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Pedagogía

del Yoga
Claves
pedagogía de yoga.
La pedagogía es una de esas áreas maravillosas, llenas de potencial y posibilidades de la
enseñanza de yoga.
Es también un área que se toca superficialmente en las formaciones tradicionales pero que es
la base de tu enseñanza: hay que aprender a transmitir con coherencia y sentido común todo
eso que has vivenciado y estudiado en tu formación y tu práctica.
Este es un proceso evolutivo, entranable.
Si eres un profesor de yoga entregado a la enseñanza la mejora y progresión llegará de manera
natural a través de tu rodaje. No obstante, para allanarte un poco el camino, hoy te traigo un
Tutorial sobre pedagogía de yoga con consejos y algunos ejercicios de análisis que te harán la
vida más fácil.

Pedagogía de Yoga: consejos, mejoras y análisis


CONSEJOS
1. Mantente alerta a tu enseñanza

Este es un consejo que nos sirve para todo, no sólo para tus instrucciones. Manténte siempre
dispuesto a mejorar, evolucionar y aprender.

Para ello te recomiendo que durante unos días prestes atención a tus instrucciones en clase.
Detectaaquellosinstantesqueserepitensinpresenciayquetehacensentir incómodo con tu
enseñanza: las pequeñas “manías”, las “muletillas”, las secuencias de instrucciones repetidas
sin alma como si estuvieras leyendo en voz alta las instrucciones de uso de un secador de pelo

Distingue entre las instrucciones necesarias que ayudan a tus alumnos a mejorar y las
explicaciones que ya suenan muy manidas, arrugadas y cansinas y transformalas en algo
positivo y eficaz o desechalas completamente.

Ten en cuenta también que no todo lo que se repite en clase es malo….los alumnos y los
profesores nos servimos de la repetición para mejorar asanas, movimientos y profundizar en el
camino de la práctica. Aquí también entran las instrucciones, por eso insisto en que tienes que
detectar aquellas que te hacen sentir incómodo.
Personalmente encuentro que las instrucciones pueden organizarse en torno a distintos
grupos:
Alineación: las instrucciones propias de la construcción, permanencia y salida de un asana.
Energía: son las que usas para indicar la dirección de la energía a tus alumnos. Las referidas a
los bandhas, dhristis, prana, etc.
Exploración: aquí entran las instrucciones que ayudan a tus alumnos a profundizar y a
aumentar la percepción de su cuerpo y sensaciones, por ejemplo en prasaritta padottanasana:
“observa cómo al intentar acercar los pies entre sí se activa la cara interna de las piernas y el
suelo pélvico”.
Conexión: instrucciones que pretenden llevar al alumno hacia dentro, hacia su respiración, sus
emociones y la conexión con su Ser Esencial.
Expresión: éstas son las instrucciones que llevan al alumno a conectar con imágenes,
metáforas y símiles que les ayuden a sentir el asana de manera plena, que puedan aumentar
su vibración e integrar la energía en su práctica. Por ejemplo, en Virabhadrasana II: “siente la
fortaleza del asana… cómo a través de la solidez y estabilidad de tus piernas, tu columna
puede encontrar la energía para crecer y liberarse” o “siente tus brazos extendiéndose sin
rigidez, firmes y ligeros como alas”.
Para que vayas guiando a tus alumnos a través de tu clase y no te centres siempre en las
mismas instrucciones, intenta ir alternado con sentido común las distintas variables de las
instrucciones.
Generalmente tendrás que dedicar más tiempo a las instrucciones de alineación, pero el resto
las puedes ir combinando para enriquecer la experiencia de tus alumnos.

2. Acude a practicar con otros profesores

Cada profesor imprime en su enseñanza toda su experiencia vital: su pasión, su vivencia, su


transformación, su visión, sus miedos, sus anhelos…su enseñanza es un reflejo viviente de su
propia práctica.

Por eso cada profesor que encuentres explicará los mismos conceptos, asanas, transiciones,
pranayamas, etc. con supropio lenguaje..

Es bueno que amplies tu perspectiva de la práctica a través de lo que otros ven. Eso te ayudará
a mantenerte abierto a más posibilidades, exponerte a otro modelo de enseñanza con otros
planteamientos, secuencias, instrucciones, permanencias, ritmo, etc. y seguir aprendiendo.

3. Explora tu práctica personal para aumentar la sensibilidad y dar voz a nuevas sensaciones
en las asanas.

Tu sadhana es tu principio y tu fin: inspiración y transformación.

