autom atización de las oficinas, en lugar de racionalizar Únicam ente las
tareas (com o fue el caso de la autom atización del procesam iento por lotes),
racionaliza el proceso, porque la tecnología perm ite la integración de la
inform ación de m uchas fuentes diferentes y su redistribución, una vez
procesada, a unidades de ejecución diferentes y descentralizadas. De este
m odo, en lugar de autom atizar tareas discretas (com o la m ecanografía y el
cálculo), el nuevo sistem a racionaliza un procedim iento com pleto (por
ejem plo, el nuevo seguro m ercantil, el procesam iento de reclam aciones, la
suscripción) y luego integra varios procedim ientos en líneas de productos o
m ercados segm entados. Entonces se reintegra funcionalm ente a los
trabajadores, en lugar de distribuirlos organizativam ente.

Hirschhorn ha observado una tendencia sim ilar en sus análisis sobre los
bancos estadounidenses y Castaño en su estudio de la banca española 61.
Aunque las operaciones rutinarias cada vez se han autom atizado m ás
(cajeros autom áticos, servicios telefónicos de inform ación, banca
electrónica), el resto de los em pleados de banca cada vez trabajan m ás
com o vendedores de servicios financieros a los clientes y com o
controladores del reintegro de la m oneda que venden. En los Estados
Unidos, el gobierno federal planea autom atizar los pagos de im puestos y de
la seguridad social para finales de siglo, con la que se extenderá un cam bio
sim ilar del proceso laboral a los organism os del sector público.

Sin em bargo, el surgim iento del paradigm a inform acional en el proceso


laboral n o cuenta toda la historia del trabajo y los trabajadores en nuestras
sociedades. El contexto social, y en particular la relación existente entre
capital y trabajo según las decisiones específicas de la dirección de las
firm as, afecta de form a drástica la form a real del proceso laboral y las
consecuencias del cam bio para los trabajadores. Ello fue particularm ente
cierto durante la década de 1980 , cuando la aceleración del cam bio
tecnológico fue a la par del proceso de reestructuración capitalista, com o he
sostenido antes. Así, el estudio clásico de Watanabe 62 sobre el im pacto de
la introducción de robots en la industria autom ovilística de J apón, Estados
Unidos, Francia e Italia, m ostró de form a sustancial los efectos diferentes
de una tecnología sim ilar en la m ism a industria: en los Estados Unidos e
Italia, los trabajadores fueron desplazados debido a que la m eta principal
de introducir nueva tecnología era reducir los costos laborales; en Francia,
la pérdida de puestos de trabajo fue m enor que en esos dos países debido a
las políticas gubernam entales para am ortizar los im pactos sociales de la
m odernización; y en J apón, donde se obligaba a las com pañías a m antener
el em pleo vitalicio, éste aum entó y se disparó la productividad com o
resultado de la form ación y de un trabajo en equipo m ás intenso, que
aum entaron la com petitividad de las firm as y consiguieron cuotas de
m ercado antes estadounidenses.
Los estudios realizados sobre la interacción del cam bio tecnológico y la
reestructuración capitalista de la década de 1980 tam bién m ostraron que,
con m ucha frecuencia, se introdujeron las tecnologías, en prim er lugar,
para ahorrar trabajo, para som eter a los sindicatos y para recortar costos,
m ás que para m ejorar la calidad o aum entar la productividad por otros
m edios que no fueran la reducción de tam año. Otra de m is antiguas
alum nas, Carol Parsons, estudió en su tesis doctoral para Berkeley la
reestructuración sociotecnológica de la m etalurgia y la industria de la
confección en los Estados Unidos 63. En el sector m etalúrgico, entre las
firm as investigadas por Parsons, el propósito citado con m ayor frecuencia
para la introducción de la tecnología fue la reducción del trabajo directo.
Adem ás, en lugar de equipar con nuevas herram ientas sus fábricas, las
firm as solían cerrar las plantas que estaban sindicalizadas y abrían otras
nuevas, por lo gen eral sin un sindicato, incluso cuando no cam biaran de
región para su nueva ubicación. Com o resultado del proceso de
reestructuración, el em pleo cayó de form a considerable en todas las
industrias m etalúrgicas, con la excepción del equiparniento de oficinas.
Adem ás, los trabajadores de producción vieron reducido su núm ero relativo
frente a los ejecutivos y profesionales. Dentro de los trabajadores de
producción, hubo una polarización entre los cualificados y sin cualificar, y
los de la cadena de m ontaje fueron reducidos en un núm ero considerable
por la autom atización. Parsons observó una evolución sim ilar en la
industria de la con fección en relación con la introducción de la tecnología
basada en la m icroelectrónica. La m ano de obra directa de producción fue
desapareciendo rápidam ente y la industria se fue convirtiendo en un centro
de distribución que conectaba la dem anda del m ercado estadounidense con
los proveedores de m anufacturación de todo el m undo. El resultado neto
fue una m ano de obra bipolar, com puesta por diseñadores m uy cualificados
y ejecutivos de ventas inform atizados, por un lado, y trabajadores de
fabricación poco cualificados y m al pagados, ubicados en el exterior o en los
Estados Unidos, con frecuencia en talleres explotadores, nacionales e
ilegales. Este m odelo es sorprendentem ente sim ilar al que he descrito en el
capítulo anterior para Benetton, la firm a de redes m undiales de ropa de
punto, considerada el com pendio de la producción flexible.

Eileen Appelbaum 64 descubrió tendencias sim ilares en la industria de


seguros, cuyos espectaculares cam bios tecnológicos he descrito antes
basándom e en la obra de Barbara Baran. En efecto, el relato sobre la
innovación tecnológica, el cam bio organizativo y la reintegración del
trabajo en esta industria debe com pletarse con la observación de los
despidos m asivos y la baja rem uneración de su trabajo cualificado.
Appelbaum vincula su proceso de rápido cam bio tecnológico con el efecto
de la desregulación y la com petencia global en los m ercados financieros.
Com o resultado, pasó a ser fundam ental asegurar la m ovilidad del capital y
la versatilidad del trabajo, que se vio a la vez recortado y recualificado. Se
proyectó que los puestos no cualificados de picado de datos, donde se
concentraban las m ujeres de m inorías étnicas, fueran com pletam ente
elim inados por la autom atización a finales de siglo. Por otra parte, los
puestos adm inistrativos restantes se recualificaron m ediante la integración
de las tareas en puestos de trabajo m ulticualificados y m ultifuncionales,
susceptibles de m ayor flexibilidad y adaptación a las necesidades
cam biantes de una industria cada vez m ás diversificada. Tam bién se
polarizaron los puestos profesionales entre las tareas que necesitaban
m enor cualificación, ocupados por adm inistrativos m ás preparados, y las de
una gran especialización, que por lo general requerían form ación
universitaria. El género, la clase y la raza especificaron estos cam bios
ocupacionales; m ientras que las m áquinas reem plazaron sobre todo a las
m ujeres de m inorías étnicas con m enor form ación de la base de la escala,
fueron fundam entalm ente m ujeres blancas las que reem plazaron a los
hom bres blancos en los puestos profesionales inferiores, si bien por un
sueldo m ás bajo y unas perspectivas de carrera reducidas frente a los que
disfrutaban aquéllos. La preparación m últiple para los puestos de trabajo y
la individualización de la responsabilidad solieron verse acom pañadas por
nuevos títulos de corte ideológico (por ejem plo, «auxiliar de dirección» en
lugar de «secretaria»), con lo que se resaltó el potencial de com prom iso de
las oficinistas sin que aum entaran com o correspondía sus recom pensas
profesionales.

Así pues, la nueva tecnología de la inform ación está redefiniendo los


procesos laborales ya los trabajadores y, por lo tanto, el em pleo y la
estructura ocupacional. Mientras está m ejorando la preparación para una
cantidad considerable de puestos de trabajo ya veces los salarios y las
condiciones laborales en los sectores m ás dinám icos, otra gran cantidad
está desapareciendo por la autom atización tanto en la fabricación com o en
los servicios. Por lo general, suelen ser puestos que no tienen la
cualificación suficiente para escapar a la autom atización, pero que son lo
bastante caros com o para m erecer la inversión en la tecnología necesaria
para reem plazarlos. El aum ento de preparación educativa, ya sea general o
especializada, requerido en los puestos recualificados de la estructura
ocupacional segrega aún m ás a la m ano de obra en virtud de la educación,
en sí m ism a un sistem a m uy segregado porque institucionalm ente se
corresponde en cierto m odo con una estructura residencial segregada. El
trabajo degradado, sobre todo en los puestos de picado de datos para una
nueva generación de trabajadores com puesta por m ujeres, m inorías
étnicas, inm igrantes y jóvenes, se concentra en actividades poco
cualificadas y m al rem uneradas, así com o en el trabajo tem poral o los
servicios diversos. La bifurcación resultante de las pautas de trabajo y su
polarización no es el desenlace necesario del progreso tecnológico o de
tendencias evolutivas inexorables (por ejem plo, el ascenso de la «sociedad
postindustrial» o la «econom ía de servicios». Está determ inada por la
sociedad y diseñada por los gestores, en el proceso de reestructuración
capitalista que tiene lugar en el nivel inferior, dentro de la estructura y con
la ayuda del proceso de cam bio tecnológico, origen del paradigm a
inform acional. En tales condiciones, el trabajo, el em pleo y las ocupaciones
se transform an, y las propias nociones de trabajo y jornada laboral quizá
cam bien para siem pre.

LOS EFECTOS D E LA TECN OLOGÍA D E LA IN FORMACIÓN


SOBRE EL EMPLEO: ¿H ACIA U N A SOCIED AD SIN TRABAJO?

La difusión de la tecnología de la inform ación en fábricas, oficinas y


servicios ha vuelto a prender un tem or centenario de los trabajadores de
verse desplazados por las m áquinas, volviéndose irrelevantes para la lógica
de la producción que sigue dom inando nuestra organización social. Aunque
la versión de la era de la inform ación del m ovim iento ludita que aterrorizó
a los industrialistas ingleses en 1811 aún no ha aparecido, el desem pleo
creciente en Europa Occidental durante las décadas de 1980 y 1990 ha
suscitado preguntas sobre la fractura potencial de los m ercados laborales y,
de este m odo, de toda la estructura social, por el efecto m asivo de las
tecnologías que ahorran trabajo.

