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HISTORIA 1:

Despiértame de Este Sueño.

Un dolor pulsante de entumecimiento iba desde los más profundos pliegues del cerebro
de Toshihiko, hasta los enmarañados zarcillos de su sistema nervioso. Pálidos rojos y
azules pulsaban y brillaban tras sus retinas, sus tonos descoloridos eran como gastadas
manchas de pintura al temple. Un extraño sonido llenaba sus oídos, era como el choque
de engranajes sin engrasar.
Toshihiko despertó.
Gruesas gotas de sudor colgaban de su frente. Se sentían frías en su piel.
Se sentó en su delgado futon de una capa, y agitó rápidamente su cabeza unas
pocas veces antes de tomar un profundo respiro.
Sintió un dolor en su pecho.
Bajó la cabeza y presionó su nuca con sus dedos, y se encontró con una intensa
sacudida de disgusto.
Sentía que acababa de tener un mal sueño. No podía recordar cómo era, pero de
alguna forma estaba seguro de que no había sido agradable. Creyó recordar que había una
mujer con la cara cubierta de maquillaje; sus brillantes labios rojos se habían torcido,
formando una sonrisa arrugada, mientras dejaba salir un estridente chillido de risa.
Su frente estaba sudada y pegajosa. Su corazón estaba latiendo rápido.
Junto a su cama había una mesa cuyo contrachapado comenzaba a desprenderse en
las esquinas. Sobre la mesa había una TV de tubo de treinta centímetros que fue dejada
encendida. La pantalla brillaba con estática monocromática, el patrón similar a la nieve se
interrumpía con destellos pulsantes de la señal, y cada destello era acompañado de un
ruido abrasivo que era como el sonido de una cigarra.
«¿Cuándo me dormí?» se preguntó Toshihiko.
Irritado, se estiró para apagar el origen de su pesadilla (o al menos lo que creyó que
podría haber sido el origen).
Cuando le dio un golpecito al interruptor de la TV, la habitación repentinamente
quedó a oscuras.
Miró a su reloj alarma. Eran poco más de las seis de la mañana.
Presionando los pulgares e índices de cada mano contra sus palpitantes sienes,
Toshihiko lentamente se puso de pie.
Fue lentamente hacia su ventana y abrió las descoloridas cortinas.
Los tempranos rayos de sol de la mañana se filtraron por la agrietada y escarchada
ventana, y llenaron su estrecho tatami de cuatro y medio. Para para ese hombre recién
despertado de una pesadilla, incluso esa suave luz se sintió lo suficientemente afilada
para perforar en su piel.
Le punzaron los ojos.
Como ahuyentado por el sol, Toshihiko se retiró hacia la oscura y maloliente
cocina.
Una pila de viejos platos se había acumulado en el fregadero. Entre ellos había
tazones de arroz con granos secos, cucharas de plástico con manchas marrones y
amarillentas por el curry instantáneo, y vasos de vidrio medio llenos con cola que hace
tiempo había perdido su sabor.
Toshihiko empujó los sucios platos a un costado del fregadero y abrió el grifo. El
agua que brotó olía a cloro.
Ahuecó sus manos y llevó un trago a su boca.
La desagradable agua llena de impurezas impactó contra la parte trasera de su
garganta. Haciendo un sonido igual de desagradable, Toshihiko escupió el agua.
Sintió náuseas. Luchó contra la sensación, tomó otra bocanada de agua, y la volvió
a escupir. Repitió el proceso dos veces más.
Junto al fregadero había una pequeña barra de jabón, seca y agrietada, con manchas
de moho creciendo en su superficie. Toshihiko tomó el jabón y lo frotó de un lado a otro
entre sus manos. Con dificultad se formaron unas pocas burbujas, pero de todos modos lo
usó para lavarse la cara.
Dejó salir un profundo suspiro.
Ahora se sentía un poco mejor.
Junto al fregadero había un quemador de gas barato, solitario y oxidado.
Toshihiko llenó con agua del grifo un hervidor de aluminio que tenía pequeños
agujeros y lo colocó sobre la estufa.
Presionó el interruptor de encendido del quemador de gas. No apareció fuego.
Mugre y polvo se había acumulado en el mecanismo de autoencendido, dejando a
Toshihiko sin más opción que usar un encendedor de 100 yenes. Casi se quemó las puntas
de los dedos en el proceso, pero al menos hizo que el quemador encendiera.
Se extendió hacia una vitrina con puerta caída y sacó un frasco de café instantáneo
ligeramente húmedo, y una taza de borde astillado que tenía un panda. Había una rajadura
justo en el rostro del panda.
Distraído, puso sus dedos en el asa de la taza mientras esperaba que el agua
hirviera.
Mientras Toshihiko miraba el pico del hervidor, que contenía unos cuantos
dobleces más de los que tenía originalmente, se encontró repentinamente superado por la
tristeza. Lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos.
«El próximo año tendré treinta», pensó él, «no puedo creerlo».
Se sintió consciente de la soledad que venía con la vida solitaria. Subía con
pegajosidad por su espalda como una babosa cubierta de limo.
Ya habían pasado ocho años desde que dejó la universidad.
«El tiempo ha pasado tan rápido».
Si se hubiera graduado como se suponía que lo haría, y encontrado una carrera
como se suponía que lo haría, probablemente ahora ya habría sido ascendido a supervisor
de área o algún otro puesto de manejo. Al menos la sociedad lo habría reconocido como
un respetable adulto trabajador.
Podría haber conseguido un hogar propio, aunque fuera uno modesto, en el cual
podría haber vivido felizmente con una esposa y un hijo.
Cuando lo imaginó todo, una sonrisa masoquista llegó a su rostro.
Toshihiko era perezoso de nacimiento. No se hacía ilusiones, intentar engañarse a
sí mismo habría sido demasiado esfuerzo. Nunca iba a clases ni salía con chicas cuando
aún estaba en la universidad. Era la clase de persona que evitaba interactuar con otras
personas.
No era que le faltará el usual deseo humano de salir a beber con amigos, tener citas
con mujeres, y compartir otras experiencias sociales del estilo. Lo deseaba más que la
persona promedio. Pero Toshihiko era excesivamente tímido. Era incapaz de aproximarse
a miembros del mismo sexo, ya ni hablar de mujeres.
Era un hombre lamentable.
No sólo era tímido; era desaliñado, sucio e indolente.
No era simplemente perezoso, sino que llevaba la pereza al extremo.
Sobra decir que verdaderamente detestaba tener que trabajar.
La historia entera de su experiencia laboral podría ser resumida en trabajos de
medio tiempo de paga diaria que tomaba sólo por necesidad cuando sus fondos se
vaciaban. Abandonaba esos trabajos tan pronto le era posible. Consecuentemente, su vida
era de constante y extrema pobreza.
La mayoría de sus comidas eran empaquetadas y precocinadas. Su mayor lujo era
el tazón de res y arroz que se permitía una vez al mes.
Escasamente le quedaba dinero que gastar en ropa tras encargarse de todos sus
gastos, y la que vestía lo demostraba.
Tenía cierto sentido de la moda, incluso podría ser capaz de verse bien. Pero no lo
hacía, ni siquiera lo intentaba.
Cuando decidía holgazanear por la vecindad, fuera de su andrajoso departamento,
era con una camiseta manchada de sudor y unos pantalones acampanados pasados de
moda.
Toma un momento para considerar lo frío que podría ser el mundo para un hombre
en sus treintas sin estilo, dinero, valor, ambición, amigos, higiene, y con un anhelo más
grande de lo usual por el sexo opuesto.
Para empeorar las cosas, Toshihiko era bajo. Su rostro era, por supuesto, feo. Su
cabello, enmarañado, grasoso y rociado de caspa, era espantoso. Sus angulosas y
huesudas facciones se asemejaban a los restos de un medregal ya destripado y fileteado; y
sus cejas, poco atractivas y desaseadas, eran como hojas de konbu. Bajo su bulbosa nariz
reposaban unos labios con semejanza a babosas que portaban un vago brillo aceitoso.
Mientras que sus ojos, y de alguna forma sólo sus ojos, eran redondos y amables, incluso
inocentes de cierta forma.
Cada una de esas partes había sido encajada en su semblante de la manera más
torpe posible. Si juntara el valor para acercarse a alguien y ofrecerle su insegura sonrisa,
esa persona, sin importar lo amable y compasiva que fuera, probablemente se daría la
vuelta y correría.
Toshihiko era dolorosamente consciente de eso.
Saber eso lo encadenaba, gradualmente arrastrándolo más al fondo de su coraza de
fobia social. Evitaba el compromiso social temiendo ofender a alguien lo suficientemente
desafortunado para interactuar con él.
Toshihiko echó una cucharada de polvo de café instantáneo en su taza de panda,
luego sirvió el agua hirviente y revolvió el contenido. Volutas de vapor ascendían hacia
su nariz, pero el viejo café no ofrecía aroma alguno.
Mientras daba sorbos a su café, carente de sabor más allá de la amargura,
Toshihiko volvió a su tatami de cuatro y medio.
Con el gruñido digno de un hombre del doble de su edad, se sentó de piernas
cruzadas en su colchón de futon.
Dejó salir un breve suspiro.
Sentía comezón en la boca, pero no creyó que el café tuviera la culpa.
Un agudo dolor palpitaba en su cabeza, y sentía náuseas. No se había sentido bien
desde que despertó. Las náuseas de su pecho sólo empeoraban gradualmente, como si
algún insecto se hubiera comido la mitad superior de su torso.
Toshihiko agitó vigorosamente su cabeza unas pocas veces, y luego pasó el resto
de su café de un trago.
Tosió. Dolor se disparó en su pecho.
Eso comenzaba a hacerse problemático.
Toshihiko sostuvo su mano contra su pecho y pensó «Creo que puedo estar
enfermo».

Poco más de una docena de cintas de vídeo Betamax L-500 estaban en fila sobre la mesa
de Toshihiko.
Esos casetes eran su tesoro más preciado; su único tesoro. Tomando un poco del
presupuesto para la comida y saltándose uno que otro mes de renta, así es como fue
construyendo lenta pero constantemente su colección.
Había comprado una casetera por 9,000 yenes en una tienda de electrónicos usados
del distrito Nihonbashi. Con ese cabezal había grabado sus únicas fantasías en las cintas
magnéticas.
Soñaba con cantantes idol de pop.
Cuando la vida real se rehusaba a entregar lo que él carecía, dirigía sus anhelos
hacia las imágenes ilusorias pintadas por las líneas de escáner del tubo de rayos
catódicos.
Revisaba revistas de cantantes idol para saber cuándo serían las próximas
apariciones de TV de sus favoritas, y grababa casi cada espectáculo.
A diferencia de la gente en persona, una vez grabadas, las idols nunca lo
traicionarían. Las grabaciones podían ser observadas cuando quisiera, por el tiempo que
quisiera. Las idols nunca lo miraban con el desprecio que las mujeres normales le
dedicaban, que era como si hubieran visto algo sucio y repulsivo.
No, las idols siempre lo miraban con una sonrisa.
Para Toshihiko, hambriento de amor emocional y físico, las sonrisas de las idols
parecían las de ángeles.
Insertó un casete en la casetera y encendió la TV.
Presionó el botón de reproducir, y cálidos matices llenaron la pantalla.
Rodeada de luces coloridas y un juego de vibraciones deslumbrantes, una esbelta
mujer de vestido amarillo agitaba unas piernas tan pálidas que podrían haber sido
transparentes. Cantaba apasionadamente una encantadora cancioncita.

Amo, amo, amo, esa timidez tuya.


Sin importar cuán profundos y fuertes sean mis sentimientos
Finges no notarlos.

La cámara hizo un acercamiento al rostro de la joven cantante durante el coro final.


Pasó su mano izquierda por su cabello, sedoso y un poco corto, y rizó sus labios color
flor de cerezo en una sonrisa coqueta.
Su nombre era Asaka Ai. Debutó con la canción «Temporada de Limones» dos
años atrás; y si bien no era de las más reconocidas, mantenía una respetable cantidad de
popularidad.
Aunque Toshihiko no entendía del todo el porqué, ella era su idol favorita. Quizá
su incapacidad para llegar a la cima resonaba con su propia vida.
Pero sobre todo, Toshihiko admiraba lo formal que era. Ai siempre era amable y
cortés con los anfitriones de los programas de TV, y los otros talentos con los que
compartía aparición, así como con el equipo de detrás de cámaras; aunque esa última
parte era sólo suposición de Toshihiko.
Había visto sus cintas de ella incontables veces. Cuando una cinta terminaba, la
rebobinaba e inmediatamente la volvía a mirar desde el comienzo.
Durante casi cada día de la última semana no había hecho nada más que quedarse
encerrado en su pequeño apartamento, mirando sus cintas de ella una y otra vez.
Sus sentimientos hacia Ai sobrepasaban los límites de un simple fan. Quería hablar
con ella al menos una vez. Quería salir en una cita con ella al menos una vez.
Y ahí estaba él, un hombre de casi treinta años, creyendo esas fantasías con total
sinceridad.
No era normal.
Claramente era anormal.
Quería besarla. Quería rodearla con sus brazos. Y sí, quería tener sexo con ella.
Sus deseos habían escalado, pasando desapercibidos, en los confines de su lúgubre
departamento.
Pensó sobre qué podría hacer al respecto.
Consideró buscar su agenda para encontrar un momento y lugar en el que pudiera
verla en persona. Quería hablar cara a cara con ella, y verter todos sus sentimientos.
Quería que entendiera la pasión que tenía por ella.
Quería que Ai lo viera como a una persona real.
Pero había un problema.
No quería que Asaka Ai viera su feo rostro, no había forma en la que pudiera
permitir eso. Sus atípicas facciones, incluso similares a las de un zombi, no eran aptas
para ser vistas por ella.
Quería conocerla. Lo quería con tanta fuerza que sentía que podría morir.
Pero no podía. Con su rostro y la vida que llevaba, nunca podría conocerla.
Sin embargo, su corazón dolía de anhelo.
Extendió sus brazos para abrazar la TV, donde Asaka Ai permanecía en la pantalla,
y su voz interna lloraba desde la profundidad.
«Ai... Ai-chan...».
Apretó firmemente sus brazos. La carcasa de la TV crujía bajo la presión.
Lágrimas caían, gota a gota, de los ojos de Toshihiko.
Había rechazado el mundo y sus realidades y, por ello, su amor por Ai se había
profundizado demasiado. Con el tiempo, sus pensamientos alcanzaban una horrible
conclusión.
«Mataré a Ai, y a mí mismo».
No era una broma ni un pensamiento pasajero. Seriamente consideraba actuar
según la idea.
Su mirada fue a la cocina, y hacia la puerta deslizante del cajón que había bajo el
fregadero, donde mantenía su cuchillo de cocina. Era nuevo, lo compró recientemente.
Volvió a mirar a Asaka Ai en la pantalla de su TV, y luego de vuelta al cajón.
Sus labios se torcieron en una sonrisa.

Toshihiko no había puesto pie fuera de su departamento los días anteriores.


Apenas había comido algo. Estaba hambriento, pero no sentía deseo de comer.
Permaneció en su lóbrega habitación, bebiendo únicamente su amargo café,
mirando sus vídeos de Ai. Los miraba de la mañana a la noche.
Tanto mental como físicamente, Toshihiko estaba anclado a sus límites. No podía
parar de llorar. Lloraba en altos y agitados sollozos. Sobre su endeble futon, el cual nunca
se molestaba en doblar y guardar, y entre el pendiente aroma crudo del sudor viejo y
semen seco, el hombre de casi treinta años lloraba y lamentaba el nombre de una chica de
como la mitad de su edad que nunca había conocido.
Lloraba, y lloraba, y lloraba.

Pum.
El extraño sonido vino de su agrietada y escarchada ventana.
Toshihiko fue allí y abrió de golpe las cortinas. Pasó una silueta por el vidrio
durante un momento, y entonces ya no estaba.
Pensó que parecía una persona encorvada, pero bien pudo haber sido sólo un truco
de su imaginación.
Toshihiko se hizo consciente de un sordo dolor duradero en el costado izquierdo de su
pecho, justo sobre el corazón.
Movió su mano y presionó donde dolía.
Su carne se retorció bajo su mano.
El impacto no se registraba en su mente, sino como una fuerza física y eléctrica
que se disparaba por su cuerpo.
Sus pensamientos quedaron vacíos por un momento.
Entonces, dubitativo, volvió a sentir su pecho.
Su mano sintió una pequeña y rechoncha suavidad.
Su rostro se puso pálido con atónita confusión.
Palpó la protuberancia con sus dedos. Mientras apachurraba la suavidad, se
preguntaba «¿Estoy enfermo?».
Su mugriento y flácido pecho se sentía como si hubiera adquirido la suave firmeza
del pecho de una mujer.
Abrió la parte superior de la camisa de su pijama para mirar dentro, y ahí estaba.
Un pecho. Incluso dos. Nunca había visto los pechos de una mujer en la vida real.
Dos diminutos puntos rosados estaban dentro de areolas arrugadas por angustia
emocional. Su viejo olor a sudor había sido reemplazado con un fresco rastro femenino
similar al olor lechoso de un bebé. Su piel no era el familiar desastre grasoso y seco y
resquebrajado que estaba acostumbrado a ver; era, en cambio, suave como porcelana
humedecida.
Toshihiko no podía creer que era real. Pensó que aún podría seguir atrapado en esa
temprana pesadilla. El profundo dolor palpitante persistía en su cabeza.
«Eso es lo que esto es», pensó él, esforzándose mucho por convencerse a sí mismo,
«esto es una pesadilla».
Su estado mental había sido presionado demasiado para aceptarlo como algo real.
Era demasiado frágil para tremendo salto.
Pero la realidad no podía negarse como un sueño. No tenía más opción que aceptar
la verdad, porque no era sólo su pecho.
Emergiendo de las mangas de su pijama había un par de brazos, y manos y dedos y
palmas, que no eran como antes. Su suave piel era tan pálida que podría haber sido
transparente.
Puso sus manos en su cabello para ver si éste también había cambiado. Lo que
encontró no fue su familiar melena, mantenida rígida no por gel, sino por acumulación de
grasas. Pero no, el cabello que encontró era saludable, suave y fluido.
Tocó su rostro. Había desaparecido su angulosa y huesuda estructura. En su lugar
había pequeñas facciones, sus ojos, su nariz, su boca, y sus labios, todos eran tan suaves y
flexibles como cerezas recién recogidas.
Toshihiko corrió hacia la cocina. En el alféizar, sobre el fregadero, había dejado un
espejo. Lo recogió impacientemente. Su parte trasera de mercurio reflectante había
comenzado a desgastarse.
Miró su rostro, y su corazón casi se le salió por la boca.
Pasó saliva reflexivamente.
El rostro que le devolvía la mirada tenía piel tan pálida como si hubiera sido
espolvoreada con harina. Sus mejillas tenían un tenue y saludable matiz rojo. Sus ojos
eran brillantes y negros. Su nariz era fina, y sus labios estaban humectados. Era el rostro
de un ángel.
Era el rostro de su amada Asaka Ai.
La impresión resultante fue tremenda.
Toshihiko mantuvo sus pensamientos y su personalidad, pero su cuerpo se había
transformado... en la idol Asaka Ai.
Incapaz de sobrellevar el impacto, dejó salir un grito enloquecido que resonó por el
departamento, que de lo contrario era tan silencioso como todas las mañanas.
La voz también era tan linda y nítida como el tintineo de una campana.

Pasó una hora.


Toshihiko finalmente se logró calmar. Se sentó en su futon y comenzó a ojear
analíticamente la situación que ahora encaraba.
Se había transformado al completo, de la cima de su cabeza a la punta de sus pies,
en Asaka Ai.
Pero a pesar de lo que le pasó a su cuerpo en el exterior, en su interior todo parecía
funcionar en orden. De hecho, se sentía mejor ahora que cuando era Toshihiko.
«Qué suerte», pensó él. «Qué suerte que no tengo amigos. Qué suerte que no
socializo. Mis padres, mi única familia, nunca abandonan el campo. Eso significa que
podré vivir el resto de mi vida aquí, en este departamento, con Asaka Ai».
En cuanto llegó a ese entendimiento, escalofríos de deleite recorrieron su cuerpo.
Como prácticamente no tenía amigos ni conocidos, rara vez llegaba alguien a
visitar su departamento.
Podría permanecer ahí por siempre, sin que nadie interfiera. Su idol más amada era
suya, y sólo suya, para hacer lo que quisiera.
Hasta ese momento, había deseado que alguien lo despertara de ese sueño. Ahora
deseaba que, si en realidad era un sueño, nadie llegara a perturbarlo ahora.

En cuerpo era Asaka Ai, pero en mente seguía siendo él mismo.


No tardó mucho en darse cuenta de que podía jugar con su cuerpo como deseara.
Sólo tenía un miedo.
¿Qué si Ai-chan (o sea, él mismo) fuera descubierta por alguien? Podría acercársele
algún hombre extraño.
Pensó de nuevo en la sospechosa figura que había visto en el escarchado vidrio de
la ventana, pero sacudió vigorosamente su cabeza para apartar esa preocupación.
Quería que Ai-chan siguiera siendo suya para siempre.
«Por ahora», pensó Toshihiko en un intento de tranquilizarse, «simplemente no
abandonaré el departamento».
Ahora no era momento de preocupaciones. Era momento de agradecerle a los
cielos por conferirle dicha oportunidad, y de disfrutarla tanto como le fuera posible.
Toshihiko lentamente comenzó a retirarse la camisa del pijama. La sucia tela se
deslizó para revelar piel desnuda que prácticamente brillaba en comparación. Sus
hombros cargaban una gentil y seductora inclinación, y en su zona pectoral había dos
pertinaces pechos.
Toshihiko miró su forma desnuda con toda la grasienta lujuria de su mente de
hombre de casi treinta años.
Cautivado por la belleza de sus pechos, tomó uno en cada mano y los alzó desde
debajo. Apretó sus pezones entre sus pulgares e índices y sintió el impulso de una
profunda emoción que sólo las mujeres pueden comprender.
Con la perversa mirada de un hombre, Toshihiko miró cómo la idol manoseaba su
propio pecho. Experimentaba el acto desde ambos lados a la vez, el placer físico de la
mujer y el impulso emocional del hombre. Apretó tan fuerte los pechos de Ai que la
sensación rozó el dolor, y dejó salir un gemido indescriptible.
Conducido por su éxtasis, retiró los pantalones de su pijama. Saliendo de su
amarillenta trusa estaban las dos atléticas piernas que tan sediento había mirado en la
pantalla de su televisor.
Toshihiko llevó sus dedos desde sus pantorrillas hasta la cima de sus muslos.
Cuando su mano alcanzó su trusa, se la arrancó sin pausa.
Los pensamientos internos de Toshihiko se revelaban en el dulce rostro de Ai,
torciendo con fealdad sus encantadoramente lindas facciones.
Los ojos de Toshihiko se fijaron en un único punto. Su mirada de hombre bajó con
toda intensidad al punto de encuentro entre los pálidos muslos de Ai.
Toshihiko tomó el pequeño espejo que tenía delante y lo llevó cerca del espacio
entre sus piernas.
Con una susurrada admiración dijo:
—Esto... esto es el... de Ai... —pero el resto se quedó atrapado en su garganta.
Sus dedos se retorcían como patas de araña. Acariciaba su sitio oculto con
desenfrenada lujuria.

Su pasión menguó muchas horas después.


Con su cuerpo fatigado, Toshihiko yació en su futon.
Asaka Ai cantaba su canción más reciente en la TV cercana a su cama, mientras él
miraba en la forma de una Ai completamente desnuda.
Un perverso placer dominó el cuerpo de Toshihiko.
Como con un repentino recuerdo, Toshihiko chasqueó sus dedos.
Se puso de pie con una sonrisa y fue hacia su barato armario de lonas. Bajó la
cremallera delantera y sacó una bolsa de papel de la parte trasera.
Dentro de la bolsa había un minivestido amarillo quemapupilas lleno de volantes;
una copia del que Asaka Ai frecuentemente vestía. Lo había comprado en secreto
impulsado por su profundo anhelo por ella.
Cuando Toshihiko estaba solo, en el medio de la noche, en ocasiones se había
vestido como ella. Había fingido ser ella, y luego se había angustiado por su amor no
correspondido.
Pero ahora de verdad se había convertido en ella.
Sus pasiones se revolvían ante el pensamiento de ser capaz de abrazar a la
verdadera Asaka Ai en su verdadero vestido.
Frescas olas de emoción le recorrieron.
Vistiendo ahora el vestido, giró sobre el mismo sitio. Su dobladillo flotó y bailoteó
en el aire, exponiendo por un breve momento la desnuda figura que había abajo.
«Es hermosa» pensó Toshihiko.
Febriles escalofríos de deleite recorrieron su cuerpo.
Se abrazó a sí mismo, sus brazos cruzaron sobre su pecho, y una nueva fuente de
deseo le inundó.
«Ai, Ai, Ai-chan» chilló para sus interiores mientras yacía en su futon.

Una sensación de horror repentinamente llegó a él.


Sus ojos se dirigieron a la ventana.
Podía sentir sobre sí la intensa mirada de un observador.
Toshihiko se aproximó a la ventana y miró a través de una pequeña brecha entre los
paneles de vidrio escarchado.
Ya era de tarde. Vio en la calle asalariados apresurándose, volviendo a casa, y amas
de casa comprando, pero no vio señal de la figura que le había aterrado.
«Mi imaginación debió dejarse llevar» pensó Toshihiko.
Se apartó de la ventana y fue hacia el centro de la habitación.
Ahí sucedió.
Al borde de su visión creyó percibir algo que no se sentía correcto.
Puso su ojo en la ventana.
Un alto poste eléctrico permanecía al costado de la casa que estaba cruzando la
calle. Ahí, acechando en su sombra, había un encorvado hombre intentando pasar
desapercibido.
Un indescriptible horror se aferró a Toshihiko.
Toshihiko sabía que el hombre ocultándose tras el poste volvería a ojear hacia su
habitación a través de la ventana.
El hombre era como Toshihiko había sido: tímido y temeroso a los desconocidos,
pero lleno de lujuria.
El pensamiento hizo que los suaves vellos de su cuerpo se erizaran hasta la punta.
«Debe ser otro fan enfermo como yo» pensó Toshihiko con la certeza de que no era
simplemente un fan de cantantes idol, sino un fan de Asaka Ai. «Me ha estado viendo,
viendo a Asaka Ai, por la brecha de la ventana».
El párpado derecho de Toshihiko se torció.
«No será capaz de contener su deseo. Volverá para seguir observando».
«O», pensó él, «puede que ya esté volviendo».
Toshihiko rápidamente revisó que su puerta estuviera cerrada. Y lo estaba.
Dejó salir un profundo suspiro de alivio y se desplomó sobre su futon.
En el fondo deseaba estarse preocupando por nada, no tener nada que temer. Pero
sabía que no era así. Sólo tenía que mirar dentro de sí mismo para saber exactamente qué
clase de pensamientos tendría esa persona.
Esa clase de hombre era astuto, si no es que algo más. Aparentemente dóciles, pero
capaces de tomar acción.
Por eso Toshihiko sabía que el hombre venía.
Apagó la TV y se puso alerta. No sabía por dónde llegaría el hombre. No podía
permitirse relajarse. Necesitaba observar, escuchar, y estar preparado.

