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Perfect Blue. Despertar de Un Sueño (SKNT)
Perfect Blue. Despertar de Un Sueño (SKNT)
Autor: 竹内 義和
Ilustraciones: Arvin Albo
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HISTORIA 1:
Despiértame de Este Sueño
Toshihiko despertó.
Bajó la cabeza y presionó su nuca con sus dedos, y se encontró con una
intensa sacudida de disgusto.
Sentía que acababa de tener un mal sueño. No podía recordar cómo era,
pero de alguna forma estaba seguro de que no había sido agradable. Creyó
recordar que había una mujer con la cara cubierta de maquillaje; sus
brillantes labios rojos se habían torcido, formando una sonrisa arrugada,
mientras dejaba salir un estridente chillido de risa.
Toshihiko llenó con agua del grifo un hervidor de aluminio que tenía
pequeños agujeros y lo colocó sobre la estufa.
Se extendió hacia una vitrina con puerta caída y sacó un frasco de café
instantáneo ligeramente húmedo, y una taza de borde astillado que tenía un
panda. Había una rajadura justo en el rostro del panda.
Distraído, puso sus dedos en el asa de la taza mientras esperaba que el
agua hirviera.
«El próximo año tendré treinta», pensó él, «no puedo creerlo».
No era que le faltará el usual deseo humano de salir a beber con amigos,
tener citas con mujeres, y compartir otras experiencias sociales del estilo.
Lo deseaba más que la persona promedio. Pero Toshihiko era
excesivamente tímido. Era incapaz de aproximarse a miembros del mismo
sexo, ya ni hablar de mujeres.
Tenía cierto sentido de la moda, incluso podría ser capaz de verse bien.
Pero no lo hacía, ni siquiera lo intentaba.
Toma un momento para considerar lo frío que podría ser el mundo para
un hombre en sus treintas sin estilo, dinero, valor, ambición, amigos,
higiene, y con un anhelo más grande de lo usual por el sexo opuesto.
Para empeorar las cosas, Toshihiko era bajo. Su rostro era, por supuesto,
feo. Su cabello, enmarañado, grasoso y rociado de caspa, era espantoso. Sus
angulosas y huesudas facciones se asemejaban a los restos de un medregal
ya destripado y fileteado; y sus cejas, poco atractivas y desaseadas, eran
como hojas de konbu. Bajo su bulbosa nariz reposaban unos labios con
semejanza a babosas que portaban un vago brillo aceitoso. Mientras que sus
ojos, y de alguna forma sólo sus ojos, eran redondos y amables, incluso
inocentes de cierta forma.
Poco más de una docena de cintas de vídeo Betamax L-500 estaban en fila
sobre la mesa de Toshihiko.
Finges no notarlos.
Había visto sus cintas de ella incontables veces. Cuando una cinta
terminaba, la rebobinaba e inmediatamente la volvía a mirar desde el
comienzo.
Durante casi cada día de la última semana no había hecho nada más que
quedarse encerrado en su pequeño apartamento, mirando sus cintas de ella
una y otra vez.
Y ahí estaba él, un hombre de casi treinta años, creyendo esas fantasías
con total sinceridad.
No era normal.
Quería besarla. Quería rodearla con sus brazos. Y sí, quería tener sexo
con ella.
Quería conocerla. Lo quería con tanta fuerza que sentía que podría
morir.
«Ai... Ai-chan...».
Pum.
Toshihiko fue allí y abrió de golpe las cortinas. Pasó una silueta por el
vidrio durante un momento, y entonces ya no estaba.
Pensó que parecía una persona encorvada, pero bien pudo haber sido
sólo un truco de su imaginación.
Toshihiko se hizo consciente de un sordo dolor duradero en el costado
izquierdo de su pecho, justo sobre el corazón.
Toshihiko no podía creer que era real. Pensó que aún podría seguir
atrapado en esa temprana pesadilla. El profundo dolor palpitante persistía
en su cabeza.
«Eso es lo que esto es», pensó él, esforzándose mucho por convencerse
a sí mismo, «esto es una pesadilla».
Puso sus manos en su cabello para ver si éste también había cambiado.
Lo que encontró no fue su familiar melena, mantenida rígida no por gel,
sino por acumulación de grasas. Pero no, el cabello que encontró era
saludable, suave y fluido.
El rostro que le devolvía la mirada tenía piel tan pálida como si hubiera
sido espolvoreada con harina. Sus mejillas tenían un tenue y saludable
matiz rojo. Sus ojos eran brillantes y negros. Su nariz era fina, y sus labios
estaban humectados. Era el rostro de un ángel.
Era el rostro de su amada Asaka Ai.
La voz también era tan linda y nítida como el tintineo de una campana.
«Qué suerte», pensó él. «Qué suerte que no tengo amigos. Qué suerte
que no socializo. Mis padres, mi única familia, nunca abandonan el campo.
Eso significa que podré vivir el resto de mi vida aquí, en este departamento,
con Asaka Ai».
No tardó mucho en darse cuenta de que podía jugar con su cuerpo como
deseara.
Cautivado por la belleza de sus pechos, tomó uno en cada mano y los
alzó desde debajo. Apretó sus pezones entre sus pulgares e índices y sintió
el impulso de una profunda emoción que sólo las mujeres pueden
comprender.
Toshihiko llevó sus dedos desde sus pantorrillas hasta la cima de sus
muslos. Cuando su mano alcanzó su trusa, se la arrancó sin pausa.
Toshihiko tomó el pequeño espejo que tenía delante y lo llevó cerca del
espacio entre sus piernas.
Se puso de pie con una sonrisa y fue hacia su barato armario de lonas.
Bajó la cremallera delantera y sacó una bolsa de papel de la parte trasera.
«Ai, Ai, Ai-chan» chilló para sus interiores mientras yacía en su futon.
Ahí sucedió.
«Debe ser otro fan enfermo como yo» pensó Toshihiko con la certeza de
que no era simplemente un fan de cantantes idol, sino un fan de Asaka Ai.
«Me ha estado viendo, viendo a Asaka Ai, por la brecha de la ventana».
Era él. Toshihiko sabía que era él. Las pisadas no eran producto de una
imaginación hiperactiva.
Fue un alivio.
¿Qué si hubiera sido él; el hombre que antes era? Si su amada Asaka Ai
le hubiera hablado así, ¿qué habría hecho?
Toshihiko cerró sus ojos e intentó sacudirse la imagen mental. Pero sin
importar qué tan duro intentara expulsarla, la visión permanecía aferrada a
su mente.
El cuchillo no estaba.
Se escuchó un skriiiiiiikkk.
Toshihiko saltó.
«Es él, es él. Está aquí. ¡Ha venido con cuchillo a matar a Ai y a mí!».