El debate sobre esta cuestión ha estado en boga durante la pasada década y


está lejos de generar una respuesta inequívoca 65. Por una parte, se
sostiene que la experiencia histórica m uestra la transferencia secular de un
tipo de actividad a otro a m edida que el progreso tecnológico reem plaza el
trabajo con herram ientas de producción m ás eficientes 66. Así, en Gran
Bretaña, entre 1780 y 1988, la m ano de obra agrícola se redujo a la m itad en
núm eros absolutos y cayó del 50 % al 2,2% de la m ano de obra total; no
obstante, la productividad per cápita aum entó por un factor de 68 y ello
perm itió la inversión de capital y trabajo en la industria, luego en los
servicios, de m odo que se em pleó a una población creciente. La
extraordinaria velocidad del cam bio tecnológico en la econom ía
estadounidense durante el siglo xx tam bién desplazó de form a m asiva el
trabajo de la agricultura, pero el núm ero total de puestos laborales creados
por la econom ía aum entó de los 27 m illones aproxim ados de 190 0 a 133
m illones de 1999. Según este planteam iento, los puestos industriales m ás
tradicionales conocerán el m ism o destino que los agrícolas, pero se están
creando trabajos nuevos y aún habrá m ás en industria de alta tecnología
(ver el cuadro 4.23 en el Apéndice A) y, lo que es m ás significativo, en los
«servicios» 67. Com o prueba de la continuidad de esta tendencia técnica, es
fácil señalar la experiencia de las econom ías industriales m ás avanzadas en
cuanto a tecnología, J apón y los Estados Unidos: son precisam ente las que
han creado m ás puestos de trabajo durante los años ochenta y noventa 68,
Según el Libro Blanco de la Com isión Europea sobre Crecim iento,
com petitividad y em pleo, entre 1970 y 1992, la econom ía estadounidense
creció en térm inos reales un 70 % y el em pleo, un 49%. La econom ía de
J apón creció un 173% y su em pleo, un 25%, m ientras que la econom ía de la
Com unidad Europea lo hizo un 81 %, pero con un aum ento del em pleo de
sólo el 9% 69. y lo que la Com isión no dice es que casi todo este nuevo
em pleo fue creado por el sector público: la creación de em pleo privado en la
Com unidad Europea perm aneció estancada durante los años ochenta. En
los años noventa, aum entó la brecha en la creación de em pleo entre
Europa, por un lado, y los Estados Unidos y J apón, por otro (ver la figura
4.3). Efectivam ente, entre 1975 y 1999 los Estados Unidos crearon unos 48
m illones de nuevos puestos de trabajo, y J apón 10 m illones. En esos
veinticuatro años, la Unión Europea creó Únicam ente 11 m illones de
nuevos puestos de trabajo, la m ayoría de loS cuales, hasta finales de los
noventa, estaban en el sector público. Adem ás, entre el de enero de 1993 y
el 1 de enero del 20 0 0 , los Estados Unidos crearon m ás de veinte m illones
de nuevos em pleos, m ientras que en la Unión Europea descendió el núm ero
absoluto de em pleos entre 1990 y 1996. No sólo eso, el em pleo em pezó a
crecer en Europa en 1997-1999, m om ento en el que los países europeos
intensificaron la difusión de las tecnologías de la inform ación en sus
em presas, al tiem po que reform aban aquellos aspectos institucionales del
m ercado de trabajo que frenaban la creación de em pleo. En octubre de
1999, por prim era vez en la década, la tasa de paro de la Unión Europea en
su conjunto cayó por debajo del 10 %. El ritm o de creación de em pleo fue
sum am ente diferente según los países de Europa: de hecho, en 1999 sólo
existía una tasa de paro con dos dígitos en España, Italia, Francia,
Alem ania, Finlandia y Bélgica, m ientras que otros países europeos tenían
tasas de paro inferiores al 8%, y en algunos de ellos (Países Bajos, Suiza,
Noruega) eran inferiores a la de Estados Unidos. El perfil de cualificación
de los nuevos puestos de trabajo creados fue, en prom edio, superior a la
cualificación m edia del conjunto de la m ano de obra. Por ejem plo, en el
caso de los Estados Unidos, el cuadro 4.24 del Apéndice A, elaborado por
Martin Cam oy, m uestra que la proporción de em pleos con altos salarios ha
pasado de un 24,6% en 1960 al 33% en 1998, un increm ento m uy superior
al tan aireado crecim iento de los puestos de trabajo de nivel inferior, que
pasó del 31,6% al 32,4%, confirm ando la decadencia de los puestos de nivel
m edio, pero principalm ente en beneficio del nivel superior de la escala
ocupacional. Un estudio desarrollado en 1999 por el Departam ento de
Trabajo de los Estados Unidos sobre el perfil de los nuevos em pleos creados
en los años noventa descubrió que una gran m ayoría de los nuevos puestos
de trabajo se crearon en ocupaciones que pagaban por encim a del salario
m edio nacional de 13 dólares por hora 70 .

Según un estudio de la OCDE, la variación porcentual de creación neta de


em pleo entre 1980 y 1995 en los países de la OCDE fue del 3,3% en los
sectores de alta tecnología, del 8,2% en los sectores de tecnología m edia y
del 10 ,9% en los sectores de baja tecnología 71. En una perspectiva de
futuro, el Inform e Tregouet de 1997, encargado por la Com isión de
Finanzas del Senado francés, concluyó que «a m edida que cobre fuerza la
sociedad de la inform ación, la m itad de las ocupaciones hoy requeridas no
existirán en el plazo de veinte años; en lo esencial, esas ocupaciones
im plicarán la adición de conocim iento e inform ación» 72.

Una característica fundam ental del nuevo m ercado laboral durante las dos
últim as décadas es la incorporación m asiva de las m ujeres al trabajo
rem unerado: el porcentaje de participación fem enina en la m ano de obra
para las edades de 15 a 64 años pasó de un 51,5% en 1973 a un 70 ,7% en
1998 en los Estados Unidos; del 53,2% al 67,8% en el Reino Unido; del
50 ,1% al 60 ,8% en Francia; del 54% al 59,8% en J apón; del 50 ;3% al 60 ,9%
en Alem ania; del 33,4% al 48,7% en España; del 33,7% al 43,9% en Italia;
del 63,6% al 69,7% en Finlandia; y del 62,6% al 75,5% en Suecia, el país con
la m ayor participación laboral fem enina del m undo 73. Sin em bargo, la
presión de este increm ento sustan cial de la oferta laboral n o creó un
elevado desem pleo en los Estados Unidos y en J apón, com o ocurrió en
algunos países de Europa occidental. Los Estados Unidos, en m edio de un
espectacular reequipam iento tecnológico, registraron en 1999 su tasa de
desem pleo m ás baja en treinta años, un 4,1 %. J apón, a pesar de la
prolongada recesión de los años noventa, seguía m anteniendo su tasa de
desem pleo por debajo del 5%, aunque m odificaba sus pautas tradicionales
de relaciones laborales, com o expondré m ás adelante. y los Países Bajos,
una econom ía tecnológicam ente avanzada, después de m odificar sus
instituciones laborales redujo su tasa de paro a cerca del 3% a finales de
1999.

Por tanto, todos los datos apuntan al hecho de que el alto desem pleo en los
países desarrollados es principalm ente un problem a de algunos (pero no
todos) los países europeos durante las prim eras fases de su transición a la
nueva econom ía. La principal causa de este problem a no fue la introducción
de nuevas tecnologías, sino políticas m acroeconóm icas equivocadas y por
un entorno institucional que desalentó la creación de em pleo en el sector
privado. Sin em bargo, la innovación tecnológica y la difusión de tecnologías
no tuvo un efecto directo sobre la creación o destrucción de em pleo en un
nivel agregado.

Martin Carnoy elaboró los cuadros 4.25 y 4.26(ver el Apéndice A) sobre la


base de los datos de la OCDE, relacionando en 21 países diversos
indicadores de intensidad en la aplicación de tecnología de la inform ación
con el crecim iento del em pleo y el desem pleo a m ediados de los años
noventa. Según sus cálculos, no existe una relación estadísticam ente
significativa entre la difusión de tecnologías y la evolución del em pleo en el
periodo 1987-1994. De hecho, la única correlación (aunque no es
estadísticam ente relevante) es la que se produce en la inversión en
tecnología inform acional por trabajador en 1994 y la tasa de desem pleo.
Pero la correlación es negativa, indicando la posibilidad de que exista un
efecto positivo de la tecnología sobre la creación de em pleo 74. Com o éste y
otros análisis 75 indican, la variación institucional parece explicar los
niveles de paro, en tanto que los efectos de los niveles tecnológicos no
siguen una pauta coherente. Si pudiera desprenderse alguna pauta de los
datos internacionales sería en la dirección opuesta a las predicciones
ludditas: el superior nivel tecnológico suele asociarse a una tasa de paro
inferior. Las objeciones de los críticos, com o la tesis de los trabajadores
desalentados que no se contabilizan en las estadísticas de desem pleo,
sim plem ente no resisten el escrutinio em pírico. Un estudio de la OCDE de
1993 sobre los trabajadores desalentados llevado a cabo entre 1983 y 1991
calculaba que estos trabajadores constituían cerca del 1% de la m ano de
obra en 1991. Si se sum aran los trabajadores desalentados a los
trabajadores en paro, la tasa de desem pleo en la m ayoría de los países de la
OCDE en 1991 aum entaría hasta una cifra cercana al 8%. Pero, teniendo en
cuenta los nuevos cálculos, la tasa ajustada de em pleo habría caído de todos
m odos en 1997 en los Estados Unidos, Reino Unido, J apón, los Países
Bajos, Australia y Canadá, es decir, en los países que creaban em pleo en las
nuevas circunstancias tecnológicas y organizativas 76. Sin em bargo, el
argum ento definitivo es calcular la ratio entre el em pleo y la población en
general con edades entre los 15 y los 64, la edad laboral (ver el cuadro 4.27).
Es decir, todos, desalentados o no, en prisión o no, son contabilizados de
esa form a. Si llevam os a cabo ese cálculo, entre 1973 y 1998 en los Estados
Unidos la ratio de hom bres em pleados sobre el total de la población
m asculina bajó ligeram ente del 82,8% al 80 ,5%. Pero se disparó en el caso
de las m ujeres, pasando de148% al 67,4%. Por otro lado, descendió
significativam ente para los hom bres de todos los países europeos, de
Canadá y Australia, al tiem po que aum entó para las m ujeres en todos los
países, en algunos de ellos significativam ente (Canadá) o m eteóricam ente
(en los Países Bajos, del 28,6% al 59,4%). J apón tiene una posición
interm edia, con un claro descenso de la ratio de em pleo para los hom bres y
un m oderado aum ento para las m ujeres. Así, por un lado, los Estados
Unidos superan la prueba de la evolución de la ratio em pleo/ población. Por
otro lado, lo que realm ente está ocurriendo es una tendencia notable: la
sustitución de los hom bres por las m ujeres en grandes segm entos del
m ercado laboral, en condiciones y m odalidades que se analizarán m ás
detalladam ente en el volum en II , capítulo 4.

No obstante, los profetas del desem pleo m asivo, encabezados por el ilustre
Club de Rom a, sostienen que tales cálculos se basan en una experiencia
histórica diferente que subestim a los im pactos radicalm ente nuevos de las
tecnologías, cuyos efectos son universales y penetrantes porque se
relacionan con el procesam iento de la inform ación. Así pues, según sigue el
argum ento, si los puestos de trabajo en la industria siguen el cam ino de los
agrícolas, no habrá suficientes trabajos en los servicios para reem plazarlos,
porque éstos tam bién se están autom atizando y desapareciendo
rápidam ente. Predijeron que esta tendencia, al acelerarse en los años
noventa, abocaría al desem pleo m asivo 77. La consecuencia obvia de este
análisis es que nuestras sociedades tendrán que escoger entre el desem pleo
m asivo y los trabajadores desem pleados / ocasionales o una redefinición
del trabajo y el em pleo, abriendo el cam ino para una reestructuración total
de la organización social y los valores culturales.
Dada la im portancia del tem a, las instituciones internacionales, los
gobiernos y los investigadores han realizado esfuerzos extraordinarios para
valorar el im pacto de las nuevas tecnologías. En los últim os quince años, se
han efectuado docenas de estudios de gran com plejidad técnica, sobre todo
en la década de 1980 , cuando aún había esperanzas de que los datos
pudieran proporcionar una respuesta. La lectura de estos estudios revela la
dificultad de la investigación. Es obvio que la introducción de robots en una
cadena de m ontaje reduce la jornada de trabajo hum ano para un nivel
determ inado de producción. Pero no se sigue que se reduzca el em pleo para
la firm a o incluso para la industria. Si la calidad y productividad superiores
alcanzadas por la introducción de m aquinaria electrónica aum entan la
com petitividad, tanto la firm a com o la industria necesitarán aum entar el
em pleo para surtir a la dem anda m ás am plia resultante de una cuota de
m ercado m ayor. Así pues, la pregunta se suscita a escala nacional: la nueva
estrategia de crecim iento im plicaría el aum ento de la com petitividad al
costo de reducir el em pleo en algunos sectores, m ientras se utiliza el
excedente así generado para invertir y crear trabajo en otros, com o los
servicios a em presas o las industrias de tecnología m edioam biental. En
últim o recurso, los resultados netos de em pleo dependerán de la
com petencia internacional. Los teóricos del com ercio sostendrían entonces
que no es un juego de sum a cero, ya que la expansión del com ercio global
beneficiará a un núm ero m ayor de unidades económ icas m ediante el
increm ento de la dem anda general. Según esta línea de argum ento, habría
una reducción potencial del em pleo com o consecuencia de la difusión de las
nuevas tecnologías de la inform ación sólo si:

! la expansión de la dem anda n o com pensa el aum ento de la


productividad laboral; y

! no existe una reacción institucional a ese desajuste m ediante la


reducción de la jornada laboral, no de los puestos de trabajo.