Toshihiko escuchó pisadas en el pasillo de fuera de su departamento. Parecían arrastrarse


miserablemente por el suelo.
Era él. Toshihiko sabía que era él. Las pisadas no eran producto de una
imaginación hiperactiva.
Escuchó. Y justo como había temido, se detuvieron delante de su puerta.
Toc, toc..., toc.
Incluso la forma de tocar era dubitativa.
Escuchar un toquido tan cobarde le recordó a Toshihiko su antiguo ser, y el
parecido encendió una molesta irritación.
La única cosa que se le puede hacer a un hombre así es encararlo y decirle que se
vaya.
Toshihiko se aproximó a la puerta y dijo:
—¿Quién es? —le salió más áspero de lo que pretendía.
Le pareció como si pudiera sentir la pasmada reacción al otro lado de la puerta.
El hombre no respondió. Toshihiko podía oírle respirar pesadamente.
Toshihiko prosiguió con su arremetida:
—¿Quién es? ¿Qué quiere?
Aún no había respuesta. La respiración se hizo más ruidosa.
Toshihiko alzó su voz.
—Si no tiene propósito aquí, váyase. Llamaré a la policía —se escucharon las
pisadas, corriendo, antes de que acabara de hablar.
El cobarde hombre huyó de las amenazas de Toshihiko (Ai).
Fue un alivio.
Exhausto debido al miedo y la ansiedad, Toshihiko se dejó caer débilmente al suelo
de la entrada. Y ahí comenzó a pensar.
Visualizó a su aterrorizado acosador huyendo, con la cara enrojecida, e intentó
imaginar qué estaba sintiendo ese hombre.
¿Qué si hubiera sido él; el hombre que antes era? Si su amada Asaka Ai le hubiera
hablado así, ¿qué habría hecho?
Toshihiko lo consideró cuidadosamente.
Primero habría salido corriendo. Habría corrido, llorando, tan rápido como pudiera.
¿Pero luego qué?
Lleno de determinación, el tímido hombre había ido a visitar a la idol en un acto de
valentía que sólo tendría una vez en la vida. Pero se le dijo que se marchara llana y
fríamente; y no por cualquiera, sino por su amada idol. No tendría el valor de ir a tocar
por segunda vez.
El hombre seguramente estaría en confusión emocional en ese momento. Nunca
volvería a ver a Asaka Ai.
Si eso le hubiera ocurrido a Toshihiko, ¿qué habría hecho?
Conocía la respuesta sin tener que pensar en ello.
Sólo había una respuesta.
«Mataría a Ai, y a mí mismo».
Esa horrible frase, casi olvidada, llenó su pecho.
Toshihiko sintió como si cada poro de su cuerpo se cerrara.
El hombre no tendría otra opción. Vigilaría a Ai en busca de la oportunidad
correcta, y actuaría.
Lenta y silenciosamente, el grasoso hombre llegaría, cuchillo en mano, con
espantosas intenciones.
Toshihiko cerró sus ojos e intentó sacudirse la imagen mental. Pero sin importar
qué tan duro intentara expulsarla, la visión permanecía aferrada a su mente.
Intentando proteger a Asaka Ai, y por extensión a sí mismo, se puso de pie y
caminó hacia la cocina, donde guardaba su cuchillo de cocina de treinta centímetros de
largo que compró para matar a Ai, y a sí mismo.
Mientras abría el cajón bajo el fregadero, sonrió cínicamente ante la extraña ironía
de que protegería a Ai con el mismo filo que compró para matarla.
El corazón de Toshihiko se congeló. Frío sudor se materializó en su frente.
El cuchillo no estaba.
Había estado ahí, pero ahora no había ni rastro de él.
Toshihiko se llevó las manos a la cabeza. Alguien había robado su cuchillo. Fue
ESE hombre. ¿Quién más podría haberlo hecho?
Se escuchó un skriiiiiiikkk.
Toshihiko saltó.
Ese sonido había llegado de su ventana. Algo afilado raspaba el vidrio escarchado.
Toshihiko se apresuró de vuelta a su habitación y miró por la ventana.
La punta de un filo lentamente raspaba de izquierda a derecha.
«Es él, es él. Está aquí. ¡Ha venido con cuchillo a matar a Ai y a mí!».
El cuerpo de Toshihiko se congeló, como atado de manos y piernas. Ni siquiera
podía gritar. Sus ojos estaban fijados en la ventana.
Siguiendo el recorrido del cuchillo, una masa similar a un trapeador se aplastó y
desparramó por el vidrio.
Toshihiko sabía que eso era cabello. El hombre estaba presionando su grasoso
cabello contra la ventana.
El cuchillo y el cabello se movieron de izquierda a derecha lentamente. El cuchillo
chocó con una delgada gubia, y el aceitoso cabello dejó un ancho rastro de babosa.
Finalmente, el cuchillo y el cabello llegaron al borde de la ventana y
desaparecieron.
Toshihiko se preguntó a dónde se había ido el hombre, pero rápidamente lo supo; el
hombre estaba rodeando para llegar a la entrada del edificio de departamentos.
Su temor no era infundado. Como prueba, sólo unos momentos más tarde, esas
miserables pisadas arrastradas volvieron al pasillo antes de detenerse delante de la puerta
de Toshihiko.
Pum pum hizo el toquido. Pum pum.
Toshihiko permanecía congelado incluso tras oír ese ominoso sonido, de pie en el
medio de la habitación. Estaba muy asustado como para moverse.
El toquido se hizo más ruidoso. ¡Pum pum!
El hombre de fuera ya no era tímido. Había llegado a una inquebrantable
convicción. Mataría a Asaka Ai.
Toshihiko debía hacer algo. La puerta cerrada no proveía una verdadera seguridad.
De ser necesario, el hombre la rompería para pasar.
Toshihiko lo sabía, y aun así no podía moverse.
El cuchillo se hundió en la delgada y endeble madera de la puerta. La punta del filo
relució mientras sobresalía del interior.
El hombre retorció el cuchillo, ensanchando la diminuta apertura que había hecho.
Un delgado dedo pasó a través de la puerta. Una astilla dentada cortó en su piel.
Sangre comenzó a formarse en la cortada.
Inmutado ante la herida, el hombre comenzó a hurgar por el interior únicamente
con su dedo. Más de su piel se abrió, y sangre comenzó a caer de las puntas de sus dedos.
Sin embargo, siguió jalando.
Al poco tiempo creó una apertura suficientemente grande para introducir su brazo
y girar el pestillo.
La puerta crujió y el hombre entró, bañado en la luz roja del ocaso que entraba por
la ventana de Toshihiko.
El hombre vestía una camiseta manchada de sudor y unos pantalones sucios. Sus
grasosas y enmarañadas trenzas se aferraban a su anguloso rostro y se rizaban en punta a
cada lado de su cara. Reflejando la luz del atardecer, las dos puntas brillaron como el pelo
de Astro Boy.
La mano del hombre aferraba firmemente el afilado cuchillo.
Toshihiko vio que el cuchillo era el mismo que él había comprado.
El hombre dio un paso hacia Toshihiko, y luego otro.
Toshihiko sabía que estaba a punto de ser apuñalado. Sabía que tenía que correr,
pero su cuerpo no se movía. Mientras más entraba en pánico, más firmemente congelado
se quedaba.
El hombre habló:
—¡A-Ai-san! Yo..., yo... —su voz sonaba como si viniera de las profundidades del
infierno; era pegajosa y desagradable, como la de un asalariado frustrado y ebrio gritando
de forma inentendible en un bar con karaoke—. Perdóneme, Ai-san —murmuró el intruso
mientras inclinaba su cabeza repetidas veces—. Esta fue mi única opción.
Entonces, con un lamento inhumano, corrió hacia Toshihiko con intensa velocidad.
Toshihiko podía verlo en sus ojos...
«Te mataré a ti, y a mí».
El hedor del cuerpo del hombre asaltó la nariz de Toshihiko.
Al siguiente instante sintió un dolor punzante en su costado, como si le hubieran
impactado tenazas calientes.
Sangre comenzó a traspasar su vestido amarillo.
El hombre retiró el cuchillo. Blanco tejido graso se aferraba a la hoja, entonces se
derramó y pendió de la herida abierta.
Toshihiko bajó la mirada hacia el vestido amarillo, la sangre roja, y el blanco tejido
graso. Encontró una extraña belleza en los colores.
El hombre tomó el cuchillo ensangrentado en un agarre inverso. Lo hundió en el
pecho de Toshihiko. El dolor se sentía como si una tira de cinta se presionara contra su
piel y forzosamente fuera retirada.
Incapaz de moverse, Toshihiko estaba a merced del cuchillo del hombre.
La herida de su pecho era profunda. La sangre salía como de una fuente. En un
instante, su vestido amarillo ya no era amarillo.
El hombre retorció el cuchillo dentro de su pecho.
Un entumecimiento se esparció desde la herida.
Toshihiko comenzó a toser; sangre borboteaba de su boca.
Mientras el hombre se bañaba en la sangre de Toshihiko, dijo:
—Ai-san, Ai..., es hermosa. Es tan linda —su voz se alzó hasta ser un chillido
enloquecido—. Es tan hermosa. De verdad que lo es. Todos los días me he tocado
pensando en usted. Lo he hecho más veces de las que puedo contar. Entiende cómo me
siento con respecto a usted, ¿verdad?
El sonrojado rostro del hombre estaba justo delante del de Toshihiko.
Las facciones del hombre, angulosas y huesudas, se asemejaban a los restos de un
medregal ya destripado y fileteado; y sus cejas, poco atractivas y desaseadas, eran como
hojas de konbu. Bajo su bulbosa nariz reposaban unos labios con semejanza a babosas
que portaban un vago brillo aceitoso, y sus ojos eran redondos y amables.
Al borde de la inconsciencia, Toshihiko pensó con súbita comprensión «Así que es
él».
Comprendió.
El hombre tenía el rostro de Toshihiko.
Tenía el olor de Toshihiko.
Tenía la personalidad de Toshihiko.
«Así que es él».
«Él... soy yo».
El hombre miró a Toshihiko a los ojos, y entonces parpadeó con pesar.
Toshihiko sentía un indescriptible amor por el hombre.
«Pronto voy a morir».
En esos últimos momentos, Toshihiko miró al hombre a los ojos con tanto afecto
como pudo y le dedicó una sonrisa.
El hombre le devolvió la sonrisa.
Aún sonriendo, el intruso se cortó su propia garganta con el cuchillo.
Sangre fresca se derramaba de su boca mientras tosía. Intentó decir algo a través de
los tosidos, pero no pudo formular las palabras.
Para Toshihiko sonó como que le dijo «Gracias».
El hombre le estaba diciendo «Gracias por entender cómo me siento».
Compartieron un abrazo empapados en sangre. Se sujetaron con firmeza tanto
tiempo como les duró la fuerza. Entonces, aún entrelazados, cayeron al suelo.

Los dos se hicieron uno.

La puesta de sol pintó la habitación de un rojo muy, muy, profundo.


Era una vista terriblemente trágica.
¿Por qué tenía que ser tan trágica?
HISTORIA 2:
Llora tus Lágrimas.

En un ordinario escritorio de madera reposaba la foto de una adorable jovencita que


vestía una boina amarilla, y un culotte plisado también amarillo. Posaba coqueta para la
foto. No era una instantánea personal, sino una foto coleccionable para sus fans.
Un hombre, tan común como el escritorio frente al cual se sentaba, miraba la
fotografía. Su expresión era profundamente intensa, al punto de ser macabra.
Al poco tiempo, las venas de sus sienes comenzaron a palpitar visiblemente. El
largo cúter para cortar cajas que tenía en la mano tembló en sincronía con sus pulsos.
Pasó los dedos de su otra mano por su cabello, el cual es similar a un erizo, y lo
sacudió.
Su rostro era ancho y regordete; sus pequeños ojos cobardes parecían no encajar en
comparación.
Ahora esos ojos resplandecían con ira.
Alzó el cúter. Al siguiente instante lo deslizó por el aire e incrustó en la fotografía
con el característico timbre de una hoja de metal.
Aunque ahí no había nadie que pudiera escucharlo, susurró:
—Esta ocasión, y me refiero a sólo esta ocasión... —retrocedió mientras la ira de
sus ojos alcanzaba un furioso hervor, y luego prosiguió—, te perdonaré. Pero nunca más.
Jaló el cúter y tocó el filo con su dedo índice. Empujó la hoja hacia su carne. Motas
de sangre salieron de la herida, rociando la foto de la mujer.
A pesar del dolor, el hombre mostró una sonrisa enigmática.
Su vista pasaba una y otra vez de su dedo cortado a la chica humedecida por su
sangre.
¿Era la sonrisa forzada de alguien triste que retiene sus lágrimas? ¿Era de
frustración, de ira? ¿O era feliz?
Nadie, salvo él, podía comprender qué emociones yacían tras esa sonrisa.
Alcanzó con su mano ensangrentada el pequeño sobre que estaba al borde de su
escritorio. El papel estaba decorado con la clase de diseños adorables que no
desentonarían sobre el escritorio de una escuela sólo para chicas. En el reverso había un
corazón dibujado a mano.
La expresión del hombre repentinamente se tornó severa, y aplastó el sobre en su
mano. Sus ojos eran como los de un hombre haciendo una plegaria.
—Nunca más —repitió él, quizá sin saberlo.
Kawasaki Yuma entró al estudio vistiendo una camiseta de «Minky Momo vs. Godzilla»
y unos pantalones de mezclilla descoloridos.
—¡Buenos días, Yuma-chan! —la saludó en tono agudo una estilista ligeramente
envejecida.
—¡Buenas! —Yuma le devolvió el saludo con una sonrisa.
—Él ya está aquí —dijo la estilista, y luego le dio palmaditas en la cabeza y mostró
una sonrisa burlona.
—¿Hablas de calvito? —bajó la voz—. ¿Llegó antes que yo? —se le vino a la
mente el rostro perpetuamente sonriente de su calvo mánager.
La estilista asintió.
—Hoy Bando-san tiene buenos ánimos.
—¿En serio? —dijo Yuma—. ¿En serio es tan sorprendente que haya conseguido
un encargo comercial?
—Es el primero que ha tenido desde que comenzó a trabajar contigo. No creo que
pueda evitar emocionarse.
—Supongo que tienes razón.
Yuma le dedicó un breve gesto de la mano a la estilista y fue a la sala verde que
había al fondo del estudio.

Bando, el mánager prematuramente calvo de Yuma, se le acercó.


—Buenos días, Yuma —sonrió tan ampliamente que se le marcaron arrugas en el
rostro—. Te ves tan adorable como siempre. Las cantantes idol de primera clase, como tú,
están en una liga completamente distinta.
«Siempre con las adulaciones excesivas» pensó Yuma.
Sus anteojos de montura plateada y su sudorosa frente le parecían deprimentes.
«Y su cabello se está haciendo más delgado».
Sus ojos aterrizaron en su desaseada barba, y le devolvió la sonrisa con
incomodidad.
—Yuma —dijo él—, esta podría ser tu gran oportunidad. Un comercial. ¡Un
comercial para la TV! —Bando habló tan rápido que salieron volando partículas de
saliva—. Sí, sólo se emitirá en Tokio, pero son Sanshin Denki. Planean un gran tirón
promocional contigo representando su nueva línea de electrónicos.
—Sólo estoy ahí para atraer ojos a los anuncios de una cadena minorista local
—murmuró Yuma con desinterés mientras insertaba monedas en una máquina
expendedora—. No tenemos por qué emocionarnos tanto por ello.
—Yuma-chan, no seas así. Es un comercial. ¡Un comercial! Es una suerte que el
presidente de la compañía sea fan tuyo.
Yuma le dio un trago a su soda y luego gritó:
—¡Odio a ese calvo rarito! —se aseguró de ponerle énfasis a la palabra «calvo».
—Sea o no presidente de la compañía, el sujeto tiene gustos algo raritos —dijo la estilista
con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Verdad? —dijo Yuma—. Tú también piensas eso, ¿verdad, Makki? —ondeó
con su mano un traje rosado—. Mira este espanto. Prácticamente es un traje de
animadora.
—Espera a que veas el peinado —dijo Makki, la estilista, ofreciéndole una foto.
La foto era de una adorable chica con coletas.
—¿En serio? —Yuma soltó un quejido—. Ese peinado, con este traje... Ese
presidente calvo es un completo pervertido.
—Sea cual sea el caso —dijo Makki, trenzando el cabello de la chica, el cual le
llegaba al hombro—, sus gustos ciertamente son... menos que decentes.
Yuma estaba sentada delante de un espejo de cuerpo completo. Veía cómo las
experimentadas manos de Makki transformaban su peinado en nada de tiempo.
Al ver sus nuevas coletas, Yuma tuvo que admitir que se veía linda.
—Yuma, eres adorable —dijo Makki—. Con esa mini rosada puesta, volverás loco
a ese viejo.
—No puedo creer que acabe de cumplir dieciocho y deba vestir ESTE traje.
—Bueno, velo de esta manera: no muchas mujeres adultas que quisieran vestirse de
esa manera se verían bien, incluso si tuvieran la oportunidad de intentarlo.
—Es un buen punto —dijo Yuma mientras se paraba detrás de la cortina que
separaba el pequeño vestidor de la sala de peinado y maquillaje.
A solas, detrás de la separación, Yuma suavemente tiró su camiseta y sus
pantalones. Vistiendo únicamente su sujetador de aros y bragas de bikini, se evaluó a sí
misma ante el espejo con una sonrisa.
Su cuerpo tenía buenas proporciones. Dejando de lado sus pechos, que eran un
poco pequeños, su cuerpo se curvaba hacia dentro y fuera donde debía hacerlo.
Puso sus manos a los costados de su cintura. Había más de lo que le gustaría. No
serviría para modelar.
«Diablos», pensó ella, «ese es mi único desperfecto».
Recordó a Yukio, su novio, diciendo «No te estás ejercitando suficiente, ¿verdad?
Comienzas a acumular algo de grasa».
Llevaba un tiempo sin verlo. Entre practicar su nueva canción y una serie de
eventos promocionales a nivel nacional, no había tenido tiempo de juntarse con él. No
hace mucho, en su habitación de hotel, vio su papel secundario en un drama de TV y se
dio cuenta de lo mucho que lo extrañaba.
«Creo que me estoy enamorando» había pensado ella en aquel momento.
Aún vistiendo sólo su ropa interior, sonrió con timidez ante ese recuerdo. Entonces,
frenando sus distraídos pensamientos, dijo:
—¡Ahí vamos! —antes de ponerse rápidamente su minivestido, y saliendo del
vestidor.
Yuma dio vueltas rápidamente, mandando precariamente hacia arriba, hasta su
muslo, el dobladillo de su vestido.
—¡Te ves superlinda! —dijo Maki, completamente impresionada.

Con los nerviosos ojos de un herbívoro, el hombre preparó su dedo en el botón para
grabar de la videograbadora.
En la pantalla de la TV, tres idols de pop masculinos llevaban a cabo un energético
baile coreografiado. Según la guía de programación, ella seguía.
La canción del trío parecía llegar a su conclusión. La música elevaba su sonido, y
los tres se colocaban en su pose final.
El hombre presionó el botón.
Hubo unos pocos segundos de silencio, y entonces una jovencita apareció en
pantalla. Vestía un sombrero de vaquero, del cual brotaban salvajes flequillos que tocaban
la cima de sus cejas; sus amplios ojos brillaban, como ensoñados; un chaleco de piel de
vaca cubría su blusa blanca; y unos pantalones cortos acentuaban su escandaloso encanto.
Un broche con forma de estrella se colocó cerca de su hombro, sirviendo como su
único adorno. Si bien simple, tenía un atractivo inexplicable.
La mujer, haciendo un gesto de patada, alzó su esbelta pierna, la cual brotaba al
completo desde sus cortos pantalones.
Entonces arrojó el micrófono hacia la cámara.
Jaló el cable del micrófono con su mano izquierda, causando que girara en el aire
antes de volver a su agarre.
Ese movimiento había sido coreografiado especialmente para esto, «Lazo de
Amor», la nueva canción de Kawasaki Yuma.
Mientras la miraba en acción, el hombre con ojos de herbívoro sonreía con
descuido y balanceaba su cabeza arriba y abajo al ritmo de la canción.
—Yuma lo está poniendo todo en esta canción —dijo él, respirando entrecortado.
Su rostro presumía conocer todo lo que pudiera saberse de Kawasaki Yuma. En las
estanterías de detrás había hileras apretujadas de cintas de vídeo. Los costados tenían
etiquetas que decían «Idols I», «Idols II», y así, pero la mayoría tenían el mismo nombre:
«Kawasaki Yuma».
La pared de detrás de la estantería estaba cubierta, de suelo a techo, con pósteres
superpuestos. La mayoría de ellos eran de Kawasaki Yuma.
En la TV, Yuma finalizaba el segundo coro de la canción y proseguía al gran final.
Te atraparé con mi ardiente amor.
Oh, mi lazo de amor.
Mientras decía esa última palabra, «amor», Yuma volvió a ejecutar su truco del
lazo. Cuando el micrófono finalizó su trayectoria por el aire, lo atrapó firmemente, lo
sostuvo como una pistola, y entonces hizo un guiño y gritó «¡BANG!».
Y la canción acabó.
El hombre detuvo la grabación y apresuradamente encendió su radio porque «La
Feliz Charla de Yuma» comenzaría a las diez.
Mientras escuchaba la radio, revisó en su cabeza la agenda de Yuma para ese día.
«Su programa de radio de hoy es pregrabado, lo que significa que su actuación en
vivo de Golden Music fue su último trabajo del día. Tras eso queda libre. Mañana tiene
una aparición en vivo en otro programa de radio a las ocho de la mañana, lo que
significa que debería ir directo a su casa esta noche».
El hombre la imaginó charlando alegremente con algún sujeto en lugar de volver a
casa sola.
Pensar en ella con un hombre, incluso siendo una imaginación, lo llenó de dolor, al
cual le siguió una increíble ira.
«No está viendo a nadie» se dijo a sí mismo. «No podría. Mira su encantador
rostro. Una chica así de inocente, así de adorable, no podría estar viendo a nadie».
Grandes y gordas lágrimas se escurrieron de sus diminutos ojos.
«La amo tanto por eso. Entrego todo mi tiempo a amarla. No me traicionaría con
otro hombre. Otras mujeres lo harían, pero no Yuma».
El hombre tomó una fotografía de su escritorio. Era la foto coleccionable de Yuma
de sus primeros días.
Miró el rostro sonriente de la adolescente de boina amarilla.
Suspiró y susurró palabras que vinieron del fondo de su corazón:
—Yuma, dime la verdad. No hay ningún otro hombre. Sólo estoy yo.
Yuma no respondió, simplemente siguió sonriéndole.
El hombre abrazó la fotografía contra su pecho. Entonces, lentamente, la alzó hasta
su cara.
—Yu-Yuma...
Apretó sus feos labios hasta convertirlos en algo aun más feo, y le dio un húmedo y
poco riguroso beso al rostro de Yuma.

En la pequeña sala verde de una estación de TV, Yuma convocó lágrimas a sus ojos.
—Siempre seré una idol de segunda clase... —protestó—, una insignificante en
minifalda. Es por eso que debo aceptar cada trabajo que llega. Nadie escucha mis
canciones. Simplemente miran mis piernas, no creas que no lo noto.
El calvo Bando, aturdido por su arrebato, dijo:
—Yu-Yuma-chan, no te denigres de esa forma —puso su brazo alrededor del
hombro de ella mientras intentaba contentarla—. ¡Eres una fantástica idol y fantástica
entretenedora!
Yuma apartó su brazo.
—Si realmente piensas eso, deberías escuchar lo que estoy diciendo. ¿Realmente
tengo que hablar en persona con el presidente de la compañía?
—Yuma-chan —dijo el mánager—, es tu trabajo. Sanshin Denki está poniendo
todo su peso en promocionarte. Seguro puedes al menos decirle unas cuantas palabras al
presidente.
Yuma torció bruscamente sus cejas y, llenando su voz de acidez, dijo:
—Mientras eso sea lo único que tenga que hacer por él...
—No seas absurda. Claro que eso será todo. No tienes nada de qué preocuparte.
Pero quiero ser claro: no te estoy pidiendo que lo hagas. Te estoy diciendo, como
mánager, que espero que lo hagas.
Yuma sacudió su cabeza soltando un umff, y entonces abrió de golpe la sala verde.
—Y, déjame adivinar, tendré que usar coletas y llevar ese minivestido rosado. Bien.
Pero te diré esto: lo veré, tendremos una pequeña charla, pero eso es todo.

Los ojos del hombre eran los de un elefante; un elefante dudoso e inerte.
El hombre con ojos de elefante se quedó congelado al mirar el póster de Kawasaki
Yuma que había dentro de la estación de tren.
El póster era un anuncio tamaño B1 para Sanshin Denki. Todos sabían que ellos
eran distribuidores minoristas de electrónicos de fabricación dudosa.
En el póster, la minifalda alzada por el viento de Yuma se levantaba para revelar
sus delgadas y atléticas piernas al completo.
Los pósteres no habían estado puestos por mucho, pero ya se habían hecho
extremadamente populares entre los fans de idols que se lo toman en serio.
La adorable apariencia de las coletas era un giro de 180 grados ante su imagen
anterior, pero aparentemente a esos otros fans les gustaba.
Yuma en el póster parecía más una chica que una mujer.
El hombre miraba a su rostro, su mirada era tan intensa que podría haber dejado un
agujero en el papel.
—Eso está mal —murmuró, respirando entrecortado—. Todo está mal. Esa no es
Yuma.
Ira llenó sus ojos de elefante mientras sacaba el cúter que había ocultado en su
bolsillo.
Marcó una X en el rostro de Yuma.

Kawasaki Yuma salió del taxi e inmediatamente se sintió ansiosa. Una extraña opresión
aferraba su pecho.
Se quedó delante de su edificio de departamentos por un momento, tomando
profundos respiros para tranquilizar sus nervios.
Eran las once de la noche. A esa hora la calle residencial del extremo superior
estaba vacía, ni siquiera había un gato callejero a la vista.
Se dijo a sí misma que la soledad era la fuente de su inquietud y prosiguió hacia la
entrada del departamento, donde ingresó la contraseña en el panel de seguridad.
La puerta automáticamente se abrió.
El sistema de seguridad del edificio proveía calma, pero Yuma siempre había
pensado que se sentía poco personal y carente de calor humano. Esa noche la hacía sentir
aliviada.
Condujo el ascensor hasta el quinto piso y caminó por el corto pasillo al aire libre
que conducía a su puerta, la cual abrió con una llave.
Cada piso del edificio tenía sólo dos unidades, y Yuma era la única que vivía en el
quinto piso. Ahí tenía completa privacidad.
Escuchó algo revoloteando sobre su cabeza cuando estaba por entrar a su
departamento. Se giró hacia el sonido y vio un objeto encajado en el vano superior de la
puerta.
Se estiró para agarrarlo.
Era un sobre del tamaño de una carta.
Yuma, confundida, inclinó su cabeza.
«¿Quién pudo haber venido a dejar esto aquí?».
Un desconocido no debería haber sido capaz de entrar al edificio. ¿Había sido
dejado ahí por otro residente? Nunca se relacionaba con sus vecinos...
«¿Fue Yukio?» se preguntó, visualizando su rostro bronceado. «Pero él tiene su
propia llave. Si hubiera estado aquí, habría entrado».
¿Entonces quién podría ser?
La ansiosa preocupación de Yuma volvió.
Giró el sobre.
Escrito en los redondeados y distintivos caracteres que remarcaban la escritura
femenina, estaban las palabras «De alguien que conoces».
No tenía idea de quién podía ser, pero algo del sobre llamó su atención.
La escritura redondeada era adorable, pero de alguna manera también era ominosa.
Presentaba una inquietante discordancia con las palabras que formaba; caracteres de
adolescente formando un aviso formal, «De alguien que conoces».
Si las palabras y la letra pueden revelar el carácter de una persona, ¿qué clase de
persona había escrito eso?
Yuma sintió una preocupación indescriptible.
Alguien se había colado por un agujero en la seguridad del sistema de su hogar, eso
era seguro. Luego esa persona puso una carta en el vano de su puerta.
Con dedos temblorosos, abrió el sobre para descubrir qué había dentro.
El aroma del dulce perfume llegó a su nariz. Dentro del sobre encontró una hoja de
papel aromatizada.
La desdobló y leyó:
No me enojé contigo.
No me enojé contigo, porque creo en ti.
Incluso perdonaré tus irreflexivas acciones...
Comprendo que ese póster era parte tu trabajo y
que no te quedó más opción que hacerlo.
Pero esa no era tú. No, no. No era.
Puede que incluso comiences a dejar de gustarme...
Eso fue mentira. ¡Mentira!
Nunca podría odiarte.
Te amaré por el resto de mi vida.
En TV me dijiste que me amas.
No olvidaré eso.
Si me traicionas...
Oh, qué pensamiento tan aterrador. Tan, tan, aterrador.
Porque yo nunca te traicionaría.

De alguien que conoces.