La puerta crujió y el hombre entró, bañado en la luz roja del ocaso que
entraba por la ventana de Toshihiko.
Toshihiko sabía que estaba a punto de ser apuñalado. Sabía que tenía
que correr, pero su cuerpo no se movía. Mientras más entraba en pánico,
más firmemente congelado se quedaba.
El hombre habló:
—Ai-san, Ai..., es hermosa. Es tan linda —su voz se alzó hasta ser un
chillido enloquecido—. Es tan hermosa. De verdad que lo es. Todos los días
me he tocado pensando en usted. Lo he hecho más veces de las que puedo
contar. Entiende cómo me siento con respecto a usted, ¿verdad?
Comprendió.
Jaló el cúter y tocó el filo con su dedo índice. Empujó la hoja hacia su
carne. Motas de sangre salieron de la herida, rociando la foto de la mujer.
¿Era la sonrisa forzada de alguien triste que retiene sus lágrimas? ¿Era
de frustración, de ira? ¿O era feliz?
Nadie, salvo él, podía comprender qué emociones yacían tras esa
sonrisa.
La estilista asintió.
—¿En serio? —dijo Yuma—. ¿En serio es tan sorprendente que haya
conseguido un encargo comercial?
—Sólo estoy ahí para atraer ojos a los anuncios de una cadena minorista
local —murmuró Yuma con desinterés mientras insertaba monedas en una
máquina expendedora—. No tenemos por qué emocionarnos tanto por ello.
—¿En serio? —Yuma soltó un quejido—. Ese peinado, con este traje...
Ese presidente calvo es un completo pervertido.
Al ver sus nuevas coletas, Yuma tuvo que admitir que se veía linda.
—Yuma, eres adorable —dijo Makki—. Con esa mini rosada puesta,
volverás loco a ese viejo.
—No puedo creer que acabe de cumplir dieciocho y deba vestir ESTE
traje.
Aún vistiendo sólo su ropa interior, sonrió con timidez ante ese
recuerdo. Entonces, frenando sus distraídos pensamientos, dijo:
Jaló el cable del micrófono con su mano izquierda, causando que girara
en el aire antes de volver a su agarre.
Y la canción acabó.
—Yuma, dime la verdad. No hay ningún otro hombre. Sólo estoy yo.
—Yu-Yuma...
Apretó sus feos labios hasta convertirlos en algo aun más feo, y le dio
un húmedo y poco riguroso beso al rostro de Yuma.
—Mientras eso sea lo único que tenga que hacer por él...
—No seas absurda. Claro que eso será todo. No tienes nada de qué
preocuparte. Pero quiero ser claro: no te estoy pidiendo que lo hagas. Te
estoy diciendo, como mánager, que espero que lo hagas.
—Y, déjame adivinar, tendré que usar coletas y llevar ese minivestido
rosado. Bien. Pero te diré esto: lo veré, tendremos una pequeña charla, pero
eso es todo.
Los ojos del hombre eran los de un elefante; un elefante dudoso e inerte.
Ira llenó sus ojos de elefante mientras sacaba el cúter que había
ocultado en su bolsillo.
Eran las once de la noche. A esa hora la calle residencial del extremo
superior estaba vacía, ni siquiera había un gato callejero a la vista.
Cada piso del edificio tenía sólo dos unidades, y Yuma era la única que
vivía en el quinto piso. Ahí tenía completa privacidad.
Giró el sobre.
Con dedos temblorosos, abrió el sobre para descubrir qué había dentro.
El aroma del dulce perfume llegó a su nariz. Dentro del sobre encontró
una hoja de papel aromatizada.
La desdobló y leyó:
No me enojé contigo.
No olvidaré eso.
Si me traicionas...
Cuando Yuma entró a la sala de reuniones, Bando y los otros miembros del
equipo ya estaban sentados alrededor de la mesa.
—Tengo que hablar contigo tras la reunión. Ayer me llegó una carta
extraña...
Sin añadir azúcar ni leche, le dio un gran trago que dejó una granosa
amargura en su lengua.
—Sí. Una carta, una carta extraña —Yuma abrió su bolso de mano y
sacó la nota arrugada en cuestión—. Es esta —dijo ella—. Fue tan
espantosa que la tiré tras leerla. Pero luego me di cuenta de que quería que
la vieras. Así que aquí está.
—Pero, Yuma —dijo Bando—, sin importar el miedo que pueda dar, es
sólo una carta, ¿cierto? Ya he sido mánager de varias cantantes idol, por lo
que sé de esta clase de cosas. Hay un montón de fans como ese allá fuera.
Con Asaka Ai recibimos una carta que decía «si no me puedo casar con Ai,
me suicidaré». ¿Pero sabes qué? No lo hizo. Si comienzas a preocuparte por
lo que digan todas las cartas de tus fans, nunca acabarás —Bando volvió a
arrugar el papel, hasta hacerlo una bola, y lo arrojó a la papelera—. Yuma-
chan —dijo alegremente el mánager—, si tienes tiempo para preocuparte
por algo como eso, preferiría que te preocuparas por tu gira promocional.
Siendo completamente franco, nuestro futuro depende de ello —saliendo de
la sala, se detuvo al otro lado de la puerta y añadió—. Si la persona que
escribió eso intenta hacer algo para herirte, daré mi vida para protegerte. No
te preocupes por eso —le dedicó una sonrisa y un gesto de despedida con la
mano.
El hombre con ojos de elefante, por quinta vez ese día, fue al buzón de
fuera de su habitación. Dentro había un anuncio de unos prestamistas y
muchos volantes de las agencias de «entregas de salud» a domicilio de
manos de señoritas. Eso fue todo lo que encontró.
«No», respondió, «no hice nada mal. Y tampoco Yuma. No fue ninguno
de nosotros. Alguien más debió intervenir. Esa es la única respuesta».
Hizo todo lo que pudo para hacerse pasar como una mujer cualquiera:
con su cabello hecho coleta, su maquillaje siendo sencillo y natural, y sus
ojos estando detrás de unos lentes con montura negra.
De una forma que mostraba su familiaridad con esa clase de cosas, les
sonrió y comenzó a extender su brazo para darles un apretón de manos.
—¡No! ¡No! —se puso delante de Yuma y extendió sus brazos para
mantener a raya a los jóvenes, y entonces prosiguió—. Si quieren darle un
apretón de manos, tendrán que ir al evento de la plaza comercial. Si lo hace
para ustedes aquí, no sería justo para los fans que están esperando.
—¡Calvo!
La condujo dentro.
Tras unos pocos minutos llegó otro tren a la plataforma. Trabajadores de
oficina, tanto hombres como mujeres, llenaban el tren por completo.
Muchas veces se quejó con Bando, diciendo cosas como «Esto es inútil,
nunca lo lograré».