Esta segunda condición es particularm ente im portante. Después de todo, la


historia de la industrialización ha m ostrado a largo plazo un aum ento del
em pleo, la producción, la productividad, los salarios reales, los beneficios y
la dem anda, m ientras que ha reducido de form a considerable la jornada
laboral en virtud del progreso en tecnología y gestión 78. ¿Por qué no ha de
ser éste el caso en el estado actual de la transform ación tecnoeconóm ica?
¿Por qué las tecnologías de la inform ación han de ser m ás destructivas para
el em pleo en general que la m ecanización o autom atización ocurridas
durante las décadas anteriores del siglo XX? Revisem os los estudios
em píricos.

Frente a una plétora de estudios sobre diferentes países e industrias, en la


década de 1980 , la Oficina Internacional del Trabajo encargó algunas
síntesis de la literatura para que indicaran el estado del conocim iento sobre
la relación entre m icroelectrónica y em pleo en varios contextos. Entre esas
síntesis dos destacan por su buena docum entación y análisis: las realizadas
por Raphael Kaplinsky 79 y J ohn Bessant 80 . El prim ero destacó la
necesidad de distinguir los resultados en ocho niveles diferentes: el
proceso, la planta, la firm a, la industria, la región, el sector, nacional y el
m etanivel (es decir, la discusión de los efectos diferenciales relacionados
con paradigm as sociotécnicos alternativos). Tras revisar los datos para cada
uno de ellos, concluyó:

En la m edida en que los estudios particulares puedan ofrecer alguna


exposición clara sobre el tem a, parecería que los estudios
cuantitativos m acro y m icro extraen conclusiones fundam entalm ente
diferentes. Las investigaciones en el nivel del proceso y la planta
suelen señalar un desplazam iento significativo del trabajo. Por otra
parte, las sim ulaciones en el nivel nacional llegan con m ás frecuencia
a la conclusión de que no es inm inente un problem a de em pleo
im portante 8 1.

Bessant rechaza com o excesivo lo que denom ina «los tem ores repetidos
sobre la autom atización y el em pleo» que se han venido repitiendo desde
los años cincuenta. Luego, tras un exam en m inucioso de los resultados del
estudio, escribe que «está cada vez m ás claro que la pauta de los efectos del
em pleo que se asocia con la m icroelectrónica parece variar m ucho». Según
los datos que ha revisado, por una parte, la m icroelectrónica desplaza
algunos puestos de trabajo en algunas industrias. Pero, por otra, tam bién
contribuirá a crearlos y m odificará sus características. La ecuación general
debe tom ar en consideración varios elem entos al m ism o tiem po:

el nuevo em pleo generado por las industrias de nuevos productos


basados en la m icroelectrónica; el nuevo em pleo en tecnologías
avanzadas generado en las industrias existentes; el em pleo
desplazado en industrias cuyos productos están siendo sustituidos
por los basados en la m icroelectrónica, com o el equipo de
telecom unicaciones; el em pleo perdido por una falta de
com petitividad general causada por no adoptar la m icroelectrónica.
Considerado todo ello, a lo largo de todo el espectro surge un patrón
de pérdidas y ganancias, con un cam bio relativam ente pequeño en el
em pleo en general 8 2.

Si se consideran los estudios sobre países específicos durante la década de


1980 , los hallazgos son algo contradictorios si bien, en general, parece
surgir el m ism o patrón de indeterm inación. En J apón, un estudio de 1985
de su Instituto del Trabajo sobre el em pleo y los efectos laborales de las
nuevas tecnologías electrónicas en industrias tan diversas com o los
autom óviles, los periódicos, la m aquinaria eléctrica y el softw are, llegó a la
conclusión de que «en m uchos casos, la introducción de nuevas tecnologías
no pretendía reducir la m ano de obra en la práctica, ni hacerlo con
posterioridad» 8 3.

En Alem ania, el m inistro de Investigación y Tecnología encargó un


im portante esfuerzo de investigación, el denom inado Metaestudio, durante
la década de 1980 para realizar tanto investigaciones econom étricas com o
de casos específicos sobre los efectos del cam bio tecnológico en el em pleo.
Aunque la diversidad de los estudios incluidos en el program a de
investigación no perm ite una conclusión firm e, en la síntesis de sus autores
se llegaba a la conclusión de que es «el contexto» el que explica las
variaciones de los efectos observados. En cualquier caso, la innovación
tecnológica se entendía com o un factor acelerador de las tendencias
existentes en el m ercado laboral, m ás que su causa. El estudio prevé que a
corto plazo los puestos de trabajo no cualificado serán desplazados, aunque
el aum ento de productividad dará com o resultado una creación m ayor de
puestos de trabajo a largo plazo 8 4.

En los Estados Unidos, Flynn analizó 20 0 casos específicos de los efectos


sobre el em pleo de los procesos de innovación entre 1940 y 1982 85. Llega a
la conclusión de que, aunque las innovaciones en el proceso de fabricación
elim inaron puestos m uy cualificados y ayudaron a crear otros de baja
cualificación, sucedió lo contrario con el procesam iento de la inform ación
en las oficinas, donde la innovación tecnológica suprim ió los puestos de
baja cualificación y creó otros m uy cualificados. Así pues, según Flynn, los
efectos de la innovación del proceso fueron variables, dependiendo de las
situaciones específicas de las industrias y firm as. En el ám bito de la
industria, de nuevo en los Estados Unidos, el análisis de Levy y otros sobre
cinco de ellas m ostró efectos diferentes de la innovación tecnológica: en la
m inería del hierro, en la m inería del carbón y en el alum inio, el cam bio
tecnológico aum entó la producción y dio com o resultado un m ayor em pleo;
en el acero y los autom óviles, por otra parte, el crecim iento de la dem anda
no se correspondió con la reducción del trabajo por unidad de producción y
el resultado fue la pérdida de puestos de trabajo 8 6. Tam bién en los
Estados Unidos, el análisis de Miller en la década de 1980 de los datos
disponibles sobre el efecto de la robótica industrial llegó a la conclusión de
que la m ayoría de los trabajadores desplazados serían reabsorbidos en la
m ano de obra 87.

En el Reino Unido, el estudio de Daniel sobre los im pactos en el em pleo de


la tecnología utilizada en las fábricas y oficinas llegó a la conclusión de que
eran insignificantes. Otro estudio del Policy Studies Institute de Londres
sobre una m uestra de 1.20 0 em presas de Francia, Alem ania y el Reino
Unido considera que, en prom edio para los tres países considerados, el
efecto de la m icroelectrónica suponía una pérdida de puestos de trabajo
equivalente al 0 ,5%,0 ,6% y 0 ,8%, respectivam ente, del descenso anual del
em pleo en la fabricación 8 8.

En la síntesis de estudios dirigida por Watanabe sobre los im pactos de la


robotización en la industria autom ovilística de J apón, Estados Unidos,
Francia e Italia, la pérdida total de puestos de trabajo se juzgó entre un 2%
y un 3,5%, pero con la advertencia adicional de los efectos diferenciales que
m encioné anteriorm ente, a saber, el aum ento del em pleo en las fábricas
japonesas debido a la utilización de la m icroelectrónica para recualificar a
los trabajadores aum enta la com petitividad 8 9. En el caso de Brasil, Silva
no descubrió que la tecnología afectara al em pleo en la industria
autom ovilística, aunque variaba am pliam ente según los grados de
producción 90 .

En el estudio que dirigí sobre los efectos de las nuevas tecnologías en la


econom ía española a com ienzos de los añ os ochenta, no encontram os una
relación estadística entre variación de em pleo y nivel tecnológico en los
sectores de fabricación y servicios. Adem ás, un estudio dentro del m ism o
program a de investigación realizado por Cecilia Castaño sobre la industria
del autom óvil y la banca en España descubrió una tendencia hacia la
asociación positiva entre la introducción de la tecnología de la inform ación
y el em pleo. Un estudio econom étrico de Sáez sobre la evolución del em pleo
en España por sectores en la década de 1980 tam bién halló una relación
estadística positiva entre la m odernización tecnológica y el aum ento del
em pleo, debido al increm ento de la productividad y la com petitividad 91.

Los estudios encargados por la Oficina Internacional del Trabajo sobre el


Reino Unido, la OCDE en su conjunto y Corea del Sur tam bién parecen
apuntar hacia la falta de una vinculación sistem ática entre la tecnología de
la inform ación y el em pleo 92. Las otras variables de la ecuación (com o la
estructura industrial de los países, los contextos institucionales, el lugar
ocupado en la división internacional del trabajo, la com petitividad, las
políticas de gestión, etc.) superan con m ucho el im pacto específico de la
tecnología.

No obstante, con frecuencia se ha solido exponer el argum ento de que las


tendencias observadas durante la década de 1980 no representan
plenam ente la extensión del efecto sobre el em pleo de las tecnologías de la
inform ación, porque su difusión en el conjunto de la econom ía y la sociedad
estaba aún por llegar 93. Ello nos obliga a aventuram os por el terreno
m ovedizo de las proyecciones, al m anejar dos variables inciertas (las nuevas
tecnologías de la inform ación y el em pleo) y su relación aún m ás incierta.
Sin em bargo, ha habido un núm ero de m odelos de sim ulación bastante
com plejos que han arrojado alguna luz sobre los tem as en discusión. Uno
de ellos es el m odelo construido por Blazejczak, Eber y Horn para evaluar
los im pactos m acroeconóm icos de la inversión en I+D en la econom ía de
Alem ania Occidental entre 1987 y 20 0 0 . Construyeron tres proyecciones.
Sólo en las circunstancias m ás favorables, el cam bio tecnológico genera
em pleo al aum entar la com petitividad. En efecto, llegaron a la conclusión
de que las pérdidas de puestos de trabajo son inm inentes a m enos que se
den efectos de dem anda com pensatorios, y esta dem anda no puede
generarse sólo por unos resultados m ejores en el m ercado internacional. No
obstante, según las proyecciones de su m odelo, «en total, los efectos de la
dem anda com pensan realm ente una parte im portante del descenso del
em pleo predicho» 94. Así pues, es probable que la innovación tecnológica
afecte negativam ente al em pleo en Alem ania, pero en un grado bastante
m oderado. Aquí, una vez m ás, hay otros elem entos, com o las políticas
m acroeconóm icas, la com petitividad y las relaciones industriales, que
parecen ser m ucho m ás im portantes com o factores determ inantes de la
evolución del em pleo.
En los Estados Unidos, el estudio de sim ulación m ás citado fue el realizado
en 1984 por Leontieff y Duchin para evaluar el im pacto de los ordenadores
sobre el em pleo durante el periodo 1963-20 0 0 , utilizando una m atriz
dinám ica de entradas y salidas en la econom ía estadounidense 95.
Centrándose en su perspectiva interm edia, descubrieron que se requerirían
20 m illones de trabajadores m enos en relación con el núm ero que habría
que em plear para lograr la m ism a producción si se m antenía constante el
nivel de tecnología. Esta cifra, según sus cálculos, representa una caída del
11,7% del trabajo requerido. Sin em bargo, el im pacto es m uy diferente
según industrias y ocupaciones. Se predijo que los servicios, y en particular
las actividades de oficina, sufrirían pérdidas de puestos de trabajo m ayores
que la fabricación, com o resultado de la difusión m asiva de la
autom atización en las oficinas. Los adm inistrativos y ejecutivos verían
reducirse de form a considerable sus perspectivas de em pleo, m ientras que
los profesionales las increm entarían m ucho y los obreros y trabajadores
cualificados m antendrían sus posiciones relativas en la m ano de obra. Sin
em bargo, la m etodología del estudio de Leontieff-Duchin ha sido m uy
criticada porque se basa en una serie de supuestos que, atendiendo a
estudios específicos lim itados, m axim izan el im pacto potencial de la
autom atización inform ática, m ientras lim itan el cam bio tecnológico a los
ordenadores. En efecto, desde la perspectiva privilegiada del 20 0 0 , ahora
podem os afirm ar el fracaso de las predicciones de Leontieff y Duchin. Pero
no se trata únicam ente de una observación em pírica. El fracaso estaba
inscrito en el m odelo analítico. Com o sostenía Lawrence, el fallo
fundam ental en este m odelo y otros es que asum en un nivel fijo de
dem anda y producción finales 96. Esto es precisam ente lo que parece
desm entir la pasada experiencia de in novación tecnológica com o hipótesis
m ás probable 97 .Si la econom ía no crece, es evidente que las tecnologías
que ahorran trabajo reducirán la jornada laboral requerida. Pero, en el
pasado, el rápido cam bio tecnológico se ha solido asociar con una tendencia
expansionista que, al aum entar la dem anda y la producción, ha generado la
necesidad de m ás jornadas en térm inos absolutos, aun cuando represente
m enos tiem po de trabajo por unidad de producción. Sin em bargo, el punto
clave en el nuevo periodo histórico es que en un sistem a económ ico
integrado internacionalm ente, la expansión de la dem anda y la producción
dependerá de la com petitividad de cada unidad económ ica y de su
ubicación en un escenario institucional determ inado (tam bién llam ado
nación). Puesto que la calidad y los costos de producción, determ inantes de
la productividad, dependerán en buena m edida del producto y del proceso
de innovación, es probable que el cam bio tecnológico m ás rápido de una
firm a, industria o econom ía nacional determ inadas obtenga com o resultado
un nivel de em pleo m ás elevado y no m ás bajo. Esto es congruente con los
hallazgos del estudio de Young y Lawson sobre el efecto de la tecnología
sobre el em pleo y la producción en Estados Unidos entre 1972 y 198498. En
44 de las 79 industrias que exam inaron, los efectos de ahorro de trabajo de
las nuevas tecnologías se com pensaron con creces por la dem anda final m ás
elevada, de tal m odo que, en general, el em pleo se expandió. En el ám bito
de las econom ías nacionales, los estudios sobre los países de
industrialización reciente del Pacífico asiático tam bién han m ostrado un
increm ento espectacular del em pleo, sobre todo en la industria, siguiendo
la m ejoría tecnológica de las industrias que aum entó su com petitividad
internacional 99.