Yuma pasó saliva.
¿Qué significaba todo ESO?
Muchas cartas de sus fans llegaban a la oficina de su agencia todos los días.
Algunas cartas eran ardientes, y algunas eran repugnantes y acosadoras. Pero ese mensaje
no era como esas cartas. Algo era diferente. Era extraña, y se sentía muy real.
«Quizá eso es lo que me hacía sentir ansiosa antes» pensó.
Un escalofrío corrió por su espalda.
Yuma arrugó la carta en su mano, con sobre y todo, y la tiró al contenedor de
basura que había en la entrada de su pasillo.
Entonces cerró la puerta con cerrojo y cadena, y pasó directamente por su sala de
estar hasta llegar a su habitación, donde se enterró en su cama de tamaño completo sin
siquiera quitarse la ropa.
Se forzó a cerrar los ojos y colocó el edredón sobre su cabeza.
Afortunadamente, o quizá desafortunadamente, no había notado algo.
La perturbadora carta estaba salpicada con diminutas manchas de sangre.

Cuando Yuma entró a la sala de reuniones, Bando y los otros miembros del equipo ya
estaban sentados alrededor de la mesa.
Ver el rostro de su mánager la tranquilizó más de lo que había esperado.
Se sentó en la silla al lado de él, se inclinó hacia su oreja, y habló en voz baja:
—Tengo que hablar contigo tras la reunión. Ayer me llegó una carta extraña...
—¿Una carta extraña? —la voz de Bando portaba una mezcla de curiosidad y
preocupación, pero prosiguió antes de que Yuma pudiera explicar—. Después podemos
hablar de eso —Bando se aclaró la garganta, y la sala quedó en silencio mientras todos
giraban su atención hacia él—. Quiero ir directo al grano —anunció él—. El tema de hoy
es, adivinen, ¡Yuma! Usaremos esta oportunidad para reexaminar nuestros planes de su
progreso. Es una fortuna que su campaña de pósteres para Sanshin Denki haya sido un
éxito, y podemos esperar que su popularidad suba. Su nuevo sencillo, «Lazo de Amor»,
debuta con fuerza, siendo el número trece en la próxima lista de Oricon. Con el arduo
trabajo de todos, quisiera que esta canción tenga un éxito incluso mayor que su primer
sencillo, «Amor Cruzado». Me gustaría escuchar los pensamientos de todos sobre cómo
promocionarla incluso más. Tengamos un debate en vivo, ¿de acuerdo?
El equipo presentó numerosas ideas para promocionar a Yuma durante la primera
hora, y ella pensaba que muchas tenían mérito. Al final, sin embargo, el equipo llegó a la
poco brillante conclusión de proseguir tanto con el estilo lolita de los pósteres de Sanshin
Denki, como con su distintivo aspecto salvaje.
Yuma comprendió que esos eran los indecisos resultados típicos de cuando un
grupo debate sobre ideas.
Comenzarían nutriendo la popularidad de la campaña de Sanshin en base a
problemas con pósteres robados (incluso si tuvieran que falsificar algunos robos). Y,
simultáneamente, intentarían convertir el movimiento de «Lazo de Amor» en una moda
entre los jóvenes.
Yuma, con un pesado bostezo, se puso de pie y fue a la habitación del costado,
donde había una pequeña cocina.
Tomó un frasco de café instantáneo del estante y vertió una cucharada sobre un
vaso de papel, el cual llenó con agua tibia de un dispensador de agua caliente que estaba
pegado a la pared.
Sin añadir azúcar ni leche, le dio un gran trago que dejó una granosa amargura en
su lengua.
Sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su culotte y secó las comisuras de sus
labios.
Cuando alzó la mirada, vio que Bando iba en dirección a ella.
—¿Quieres que te haga un café? —preguntó ella.
Él asintió y se sentó sobre una silla plegable delante de una pequeña mesa, secando
las cejas de su frente.
Yuma, mientras preparaba la bebida, dijo:
—Esa reunión sí que fue inútil. Gastamos todo ese tiempo sólo para llegar al
enfoque más obvio.
—Ya, Yuma-chan, no debes decir eso. Incluso si acabamos con el plan más obvio,
carga mayor peso cuando llegamos a un consenso. Sólo espera y verás. El equipo tendrá
mejor cohesión tras esta reunión.
El mánager aceptó el vaso de café y comenzó a verter copiosas cantidades de
azúcar en el líquido. Echó cuatro cucharas llenas, y luego una quinta.
Ahora Yuma entendía de dónde había salido su redondo vientre. Todo ese consumo
de azúcar le dio el curioso crecimiento de un Moomin a su abdomen.
Mostrando su mirada llena de confianza, el mánager dijo:
—Déjame todo a mí. Llevaré «Lazo de Amor» al top diez. Puedes contar con eso.
—Gracias —dijo Yuma, apaciguada por su sonrisa—. También haré todo lo que
pueda. ¿Cómo debería comenzar?
—Ante todo, quiero que te cuides —dijo Bando—. Tu agenda estará llena de
apariciones y eventos por todo el país. Si te presionas al punto del desmayo, todo habrá
sido para nada. Tu salud debe ser tu mayor prioridad —sacó una libreta que tenía en el
bolsillo del interior de su chaqueta, y comenzó a girar tan intensamente las páginas que
Yuma casi reía—. Tu agenda está así desde ayer —dijo Bando—. Mañana tendrás un
pequeño evento en una plaza comercial de Kyobashi, Osaka. Al siguiente estarás por las
ciudades vecinas. Primero tendrás un evento de apretón de manos en una tienda
departamental de la Estación Hirakata, y por la tarde una aparición como invitada al
concurso de karaoke de un negocio local de Korien. Es lo de esos dos días. Nada muy
duro. Pero ahora que todo el equipo está en la misma página, todos estaremos trabajando
duro para llenar tu agenda —Bando bajó su café azucarado impacientemente y se levantó
de su silla plegable como si no hubiera ni un minuto que perder; dio dos, y luego tres,
pasos hacia la puerta antes de detenerse y vociferar—. Oh, es cierto. Casi olvido para qué
había venido aquí —volvió a la silla metálica y la puso en dirección a Yuma—. Dijiste
que había algo de lo que tenías que hablarme. ¿Algo sobre una carta?
Cuando dijo «carta», el cuerpo de Yuma se endureció. Sus ojos se tornaron serios,
y dijo:
—Sí. Una carta, una carta extraña —Yuma abrió su bolso de mano y sacó la nota
arrugada en cuestión—. Es esta —dijo ella—. Fue tan espantosa que la tiré tras leerla.
Pero luego me di cuenta de que quería que la vieras. Así que aquí está.
Cuando Bando acabó de leer la carta, inclinó su cabeza de forma pensativa y dijo:
—Umm. Tienes razón, es inusual, aunque creo que probablemente es sólo un fan
que se pasó un poco.
—Probablemente no debería estar asustada, pero lo estoy —admitió Yuma—. Sé
que es sólo una carta. No puedo explicar del todo lo que siento, pero no es bueno —la
idol miró sobre su hombro, creyó sentir que alguien la observaba.
—Pero, Yuma —dijo Bando—, sin importar el miedo que pueda dar, es sólo una
carta, ¿cierto? Ya he sido mánager de varias cantantes idol, por lo que sé de esta clase de
cosas. Hay un montón de fans como ese allá fuera. Con Asaka Ai recibimos una carta que
decía «si no me puedo casar con Ai, me suicidaré». ¿Pero sabes qué? No lo hizo. Si
comienzas a preocuparte por lo que digan todas las cartas de tus fans, nunca acabarás
—Bando volvió a arrugar el papel, hasta hacerlo una bola, y lo arrojó a la papelera—.
Yuma-chan —dijo alegremente el mánager—, si tienes tiempo para preocuparte por algo
como eso, preferiría que te preocuparas por tu gira promocional. Siendo completamente
franco, nuestro futuro depende de ello —saliendo de la sala, se detuvo al otro lado de la
puerta y añadió—. Si la persona que escribió eso intenta hacer algo para herirte, daré mi
vida para protegerte. No te preocupes por eso —le dedicó una sonrisa y un gesto de
despedida con la mano.
Yuma no estaba del todo convencida, pero se sentía mucho mejor.

El hombre con ojos de elefante, por quinta vez ese día, fue al buzón de fuera de su
habitación. Dentro había un anuncio de unos prestamistas y muchos volantes de las
agencias de «entregas de salud» a domicilio de manos de señoritas. Eso fue todo lo que
encontró.
Había hecho muchos esfuerzos para encontrar el departamento de Yuma, y ya había
pasado una semana desde que dejó la carta. Ya debería haber respondido. Debería haber
respondido hace días.
El hombre volvió a su habitación y chasqueó la lengua con frustración.
«¿Por qué no ha respondido? ¿Por qué?».
Había vertido su corazón en esa carta. ¿Por qué no había respondido?
Es cierto que no había escrito su nombre ni dirección en el sobre, pero sus almas
estaban vinculadas. Firmarla como «De alguien que conoces» debería haber sido más que
suficiente. Pero no había llegado la respuesta.
«¿Está ella mal al no mandarme una carta?» se preguntó el hombre a sí mismo.
«¿O fui yo el que hizo algo mal?».
«No», respondió, «no hice nada mal. Y tampoco Yuma. No fue ninguno de
nosotros. Alguien más debió intervenir. Esa es la única respuesta».
El hombre sacó de su estantería una revista del club de fans de Yuma. El fanzine
autopublicado se llamaba «Yukko Club», siendo «Yukko» el apodo de los fans de la
cantante.
Abrió la revista y buscó el número telefónico del club de fans.
Una vez consiguió lo que quería de la revista, sacó su libreta y miró la agenda que
había hecho de los eventos de Yuma.
Su próxima aparición sería en una plaza comercial de Kyobashi.
Estrechó sus ojos de elefante y tomó una decisión.
«Veré a Yuma en persona, y lo escucharé directo de su boca, sin que nadie más
interfiera. Entonces sabré lo que siente por mí».

Yuma tomó el tren bala hacia la estación Shin-Osaka y, tras un par de transferencias
locales, llegó a la estación Kyobashi.
En esa plataforma un grupo masculino de estudiantes la reconoció.
Hizo todo lo que pudo para hacerse pasar como una mujer cualquiera: con su
cabello hecho coleta, su maquillaje siendo sencillo y natural, y sus ojos estando detrás de
unos lentes con montura negra.
La mayoría de sus fans no la habrían reconocido. Pero algunos de los estudiantes
con las vistas más agudas se habían percatado de quién era, y se le acercaron parloteando.
Un estudiante de secundaria, cuya cara estaba llena de granos, le dio una palmada
en la espalda a sus amigos y gritó:
—¿Ven? ¡Les dije que era Kawasaki Yuma!
Otro chico alzó su mano derecha y dijo:
—¿Sacudirías mi mano, por favor?
Entonces, al instante siguiente, un grupo de estudiantes arrojaron sus manos hacia
ella.
De una forma que mostraba su familiaridad con esa clase de cosas, les sonrió y
comenzó a extender su brazo para darles un apretón de manos.
Fue ahí cuando Bando repentinamente apareció desde atrás gritando:
—¡No! ¡No! —se puso delante de Yuma y extendió sus brazos para mantener a
raya a los jóvenes, y entonces prosiguió—. Si quieren darle un apretón de manos, tendrán
que ir al evento de la plaza comercial. Si lo hace para ustedes aquí, no sería justo para los
fans que están esperando.
Los esudiantes observaron a su calvo interlocutor y le arrojaron insultos mientras
se apartaban.
—¿Por qué eres tan idiota?
—¡Calvo!
—De todos modos ni quiero su autógrafo.
Yuma, con una sonrisa forzada, fue hacia Bando y le dijo:
—Sólo eran unos apretones de mano. No tengo problema.
—No puedes ser así —le sermoneó—. Una vez comienzas a complacerlos, sólo
querrán más. Dales un apretón de manos y querrán un autógrafo, dales un autógrafo y
querrán tomarse una foto contigo. Los deseos de un fan no tienen fin.
La guió al final de la plataforma, donde un par de puertas daban al interior de la
plaza comercial.
La condujo dentro.
Tras unos pocos minutos llegó otro tren a la plataforma. Trabajadores de oficina,
tanto hombres como mujeres, llenaban el tren por completo.
La plataforma de repente estaba llena de gente.
Un poco por detrás de la multitud, un hombre fue escupido del tren.
Se paró en la plataforma, encorvándose ligeramente. Aclaró su garganta con un
tosido que podría haber venido de un hombre del doble de su edad.
Escupió una flema.
Si alguien lo hubiera visto de cerca, habría notado sus tímidos e inusualmente
pequeños ojos.
Era él. Él era el hombre de los ojos de elefante.
Un grupo de chicas de preparatoria justo pasaba caminando a su costado mientras
conversaban de una cosa o de otra.
Cuando las miró, su rostro de tonalidad oscura se tornó de un rojo profundo.
Se movió sigilosamente hacia el costado de la plataforma para que no lo vieran.
Debió entrar en pánico, porque algo cayó de su bolsillo cuando se movió.
Dejó salir un pequeño chillido sofocado y rápidamente se agachó y recogió el
objeto: un gran cúter.

Tras saludar al equipo de mercadotecnia y promoción de la plaza comercial, Yuma fue a


una sala verde que se improvisó para ella en el dormitorio de la compañía.
Los tatamis de cuatro y medio de la habitación de estilo japonés estaban plagados
de salpicones y manchas, dándole al acogedor espacio la sensación de que se había vivido
en él.
Mientras su mánager estaba fuera de la sala para una reunión previa al evento,
Yuma rápidamente se puso su disfraz para el escenario: una blusa blanca, un chaleco de
piel de vaca, pantalones cortos, y un sombrero de vaquero marrón. Era su disfraz para
«Lazo de Amor».
La cantante sacó el micrófono de su bolso. Probó el peso en su mano y se dio un
momento para volver a acostumbrarse a la sensación.
Fue a su mánager a quien se le ocurrió la idea de que arrojara el micrófono como si
fuera un lazo.
Como Yuma había estado en el club de twirling de la secundaria, aprendió la
técnica en poco tiempo. Una idol sin esa experiencia habría tardado años en perfeccionar
ese movimiento. Aun así, a pesar de poseer las bases, Yuma había necesitado practicar
extremadamente duro antes de poder dominarlo.
Muchas veces se quejó con Bando, diciendo cosas como «Esto es inútil, nunca lo
lograré».
Su tercera canción, «Amor de Verano», acababa con un movimiento en el que tenía
que levantar el borde de su minifalda y sacar trasero. Cuando comenzó a cantar esa
canción, lloró y lloró de vergüenza y tristeza, pero aprender este otro fue incluso más
duro. Las lecciones las habían agotado no sólo mentalmente, sino también de forma
física.
Cuando vio «Lazo de Amor» comenzar a subir en la lista de Oricon, se sintió
verdaderamente feliz. Todo su arduo esfuerzo estaba siendo recompensado.
Yuma devolvió el micrófono a su bolso.
Deshizo su coleta y se cepilló el cabello para que cayera.
Aplicó una fina capa de maquillaje con la ayuda de un espejo que estaba encima
del teclado.
Ahora estaba lista.
Se dejó caer sobre un cojín que había en el suelo y esperó a que Bando la
convocara.
Yuma hizo su entrada al pequeño escenario del espacio destinado al evento de la plaza
comercial.
Entre los asientos estaba el hombre. Sus ojos estaban rodeados de pequeñas
arrugas, justo como los de un elefante.
Cuando vio a Yuma en su disfraz de vaquera, susurró:
—Ah. Esa SÍ es Yuma.
Un trío de estudiantes de secundaria se sentaron en los asientos que había delante
del hombre. Cada uno desplegó uno de los pósteres de Sanshin Denki y los ondearon en
el aire.
«Idiotas» pensó el hombre. «¿Qué le pasa a la gente? Son un montón de
pervertidos babeando por chiquillas».
Llenado por completo, mayormente por chicos de edades secundaria y
preparatoria, el sitio del evento crepitaba de emoción.
El hombre observó con molestia a la exuberante multitud.
«No entienden la verdadera grandeza de Yuma», pensó él, «soy el único que la
entiende. ¡Soy el único para ella!».
En un esfuerzo por retener sus agitadas emociones, metió la mano a su bolsillo y
retorció el mango del cúter. La sensación del frío metal contra su piel lo tranquilizó,
como si él fuera un bebé y el cuchillo fuera el pecho de su madre. La sensación del metal
viajó sobre su piel y por su cuerpo, alcanzando las profundidades de su mente.
El hombre sonrió.
Sin siquiera darse cuenta, dejaron de importarle los fans que había alrededor. Los
únicos en la sala del evento eran él y Yuma; o al menos así lo sentía mientras su fantasía
subyugaba el resto de pensamientos de su cabeza.

Cuando terminó de cantar «Lazo de Amor», Yuma volvió a la sala verde con sudor en su
frente.
Bando la esperaba ahí con un vaso de soda fría en su mano.
—¡Lo hiciste genial! —le dijo—. La multitud se sumergió por completo.
Yuma aceptó el vaso de soda y se lo tomó de un trago.
Sus mejillas se sonrojaron con regocijo mientras decía:
—Eso fue asombroso. Estar allá fuera fue como un concierto de rock.
—Sólo falta la sesión de apretón de manos y ya habremos acabado —dijo Bando.
Yuma asintió profundamente y secó el sudor de la frente con la manga de su blusa.

Una pequeña mesa y una silla plegable acolchada esperaban en el escenario.


El sitio era un lugar un tanto lúgubre, pero eso era común en esa clase de eventos.
Vistiendo sus prendas de calle, Yuma subió los tres o cuatro escalones que llevaban
al escenario, se sentó en la silla metálica, y echó un vistazo a la sala. Era la misma de
siempre.
La gente, en su mayoría adolescentes, que apasionadamente había agitado sus
brazos debido a su canción, ahora esperaba en sus asientos pacientemente por la
oportunidad para estrechar su mano.
Era hermoso para Yuma pero, al mismo tiempo, absurdo. No podía evitar dejar salir
una pequeña risita.
La presentadora de voz chillona del evento anunció:
—Ahora comenzaremos la sesión de apretón de manos. Invitados con boleto
numerado del uno al diez, por favor, hagan fila en el escenario.

El hombre con ojos de elefante no miraba nada más que a Yuma en el escenario. Se
preguntaba cuánto le dolía tener que apretar la mano de todos esos hombres.
Pero la preocupación rápidamente se abrió camino en su fantasía. ¿Qué si
realmente lo estaba disfrutando? Tenía que averiguarlo. Quería preguntarle «Sólo sacudes
las manos de esos otros hombres porque es tu trabajo, ¿verdad?».
¿Qué haría si ella respondiera «No lo hago porque es mi trabajo, lo hago porque
me gusta»?
Mientras su mente procesaba esa situación, sentía cómo la sangre se le iba del
rostro.
Se esforzó por permanecer en su silla. No podía soportar esperar ni un minuto más
sin saber cómo se sentía ella.
Apretó sus labios y chocó sus dientes tan duro que sus muelas hicieron un sonido
que era como si estuvieran aplastando hojas.
«Yuma, por favor, no me traiciones. Por favor, por favor, no me traicionarías,
¿verdad?».
Volvió a colocar su boleto en su bolsillo, y sus dedos se frotaron contra el cúter.

Yuma depositó emoción en cada apretón de manos. Sostuvo la mano de cada fan por al
menos tres segundos. Los miró a los ojos y les dedicó una sonrisa.
Tras unos 150 apretones, el esfuerzo comenzó a pesarle. Su mano ya no se sentía
como una parte de su cuerpo, se sentía como si fuera de alguien más.
Miró a la audiencia. Más o menos la mitad seguía esperando.
Si bien seguía recordándose que debería estar agradecida de que tanta gente
quisiera conocerla, en lo profundo estaba horrorosamente cansada de ello.

Su turno finalmente había llegado.


Su cuerpo entero se estremeció cuando puso sus pies en los escalones que llevaban
al escenario.
Una misma palabra seguía apareciendo en su cabeza: destino.
«Este es mi destino».
Veía cada paso que lo acercaba a Yuma como un paso hacia su destino.
Subió al escenario, y Yuma estaba ahí, a unos pocos metros de distancia.
Por alguna razón se sintió un poco aturdido al ver a su compañera del alma tan de
cerca.
Sólo dos pasos más, o quizá tres, y estarían casi tocándose.
Su compostura vacilaba.
«Si esto no es el destino», se preguntó, «¿entonces qué lo es?».
Con sus ojos clavados en Yuma, dio un paso, y luego otro, hacia lo que creía que
estaba predestinado.

Justo entonces, Yuma sintió un dolor punzante en su pecho. Sostuvo ligeramente su mano
derecha sobre su corazón, donde sentía el malestar. No era el dolor de una herida física ni
una enfermedad. Era algo más inusual.
«Una premonición», pensó ella, comprensiva. «Eso es lo que es, una
premonición».
Mientras proseguía tomando las manos que sus fans le ofrecían, crecían en su
pecho horror y ese poco conocido dolor.
Comprendía que su cuerpo intentaba advertirle a un nivel primitivo. Algo siniestro
se aproximaba. Era el mismo horror que sintió al quedarse de pie delante de su
departamento.
Miró el rostro del nervioso chico que estaba delante de ella. ¿Era él la fuente de su
aflicción?

Cuando el hombre con ojos de elefante vio que ya era el segundo en la línea, sintió un
brote de energía saliendo de lo profundo de su ser cual magma subiendo por un volcán en
erupción.
Pero al mismo tiempo sentía un dolor que le era difícil de identificar. Era algo
parecido a la vergüenza, o quizá el cómo se sentía una novia virgen al encarar su noche
de bodas.
Se sintió repentinamente avergonzado porque Yuma miraría su rostro y su
apariencia.
«¿Qué pensará cuando me vea?» se preguntó a sí mismo.
El pensamiento hizo que su cuerpo se pusiera caliente de la cabeza a los pies en
ansiosa vergüenza.
No era un hombre guapo.
Una horrible preocupación brotó de las profundidades de su mente:
«¿Qué si me odia?».
Rechinó sus dientes, de adelante hacia atrás, como un elefante mascando.
Sentía como si pequeños y afilados alfileres se clavaran en la parte trasera de sus
ojos.
«Oh, si tan sólo fuera de buen ver...».
El pensamiento dolía. De verdad que dolía.
«Cuánto dolor soporto por ti, Yuma».
La miró sin pestañear.
«No traicionarías a un hombre que te ama tanto como yo. No me traicionarías,
¿verdad?».
«¡Por favor, no me traiciones!».

Yuma se estremeció por un instante.


La mano que estaba apretando se sentía peculiarmente pegajosa.
El chico probablemente estaba sudoroso, generalmente era así, pero su mano se
sentía más pegajosa de lo que el sudor solía dejarla. Era casi como una especie de fluido
corporal y, encima de eso, olía vagamente como un animal salvaje.
Yuma retiró bruscamente su mano.
Miró a su rostro. Su piel era oscura, gomosa, y arrugada cual tubo de llanta. Sus
ojos apagados le recordaban a los de un elefante, y éstos la miraban ansiosamente. Su
expresión era solitaria, aunque agresiva.
«¿Podrá ser él...?» se preguntó Yuma.
¿Era él la fuente de su horror?
Giró su cabeza para liberarse de su mirada y dijo fríamente:
—El que sigue.

Cuando encaró a Yuma, el hombre notó que ella le dio una señal.
Lo miró y asintió ligeramente.
En ese momento pensó «Realmente sabe quién soy».
Sentía su mensaje como si fuera una señal eléctrica transmitida directamente a su
cerebro.
Hace mucho tiempo, cuando él la miraba por televisión, ella le había mandado un
mensaje que traspasaba la pantalla curvada: «Te amo». Pero ahora, a esa corta distancia,
la señal era mucho más fuerte. Era, de hecho, muy fuerte, se distorsionaba hasta ser
irreconocible.
«Esto no está funcionando» pensó él. «Aún no logro saber qué siente».
Para preguntarle qué sentía por él, concentró sus propios sentimientos y le devolvió
una señal.
Mientras sus manos se agarraban, sus pasiones se manifestaban en forma de sudor.
«¿No es este sudor la manifestación material de mi pregunta? Y mira, ve lo sudada
que está su mano. ¿No es eso la manifestación material de sus sentimientos por mí? Me
ama, por eso es que suda tanto».
«¿Es así de pasional como puede ponerse una mujer por el hombre que la ama?»
pensó con una sonrisa de satisfacción.
Apretó su agarre para decir «Te amo».
Y fue ahí cuando pasó.
Yuma repentinamente soltó su mano.
Entonces, como si estuviera hablando con un completo desconocido, dijo «El que
sigue».
El hombre estaba pasmado.
«¿Qué?» pensó. «¿Me odia?».
Su sombrío temor volvió a dominar sus pensamientos.
Un sonido que era como el ruido de trompeta de un elefante escapó de sus fosas
nasales.

La mirada de Yuma se congeló sobre el hombre con ojos de elefante.


El cuerpo de él comenzaba a temblar visiblemente mientras le devolvía la mirada.
De repente, sin advertencia, la carta, esa siniestra carta, llegó a su mente.
«En algún sitio, debajo de su peste animal, este hombre huele igual que la carta».

El hombre con ojos de elefante luchó por contener el impulso borboteante que surgía de
sus profundidades, de todos lados.
Apretó el cúter tan duro como pudo dentro de su bolsillo, esforzándose por
suprimir un impulso salvaje y violento.

Yuma sintió peligro físico y se puso de pie reflexivamente.


Bando llegó corriendo desde detrás de los bastidores.
Los ojos de Yuma se fijaron en los del hombre. Sentía que algo horrible pasaría si
miraba a otro sitio.

La desesperación llenó al hombre. Podía notar la mezcla de horror y desprecio en los ojos
de Yuma.
Expuso la hoja dentro de su bolsillo.
Su mente comenzó a trabajar como un circuito de computadora, recorriendo las
sendas de resultados potenciales.
«¿Apuñalo a Yuma con el cúter?».
Pero entonces pensó:
«Si apuñalo a Yuma con tanta gente alrededor, ¿qué pasará después? Seré
arrestado. Tendré que contenerme por ahora y esperar mi próxima oportunidad».
Le dio la espalda a Yuma.

De alguna forma Yuma logró acabar la sesión de apretón de manos.


Exhausta, se inclinó hacia Bando mientras caminaba de vuelta a la habitación
verde.
Sólo podía pensar en ese hombre.
—Asegúrate de que no esté aquí —le dijo, mientras sus atemorizados ojos se
precipitaban hacia las sombras cercanas a la puerta.
—¿Que me asegure de que quién no esté aquí? —preguntó Bando.
—Sabes a quién me refiero. El hombre de ojos de elefante, por supuesto. No se
está ocultando al otro lado de la puerta, ¿verdad?
—Tranquila, Yuma —le dijo de la forma más apaciguadora que pudo—. Nadie
puede venir aquí, esta área no está permitida al público.
—No para él —Yuma agitó con fuerza su cabeza—. Él podría venir aquí. Nada es
imposible para él —se aferró al brazo de Bando—. Fue a mi departamento. Se supone
que sólo tú y yo sabemos que vivo ahí, pero de todos modos lo descubrió.
Bando puso su brazo alrededor de sus hombros.
—Aquí estás a salvo —le dijo él—. Incluso logrando venir hasta aquí, no podría
hacer nada con tanto personal por el sitio. Además, ni siquiera sabes si es el mismo sujeto
que escribió esa carta.
Yuma asintió. Pero mientras lo hacía pensó para sí misma:
«No importa lo que otros digan, sé que él escribió esa carta. Lo sé por su olor. Y sé
que volverá a mí...».

El hombre se quedó cerca de la entrada trasera de la plaza comercial.


Sacó el cúter de su bolsillo con el filo expuesto.
Colocó su hoja cortante contra su palma.
«Yuma», pensó él, «estos son mis sentimientos por ti».
Pasó el cuchillo por su piel. Sangre brotó de la herida.
Dejó que se acumulara en su mano y se acercó a un póster publicitario del
espectáculo en directo y sesión de apretón de manos de Kawasaki Yuma.
Se acercó al póster y embarró su sangre por el papel, como si le instilara sus
sentimientos.
Yuma le sonreía al mundo bajo una capa de rojo.
Le apuntó con el dedo índice a la nariz y dijo:
—Yuma, esta es la segunda vez que te he perdonado. Por favor, te ruego que no me
vuelvas a traicionar. Esta es la última vez. No tendrás más oportunidades tras esto.