Te animo a que pongas el foco a tus sensaciones más profundas. Trabaja en ir aumentando tu
sensibilidad en el camino de la práctica y permite que lleguen a ti nuevas experiencias que
puedas luego trasladar a tus alumnos.

La sensibilidad inteligente del cuerpo está ahí, siempre disponible, y es la fuente de la que
bebe toda tu enseñanza.

4. Da la importancia que se merece al lenguaje (verbal y corporal)

Honra el lenguaje siempre.

La manera en que hablamos, no sólo con la voz sino también con el cuerpo es
extraordinariamente potente y merece todo tu respeto y tu atención.

Observa cuál es tu postura en clase y mantente receptiva y cercana.


Pasea entre tus alumnos y dedica momentos de atención tanto al grupo como a cada uno de
ellos de manera personal: una mirada, un gesto, una pequeña indicación manual.el lenguaje es
parte de tu comunicación, de tu expresión…. dedica tiempo a mejorarlo y enriquecerlo y
observa los resultados: serán excepcionales.

MEJORAS Y ANÁLISIS
1. Crea un archivo de sinónimos
Es algo tremendamente útil y de lo que hablo extensamente en el Manual Estratégico para
planificar tu enseñanza de yoga. Es algo que te servirá a lo largo de toda tu enseñanza y que irá
aumentando y enriqueciéndose a lo largo de los años.
Nuestra lengua es extensa y muy rica en el uso de sinónimos, abre un documento en tu
ordenador o dedica unas hojas en tu cuaderno de práctica y comienza a anotar las expresiones
más comunes que usas en clase y los sinónimos y símiles que vayas descubriendo sobre las
mismas.
Es un trabajo a medio-largo plazo, pero el estar atenta a ir rellenando este archivo te hará
estar más receptiva al lenguaje y sus posibilidades.
Además, si tienes en cuenta que no todos tus alumnos entienden las mismas instrucciones,
este sistema enriquecerá muchísimo tu capacidad de transmitir un mismo concepto o
instrucción desde varias ópticas y aumentará el valor percibido por tus alumnos.
Es de lo mejorcito que puedes hacer por tu enseñanza.

2. Graba alguna de tus sesiones con la grabadora del móvil y escúchate


Nuestra enseñanza está viva: crece, evoluciona, se transforma…a veces se monotoniza y se
ralentiza, coge manías, repeticiones vacías y vicios…
Toma la costumbre (por lo menos 2 veces al año) de ponerte el móvil a grabar en varias de tus
clases (intenta grabar varias secuencias diferentes) y luego dedica un par de días a
ESCUCHARTE con atención, ojo crítico y ganas de mejorar.
Observa no sólo el lenguaje, sino también el tono de voz, la modulación, los espacios de
silencio, la vocalización.
No te obsesiones con ello, pero date cuenta de que siempre hay cosas “sencillas” y al alcance
de la mano que pueden mejorar sólo con ponerle atención en un par de sesiones.

Empezar a dar clases es, sin duda, un reto. No podemos banalizar dar una clase de yoga
porque es un arte y, por tanto, difícil y complejo. Pero tampoco podemos convertirlo en una
cábala complicada. A partir de unos mínimos vamos desarrollando una manera de transmitir
que no se puede codificar en una mera fórmula.
De entrada, hay que distinguir entre técnica y transmisión. Con respecto a la técnica, nos
conviene dominar unas cuantas (pero no demasiadas) que sean asequibles y efectivas. Por
poner una imagen, el yoga no es el circo “cuanto más complicado mejor”. En realidad, el 98%
de los alumnos necesitan una “tecnología” simple que no les haga daño.

Por poner un ejemplo gastronómico, el mejor alimento es aquel que con el mínimo gasto
energético para su digestión nos provee de una mayor cantidad de nutrientes y de
energía. También en yoga, a menudo, «menos es más». Y por seguir con los ejemplos, cuando
nos compramos una lavadora nueva pensamos en todas las prestaciones que puede tener,
pero a la hora de la verdad, como me pasa a mí, utilizamos un par de programas de los 30 que
tiene.

Veamos la tecnología de algunas posturas de yoga. Dvipada Pitham, la Mesa de Dos Patas, es
relativamente fácil en su ejecución, pero un análisis más detallado nos hace comprender que
potencia la musculatura de las piernas, facilita el retorno venoso, drena los órganos
abdominales, estira el diafragma, estira toda la musculatura dorso-cervical, entre otros
elementos. En cambio, posturas como Sirsãsana o Bhujangãsana requieren de un dominio
avanzado para no dañarnos en la zona cervical o lumbar. Así que hemos de sopesar muy bien
las posturas que elegimos para saber de sus riesgos y de sus beneficios.

