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Ser para consumir y consumir para ser

Alumna: Valentina Falcón


Curso y colegio: 5toA SFA
Materia: Comunicación y Cultura del Consumo
Profesora: Natacha Alarcón

Introducción
Durante todo el recorrido del año y el estudio de tan interesante materia, más que haberme
surgido interrogantes, me he sorprendido del funcionamiento plenamente inconsciente y
manejable de nuestra sociedad. La capacidad de los medios, las empresas, las marcas para
con su prestigio amoldar nuestras mentes a su conveniencia, tocando cada parte de nuestra
emocionalidad para conseguir de nosotros la adquisición de su producto o servicio. Sobre eso
voy a hablar en este ensayo principalmente, y también sobre lo que yo llamaría el doble
sentido del consumo cultural y como estos términos son casi inseparables el uno del otro.

Desarrollo
Hemos estudiado a lo largo de todo el recorrido escolar del 2023 como las grandes empresas
recurren a tácticas para fomentar el consumo de la sociedad. Sin embargo, no solo las
empresas son partícipes de este juego de lavado de cerebros, también lo es sociedad. El
término “cultura del consumo”, en lo que a mí me concierne, no hace referencia únicamente a
la cultura mundialmente masiva de consumir, sino de consumir la cultura y formar una en
base a la caracterización del consumo. ¿A qué me refiero con esto? Pues a la creación de la
identidad colectiva o individual según el consumo. Por ejemplo, en nuestra Argentina se
valora mucho el espectro “familiero”, esto de compartir constantemente momentos con la
familia, como lo son las comidas, especialmente los almuerzos, el mate, el asado, etcétera. El
consumo dentro de este entorno se hace presente en los productos que compartimos durante
estos momentos, como las comidas que compramos, las marcas, la yerba, la carne, o mismo
un servicio de comida si es que el almuerzo decide realizarse fuera de la casa. Es así, que las
marcas se aferran a este fenómeno con tal importancia emocional para lo que compone la
cultura e identidad del argentino, para promocionarse. Podemos tomar como demostración de
esto la publicidad de la yerba “Unión”, en la que se muestra un grupo de amigos que se
juntan a tomar mate y se dice que, si van a hablar, que hablen de unión, el lazo. Es así que
crea una conexión entre lo significativo de tomar mate con amigos y la marca, siendo esta la
correcta para representar el vínculo afectivo (por su nombre) y la mejor para tomar los
mejores mates, pudiendo decir que, si estos son más ricos, el vínculo se refuerza. Este fue un
ejemplo de la publicidad y sus técnicas, pero me gustaría hablar también de la cultura de
consumir ciertos productos/alimentos de los que depende, superficialmente y muchas veces,
la identidad argentina. Siempre me gustó destacar mucho el consumo excesivo de carne en el
estereotipo argentino. Los domingos de asado en familia se muestran como un rito sagrado
por el mismo pueblo. Es en este tipo de casos al que yo me refiero a que la cultura impulsa el
consumo (En este caso, de la carne) y la misma sociedad es productora de esta necesidad.
Con esto me gustaría acercarme al planteo de sociedad de consumo que hace Bauman.

“Para Zygmunt Bauman vivimos en una “sociedad de consumo”, no una atenta por cumplir las exigencias básicas e
inalienables de nuestro organismo, sino una que promueve en todos sus miembros integrantes la incesante búsqueda de
satisfacción de deseos que ella misma crea y estimula para estabilizar en funcionamiento. Publicita y promete una “vida
feliz”. [...] “El secreto mejor guardado de la sociedad de consumidores” es que recompensará a todo individuo que
participe de su lógica consumista con la inclusión social”
Una persona no necesita consumir carne excesivamente para cumplir las exigencias básicas
de su organismo, y no consumirla no te quita tu nacionalidad argentina, o hasta en casos más
extremos, la masculinidad. El mismo argentino recalca el consumo de carne como algo
inalienable a su identidad, excluyendo de la inclusión social argentina a quienes no la
consumen o no en el mismo grado.
Y ahora si quizás se abra paso a un interrogante, pero no para responder, sino una pregunta
retórica: ¿Hasta qué punto el consumo es tan influyente como para definir quienes somos o lo
que valemos? Porque no considero que la cantidad del consumo de carne que tengamos, o si
consumimos mate o no, nos haga menos o más argentinos.
Mi objetivo es analizar como los valores sociales que una comunidad le otorga a ciertas cosas
determinan el consumo y la identidad de uno. Mencionado esto, podemos tomar el curso a
hablar del valor signo.
Como ya dijimos, la cultura nos impulsa a consumir, pero hay que determinar con
especificación lo que consumimos en base a ella. Es decir, qué y que características tiene.
Volviendo al ejemplo de la yerba, hay muchas marcas que hoy juegan competencia en el
mercado argentino, y entre todas ellas, cada uno de nosotros tiene una preferencia. ¿Y en qué
se basa esa preferencia? ¿En nuestro gusto? ¿En la confianza de una marca? ¿En el prestigio
social que tiene una marca sobre las demás? Es ahí que juegan un gran rol los factores
emocionales. Yo puedo decir que mi preferencia es la cbsé de hierbas serranas porque es la
yerba con la que empecé a tomar mate, la que toma mi papá que fue el que me enseñó y
porque su gusto es el que más me agrada. No baso mi preferencia solo en el gusto, sino
también en el significado emocional que tiene esa marca para mí. Y eso nos pasa con
absolutamente todo lo que consumimos, más con lo cultural. El valor que el mismo argentino
les da a las marcas con más prestigio, como la ya mencionada, la Unión, la Playadito,
etcétera.
Es así que la cultura nos impulsa a consumir, y el consumir se vuelve cultura, pues es algo de
lo que no podemos escapar para pertenecer. Es algo que no solo hacemos en nuestra nación,
sino que ocurre en todo el mundo, en cada país con sus respectivas prácticas y consumos
culturales. Y la cultura del consumo se vuelve tan masivamente mundial que las prácticas
culturales se comparten y distribuyen entre las distintas naciones, ya no son únicamente de
una. Surge así la Cultura Mundo, donde un mundo entero comparte la cultura del consumir
para pertenecer, consumir para formar cultura y ser alguien.

Conclusión
Entonces, finalizamos entendiendo que nuestra cultura define e impulsa nuestros consumos,
pero el consumo en sí es una cultura también. Somos alguien para consumir y consumimos
para ser alguien. Nos diferenciamos por nuestros consumos, pero nos igualamos en el acto de
consumir. Somo diferentes e iguales al mismo tiempo. Ya casi ni diferentes, pues las
industrias culturales poco a poco van borrando el espectro de lo caracterizable de las
comunidades.
También entendemos que los medios, las empresas y nosotros mismos creamos necesidades
innecesarias o presiones sociales en base (o no) a nuestra cultura, que nos impulsan a
consumir, y que esto se torna un círculo vicioso en el que el consumo es algo en constante
actividad, por no decir que esta nunca acaba ni acabará.

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