Yuma marcó el número telefónico parcialmente resignada a que no contestaría. Pero, para
su sorpresa, lo hizo.
—¡Yukio! —habló algo más alto de lo que pretendía, y luego, con un poco de
displicencia, dijo—. ¿Qué ha estado pasando? Te llamo y nunca estás ahí.
—Vamos, no seas así —protestó Kawai Yukio—. Tú eres quien dijo que no te
llamara tanto porque estarías muy ocupada con tu nueva canción.
—Pero, pero... —Yuma agitó el teléfono, como en negación—. Pero me pasó algo
muy espantoso.
Cual cuerda que es estirada al extremo y finalmente se rompe por la tensión, Yuma
quebró en llanto.
—Yuma, no pasa nada —dijo Yukio—. Mira, ya estamos hablando, ¿no? —luego
añadió con ternura—. Si hay algo que te moleste, puedes contármelo.
—Yo... estaba tan asustada.
Le contó a Yukio entre sollozos todo lo que había pasado, desde la carta hasta el
hombre que había ido al evento de apretón de manos.
Yukio estaba en silencio, y entonces dijo:
—Eso suena extraño. Yo también tengo fans muy raras, y a veces me mandan su
ropa interior o mechones de su cabello, pero nunca he recibido una carta como esa.
—¿Verdad? No es normal. Creo que está obsesionado, que está loco.
—Aunque no estoy tan seguro de la conexión entre la carta y el hombre de la
sesión de apretón de manos —dijo Yukio—. Creo que puedes estar muy nerviosa y
exagerando.
—Te digo que era él, lo sé. No, no tengo ninguna evidencia fuerte, pero estoy
segura de ello. Olía igual que la carta.
—Creo que lo estás pensando demasiado —dijo Yukio, la duda era evidente en su
voz—. Bueno, sin importar el caso, hasta ahora no ha hecho nada para herirte, y no puede
ir tras de ti a donde sea que vayas. Sólo ten más atención a lo que te rodea y estoy seguro
de que no tendrás nada de qué preocuparte.
—Vendrá —murmuró Yuma.
—¿Qué dijiste? —preguntó Yukio.
—Vendrá. Sé que lo hará. ¡Vendrá a mi departamento! —añadió, temblando—. O
quizá ya está de camino a aquí.

El próximo día Yuma entró a la oficina de la agencia y encontró a Bando esperándola con
una mirada fiera en su rostro.
—Ban-chan, ¿qué sucede? —preguntó Yuma llena de alegría.
Bando no tenía una sonrisa para ella.
—¿Qué sucede? ¿Preguntas qué sucede?
Le arrojó una revista sensacionalista y demandó:
—¿Qué es esto?
—¿Qué con eso? —dijo Yuma en tono defensivo mientras comenzaba a pasar las
páginas.
A medio camino encontró la fotografía que había arruinado el humor de Bando.
La foto era de Yuma y Yukio juntos. Era de cuando se escaparon en una cita el mes
anterior. Estaban en un pequeño bar, acurrucados uno con otro mientras bebían cerveza.
«¿Quién pudo haber tomado esa foto?» se preguntó Yuma en honesta confusión.
«No había nadie en el bar que se asemejara remotamente a un fotógrafo».
—Ya te digo que hiciste un desastre —dijo Bando—. Bebiste con un hombre
mientras eras menor de edad. Y peor aún, estás saliendo con un idol grado C, eso es muy
por debajo de tu nivel. Si vas a salir con alguien, asegúrate de que sea una estrella. Así
tendríamos influencia suficiente para evitar que salgan fotos como esa —Bando se llevó
las manos a la cabeza, pasando sus dedos por el poco pelo que le quedaba—. Los medios
se enfocarán en esto, no se hartan del cotilleo sobre idols populares. Probablemente estará
en TV antes de que acabe la semana.
Sin sentir simpatía alguna, Yuma se fue enojando más.
—Mira lo preocupado que estás ahora. Cuando te conté sobre esa carta ni siquiera
te preocupaste. Obviamente te importan más las ventas de mis CDs que yo.
—Sí, las ventas de tus CDs son importantes —Bando la miró a los ojos—, pero lo
que me importa es que no te conviertas en mercancía dañada. Tus fans se sienten dolidos
cuando esa clase de fotos se hacen públicas. Al final es tu carrera la que queda afectada
—chasqueó su lengua con molestia.
Yuma, ahora algo preocupada, pensó:
«Tras escalar al top cinco, Lazo de Amor comenzará a bajar, y puede que mi
popularidad baje junto a la canción».
Avanzó hacia Bando y cerró sus manos alrededor de las de él.
—Creo que todo estará bien. En estos días no pasa nada si las idols beben y tienen
citas. La gente aprecia más la honestidad que el falso acto de inocencia. No te preocupes,
saldré de esta.
Bandó sacudió lentamente la cabeza y dijo:
—Bueno, no podemos retirar lo que ya está impreso. Quizá tengas razón, puede
que nos sirva de publicidad —dejó salir un profundo suspiro—. Reniegas completamente
del presidente de Sanshin Denki, pero sales con un idol barato como ese. Yuma, no creo
que estés hecha para el mundo del entretenimiento.
—Puede ser que no —dijo Yuma con una sonrisa.
Bando le regresó la sonrisa y bromeó:
—Será mejor que te cuides de los fans locos. Si ven esto, puede que pierdan la
compostura. Esos fans a veces pueden ser aterradores.
Lo dijo como broma, y nada más, pero Yuma no se lo tomó como tal.
«Tiene razón» pensó ella. «Ban-chan tiene razón. Si ese hombre ve esa foto...».
Todo pareció ponerse oscuro por un segundo.

—¡Los mataré! ¡Los mataré!


En un pequeño quiosco cercano a la estación, el hombre apuñalaba una revista
sensacionalista una y otra vez, gritando repetidas veces.
Una oficinista que estaba cerca de la caja registradora apartó los ojos del
espectáculo. Aparentemente decidió que ignorarlo era la mejor manera de asegurar su
propia seguridad.
—¡Los mataré! ¡No sé cuándo, pero los mataré!
Cortó y destrozó la foto de la revista hasta que el papel apenas se sostenía junto.
La fotografía era de Kawasaki Yuma y Kawai Yukio. Yukio tenía el brazo alrededor
del hombro de Yuma.
Celos llenaron el corazón del hombre, y su pecho se sintió dolorosamente ajustado.
Sus celos en ese momento eran tan fuertes que pensó que podrían matarlo.
Le molestaba esa foto por hacer que se sintiera así. Le molestaba la pareja de la
foto.
En cierto punto comenzó a llorar; las lágrimas se escurrían desde su barbilla.
Sintió un ardor en su nariz mientras mocos salados comenzaban a caer de sus fosas
nasales.
Sentía lástima de sí mismo. ¿Por qué tenía que ser herido de esa manera?
De repente, con una idea, miró hacia arriba. Un brillo llegó a sus torpes ojos, y
pensó:
«Le diré a Yuma». Sonrió. «Le diré a Yuma que rompa con él. Si logro hablar con
ella, lo entenderá».
Pero entonces recordó cómo lo había mirado Yuma durante la sesión de apretón de
manos.
Visualizó su expresión de horror y desprecio.
Abatido, y lleno de dudas sobre sí mismo, bajó la cabeza.
«Puede que no entienda» el pensamiento accionó miedo en él. «¿Qué si no
comprende? ¿Qué si me odia?». Apretó el cúter en su mano. «Entonces no me quedará
otra opción. Tendré que encontrar fuerza en esta hoja. Tendré que recurrir a mi último
recurso».
Habiendo encontrado una nueva determinación, el hombre de nuevo estaba
tranquilo.

Tras finalizar una grabación para un programa de charlas para televisión, Yuma tomó un
taxi para volver a su departamento.
Salió del auto y miró alrededor para asegurarse de que nadie la siguió a casa. Era
su hábito.
No vio a nadie y pasó por la entrada delantera.
La puerta no se abriría para nadie que no tenga una llave y un código numérico
específico. El departamento proveía completa seguridad gracias al sistema dedicado a
ello. Mientras estuviera ahí, no tenía de qué preocuparse.
Pero ese hombre había entrado. Al menos una vez había entrado.
Yuma salió del ascensor y se apresuró a la puerta.
La cerró rápidamente tras entrar. Puso el seguro, y luego la cadena.
Seguía sin ser suficiente para tranquilizarla.
Corrió al teléfono y llamó a Yukio. No tenía trabajo que hacer esa noche y la vez
anterior que hablaron dijo que iría.
Respondió la contestadora.
—Yukio, soy yo —dijo ella con voz temblorosa—. Ven tan pronto escuches este
mensaje. Estoy en mi departamento. Por favor, ven de inmediato.
Su sexto sentido intentaba sobreponerse. Podía sentir algo, algo indescriptible con
palabras. Sentía que algo terrible iba por ella. Se estaba acercando.
Le pareció escuchar pisadas.

Sonó el timbre de la puerta. Yukio había llegado.


Yuma quitó la cadena de la puerta.
«Yukio está aquí».
No podía pensar en nada más. El sonido del timbre había borrado todo miedo.
Puso mala cara al abrir.
—Llegas tarde. Te he estado esperando por...
Un hombre se deslizó a través de la puerta.
No era Yukio.
Era un hombre que ella no conocía.
No conocía a ese hombre, pero lo había visto antes. Estaba en algún sitio de sus
recuerdos.
¿Pero quién era?
—Eres Yuma-san —dijo él en un tono agudo tan estridente que podría hacer sonar
la tapa del infierno mismo—. Eres Kawasaki Yuma-san.
Su nariz captó el olor en el momento que el hombre abrió la boca. Era conocido.
Sabía, más allá de cualquier duda, que era el hombre. Este era el hombre que la
llenó de horror en la sesión de apretón de manos. Este era el hombre con los ojos de
elefante.
—¿Quién eres tú? ¿Por qué estás aquí? —dijo Yuma con voz temblorosa.
El hombre, con calma, cerró la puerta desde dentro y movió la cadena a su lugar.
—Soy... Soy un gran fan —dijo él.
Desvió la mirada con vergüenza. Incluso sus orejas se habían puesto rojas.
—Si eres mi fan —dijo Yuma con tanta firmeza como pudo—, ve a verme a un
concierto. Este es mi espacio privado, no es sitio para que vengan fans.
«Así es» se dijo a sí misma. «Es tu ávido fan. Tienes que ser fuerte con él».
—¡Ahora vete! —le ordenó mirándolo hacia abajo.
El rostro del hombre se tornó de un tono rojo incluso más profundo, pero dijo:
—No. No me iré —estrechó sus ojos de elefante, como si intentara enfocar su vista
en algo, entonces sacó un rollo de cinta de embalaje marrón y prosiguió—. Estoy aquí
porque te pediré que hagas algo.
Moviéndose rápidamente, se puso a la espalda de Yuma.
Sin darle oportunidad de escapar, envolvió sus brazos desde detrás.
—¡De-detente! —gritó Yuma mientras sacudía sus piernas, ambas desnudas bajo su
corta falda de mezclilla.
El hombre ató sus muñecas con cinta, la empujó hacia el costado, y giró su cuerpo.
Entonces ató juntos sus tobillos, dejándola completamente indefensa.
Se puso de pie y la miró, satisfecho con su trabajo.
—Yuma, perdonaré cada vez que me has hecho mal. Pero, a cambio, quiero que
cantes sólo para mí a partir de ahora.
Vio un aspecto enloquecido en sus ojos, y supo que tenía que escapar de él cuanto
antes.
Atada de manos y pies, Yuma preguntó:
—¿Por qué? ¿Por qué me estás atormentando?
Los labios del hombre se retorcieron.
—Tú...¿Tú crees que te estoy atormentando? —dijo tartamudeando—. Te
equivocas —sus ojos giraron hasta que sólo se veía la parte blanca—. No te estoy
atormentando. Nunca haría eso, sin importar lo que pasara.
Sonaba como un niño inventando excusas cuando su madre lo atrapa haciendo una
travesura.
«Quizá así pueda manejar esto» pensó Yuma. «Sin importar qué más sea, sigue
siendo un fan. Puede que me escuche».
Mostró sus muñecas envueltas en cinta, y dijo firmemente:
—¿Entonces cómo explicas esto? ¿No dirías que esto es atormentarme?
La oscura complexión del hombre lentamente se tornó más oscura, y comenzó a
respirar ásperamente.
—N-no... Verás, eso no es para lastimarte. Pe-pero si... si no lo hacía, huirías —
manteniendo la cabeza agachada, la miró únicamente con sus ojos—. Y si fueras a huir,
puede ser que no pudiera controlarme. Podría hacer algo de lo que ambos nos
arrepentiríamos —ahora sus ojos suplicaban que ella entendiera—. A veces —explicó—
pierdo control de quién soy. Cuando pienso en que me traicionas, a veces me sumo en la
violencia —pasó saliva—. Por eso es que... Por eso es que...
Mientras comenzaba a sentirse aturdido, repentinamente visionó la fotografía de
Yuma y Kawai Yukio. Yukio tenía su brazo alrededor de los hombros de ella, y ella
sonreía feliz ante el abrazo.
Una oscura nube de celos comenzó a formarse, no sólo en su cabeza o en su
corazón, sino en su cuerpo entero.
Sus manos se sacudieron, y un ruido sordo emanó de su garganta. Entonces sus
pequeños ojos de elefante se abrieron tanto que parecía que podrían caer.
Giró esa mirada enloquecida sobre Yuma.
Ella sintió que estaba en peligro.
Curvó sus brazos y piernas, como si fuera un camarón, e intentó alejarse
serpenteando.
Pero al siguiente instante él comenzó a abofetear su rostro.
—¿Cómo pudiste? —gritó él—. ¿Cómo pudiste lucir tan dulce y estar... y estar con
alguien como él?
La tomó del cabello, que le llegaba al hombro, y alzó su cabeza. Entonces la
sacudió de izquierda a derecha.
Yuma, entre gruñidos de dolor, dijo:
—¡De-detente!
Pero el hombre siguió sacudiéndola.
Su rostro adoptó una apariencia demoníaca mientras gritaba:
—¡¿Qué tal esto?! ¡¿Qué tal esto?!
—Pa-para...
Entonces, con un sonido que era como un chasquido, unas pocas docenas de
cabellos cayeron. Las hebras colgaban de los dedos de él.
La cabeza de Yuma cayó sobre la alfombra. Se quedó quieta, congelada de dolor y
horror.
Momentos después escuchó al hombre sollozar.
Abrió sus párpados y lo vio sosteniendo su propia cabeza entre sus manos. El
cabello de ella seguía atorado en sus dedos.
—Perdóname —dijo él—. Por favor, perdóname. No quería hacer eso...
Gruesas lágrimas cayeron de sus pequeños y feos ojos.
La miró con esos ojos acuosos, y sus miradas se encontraron.
—Y-Yuma-chan. Lo lamento. Pero... Pero es tu culpa. Eso pasó debido a la forma
en la que has estado actuando. Nunca debes volver a ver a ese hombre.
Abriéndose camino por el dolor de su rostro y cabeza, Yuma lo miró hacia arriba.
—De acuerdo. No lo volveré a ver. Así que quítame esta cinta, por favor.
El hombre balanceó su cabeza con aprobación y comenzó a apartar lentamente la
estorbosa cinta. Mientras hacía eso dijo:
—Gracias, Yuma. Gracias por perdonarme. Gracias —comenzó a llorar de nuevo,
pero esta ocasión con lágrimas de admiración y alivio—. Pero, Yuma —añadió—, tendré
que decirlo. No creas que puedes salir corriendo por poder moverte de nuevo. Si intentas
huir, esto se pondrá feo.
—Por supuesto que no huiré —dijo Yuma mientras ojeaba la distancia entre ella y
la puerta—. Ni siquiera lo pensaría.
Sentía que podía dejarlo atrás, al menos teniendo la delantera. La libertad no estaba
muy lejos, sólo tenía que cruzar la sala de estar, el pasillo delantero y la puerta, y luego
bajar por las escaleras de emergencia.
El problema era la cadena de la puerta. Le preocupaba que pudiera atraparla en lo
que se detenía a quitarla. Ningún resultado podría ser peor que ese. La volvería a atar con
esa cinta, y estaría completamente indefensa.
Si él removiera su atención de ella por sólo un minuto, tal vez dos, tendría tiempo
para abrir la puerta y escapar.
El hombre estaba riendo.
—Estoy tan feliz —dijo él tomando sus manos en las suyas—. Estás justo frente a
mí. No es un póster ni una foto, sino la verdadera Yuma.
Rápidamente tiró de sus manos en dirección a sí mismo, y el impulso jaló el cuerpo
de ella de modo que quedó inclinada sobre él.
Un escalofrío la recorrió.
«Preferiría morir que ser abrazada por él» pensó Yuma. Y lo pensaba en serio.
Posó sus brazos alrededor de ella y la miró de arriba a abajo con fuego en los ojos.
Los extremos de sus labios comenzaron a torcerse. Apretó tan duro sus puños que
temblaban. Parecía estar intentando, con gran esfuerzo, contener los lujuriosos
sentimientos que llegaban a él.
—Yuma es una idol —murmuró para sí mismo, pero tan de cerca que Yuma
escuchó cada palabra—. Es una linda y adorable idol. No podemos tener sexo, sin
importar qué tanto quiera. Oh, cuánto lo quiero. Pero no podemos...
Sus ojos ardían con lujuria animal mientras miraba su rostro, luego su cuello, y
luego sus pechos.
Exhaló profundamente.
Presionó sus manos contra su propio pecho.
—¡No podemos! —chilló—. No podemos. ¡No podemos tener sexo!
Bajó el cierre de sus pantalones y sacó la repugnante cosa que se había hinchado y
alzado entre sus piernas. El aroma a sucio rápidamente invadió el aire que los rodeaba.
—Yuma —dijo él—, no debes ver esto. No podemos tener sexo, por lo que en su
lugar tengo que hacer esto.
Le dio la espalda y comenzó a complacerse.
Sus hombros subían y bajaban, y su respiración se tornó pesada.
Por un momento Yuma, pasmada, miró en silencio cómo se desarrollaba la escena
carnal. Nunca había visto a un hombre hacer lo que él estaba haciendo, ni qué hablar de
un hombre como él.
Su cuerpo comenzó a temblar como si un espíritu lo hubiera poseído. Parecía estar
llegando al clímax. Su espalda se curvó, y su mano comenzó a acelerar.
Yuma pensó sobre su situación con calma.
«Probablemente le tomará otros dos minutos acabar. Puede que esta sea mi
oportunidad de escapar».
Por el rabillo del ojo vio al hombre absorto en su acto de autocomplacencia.
Lentamente, cuidando no hacer ningún ruido, comenzó a caminar. Caminó hacia el
frente del pasillo dejando tenues alteraciones en la alfombra.
«Por favor, aún no acabes» oró. «Hazlo lento y bien. Disfrútalo».
Al llegar a la puerta delantera, miró por encima de su hombro para asegurarse que
su atención seguía ocupada.
Ahora lo podía escuchar gimiendo.
Bien. Aún seguía.
Yuma alcanzaba la cadena de la puerta.
Su estómago le gritaba que se apresurara, pero se tomó su tiempo y se aseguró de
no hacer el más mínimo ruido.
Puso la mano en la perilla. Cuando la giró, la puerta se abrió con un clic.
«¡Lo logré!» pensó mientras el camino a la libertad se presentaba frente a ella.
Dio el primer paso hacia la libertad que anhelaba, pero no pudo dar el segundo
paso.
Algo increíblemente fuerte la jaló de vuelta.
Era él.
Posó su mano en el hombro de ella y la giró para quedar cara a cara.
Sus ojos se encontraron. Parecía más elefante que hombre.
Aulló con su otra mano aún entre sus piernas.
Al momento que gritaba, el hombre acababa.

—Te lo dije —dijo mientras acariciaba el cabello de Yuma.


Ella lloraba y sacudía su cabeza.
El hombre estaba sentado con las piernas cruzadas, y la había colocado a lo largo
de su regazo.
Intentó forcejear, pero él era más fuerte de lo que parecía, de modo que no había
sido capaz de liberarse.
Yuma rogó, otorgando todo lo que tenía:
—Perdóname. No volveré a huir...
—No, huirás —le dijo el hombre con tristeza en los ojos—. Desearía poder creerte,
pero huirás.
El hombre sacó un cúter de su bolsillo. Sacó la hoja, la cual se abrió camino
haciendo clics a través de las muescas del mango.
Yuma sabía qué significaba ese sonido.
—¡No! ¡Detente! —gritó ella antes de que el pánico tornara inentendibles sus
palabras.
No había duda sobre qué estaba a punto de hacer. Si no escapaba, la iba a apuñalar.
Mientras se agitaba, él la sostenía en su sitio con la otra mano.
Abrió grande la boca y mordió la parte interna de su muslo. El amargo sabor de sus
pantalones de mezclilla llenó su boca.
—Eso no funcionará —dijo él—. No pararé. De acuerdo, Yuma, ¿estás lista?
Con un rostro carente de emociones, empujó la hoja del cúter hacia la planta de sus
pies. Agudo dolor se disparó hasta su cerebro. Cuando gritó, su voz no sonó para nada
como la de una idol, sino a la de una anciana siendo estrangulada y estando al borde de la
muerte.
—Yuma, sólo tendrás que soportar esto —dijo el hombre—. Sólo un poco más,
¿bien?
Balanceó el cúter una y otra vez contra las plantas de sus pies. Sangre brotó
libremente de los cortes.
Cuando acabó, ella estaba muy débil para siquiera llorar.
Miró a sus arruinados pies y, con disgusto en su voz, murmuró:
—Ya no serás capaz de huir de mí. Ahora tendrás que aceptarlo. Te quedarás justo
aquí y cantarás para nadie más que yo.