Ahora bien, en la transmisión del yoga tal vez sea más relevante nuestra actitud que nuestro
dominio técnico. Al alumno le llega con seguridad nuestra entrega, nuestra disponibilidad,
nuestro respeto. Nuestro compromiso con el yoga y nuestra honestidad son elementos que
poco a poco afloran con el tiempo una vez los fuegos artificiales de la seducción se agotan. De
ahí la necesidad de sostener nuestra práctica con pasión.

Ahora se trata de echar mano de la pedagogía para transmitir esta pasión. Primero
necesitamos conocer a nuestros alumnos, conocer sus demandas, sus necesidades, su mapa de
tensiones. Esa sana curiosidad por lo que les pasa genera confianza y da seguridad. La mejor
manera es establecer entrevistas personales especialmente al inicio y de tanto en tanto
cuando sospechemos dificultades en el seguimiento de las clases. Y además de la recogida de
información debemos afinar nuestro grado de observación. De esta manera podremos
individualizar mejor la práctica dentro de un grupo.

Una forma de individualizar la práctica del yoga es la de disponer de medios reguladores en la


clase. Las mantas, los cojines, las cintas, los bloques, las sillas, bastones o la misma pared
servirán como elementos de apoyo o de intensificación. También el trabajo en parejas puede
cumplir esta función de autorregulación.

Y, ya que estamos hablando de la sala de yoga, hay que cuidar todos los detalles: luz natural si
es posible, ventilación suficiente, mínimo ruido, orden y limpieza, centro simbólico, etc.

Sugerencias para dirigir la clase

A menudo nos dejamos llevar por el momento y por la improvisación, y es cierto que la
escucha y la flexibilidad son elementos importantes a tener en cuenta, pero hemos de marcar
una dirección a nuestras clases. Esto se consigue con objetivos simples que nos ayudan a vivir
mejor: flexibilizar las caderas, ganar equilibrio, quitar tensión a la caja torácica, relajar la franja
ocular, tonificar abdominales, etc, etc, objetivos que la gran mayoría de nuestros alumnos con
seguridad necesitan. Y este abanico de objetivos simples hay que ensartarlos en un hilo que le
dé sentido, a través de una cierta progresión a lo largo del curso escolar. Progresión
inteligente, sin prisas, pero sin pausa.

Para cubrir esta progresión hemos de tener el coraje de repetir las clases con una cierta
variación. Tenemos miedo a que nuestros alumnos se aburran (y se marchen como
consecuencia), de tal manera que proponemos siempre cosas nuevas, que sorprendan, que
seduzcan. Y de esta manera es muy difícil avanzar porque no se domina lo que se está
enseñando.

En cuanto al momento de dirigir la sesión es importante no ponerse de ejemplo, ser riguroso


con las pautas que las podemos orientar a tres niveles. Pautas técnicas de ejecución de la
postura, pautas de reconocimiento y de vivencia y pautas, por último, de conexión con la
profundidad de nuestro ser.

Es importante corregir no como el que está en posesión de la verdad, sino como aquel que
invita a revisar una posición determinada.

Al igual que el músico tiene una estructura que son los compases, nosotros tenemos
una estructura estable de la que no podemos olvidarnos: la escucha, el calentamiento, la
progresión, el núcleo, la compensación, la preparación para la interiorización y la misma
interiorización en forma de relax, ejercicio de respiración o meditación. Pero, no nos
olvidemos, desde esa estructura sólida podemos hacer “música”, podemos proponer cada
postura de tal manera que compense a la anterior o que la refuerce, que nos lleve a una mayor
calma o a un mayor vigor.

De vez en cuando, al final de una sesión, deja algún espacio para hacer una
verbalización. Seguro que surgen comentarios interesantes para valorar el seguimiento de
nuestros alumnos. A partir de esos comentarios podemos remitirnos a la filosofía del yoga que
enlaza con la misma vida, puesto que el yoga es un arte de vivir. No hay que temerle a la
palabra espiritualidad.

No olvidar el objetivo principal


No te olvides de llevar una libreta donde apuntar las series y las sugerencias que vayan
saliendo, de esta manera es más fácil llevar un seguimiento. Y no estaría mal, de vez en
cuando, supervisar tus clases con tu profesor o con algún colega veterano, puesto que la
misma rutina nos dificulta ver nuestros propios errores.