Aplicó una fina capa de maquillaje con la ayuda de un espejo que estaba
encima del teclado.
Se dejó caer sobre un cojín que había en el suelo y esperó a que Bando
la convocara.
El hombre sonrió.
Sin siquiera darse cuenta, dejaron de importarle los fans que había
alrededor. Los únicos en la sala del evento eran él y Yuma; o al menos así lo
sentía mientras su fantasía subyugaba el resto de pensamientos de su
cabeza.
—Eso fue asombroso. Estar allá fuera fue como un concierto de rock.
Vistiendo sus prendas de calle, Yuma subió los tres o cuatro escalones
que llevaban al escenario, se sentó en la silla metálica, y echó un vistazo a
la sala. Era la misma de siempre.
Apretó sus labios y chocó sus dientes tan duro que sus muelas hicieron
un sonido que era como si estuvieran aplastando hojas.
«Este es mi destino».
Veía cada paso que lo acercaba a Yuma como un paso hacia su destino.
Su compostura vacilaba.
Con sus ojos clavados en Yuma, dio un paso, y luego otro, hacia lo que
creía que estaba predestinado.
Mientras proseguía tomando las manos que sus fans le ofrecían, crecían
en su pecho horror y ese poco conocido dolor.
Miró el rostro del nervioso chico que estaba delante de ella. ¿Era él la
fuente de su aflicción?
«¿Qué si me odia?».
Cuando encaró a Yuma, el hombre notó que ella le dio una señal.
«Esto no está funcionando» pensó él. «Aún no logro saber qué siente».
Para preguntarle qué sentía por él, concentró sus propios sentimientos y
le devolvió una señal.
«¿Es así de pasional como puede ponerse una mujer por el hombre que
la ama?» pensó con una sonrisa de satisfacción.
«En algún sitio, debajo de su peste animal, este hombre huele igual que
la carta».
Los ojos de Yuma se fijaron en los del hombre. Sentía que algo horrible
pasaría si miraba a otro sitio.
«Si apuñalo a Yuma con tanta gente alrededor, ¿qué pasará después?
Seré arrestado. Tendré que contenerme por ahora y esperar mi próxima
oportunidad».
—Aquí estás a salvo —le dijo él—. Incluso logrando venir hasta aquí,
no podría hacer nada con tanto personal por el sitio. Además, ni siquiera
sabes si es el mismo sujeto que escribió esa carta.
Yuma asintió. Pero mientras lo hacía pensó para sí misma:
«No importa lo que otros digan, sé que él escribió esa carta. Lo sé por
su olor. Y sé que volverá a mí...».
—Vamos, no seas así —protestó Kawai Yukio—. Tú eres quien dijo que
no te llamara tanto porque estarías muy ocupada con tu nueva canción.
Le contó a Yukio entre sollozos todo lo que había pasado, desde la carta
hasta el hombre que había ido al evento de apretón de manos.
—Te digo que era él, lo sé. No, no tengo ninguna evidencia fuerte, pero
estoy segura de ello. Olía igual que la carta.
—Creo que lo estás pensando demasiado —dijo Yukio, la duda era
evidente en su voz—. Bueno, sin importar el caso, hasta ahora no ha hecho
nada para herirte, y no puede ir tras de ti a donde sea que vayas. Sólo ten
más atención a lo que te rodea y estoy seguro de que no tendrás nada de qué
preocuparte.
—¿Qué es esto?
—Mira lo preocupado que estás ahora. Cuando te conté sobre esa carta
ni siquiera te preocupaste. Obviamente te importan más las ventas de mis
CDs que yo.
—Sí, las ventas de tus CDs son importantes —Bando la miró a los ojos
—, pero lo que me importa es que no te conviertas en mercancía dañada.
Tus fans se sienten dolidos cuando esa clase de fotos se hacen públicas. Al
final es tu carrera la que queda afectada —chasqueó su lengua con molestia.
—Creo que todo estará bien. En estos días no pasa nada si las idols
beben y tienen citas. La gente aprecia más la honestidad que el falso acto de
inocencia. No te preocupes, saldré de esta.
—Será mejor que te cuides de los fans locos. Si ven esto, puede que
pierdan la compostura. Esos fans a veces pueden ser aterradores.
Lo dijo como broma, y nada más, pero Yuma no se lo tomó como tal.
«Tiene razón» pensó ella. «Ban-chan tiene razón. Si ese hombre ve esa
foto...».
Una oficinista que estaba cerca de la caja registradora apartó los ojos
del espectáculo. Aparentemente decidió que ignorarlo era la mejor manera
de asegurar su propia seguridad.
Sentía lástima de sí mismo. ¿Por qué tenía que ser herido de esa
manera?
De repente, con una idea, miró hacia arriba. Un brillo llegó a sus torpes
ojos, y pensó:
«Le diré a Yuma». Sonrió. «Le diré a Yuma que rompa con él. Si logro
hablar con ella, lo entenderá».
Salió del auto y miró alrededor para asegurarse de que nadie la siguió a
casa. Era su hábito.
Pero ese hombre había entrado. Al menos una vez había entrado.
Corrió al teléfono y llamó a Yukio. No tenía trabajo que hacer esa noche
y la vez anterior que hablaron dijo que iría.
Respondió la contestadora.
—Yukio, soy yo —dijo ella con voz temblorosa—. Ven tan pronto
escuches este mensaje. Estoy en mi departamento. Por favor, ven de
inmediato.
No podía pensar en nada más. El sonido del timbre había borrado todo
miedo.
No era Yukio.
Sabía, más allá de cualquier duda, que era el hombre. Este era el
hombre que la llenó de horror en la sesión de apretón de manos. Este era el
hombre con los ojos de elefante.
—¿Quién eres tú? ¿Por qué estás aquí? —dijo Yuma con voz
temblorosa.
El hombre, con calma, cerró la puerta desde dentro y movió la cadena a
su lugar.
—Si eres mi fan —dijo Yuma con tanta firmeza como pudo—, ve a
verme a un concierto. Este es mi espacio privado, no es sitio para que
vengan fans.
«Así es» se dijo a sí misma. «Es tu ávido fan. Tienes que ser fuerte con
él».
El hombre ató sus muñecas con cinta, la empujó hacia el costado, y giró
su cuerpo. Entonces ató juntos sus tobillos, dejándola completamente
indefensa.
Vio un aspecto enloquecido en sus ojos, y supo que tenía que escapar de
él cuanto antes.
«Quizá así pueda manejar esto» pensó Yuma. «Sin importar qué más
sea, sigue siendo un fan. Puede que me escuche».
—¿Cómo pudiste? —gritó él—. ¿Cómo pudiste lucir tan dulce y estar...
y estar con alguien como él?
—¡De-detente!
—Pa-para...