Yuma, sobresaltada, abrió los ojos. Se despertó debido a un dolor palpitante en sus pies.
Debió quedar inconsciente, pero por ahora no lo sabía.
Miró a sus pies y vio que estaban envueltos con un paño manchado de rojo.
Miró la habitación que le rodeaba enfrentando el dolor.
El hombre no estaba a la vista. Podría encontrarse en la sala de estar, pero no oía
nada de esa dirección.
La cadena de la puerta seguía sin estar puesta.
Si tan sólo pudiera arrastrarse hasta allá...
Apoyó algo de su peso sobre sus pies e inmediatamente encontró una punzada de
increíble dolor.
No iría a ningún lado.
«Quizá alguien vendrá a rescatarme» pensó en Yukio. «Sí, tengo a Yukio. Vendrá
en cuanto escuche el mensaje que le dejé».
Sintió que la sangre le volvía al rostro.
Repitió el pensamiento, intentando creerlo ella misma, intentando que se hiciera
cierto a base de voluntad.
«Vendrá de inmediato en cuanto escuche mi mensaje. ¡Yukio, ven pronto! ¡Ven
ahora mismo!». Apretó sus manos en plegaria y miró fijamente la puerta. «Ven antes de
que ese demonio vuelva».
Entonces, como si alguien respondiera su plegaria, sonó el timbre. Escuchó una
llave deslizarse en la ranura.
«Es Yukio. Yukio vino por mí».
Yuma, anticipando su rescate, se sentó.
La perilla giró, y la puerta se abrió.
—¡Yukio! —gritó Yuma.
En esta ocasión realmente era él. Kawai Yukio estaba al otro lado de la puerta.
Cuando la vio en el suelo con los pies ensangrentados, su expresión se llenó de
incredulidad.
Y entonces entró.
—¿Qué te sucedió? —dijo él.
O, mejor dicho, eso era lo que comenzó a decir. Cuando dijo «Qué te», una figura
silenciosamente salió de su escondite.
Antes de que cualquier otra cosa pudiera ocurrir, el hombre cortó la garganta de
Yukio con el cúter.
Aire borboteó de forma antinatural de la garganta de Yukio mientras caía al suelo.
Cuando su rostro chocó con contundencia contra la alfombra, la herida de su
garganta se abrió y sangre salió a estallidos cual fuegos artificiales.
El hombre arrojó casualmente el cúter y dijo:
—¡Eso es lo que te ganas!
—¡Yukio! —gritó Yuma.
Olvidando su dolor, se arrastró hasta la puerta delantera, donde tomó en brazos la
cabeza de su amado.
La sangre seguía saliendo a chorros de la única línea que se le marcó en la
garganta.
Murió casi al instante.
Habiendo presenciado la muerte del hombre que más amaba, una nueva emoción
brotó dentro de ella. Quería matar al hombre que lo hizo.
Entonces el hombre le quitó a Yukio de los brazos y lo arrojó al baño cual basura al
bote.
Yuma tomó el cúter, el cual estaba a sus pies, y miró con odio al hombre.
Él notó que le miraba, y se aproximó a ella con brazos abiertos.
—¿Qué sucede, Yuma? Tan sólo me encargué del hombre que te importunaba.
Intentaba arruinar las cosas entre nosotros, y lo castigué por ello. Prometiste que no le
volverías a ver, ¿no? Deberías sentirte contenta por haberte librado de él. Dame una
sonrisa.
Yuma sacudió la cabeza.
—Monstruo despreciable. ¡TÚ eres a quien quiero muerto!
El hombre quedó desconcertado.
—¿Q-qué dijiste? —las venas de sus sienes sobresalían—. Hago todo lo que puedo
por ti, ¿y dices que me quieres muerto?
La observó. Todo rastro de autocontrol se desvaneció de sus ojos. Entonces se
acercó a ella con increíble velocidad y gritó:
—¡Antes de cualquier otra cosa, te voy a hacer pagar!
Ella tomó firmemente el cúter con ambas manos. Alzó la hoja muy por encima de
su propia cabeza.
El hombre, rugiendo cual animal salvaje, estaba casi sobre ella.
Ella osciló el cúter hacia su hombro. La hoja se clavó en su omóplato y se deslizó
en un ángulo que hizo que se le arrancara un trozo de carne de como un centímetro.
Había blandido con tanta fuerza que el impulso restante la mandó tambaleando
hacia delante unos cuantos pasos.
El hombre sostuvo su mano contra la herida mientras la sangre salía.
—¡Yuma! —gritó él, con sus ojos nublados con furia propia de un tiburón—.
¡Yuma! ¿Qué has hecho? ¿Realmente querías matarme? —sangre escurría de sus dedos y
goteaba de su brazo.
Yuma renovó su agarre del cúter y miró al hombre.
—No te acerques —dijo ella—. Te mataré. Lo digo en serio.
Sujetaba el arma delante de sí misma y se sostenía en una rodilla.
El borde de su corta falda se alzó, dejando entrever su ropa interior.
Los labios del hombre se retorcieron hasta formar una sonrisa ominosa.
—¿Dices que me matarás? ¿Matarías a un hombre que te ama tanto como yo te
amo? —fijó sus ojos en ella y se le acercó lentamente—. ¿Realmente crees que tu
pequeño cuerpo es capaz de matarme?
La ira se desvaneció de sus ojos. En su lugar estaba la mirada de un buitre en busca
de su presa.
Dejó salir un misterioso chillido como de pájaro y cargó para derribarla.
Mientras corría hacia ella, Yuma bajó el cúter con toda su fuerza.
La punta de la hoja se hundió en su espalda.
Le dio bien, pero...
El hombre sólo gruñó.
Prosiguió, aferrándola. La tomó de la cintura con ambas manos y arrojó todo su
peso sobre ella.
El olor de carne agria asaltó las fosas nasales de Yuma.
Su flácido cuerpo le recordaba una cama de agua en la que se acostó una vez en un
espectáculo de TV.
Su masa se hundía alrededor de ella.
Ella agitaba sus brazos y piernas, pero él no cedía.
—Hueles bien —dijo él—. Con que así hueles. Es exquisito.
El hombre enterró su rostro en el pecho de Yuma y respiró profundamente. Su
barba de tres días raspaba alrededor de las puntas de sus pechos. La sensación era tan
desagradable que casi hizo que se desmayara.
—Ya no me contendré más —dijo él—. Ya no hay vuelta a atrás para nosotros. Sin
importar lo que haga, siempre me odiarás. Será mejor para mí que actúe según mis
verdaderos sentimientos.
Apartó su blusa y sostén, y entonces acercó sus labios hacia sus pechos expuestos.
—Con que es-estos son tus pechos...
Se metió su pezón a la boca y comenzó a chuparlo toscamente.
—¡Detente! ¡Detente! —gritó ella.
Sin importarle sus protestas, chupó tan duro su pezón que se sentía como si pudiera
arrancarlo.
La respiración del hombre se hizo áspera, y acercó su cintura a la de ella.
Ella sintió una rigidez contra su muslo.
Yuma, por primera vez en su vida, se maldijo a sí misma. Maldijo todo lo que la
había llevado a ese momento.
«¿Por qué esto tenía que pasarme a mí? ¿Qué hice para merecer esto? ¿Es porque
soy una idol?».
Mientras se atragantaba con el hedor de su cuerpo, lo rodeaba para sacar el cúter de
su espalda.
Las puntas de los dedos de él se deslizaban por la parte baja de su falda, donde
halaban impacientemente de los bordes de sus bragas. Sus torcidos dedos presionaban
contra su área más sensible.
Justo entonces Yuma le apuñaló la parte superior del brazo con el cúter. La hoja se
deslizó por la grasa que le rodeaba y destrozó los músculos de debajo, y con eso Yuma
descubrió que hasta ese monstruo chillaba ante el dolor.
Pero entonces le dio una bofetada con increíble fuerza. El impacto fue tan fuerte
que sintió que podría romperle la cara, pero se rehusó a dejar ir el cúter.
—Maldita seas —gruñó él—. Mira lo que pasa cuando te trato bien. Se te ocurren
cosas raras.
Grasiento sudor se acumulaba en su piel mientras sobrepasaba el dolor.
Se paró sobre ella y dio un pisotón contra su pecho.
El aire se le salió de los pulmones y escapó de sus labios en una burbujeante
mezcla de aire y saliva.
Yuma lo maldijo en silencio, balanceando el cúter sin sentido alguno, cortando por
sus piernas una y otra vez.
El hombre gruñó y puso sus manos en los tobillos.
—No puedo mover mi pie —dijo él lastimosamente—. No... No puedo moverlo.
Esos salvajes cortes debieron destrozar el tendón de Aquiles de su pierna izquierda.
«Ahora estamos en la misma posición» pensó Yuma.
Formó una sonrisa apretando los labios, como diciendo «Eso es lo que te ganas».
Retorciendo su cuerpo cual serpiente, se deslizó hacia el costado del pasillo.
Siguiendo la pared, se arrastró como gusano, jalándose hacia la puerta delantera.
Se movía incluso más lento de lo que había creído posible. Sus piernas eran casi
inútiles. Tenía que arrastrarse sólo con la fuerza de sus brazos y caderas.
Avanzó gradualmente hacia la puerta, exprimiendo hasta la última reserva de
energía que tenía.
No miró hacia atrás, sobre su hombro; sólo adelante, siempre hacia delante.
Él, sujetando sus manos contra unos tobillos que no paraban de sangrar, miró en
dirección a ella y dijo:
—Sin importar lo que tenga que hacer, Yuma, no te dejaré escapar.
Yuma empujó la puerta entreabierta con su cabeza, creando espacio suficiente para
pasar al pasillo externo.
Giró hacia el ascensor y mandó fuerza a sus plomizos brazos.
Ella, para empezar, no era musculosa, y la fiera pelea había agotado sus
extremidades al punto de no sentirlas.
Y entonces ya no podía moverlas.
Intentó alcanzar el pretil que se extendía por los costados del pasillo, pero no podía
alzar su brazo. Su cuerpo estaba agotado, exhausto por completo.
«Necesito descansar» se dijo a sí misma.
Haciendo un último esfuerzo, se sentó y recargó su espalda contra la barandilla
para darle a su cuerpo el respiro que necesitaba.
Sentada ahí, habiéndose dejado caer contra el muro exterior de su departamento,
miró por la ventana y vio muchas estrellas centelleando en el cielo.
La noche había caído sin que ella se diera cuenta.
Autos sonaban sus bocinas en la distancia.
Un fresco viento reconfortó su fatigado cuerpo.
Oía lo que sonaba como un juego nocturno de béisbol desde una TV del piso
superior.
Yuma se sintió consciente de la ironía que le rodeaba. A poca distancia le esperaba
un gran mundo abierto donde podría ser la idol Kawasaki Yuma, viviendo entre
comodidades y lujos y disfrutando la admiración. Pero ahí, entre esos muros, estaba
atrapada en el infierno. El Hades tenía al Cerbero, pero este infierno tenía un carcelero
incluso más implacable.
«¿Por qué...? ¿Por qué tiene que ser todo tan trágico?».
Pero la realidad no le iba a otorgar tiempo para sentimentalismos.
La puerta de su departamento se abrió cual ataúd que rechina, y la cabeza del
hombre salió del interior. Su cabeza giró en dirección a ella.
—Ahí estás —dijo con una sonrisa.
Yuma puso la cabeza en sus manos y dijo:
—No más, ya no más...
Pero entonces, forzando a que sus brazos se movieran, comenzó a arrastrarse hacia
el ascensor.
Haciendo uso sólo de su brazo izquierdo y su pierna derecha, el hombre emergió
hacia el pasillo y fue tras ella.
Alcanzando el ascensor, Yuma estiró su brazo para presionar el botón.
Pero el hombre ya estaba sobre ella. Su mano se cerró sobre su pantorrilla.
—Te he atrapado, Yuma —dijo él, cerrando fuertemente sus dedos y reanimando
con la presión el dolor en las heridas de sus pies—. Nunca te dejaré ir, incluso si me
matas.
Sus mugrientas uñas se clavaron en la piel de ella.
Yuma desistió con lo del ascensor.
Giró su cuerpo hacia la escalera de emergencia.
Requeriría medidas extremas para liberarse de su agarre ahora que sus uñas se
clavaban en ella.
«Entonces una medida extrema es la que tomaré».
Se arrojó a sí misma por las escaleras.
El tirón repentino ocasionó que el hombre perdiera su agarre. Sus uñas arrancaron
pequeñas tiras de piel de sus pantorrillas, pero al menos ahora era libre.
Yuma cayó hacia la parte recta que hay entre piso y piso donde la escalera se gira.
Su cabeza azotó contra el concreto, pero ignoró el dolor mientras giraba su cuerpo
para rodar hacia el siguiente piso.
Una vez llegara allí, pediría ayuda a gritos tan fuerte como pudiera. Quizá entonces
podría liberarse de ese infierno.
Pero la fría y despiadada realidad llegó para destrozar esas esperanzas.
Cuando miró la siguiente parte de las escaleras, vio que la puerta de incendios
estaba cerrada, sellando cualquier oportunidad de escapar que pudiera haber.
Habiéndose topado ese callejón sin salida, miró hacia las escaleras por las que se
había arrojado.
El hombre la miraba hacia abajo desde ahí.
—Yuma —gritó él—, ¡ya voy!
—¿Tú qué? —gritó, confundida, por reflejo.
Al siguiente instante, él surcaba por el aire como un luchador lanzándose desde la
tercera cuerda.
Si aterrizaba sobre ella con todo su peso, podría morir aplastada.
Haciendo fuerza con la cabeza, ella arqueó su cuello y alzó sus hombros del suelo.
Entonces giró al costado.
Habiendo perdido lo que le amortiguaría el aterrizaje, el hombre azotó contra el
concreto con un fuerte estrépito y quedó hecho una pila.
Pero seguía respirando, gañendo de dolor.
Comenzó a levantarse. Seguía vivo.
Yuma miró sus manos. Ahí, olvidado pero aún retenido en su mano derecha, estaba
el cúter.
Miró el rostro del hombre. Sangre corría por su frente. El dolor había torcido su
semblante hasta hacerlo una mueca. Sus ojos estaban llorosos, suplicándole ayuda.
Mientras miraba al hombre que le había quitado tanto, y causado tanto dolor, un
sentimiento que no podría definir tomó control de ella.
—Adiós —dijo ella—. No nos volveremos a ver.
Introdujo profundamente el cúter en su ojo derecho.

Se dejó caer al interior de su departamento e inmediatamente se sintió mal.


Jugos estomacales comenzaron a abrirse camino para salir, llevando un sabor ácido
al fondo de su boca.
Los cortes en las plantas de sus pies dolían incluso más que antes.
Se llevó la mano a la cabeza, y sus dedos encontraban dolor de cortes donde sea
que tocaran. Raspaduras y arañazos cubrían sus brazos y piernas.
Su blusa estaba abierta, y su sostén estaba expuesto.
Viendo en retrospectiva, eso fue una pelea impensable.
Jalando sus piernas con el resto de cuerpo, se arrastró hacia la sala de estar.
Comenzó a llorar.
«Estoy a salvo» pensó ella.
Se permitió llorar mientras se arrastraba.
Tras un tiempo miró hacia arriba con ojos agotados y pensó:
«Mi mánager..., tengo que hablarle».
En lugar de marcar el 110, que es el número de emergencia para la policía, su
primer pensamiento fue llamar a su mánager.
Se sentó con gran esfuerzo y estiró el brazo hacia el teléfono que tenía delante. La
pelea la había dejado débil, por lo que tuvo que esforzarse para alcanzarlo.
Finalmente, justo cuando las puntas de sus dedos lo tocaron, sintió una extraña
presión en la pierna.
Algo pegajoso presionaba su piel.
Giró la cabeza para mirar por encima de su hombro.
Lo que vio era completamente rojo.
«¿Qué es eso?».
Inclinó la cabeza, confundida.
Su mente no podía asimilar lo que veían sus ojos. Parecía como si una cosa roja
hubiera estirado un tentáculo para agarrar su pierna.
No, no un tentáculo. Era un brazo. Un brazo humano teñido de rojo.
Tenía que ser...
Yuma pensó por un momento, y entonces la respuesta llegó a ella. Cuando ocurrió,
rió. Pero mientras reía, su rostro gradualmente se congeló.
—¡No! ¡Ya no más! —chilló en un profundo grito que hacía temblar sus hombros.
—Yuma... —susurró la cosa roja en respuesta a su grito.
Ya no había forma de negarlo. Era el hombre. Era el hombre que había creído
muerto.
No quería creerlo. No quería, pero era él. Como prueba de ello, el cúter que había
insertado en su ojo seguía ahí, sobresaliendo de su cavidad ocular.
El hombre, ahora tuerto, murmuraba entre jadeos mientras jalaba el tobillo de ella
en su dirección.
Agitando su cuerpo entero, Yuma logró sacudirse de su agarre.
Se arrastró para alejarse de él. Sus brazos estaban doblados como los de un grillo.
No podía hacer que sus piernas empujaran. Con dificultades podía siquiera mover
su cuerpo. Pero seguía impulsándose hacia delante, motivada por el horror.
El hombre se arrastró hacia ella de manera parecida, usando sólo su brazo.
—Yuma, soy yo —dijo la ronca voz desde detrás—. Soy yo...
Al escucharlo hablar sintió que su cuerpo comenzaba a abandonar la poca fuerza
que le quedaba.
—Por favor, Yuma, no te vayas. Espérame. Quiero morir contigo. Iremos al cielo
juntos.

Yuma convocó hasta la última pizca de voluntad que tenía para seguir huyendo de esa
voz. Pero incluso esa voluntad comenzaba a debilitarse.
«¿De qué servirá correr? ¿A dónde iré?».
Delante había una puerta deslizante de vidrio. Al otro lado, un balcón. Más allá de
éste, sólo muerte. Impulsarse hacia ese camino la llevaría a una muerte segura.
Actuando únicamente con instinto inconsciente, Yuma deslizó la puerta de vidrio y
salió al balcón.
Puso sus manos en la barandilla y se giró para encarar a su enemigo.
El hombre estaba a sólo unos metros de distancia.
Arrastrándose sobre su estómago, alzó la cabeza cual serpiente para mirarla. Siguió
mirando con el cúter emergiendo de su ojo y su rostro pintado de rojo por la sangre.
Su boca se abrió, y le dedicó una amplia sonrisa de felicidad.
—Yuma, moriremos juntos. No solos. Eso me hace tan feliz, Yuma —sacó su
lengua de tono púrpura y lamió la sangre alrededor de sus labios—. Dime, ¿cómo te
gustaría morir? Apuesto a que quieres que sea indoloro —se deslizó un paso hacia
delante—. ¿Qué tal suena el estrangulamiento? —otro paso—. Ambos podríamos saltar
del balcón —otro paso.
Ella sacudió la cabeza.
«No, no».
No quería morir. Y más que eso, no quería ser asesinada por ese hombre.
Intentando interponer la mayor distancia posible entre ella misma y él, mantuvo su
espalda contra la barandilla y se deslizó a la derecha.
La cabeza del hombre se giró, fijándose en ella, mientras se impulsaba hacia
delante con su brazo.
Atrapada en la esquina del balcón, ahora Yuma verdaderamente no tenía a dónde ir.
El hombre se le quedó mirando, saboreando el momento.
—En verdad que eres bella, Yuma. Eres tan adorable cuando estás asustada. Ahora
ves... que no tienes a dónde huir —ahora estaba a dos metros de distancia—. ¿Sabes?
Ahora que lo pienso —dijo él—, creo que mejor te mataré con el cúter. Dolerá, pero
tendrás que soportarlo —puso su mano en el cúter que estaba clavado en su ojo—.
Además, yo ya he soportado mucho dolor por ti.
Sacó la cuchilla.
Haciendo un asqueroso sonido húmedo, un objeto gelatinoso salió junto al filo.
Incontables zarcillos colgaban de eso.
Era su ojo.
Sangre fresca brotaba de su cavidad ocular vacía.
—Duele, Yuma. Oh, mi ojo DE VERDAD duele —sacudió la cabeza una y otra
vez, y luego agarró con mayor firmeza el cúter—. Pero este dolor no se compara a lo
mucho que dolió cuando descubrí que estabas viendo a otro hombre —haciendo uso de lo
que parecía ser la fuerza que le quedaba, el hombre se sentó y luego puso de pie; tuviera
o no cortados los tendones de Aquiles, se puso de pie—. Yuma, ahora no falta mucho.
Primero clavaré esto en tu ojo. Luego en tu garganta. Y finalmente en tu corazón.
Con la espalda contra la barandilla, Yuma no tenía a dónde huir.
Una palabra llenó sus pensamientos: «Muerte».
Sus brazos y piernas temblaron.
Se orinó.
Como si su cuerpo se derrumbara de cintura para abajo, cayó al suelo. Primero
cayó su trasero, seguido por sus manos.
«¿Qué?».
Su mano aterrizó en algo duro.
Lo tomó instintivamente, reconociendo la sensación del objeto de inmediato.
«Es mi... micrófono».
Había usado ese micrófono para practicar su movimiento final de «Lazo de Amor».
Sus pensamientos se inundaron con los recuerdos de las largas horas que pasó
practicando en su departamento.
«Fue tan difícil. Me esforcé tanto para aprender eso. Por eso es que... Por eso es
que...».
Miró hacia arriba.
El rojo rostro del hombre estaba delante de sus ojos. El cúter estaba casi sobre ella.
Sólo la más breve de las distancias se interponía entre ella y la muerte. No tenía más
tiempo.
—¡Concederé tu deseo! —gritó.
El hombre titubeó por un momento.
—Cantaré para ti —dijo Yuma—. Cantaré sólo para ti.
Su mano se tensó alrededor del micrófono. La letra sonó en su cabeza:
Te atraparé con mi ardiente amor.
Oh, mi lazo de amor.
Arrojó el micrófono.
El hombre osciló el cúter casi al mismo tiempo.
Sujetando al cable, el micrófono fue más rápido que el filo y rodeó una y otra vez
el cuello del hombre.
Yuma torció su cuerpo al costado, evadiendo la hoja descendente. Y entonces jaló
el cable, poniendo toda su fuerza en ello.
El cable se tensó, y el sonido de los huesos del cuello rompiéndose sonaron con
sequedad.
El hombre dejó salir un último gruñido antes de colapsar.
Su cuerpo se sacudió violentamente por un segundo. Y entonces volvió a estar
inerte.
Su rostro se hinchó como el de un cadáver ahogado, y un matiz púrpura comenzó a
verse en su oscura piel.
«¡Lo hice!».
Yuma ganó. Derrotó al monstruo.
Mientras su consciencia finalmente comenzaba a sucumbir ante la fatiga, sabía que
había ganado.
Al borde del desmayo, comenzó a jalar el cable del micrófono.
El micro lentamente se desenrolló del cuello del hombre y volvió a ella.
Cuando por fin lo tuvo firme en su agarre, estaba a punto de caer inconsciente.
Sostuvo el micrófono cual pistola y lo apuntó al hombre en el suelo.
En el último momento antes de desmayarse, dentro suyo una voz victoriosa gritó:
«¡Bang!».
HISTORIA 3:
Incluso Cuando te Abrazo.

La lluvia caía sin fin. No era cualquier lluvia, sino un melancólico aguacero teñido de
acidez.
Aire húmedo se filtraba por las delgadas paredes de madera de la habitación del
hombre. Mientras el aire se posaba sobre su piel, sentía como si su humedad fuera a
pudrirlo hasta la base.
«Ya no puedo soportar esto» pensó el hombre con amargura mientras se secaba el
sudor de la frente con un trapo de cocina.
Dejó el trapo en la mesa que tenía delante, y entonces se inclinó y sacó una caja de
cartón que había debajo.
La caja estaba llena de grandes fajos de tela mugrienta, posiblemente antiguas
sábanas.
El hombre empujó el montón de tela y sacó un objeto que casi abarcaba sus brazos
por completo.
Miró el objeto por un momento, lo alzó hasta la altura de su rostro, y luego se lo
puso en la cabeza.
El acre olor del moho impactó sus fosas nasales. El interior de esa cosa era tan
opresivamente sofocante que casi se ahogó. El rancio y mohoso aire se mezclaba con su
dióxido de carbono exhalado y, no teniendo a donde más ir, formó una nube alrededor de
su cabeza.
La única ventilación provenía de una pequeña apertura rectangular, casi del tamaño
de sus labios al estar cerrados, que se encontraba a medio camino entre sus ojos y su
nariz. La apertura también servía como su única ventana para ver lo que tenía delante.
Realmente la ranura restringía tanto su campo de visión que no era muy diferente a estar
ciego. Mientras el objeto estuviera sobre su cabeza, moverse y actuar con libertad sólo
sería posible con gran dificultad.
Se dejó la cosa por un rato, quedándose quieto, y murmurando:
—Debo acostumbrarme a llevar esto como si fuera parte de mi propio cuerpo. Pero
no hay tiempo. Simplemente no hay tiempo. Tengo que hacer algo. Tengo que...
A paso dudoso se tambaleó hacia la pared y se quedó de pie frente a su calendario.
—¡Maldita sea! —el hombre removió el objeto de su cabeza y, sin pensarlo, lo
arrojó con ambas manos contra el suelo, donde rebotó unas pocas veces y giró a
tambaleándose hasta detenerse.
El rostro del hombre estaba empapado de sudor, y tomaba profundas respiraciones
que sacudían sus hombros.
Sus ojos muertos miraban el calendario con tanta intensidad que podrían haberle
hecho un agujero.
Una gran X había sido marcada en el cuadro del veintiséis de septiembre.
—Sólo falta una semana —dijo él—. Casi se me acaba el tiempo —su voz se alzó
mientras repetía—. No tengo tiempo suficiente. ¡No tengo tiempo suficiente!
¿Tiempo suficiente para qué?
Su expresión se torció hasta ser algo siniestro. Su labios estaban tensos y rizados, y
temblaban. Sus ojos, distraídos, miraban a la nada.
El hombre cerró los puños. Los apretó firmemente, y luego incluso más. Sus
articulaciones crujieron. Sangre comenzaba a escurrirse entre sus dedos mientras sus uñas
se clavaban en su piel.
No sabía qué le apresuraba con tanta urgencia. Lo único que sabía es que sentía
una profunda irritación que lo desgarraba desde dentro.
Abrió sus ensangrentados puños y los restregó por su rostro, pintándolo de un
intenso rojo.
Por un momento parecía sonreír. Entonces un doloroso lamento se escapó de su
garganta.
Su voz era aguda, como el llamado de algún ave extraña. Cortaba el aire estancado,
perforaba las delgadas paredes, y se fundía en la extensión de oscuras nubes de tormenta.

«Soy feliz, ¿verdad?» pensó Yukiko. «Se supone que debo ser feliz».
Alzó la revista semanal de hombres que tenía delante. La publicación tenía varias
páginas de pin-up mostrando a Yukiko en un aspecto natural, sin maquillaje, con sólo un
poco de labial. Detrás de ella había un paisaje invernal, la nieve caía por todas partes.
La escena era apropiada, y no sólo por su nombre, que tenía la palabra «nieve». El
texto que encabezaba su sección decía «En este invierno para las idols», lo cual se refería
al bajón de popularidad que las idols de pop estaban experimentando, «una flor florece de
la nieve».
En efecto, Tsukioka Yukiko era una idol de pop de estilo tradicional, de las que se
veía escasamente en tiempos recientes.
«¿Cómo podría no estar feliz de recibir tanta atención tras tan poco de mi
debut?».
Yukiko nunca había aspirado a convertirse en una cantante idol. Siempre había
tenido interés en convertirse en entretenedora, pero ser una idol nunca había sido su
sueño.
Cuando se graduó de la preparatoria, se encontraba sin rumbo. Era amiga de una
modelo y, por un capricho, se unió a la agencia de modelaje que representaba a su amiga.
Yukiko lo veía como poco más que un trabajo de medio tiempo para seguir hasta
que algo más llegara.
Aunque eso no implicaba que lo hiciera sin motivo. Modelar le ofrecía una paga
sustancialmente mejor que hacer de mesera en algún restaurante o café familiar. Y
siempre le había gustado la idea de ser famosa, incluso si el deseo nunca la había
definido.
Fue con esos ligeros pensamientos, y unos pequeños empujones de su amiga, que
Yukiko entró al mundo del modelaje.
Yukiko no era particularmente glamorosa, pero su rostro tenía una belleza
tradicional, y los eventos llegaron a un ritmo bastante bueno.
Tras un tiempo, el propietario de la agencia le preguntó si quería darle un intento a
Tokio. Aparentemente uno de sus socios de negocios tenía una agencia de talentos que
había mostrado interés en ella. Quería representarla y cultivar su carrera.
Yukiko tomó la oferta sin dudarlo.
Los primeros seis meses en Tokio vivió bajo el techo de su nuevo jefe y pasó todos
los días, todo el día, en intensas lecciones. Se arrojó a sus lecciones de entrenamiento
local y baile de jazz, incluso si la naturaleza y dirección exacta de su debut seguía sin ser
clara.
Aún no había decidido qué quería ser, pero comenzaba a sospechar, debido a sus
nuevos estudios, que su nuevo jefe pretendía convertirla en una cantante. Cuando
comenzó a llevar a compositores de canciones a observar sus lecciones vocales, Yukiko
lo supo con certeza.
Incluso ahora seguía recordando lo desconcertada que estuvo por la elección de su
jefe, pues ella misma sabía que carecía de talento vocal. Sin embargo, comenzó
debutando como idol tradicional de un estilo inocente que no demandaba mucha
habilidad al cantar.
Eso tampoco sentía que le quedara, pues ella misma no se consideraba inocente.
Mientras tanto, los medios decían que las idol de pop estaban en su invierno.
Yukiko se preguntaba en privado qué sentido tenía debutar como idol justo cuando
pasaban de moda, pero se guardaba esas quejas para sí misma. Quería estar en el
entretenimiento, y así era. Si su mánager decidía que sería una idol inocente, entonces ese
camino seguiría.
Aun así, sus dudas persistían. Era muy mayor para ser idol. Su personalidad era
recatada y a la antigua, mientras que las chicas más jóvenes eran más enérgicas y
dinámicas. Estaba segura de que nadie compraría su música.
Pero, contra sus expectativas, encontró una audiencia.
Su sencillo de debut, «Flor en la Nieve», fue todo un éxito, vendiendo decenas de
miles de CDs. Tras una aparición en un comercial de una bebida ligera, su nombre estaba
en los labios de todos. (Su única línea, dicha de forma suave, era: «refrescantemente
pura»).
Tras seis meses de su debut, se había establecido como una de las cantantes idol del
top.
Su estilo pasado de moda implicaba que no tenía rivales directas que fueran dignas
de mencionarse, y puede ser que no estar en sintonía con las tendencias le sirviera para
que la gente la notara en lugar de ignorar otro rostro entre una multitud.
Sean cuales hayan sido los motivos, Tsukioka Yukiko logró dejar su propia marca
en la industria musical en un tiempo destacablemente breve.
Debutar como idol era en sí mismo un logro, ya que en el mundo del
entretenimiento, donde muchas carreras acaban antes de siquiera comenzar, donde
algunos brotes nunca florecían, Yukiko había logrado verdadera popularidad y fama.
Debería ser suficiente para hacerla más que feliz.
«Si desde el inicio hubiera querido ser una idol», pensó ella, «estaría por las
nubes en este momento».
Se sacó la lengua a sí misma a modo de regaño en su mente.
«¿Cuándo será suficiente para mí?».

Tras terminar su aparición en un programa de radio FM en el distrito Akasaka, Tokio,


Yukiko almorzó en un restaurante cercano.
Sentada delante de ella estaba su mánager, Domoto Yoriko, enfocada en un plato de
carbonara. Algo sobre la seriedad que cargaba su semblante mientras transportaba la pasta
a su boca hizo que Yukiko soltara una risita silenciosa.
Yoriko tenía treinta y tres, y era soltera. Se peinaba el cabello hacia atrás y tenía
anteojos de borde plateado.
«Se ve como Fräulein Rottenmeier», pensó ella, imaginando a la estricta institutriz
de «Heidi», y se le escapó la risa.
Yoriko miró por encima del borde de sus anteojos con una expresión que sólo la
hacía parecerse más a Fräulein.
—Deberías apresurarte —dijo ella mientras torcía su tenedor para conducir el
próximo bocado—. Sólo tenemos tiempo para un almuerzo corto antes de tener que ir a
Marusho.
La expresión de Yukiko se tornó hosca y puso mala cara.
—¿Realmente tengo que ir a esa tienda departamental? La exhibición comienza
mañana, ¿por qué no puedo ir entonces?
—¿De qué estás hablando? Sabes lo extremadamente importante que es ese evento
para ti. La exhibición entera es sobre ti; tú eres la estrella —Yoriko suspiró y comenzó a
recordarle a Yukiko, con extenuante detalle, lo mucho que tuvo que esforzarse para
organizar ese evento.
La última idol para la que esa tienda departamental ha hecho una exhibición es
Matsuda Seiko, y eso fue quince años atrás.
Yukiko agradecía todo lo que su mánager había hecho para que ocurriera la
exhibición, pero ya había oído ese discurso cien veces.
Cuando Yoriko finalizó, añadió:
—Es por eso que quiero que lo veas por ti misma. Necesitas ver con tus propios
ojos cómo es que se logró todo.
—Está bien, está bien —respondió Yukiko antes de inflar sus mejillas.

