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Una introducción
Dado que nuestro mundo está forjado por los más variados
discursos, resulta necesario plantearse un enfoque crítico y ponerlo en
marcha constantemente.
Roger Chartier, en “Aprender a leer, leer para aprender” nos
recuerda que históricamente el libro se propuso como el medio de
conocimiento por excelencia. Sostiene, además, que la lectura debe
ejercitarse para el aprendizaje y, a su vez, ser capaz de discernir qué es
lo que debe leerse y cómo. En estrecha relación con los planteamientos
postestructuralistas de Barthes, esta idea nos permite entender que,
para llevarse a cabo una lectura creativa, es necesario proponer
ejercicios y actividades que propicien el desarrollo de esta habilidad
primordial y heterogénea que entendemos como lectura.
HERRAMIENTAS PRIMORDIALES
Consideramos implementar tres sencillos recursos para llevar a
cabo los ejercicios que propondremos:
EVALUACIÓN CRÍTICA
La evaluación crítica se compone de una serie de preguntas
destinadas a evaluar la obra así como la relación establecida con el
lector. Proponemos a continuación algunas cuestiones que pueden
plantearse tras la lectura de cualquier texto pero resaltando la
necesidad de ampliar este cuestionario por parte del lector.
Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no
habré pasado de media docena. Además no importa leer sino releer.
J. L. Borges, Utopía de un hombre que está cansado.
LECTURA
Durante un largo viaje, una compañera me dijo que
desgraciadamente acababa de terminar la novela de cuatrocientas
páginas que había traído y no sabía donde conseguir otra para evadirse
del paisaje monótono.
La lectura mal llevada puede ser una adicción (Piglia lo menciona
en el último lector) o, lo que es peor, la acumulación compulsiva de
ejemplares así como continuas lecturas superficiales cuyo objetivo es
el entretenimiento. No es del todo incorrecto, me parece, leer de este
modo. Pero es necesario distinguir que no es el único modo de apreciar
cualquier construcción cultural, sobre todo la literaria.
En Conceptos de sociología literaria, Sarlo y Altamirano definen
la lectura como la forma típica del consumo de obras literarias a partir
del desarrollo de la urbanización y la alfabetización. Para la obra
literaria, la lectura constituye el acto mismo de la percepción estética.
La percepción estética se define como una necesidad histórica y
transubjetiva; las instancias institucionales y culturales imponen,
desarrollan y educan el reconocimiento de los valores estéticos y
enseñan las operaciones propias de la lectura. Por lo tanto,
comprendiendo la lectura como una práctica determinada por
condiciones sociales, económicas y culturales que pautan la percepción
de los valores y la captación de significados inscriptos en una obra, se
define como un acto individual dedicado a captar componentes del
texto que comunican un sentido social global o una condensación de
sentidos. En otras palabras, un proceso en el cual la categoría literaria
exige de su público los instrumentos indispensables para descifrarla.
La lectura es un proceso de decodificación que descifra las
convenciones textuales apropiadas y desarrolla una interpretación. Sin
interpretación no hay réplica, y sin réplica no se encadenan los
enunciados.
Ahora bien, leer es un proceso más bien complejo cuyos
mecanismos han discurrido en infinidad de ensayos más o menos
acertados. A grandes rasgos podemos ubicarlo en un espacio de suma
abstracción que a Charles Pierce define como abducción, especulación,
momento previo a la formulación de hipótesis y deducciones. Teorías
más actuales utilizan categorías como input y output, pero tomaré una
definición sencilla que hizo un profesor de lengua española: El proceso
de escritura consiste en amplificar, mientras que la lectura es un
proceso de síntesis. Y si a partir de ello comenzamos a reconstruir el
término síntesis llegaríamos a notar cuánto de ampliación contiene
este término.
Pero nuestro propósito no es el de establecer categorías fijas ni
respaldar teoría alguna, sino aproximarnos a distintos modos de
lectura con el fin de ampliar la capacidad receptiva del lector.
Sobre la primera y la segunda lectura
Creo que la primera lectura de un gran libro debe
hacerse de cualquier modo, pero la segunda sí debe hacerse
de una manera que permita ahondar en la lectura. A veces
esa segunda lectura requiere lentitud, otras velocidades,
otros estudios, otras notas; o dar clases, o escribir un
ensayo o algún tipo de otra cuestión.