En este sentido, ser consciente de las trampas que habitualmente utilizamos los
profesores nos ayuda a no caer en ellas. Especialmente el ponerse como ejemplo, no practicar,
improvisar de forma habitual, no corregir, no observar, querer tener todas las respuestas, el
deseo de gustar, hacer de terapeuta o ponerse demasiado esotérico, entre muchas otras.

Por otro lado, no podemos olvidarnos que el yoga no es una gimnasia dulce, y aunque nuestros
alumnos vengan a hacer yoga por la espalda o el estrés, en el fondo hay un malestar existencial
que el yoga puede recoger ya que, en realidad el yoga es una respuesta al sufrimiento. Yoga
significa disponibilidad a ese sufrimiento, sin llevárselo a casa y sin tener que desbrozarlo, pero
sí abiertos, mirándolo cara a cara sin salir corriendo. Esa es la grandeza de nuestra profesión.

Pedagogía del Yoga la demanda del alumno

El alumno llega al centro de yoga con unas expectativas implícitas o explícitas, conscientes o
menos conscientes. Con frecuencia no lo expresa, ni tampoco se le pregunta sobre ello. Así, un
buen día esa demanda sale a relucir, algunas veces de forma directa pero la mayoría a través
de la queja.

En la mayoría de los ámbitos comerciales en nuestra sociedad se privilegia la demanda del


cliente porque, es obvio, el negocio depende de la satisfacción de aquél y del cumplimiento de
sus necesidades. Se hacen increíbles estudios para prever si un determinado producto tendrá
suficiente acogida o no, si es adaptado al momento y a los gustos de un colectivo. Aunque
habría que decir, si hemos de ser fieles a la realidad, que más que adecuación a la demanda
del cliente hay mucho “gato por liebre”.
En el terreno espiritual la cosa cambia, pero no tanto, pues los alumnos (clientes) vienen o se
van dependiendo también de modas, de necesidades y de satisfacciones. Los profesores/as de
Yoga muchas veces no atinan a entender ese flujo aleatorio de idas y venidas, cuando un grupo
se vacía o se llena, cuando alguien sin mediar palabra deja de venir o trae a tres amigos/as
más. Misterio.

Sin embargo, hay un punto que muchas veces se descuida en relación con los alumnos, y es la
demanda implícita o explícita que estos traen a las clases. Esta demanda la trae el alumno
consigo, lo quiera o no, pues es como una atmósfera que envuelve, algo que preocupa, que
duele o que carcome por dentro. Y en ocasiones esta demanda, cuando el momento es
adecuado, sale a relucir, algunas veces de forma directa pero la mayoría a través de la queja.

La demanda es parecida a un iceberg; tiene una punta visible, pero está sostenida por un
enorme trasfondo sumergido que permanece inconsciente, pero que inevitablemente actúa,
desde el malestar o la somatización.

Es evidente que el profesor de yoga no tiene que tomar el iceberg inmenso del alumno y
derretirlo con su buena voluntad, pues esa demanda, que puede ser desmesurada,
habitualmente tiene perfiles fantasmagóricos que no merecen ser atendidos o que, de otro
modo, tampoco sabría atender. Lo que sí debería atender es el vínculo que se establece con el
alumno y desde ahí, a través de la escucha, elaborar lo real de esa demanda.

Claro que están por ver cuáles son los límites en la profesión de profesor, qué puede acoger en
su labor y qué no. Nos pondríamos de acuerdo en que la profesión de yoga acoge una
demanda de salud, pero ¿diríamos que el profesor tiene capacidad de diagnosticar, elaborar
una terapéutica a través de ejercicios dirigidos a una sanación?

Hago esta pregunta porque cabe el riesgo de que, a falta de límites claros profesionales, el
profesor pueda irse hacia una omnipotencia al querer dar respuesta a todo alumno sea cual
sea su demanda.

Pero volvamos a retomar la idea de vínculo. Un vínculo es como un puente por donde dos
personas, una relación, un grupo, transita. El vínculo abre unos canales de comunicación
necesarios para vehicular nuestros deseos, necesidades y afectos, y ese vínculo tiene que tener
una dimensión humana, tiene que estar a nuestra medida.

Para que haya un vínculo adecuado con el alumno deberíamos cuestionarnos acerca de la
naturaleza de este vínculo. Si el profesor se sienta sobre un pedestal y se vuelve inaccesible
desde su grandiosa sabiduría, puede mermar una relación más solidaria con sus alumnos. Pero,
por otro lado, si se hace amiguete de éstos cabe el riesgo de confundir la enseñanza con lo
estrictamente individual.

Evidentemente todo esto depende de cada uno, de su naturaleza, de la madurez del


profesor/a y de sus alumnos/as.