La tienda departamental Marusho tenía un historial largo y exitoso, en parte por


localizarse adyacente a un gran intercambiador de Tokio. El paso de los años inevitable
comenzaba a mostrar su desgaste, pero el edificio tenía un carácter distintivo que retenía
su atractivo.
Yukiko y Yoriko pasaron por la entrada trasera dedicada a empleados. La
recepcionista llamó al coordinador de la exhibición, quien fue para guiarlas al sitio del
evento del piso veinticinco, donde la exhibición de la cantante estaba instalada.
El coordinador era un hombre en sus cincuentas.
Mientras el grupo esperaba dentro del ascensor, él pasó la mano por su delgado
cabello antes de decir orgullosamente:
—No debería ser yo quien presuma, pero esto salió muy bien. En especial la figura
a tamaño real de Tsukioka-san. No es una figura de cera ordinaria.
Yukiko sonrió amablemente al hombre, pero en el interior le parecía repulsivo todo
eso.
La exhibición pretendía mostrar al completo a la cantante, y los artículos incluían
su cepillo de dientes y tazas de café. Le parecía absolutamente horroroso.
Si había fans que disfrutarían ver sus pertenencias personales, no eran fans que ella
quisiera tener.
Lo peor de todo era esa figura a tamaño real. Aparentemente un superfan había
pasado tres meses esculpiéndola. Pero ella no tenía deseos de ver una réplica suya. Le
daban escalofríos al pensar en su copia siendo exhibida a plena vista de quién sabe
cuántas personas.
Las puertas del ascensor se abrieron, y el coordinador de la exhibición hizo una
profunda reverencia antes de extender sus brazos, como diciendo «Y, bien, ¿qué les
parece?».
La entrada al sitio de la exhibición estaba justo al salir del ascensor. Era un lugar
grande, tanto como para contener sin problemas una casa dentro. Las paredes y suelos
estaban limpios y pulidos, y la exhibición era iluminada con focos repartidos sobre las
distintas vitrinas y muestras, añadiéndole unas salpicaduras de color agradables a la vista.
En un sitio había fotografías tomadas durante las lecciones previas a su debut,
junto con el leotardo que vistió para su práctica de baile de jazz, y otra astutamente
dispuesta variedad de objetos de esa ocasión.
Yukiko estaba impresionada. Esta no era la desorganizada y caótica mezcla que
había imaginado.
Una vitrina de cuatro caras estaba en el centro de la primera sala. Dentro estaban
varios de sus objetos cotidianos, como pijamas y demás. Incluso esa colección estaba
lejos de ser de mal gusto.
—Es genial —expresó Yukiko sin pensarlo.
—Lo es, ¿no? —dijo Yoriko con un asentimiento de satisfacción.
Serviría. La exhibición era elegante, pero también llamativa.
El coordinador, viéndolas desde un extremo de la sala, dijo:
—Seguro los fans de Tsukioka-san estarán complacidos —aplaudió y giró en
dirección a Yukiko—. Hemos dividido el espacio en tres salas en forma de U para dirigir
a los espectadores a través de la exhibición. Su figura tamaño real se encuentra al fondo
de la tercera sala.
Yukiko asintió y caminó enérgicamente hacia el sitio de la exhibición.
Siguió el camino en forma de U, girando a la derecha, y luego de nuevo a la
derecha. Y ahí, al fondo, estaba otra ella.
La segunda Yukiko, congelada en su distintiva pose de baile y vistiendo su disfraz
de escena para «Flor en la Nieve», era completamente idéntica a la mujer verdadera.
Por un momento Yukiko creyó que estaba viendo un espejo. Cuando movió su
brazo, casi creyó ver a la figura alzar también el suyo.
Un escalofrío recorrió su espalda mientras su perdida comprensión volvía a ella.
Como el coordinador había dicho, la figura era increíblemente realista. No tenía
nada de los típicos desperfectos de la cera. El efecto era misterioso.
Cuando pensó en las incontables personas que llegarían a mirar su réplica, se sintió
incómoda; como si fuera espiada en un momento privado.
La figura parecía irradiar un aura de la repulsiva devoción de su creador.
Yukiko se preguntó a sí misma: «¿Puedo hacer algo al respecto?».
Mientras miraba su propio rostro sonriente, vibrante y casi real, mordió su labio
con irritación.
«El resto de la exhibición está bien, pero tal vez pueda pedirles que excluyan esa
figura».
Decidió que haría justo eso.
Aun con esa figura en el almacén, la exhibición seguiría siendo capaz de sostenerse
por su cuenta.
Habiendo visto suficiente, volvió a la entrada. Ahí su mánager y el coordinador la
esperaban.
Entonces, justo cuando estaba por doblar la esquina, sintió una presencia detrás.
Algo había agitado el aire a sus espaldas.
«¿Qué pudo haber sido eso?» se preguntó.
Pensó que pudo haberlo imaginado. O al menos eso es lo que intentaba hacerse
creer.
Sobre todo sentía una cosa: hiciera lo que hiciera, no debía girar para ver detrás. Su
sexto sentido le advertía que vería algo que no podría sacarse de la cabeza.
Sin importar de dónde viniera esa sensación, no quería mirar. No podía mirar. Pero
mientras más se decía a sí misma que no, más se rebelaba su cuerpo contra sus instintos.
Gradualmente comenzó a girar la cabeza por encima de su hombro. Al poco tiempo
la parte superior de su cuerpo se había girado tanto que su columna comenzó a crujir.
Sus ojos miraron directamente tras ella.
Su figura tamaño real seguía ahí, pero ahora algo era incluso más inquietante.
Espera. ¿Qué es?
Los ojos de Yukiko se abrieron más.
Algo estaba entrelazado alrededor de su duplicado. Lo notó de inmediato, pero en
su ya inquietado estado mental a su mente le costó un momento aceptar lo que estaba
viendo.
La cosa frotaba el rostro de su réplica con una mano peluda. Su cuerpo entero
estaba cubierto con grueso pelo rizado.
Yukiko miró, paralizada del horror.
Era extrañamente alta. La cosa movía sus dedos por la cara de la figura, sus brazos
abrazaban el pecho de la figura, y acariciaba cariñosamente el cuerpo de la figura.
Yukiko sintió el punzar de sus jugos estomacales subir por su esófago. Una cruda
peste desagradable picaba su nariz; su garganta hizo un sonido de tos por reflejo.
Las manos de la cosa se congelaron.
Giró lentamente su rostro en dirección a Yukiko. Sus ojos se encontraron.
La cosa tenía una gran cara redonda y dos largas orejas alzadas.
Yukiko dijo suavemente:
—¿Es... un conejo?
En efecto, era un conejo. O, más bien, alguien en traje de conejo. Cosa distintiva
del área de juegos de la azotea.
Su reacción inicial fue casi de decepción. Se sentía como una tonta por haber
sentido tal horror debido a un conejo. Después de todo, era un sitio de eventos de una
tienda departamental. Un traje de mascota no era nada fuera de lo ordinario.
Yukiko dejó salir un profundo suspiro de alivio, y comenzó a observar al conejo
con más detalle.
La primera cosa que notó fue lo sucio que estaba el traje. El rostro, que debió ser
blanco, era ahora marrón con polvo y mugre. Sus brazos y piernas, donde salían de su
overol de mezclilla, estaban similarmente sucios y llenos de parches.
«No puedo creer lo sucio que está ese traje» pensó Yukiko. Al poco tiempo se
preguntó: «¿Y por qué estaba frotando mi réplica?».
El horror volvió a construirse en su interior e hizo notoria su presencia.
El costado derecho de la cara del conejo parecía derretida, un desastre de
quemaduras. El ojo de ese costado no era del excesivo tamaño de siempre, sino que caía
cual redonda pieza de caramelo sostenida sobre una flama.
Ese ojo le devolvió la mirada a Yukiko, luciendo aburrido.
La boca del conejo se curvó en forma de luna creciente. De su centro sobresalían
dos dientes de conejo.
—Yu... ki... ko —dijo el conejo.
Era la voz de un hombre, ronca pero estridente.
El efecto combinado era algo que Yukiko deseó inmediatamente nunca volver a
presenciar.
—Yu... ki... ko —repitió el conejo.
Se apartó de la figura en un movimiento lento y exagerado.
Dio un paso hacia ella, y luego otro.
Como si fuera repelida violentamente, Yukiko se giró sobre sus talones y corrió.
Cuando Yoriko la vio corriendo desde la zona de exhibición, su rostro palideció y
extendió sus brazos.
Yukiko colapsó en sus brazos y se aferró a ella.
—Yukiko-chan, ¿qué pasa? —dijo Yoriko—. ¿Qué pasó? —tomó a Yukiko de los
hombros y le dio una firme sacudida.
Los labios de Yukiko temblaron. Su voz temblaba mientras murmuraba:
—Un conejo... Un conejo...
—¿Qué? —gritó Yoriko, impaciente—. ¿De qué estás hablando? ¿Qué conejo?
Los hombros de Yukiko se estremecieron mientras apuntaba un débil dedo hacia la
exhibición.
—¡Yukiko-chan, contrólate por favor! ¿Hay alguien tras de ti? ¿Viste algo?
Yukiko se liberó de su mánager y se desplomó hacia el suelo con sus manos y
cabeza en sus rodillas.
—Había —dijo ella, pausando para intentar levantarse— un conejo. Alguien en un
traje de mascota. Ponía sus manos sobre esa figura de mí... Esa figura tamaño real de mí.
El coordinador de la exhibición estaba al lado, escuchando.
—¿Un traje de conejo? —dijo con duda en su voz—. Hasta donde sé, no tenemos
trajes de animal aquí.
—¿Estás segura de que no fue otra cosa lo que viste? —preguntó Yoriko—. Como
él dijo, aquí no hay trajes de animal.
Yukiko sacudió su cabeza de lado a lado.
—No me lo estoy inventando —dijo ella mientras sus sentencias comenzaban a
combinarse—. Realmente estaba ahí. Realmente era un conejo, y no era un traje de
conejo normal. Estaba sucio, y su rostro quemado. Era como una especie de monstruo. Y
venía hacia mí.
Yoriko miró a su rostro por un momento. Entonces se giró hacia el coordinador y
dijo:
—Bueno, echemos un vistazo. Sea lo que fuera, vio algo —la mánager puso sus
manos sobre los brazos de Yukiko—. Tú quédate aquí, Yukiko-chan. Nosotros iremos a
dar un vistazo. Sólo espera aquí.
Yukiko balanceó su cabeza una vez.
Mientras Yoriko y el hombre de mediana edad desaparecían por el corredor de la
exhibición, pensó:
«¿Qué si ese siniestro conejo está intentando traer algún terrible desastre sobre
nosotros?».
Ya era muy tarde para detener a la mánager y el coordinador; ya habían entrado a la
exhibición. Pero ahora a Yukiko le preocupaba haberlos enviado al peligro.
Respirando con expectación, miró y esperó el resultado.
No sabía cuánto había estado esperando cuando miró hacia arriba y vio a Yoriko y
el coordinador delante, ambos aparentemente ilesos.
Yoriko le dedicó una sonrisa a Yukiko y dijo:
—Puedes relajarte. No había nadie ahí. No había conejo... Ni siquiera un ratón —
se giró hacia el coordinador—. Sea quien haya sido, debió salir corriendo.
—Aunque es raro —dijo el hombre—. Esta es la única entrada y salida de la
exhibición. La salida de emergencia que hay atrás está bloqueada, y no hay nada más que
paredes de concreto.
Yoriko y el hombre intercambiaron una mirada que parecía decir: «Quizá Yukiko
simplemente estaba viendo algo que no existía».
Su mánager la miró con preocupación.
—Yukiko-chan, has estado trabajando muy duro recientemente.
Yukiko no podía hacerse una idea de a dónde había ido el conejo. Quizá Yoriko
tenía razón; puede que el conejo fuera sólo un espectro conjurado por su cabeza.
Entonces la idol rechazó sus dudas.
«No. Eso no fue un truco de mi mente».
El monstruo dijo su nombre. Había ido por ella.
La inquietante cara semiderretida se había grabado en sus retinas, pero la verdadera
fuente de su certeza era el distintivo olor repulsivo que seguía aferrado al interior de su
nariz.

Sentada frente a una mesa de una cafetería cercana a la estación subterránea Akasaka-
mitsuke, Domoto Yoriko lentamente bebía su té de limón enfriado.
Delante de ella estaba un fornido caballero en sus cincuentas: Kanda de Kanda
Projects, la agencia de talentos a la que pertenecía Tsukioka Yukiko.
Yoriko pasó el resto de su té y reunió su determinación antes de decir:
—Esperaba que considerara dejar que Yukiko-chan tome algo de tiempo para
descansar y recuperarse. Sé que es un momento crucial para su carrera, y que ella no será
capaz de olvidar todas sus responsabilidades, pero me gustaría al menos aligerar un poco
su agenda, incluso sólo un poco.
—Entiendo lo que dices, Yoriko-kun. Pero si relajamos ahora el paso de Yukiko,
será peor para ella a la larga —su voz era baja y calmada, y daba golpecitos con el dedo
en la mesa—. Coincido en que Yukiko está fatigada. También comprendo que te
preocupas por ella como una madre se preocuparía por su hija, si no es que más. Pero
ahora mismo Yukiko necesita ir a toda marcha, incluso si eso implica tener que
presionarse. He estado en este negocio por un largo tiempo, por lo que sé que con chicas
como Yukiko todo depende del primer arranque. Por ahora ha sido afortunada, su sencillo
de debut tuvo buenas ventas y ya ha llegado un comercial. Atrae mucha atención debido a
su singular posición como la única idol de estilo inocente que persevera contra la
tendencia actual. Si no hacemos de su éxito algo duradero, la siguiente cosa que sabremos
será que es parte del pasado.
Yoriko asintió ante cada uno de sus puntos, pero eso no significaba que estuviera
de acuerdo con todo lo que dijo.
Kanda descubrió a Yukiko mientras ella trabajaba para una agencia de modelaje en
otra parte del país, e hizo mucho para que el líder de esa agencia la entregara. No era
sorpresa que invirtiera tanto cuidado y entusiasmo en ella.
Yoriko sentía lo mismo.
Pero lo que Yukiko más necesitaba ahora no era un futuro estrellato. Necesitaba
descansar.
Sin rendirse, Yoriko le dijo a Kanda todo lo que había pasado en la tienda
departamental. Entonces dijo:
—Yukiko-chan está tan exhausta que ha comenzado a alucinar. Por favor,
considere su situación. Aún tiene sólo diecinueve, es sólo una niña. No sabe más.
Nosotros somos los adultos; si le decimos que lo siga intentando porque es por su bien,
escuchará. Terminaremos obligándola a presionarse más allá de sus límites, ¡cuando lo
que deberíamos hacer es obligarla a descansar! Seguro debe saber que tengo la razón.
Ella chocó sus palmas contra la mesa. El tazón del azúcar y las tazas y los platillos
saltaron, haciendo un tremendo estrépito.
El resto de clientes giraron hacia su dirección con rostros sorprendidos.
Lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Yoriko.
Kanda se llevó la mano a la barbilla, entonces gruñó y se desplomó sobre su silla.
—De acuerdo, Yoriko-kun —dijo él—. Hablaré con Yukiko. Quiero escuchar qué
tiene que decir.
Yoriko asintió, como diciendo «Eso tendrá que servir».

Yukiko despertó con un respingo.


Miró el reloj que tenía al lado de la cama. Tres de la mañana. Su alarma no sonaría
hasta dentro de dos horas.
Sudor nocturno se aferró a su frente. Debió estar soñando, aunque no podía
recordarlo.
Había un libro de bolsillo a medio leer al lado de su almohada.
Yukiko se sentó sobre la cama.
Debió quedar dormida mientras leía. Creía que debió ser como a la una de la
mañana, lo cual implicaba que sólo había dormido dos horas.
«Tengo que volver a dormir» se dijo ella. «Mañana será otro día duro».
Se recostó y cerró los ojos. Pero ahora que había despertado, el sueño no volvió
con facilidad.
Tras un rato, Yukiko dejó de intentar dormir. En su lugar simplemente reposó.
Obligarse a dormir habría gastado más energía. Le era mucho más fácil tan sólo
descansar hasta que fuera hora de levantarse.
Yukiko miró a través de la oscuridad a la pared que estaba al otro lado, pensando
sobre los eventos recientes de su vida.
Cuando su comercial salió al aire, sus antiguos compañeros de clase, que no la
habían contactado desde su debut, se juntaron para mandar un ramo de flores con una
carta firmada por todos.
Recibió solicitudes de entrevista de casi cada revista semanal para hombres que
había.
En las reuniones de su próximo comercial conoció a un patrocinador que
amablemente le dio una gran cantidad de avisos.
Y...
Y ahí estaba esa otra cosa.
Ese siniestro traje de conejo apareció en su mente sin ser invitado.
Había intentado e intentado obligarse a olvidar. Una y otra vez se dijo a sí misma
que el conejo era, como dijo Yoriko, producto de su imaginación.
Tras unos pocos días, Yukiko finalmente comenzaba a creer que el espantoso
conejo no podía ser real. Pero ahora, en ese momento, estando sola en la cama, la figura
apareció en el ojo de su mente.
El costado derretido de la cara del conejo se hacía incluso más perturbador debido
a la antigua adorabilidad del traje de animal. Su pequeño y redondo cuerpo posiblemente
fue adorable, pero su siniestra aura similar al miasma hacía que se sintiera como un
espíritu maligno.
Entonces llegaba ese olor, poderoso y crudo, el cual aún permanecía en las fosas de
Yukiko.
La cantante sacudió la cabeza con fuerza, esperando dispersar la creciente visión
del conejo de sus pensamientos.
Quien sea o lo que sea que fuera, el conejo se había desvanecido de la exhibición
sin dejar rastro, cual bocanada de humo que se disipa en el aire.
¿Eso significaba que, cual humo, el conejo podía ir a cualquier sitio a través de
cualquier grieta?
Ese escalofriante pensamiento la incitó a ponerse de pie.
Su departamento de dos habitaciones era lujosamente espacioso para una mujer que
vivía sola.
Con rápidas pisadas se movió hacia la sala de estar y encendió las luces, y luego la
TV.
Presionó el botón de reproducción de su videograbadora, la cual ya tenía una cinta
dentro. «Edward Manostijeras», una de las favoritas de Yukiko, comenzó a reproducirse.
Edward, interpretado espléndidamente por Johnny Depp, poseía filos de tijera en
lugar de manos, lo cual lo mantenía apartado de los humanos normales.
Yukiko era una gran fan de Depp, en gran parte gracias a esa película.
Su ansiedad pronto fue apaciguada por las luminosas luces de su sala de estar y el
consuelo de ver su película favorita.
Se sentó en el sofá y rápidamente quedó absorbida.
Johnny Depp intentaba abrazar a Winona Ryder, pero no podía completar el gesto
por miedo a lastimarla.
Era una escena muy triste. Sin importar cuántas veces Yukiko la viera, siempre
lloraba.
Una de las cosas buenas de vivir sola era que podía chillar tan libremente como
quisiera sin tener que preocuparse de que alguien la viera.
Aspirando con su humedecida nariz, se recostó en el sofá y eventualmente derivó
hacia un pacífico descanso.

Yukiko no sabía cuánto había estado dormida cuando un sonido la despertó.


A través de adormilados y casi cerrados ojos vio que las luces de su sala de estar
habían sido apagadas. Las cortinas que cubrían la puerta de vidrio deslizante que daba a
su balcón brillaban tenuemente debido a las luces de la calle.
Justo cuando decidía volver a dormir, una silueta pasó por las cortinas. O al menos
eso es lo que creyó ver.
Parecía una persona rechoncha con un gran estómago redondo y una distintiva cara
redonda. De la cima de su cabeza sobresalían dos largas protuberancias delgadas,
similares a cuernos, que se agitaban.
Era el conejo. Era la sombra del conejo.
Mientras el sueño inexorablemente la jalaba de vuelta a su agarre, experimentó
horror en su estado más puro y primitivo.
Yukiko y Yoriko estaban sentadas una al lado de la otra en un sofá del área de recepción
de la agencia de talentos.
A pesar de ser gestionada por Kanda Projects, Yukiko sólo había visitado esa
oficina unas pocas veces, pues sus lecciones vocales y de baile siempre ocurrían en una
localización separada.
Se sentía extrañamente incómoda ahí.
Al poco tiempo el presidente de la agencia, Kanda Hiroshi, apareció cerca de la
pared de archivadores y estanterías de metal que separaban el área de recepción del
espacio de trabajo principal.
Kanda debía tener más de cincuenta, pero su rostro se mantenía suave y reluciente
hasta un extremo desagradable.
Él se sentó en otro sofá, encarando a las dos mujeres.
Yoriko le saludó y, sin charla previa:
—¿Pensó en lo que discutimos antes?
Kanda parpadeó un par de veces a modo de burla.
—¿Te refieres a que Yukiko tome un descanso? —se giró hacia la cantante—.
Bueno, Yukiko, ¿tú qué opinas? Yoriko-kun me ha pedido que te dé tiempo para
descansar, pero me gustaría oír tu opinión.
Yukiko, mirando a Yoriko, respondió:
—No quiero un descanso. Sé que ella se preocupará por mí, y lamento hacerle eso,
pero sólo quiero seguir haciendo mi trabajo.
—No tienes que hacer esto —rogó Yoriko, tomando la mano de la cantante con la
suya—. Esto es sobre tu bienestar personal. Esto va más allá de ser una idol. Tienes que
pensar en ti misma. Si esperas hasta que hayas arruinado tu salud, ya será muy tarde.
Yukiko apretó la mano de su mánager.
—Entiendo —dijo ella—. Créeme que sí. Pero concentrarme en mi trabajo es la
mejor forma de ayudarme a salir de esto. Tomar un descanso suena razonable, pero
realmente podría empeorar las cosas.
Kanda se puso de pie y dijo:
—Entonces está decidido. La agenda de Yukiko proseguirá sin cambios. Pero
nosotros mantendremos un ojo adicional cerca de ella. ¿Verdad, Yoriko-kun?
La mánager, derrotada, se puso de pie y asintió de mala gana.
—Bien. Eso es lo que haremos —y entonces se giró hacia Yukiko—. Tu grabación
para Music Standby es hoy. Me adelantaré a la estación. Pero, por favor, si en algún
momento resulta ser demasiado, no dudes en decírnoslo.
Yukiko sonrió y dijo:
—Ahí te veré.
Cuando Yoriko se fue, Kanda invitó a Yukiko a que se sentara a su lado. Ella
rápidamente aceptó.
Él, con una sonrisa despreocupada, dijo:
—Yoriko-kun siempre se preocupa por todo. Eso puede ser algo bueno, pero a
veces lo lleva demasiado lejos —le guiñó el ojo, como diciendo «¿Qué se le puede
hacer?», y entonces añadió—. Por cierto, tengo un regalo para ti. Algo con tu nombre
llegó aquí esta mañana —Kanda se estiró hacia la mesa que estaba entre los dos sofás y
tomó un paquete; la caja estaba envuelta en papel blanco, era como de treinta centímetros
por cada lado—. Ábrelo y echa un vistazo —dijo Kanda—. Yo ya lo hice, y debo decir
que es muy lindo.
Abrió la caja y cayó un conejo.
Yukiko jadeó.
El conejo era una figura de cuerda de como veinte centímetros de alto. Sus largas
orejas se alzaban y caían mientras marchaba por la mesa, y golpeteaba unos palitos contra
un tambor que cargaba en el estómago.
—¿Y bien? —dijo Kanda—. ¿Tenía razón? Es lindo, ¿no?

«Ya tuve suficiente de ese hombre»<i> pensó Yukiko, maldiciendo silenciosamente a su


monstruoso jefe mientras caminaba hacia la estación de televisión.
De todo lo que podía ser, tenía que ser un juguete de conejo.
«¿Qué tan poco le importo?».
Había sido atormentada por visiones del conejo por días. Comenzaba a afectar su
vida diaria. Aun con eso, Kanda sacó con emoción ese juguete de conejo. Debió saber
que eso no era algo que quisiera ver.
Sacudió la cabeza de izquierda a derecha mientras su mente volvía a ese conejo de
cuerda que se marchaba tamborileando.
Sólo recordarlo le volvía dar escalofríos.
Yukiko apuró el paso sin darse cuenta.
Lo único que podía hacer era dirigirse al estudio donde Yoriko le esperaba.
Su mánager entendería cómo se estaba sintiendo.
La estación de televisión estaba cerca del bullicioso distrito comercial de Akasaka,
lo suficientemente cerca de su agencia de talentos para hacer que caminar fuera su única
opción.
Podría haber tomado un taxi, pero no quería incordiar a un conductor con un viaje
por la tarifa mínima. Además, sentía que no estaba haciendo suficiente ejercicio y pensó
que una pequeña caminata le haría bien.
Pero incluso si molestaba a un conductor, debió tomar un taxi. Eso o insistirle a
alguien de la oficina para que caminara con ella hacia la estación de TV, pues sólo
minutos después de casualmente decidir abandonar sola y a pie la oficina volvería a ser
confrontada por un horror que hiela la sangre.

«Algo está mal» pensó Yukiko.


Acababa de entrar a un camino lateral cercano a la estación de tren.
Pequeñas tiendas llenaban la estrecha y somnolienta calle. Algunas eran residencias
pequeñas de dos pisos, tiendas familiares que tenían sólo viejos letreros maltratados por
el clima para anunciar su presencia. Otros eran verdulerías que tenían fuera contenedores
con frutas y verduras, pero no había compradores ni propietarios a la vista.
La calle estaba tan silenciosa que hacía que el bullicio y ruido del distrito
comercial cercano pareciera nunca haber existido.
Yukiko siempre iba por esa calle cuando caminaba a la estación de TV, y reconocía
inmediatamente que algo estaba mal; aunque no sabía qué.
Algo estaba fuera de lugar en esa calle tan familiar. ¿Pero qué era?
Yukiko se detuvo para observar.
Ahí estaba la dulcería que siempre parecía estar bajo la vigilancia de la misma
anciana cada vez que Yukiko pasaba.
Al lado de la tienda había un puesto de cigarrillos, una verdulería, y una zapatería.
A Yukiko le gustaba que esa calle nunca estaba atareada.
A unas pocas docenas de metros había muchedumbres, pero esa calle parecía haber
sido abandonada en una época pasada. Le ofrecía nostalgia y una especie de soledad
reconfortante. Pasar por esas viejas tiendas frecuentemente le recordaba su ciudad natal.
Pero ese día se sentía fría y poco acogedora.
Incapaz de localizar la causa de ese cambio, Yukiko pensó «Oh, bueno», y volvió a
caminar.
Unos pocos pasos después volvió a detenerse.
Un grupo de niños emocionados se había reunido en el otro extremo de la calle.
Había tal vez diez, que saltaban y reían con felicidad.
«Eso es lo que es diferente» se percató Yukiko.
Los niños usualmente no van ahí a jugar. Cuando giró a esa calle, debió verlos de
reojo; y esa impresión que quedó en su subconsciente transformó la calle en algo poco
familiar.
«Eso debe ser lo que es diferente. Estoy segura».
Habiendo resuelto el misterio, el espíritu de Yukiko se aligeró.
Caminó hacia los niños con un suspiro de alivio. Cada uno sostenía un globo rojo.
Alguien en el centro del círculo que formaban los estaba entregando,
probablemente para promocionar alguna tienda departamental cercana.
La visión le recordó su propia niñez a Yukiko. Entregar globos en una esquina era
una forma común de las tiendas para promocionar su negocio y, para su deleite, de niña
había recibido muchos globos de esa manera.
Una vez eso la había hecho tan feliz que comenzó a saltar, y el globo se escapó de
su mano y flotó hacia el cielo.
Yukiko se aproximó al círculo de niños con la esperanza de conseguir un globo.
Por los viejos tiempos.
Fue entonces cuando la figura oculta del centro del círculo se puso de pie.
Era una persona en un traje de mascota animal. Casi el doble de alto que los niños.
Hasta ese momento había estado arrodillado para entregar los globos.
Yukiko se congeló.
Cerró los ojos inmediatamente. Algo de su interior le decía que no debía mirar.
Pero sus ojos desobedecieron. Se abrieron lentamente.
«¿Por qué no puedo mantener mis ojos cerrados?» se preguntó con creciente
pánico. «No debo mirar. ¡Lo sé!».
En cuanto sus párpados estaban medio abiertos, su mente reconoció qué es lo que
estaba viendo.
El traje de animal tenía un cuerpo redondo, una cabeza excesivamente grande, y
dos largas y delgadas orejas. Era un conejo.
Era EL conejo. La fuente de su horror. La cosa que le había enseñado a temer como
no creía posible.
Permanecía ahí, justo ante sus ojos.
Por un momento se preguntó si la figura de Kanda había crecido hasta ser diez
veces más grande para aparecer ante ella.
Ese pensamiento la dejó más perpleja que temerosa.
Pero sus ojos no tardaron en abrirse al completo, mirando al conejo sin parpadear.
Su cabeza se giró crujiendo para fijar sus redondos ojos en Yukiko. Su ojo derecho
estaba distorsionado y caído.
No había sitio para dudar ni negar. Era el mismo conejo que había deslizado sus
desagradables manos sobre su gemela de tamaño real.
Parecía reconocerla.
Las orejas del traje se animaron cuando sus ojos se encontraron.
Yukiko retrocedió lentamente manteniendo sus ojos fijados en el conejo, cuidando
no hacer movimientos repentinos que pudieran provocarlo.
Tras un excruciantemente largo y horrorizante rato, logró dar la vuelta y quedar a
espaldas del conejo.
Rápidamente dio la vuelta y se escabulló a otra calle.
Salió a una vía pública principal llena de su típico tránsito de autos y multitudes.
La estación de TV estaba justo cruzando y yendo un poco a la derecha.
Yukiko se dio unas palmaditas en el pecho y exhaló con alivio.
Yoriko estaba dentro de la estación, acompañada por miembros del equipo, de los
cuales la mayoría le eran conocidos.
Una vez entrara, estaría a salvo.
Yukiko subió corriendo las escaleras del cruce de peatones ascendente.
Si hubiera mirado sobre su hombro, habría visto algo que haría que su corazón
saltara de su pecho.
Algo parecía seguirla unos pocos pasos por atrás. Cuando ella iba más rápido, él
también iba más rápido. Cuando ella iba más lento, él también iba más lento. Su
perseguidor mantenía cuidadosamente la distancia que había entre ellos. Parecía estar
disfrutando la persecución.
Era, por supuesto, el conejo.
La perseguía con pasos casi inaudibles.