Entonces, con un sonido que era como un chasquido, unas pocas
docenas de cabellos cayeron. Las hebras colgaban de los dedos de él.
—De acuerdo. No lo volveré a ver. Así que quítame esta cinta, por
favor.
—Estoy tan feliz —dijo él tomando sus manos en las suyas—. Estás
justo frente a mí. No es un póster ni una foto, sino la verdadera Yuma.
Un escalofrío la recorrió.
«Preferiría morir que ser abrazada por él» pensó Yuma. Y lo pensaba
en serio.
Posó sus brazos alrededor de ella y la miró de arriba a abajo con fuego
en los ojos.
Los extremos de sus labios comenzaron a torcerse. Apretó tan duro sus
puños que temblaban. Parecía estar intentando, con gran esfuerzo, contener
los lujuriosos sentimientos que llegaban a él.
—Yuma es una idol —murmuró para sí mismo, pero tan de cerca que
Yuma escuchó cada palabra—. Es una linda y adorable idol. No podemos
tener sexo, sin importar qué tanto quiera. Oh, cuánto lo quiero. Pero no
podemos...
Sus ojos ardían con lujuria animal mientras miraba su rostro, luego su
cuello, y luego sus pechos.
Exhaló profundamente.
—Yuma —dijo él—, no debes ver esto. No podemos tener sexo, por lo
que en su lugar tengo que hacer esto.
Dio el primer paso hacia la libertad que anhelaba, pero no pudo dar el
segundo paso.
Era él.
Intentó forcejear, pero él era más fuerte de lo que parecía, de modo que
no había sido capaz de liberarse.
—No, huirás —le dijo el hombre con tristeza en los ojos—. Desearía
poder creerte, pero huirás.
Balanceó el cúter una y otra vez contra las plantas de sus pies. Sangre
brotó libremente de los cortes.
Miró a sus pies y vio que estaban envueltos con un paño manchado de
rojo.
En esta ocasión realmente era él. Kawai Yukio estaba al otro lado de la
puerta.
Y entonces entró.
Habiendo presenciado la muerte del hombre que más amaba, una nueva
emoción brotó dentro de ella. Quería matar al hombre que lo hizo.
Yuma tomó el cúter, el cual estaba a sus pies, y miró con odio al
hombre.
Ella tomó firmemente el cúter con ambas manos. Alzó la hoja muy por
encima de su propia cabeza.
—¡Yuma! —gritó él, con sus ojos nublados con furia propia de un
tiburón—. ¡Yuma! ¿Qué has hecho? ¿Realmente querías matarme? —
sangre escurría de sus dedos y goteaba de su brazo.
Yuma renovó su agarre del cúter y miró al hombre.
Los labios del hombre se retorcieron hasta formar una sonrisa ominosa.
Mientras corría hacia ella, Yuma bajó el cúter con toda su fuerza.
Apartó su blusa y sostén, y entonces acercó sus labios hacia sus pechos
expuestos.
Sin importarle sus protestas, chupó tan duro su pezón que se sentía
como si pudiera arrancarlo.
«¿Por qué esto tenía que pasarme a mí? ¿Qué hice para merecer esto?
¿Es porque soy una idol?».
Justo entonces Yuma le apuñaló la parte superior del brazo con el cúter.
La hoja se deslizó por la grasa que le rodeaba y destrozó los músculos de
debajo, y con eso Yuma descubrió que hasta ese monstruo chillaba ante el
dolor.
Pero entonces le dio una bofetada con increíble fuerza. El impacto fue
tan fuerte que sintió que podría romperle la cara, pero se rehusó a dejar ir el
cúter.
—Maldita seas —gruñó él—. Mira lo que pasa cuando te trato bien. Se
te ocurren cosas raras.
Se movía incluso más lento de lo que había creído posible. Sus piernas
eran casi inútiles. Tenía que arrastrarse sólo con la fuerza de sus brazos y
caderas.
Él, sujetando sus manos contra unos tobillos que no paraban de sangrar,
miró en dirección a ella y dijo:
Ella, para empezar, no era musculosa, y la fiera pelea había agotado sus
extremidades al punto de no sentirlas.
Intentó alcanzar el pretil que se extendía por los costados del pasillo,
pero no podía alzar su brazo. Su cuerpo estaba agotado, exhausto por
completo.
«Necesito descansar» se dijo a sí misma.
Oía lo que sonaba como un juego nocturno de béisbol desde una TV del
piso superior.
«¿Por qué...? ¿Por qué tiene que ser todo tan trágico?».
Yuma cayó hacia la parte recta que hay entre piso y piso donde la
escalera se gira.
Habiéndose topado ese callejón sin salida, miró hacia las escaleras por
las que se había arrojado.
Haciendo fuerza con la cabeza, ella arqueó su cuello y alzó sus hombros
del suelo. Entonces giró al costado.
Yuma miró sus manos. Ahí, olvidado, pero aún retenido en su mano
derecha, estaba el cúter.
Miró el rostro del hombre. Sangre corría por su frente. El dolor había
torcido su semblante hasta hacerlo una mueca. Sus ojos estaban llorosos,
suplicándole ayuda.
Los cortes en las plantas de sus pies dolían incluso más que antes.
Comenzó a llorar.
Se sentó con gran esfuerzo y estiró el brazo hacia el teléfono que tenía
delante. La pelea la había dejado débil, por lo que tuvo que esforzarse para
alcanzarlo.
Finalmente, justo cuando las puntas de sus dedos lo tocaron, sintió una
extraña presión en la pierna.
«¿Qué es eso?».
Su mente no podía asimilar lo que veían sus ojos. Parecía como si una
cosa roja hubiera estirado un tentáculo para agarrar su pierna.
—¡No! ¡Ya no más! —chilló en un profundo grito que hacía temblar sus
hombros.
No quería creerlo. No quería, pero era él. Como prueba de ello, el cúter
que había insertado en su ojo seguía ahí, sobresaliendo de su cavidad
ocular.
Se arrastró para alejarse de él. Sus brazos estaban doblados como los de
un grillo.
Yuma convocó hasta la última pizca de voluntad que tenía para seguir
huyendo de esa voz. Pero incluso esa voluntad comenzaba a debilitarse.
«No, no».
No quería morir. Y más que eso, no quería ser asesinada por ese
hombre.
—En verdad que eres bella, Yuma. Eres tan adorable cuando estás
asustada. Ahora ves... que no tienes a dónde huir —ahora estaba a dos
metros de distancia—. ¿Sabes? Ahora que lo pienso —dijo él—, creo que
mejor te mataré con el cúter. Dolerá, pero tendrás que soportarlo —puso su
mano en el cúter que estaba clavado en su ojo—. Además, yo ya he
soportado mucho dolor por ti.
Sacó la cuchilla.
Era su ojo.
Se orinó.