En una vena m ás analítica, reflejando los resultados de los estudios


em píricos en diferentes países europeos, el líder intelectual de la «escuela
de la regulación», Robert Boyer, resum e su argum ento sobre el tem a en
varios puntos clave 10 0 :

1. Si las dem ás variables perm anecen constantes, el cam bio tecnológico


(m edido por la densidad de I+D) m ejora la productividad y
obviam ente reduce el nivel de em pleo para una dem anda
determ inada.

2. Sin em bargo, los aum entos de productividad pueden utilizarse para


reducir los precios relativos, con lo cual se estim ula la dem anda para
un producto dado. Si las elasticidades de los precios son m ayores que
uno, un descenso en el precio, paralelo a un aum ento de la
producción, aum entará de hecho el em pleo.

3. Si los precios son constantes, los aum entos de productividad podrían


transform arse en salario real o increm entos del beneficio. Entonces el
consum o o la inversión serán m ás elevados con un cam bio
tecnológico intensificado. Si las elasticidades de los precios son altas,
las pérdidas de puestos de trabajo se com pensarán con una dem anda
extra, proveniente de los sectores antiguos y de los nuevos.

4. No obstante, el punto crítico es la relación precisa entre innovación


del proceso e innovación del producto, Si la prim era progresa m ás de
prisa, habrá un descenso del em pleo, si los dem ás factores siguen
invariables. Si la innovación del producto lleva la delantera, entonces
la dem anda recién inducida podría dar com o resultado un em pleo
m ás elevado.

El problem a de un análisis económ ico tan elegante está siem pre en los
supuestos: los dem ás factores nunca son iguales. El m ism o Boyer reconoce
este hecho y luego exam ina la adecuación em pírica de su m odelo,
observando, de nuevo, una am plia gam a de variación entre industrias y
países diferentes. Aunque Boyer y Mistral descubrieron una relación
negativa entre productividad y em pleo para el conjunto de la OCDE en el
periodo de 1980 -1986, un análisis com parativo de Boyer sobre países de la
OCDE identificó tres pautas diferentes de em pleo en zonas con niveles
sim ilares de densidad de I+D 10 1.

1. En J apón, un m odelo eficiente de producción en serie y consum o


m asivo fue capaz de sostener el aum ento de la productividad y el
em pleo en virtud del increm ento de la com petitividad.

2. En los Estados Unidos, hubo una im presionante tasa de creación de


puestos de trabajo, pero concentrado en puestos de salario y
productividad bajos en las actividades de servicios tradicionales.

3. En Europa Occidental, la m ayoría de las econom ías entraron en un


círculo vicioso: para afrontar una m ayor com petencia internacional,
las em presas introdujeron tecnología de ahorro de trabajo, con lo que
aum entaron la producción pero lim itaron la capacidad de generar
puestos de trabajo, sobre todo en la industria. La innovación
tecnológica no aum enta el em pleo. Dadas las características europeas
de lo que Boyer denom ina «el m odo de regulación» (por ejem plo, las
políticas económ icas del gobierno y las estrategias em presariales
sobre trabajo y tecnología), es probable que la innovación destruya
em pleo en ese contexto. No obstante, estas políticas son requeridas
por la com petencia internacional.

De hecho, la experiencia de los Estados Unidos de los años ochenta


no es representativa de lo que ocurrió en los noventa, com o he
m encionado anteriorm ente. Tam poco la experiencia japonesa. Así, la
necesaria corrección del desfasado estudio de Boyer y Mistral es que,
en los años noventa, m ientras que las m ayores econom ías europeas
siguieron rezagadas en cuanto a creación de em pleo hasta 1997 ,
J apón m antuvo un m oderado crecimiento del em pleo y los Estados
Unidos tuvieron un rendim iento aún superior, aum entando de form a
sustancial el núm ero de puestos de trabajo al tiem po que m ejoraba su
calidad, aunque al precio del estancam iento de los salarios m edios
reales hasta 1996. A finales de los años noventa, después de reform ar
sus instituciones laborales, la m ayoría de los países europeos tam bién
reducía el desem pleo de form a sustancial. Incluso España, el país con
peor trayectoria en cuanto a creación de em pleo, redujo su tasa de
paro del 22% en 1996 al 15,3% a finales de 1999 en detrim ento de la
estabilidad en el em pleo de la m ayoría de los trabajadores.

El estudio sobre el em pleo realizado por la Secretaría de la OCDE en


1994, tras exam inar los datos históricos y actuales sobre la relación
entre aquél la tecnología concluyó que:

La inform ación detallada, sobre todo del sector m anufacturero,


proporciona pruebas de que la tecnología está creando puestos de
trabajo. Desde 1970 el em pleo en la industria de alta tecnología se ha
expandido, en pronunciado contraste con el estancam iento de los
sectores de tecnología m edia y baja, y las pérdidas de puestos
laborales en la fabricación de baja cualificación, en torno a un 1%
anual. Los países que m ejor se han adaptado a las nuevas tecnologías
y que han pasado la producción y las exportaciones a los m ercados
tecnológicos de crecim iento rápido han tendido a crear m ás puestos
de trabajo. [...] J apón obtuvo un increm ento del 4% en em pleo
industrial durante las décadas de 1970 y 1980 , en com paración con el
1,5% de aum ento de los Estados Unidos. Durante el m ism o periodo, la
Com unidad Europea, donde las exportaciones se especializaron de
form a creciente en industrias de salarios y tecnología relativam ente
bajos, experim entó una caída del 20 % en el em pleo industrial 10 2.

En sum a, com o tendencia general, parece que no existe una relación


estructural sistem ática entre la difusión de las tecnologías de la
inform ación y la evolución de los niveles de em pleo en el conjunto de la
econom ía. Hay puestos de trabajo que se desplazan m ientras se crean otros
nuevos, pero la relación cuantitativa entre las pérdidas y las ganancias varía
de unas em presas, industrias, sectores, regiones y países a otros,
dependiendo de la com petitividad, las estrategias com erciales, las políticas
gubernam entales, los entornos institucionales y la posición relativa en la
econom ía global. El resultado específico de la interacción de la tecnología
de la inform ación y el em pleo depende en buena m edida de factores
m acroeconóm icos, estrategias econ óm icas y contextos sociopolíticos 10 3.
La evolución del nivel de em pleo no es un dato fijo, que resultaría de la
com binación de datos dem ográficos estables y una tasa de difusión
proyectada de la tecnología de la inform ación. Dependerá en buena m edida
de decisiones determ inadas por la sociedad sobre los usos de la tecnología,
sobre la política inm igratoria, sobre la evolución de la fam ilia, sobre la
distribución institucional de la jornada laboral en el ciclo vital y sobre el
nuevo sistem a de relaciones laborales.

Así pues, la tecnología de la inform ación por sí m ism a no causa desem pleo,
aunque reduce obviam ente el tiem po de trabajo por unidad de producción.
Pero, en el paradigm a inform acional, el tipo de puestos laborales cam bia en
cantidad, en calidad, en la naturaleza del trabajo que se realiza y en cuanto
al género de quién trabaja, dónde y cóm o. Por lo tanto, un nuevo sistem a de
producción requiere una nueva m ano de obra; aquellos individuos y grupos
incapaces de adquirir la cualificación inform acional podrían ser excluidos
del trabajo o devaluados com o trabajadores. Asim ism o, com o la econom ía
inform acional es global, el desem pleo abundante concentrado en algunos
segm entos de la población (por ejem plo, los jóvenes franceses) y algunas
regiones (com o Asturias) podría convertirse en una am enaza para la zona
de la OCDE si no se restringe la com petencia y si el «m odo de regular» la
relación entre capital y trabajo no se transform a.

El endurecim iento de la lógica capitalista desde la década de 1980 ha


fom entado la polarización social a pesar de la m ejoría ocupacional. Esta
tendencia no es irreversible: puede rectificarse por políticas deliberadas
dirigidas a re equilibrar la estructura social. Pero, dejadas por su cuenta, las
fuerzas de la com petencia sin restricciones en el paradigm a inform acional
em pujarían al em pleo y la estructura social hacia la dualización. Por últim o,
la flexibilidad de los procesos y m ercados laborales inducida por la em presa
red, y perm itida por las tecnologías de la inform ación, afecta
profundam ente a las relaciones sociales de producción heredadas del
industrialism o, introduciendo un nuevo m odelo de trabajo flexible y un
nuevo tipo de trabajador: el de tiem po flexible.
EL TRABAJO Y LA D IVISORIA IN FORMACION AL: LOS
TRABAJAD ORES A TIEMPO FLEXIBLE

La nueva vida laboral de Linda tam bién tiene sus desventajas. La


principal de todas es una constante nube de ansiedad sobre si encontrará
un próxim o trabajo. En ciertos sentidos, se siente aislada y vulnerable.
Tem erosa del estigm a de haber sido despedida, por ejem plo, no quiere que
su apellido aparezca en este artículo.

Pero la libertad de ser su propio jefe com pensa la inseguridad. ,Linda


tiene la oportunidad de organizar su horario en torno al de su hijo. Puede
elegir sus tareas. y puede ser una pionera de la nueva m ano de obra.

(N ew sw eek, 14 de junio de 1993, pág.17.)

Em pecé a pensar que, cuando envejeciera, si alguien m e preguntaba qué


había hecho con m i vida, todo lo que podría decirle era que trabajar. Así
que decidí que eso sería una form a de desperdiciarla y m e despedí.

(Yoshiko Kitani, licenciada en em presariales de 30 años, después de dejar


un trabajo seguro en una editorial japonesa en Yokoham a para contratarse
eventualm ente a través de em presas de trabajo tem poral.)

En un trabajo com o éste [un trabajo eventual] lleva algún tiem po


aprender los program as y entender qué estas haciendo. Pero cuando lo
consigues, las norm as son las que son y tu tiem po se ha acabado.