Sin aliento y con sus hombros agitados, Yukiko llegó a la entrada de la estación de TV.
Tanto su miedo como su preocupación se desvanecieron, y sus piernas se debilitaron.
Caminó hacia las puertas delanteras poniendo fuerza a cada paso.
Vio su reflejo en el vidrio. Su cabello era un desastre, su piel estaba manchada, y
sus ojos hundidos. Parecía una persona completamente distinta.
«Así me veo tan vieja» pensó ella con una sonrisa de autocrítica.
Entonces la pequeña sonrisa se congeló.
Había otro reflejo junto al de la exhausta mujer: el del conejo.
Yukiko se tragó un chillido de sorpresa.
El conejo permanecía justo a su lado, acechándola como un fantasma. Su sonrisa
parecía estar dirigida a su horrorizada expresión.
«Me siguió. Me siguió todo este tiempo, y nunca me di cuenta».
El miedo que había mantenido en su interior ahora se liberó, viajando por su
cuerpo y llenando su consciencia. Su rostro se contorsionó y el chillido que se tragó
volvió como un grito carente de estructura.
Corrió a toda velocidad hacia la estación de TV. Tan salvaje era su expresión y tan
enloquecida su carga que el guardia de seguridad no pudo detenerla.
Bajó las escaleras aún gritando y entró a la habitación verde del sótano, donde
colapsó en los brazos de una perpleja Yoriko.
La mánager tambaleó medio paso, pero fue capaz de atrapar a la perturbada
cantante.
—¿Qué sucede? —gritó Yoriko—. ¡Yukiko-chan! Contrólate. ¡Contrólate!
Le dio una bofetada en la mejilla a Yukiko.
Yukiko la miró impactada, con los ojos abiertos al completo; y entonces éstos
comenzaron a llenarse de lágrimas.
—Yukiko-chan —dijo Yoriko—, mírame. ¿Puedes calmarte y decirme qué pasó?
Por favor, Yukiko-chan.
Sin apartar la mirada, la cantante asintió dos veces con la cabeza. Sus labios
temblaron y su mejilla derecha se contrajo.
Tras pasar saliva en seco, obligó a responder a su contraída garganta:
—El... conejo. Era el conejo. Me siguió aquí. Vino a este sitio. Sigue aquí, en algún
lado. Lo sé.
Incapaz de controlarse más, se cubrió el rostro con las manos.
Yoriko, al escuchar las palabras «el conejo», pensó:
«No esto otra vez. Otra alucinación. Esta extenuación es demasiado para ella».
Sentía una especie de lástima despiadada por la cantante bajo su cargo.
A ojos de Yoriko, Yukiko seguía siendo una niña; una niña que había sido
sumergida en la tumultuosa vida que suponía estar en la industria del entretenimiento. La
joven cantante había sido empujada hasta el punto de quiebre física y mentalmente.
En un intento de tranquilizar a Yukiko, la mánager caminó hacia la puerta con
movimientos exagerados.
La abrió.
—Aquí, mira —dijo Yoriko—. No hay nada ahí. No hay nadie en el pasillo.
Yukiko, temerosa, miró a la puerta. Como Yoriko dijo, no había nada fuera de lo
ordinario.
Pero..., pero.
El conejo que la perseguía implacablemente no era una alucinación. Yukiko estaba
segura de eso. Su mugrienta y peluda mano había estado a punto de agarrar su hombro.
No había soñado ni imaginado eso. Realmente había pasado.
Caminó hacia Yoriko armándose de valor y pasó al lado de ella, llegando al salón.
No había nadie ahí.
—¿Lo ves? —dijo Yoriko con una brillante sonrisa—. Nada.
Aún incapaz de aceptarlo, Yukiko sacudió su cabeza y dijo:
—Pero...
—Sea como fuera, el conejo espantoso ya no está —dijo Yoriko en tono
tranquilizador—. Ya no tienes de qué preocuparte.
«Tiene razón» pensó Yukiko mientras sus nervios volvían a la normalidad. «El
conejo ya no está. Ya no tengo que temer».
Sintió que su corazón comenzó a relajarse, y sus hombros comenzaron a pesarle.
Se sentó en una silla frente a una mesa de maquillaje y dejó salir un profundo
suspiro. Entonces miró con vista ausente a una TV colocada en el techo que transmitía lo
supervisado por la cámara de un estudio que se encontraba arriba.
Yoriko la rodeó con su brazo y le habló suavemente al oído:
—Yukiko-chan —dijo ella—, una vez acabe tu aparición de hoy toma un pequeño
descanso, ¿bien? Debes estar exhausta. Y, ¿sabes qué?, yo también. Un pequeño descanso
nos hará bien a ambas.
Yukiko tomó la mano de su mánager y la apretó fuerte.
—Gracias. Tu preocupación significa mucho para mí, y es genial que me cuides.
Pero estoy bien. No estoy exhausta. Es el conejo lo que me inquieta, nada más.
Yoriko quería decir «Esas alucinaciones son prueba de tu extenuación», pero sintió
que decir eso sólo pondría más presión en la ya frágil mente de la chica, por lo que se lo
guardó.
Yoriko también apretó la mano de Yukiko y le dio unas palmaditas de «ya, ya» en
el hombro.
Yukiko se reclinó hacia atrás en la silla y miró al espejo de vanidad. Su rosto con
ojos hundidos era reflejado hacia ella.
«Sí me veo cansada» admitió para sí misma. «Yoriko tiene razón».
Sus labios formaron una sonrisa torcida mientras pensaba en que su mánager
conocía mejor su cuerpo que ella misma.
«Ella es realmente increíble» pensó Yukiko.
Giró la cabeza para mirar a Yoriko.
Sus ojos se encontraron. Asintieron la una a la otra sin dejar de mirarse.
«Yoriko-san se preocupa por mí como si fuera su propia hermana, y yo confío en
ella desde el fondo de mi corazón».
Yukiko repentinamente quería abrazarla.
En esta ciudad de desconocidos, Yoriko era la única persona que se sentía como
alguien de su familia.
Gruesas lágrimas comenzaron a caer de los ojos de la cantante y empañaron su
visión, de modo que ya no podía ver la imagen que se mostraba en la televisión del techo.
—No puedo creer que esté llorando de esta forma —dijo Yukiko secándose las
lágrimas—. ¿Qué me está pasando?
En el monitor varios empleados se encontraban construyendo el escenario para el
programa de música en vivo de las ocho.
Yukiko había estado en el programa unas cuantas veces, y siempre le gustaba ver
por adelantado desde el monitor de la sala de maquillaje. De esa forma podía decidir cuál
traje quedaría mejor el diseño y color del sitio.
Yoriko miró a la pantalla y dijo:
—Sin importar cuántas veces vea los escenarios que construyen para Music
Standby, siempre es deslumbrante.
Yukiko asintió.
—Si hubiera más programas como este —dijo ella—, sería de gran ayuda para
mejorar el negocio de las idols.
Las dos mujeres miraron con cierto grado de esperanza en los ojos a los bulliciosos
empleados.
—¿Eh? —dijo Yoriko mientras el monitor se oscurecía.
Alguien parecía haberse puesto justo delante de la cámara; probablemente algún
empleado torpe que casualmente se paró ahí sin darse cuenta de que alguien podría estar
viendo.
Pero pronto fue evidente de que no es que alguien estuviera parado ahí por
casualidad. Lo hacía a propósito.
Y entonces la persona se movió, inclinándose con la cara hacia el lente.
Yukiko sintió los pelos de su cuerpo ponerse en punta. Algo dentro suyo le decía
que apartara la mirada de la pantalla antes de que viera algo más.
«Es el conejo» se dijo a sí misma. «Tiene que ser el conejo. No debo mirar, sin
importar qué».
Pero, desafiando a su voluntad, sus ojos permanecieron fijados a la pantalla.
La cara apareció ante la lente como lo haría alguien jugando a las escondidas. Y,
como temía, no era la de un humano.
Era redonda y peluda.
Tenía dos grandes ojos abiertos al completo.
Tenía una boca curvada.
Tenía dos grandes dientes protuberantes.
Tenía dos largas orejas flacuchas.
Era el conejo. Era esa maldita mascota de conejo.
Yoriko dejó salir un pequeño jadeo.
Los ojos de Yukiko se abrieron tanto como pudieron.
La boca del conejo esbozó una sonrisa incluso más amplia. Dejó salir una
espantosa risa que fácilmente podría haber venido de una bruja o un monstruo fantasmal.
Uno de sus ojos había brotado de su cuenca. Pequeños parches de pelo estaban
quemados por aquí y por allí a lo largo de sus brazos.
Yoriko pensó:
«Ahí está. Ese es el monstruo del que Yukiko hablaba. Real, no imaginado. Ese es
el atormentador de Yukiko».
Yoriko gritó:
—¡Alguien, quien sea, que venga aquí!
Mientras Yukiko escuchaba a su mánager gritando por ayuda, sintió que su
consciencia se le escapaba.

—Hablé con un conocido que está en la fuerza policial —Kanda refunfuñó antes de hacer
una amarga sacudida de cabeza—. Como temía, el detective dijo que no era suficiente
para que hicieran algo.
Yoriko, exaltada, dijo:
—Pero mire cómo ha sido herida. ¿Causar angustia mental no es un crimen?
El presidente de la agencia volvió a sacudir la cabeza.
—No. Creo que tienes razón, el dolor mental y emocional es tan serio como el
dolor físico. Pero a menos de que ese conejo bastardo inflija daño físico y tangible, la
policía no actuará. Así es como es. Atemorizar a alguien no es ni un delito.
—¿Entonces qué podemos hacer? Si esperamos hasta que algo pase, ya será muy
tarde. Para empezar, ¿no se supone que la policía debería estar interesada en evitar que el
crimen suceda? Si no harán nada, tendremos que pensar en qué podemos hacer nosotros.
De lo contrario, Yukiko no podrá sentirse segura en ningún sitio.
La imagen del amenazante conejo siendo retransmitida desde el estudio
posiblemente permanecería con ella por siempre.
Sólo al verlo entendió el horror de Yukiko. No era una sorpresa que la cantante
estuviera tan fuera de sus cabales recientemente.
El conejo se había colado en la estación de TV y salido sin dejar rastro. Lo mismo
había pasado en la tienda departamental; el conejo desapareció apenas minutos después
de que Yukiko lo viera.
Tras llegar en respuesta a los gritos de auxilio de Yoriko, un grupo de empleados de
la estación de TV buscaron por todo el estudio, pero no encontraron ni cuero ni pelo sucio
del conejo.
No era simplemente alguien en un traje de animal. Era capaz de desviar y engañar
a un grado casi sobrenatural.
—Lo que tenemos que hacer —dijo Yoriko—, lo único que podemos y debemos
hacer, es formar nuestro propio escuadrón protector.
—¿No crees que eso es ir un poco lejos? —preguntó Kanda.
Él no había visto al conejo con sus propios ojos. Ni siquiera podía entender el
temor de Yoriko y Yukiko. Según su forma de verlo, estaban siendo un poco histéricas.
—No, no es ir muy lejos —dijo Yoriko—. Y lo haré con o sin su apoyo. De hecho,
ya decidí quiénes compondrán el escuadrón.
—¿En serio? —preguntó Kanda.
—Así es. Ya esperaba que usted no estuviera de acuerdo con mi plan, por lo que
me tomé la libertad de comenzar por mi cuenta —se giró hacia la puerta y prosiguió—.
Yuji-kun, ya puedes entrar.
La puerta se abrió lentamente, y entró dubitativamente un chico. Intentaba parecer
un adulto con su cabello largo y mirada perspicaz, pero apenas parecía ir iniciando la
preparatoria.
El chico inclinó su cabeza ante Kanda.
—Probablemente ya lo conoce —dijo Yoriko a Kanda—. Él es Oe Yuji, el
presidente del club de fans de Yukiko; los Niños de Nieve.
Kanda no había reconocido al muchacho, pero la introducción le dio una sacudida
a su memoria. Ya se habían encontrado, fue justo tras el debut de Yukiko cuando el
presidente del recién formado club de fans llegó a su oficina.
Yukiko continuó:
—Estoy seguro de que es consciente de cuánto ha hecho por nosotros. Organiza a
los miembros del club para asistir a los eventos de Yukiko de manera grupal, ayuda a
promocionar sus campañas, y mucho más.
—Ciertamente —dijo Kanda—. Estoy muy agradecido por eso —miró a Yuji,
quien bajó su cabeza para apartar la mirada.
—Sé que es pedirle mucho al club —dijo Yoriko—, pero sé que quieren ayudar, y
creo que deberíamos dejarles. ¿No es cierto, Yuji-kun?
El chico se puso firme, infló el pecho, y dijo:
—Déjenoslo a nosotros, Yoriko-san. Estamos preparados para dar nuestras vidas
protegiendo a Yukiko-san.
Kanda se echó un poco atrás debido al ímpetu militar que mostraba el chico, pero
también reconoció que era la actitud perfecta para un guardaespaldas ad hoc.
—De acuerdo —dijo Kanda—, lo haremos a la manera de Yoriko —miró al chico
antes de proseguir—. Contamos contigo.
Yuji asintió profundamente con la cabeza.
—Gracias, señor. Me aseguraré de que Yukiko-san tenga seguridad absoluta.
Reportaré las órdenes a mis subordinados inmediatamente.

Shimizu Kunio camiba por la pobremente iluminada calle, saboreaba una sensación
similar a la realización.
Un elegante edificio de departamentos era visible entre los huecos de la
meticulosamente cuidada fila de arbustos que había al lado de la calle.
Cuando Kunio pensaba en que Tsukioka Yukiko estaba en alguna parte de ese
edificio, sentía placer brotar desde las profundidades de su pecho. La sensación era lo
suficientemente poderosa para hacerlo temblar.
«Me alegra tanto haberme unido al club de fans» pensó Kunio fervientemente.
Su apasionado soporte por Yukiko había sido recompensado.
Si no se hubiera unido al club de fans ni hubiera sido activo en el círculo interno,
nunca habría acabado ahí; fuera de su departamento, con el honor de ser su protector.
Kunio miró a su reloj de muñeca. Eran las dos de la mañana. Yukiko
probablemente estaba dormida.
Kunio imaginaba a la idol vistiendo una pijama con algún patrón adorable,
respirando suave y adorablemente mientras dormía.
Seguía vigilando para asegurarse de que ella pudiera permanecer en paz hasta que
llegara el día.
Kunio se había unido al club de fans de Yukiko hacía casi medio año, y siempre la
animaba ruidosamente en sus eventos. Su apasionado apoyo captó la atención de la
administración del club (específicamente de Oe Yuji, líder del círculo interno), por lo que
fue invitado al grupo de élite de los fans más apasionados de Yukiko.
Estar en el círculo interno no era fácil, y el privilegio llegaba con reglas rígidas y
serias expectativas. Tenían que despejar sus vidas para que encajaran con la agenda de
Tsukioka Yukiko.
Dejó de ser dueño de sí mismo en cuanto entró.
Yuji le había dicho: «Tsukioka Yukiko-san es un tesoro, uno que debemos proteger
incluso al coste de nuestras vidas. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para
apoyar a Yukiko-san y hacer que se convierta en una estrella incluso más grande. Debes
entender que cuando te unes a nosotros pierdes tu libertad personal».
Kunio había asentido profundamente. Sintió que los músculos de su espalda se
tensaban.
Tras graduarse de la preparatoria encontró trabajo en una fábrica cercana, pero no
quedó satisfecho. Sentía que tan sólo seguía el flujo de la vida.
Todo cambió en el momento que vio a Yukiko en la TV. Por primera vez se sintió
completo. La transformación en su vida fue como si una pantalla monocromática pasara a
mostrar todos los colores.
Su tedioso trabajo de la fábrica se hacía fácil cuando pensaba en éste como algo
que hacía por ella.
Estaba dispuesto a darle todo, así de valiosa era ella para él.
Casi cada momento no invertido en el trabajo era invertido en apoyar a Yukiko y
animarla.
Compraba sin falta cada nuevo CD y libro de fotografías que salía, sin atrasarse ni
un día.
Cuando tenía un evento o espectáculo local, nada podía evitar que fuera a verla.
¿Por qué era atraído por ella con tanta intensidad? Probablemente porque
compartía algunas de sus cualidades negativas, en particular la timidez y la introversión.
Sin importar cuál fuera la razón, su pasión como fan lo condujo a su club de fans,
hizo que lo invitaran al círculo interno, y ahora se encontraba manteniendo guardia fuera
de su departamento.
La jerarquía estaba firmemente establecida incluso dentro de ese círculo interno, y
la buena conducta era una prioridad. En esos grupos ser un miembro de la élite no
significaba que pudieras acercarte más al sujeto de su causa. De hecho, debían mantener
una mayor distancia que el fan típico.
La cima de la administración lograba estar en términos conversacionales con ella,
pero para nuevos reclutas, como Kunio, siquiera hablarle sería un sueño dentro de otro
sueño.
Pero ahora ahí estaba, vigilándola en la noche. ¿Cómo podría un fan ser más
bendecido?
Kunio no sabía por qué vigilaba. No tenía ni la más remota idea. Las órdenes de
Yuji eran que vigilara el área alrededor del departamento de Yukiko hasta la mañana. Tan
sólo eso. A Kunio no le correspondía hacer preguntas, ni pensó siquiera en hacerlas.
Le alegraba simplemente estar cerca de Yukiko, sin importar cuáles fueran las
circunstancias.
«Lo que debo hacer», pensó él, «es permanecer atento para que Yukiko-san pueda
dormir sin preocupaciones».
Incluso si sus pensamientos se desviaban romantizando su cargo como protector, su
sentido del deber ardía dentro de él cual llama viva.
Mantenía un ojo atento en las oscuras calles.
«Tal vez algún fan trastornado y malicioso la está acosando por el vecindario. Mi
misión podría ser protegerla de él».
Kunio se preguntó cómo sería si fuera esa clase de fan. ¿No estaría en algún sitio
cercano, acechando por el vecindario, esperando cumplir un siniestro objetivo?
«¡No lo permitiré!».
Incluso si pensaba eso, otra parte de él combatía con la posibilidad de que algún
giro del destino pudiera convertirlo en la clase de persona que debía detener.
Y así, mientras llevaba a cabo las órdenes de su comandante, y a pesar de que
estaba impulsado por su deber de proteger a Yukiko, sus contradictorias emociones se
arremolinaban en su interior sin dar señales de que fueran a parar.

Un crujido se produjo en los arbustos.


Alguien se ocultaba en las sombras.
Por lo que Kunio podía ver, la figura acechante estaba agachada y completamente
inmóvil.
El intruso parecía intentar ver dentro de los departamentos.
Kunió pensó: «¿Es ese el bastardo que está acosando a Yukiko-chan?». Entonces,
sin dubitar, tomó una decisión.
«¡Lo perseguiré!».
Kunio se aproximó a la figura sospechosa con pasos silenciosos.
Consiguió un mejor ángulo de los arbustos y vio que, en efecto, alguien estaba
agachado ahí.
Esa no era una persona normal. Era gigante.
La determinación de Kunio flaqueó por un momento, y tragó una bocanada de aire.
El intruso debió sentir que alguien estaba cerca, pues se alzó rápidamente.
Tenía cuerpo peludo, overol de mezclilla, y una cara redonda el doble de grande de
la de un hombre.
«¿Qué?» pensó Kunio, sintiéndose casi decepcionado. «Es alguien en un traje de
conejo».
¿Qué amenaza potencial podía ser para Yukiko una persona en traje de conejo?
Kunio sólo había visto mascotas entregando globos a niños, o volantes a transeúntes.
Eran amigos de los niños.
Kunio estaba confundido. Se preguntó a sí mismo: «¿Qué hace aquí alguien en
traje de conejo? ¿No debería estar en la zona de entretenimiento de una tienda
departamental? Y es plena noche».
El conejo se giró hacia Kunio repentinamente. Es entonces cuando vio la cara.
Lo que había asumido que sería un adorable conejo caricaturesco era en realidad
una cosa monstruosa a medio derretir.
Kunio retuvo un grito.
Las orejas del conejo se alzaron.
El intento de guardaespaldas entendió instintivamente lo que significaba: el conejo
iba a atacar.
Kunio dio un paso atrás, y luego otro.
El conejo se abrió camino balanceándose por una apertura de los arbustos, y
entonces emergió.
Las piernas de Kunio se congelaron al ver al conejo gigante.
«Te-tengo que correr. Tengo que correr ahora».
Eso se dijo a sí mismo, pero su cuerpo se rehusaba a escuchar. Su único
movimiento era el temeroso temblor de su cara.
Por primera vez en su vida, Kunio conoció el verdadero terror.
El conejo caminó hacia delante lentamente, deteniéndose justo delante del
muchacho.
Un olor perforante y repulsivo brotaba del traje.
El conejo, con una voz ronca e inhumana, dijo:
—Estás temblando.
Kunio creyó vislumbrar dos ojos malvados mirándolo desde la boca del conejo.
El conejo alzó una mano peluda y agarró a Kunio del hombro.
La mano se sentía suave y gomosa.
El cuerpo de Kunio volvió a moverse en ese instante. Sacudió su hombro,
empujando la mano del conejo, y se arrojó a la criatura con un grito de batalla carente de
palabras.
Su propio terror lo empoderaba, y se encontró lleno de una fuerza que no sabía que
poseía.
El conejo cayó hacia los arbustos, y Kunio cayó con él.
El joven se sentó a horcajadas sobre el conejo, y puso sus manos alrededor de su
gordo cuello.
Al otro lado de la arañada tela sintió un cuello humano inesperadamente esbelto.
Todo lo que tenía que hacer era retorcer.
Puso toda su fuerza en la labor, ahorcando al conejo tan fuerte como pudo.
El conejo agitó sus brazos y piernas.
Sudor se resbalaba por la frente de Kunio mientras seguía retorciendo.
Es entonces que la tierna boca del conejo se torció en un gruñido torcido, y una voz
áspera salió:
—Te... mata... ré —la voz rasposa, ahogada por la máscara, mandó un horror
incluso más profundo hacia Kunio—. Se me acaba el tiempo... No lo entenderías.
Veintiséis de septiembre. Su primera aparición en un escenario en vivo será en el techo
Marusho.
Kunio combatió la creciente urgencia de huir gritando, y en su lugar dejó todo lo
que tenía en retorcer el cuello del conejo.
La criatura balanceó un brazo y condujo una palma abierta hacia el rostro de
Kunio.
La cabeza de Kunio se inclinó hacia atrás. Sus brazos se debilitaron.
Entonces el conejo estaba de nuevo en pie, tomando al aturdido Kunio de ambos
hombros.
Sumió su gigante cabeza hacia el rostro del muchacho.
La cabeza del conejo se azotó contra la suya una y otra vez.
La cabeza del traje era una coraza construida con materiales ligeros, pero tras
suficientes golpes el rostro de Kunio comenzó a hincharse y sangrar.
Kunio ya no tenía capacidad de pelear, pero el enloquecido conejo seguía azotando
su cabeza contra el rostro del muchacho.
En cierto punto Kunio perdió la consciencia. La parte superior de su cuerpo se puso
flácida, y se mecía atrás y delante cual marioneta de madera. Cada movimiento era
impulsado por otro impacto.
Su rostro era un desastre desfigurado. Amplios ríos de roja sangre fluían libremente
desde sus ojos, su nariz, su boca, y de donde fuera que su piel tuviera una nueva apertura.
Una tos jadeante ocasional indicaba que seguía vivo.
El conejo tomó el ensangrentado rostro de Kunio con ambas manos y lo jaló hacia
el suyo. Entonces susurró:
—Le haré esto a cualquiera que intente meterse entre yo y Yukiko. No lo olvides.

Yukiko estaba sentada ante una mesa de maquillaje en la sala verde proveída a ella por el
equipo de la tienda departamental Marusho.
Mientras aplicaba maquillaje pensaba sobre su decisión de proseguir con el
concierto.
Ciertamente estaba asustada. Estaba muy asustada.
Sabía que debía haber rogado y suplicado por que cancelaran el evento, pero no
había hecho nada de eso.
Era en realidad lo último que quería hacer, incluso cuando su mánager le dio una
forma fácil de escapar. Había dicho: «Si no quieres hacer esto, no tienes que. Puedo
inventarme una excusa por ti».
Era una buena oferta, pero Yukiko veía el cancelar el espectáculo como dejar que
ese repugnante conejo ganara.
No quería perder, menos contra ese conejo. Su odio hacia su acosador disfrazado
había crecido hasta ser algo muy grande como para controlarse. ¿Qué mejor venganza
podría tener que realizar exitosamente un espectáculo en vivo?
La policía no había sido capaz de encontrar a Shimizu Kunio, un guardaespaldas
voluntario que había desaparecido fuera de su departamento.
Sólo la policía y los familiares directos del joven sabían de su desaparición. El
presidente del club de fans de Yukiko había hecho mucho para asegurarse de que los
medios permanecieran ignorantes de su fuerza de seguridad voluntaria.
Si los medios descubrieran la desaparición de Kunio, los reporteros estarían sobre
ella cual manada de hienas.
Que la culpen haría un gran escándalo.
A Yukiko le preocupaba que el conejo le hubiera hecho algo al hombre, aunque se
guardó el pensamiento. No le dijo ni a Yoriko.
Las verdaderas intenciones del conejo seguían siendo desconocidas. Lo único que
Yukiko sabía es que parecía obsesionado por ella. Quizá su meta final era hacerla suya. Si
ese era el caso, tenía sentido que hubiera atacado a Kunio por interferir.
Yukiko estaba convencida de que esa lógica era factible.
Por ahora el conejo sólo había aterrorizado a Yukiko apareciendo cerca suyo. Pero
era todo lo que había hecho. Inducía miedo en ella sólo para desvanecerse cual niebla.
Ese era su patrón consistente.
Pero ahora había atacado a alguien.
Incluso si esa persona interfirió, el cambio en la conducta del conejo era alarmante.
¿Finalmente había revelado su verdadera y violenta naturaleza?
No creía que eso hubiera pasado..., al menos no exactamente. En realidad creía que
el conejo estaba ahora preparado para conseguirla sin importar los métodos.
Yukiko se estremeció. Aparentemente aún no se había acostumbrado por completo
al horror.
«¿Vendrá aquí?» se preguntó a sí misma, y luego se respondió: «Lo hará. Estoy
segura».
Pero ya no iba a dejar que hiciera lo que quisiera. Iba a seguir con el concierto tal
como se tenía planeado. Y si el conejo llegaba, no estaría sola. El equipo de la agencia de
talentos estaba a mano, junto a Oe Yuji, que estaba ansioso por vengar a su camarada, y
un grupo de policías vestidos de civiles gracias a la insistencia de Kanda.
Seguramente serían capaces de subyugarlo.
Yukiko echó un vistazo a Yoriko, quien estaba sentada en un sofá cercano a la mesa
de maquillaje. Tenía una ceja alzada con preocupación.
La cantante le dio la sonrisa más brillante que pudo lograr y dijo:
—Yoriko-san, no intentes pensar mucho en eso. Si viene, vendrá.
Yoriko asintió, aceptando.
—Bueno, da un buen espectáculo hoy —dijo su mánager, sonando más
tranquilizadora de lo que ella habría podido lograr estando en su situación—. Eché un
vistazo a la audiencia, y los asientos están a tope. Oí que hay cientos que no pudieron
entrar.
—Me alegra oírlo —dijo Yukiko sin dejar de maquillarse—. A veces es fácil
olvidar lo agradecida que estoy de tenerlos —se estiró para alcanzar la vestimenta que
había elegido para el evento, y luego hizo una pregunta—. ¿Cuánto falta para que vaya?
Yoriko miró a su reloj.
—Como quince minutos.