Martín Riva
LECTOR
La figura del lector es uno de los espacios más discutidos dentro
de la teoría literaria actual y también uno de lo más recientes. El
semiólogo francés Roland Barthes es uno de los primeros teóricos en
advertir sobre la variedad de definiciones que pueden proyectarse en
esta figura. Sus textos “La muerte del autor” y “Escribir la lectura”
son dos interesantes puntos de partida para comenzar a indagar sobre
la relación del lector con las obras literarias.
El primero es un interesante discurrir sobre la noción de autor al
interior de las sociedades occidentales (que puede leerse
conjuntamente con otro texto contemporáneo de Michel Foulcault
editado como ¿Qué es un autor?, si bien el tono elegido por Barthes no
es la indagación constante de Foulcault sino casi un manifiesto sobre el
advenimiento de la figura del lector a un primer plano en la discusión
de la teoría literaria) y nuestra incapacidad para considerar a los
autores como genios creadores, concepción esta propia del
romanticismo y que parece haber ahondado profundamente en la
teoría literaria con posturas biograficistas e historicistas. Con el
segundo texto mencionado, escribir la lectura, Barthes propone un
ejercicio de análisis de las obras literarias a partir de las propias
relaciones que seamos capaces de tejer como lectores. El texto es un
medio para hacer estallar la identidad cultural.
Otra de las posturas al respecto que no podemos dejar de
mencionar es la “Teoría de la recepción” iniciada por Jauss. De acuerdo
a ella, el lector es el encargado de realizar conexiones y el texto sería
una serie de indicaciones compuestas por huecos a rellenar por el
lector. El texto posee un horizonte histórico y por ello podemos
indagar sus significados culturales del contexto de producción, las
relaciones entre este y los horizontes de sus lectores históricos y cuyo
resultado nos brindaría un nuevo tipo de historia literaria: no
cronológica sino definida e interpretada por sus diversos momentos de
recepción.
Comprendido este modo, la lectura es un proceso dinámico y
continuo donde el horizonte del texto (el lugar a donde se quiere llegar,
el sentido absoluto del texto) funciona en relación a un horizonte de
lectura (la recepción de los lectores de acuerdo a una determinada
época o sociedad). Un buen ejemplo sería Las noches lúgubres, de José
cadalso, un diálogo filosófico escrito por un ilustrado influenciado por
el clasicismo cuyo tema funesto, sin embargo, fue editado post mortem
para entregarlo a una generación de lectores que entendían que su
tema era romántico. Podemos mencionar también el clásico de
Echeverría, el Matadero, relato nunca publicado en vida del autor y que
este consideró como una obra menor, pero cuya difusión y crudeza de
detalles ha sido apreciado por generaciones de lectores acercados
desde lo político, lo histórico o las formas literarias.
Por otro lado, no podemos dejar de mencionar las teorías del
lector implícto de Iser y la noción de lector modelo de Umberto Eco
como teorías dispuestas a ampliar el panorama de lectura y evitar la
clausura de todo texto, es decir, suponer que existe un solo sentido al
interior de cualquier enunciado. En todo caso, estas teorías pueden
servir para ilustrar como cualquier intento de otorgar un significado
único a un texto nunca estará en la capacidad del lector sino más bien
en una suerte de retórica pedagógica que limitará el texto a una serie
de categorías más bien anacrónicas tales como autor, obra, público,
intérpretes, etcétera.
LECTORES PASIVOS
Aquellos lectores que creen lo que leen y leen para creer, sin
replicar.
• Lector ingenuo: Aquel que sigue la lectura sin prever los
procedimientos del escritor.
• Lector oyente: Aquel que escucha la lectura.
• Lector voraz: Aquel que se tensiona entre el
procedimiento y el escritor. Pasan de un libro a otro, lecturas
delimitadas por género o por autor (lectores de género policial,
fanáticos de Stephen King, etcétera). No obstante, es el tipo de lector
más proclive al desarrollo de estrategias de “lectura creativa”.