Como si su cuerpo se derrumbara de cintura para abajo, cayó al suelo.
Primero cayó su trasero, seguido por sus manos.
«¿Qué?».
«Fue tan difícil. Me esforcé tanto para aprender eso. Por eso es que...
Por eso es que...».
El rojo rostro del hombre estaba delante de sus ojos. El cúter estaba casi
sobre ella. Sólo la más breve de las distancias se interponía entre ella y la
muerte. No tenía más tiempo.
Arrojó el micrófono.
Sujetando al cable, el micrófono fue más rápido que el filo y rodeó una
y otra vez el cuello del hombre.
«¡Lo hice!».
«¡Bang!».
HISTORIA 3:
Incluso Cuando te Abrazo
La lluvia caía sin fin. No era cualquier lluvia, sino un melancólico aguacero
teñido de acidez.
El acre olor del moho impactó sus fosas nasales. El interior de esa cosa
era tan opresivamente sofocante que casi se ahogó. El rancio y mohoso aire
se mezclaba con su dióxido de carbono exhalado y, no teniendo a donde
más ir, formó una nube alrededor de su cabeza.
La única ventilación provenía de una pequeña apertura rectangular, casi
del tamaño de sus labios al estar cerrados, que se encontraba a medio
camino entre sus ojos y su nariz. La apertura también servía como su única
ventana para ver lo que tenía delante. Realmente la ranura restringía tanto
su campo de visión que no era muy diferente a estar ciego. Mientras el
objeto estuviera sobre su cabeza, moverse y actuar con libertad sólo sería
posible con gran dificultad.
Sus ojos muertos miraban el calendario con tanta intensidad que podrían
haberle hecho un agujero.
—Sólo falta una semana —dijo él—. Casi se me acaba el tiempo —su
voz se alzó mientras repetía—. No tengo tiempo suficiente. ¡No tengo
tiempo suficiente!
El hombre cerró los puños. Los apretó firmemente, y luego incluso más.
Sus articulaciones crujieron. Sangre comenzaba a escurrirse entre sus dedos
mientras sus uñas se clavaban en su piel.
Su voz era aguda, como el llamado de algún ave extraña. Cortaba el aire
estancado, perforaba las delgadas paredes, y se fundía en la extensión de
oscuras nubes de tormenta.
«Soy feliz, ¿verdad?» pensó Yukiko. «Se supone que debo ser feliz».
Yukiko lo veía como poco más que un trabajo de medio tiempo para
seguir hasta que algo más llegara.
Los primeros seis meses en Tokio vivió bajo el techo de su nuevo jefe y
pasó todos los días, todo el día, en intensas lecciones. Se arrojó a sus
lecciones de entrenamiento local y baile de jazz, incluso si la naturaleza y
dirección exacta de su debut seguía sin ser clara.
Aún no había decidido qué quería ser, pero comenzaba a sospechar,
debido a sus nuevos estudios, que su nuevo jefe pretendía convertirla en una
cantante. Cuando comenzó a llevar a compositores de canciones a observar
sus lecciones vocales, Yukiko lo supo con certeza.
Mientras tanto, los medios decían que las idol de pop estaban en su
invierno.
Aun así, sus dudas persistían. Era muy mayor para ser idol. Su
personalidad era recatada y a la antigua, mientras que las chicas más
jóvenes eran más enérgicas y dinámicas. Estaba segura de que nadie
compraría su música.
Sean cuales hayan sido los motivos, Tsukioka Yukiko logró dejar su
propia marca en la industria musical en un tiempo destacablemente breve.
«Si desde el inicio hubiera querido ser una idol», pensó ella, «estaría
por las nubes en este momento».
Yoriko tenía treinta y tres, y era soltera. Se peinaba el cabello hacia atrás
y tenía anteojos de borde plateado.
—Es por eso que quiero que lo veas por ti misma. Necesitas ver con tus
propios ojos cómo es que se logró todo.
—Está bien, está bien —respondió Yukiko antes de inflar sus mejillas.
—No debería ser yo quien presuma, pero esto salió muy bien. En
especial la figura a tamaño real de Tsukioka-san. No es una figura de cera
ordinaria.
«El resto de la exhibición está bien, pero tal vez pueda pedirles que
excluyan esa figura».
Sobre todo, sentía una cosa: hiciera lo que hiciera, no debía girar para
ver detrás. Su sexto sentido le advertía que vería algo que no podría sacarse
de la cabeza.
Su figura tamaño real seguía ahí, pero ahora algo era incluso más
inquietante.
Era extrañamente alta. La cosa movía sus dedos por la cara de la figura,
sus brazos abrazaban el pecho de la figura, y acariciaba cariñosamente el
cuerpo de la figura.
Yukiko sintió el punzar de sus jugos estomacales subir por su esófago.
Una cruda peste desagradable picaba su nariz; su garganta hizo un sonido
de tos por reflejo.
La cosa tenía una gran cara redonda y dos largas orejas alzadas.
—¿Es... un conejo?
Su reacción inicial fue casi de decepción. Se sentía como una tonta por
haber sentido tal horror debido a un conejo. Después de todo, era un sitio de
eventos de una tienda departamental. Un traje de mascota no era nada fuera
de lo ordinario.
La primera cosa que notó fue lo sucio que estaba el traje. El rostro, que
debió ser blanco, era ahora marrón con polvo y mugre. Sus brazos y
piernas, donde salían de su overol de mezclilla, estaban similarmente sucios
y llenos de parches.
«No puedo creer lo sucio que está ese traje» pensó Yukiko. Al poco
tiempo se preguntó: «¿Y por qué estaba frotando mi réplica?».
—¿Un traje de conejo? —dijo con duda en su voz—. Hasta donde sé, no
tenemos trajes de animal aquí.
—¿Estás segura de que no fue otra cosa lo que viste? —preguntó Yoriko
—. Como él dijo, aquí no hay trajes de animal.
—Bueno, echemos un vistazo. Sea lo que fuera, vio algo —la mánager
puso sus manos sobre los brazos de Yukiko—. Tú quédate aquí, Yukiko-
chan. Nosotros iremos a dar un vistazo. Sólo espera aquí.
No sabía cuánto había estado esperando cuando miró hacia arriba y vio
a Yoriko y el coordinador delante, ambos aparentemente ilesos.
Yoriko asintió ante cada uno de sus puntos, pero eso no significaba que
estuviera de acuerdo con todo lo que dijo.
Ella chocó sus palmas contra la mesa. El tazón del azúcar y las tazas y
los platillos saltaron, haciendo un tremendo estrépito.
Debió quedar dormida mientras leía. Creía que debió ser como a la una
de la mañana, lo cual implicaba que sólo había dormido dos horas.
«Tengo que volver a dormir» se dijo ella. «Mañana será otro día duro».