(Yoshiko Kitani, 10 m eses después) 10 4

Un nuevo fantasm a recorre Europa (no Am érica y no tanto J apón): el


surgim iento de una sociedad sin trabajo, bajo el im pacto de las tecnologías
de la inform ación en fábricas, oficinas y servicios. No obstante, com o suele
ser el caso de los espectros en la era electrónica, m irado de cerca, parece ser
m ás un asunto de efectos especiales que una realidad aterradora. Las
lecciones de la historia, los datos em píricos actuales, las proyecciones de
em pleo para los países de la OCDE y la teoría económ ica no apoyan esos
m iedos a largo plazo, pese a los dolorosos ajustes en el proceso de
transición al paradigm a inform acional. Las instituciones y las
organizaciones sociales del trabajo parecen desem peñar un papel m ayor
que la tecnología en la inducción de creación o destrucción de puestos de
trabajo. Sin em bargo, aunque la tecnología en sí no crea ni destruye
em pleo, sí transform a en profundidad la naturaleza de trabajo y la
organización de la producción. La reestructuración de las em presas y
organizaciones, perm itida por la tecnología de la inform ación y estim ulada
por la com petencia global, está llevando a una transform ación fundam ental
del trabajo: la individualización del trabajador en el proceso de trabajo.
Estam os siendo testigos de la inversión de la tendencia histórica hacia la
salarización del trabajo y la socialización de la producción, que fueron los
rasgos dom inantes de la era industrial. La nueva organización social y
económ ica basada en las tecnologías de la inform ación pretende
descentralizar la gestión, individualizar el trabajo, personalizar los
m ercados y, por lo tanto, segm entar el trabajo y fragm entar las sociedades.
Las nuevas tecnologías de la inform ación perm iten, al m ism o tiem po, la
descentralización de las tareas laborales y su coordinación en una red
interactiva de com unicación en tiem po real, ya sea entre continentes o
entre pisos del m ism o edificio. El surgim iento de los m étodos de
producción escueta va a la par de las extendidas prácticas em presariales de
subcontratación, outsourcing, ubicación en el exterior, consultoría,
reducción de tam año y personalización.

Tendencias a la flexibilidad inducidas por la com petencia e im pulsadas


tecnológicam ente subyacen a la actual transform ación de la organización
del trabajo. En su exhaustivo exam en de la em ergencia de m odelos
laborales flexibles, Martin Carnoy diferencia cuatro elem entos en esa
transform ación:

1. Jornada laboral: trabajo flexible quiere decir que no está lim itado al
m odelo tradicional de 35-40 horas sem anales de trabajo en un
em pleo durante todo el año.

2. Estabilidad en el em pleo: el trabajo flexible está orientado a la tarea,


y no incluye el com prom iso de em pleo futuro.

3. Localización: aunque la m ayoría de los trabajadores por lo general


sigue trabajando en el centro de trabajo de su em presa, un núm ero
creciente de trabajadores lo hace fuera de su lugar de trabajo durante
parte o la totalidad de su jornada laboral, sea en casa, trasladándose o
en la sede de una com pañía diferente que subcontrata a la em presa
del trabajador.

4. Contrato social entre em presario y em pleado: el contrato tradicional


se basa/ se basaba en un com prom iso del em presario con trabajos
bien definidos de los trabajadores, un nivel estándar de
rem uneración, opciones de form ación, beneficios sociales y una
carrera laboral predecible (en algunos países, basada en la
antigüedad). Del lado del trabajador se espera/ se esperaba cierta
lealtad a la com pañía, perm anencia en el trabajo y una buena
disposición a trabajar m ás horas si era necesario, sin com pensación
en el caso de los puestos directivos y con salario extra en el caso de
trabajadores de producción 10 5.

Este m odelo de em pleo, que, junto con Carnoy, denom inaré estándar , está
en decadencia en el m undo a favor del trabajo flexible, que se desarrolla
sim ultáneam ente en las cuatro dim ensiones que acabo de m encionar.
Exam inem os en prim er lugar las tendencias de los países de la OCDE en los
años ochenta y noventa sobre la base de los datos de la OCDE elaborados
por Cam oy y expuestos en las figuras 4.4, 4.5, 4.6, 4.7. Entre 1983 y 1998
aum entó significativam ente el núm ero de trabajadores a tiem po parcial (en
su gran m ayoría m ujeres) en todos los países analizados, excepto en los
Estados Unidos y Dinam arca. Representaban m ás del 20 % de la m ano de
obra en el Reino Unido, Australia y J apón y superaron el 30 % en los Países
Bajos. La proporción de trabajadores eventuales aum entó en todos los
países analizados, a excepción de los Países Bajos. En los Estados Unidos, el
trabajo eventual aum entaba pero se m antenía en un nivel m uy bajo en
1994, una observación que exam inaré con cierto detalle. En España hubo
un aum ento sustancial del em pleo eventual durante los años noventa, hasta
alcanzar cerca de un tercio de la m ano de obra en 1994.

Volviendo al autoem pleo, entre 1983 y 1993 los datos m uestran en la


m ayoría de los países una tendencia al aum ento del porcentaje de la m ano
de obra que abandona la categoría del trabajo asalariado. Datos de
diferentes fuentes parecen indicar una acentuación de esa tendencia a
finales de los años noventa . La tendencia era particularm ente intensa en
Italia (llegando casi a una cuarta parte de la m ano de obra) y en el Reino
Unido, m ientras que era estable y perm anecía en un nivel bajo en los
Estados Unidos; un hallazgo contraintuitivo, considerando la im agen
estadounidense del espíritu em pren dedor de sus pequeñas em presas.
Parece que las econom ías de diversos países ensayan diversas form as de
flexibilidad en su organización del trabajo, dependiendo de su legislación
laboral, seguridad social y sistem as fiscales. Por tanto, parece
analíticam ente útil trabajar, com o hizo Martin Carnoy, com binando
diferentes form as de em pleo no estándar en una única m edida, aunque se
reconozca un solapam iento parcial entre categorías que, en cualquier caso,
no invalida las com paraciones entre países. Los resultados, que se
m uestran en la figura 4.7, m uestran un aum ento significativo del em pleo no
estándar, con la excepción de Dinam arca y los Estados Unidos. Siendo
España el país m enos estandarizado en los m odelos de em pleo de la OCDE,
todos los países estudiados, m enos los Estados Unidos, tienen m ás del 30 %
de su m ano de obra organizada de form a laboralm ente flexible.

La excepción estadounidense parece indicar que cuando existe flexibilidad


laboral en las instituciones del país, las form as no estándar de em pleo no se
consideran necesarias. Eso se reflejaría en una m enor perm anencia m edia
en el em pleo en Estados Unidos que en otros países. Efectivam ente, eso es
lo que observam os en térm inos generales: en 1995, el núm ero m edio de
años de perm anencia en el em pleo en los Estados Unidos era de 7,4, en
contraste con los 8,3 del Reino Unido, 10 ,4 de Francia, 10 ,8 de Alem ania,
11,6 de Italia, 11,3 de J apón, 9,6 de los Países Bajos y 9,1 en España (pero el
contraste era todavía m ás acusado con Canadá, 7,9, y Australia, 6,4) 10 7.
Adem ás, a pesar de la flexibilidad laboral incorporada en las instituciones,
las form as no estándar de em pleo tam bién son significativas en los Estados
Unidos. En 1990 el autoem pleo representaba el 10 ,8% de la m ano de obra,
el em pleo a tiem po parcial el 16,9%, y el trabajo por «contrato de obra» o
tem poral cerca del 2% , lo que sum aba el 29,7% de la m ano de obra,
aunque, una vez m ás, las categorías se solapan en cierta m edida. Según una
estim ación diferente, la m ano de obra contingente sin beneficios sociales,
seguridad en el em pleo y carrera labC)ral había pasado en los Estados
Unidos en 1992 al 25% desde el 20 % de 1982. Las previsiones eran que este
tipo de trabajo aum entara hasta .el 35% de la m ano de obra estadounidense
en el año 20 0 0 10 8. Mishel, Berm stein y Schm itt, basándose en los datos de
la Oficina de Estadísticas Laborales estadounidense, m ostraron que el
em pleo en la industria auxiliar eventual en los Estados Unidos pasó de los
417.0 0 0 trabajadores en 1982 a los 2.646.0 0 0 de 1997 (ver la figura 4.8)
10 9. Adem ás, la Oficina de Estadísticas Laborales calculó que entre los años
1996 y 20 0 6 el em pleo eventual en los Estados Unidos aum entaría un 50 %.
La subcontratación de recursos [outsourcing], facilitada por las
transacciones on-line, afecta no sólo a la m anufactura, sino tam bién a las
em presas de servicios. Un estudio de las 392 em presas de crecim iento m ás
rápido de los Estados Unidos en 1994 m ostró que el 68% de ellas
subcontrataban servicios de nóm ina, el 48% servicios fiscales, el 46%
servicios de adm inistración, etc. 110 .

Aunque el tam añ o de la econom ía de los Estados Unidos hace difícil


observar las pautas de cam bio hasta que alcanzan una m asa crítica, la
im agen que obtenem os es m uy diferente si consideram os California, la
locom otora económ ica y tecnológica de los Estados Unidos. En 1999, el
Institute of Health Policy Studies [Instituto de Estudios de Política
Sanitaria] de la Universidad de California en San Francisco, en cooperación
con el Field Institute, llevó a cabo un estudio sobre la organización laboral y
las condiciones de vida de una m uestra representativa de trabajadores de
California, el segundo sondeo de un estudio longitudinal de tres años de
duración 111. Definieron «em pleos tradicionales» com o aquellos en los que
concurría un trabajo anual a tiem po com pleto y en turno de día, en el que el
trabajador es fijo y le paga la em presa para la que realizaba el trabajo, y en
el que el em pleado no trabaja desde su casa o com o contratista
independiente; una definición m uy parecida a la que em pleam os Carnoy y
yo. De acuerdo con esta definición, el 67% de los trabajadores de California
no tenían un trabajo tradicional. Si se sum a el criterio de perm anencia en el
em pleo, la proporción de trabajadores con em pleos tradicionales se reduce
al 22% (ver las figuras 4.9 y 4.10 ). Añadam os que un indicador del grado
de desaparición del hogar tradicional dom inado por un trabajador
m asculino es que si añadim os a este porcentaje el criterio de que sólo uno
de los m iem bros del hogar aporte ingresos, la proporción cae al 8% (7% con
cabeza de fam ilia m asculina, 1% con cabeza de fam ilia fem enina). Con todo,
tengo que añadir una corrección. Com o la noción de turno de día no estaba
incluida en m i definición de trabajo no tradicional, pedí y obtuve del equipo
investigador un nuevo cálculo de los datos del que se dedujeran los
trabajadores en turno de noche. En los nuevos cálculos, con m i definición
restrictiva, es el 57%, y no el 65%, la proporción de trabajadores en form as
no estándar de em pleo. Gracias al m ism o estudio pudim os saber que sólo el
49% de los trabajadores trabajaban las tradicionales 35-40 horas
sem anales: un tercio de ellos trabajaba m ás de 45 horas y un 18% m enos de
35 horas. El tiem po m edio de perm anencia en la m ism a em presa era de
cuatro años, con un 40 % de trabajadores con m enos de dos años en su
puesto actual. El 25% de los trabajadores no trabajaban durante todo el
año, m ientras que aquellos que trabajaban todo el año y una sem ana
norm al de 35-40 horas representaban sólo el 35%. Cuanto m ás alto el nivel
profesional, m ás prolongada la jornada laboral: m ientras que el 29% del
total de trabajadores trabajaba m ás de 40 horas sem anales, en quienes
estaban en el lím ite superior de la escala salarial (60 .0 0 0 dólares y m ás) la
proporción ascendía al 58%. En conjunto, n o se podía decir que estuvieran
descontentos. El 59% del total de trabajadores inform aba de un aum ento de
su salario, y el 39% habían sido ascendidos o habían cam biado a un trabajo
m ejor.