• Lector adicto: Aquel que no puede dejar de leer. (Proclive
a desarrollarse como “lector enfermo”, alienado e incapaz de operar en
el mundo concreto).
LECTORES IDEALES
La categoría de lectores pasivos se amplía si consideramos las
teorías del lector ideal, no sólo el que menciona Eco sino también
apelando a la figura de un individuo que está fuera de la sociedad y sin
embargo preserva un nexo con una tradición a partir del libro. Piglia
utiliza el ejemplo de Robinson Crusoe, la novela de Defoe. Un hecho
similar ocurre en Plop de Marcelo Pinedo. En estos casos, el libro
adquiere un carácter mágico y su lectura puede ejecutarse como la
consulta a un oráculo, tal como ocurre en el caso de Robinson Crusoe
abriendo la Biblia al azar y leyendo un pasaje que buscaba traducir a su
experiencia cotidiana y solitaria. En una postura casi opuesta, Plop lee
en voz alta y en público pasajes sobre el origen del sistema solar pero
sin conseguir interpretar las palabras. La práctica de lectura-oyente se
impone por un sentido vedado de su práctica social pero manteniendo
la relación como expansión del dominio territorial y espiritual. Los
derechos sobre las tierras y las almas se estabilizan en esta acción. Es
aquello que lo hace diferente al resto.
El aislamiento y la incomprensión desarrollan enfoques de
lectura pasiva que inducen sofismas tales como creer en la univocidad
de cualquier texto, algo que a simple vista se revela como incompleto.
LECTORES EXTREMOS
El conjunto subyacente en la categoría “lector” al interior del
compendio ensayístico de Piglia establece una ramificación sugerida
por sus propias líneas de lectura, en ningún momento considerables
como un parámetro mesurable con rigor técnico alguno. Esto no se
trata de ciencias. No obstante, la multiplicidad de posturas sugeridas
pueden pensarse como ejercicios de lectura para experimentar
diferentes estados de lectura.
Como mencionamos al comienzo, se conciben dos formas puras
en un principio, el lector adicto y el lector insomne, “representaciones
extremas de lo que significa leer un texto” y a partir de estas nociones
se enuncia que la literatura siempre apela a estos dos tipos de lectores
caracterizados como aquel que no puede dejar de leer, el primero; y el
otro como aquel que no puede dejar de establecer conexiones, mezclas,
hibridaciones, el lector que está “despierto”. Estos posicionamientos
tan dicotómicos se caracterizan por la presencia o ausencia de la
voluntad, es decir, del pensamiento crítico a partir de la obra, la réplica
del lector, de la recepción transformada en productividad.
Así entendido, el lector adicto carecería del desarrollo crítico
consecuente a la presencia del texto; se centraría en la historia, los
personajes, el tema, el argumento y toda una serie que podría
asimilarse a nociones propias de la teoría estructuralista. Por su parte
el lector insomne revisará los textos en busca de huellas de su autor,
realizará lecturas intrincadas para develar los mecanismos de la obra;
de los rasgos biograficistas se trasladará a las premisas del formalismo
ruso en pos de hallar una respuesta al “¿Cómo se hizo?” tal o cual obra,
dando resultados maravillosos como los análisis de Iuri Tinianov al
respecto de la poesía o los de Eichenbaum sobre Gogol. Es, por tanto,
una lectura que teoriza sobre lo construido, brinda su explicación
sobre el modo en que está construido mediante unos procedimientos
en vez de otros (apoyándose en rasgos biográficos o abstractos). Se
practica un tipo textual identificable: la argumentación. Pero el
ejercicio de esa argumentación es sencillamente la manifestación de
una réplica instantánea que ha de poder hacerse al texto1.
1
En una línea más vinculada a la argumentación podemos ubicar
al lector crítico como una categoría que podría desdoblarse en
acepciones tales como el lector enemigo, el que busca ejercer la
censura, el que lee con reprobación y menosprecio; el lector visionario,
aquel que lee con el afán de aprender a vivir (aquel que imita lo que ve
en los libros, el caso de Madame Bovary sería un ejemplo); y el lector
intérprete, destinado a develar el mensaje cifrado en la obra hasta
convertirse en lector insomne.