Se recostó y cerró los ojos. Pero ahora que había despertado, el sueño
no volvió con facilidad.
Y...
Con rápidas pisadas se movió hacia la sala de estar y encendió las luces,
y luego la TV.
Yukiko era una gran fan de Depp, en gran parte gracias a esa película.
Era una escena muy triste. Sin importar cuántas veces Yukiko la viera,
siempre lloraba.
Una de las cosas buenas de vivir sola era que podía chillar tan
libremente como quisiera sin tener que preocuparse de que alguien la viera.
Aspirando con su humedecida nariz, se recostó en el sofá y
eventualmente derivó hacia un pacífico descanso.
A través de adormilados y casi cerrados ojos vio que las luces de su sala
de estar habían sido apagadas. Las cortinas que cubrían la puerta de vidrio
deslizante que daba a su balcón brillaban tenuemente debido a las luces de
la calle.
Justo cuando decidía volver a dormir, una silueta pasó por las cortinas.
O al menos eso es lo que creyó ver.
Yukiko y Yoriko estaban sentadas una al lado de la otra en un sofá del área
de recepción de la agencia de talentos.
—Ahí te veré.
—Yoriko-kun siempre se preocupa por todo. Eso puede ser algo bueno,
pero a veces lo lleva demasiado lejos —le guiñó el ojo, como diciendo
«¿Qué se le puede hacer?», y entonces añadió—. Por cierto, tengo un regalo
para ti. Algo con tu nombre llegó aquí esta mañana —Kanda se estiró hacia
la mesa que estaba entre los dos sofás y tomó un paquete; la caja estaba
envuelta en papel blanco, era como de treinta centímetros por cada lado—.
Ábrelo y echa un vistazo —dijo Kanda—. Yo ya lo hice, y debo decir que
es muy lindo.
Yukiko jadeó.
Había sido atormentada por visiones del conejo por días. Comenzaba a
afectar su vida diaria. Aun con eso, Kanda sacó con emoción ese juguete de
conejo. Debió saber que eso no era algo que quisiera ver.
La calle estaba tan silenciosa que hacía que el bullicio y ruido del
distrito comercial cercano pareciera nunca haber existido.
Yukiko siempre iba por esa calle cuando caminaba a la estación de TV,
y reconocía inmediatamente que algo estaba mal; aunque no sabía qué.
Algo estaba fuera de lugar en esa calle tan familiar. ¿Pero qué era?
Los niños usualmente no van ahí a jugar. Cuando giró a esa calle, debió
verlos de reojo; y esa impresión que quedó en su subconsciente transformó
la calle en algo poco familiar.
Caminó hacia los niños con un suspiro de alivio. Cada uno sostenía un
globo rojo.
Una vez eso la había hecho tan feliz que comenzó a saltar, y el globo se
escapó de su mano y flotó hacia el cielo.
Fue entonces cuando la figura oculta del centro del círculo se puso de
pie.
Era una persona en un traje de mascota animal. Casi el doble de alto que
los niños. Hasta ese momento había estado arrodillado para entregar los
globos.
Yukiko se congeló.
Parecía reconocerla.
Si hubiera mirado sobre su hombro, habría visto algo que haría que su
corazón saltara de su pecho.
Algo parecía seguirla unos pocos pasos por atrás. Cuando ella iba más
rápido, él también iba más rápido. Cuando ella iba más lento, él también iba
más lento. Su perseguidor mantenía cuidadosamente la distancia que había
entre ellos. Parecía estar disfrutando la persecución.
«Así me veo tan vieja» pensó ella con una sonrisa de autocrítica.
Bajó las escaleras aún gritando y entró a la habitación verde del sótano,
donde colapsó en los brazos de una perpleja Yoriko.
La mánager tambaleó medio paso, pero fue capaz de atrapar a la
perturbada cantante.
Sin apartar la mirada, la cantante asintió dos veces con la cabeza. Sus
labios temblaron y su mejilla derecha se contrajo.
—El... conejo. Era el conejo. Me siguió aquí. Vino a este sitio. Sigue
aquí, en algún lado. Lo sé.
A ojos de Yoriko, Yukiko seguía siendo una niña; una niña que había
sido sumergida en la tumultuosa vida que suponía estar en la industria del
entretenimiento. La joven cantante había sido empujada hasta el punto de
quiebre física y mentalmente.
En un intento de tranquilizar a Yukiko, la mánager caminó hacia la
puerta con movimientos exagerados.
La abrió.
Pero..., pero.
—Pero...
—No puedo creer que esté llorando de esta forma —dijo Yukiko
secándose las lágrimas—. ¿Qué me está pasando?
—Sin importar cuántas veces vea los escenarios que construyen para
Music Standby, siempre es deslumbrante.
Yukiko asintió.
—Si hubiera más programas como este —dijo ella—, sería de gran
ayuda para mejorar el negocio de las idols.
Las dos mujeres miraron con cierto grado de esperanza en los ojos a los
bulliciosos empleados.
—¿Eh? —dijo Yoriko mientras el monitor se oscurecía.
Pero pronto fue evidente de que no es que alguien estuviera parado ahí
por casualidad. Lo hacía a propósito.
Yukiko sintió los pelos de su cuerpo ponerse en punta. Algo dentro suyo
le decía que apartara la mirada de la pantalla antes de que viera algo más.
La boca del conejo esbozó una sonrisa incluso más amplia. Dejó salir
una espantosa risa que fácilmente podría haber venido de una bruja o un
monstruo fantasmal.
Yoriko pensó:
Yoriko gritó:
—No. Creo que tienes razón, el dolor mental y emocional es tan serio
como el dolor físico. Pero a menos de que ese conejo bastardo inflija daño
físico y tangible, la policía no actuará. Así es como es. Atemorizar a alguien
no es ni un delito.
—¿Entonces qué podemos hacer? Si esperamos hasta que algo pase, ya
será muy tarde. Para empezar, ¿no se supone que la policía debería estar
interesada en evitar que el crimen suceda? Si no harán nada, tendremos que
pensar en qué podemos hacer nosotros. De lo contrario, Yukiko no podrá
sentirse segura en ningún sitio.
—Lo que tenemos que hacer —dijo Yoriko—, lo único que podemos y
debemos hacer, es formar nuestro propio escuadrón protector.
Yukiko continuó:
—Sé que es pedirle mucho al club —dijo Yoriko—, pero sé que quieren
ayudar, y creo que deberíamos dejarles. ¿No es cierto, Yuji-kun?
Kunio se había unido al club de fans de Yukiko hacía casi medio año, y
siempre la animaba ruidosamente en sus eventos. Su apasionado apoyo
captó la atención de la administración del club (específicamente de Oe Yuji,
líder del círculo interno), por lo que fue invitado al grupo de élite de los
fans más apasionados de Yukiko.