El m odelo californiano de em pleo flexible es todavía m ás claro en Silicon


Valley, el centro de la nueva econom ía. Chris Benner, en su tesis doctoral en
Berkeley, ha m ostrado la aparición de una m ultiplicidad de form as de
em pleo flexible durante los años noventa 112. Según sus cálculos, entre
1984 y 1997, en el condado de Santa Clara (que está en el núcleo del
denom inado Silicon Valley), el em pleo de los trabajadores eventuales
aum entó un 159%, el de los trabajadores a jornada parcial el 21%, el de los
servicios em presariales (vale decir servicios subcontratados) un 152% y el
autoem pleo un 53%. Así, estim a que hasta e180 % de los nuevos em pleos del
condado durante este periodo se produjeron en el em pleo no estándar.
Tam bién considera que en 1997 el volum en de lo que denom ina «m ano de
obra contingente» en proporción al total de la m ano de obra de Silicon
Valley podía evaluarse entre el 34% y el 51 % de la m ano de obra total
(dependiendo de la m edida en que se produzca un doble recuento debido a
las categorías que se solapan). Benner descubrió el papel crucial de los
interm ediarios del m ercado laboral para proporcionar la m ano de obra
flexible que requería Silicon Valley. No se trata únicam ente de las
tradicionales agencias de trabajo tem poral, sino de todo tipo de
organizaciones e instituciones, incluidos los grem ios de trabajadores y los
propios sindicatos (en la vieja tradición de las lonjas sindicales de
contratación de estibadores, traducidas a la econom ía de la inform ación)
113.

La floreciente nueva econ om ía de los Estados Unidos se enfrentaba, de


hecho, a una carestía de la m ano de obra a finales de siglo. Para afrontarla,
las em presas, en particular en los sectores de la alta tecnología y de la
inform ación, estaban recurriendo a incentivos no tradicionales para retener
a sus trabajadores, incluyendo la distribución de stock options entre sus
em pleados profesionales, una de las form as predilectas de com pensación en
las em presas de Internet de reciente creación. Las em presas de todos los
sectores industriales tam bién utilizaban en gran escala m ano de obra
inm igrante, tanto en ocupaciones altam ente cualificadas com o en trabajos
poco cualificados. y el em pleo eventual, contratado a través de
interm ediarios, se estaba disparando en los Estados Unidos en conjunto. El
trabajo just-in-tim e parece estar sustituyendo a los sum inistros just-intim e
com o el recurso clave de la econom ía inform acional 114.

En el contexto europeo, una aproxim ación interesante para detectar los


nuevos m odelos laborales em ergentes es el denom inado «m odelo
holandés», que tuvo un enorm e éxito en la creación de em pleo y el
crecim iento económ ico sin pérdida de protección social durante los años
noventa. Enfrentados a un desem pleo creciente en los ochenta, el gobierno,
las em presas y los trabajadores holandeses alcanzaron una serie de
acuerdos para reestructurar el m ercado laboral. En el m arco de estos
acuerdos, los sindicatos accedieron a m oderar los aum entos salariales a
cam bio de la preservación de em pleos del núcleo de la industria. Pero
adem ás de este acuerdo (que es habitual en las negociaciones entre
sindicatos y patronal en todos los países), los sindicatos holandeses
tam bién accedieron a la am pliación, en la periferia de la m ano de obra, de
nuevas form as flexibles de em pleo, principalm ente trabajo a tiem po parcial
y contratos eventuales. El gobierno tam bién creó program as para estim ular
las iniciativas de las pequeñas em presas. Sin em bargo, el elem ento clave de
este m odelo es que, a diferencia de los Estados Unidos, los trabajadores a
tiem po parcial y eventuales reciben la plena cobertura del sistem a sanitario
nacional y de los planes de pensiones de incapacidad, desem pleo y
jubilación. y las m ujeres, principales receptoras de los nuevos em pleos a
tiem po parcial, disfrutaban de subsidios para el cuidado de sus hijos. Com o
resultado de esta estrategia, la tasa de desem pleo de los Países Bajos, en un
m om ento de intensa innovación tecnológica, bajó de un prom edio de19%
en los ochenta a un 3% a finales de 1999. Desde el punto de vista
m acroeconóm ico, los Países Bajos disfrutaron en los años noventa de un
aum ento de la inversión privada, crecim iento económ ico y del em pleo y un
crecim iento salarial m oderado pero positivo. Este m odelo de flexibilización
negociada de los m ercados laborales y de las condiciones de trabajo, junto
con una definición de la responsabilidad institucional y fiscal de los
sistem as de bienestar social, parece estar tam bién en la base de la
experiencia positiva de crecim iento económ ico equilibrado y bajo
desem pleo de Suecia, Dinam arca y Noruega 115.

La m ovilidad del trabajo atañe tanto a los trabajadores cualificados com o a


los no cualificados. Aunque la existencia de un núcleo de trabajadores
estables continúa siendo la norm a en la m ayoría de las em presas, la
subcontratación y la consultoría es una form a en rápido aum ento de
obtener un trabajo profesional. No sólo las firm as se benefician de la
flexibilidad. Muchos profesionales añaden a su trabajo principal (de tiem po
com pleto o parcial) ingresos por consultoría que m ejoran tanto su renta
com o su poder de negociación. La lógica de este sistem a laboral altam ente
dinám ico interactúa con las instituciones laborales de cada país: cuanto
m ayores sean las lim itaciones a esa flexibilidad, m enor será el im pacto
sobre salarios y beneficios, y m ayor la dificultad que encontrarán todos los
nuevos para entrar en el núcleo de la m ano de obra, con lo que se lim itará
la creación de em pleo.

Aunque los costos sociales de la flexibilidad pueden ser elevados, una


corriente creciente de investigación destaca el valor transform ador de los
nuevos acuerdos laborales para la vida social y sobre todo para la m ejora de
las relaciones fam iliares y la existencia de unos patrones m ás igualitarios
entre los géneros 116. Un investigador británico, P. Hewitt 117, inform a de
la creciente diversidad de las fórm ulas y horarios laborales y del potencial
que ofrece el trabajo com partido entre los em pleados a tiem po com pleto y
los apenas em pleados dentro de la m ism a unidad fam iliar. En general, la
form a tradicional de trabajo, basada en un em pleo a tiem po com pleto,
tareas ocupacionales bien definidas y un m odelo de carrera profesional a
lo largo del ciclo vital, se está erosionando de m anera lenta pero segura.

Japón es diferente, aunque no tan to com o los observadores suelen pensar.


Toda estructura analítica que pretenda explicar las nuevas tendencias
históricas en la organización del trabajo y su im pacto en la estructura del
em pleo, debe ser capaz de dar cuenta de la «excepcionalidad japonesa»: es
una excepción dem asiado im portante para dejarla de lado com o una rareza
para la teoría com parativa. Así pues, considerem os el asunto con algún
detalle.

A finales de 1999, pese a una prolongada recesión que detuvo el crecim iento
de J apón durante la m ayor parte de los años noventa, la tasa de paro
japonesa, aunque era la m ás alta de las últim as dos décadas, seguía por
debajo del 5%. En efecto, la principal preocupación de sus planificadores
laborales es la escasez potencial de trabajadores en el futuro, dado el
envejecim iento de la estructura dem ográfica y la reticencia japonesa hacia
la inm igración extranjera 118. Adem ás, el sistem a Chuki Koy o, que
proporciona un em pleo asegurado de larga duración para el núcleo de la
m ano de obra de las grandes em presas, se m antenía, aunque som etido a
crecientes presiones, com o se verá m ás adelante. Por lo tanto, parecería que
la excepcionalidad desdice la tendencia general hacia la flexibilidad del
m ercado laboral y la individualización del trabajo que caracteriza al resto
de las sociedades inform acionales capitalistas 119. Sin em bargo, yo
sostendría que aunque J apón ha creado un sistem a de relaciones laborales
y procedim ientos de em pleo m uy original, la flexibilidad ha sido la
tendencia de carácter estructural durante las dos últim as décadas y está
aum entado junto con la transform ación de la base tecnológica y la
estructura ocupacional 120 .

La estructura de em pleo japonesa se caracteriza por una extraordinaria


diversidad interna, así com o por un patrón com plejo de situaciones fluidas
que se resisten a la generalización y estandarización. La m ism a definición
del sistem a Chuki Koy o necesita precisión 121. Para la m ayor parte de los
trabajadores que se encuentran en este sistem a, significa sim plem ente que
pueden trabajar hasta la jubilación en la m ism a em presa, en circunstancias
norm ales, com o una costum bre, no un derecho. Esta práctica de em pleo se
lim ita de hecho a las grandes com pañías (las de m ás de 1.0 0 0 em pleados) y
en la m ayoría de los casos sólo se aplica a los hom bres del núcleo de la
m ano de obra. Adem ás de sus trabajadores regulares, las com pañías
tam bién em plean al m enos tres clases diferentes de m ano de obra: los
trabajadores a tiem po parcial, los tem porales y los enviados a la com pañía
por otra o por un agente de selección («trabajadores rem itidos»). Ninguna
de estas categorías tiene seguridad laboral, prestaciones de jubilación o
derecho a recibir los bonos anuales acostum brados para recom pensar la
productividad y el com prom iso con la com pañía. Adem ás, con m ucha
frecuencia, los trabajadores, sobre todo los hom bres de m ayor edad, son
trasladados a otros puestos de otras em presas del m ism o grupo de la
com pañía (Shukko). Esto incluye la práctica de separar a los hom bres
casados de sus fam ilias (Tanshin-Funin) debido a dificultades para
encontrar vivienda y, sobre todo, a la reticencia fam iliar a trasladar a los
hijos a una escuela diferente en m edio de su educación. Se dice que el
Tanshin-Funin afecta a cerca de un 30 % de los em pleados en la gestión 122.
Nom ura estim a que la seguridad de un trabajo a largo plazo en la m ism a
com pañía sólo se aplica a aproxim adam ente un tercio de los em pleados
japoneses, incluidos los del sector público 123. J oussaud proporciona un
cálculo sim ilar 124. Adem ás, la incidencia de los puestos de trabajo
perm anentes varía m ucho incluso para los hom bres y depende de la edad,
el grado de preparación y el tam año de la com pañía. El cuadro 4.28 (en el
Apéndice A) proporciona una ilustración del perfil del Chuki Koy o en 1991-
1992.

El punto fundam ental en esta estructura de m ercado laboral es la definición


de tiem po parcial. Según las definiciones gubernam entales, los trabajadores
a «tiem po parcial» son aquellos considerados com o tales por la com pañía
125. De hecho, trabajan casi a tiem po com pleto (seis horas diarias,
com paradas con el horario de siete horas y m edia de los trabajadores
regulares), si bien el núm ero de días laborales en un m es es ligeram ente
m enor que el de los trabajadores regulares. No obstante, reciben en
prom edio en torno al 60 % del salario de un trabajador regular y sobre un
15% del bono anual. Lo que es m ás im portante, no tienen seguridad laboral,
así que son despedidos y contratados a conveniencia de la com pañía. Los
trabajadores a tiem po parcial y los tem porales proporcionan la flexibilidad
laboral requerida. Su papel ha aum entado de form a sustancial desde la
década de 1970 , cuando la crisis del petróleo indujo una im portante
reestructuración económ ica en J apón. En el periodo de 1975-1990 , el
núm ero de trabajadores a tiem po parcial ha ascendido al 42,6% para los
hom bres ya 253% para las m ujeres.