La literatura produce lugares, una topografía, donde se
asienta la significación. Solo se evidencia lo imposible. Los
instrumentos son ineficaces.
Cada lectura produce un relato. La lectura suspende la
experiencia y la recompone en otro contexto.
¿Qué es lo que hay que leer entonces?
Otra historia, narrada desde otro lugar y tiempo, hacer
ver sin explicar.
¿Cuanto dura la lectura en un sueño? ¿Soñaste alguna
vez que estabas leyendo? ¿A que velocidad lees en tus
sueños?
Leer en sueños, de modo fragmentado, a otra
velocidad… La novela busca sus temas en la realidad pero
usa el modo de leer de los sueños. Yo no sueño. Leo.
LA MALA RECEPCIÓN
Algunos editores también comenten el pecado de los malos
lectores. Piénsese en el caso de José Cadalso y en su obra Las noches
lúgubres: un diálogo filosófico con sentido pedagógico pero apelando a
imágenes e inquietudes que remitían a la estética del romanticismo
entonces en boga y que comienza a ser leído de este modo. En
principio, era una crítica a modo burlesco de espíritus afines a este
movimiento estético. El texto, inconcluso, llevó a la inclusión de
episodios póstumos por diversos autores vinculados al movimiento
romántico para satisfacer las demandas del público.
Pude ocurrir también que un autor sugiera leer deliberadamente
en clave opuesta. Por ejemplo en “Pensamiento libre y propaganda
oficial”, título del tercer artículo de un libro de ensayos de Bertrand
Russell mencionado por Borges en Otras Inquisiciones. En este ensayo,
Russell propone la enseñanza de la lectura de periódicos con
incredulidad. Borges ejemplifica con humorísticas exageraciones:
“Las personas que conozco se dejan embaucar(...) por artificios
tipográficos o sintácticos; (…) no quieren entender que la
afirmación:”Todas las tentativas del agresor para avanzar más allá de B
han fracasado de manera sangrienta” es un mero eufemismo para
admitir la pérdida de B.(…)…ejercen una especie de magia, piensan que
formular un temor es colaborar con el enemigo…(…) “
[Russell] sugiere que los alumnos estudien las últimas derrotas
de napoleón a través de los boletines del Moniteur, ostensiblemente
triunfales. Planea deberes como este: una vez estudiada en textos
ingleses la historia de la guerra con Francia, reescribir esa historia
desde el punto de vista francés.
¿Qué es un lector? Según la sabiduría de Tlön, es un individuo
perdido en un entramado de signos. Lo imaginario que se instala entre
los libros. Donde todo esta escrito, sólo se puede releer. La relación
entre series imposibles de texto es la libertad del lector.
Redacción
-comienza describiendo la fotografía y lo relaciona a algo que podría
haber pasado
-enumera algunas de sus obras y hace una calificacion general de las
mismas
-se menciona aquella que ocupará el interés
-antes de hablar de la obra se contarán datos biográficos sin referencia
temporal alguna
y desarrollando cinco o seis anécdotas exageradas que podamos leer
entre lineas de un articulo enciclopedico sobre la vida del autor; si no
hay tal cantidad, se inventan de acuerdo al tiempo y lugar que ocupan.
-volvemos sobre su obra, enumerando obras menores de nuestro
interés.
-presentación a un fragmento de la obra seleccionada explicando el por
qué de la elección.
-conclusión del texto: tres preguntas retóricas sobre el posible sentido
de lo leido, aquello que nos trae a la mente, qué enseñanza nos deja.
LEER OBRAS CLÁSICAS COMO NARRATIVA EXPERIMENTAL
El texto original es una novela clásica que cumple con todos los
cánones de la época. La operación de apropiación realizada por Borges
y Bioy Casares, se aparta de la obra original, conservando sólo su
referencia y da lugar a un nuevo texto, una microficción. Posicionados
como lectores posteriores a ambas obras, podemos realizar el
recorrido inverso, y sumergirnos en las páginas de Dostoievski, hasta
llegar al parlamento de uno de los personajes de Los poseídos:
Alonso Quijano
Lutero
Borges
Burroughs
Laiseca
Poe
Sherlock y Dupin
David F Wallace
Gramsci