Todo cambió en el momento que vio a Yukiko en la TV. Por primera vez
se sintió completo. La transformación en su vida fue como si una pantalla
monocromática pasara a mostrar todos los colores.
Su tedioso trabajo de la fábrica se hacía fácil cuando pensaba en éste
como algo que hacía por ella.
Estaba dispuesto a darle todo, así de valiosa era ella para él.
Compraba sin falta cada nuevo CD y libro de fotografías que salía, sin
atrasarse ni un día.
Cuando tenía un evento o espectáculo local, nada podía evitar que fuera
a verla.
¿Por qué era atraído por ella con tanta intensidad? Probablemente
porque compartía algunas de sus cualidades negativas, en particular la
timidez y la introversión.
Pero ahora ahí estaba, vigilándola en la noche. ¿Cómo podría un fan ser
más bendecido?
Kunio no sabía por qué vigilaba. No tenía ni la más remota idea. Las
órdenes de Yuji eran que vigilara el área alrededor del departamento de
Yukiko hasta la mañana. Tan sólo eso. A Kunio no le correspondía hacer
preguntas, ni pensó siquiera en hacerlas.
«Lo que debo hacer», pensó él, «es permanecer atento para que Yukiko-
san pueda dormir sin preocupaciones».
Kunio se preguntó cómo sería si fuera esa clase de fan. ¿No estaría en
algún sitio cercano, acechando por el vecindario, esperando cumplir un
siniestro objetivo?
«¡No lo permitiré!».
«¡Lo perseguiré!».
¿Qué amenaza potencial podía ser para Yukiko una persona en traje de
conejo? Kunio sólo había visto mascotas entregando globos a niños, o
volantes a transeúntes. Eran amigos de los niños.
—Estás temblando.
Kunio creyó vislumbrar dos ojos malvados mirándolo desde la boca del
conejo.
La cabeza del traje era una coraza construida con materiales ligeros,
pero tras suficientes golpes el rostro de Kunio comenzó a hincharse y
sangrar.
Sabía que debía haber rogado y suplicado por que cancelaran el evento,
pero no había hecho nada de eso.
Era una buena oferta, pero Yukiko veía el cancelar el espectáculo como
dejar que ese repugnante conejo ganara.
Pero ya no iba a dejar que hiciera lo que quisiera. Iba a seguir con el
concierto tal como se tenía planeado. Y si el conejo llegaba, no estaría sola.
El equipo de la agencia de talentos estaba a mano, junto a Oe Yuji, que
estaba ansioso por vengar a su camarada, y un grupo de policías vestidos de
civiles gracias a la insistencia de Kanda.
«Hay tanta gente» pensó ella. «Y están todos aquí para apoyarme».
Sabía que una cantante idol popular llamada Tsukioka Yukiko hacía una
aparición en el techo. Pero, hasta donde sabía, no estaba ahí para protegerla.
«Es una espantosa cantidad de escándalo por una chica» pensó él.
«El mundo está lleno de cosas que no tienen nada de sentido» pensó el
oficial, cuya mente era atípicamente cerrada para un hombre en sus veintes.
Pero lo que emergió fue tan sólo una mascota adorable, un conejo en
overol. Sus orejas permanecían completamente erguidas.
«Es tan sólo alguien en un traje» pensó con una mezcla de alivio y
decepción anticlimática.
Notando que parches del pelaje del conejo estaban anudados, el policía
murmuró:
Pero algo le seguía molestando. ¿Por qué había sentido ese terror
momentáneo cuando vio al conejo?
Mientras inclinaba su cabeza con desconcierto, mantenía sus ojos en la
puerta que daba a la escalera por la que el conejo se había ido.
—Por supuesto, sé lo que pasaría —dijo Yoriko—, pero aun así digo
que necesitamos cancelarlo. Considéralo intuición femenina. No puedo
quitarme de encima la sensación de que algo horrible está a punto de pasar.
Kanda dejó salir un pesado suspiro y presionó las palmas contra sus
rodillas.
—Me preocupa ese conejo —dijo ella—, pero eso no es lo único que
temo. Lo que realmente me preocupa es toda esa gente —giró sus ojos
hacia el océano de fans que llenaban el techo.
—¿Pánico?
Juntó sus manos y oró una pequeña plegaria para sí misma. Era algo que
hacía siempre antes de un gran evento, ya fuera una aparición en TV o un
evento de apretón de manos.
—Dios, por favor, cuidame —dijo en voz baja—. Por favor, permite que
este evento sea un éxito.
—Ella...¿Ella está allá abajo? —gritó, y giró para correr hacia las
escaleras.
Esa fue la chispa. Todos los fans que no habían logrado ir al techo
bajaron corriendo las escaleras tras él.
Una simple frase gritada por una persona descorazonada hizo entrar en
pánico total al área entera.
Sin saber qué debería hacer, la idol volvió a la sala para buscar a Yoriko.
Por esa razón, y muchas otras, esperaba que nadie saliera herido.
Consideró volver al escenario, pero lo pensó mejor y decidió irse por las
escaleras de emergencia que había ahí.
Por ahora iría a la sala del equipo que estaba al lado de la exhibición.
Miró sobre su hombro por reflejo. Al otro lado del pasillo se veía una
figura apenas iluminada por el suave brillo que salía de la sala verde.
La había visto.
La puerta abrió.
Yukiko chocó el cenicero contra la cabeza del conejo una y otra vez.
Siguió golpeándolo, y no paró ni siquiera cuando sus brazos comenzaron a
cansarse y sus músculos empezaban a doler.
Fue todo el tiempo que el conejo necesitó para alcanzarla con sus manos
peludas y agarrarla de su esbelta cintura.
Podía ver todos y cada uno de sus pelos, y el ojo de plástico derretido se
abultaba con horroroso detalle, mientras que el fétido olor de amoníaco y
sudor irradiaba desde el interior del traje y asaltaba sus fosas nasales.
«Tengo que escapar» pensó ella mientras se levantaba del suelo, pero el
conejo la mantuvo en su sitio.
Los ojos de ella ahora estaban a la altura de la boca del conejo. Dos
pequeños puntos brillaban al fondo de esas fauces abiertas.
Miró esos dos puntos sin propósito alguno, sólo porque no había más
sitio al que mirar. Su visión no era perfecta, y al inicio no podía discernir
qué estaba viendo. Entonces, tras un momento, creyó saber qué eran.
Eran los ojos del hombre que estaba dentro del traje. Tenían que ser eso.
Eran los ojos del hombre desconocido que implacablemente la había
acechado y atormentado. La miraban con emoción ominosa.
Esa anormal confesión de amor habría sido suficiente para hacer que la
repulsión la invadiera por completo incluso sin lo que ahora le estaba
pasando.
—¡No quiero ser amada por alguien como tú! —gritó ella.