En efecto, las m ujeres suponen dos tercios de los trabajadores de tiem po


parcial. Son las trabajadoras cualificadas y adaptables quienes
proporcionan flexibilidad a las prácticas de gestión laboral japonesas. En
realidad, es una antigua práctica de su industrialización. En 1872, el
gobierno Meiji reclutó m ujeres para trabajar en la industria textil naciente.
Una pionera fue Wada Ei, hija de un sam urai de Matsuhiro, que fue a
trabajar en la Fábrica de Hilado de Seda de Tom ioka, aprendió la tecnología
y ayudó a form ar a las m ujeres de otras fábricas. En 1899, las m ujeres
suponían el 70 % de los trabajadores de las hilanderías y superaban a los
hom bres en las forjas. Sin em bargo, en épocas de crisis, las m ujeres eran
despedidas, m ientras que se m antenía en su em pleo a los hom bres el m ayor
tiem po posible, destacando su papel com o el últim o recurso de ganar el pan
para la fam ilia. En las tres décadas pasadas, este m odelo histórico de
división del trabajo basada en el género apenas ha cam biado, aunque una
Ley de Igualdad de Oportunidades de 1986 corrigió algunas de las
discrim inaciones legales m ás flagrantes. En 1990 , la participación de las
m ujeres en la m an o de obra presentaba una tasa del 61,8% (com parada con
el 90 ,2% de los hom bres), inferior que la de los Estados Unidos, pero
sim ilar a la de Europa Occidental. No obstante, la posición laboral varía
m ucho con la edad y el m atrim onio. Así, el 70 % de las m ujeres que están
contratadas en condiciones m ás o m enos com parables a las de los hom bres
(sogoshoku) tienen m enos de veintinueve años, m ientras que e185% de las
trabajadoras a tiem po parcial están casadas. Las m ujeres entran
m asivam ente en la m ano de obra a los veintipocos años, dejan de trabajar
tras casarse para criar a sus hijos y vuelven después a la m ano de obra com o
trabajadoras a tiem po parcial. Esta estructura del ciclo vital ocupacional se
ve reforzada por el código fiscal japonés, que hace m ás ventajoso para las
m ujeres contribuir en una proporción relativam ente pequeña a la renta de
la fam ilia que añadir un segundo salario. La estabilidad de la fam ilia
patriarcal japonesa, con una baja tasa de divorcios y separaciones y una
fuerte solidaridad intergeneracional126, m antiene a hom bres y m ujeres
juntos en un m ism o hogar, evitando la polarización de la estructura social
com o con secuencia de este m odelo obvio de dualism o del m ercado laboral.
Los jóvenes m al preparados y los trabajadores de edad de las em presas
m edias y pequeñas son los restantes grupos que conform an este segm ento
de trabajadores inestables, cuyas fronteras son difíciles de establecer por la
fluidez de la, posición laboral en las redes de firm as japonesas 127. La
figura 4.11 trata de representar de form a esquem ática la com plejidad de su
estructura de m ercado.

A finales de siglo había señales de que el m odelo japonés de m ercado


laboral estaba sufriendo una transform ación estructural. Sacudido por la
recesión, enfrentado a una renovada com petencia global, en el exterior y en
el interior, e intentando superar su retraso tecnológico en las tecnologías de
red, las em presas japon esas parecían estar dispuestas a recortar y
seleccionar su m ano de obra. Los trabajadores jóvenes, especialm ente las
m ujeres, tam bién parecían adoptar una nueva actitud hacia las em presas,
en cuya lealtad ya n o parecía que se pudiera seguir confiando. Las em presas
estaban despidiendo a trabajadores y sustituyendo em pleos fijos por
eventuales: m illones de trabajadores lo eran a tiem po parcial o eventuales.
El sistem a choki-koy o se estaba convirtiendo rápidam ente en el estatus de
una m era fracción de la m ano de obra japonesa. Según el Ministerio de
Trabajo, en 1997 hubo 789.0 0 0 japoneses que encontraron trabajo a través
de las agencias de em pleo. Esto afectaba a los profesionales tanto com o a
los trabajadores m anuales. La principal agencia de em pleo de J apón,
Pasona, inform ó que desde com ienzos de los años noventa el núm ero de
dem andas de las em presas a las agencias de trabajo eventual pasó de
10 0 .0 0 0 a un m illón anual. Las em presas presionaban al gobierno para que
flexibilizara las norm as que lim itaban la m ovilidad laboral para la m ano de
obra principal. El gobierno dem oró la respuesta a estas presiones, tem iendo
am enazas a la estabilidad social. Así, se prohibió a las agencias que
encontraran em pleo a quienes hubieran abandonado el sistem a educativo
hacía m enos de un año, y volver a contratar a alguien para el m ism o puesto
de trabajo estaba prohibido. Por otro lado, en 1998 sólo un tercio de los
licenciados lograron encontrar un em pleo a tiem po com pleto en su prim er
año en el m ercado laboral. Las instituciones gubernam entales de
planificación estratégica eran cada vez m ás conscientes de la necesidad de
abandonar la ficción de un em pleo estable y vitalicio que se estaba
convirtiendo gradualm ente en la excepción en vez de la regla. Así, en 1999
el MITI publicó un inform e en el que aconsejaba a las com pañías, por
prim era vez, que se reconvirtieran hacia el em pleo no vitalicio para la
m ayoría de sus trabajadores 128.

Así pues, parece que J apón ha venido practicando durante cierto tiem po la
lógica de m ercado de trabajo dual que se está extendiendo por las
econom ías occidentales. Al hacerlo, ha com binado los beneficios del
com prom iso de una m ano de obra nuclear con la flexibilidad de un
m ercado de trabajo periférico. La prim era ha sido esencial porque ha
garantizado la paz social m ediante la cooperación entre la dirección y los
sindicatos de las em presas; y porque ha aum entado la productividad
m ediante la acum ulación de conocim iento en la firm a y la rápida
asim ilación de las nuevas tecnologías. Esto últim o ha perm itido una rápida
reacción a los cam bios de la dem anda laboral, así com o a las presiones
com petitivas de la fabricación fuera del país durante los años ochenta. En
los noventa, las cifras de la inm igración extranjera y los jornaleros
com enzaron a subir, introduciendo una selección y flexibilidad adicionales
en los segm entos m enos cualificados de la m ano de obra. En conjunto,
parece que las com pañías japonesas fueron capaces de afrontar las
presiones com petitivas m ediante la recualificación de su m ano de obra
nuclear y la adición de tecnología, m ientras m ultiplicaban su m ano de obra
flexible, tanto en J apón com o en sus redes de producción globalizadas. Sin
em bargo, com o esta práctica laboral se basa en esencia en la subordinación
de las m ujeres japonesas educadas, que no durará para siem pre, propongo
la hipótesis de que es sólo cuestión de tiem po que la flexibilidad oculta del
m ercado laboral japonés se difunda al núcleo de la m ano de obra, poniendo
en tela de juicio el que ha sido el sistem a de relaciones laborales m ás
estable y productivo de finales de la era industrial 129.

Por lo tanto, sí existe en general una transform ación fundam ental del
trabajo, los trabajadores y las organizaciones laborales en nuestras
sociedades, pero no puede ser explicada m ediante las categorías
tradicionales de los debates obsoletos sobre «el final del trabajo» o la
«descualificación del trabajo» 130 . El m odelo prevaleciente de trabajo en la
nuevá econom ía basada en la inform ación es el de una m ano de obra
nuclear, form ada por profesionales que se basan en la inform ación ya
quienes Reich denom ina «analistas sim bólicos», y una m ano de obra
desechable que puede ser autom atizada o
contratada/ despedida/ externalizada según la dem anda del m ercado y los
costos laborales. Adem ás, la form a de funcionam iento en red de la
organización em presarial perm ite el outsourcing y la subcontrata com o
form as de exteriorizar la m ano de obra en una adaptación flexible a las
condiciones de m ercado. Los analistas han distinguido acertadam ente entre
varias form as de flexibilidad en los salarios, la m ovilidad geográfica, la
posición ocupacional, la seguridad contractual y las tareas realizadas, entre
otras 131. Con frecuencia, todas estas form as se agrupan en una estrategia
interesada para presentar com o inevitable lo que en realidad es una:
decisión em presarial o política. No obstante, es cierto que las tendencias
tecnológicas actuales fom entan todas las form as de flexibilidad, por lo que,
en ausencia de acuerdos específicos para estabilizar una o varias
dim ensiones del trabajo, el sistem a evolucionará hacia una flexibilidad
m ultifacética y generalizada para los trabajadores, tanto altam ente
especializados com o no especializados, y las condiciones laborales. Esta
transform ación ha sacudido nuestras instituciones, induciendo una crisis
en la relación entre el trabajo y la sociedad.

LA TECN OLOGÍA DE LA IN FORMACIÓN Y LA


REESTRU CTU RACIÓN D E LA RELACIÓN EN TRE CAPITAL Y
TRABAJO: ¿D U ALISMO SOCIAL O SOCIED AD ES
FRAGMEN TAD AS?

La difusión de la tecnología de la inform ación en la econom ía no induce


directam ente el desem pleo. Por el contrario, dadas las condiciones
institucionales y organizativas adecuadas, parece que puede crear m ás
puestos de trabajo a largo plazo. La transform ación de la gestión y el
trabajo eleva el nivel de la estructura ocupacional en m ayor m edida que
aum enta el núm ero de puestos de trabajo de baja cualificación. El
increm ento del com ercio y la inversión globales no parece ser, por sí
m ism o, un factor causal im portante en la elim inación de puestos de trabajo
y la degradación de las condiciones laborales en el Norte, m ientras que
contribuye a crear m illones de puestos de trabajo en los países de reciente
industrialización. Y, no obstan te, el proceso de transición histórica hacia
una sociedad inform acional y una econom ía global se caracteriza por el
deterioro de las condiciones de vida y trabajo para un sector im portante de
los trabajadores 132. Este deterioro adquiere form as diferentes en
contextos distintos: aum ento del desem pleo en Europa; descenso de los
salarios reales (al m enos hasta 1996), desigualdad creciente e inestabilidad
laboral en los Estados Unidos; subem pleo y segm entación escalonada de la
m ano de obra en J apón; inform alización y degradación de la m ano de obra
urbana de incorporación reciente en los países en vías de industrialización;
y una m arginación creciente de la m ano de obra agrícola en las econom ías
estancadas y subdesarrolladas. Com o sostuve con anterioridad, estas
tendencias no provienen de la lógica estructural del paradigm a
inform acional, sino que son el resultado de la reestructuración actual que
sufre la relación entre capital y trabajo, ayudada por las poderosas
herram ientas que proporcionan las nuevas tecnologías de la inform ación y
facilitada por una nueva form a de organización, la em presa red. Adem ás,
aunque el potencial de las tecnologías de la inform ación podría haber
proporcionado de form a sim ultánea una m ayor productividad, m ejores
niveles de vida y m ayor em pleo, una vez que se aplican ciertas elecciones
tecnológicas, las trayectorias tecnológicas quedan «encerradas» 133 y la
sociedad inform acional podría convertirse al m ism o tiem po (sin la
necesidad tecnológica o histórica de serlo) en una sociedad dual.

Las opiniones alternativas que prevalecen en la OCDE, el FMI y los círculos


gubernam entales de los principales países occidentales han sugerido que
las tendencias observadas de aum ento del desem pleo, el subem pleo, la
desigualdad de la renta, la pobreza y la polarización social son en general el
resultado de un desajuste de cualificación, em peorado por la falta de
flexibilidad de los m ercados laborales 134. Según estas opiniones, m ientras
que la estructura ocupacional/ de em pleo m ejora en cuanto al contenido
educativo de la cualificación requerida para los puestos de trabajo
inform acionales, la m ano de obra no está a la altura de las nuevas tareas, ya
sea debido a la baja calidad del sistem a educativo o a que el sistem a resulta
inadecuado para proporcionar la nueva form ación necesaria en la
estructura ocupacional em ergente 135.
En su inform e al instituto de investigación de la OIT, Carnoy y Fluitm an
han som etido esta opinión am pliam ente aceptada a una crítica
devastadora. Tras analizar extensam ente la literatura y los datos sobre la
relación que existe entre form ación, em pleo y salarios en los países de la
OCDE, concluyen:

Pese al aparente consenso sobre el argum ento de que existe un


desajuste de cualificación en la oferta, los datos que lo apoyan son
extrem adam ente escasos, sobre todo en lo referente a que una m ejora
de la educación y una form ación m ayor y m ejor resuelvan el problem a
del desem pleo m anifiesto (Europa) o el problem a de la distribución
salarial (Estados Unidos). Sostenem os que resulta m ucho m ás
convincente que una educación m ejor y m ayor form ación podrían
contribuir a largo plazo a elevar la productividad y las tasas de
crecim iento económ ico 136.