Aquí se impone el sentido común; el profesor no puede permitir que le invadan, pero tampoco
debe invadir con sus “verdades”. No puede dejar que las cosas se estructuren
espontáneamente pero tampoco imponer un ritual severo y una disciplina férrea. Es
complicado. En todo caso, ya que no hay una fórmula la solución reside en la escucha. El
vínculo adecuado es aquel que permite al otro, en este caso el alumno, crecer hacia una mayor
autonomía, hacia un mayor bienestar y consciencia.
Sin embargo, según mi experiencia, me quiero atrever a estructurar una serie de demandas
que me parecen están presentes en la mayoría de los alumnos, volviendo a repetir que estas
demandas habitualmente no son explícitas, aunque están bien presentes.

Demanda de atención

Vivimos en un mundo acelerado donde no hay mucho tiempo para sentir al otro o para
escucharlo. El mundo se ha cosificado y vamos más al ritmo que las máquinas imponen y
menos al ritmo de los días y de las estaciones. Creo que tantas veces cuando uno va al médico,
más allá de la sintomatología, hay una demanda de atención. El profesor de yoga tiene que
tener en cuenta esto. Es necesaria la presencia, la mirada, el cómo estás, cómo va, cómo fue,
etc. Y claro está, más que la pregunta es la presencia relajada que hay detrás. Pues los buenos
días nos los dan muchas veces al cabo de una jornada, pero no se trata de una fórmula
repetitiva sino de una presencia real, de una empatía honesta.

Detrás de la corrección (prudente) que hace el profesor, acompañando al toque de consciencia


para que la columna se mantenga recta o la pierna esté alineada, hay un “sé que estás ahí, te
veo, te presto mi ayuda”. Y esta ayuda es reconfortante en lo más íntimo del alumno.

Demanda de orden

Detrás de la apuesta por las clases de yoga u otras disciplinas encontramos una demanda de
orden. Martes y jueves de 18 a 19.30 h. por poner un ejemplo, se convierten en unos pilares
para cruzar el río de la semana sin ahogarse por el cúmulo de pequeños y grandes problemas.
Dos mojones en el camino estables donde regularizar una disciplina, donde establecer una
práctica.

La mayoría de los alumnos comentan que, de no ser así, en casa no se pondrían a practicar,
aunque conozcan bien las posturas y las secuencias. Las circunstancias ya las sabemos, el
orden o desorden de la casa, la falta de espacio, el teléfono, la familia, etc. Así que las clases
semanales tienen, en principio, esa función de asegurar un espacio personal donde nada ni
nadie pueda interrumpir.

Se establece un compromiso (una mensualidad) y se responde a ella. En el fondo son


estrategias de compromiso.

Y no está mal, pero el profesor debería recordar en su función sabia y pedagógica que esos
mojones en medio de la semana son laboratorios de un aprendizaje sutil, una aprehensión de
un arte de vivir para tener la seguridad y la confianza de establecer en nuestra propia vida y en
nuestro ritmo cotidiano, un espacio propio de práctica y de regularidad.

Demanda de salud

Ante la vida nos sentimos vulnerables, periódicamente contraemos una u otra pequeña
enfermedad. El acceso a un abanico amplio de terapéuticas nos resuelve el problema, pero en
el fondo nos deja insatisfechos. Necesitamos sentirnos más artífices de nuestra propia salud,
generar un estilo de vida sano que prevenga la enfermedad.

Queremos sentirnos mejor, con más energía, con una postura corporal más equilibrada y
necesitamos sentirnos ágiles en nuestros movimientos. Esta demanda la hace el alumno a la
propuesta de yoga, y sabe de antemano que no le van a dar una pastilla, sino que deberá
gestionar su propia salud con la ayuda de las pautas recibidas. El yoga es una invitación a esa
salud activa que se irá convirtiendo en autónoma. Más que asanas, el alumno aprende a
sentarse, a tumbarse, a relajarse o a respirar, y esto, sobre todo, lo puede aplicar a lo
cotidiano, en su trabajo y en sus relaciones.

Por otro lado, la actitud del profesor será la de señalar que el yoga no es ninguna panacea, que
no basta con realizar tal Pranayama para curar tal enfermedad pues la enfermedad como la
vida responde a un cúmulo inmenso de factores. La salud y la enfermedad son procesos que
requieren tiempo y escucha. Por eso el yoga no es tanto un lugar para borrar definitivamente
las tensiones (por otro lado, imposible) sino un espacio de diálogo con ellas, para que nos
dejen vivir un poco mejor.

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