Pronto vio que tenía razón, pues los poderosos brazos del hombre
aflojaron, y un ahogado gruñido escapó de la cabeza del conejo.
Yukiko apartó los debilitados brazos de él, y lo pateó con ambos pies
tan fuerte como pudo.
Parecía estar teniendo graves problemas para ver tras el ataque que le
dio a los ojos.
Viéndolo tambalearse al moverse hacia ella, se congeló por un segundo.
Pero rápidamente se recuperó y huyó por las escaleras hacia arriba.
Se le hundió el corazón.
Se giró y lo vio subir por las escaleras. Realmente debió herir sus ojos,
porque parecía estar trepando a cada escalón con gran esfuerzo.
La idol comenzó a trepar por la malla, pero el letrero la hizo parar por
un momento.
—Eso fue cruel, Yukiko —dijo el conejo—. ¿Por qué me heriste de esa
manera? ¿No puedes ver lo mucho que te amo? ¿Cómo puedes ser tan
grosera conmigo?
«Tal vez va en serio» pensó ella. «Tal vez sí va a torcer hasta que mi
cuello truene».
—Tengo que hacer esto —dijo él—. Sólo quiero que sepas eso. No hay
otra manera.
«No puedo morir aquí. No puedo morir a las manos de este conejo».
Yukiko podía ver el costado de la torre de agua más allá del peludo
brazo del conejo. Válvulas de varios tamaños salían del costado de la torre.
Bajo ellos había una fila de grifos de metal.
Yukiko alcanzó una válvula roja y la giró.
Con un rugido, agua café rojiza salió rociada del grifo. El torrente le dio
en la cara al conejo y lo tiró hacia atrás.
Yukiko echó un vistazo al otro extremo del tanque y vio que el conejo
se tambaleaba con dolor y confusión.
El dolor del impacto del torrente de agua fue igualado por la angustia de
ser tomado completamente por sorpresa.
Había estado tan cerca. Unos pocos momentos más y habría tomado la
vida de su amada Yukiko con sus propias manos. Unos pocos momentos
más y habría torcido su cabeza completamente hacia atrás, y ella estaría
muerta.
Puso lentamente una mano en uno de los tubos del andamio y se inclinó
hacia la pared que estaba al lado de la puerta que daba a las escaleras.
Yukiko, con su ágil cuerpo, escaló más y más con facilidad, mientras
que los estorbosos pasos del conejo le impedían acercarse. Al final eso no
importaría, porque lo que el conejo dijo era cierto; una vez llegara a la cima
de la estructura, no tendría a donde más ir. Incluso si no pudiera atraparla
antes, la alcanzaría.
Siquiera intentar ascender era peligroso, incluso con lo ligera que ella
es.
El gigante conejo empapado, que era mucho más pesado que ella, ahora
trepaba para perseguirla.
Tenía miedo a las alturas, aunque no al mismo grado que James Stewart
en «Vértigo» de Hitchcock. Aun así, se aferró al barandal e hizo lo posible
por no volver a mirar abajo.
Pero no podía permanecer de pie ahí, sin hacer nada. El conejo, a pesar
de lo lento que era, iba por ella, se acercaba.
Yukiko retiró sus piernas y las abrazó con los brazos, rodeando sus
rodillas.
Ella pateó tan duro como pudo, pero sus dedos sujetaban firmemente.
Mientras sufría la fetidez del hedor corporal que era como carne
podrida, movió una mano tras su propia espalda y comenzó a aflojar uno de
los tornillos que mantenía unido el andamio.
Cuando fue construido, el tornillo habría estado muy ajustado como
para aflojarlo con las manos, pero se había aflojado gradualmente tras
exposición continua al viento y pequeñas vibraciones.
Habiendo quitado algo de tensión del tornillo, éste comenzó a girar con
mayor facilidad.
Yukiko empujó la cara del conejo con ambas manos y tiró su peso hacia
atrás. El andamio se aflojó con un chirrido estridente y comenzó a apartarse
del tanque.
La plataforma del conejo trazó un amplio y lento arco hasta que se azotó
en el costado de la torre.
Estaba aliviada por haber derrotado al conejo, pero ahora parecía estar
atascada y sin poder hacer nada hasta que la ayuda llegara.
Una tenue risa de victoria amenazaba con salir, pero la sofocó para no
arruinar la sorpresa.
Cuando por fin lograron calmar el pánico colectivo, Kanda y Yoriko fueron
al techo para buscar a Yukiko.
—¿A dónde pudo haber ido? —se preguntó Yoriko.
—Tienes razón. Bueno, ¿dónde más podría estar? —Kanda pensó por
un rato, y luego murmuró—. Espera, ¿y si...? —miró a Yoriko—. Sígueme
—se dirigió a paso rápido hacia las escaleras de emergencia—. La parte
original del edificio tenía su propio techo diminuto, el cual a día de hoy
sigue ahí. ¡Tal vez ahí es a donde fue!
Yukiko estaba sentada, con los brazos rodeando sus rodillas, en la cima
del andamio semicolapsado. Parecía mirar a la distancia, perdida en sus
pensamientos; inconsciente del monstruo que, con los brazos extendidos,
llegaba a ella desde detrás.
Kanda abrió tanto la boca que su mandíbula pudo haberse caído, y gritó:
Pero su voz no la alcanzó a pesar de haber gritado tan fuerte como pudo.
Yoriko, mirando con impotencia desde abajo, podía sentir sus dedos
enterrándose dolorosamente en su carne, como si ella fuera la que estaba
allí arriba.
Yoriko, incapaz de soportar ver tal locura y crueldad, cubrió sus ojos
con ambas manos y se dejó caer al concreto.
Balanceó la cabeza contra la torre de agua una, y otra, y otra, y otra vez,
desternillándose mientras lo hacía.
Ésta trazó un alto arco hasta que gradualmente cedió ante la gravedad,
disminuyendo la velocidad y comenzando su descenso.
Hablando sólo con miradas y gestos, les indicó que jalaran la cuerda tan
fuerte como pudieran.
Yukiko asintió.
—Yu... ki...¡ko!
Como si fuera su señal, los tres combinaron toda su fuerza para jalar la
cuerda. La jalaron con toda su concentración y todo su peso.
—No lo puedo creer —dijo Yoriko—. ¿Qué pudo haber pasado? Estaba
muerto. Tenía que estarlo.
—Tal vez era un espectro —dijo él con suavidad—. Tal vez fue eso todo
el tiempo, un monstruo conjurado por celos y obsesión.
Yukiko simplemente asintió.
Índice de contenido
Cubierta
Ilustraciones
Página de Título
Créditos
Historia 1: Despiértame de Este Sueño
Historia 2: Llora tus Lágrimas
Historia 3: Incluso Cuando te Abrazo