En el m ism o sentido, David Howell ha m ostrado para los Estados Unidos


que aunque ha existido una dem anda creciente de m ayor form ación, no ha
sido la causa del descenso sustancial de los salarios m edios de los
trabajadores entre 1973 y 1990 (una caída del salario sem anal de 327 a 265
dólares en 1990 , m edidos en dólares de 1982). Tam poco es el tipo de
form ación la fuente de la creciente desigualdad de la renta. En su estudio
con Wolff, Howell m uestra que m ientras que el porcentaje de trabajadores
de baja cualificación en los Estados Unidos descendió en todas las
industrias, el de trabajadores con salario bajo ha aum entado en las m ism as.
Varios estudios sugieren tam bién que hay dem anda, aunque no escasez, de
m ayor preparación, lo cual no se traduce necesariam ente en salarios m ás
altos 137. Así, en los Estados Unidos, aunque el descenso de los salarios
reales fue m ás pronunciado para aquellos con m enor educación, los de los
trabajadores con estudios universitarios tam bién se estancaron entre 1987 y
1993 138.

La consecuencia directa de la reestructuración económ ica de los Estados


Unidos fue que en los años ochenta y en la prim era m itad de los noventa la
renta fam iliar se desplom ó. Los salarios y las condiciones de vida siguieron
descendiendo hasta 1996 a pesar de la fuerte recuperación económ ica de
1993 139. Adem ás, m edio siglo después de que Gunnar Myrdal señalara el
«dilem a am ericano», Martin Carnoy, en su sólido libro, docum entó que la
discrim inación racial sigue aum entando la desigualdad social,
contribuyendo a m arginar una gran proporción de m inorías étnicas
estadounidenses 140 . Sin em bargo, en el periodo 1996-20 0 0 la sostenida
explosión económ ica im pulsada por la tecnología de la inform ación y la
nueva econom ía cam bió la tendencia e increm entó los salarios m edios
reales en torno al 1,2% anual. y el aum ento del salario m ínim o en 1996
contuvo el prolongado deterioro de la renta del 20 % de estadounidenses
m ás pobres. La población por debajo del lím ite de pobreza descendió
ligeram ente, aunque m ás del 20 % de niños estadounidenses seguían
viviendo en la pobreza a finales de siglo. La desigualdad en la renta y el
patrim onio alcanzó el m áxim o histórico. En 1995, el 1 % de los hogares
estadounidenses m ás ricos obtuvo el 14,5% de los ingresos totales, m ientras
que la cuota de renta del 90 % m enos rico fue del 60 ,8%. La distribución del
patrim onio estaba todavía m ás sesgada: el 1% de los hogares m ás ricos
poseían el 38,5% del valor neto, m ientras que el 90 % inferior únicam ente
tenía el 28,2%. De hecho, el 18,5% de los hogares tenían un patrim onio neto
cero o negativo. Se ha hablado m ucho de la dem ocracia de accionistas en
las nuevas form as de capitalism o. Pero el cuadro 4.29 m uestra la extrem a
concentración de la propiedad de las acciones en 1995, incluso aunque
incluyam os los planes de acciones, los fondos m utuos, los fondos
individuales de pensiones y otros instrum entos del capitalism o popular.
Aunque los Estados Unidos son un caso extrem o de desigualdad de rentas y
decaída de los salarios reales entre las naciones industrializadas, su
evolución es significativa porque representa el m odelo de m ercado laboral
flexible al que están apuntando la m ayoría de los países europeos y,
ciertam ente, las em presas europeas 141. y las consecuencias sociales de esa
tendencia son sim ilares en Europa. Así, en el Gran Londres, entre 1979 y
1991 la renta real disponible de los hogares en el decil inferior de
distribución de las rentas dism inuyó un 14%, y la ratio de renta real del
decil m ás rico respecto al m ás pobre casi se duplicó a lo largo de la década,
pasando del 5,6 al 10 ,2 142. La pobreza en el Reino Unido aum entó de
form a sustancial durante los años ochenta y principios de los no venta 143.
y en otros países europeos, considerando la incidencia de la pobreza infantil
com o indicador de la evolución de la pobreza, sobre la base de los datos
recopilados por Esping-Andersen entre 1980 y m ediados de los años
noventa la pobreza infantil aum entó un 30 % en los Estados Unidos, un
145% en el Reino Unido, un 31% en Francia y un 120 % en Alem ania 144. La
desigualdad y la pobreza aum entaron durante los añ os noventa en los
Estados Unidos y en la m ayor parte de Europa 145. Me tom aré la libertad
de rem itir al lector al volum en III , capítulo 2, para una sum aria
presentación de los datos y fuentes sobre la desigualdad y la pobreza, tanto
los referidos a los Estados Unidos com o al m undo en su conjunto.

La nueva vulnerabilidad del trabajo en las condiciones de flexibilidad


ilim itada no atañe sólo a la m ano de obra no cualificada. La m ano de obra
nuclear, aunque m ejor pagada y m ás estable, está som etida a la m ovilidad
por la reducción del periodo de vida laboral en el que los profesionales son
reclutados para form ar parte del núcleo de la em presa. Martin Carnoy
resum e esta tendencia:

En los Estados Unidos y en los dem ás m ercados m ás flexibles de la


OCDE, los recortes se están convirtien do en parte habitual de la vida
laboral. Los trabajadores de m ás edad son particularm ente
vulnerables cuando las firm as «racionalizan» su m ano de obra.
«Recortar gastos» es en buena m edida un eufem ism o para reducir el
núm ero de trabajadores m ás antiguos «obsoletos» y m ejor pagados,
generalm ente con una edad entre m ediados/ finales de los cuarenta y
prim eros cincuenta, sustituyéndolos por trabajadores m ás jóvenes,
con una educación m ás reciente y salarios inferiores. Los trabajadores
m ás antiguos, a diferencia de sus equivalentes m ás jóvenes, padecen
largos periodos de desem pleo y una drástica reducción salarial
cuando son reem pleados. [...] No sólo dism inuyen los salarios de las
cohortes de edad m ás jóvenes, sino que adem ás el periodo de
«plenitud» de la vida laboral m edia del trabajador m asculino,
definido por la m ovilidad salarial ascendente, se está haciendo cada
vez m ás corto. Parece que eso ocurre tanto en el caso de titulados
superiores y técnicos, lo que significa que incluso los trabajadores con
buena educación (altam ente cualificados) están sujetos a esta
inseguridad laboral en sentido am plio: los trabajadores no sólo están
som etidos a una m enor perm anencia en el trabajo sino al
estancam iento, o incluso caída de los ingresos, cuando llegan a la
edad m adurez 146.

La lógica de este m odelo de m ercado laboral m uy dinám ico interactúa con


la especificidad de las instituciones laborales de cada país. Así, un estudio
sobre las relaciones laborales alem anas m uestra que la reducción de la
m ano de obra com o resultado de la introducción de la m aquinaria
inform ática en la década de 1980 se relacionó inversam ente con el grado de
protección que proporcionaban a los trabajadores los sindicatos en la
industria. Por otra parte, las em presas con m ayores grados de protección
eran tam bién las que presentaban un cam bio m ás elevado en innovación.
Este estudio m uestra que no existe necesariam ente un conflicto entre la
m ejora de las bases tecnológicas de la em presa y el m antenim iento de la
m ayoría de los trabajadores, por lo general recualificándolos. Estas
em presas eran asim ism o las de m ayor grado de sindicalización 147. El
estudio de Harley Shaiken sobre las com pañías autom ovilísticas japonesas
en los Estados Unidos y sobre la planta Saturo en Tennessee alcanza
conclusiones sim ilares, m ostrando la efectividad de la aportación de los
trabajadores y la participación de los sindicatos en la introducción
satisfactoria de las innovaciones tecnológicas, m ientras se lim itan los costos
laborales 148.

Esta variación institucional es la que explica la diferencia expuesta entre los


Estados Unidos y la Unión Europea. La reestructuración social tom a la
form a de presiones a la baja sobre los salarios y condiciones laborales en los
Estados Unidos. En la Unión Europea, donde los sindicatos defienden
m ejor sus posiciones conquistadas a lo largo de la historia, el resultado neto
es un desem pleo creciente debido a la entrada lim itada de trabajadores
jóvenes y la salida anticipada de los de edad o de quienes se encuentran
atrapados en sectores y em presas no com petitivos 149.

En lo que respecta a los países en vías de industrialización, han venido


presentando durante al m enos tres décadas un m odelo de articulación entre
los m ercados urbanos form al e inform al que equivale a las form as flexibles
difundidas en las econom ías m aduras por el nuevo paradigm a
tecnológico/ organizativo 150 .

¿Por qué y cóm o ha tenido lugar esta reestructuración de la relación entre


capital y trabajo en los albores de la era de la inform ación? Fue el resultado
de circunstancias históricas, oportunidades tecnológicas e im perativos
económ icos. Para paliar los recortes de beneficios sin desatar la inflación,
las econom ías nacionales y las em presas privadas han actuado sobre los
costos laborales desde com ienzos de la década de 1980 , ya sea m ediante el
increm ento de la productividad sin creación de em pleo (Europa) o
rebajando los costos de una plétora de nuevos puestos de trabajo (Estados
Unidos) (ver la figura 4.12). Los sindicatos, el principal obstáculo para una
estrategia de reestructuración unilateral, se vieron debilitados por su falta
de adaptabilidad para representar a los nuevos tipos de trabajadores
(m ujeres, jóvenes, inm igrantes), para actuar en los nuevos lugares de
trabajo (oficinas del sector privado, industrias de alta tecnología) y para
funcionar en la nueva form a de organización (la em presa red a escala
global) 151. Cuando fue necesario, estrategias ofensivas inducidas desde la
política reforzaron las tendencias laborales históricas/ estructurales contra
los sindicatos (por ejem plo, Reagan ante los controladores de vuelo,
Thatcher ante los m ineros del carbón). Pero incluso los gobiernos
socialistas de Francia y España prosiguieron cam biando las condiciones de
los m ercados laborales, con lo que debilitaron a los sindicatos, cuando las
presiones de la com petencia hicieron difícil separarse dem asiado de las
nuevas reglas de gestión de la econom ía global.
Lo que hizo posible esta redefinición histórica de la relación entre capital y
trabajo fue el uso de las poderosas tecnologías de la inform ación y las
form as organizativas facilitadas por el nuevo m edio tecnológico. La
capacidad de reunir y dispersar la m ano de obra para proyectos y tareas
específicos en cualquier lugar y tiem po creó la posibilidad de que naciera la
em presa virtual com o una entidad funcional. Desde entonces, se trataba
sólo de superar la resistencia institucional al desarrollo de esa lógica o de
obtener concesiones de la m ano de obra y los sindicatos bajo la am enaza
potencial de la virtualización. El aum ento extraordinario en flexibilidad y
adaptabilidad que perm iten las nuevas tecnologías opuso la rigidez de la
m ano de obra a la m ovilidad del capital. Siguió una presión incesante para
hacer la contribución del trabajo tan flexible com o se pudiera. La
productividad y rentabilidad aum entaron, pero la m ano de obra perdió la
protección institucional y se volvió cada vez m ás dependiente de las
condiciones de negociación individuales en un m ercado laboral en cam bio
constante.

La sociedad se dividió, com o lo ha estado durante la m ayor parte de la


historia hum ana, entre ganadores y perdedores en el proceso infinito de
negociación individualizada y desigual. Pero esta vez hay pocas reglas sobre
cóm o ganar o perder. La cualificación no es suficiente, ya que el proceso de
cam bio tecnológico aceleró su ritm o, superando constantem ente la
definición de los conocim ientos apropiados. La pertenencia a grandes
em presas o incluso a países ha dejado de tener privilegios porque la
com petencia global intensificada sigue rediseñando la geom etría variable
del trabajo y los m ercados. Nunca fue el trabajo m ás central en el proceso
de creación de valor. Pero nunca fueron los trabajadores (prescindiendo de
su cualificación) m ás vulnerables, ya que se han convertido en individuos
aislados subcontratados en una red flexible, cuyo horizonte es desconocido
incluso para la m ism a red.

Así pues, en la superficie, las sociedades se estaban/ están dualizando, con


un crecim iento considerable del vértice y la base en am bos extrem os de la
estructura ocupacional, reduciendo la parte m edia con un ritm o y en una
proporción que dependen de la posición de cada país en la división
internacional del trabajo y de su clim a político. Pero en el fondo de la
estructura social naciente, el trabajo inform acional ha desatado un proceso
m ás fundam ental: la desagregación del trabajo, que m arca el com ienzo de
la sociedad red.

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