Casi la mitad del techo de la tienda departamental Marusho había sido reservado para el
concierto en vivo. Los puestos de helado, yakisoba, y otras cuantas comidas habían sido
apartados, y una plataforma se erigía delante del espacio abierto.
Los espacios de eventos temporales organizados por tiendas departamentales
usualmente eran descuidados, pero Marusho se tomó el esfuerzo de hacerlo bien. El
andamio de la plataforma estaba completamente en su lugar, e incluso habían ensamblado
un armazón repleto de luces.
Unas cuatrocientas sillas habían sido proveídas, y todas estaban llenas. Había como
otros trescientos asistentes de pie. La gente incluso había llenado el área de
entretenimiento del techo, donde había un modesto carrusel, trenes en miniatura de un
asiento, y otras atracciones de pequeña escala.
Según el organizador del evento, Marusho jamás había tenido un evento tan
atendido.
Cuando Yukiko caminó de la sala verde al ala entre bastidores, miró a la
muchedumbre y no pudo evitar sentirse profundamente conmovida.
«Hay tanta gente» pensó ella. «Y están todos aquí para apoyarme».
Yukiko no se había convertido en idol por querer serlo. La agencia de talentos
había decidido que eso iba a hacer, no era una idea que proveniente de ella. «Idol de pop»
era simplemente un papel que tenía que cumplir. Pero cuando el derrame de emocionada
energía cinética de sus fans le recorría, se sentía agradecida por primera vez de haberse
convertido en una idol.
Ahora era su turno de recompensarles dando el mejor espectáculo que pudiera.
Concentró su mente en el espectáculo, y una determinación la llenó por completo.
Mientras siguiera siendo idol, tendría seguidores que no eran normales. Fans
desequilibrados se verían atraídos a ella..., y también pervertidos. Algunos incluso
podrían intentar amenazarla como el hombre del traje de conejo.
Yukiko sacó fuerza de la emocionada multitud y duplicó su firmeza.
«¡Me rehúso a dejar que me ganen!».

Un policía vestido de civil permanecía en su sitio, al lado de un ascensor de carga al


fondo de la sala donde ocurría el evento. Su trabajo era revisar a cada persona que entrara
o saliera del ascensor.
Pero no había recibido detalles concretos de sus superiores; sólo se le dijo que
estuviera atento ante «individuos de pinta sospechosa».
Sabía que una cantante idol popular llamada Tsukioka Yukiko hacía una aparición
en el techo. Pero, hasta donde sabía, no estaba ahí para protegerla.
Su mejor suposición era que se le había colocado ahí en caso de que hubiera una
estampida y pánico generalizado.
«Es una espantosa cantidad de escándalo por una chica» pensó él.
Se supone que ese día iba a descansar, por lo que no estaba particularmente feliz de
haber sido obligado a trabajar un turno adicional.
El policía una vez había visto a Tsukioka Yukiko cantar en televisión. Lucía afable
y poco destacable, y recordaba que su voz tampoco era algo especial. ¿Entonces por qué
tanta gente estaba yendo a ver a una chica tan ordinaria?
«El mundo está lleno de cosas que no tienen nada de sentido» pensó el oficial,
cuya mente era atípicamente cerrada para un hombre en sus veintes.
Es entonces cuando pasó.
Las oxidadas puertas metálicas del ascensor de carga se abrieron con un horrible
sonido chirriante.
El cuerpo del policía se puso rígido por un momento.
Desde el primer momento en el que vio la figura que salía del ascensor creyó haber
sentido una presencia maliciosa; algo muy horripilante para ser observado por el ojo
humano.
Pero lo que emergió fue tan sólo una mascota adorable, un conejo en overol. Sus
orejas permanecían completamente erguidas.
«Es tan sólo alguien en un traje» pensó con una mezcla de alivio y decepción
anticlimática.
El conejo probablemente era parte del parque de diversiones del techo.
El policía dejó salir un profundo suspiro.
Cuando estaba en el colegio tomó el trabajo de mascota por un día. También había
sido un conejo. Había sido un día sofocante en pleno descanso de verano, y el interior del
traje era más caliente que el infierno. Llevarlo por sólo una hora lo puso en un estado de
deshidratación.
El policía, con el nostálgico recuerdo de una penuria pasada, vio pasar caminando
al conejo.
Éste le hizo una pequeña inclinación y caminó hacia la escalera de emergencia que
conducía a la parte trasera del techo.
Notando que parches del pelaje del conejo estaban anudados, el policía murmuró:
—Alguien debería limpiar esa cosa.
«Debe dirigirse al techo a darle globos a los niños» pensó.
Pero algo le seguía molestando. ¿Por qué había sentido ese terror momentáneo
cuando vio al conejo?
Mientras inclinaba su cabeza con desconcierto, mantenía sus ojos en la puerta que
daba a la escalera por la que el conejo se había ido.
Yoriko, con una expresión de profunda preocupación, dijo:
—Aún no es tarde. ¿Podemos posponer esto de alguna manera?
—Yoriko-kun —dijo Kanda, frunciendo el entrecejo como diciendo «No de
nuevo»—, ¿por qué siempre tienes que ser así? Sabes que no podemos cancelar el
espectáculo ahora. Has estado lo suficiente en este negocio para entender por completo
qué pasaría si lo hiciéramos. Además, Yukiko está en espera, lista para iniciar, y con
buenos ánimos.
Kanda y Yoriko estaban sentados en la pequeña oficina de la azotea que Yukiko
usaba como sala verde. Desde la ventana podían ver a la cantante de pie junto a la
plataforma, esperando la señal.
—Por supuesto, sé lo que pasaría —dijo Yoriko—, pero aun así digo que
necesitamos cancelarlo. Considéralo intuición femenina. No puedo quitarme de encima la
sensación de que algo horrible está a punto de pasar.
Kanda dejó salir un pesado suspiro y presionó las palmas contra sus rodillas.
—Déjame adivinar: ese conejo espectral volverá a aparecer, y atacará a Yukiko
como atacó a Shimizu-kun.
—No aprecio que se tome esto a la ligera —dijo Yoriko—. Lo digo en serio. Estoy
profundamente preocupada por lo que podría pasarle a Yukiko-chan.
Kanda puso su mano en el hombro de ella.
—Escucha. Entiendo cómo te sientes. No bromeaba. Realmente pienso que ese
conejo atrapó a Shimizu-kun, es por eso que convencí a mi amigo jefe de policías de que
nos asignara tres oficiales vestidos de civil para hoy. Los guardias voluntarios de Yukiko
están operando en grupos de dos, y les he asignado puestos por toda la zona del evento.
El equipo de seguridad de la tienda departamental está en alerta, listo para actuar cuando
algo pase. Si ese conejo aparece, no será capaz de poner un dedo sobre Yukiko.
Yoriko se sentía algo más tranquilizada por sus palabras, pero su expresión seguía
mostrando que no estaba convencida.
—Me preocupa ese conejo —dijo ella—, pero eso no es lo único que temo. Lo que
realmente me preocupa es toda esa gente —giró sus ojos hacia el océano de fans que
llenaban el techo.
—¿De qué estás hablando? —dijo Kanda, sorprendido—. Nos debería alegrar que
estén ahí. Ninguna idol inspira tanta emoción hoy en día. Tenemos que fomentar esta
clase de audiencia, no temerle.
El rostro de Yoriko permanecía sombrío.
—Podría haber pánico.
—¿Pánico?
—Así es —dijo Yoriko—. Piénsalo. El techo está lleno al completo. Si hay
oficiales de policía ahí, seguro no utilizarán armas de fuego —se ponía más y más agitada
conforme hablaba—. La multitud se extiende hasta las escaleras. Y están todos aquí con
un único propósito en mente: ver a Yukiko-chan. Incluso el menor accidente podría
convertirse en una catástrofe.
Su desapacible tono dejó inquieto a Kanda, pero dijo:
—Estás sobrepensando las cosas, Yoriko-kun. Como sea, el espectáculo comenzará
en cuestión de minutos, y acabará como en una hora. ¿Podemos tan sólo alegrarnos un
poco por su gran momento?
Yukiko, al costado de la plataforma, revisaba su vestimenta una última vez. Tenía
un suéter blanco de cuello alto sobre un vestido negro de pana. El vestido bajaba hasta
sus rodillas, revelando piernas atléticas envueltas en medias negras. En cuanto a su
calzado, decidió ponerse su par preferido de tacones negros.
Juntó sus manos y oró una pequeña plegaria para sí misma. Era algo que hacía
siempre antes de un gran evento, ya fuera una aparición en TV o un evento de apretón de
manos.
El atareado equipo de detrás del telón lucía nervioso.
El ingeniero de megafonía terminaba de preparar las cintas que contenían las pistas
de Yukiko mientras oía las órdenes que llegaban a sus auriculares.
Estaba por comenzar.
Los aclamos de los fans progresaban cual marea. Gritos, silbidos y pisadas
resonaban por todo el techo.
Este iba a ser el primer espectáculo en vivo de Yukiko y, mientras sentía la
anticipación del público, sus piernas comenzaron a temblar.
—Dios, por favor, cuidame —dijo en voz baja—. Por favor, permite que este
evento sea un éxito.
Entonces, emocionada, se giró hacia el escenario.
Los gritos de la audiencia comenzaban a sonar casi furiosos. Sus ganas de ver en
vivo a Tsukioka Yukiko los ponían más y más enloquecidos.

Un guardia de seguridad estaba discutiendo con varios fans en la entrada que lleva al
techo.
La multitud intentaba pasar, y los ánimos estallaron.
—Es de entrada libre —dijo un joven de cabello largo que estaba al frente del
grupo—. ¡No hay boletos! Déjenme pasar de una vez.
Empujó al guardia de seguridad en el pecho e intentó pasar.
El guardia rápidamente empujó hacia atrás al joven.
Mientras forcejeaban, el furioso fan rugió y gruñó, y un pequeño grupo de fans
empujó su espalda.
El guardia alcanzó la radio de su cinturón para poder llamar refuerzos. Pero antes
de que pudiera, sonó la aguda voz de un hombre desde debajo de las escaleras.
El techo era una cacofonía de sonidos de la multitud, pero de alguna forma esa
estridente voz perforó todo ese estrépito de la audiencia.
—¡Es Tsukioka Yukiko!
El primero en reaccionar fue el joven de cabellos largos que intentaba forzar su
entrada a través del guardia.
—Ella...¿Ella está allá abajo? —gritó, y giró para correr hacia las escaleras.
Esa fue la chispa. Todos los fans que no habían logrado ir al techo bajaron
corriendo las escaleras tras él.
Tiraron a un niño que jugaba en la zona plana donde las escaleras doblaban.
El niño comenzó a gritar y llorar, pero su voz sólo agitó a la multitud y los incitó a
correr más rápido.
Ahora no eran sólo los fans de la entrada. La audiencia entera se levantó de sus
asientos.
—Parece que Yukiko-chan no aparecerá en el escenario, sino en la exhibición —
dijo uno.
—¿No vendrá aquí? —chilló otro.
—Atrás de nosotros —gritó un tercero—. ¡Atrás de nosotros! ¡Yukiko está allá
atrás!
Un apasionado fan que había asegurado un asiento en primera fila parecía estar en
shock. Su cara se puso pálida.
»Entonces comenzó a empacar su cámara montada en un trípode, y corrió hacia la
escalera en un intento que llegar antes que el resto de la multitud.
Sillas plegables comenzaron a caer. Asistentes comenzaron a ser apartados y
tirados bruscamente por la alterada muchedumbre. Furiosos gritos se alzaban por todas
partes.
Una simple frase gritada por una persona descorazonada hizo entrar en pánico total
al área entera.
Kanda y Yoriko emergieron de la sala verde. Por unos segundos ambos quedaron
congelados ante el creciente caos, pero rápidamente recuperaron la compostura y
comenzaron a gritar órdenes al equipo de seguridad.
Yukiko por un momento no entendía qué estaba pasando. Hace un minuto estaba
lista para avanzar a la plataforma y dar el mejor espectáculo, y ahora gritos furiosos
llenaban el aire y sus fans se pararon todos a la vez.
Cientos de personas salieron corriendo simultáneamente y en la misma dirección,
cual manada de búfalos en estampida.
Yukiko, horrorizada, miró la estampida, pero por algún motivo sus emociones
permanecían en una calma absoluta.
En un momento pensó: «Esto es como esa escena de "El Rey León"».
Sin saber qué debería hacer, la idol volvió a la sala para buscar a Yoriko.
El evento probablemente sería cancelado. La estampida podría no pasar sin
heridos. Si eso pasaba, esos reporteros que parecen hienas llegarían buscando a alguien
para culpar.
Por esa razón, y muchas otras, esperaba que nadie saliera herido.
Cuando llegó a la sala verde, nadie estaba dentro.
Consideró volver al escenario, pero lo pensó mejor y decidió irse por las escaleras
de emergencia que había ahí.
Si alguien la veía en la plataforma, el caos sólo incrementaría.
Por ahora iría a la sala del equipo que estaba al lado de la exhibición.
Salió de la sala verde apresurándose y giró a la derecha.
Había una fila de cajas de cartón por el pasillo, estrechando el paso. Pasando las
cajas estaba una puerta de incendios de metal que llevaba a las escaleras.
Las luces fluorescentes del pasillo no llegaban hasta el final. Ese pequeño espacio
tenuemente iluminado hacía que Yukiko se sintiera nerviosa.
Se dijo a sí misma en voz baja:
—Tengo que encontrar a Yoriko-san tan pronto pueda.
Se dirigió al final del pasillo a paso rápido. Entonces, justo cuando pasaba por las
filas de cajas, oyó detrás un sonido como de crujido.
Miró sobre su hombro por reflejo. Al otro lado del pasillo se veía una figura apenas
iluminada por el suave brillo que salía de la sala verde.
La mente de Yukiko se congeló por un momento.
Entonces deseó haber permanecido así.
Lo reconoció fácilmente; era la última persona que quería ver. Era el conejo... Ese
monstruo.
Hasta ahora la había estado acechando como si fuera su sombra, pero ahora había
ido a confrontarla directamente.
El área del evento había caído en caos, limitando la seguridad.
El conejo no tardó en aprovechar la oportunidad. Esperó a que la seguridad saliera
del techo. Cuando estuvieron fuera, él entró.
«Ha tenido en mente hasta el último detalle» pensó Yukiko, retrocediendo
lentamente mientras mantenía sus ojos en él.
Las orejas del conejo, delineadas por las luces, se alzaron.
La había visto.
Salió un rugido indistinto de su boca.
¿Estaba furioso o exaltado? Yukiko no pudo diferenciarlo. Sea cual fuera el caso, el
conejo estaba emocionado.
Un terror sobrecogedor le llegaba en oleadas tan fuertes que podrían haberla hecho
desmayar. Pero muy en el fondo permanecía sorprendentemente calmada.
«Quizá soy más resiliente de lo que aparento» pensó ella.
Encaró en el oscuro pasillo a ese conejo, cuya identidad y verdaderas capacidades
seguían siendo un misterio. Si eso no era peligro, nada lo era. Y aun así permanecía ante
él con control completo de sus emociones. Puede ser que encararlo de manera abierta, y
de tan cerca, le hubiera permitido tener una nueva determinación.
Mientras retrocedía, estiraba la mano en busca de la manija de la puerta de
incendios.
El conejo inclinó su cabeza con curiosidad. Parecía intentar averiguar qué estaba
haciendo.
Sus dedos tocaron metal frío.
«La puerta de incendios» pensó ella.
Su mano rápidamente encontró la manija y la giró sin pausar ni un momento.
La puerta abrió.
El conejo agitó la cabeza al oír el sonido que la puerta hizo.
Dejó salir un grito antinatural y comenzó a correr, realizando una carga.
En cuanto ella pasó por la puerta, la cerró de golpe.
Conforme se cerraba, el conejo se precipitó directamente a ella.
El metal se sacudió, y el impacto mandó a Yukiko volando hacia atrás.
El conejo rebotó, aterrizando sobre un cúmulo al otro lado. Parecía al menos
medianamente conmocionado.
Yukiko aterrizó en un costado de su espalda. Tuvo que esforzarse para respirar a
través del agudo dolor, pero se las arregló para ponerse de pie y huir por las escaleras.
El conejo sostuvo las manos contra su cabeza y se alzó con inestabilidad.

Yukiko llegó corriendo a la sala del equipo, gritando ininteligiblemente. Pero la


monótona recámara de concreto estaba vacía. Todos habían ido al techo.
Los hombros de Yukiko se desplomaron con decepción.
El conejo aún la perseguía, pero no había nadie ahí para rescatarla.
Se dio la vuelta, poniéndose en dirección a la puerta que había dejado entreabierta,
y el conejo repentinamente apareció en la franja entre puerta y pared.
Yukiko pegó un salto y dejó salir un gritito, y entonces echó un vistazo rápido a sus
alrededores en busca de algo con que defenderse.
En la mesa que estaba en el centro de la sala había un gran cenicero de vidrio.
Lo tomó y encaró al conejo con el arma preparada.
El conejo rió entre dientes. Su gran y redondo ojo izquierdo parpadeó para ella, y
también lo hizo el derecho, que estaba a medio derretir; su párpado se retorcía
erráticamente de arriba a abajo.
Era una visión completamente repulsiva.
Yukiko se abalanzó hacia el conejo con el cenicero en ambas manos, balanceándolo
con fuerza contra la gorda cabeza del conejo.
Un asustado y ahogado gruñido emanó del interior del traje, y el conejo cayó al
suelo.
Yukiko chocó el cenicero contra la cabeza del conejo una y otra vez. Siguió
golpeándolo, y no paró ni siquiera cuando sus brazos comenzaron a cansarse y sus
músculos empezaban a doler.
La frente del traje se abrió, revelando un interior similar al algodón. Parecía que la
materia gris del conejo se derramaba, y ver eso era extrañamente relajante.
El conejo la miró hacia arriba, y torció los extremos de su boca hasta formar una
espantosa sonrisa que incluía sus dientes de conejo.
Las manos de Yukiko se congelaron por la fracción de un instante.
Fue todo el tiempo que el conejo necesitó para alcanzarla con sus manos peludas y
agarrarla de su esbelta cintura.
La jaló hacia sí mismo.
Yukiko se agitó con su cuerpo entero, pero la fuerza del conejo la superó hasta
conducirla a un abrazo de oso.
Los brazos de la idol seguían libres. Empujó contra sus costados y estómago,
intentando escapar, pero la sostuvo firmemente.
La cara del conejo, siniestra y desconcertante, estaba justo frente a la suya. Parecía
absurdamente grande de tan cerca.
Podía ver todos y cada uno de sus pelos, y el ojo de plástico derretido se abultaba
con horroroso detalle, mientras que el fétido olor de amoníaco y sudor irradiaba desde el
interior del traje y asaltaba sus fosas nasales.
El conejo, alzándola en brazos, caminó hacia la parte trasera de la sala y la arrojó al
piso de linóleo.
Las frías losas se presionaban contra su espalda.
«Tengo que escapar» pensó ella mientras se levantaba del suelo, pero el conejo la
mantuvo en su sitio.
La peste del traje era sobrecogedora y casi la hacía atragantarse.
El conejo se acostó junto a Yukiko, como si se estuvieran acurrucando.
La acercó hacia su pecho.
Los ojos de ella ahora estaban a la altura de la boca del conejo. Dos pequeños
puntos brillaban al fondo de esas fauces abiertas.
Miró esos dos puntos sin propósito alguno, sólo porque no había más sitio al que
mirar. Su visión no era perfecta, y al inicio no podía discernir qué estaba viendo.
Entonces, tras un momento, creyó saber qué eran.
Eran los ojos del hombre que estaba dentro del traje. Tenían que ser eso. Eran los
ojos del hombre desconocido que implacablemente la había acechado y atormentado. La
miraban con emoción ominosa.
Yukiko vio obsesión en esos ojos, y le dieron escalofríos.
El conejo apretó el brazo que la rodeaba, y con su mano libre, su enorme y suave
mano, acarició su largo cabello.
—Yu... ki... ko...
Su ronca voz apuñalaba sus oídos. Un aliento pegajoso caía sobre su rostro. Como
si no fuera suficientemente inquietante, el conejo presionó su cabeza gigante contra la de
ella, y una cálida cosa similar a una babosa salió de su boca.
Entonces lamió por lo largo de su cara.
Era su lengua, húmeda y babosa, pero tenía también la textura áspera y rugosa de la
de un animal.
La necesidad de vomitar llenó su pecho, y empujó la cara del conejo con ambas
manos.
—¡Detente! —gritó ella—. ¡Por favor, detente!
El conejo duplicó la fuerza de su agarre.
Le dedicó mimos con su rasposa voz.
—Yukiko..., te amo. No quiero que nadie más te tenga.
Esa anormal confesión de amor habría sido suficiente para hacer que la repulsión la
invadiera por completo incluso sin lo que ahora le estaba pasando.
Las manos del conejo comenzaron a sentir su pecho, retorciendo sus diminutos
pechos como si supiera lo que hacía.
Dejó salir una profunda respiración de éxtasis, y sus dedos se movieron entre las
piernas de ella.
El cuerpo de Yukiko comenzó a temblar, pero claramente no de placer. El terror
puro de todo eso mandaba escalofríos que recorrían su sistema nervioso entero.
Yukiko, buscando desesperadamente escapar de ese infierno, sacudió sus brazos y
piernas. Pero el descomunal cuerpo del conejo la rodeaba, y necesitaría mucho más que
eso para escaparse.
El conejo la abrazó con ambos brazos y deslizó su lengua por todo su rostro.
—Te amo tanto —susurró con su fétido aliento—. Tanto, tanto.
Yukiko logró combatir lo suficiente para liberar su brazo derecho.
—¡No quiero ser amada por alguien como tú! —gritó ella.
Clavó su mano en la sonriente boca del conejo. Sus dedos hicieron contacto con
algo blando; los ojos del hombre que estaba dentro del traje, pensó ella.
Pronto vio que tenía razón, pues los poderosos brazos del hombre aflojaron, y un
ahogado gruñido escapó de la cabeza del conejo.
Yukiko apartó los debilitados brazos de él, y lo pateó con ambos pies tan fuerte
como pudo.
Su falda revoloteó de forma desagradable, pero no tenía tiempo para preocuparse
de su apariencia.
El conejo giró por el suelo, sujetaba sus brazos contra su boca.
Lo miró por un momento, pero no tardó en salir de la habitación.
Cuando llegó al final de las escaleras, se encontró con una decisión: subir al techo
o bajar a los pisos inferiores.
Dudó por un momento. Pero entonces, pensando que el pánico ya debía haberse
asentado, eligió el techo.
Mientras comenzaba a subir las escaleras, escuchó una dolorosa voz proviniendo
de detrás.
—Yu... ki... ko.
Miró. El conejo estaba ahí, sacudiendo ciegamente sus brazos mientras avanzaba
hacia ella.
Parecía estar teniendo graves problemas para ver tras el ataque que le dio a los
ojos.
Viéndolo tambalearse al moverse hacia ella, se congeló por un segundo. Pero
rápidamente se recuperó y huyó por las escaleras hacia arriba.
Se detuvo ante la puerta que llevaba al techo.
El conejo se arrastraba por los escalones, persiguiéndola lenta y constantemente;
moviéndose cual lagarto sobre sus manos y pies.
Yukiko abrió de golpe la puerta y encontró un pequeño techo que tenía una torre de
agua y un transformador de potencia vallado.
Se le hundió el corazón.
¿Dónde estaba? Debió dar un giro erróneo, y ahora estaba atrapada.
El conejo seguía avanzando hacia ella. Si no encontraba rápido una vía de escape,
la volvería a capturar. Pero no había ningún sitio a donde correr.
Se giró y lo vio subir por las escaleras. Realmente debió herir sus ojos, porque
parecía estar trepando a cada escalón con gran esfuerzo.
Se preguntó si podría saltar sobre él y volver a bajar las escaleras corriendo.
Pero tuviera o no heridos los ojos, seguía poseyendo una fuerza sobrecogedora. Si
lograba volver a atraparla, posiblemente perdería la vida.
Se deslizó por el costado de la torre de agua y permaneció tras una malla
alambrada.
Un letrero de metal pegado a la malla tenía inscrito «PELIGRO: CORRIENTE DE
ALTO VOLTAJE».
La idol comenzó a trepar por la malla, pero el letrero la hizo parar por un
momento.
Esa pausa fue su ruina.
El conejo había logrado alcanzarla.
Puso su mano en la parte trasera de la cabeza de ella y retorció hasta que sus ojos
estaban frente a su fea cara.
Un perezoso rastro rastro de sangre pendía de la boca del conejo. Debía ser el
rasguño de sus ojos.
Sus hombros se alzaban y caían cada vez que respiraba.
—Eso fue cruel, Yukiko —dijo el conejo—. ¿Por qué me heriste de esa manera?
¿No puedes ver lo mucho que te amo? ¿Cómo puedes ser tan grosera conmigo?
Sacudió la cabeza de Yukiko. Lo volvió a hacer, y luego una vez más.
Su voz se tornó extrañamente tranquila.
—Podría simplemente seguir girando tu cabeza.
Sus dedos apretaron alrededor de la parte trasera de su cráneo.
«Tal vez va en serio» pensó ella. «Tal vez sí va a torcer hasta que mi cuello
truene».
Las orejas del conejo se alzaron.
Puso más fuerza en su brazo, y torció su cuello hasta un grado casi imposible.
Sus músculos la hacían chillar con un dolor inimaginable.
Yukiko gruñó mientras saliva comenzaba a caer de las comisuras de sus labios.
«Voy... Voy a morir».
Mientras su cuello giraba más allá de los noventa grados, su mente combatía por
encontrar una manera de sobrevivir.
Aún torciendo su cabeza, el conejo inclinó su peso contra ella y la arrojó al suelo.
Primero sintió la picadura del concreto, y luego el pelaje del conejo la envolvió.
—Tengo que hacer esto —dijo él—. Sólo quiero que sepas eso. No hay otra
manera.
El conejo torció el brazo, y su cuello se torció junto a éste.
Ella ya no podía respirar. Convulsiones se disparaban por todo su cuerpo. Comenzó
a perder la vista, como si hubieran colocado una tira de gasa sobre sus ojos.
«¿Así es como se siente morir?».
Con su mente se visualizó a sí misma cuando era una chiquilla. Reía levemente,
acunando una muñeca sucia en sus brazos.
«Entonces es cierto lo que dicen, que ves fragmentos de tu vida pasar ante tus ojos
cuando vas a morir. ¿Es este el momento en el que moriré? ¡No quiero morir!»
Se negación a dejar ir la vida la avivó de su descenso hacia la muerte.
«No puedo morir aquí. No puedo morir a las manos de este conejo».
Sus ojos se abrieron de par en par.
Yukiko podía ver el costado de la torre de agua más allá del peludo brazo del
conejo. Válvulas de varios tamaños salían del costado de la torre. Bajo ellos había una
fila de grifos de metal.
Yukiko alcanzó una válvula roja y la giró.
La válvula no habían sido giradas en mucho tiempo y, para empezar, Yukiko no era
particularmente fuerte. No debió ser capaz de girarla, pero su determinación de sobrevivir
le dio la fuerza que necesitaba.
Con un rugido, agua café rojiza salió rociada del grifo. El torrente le dio en la cara
al conejo y lo tiró hacia atrás.
Yukiko giró al costado, se puso de pie, y acudió al extremo opuesto de la torre de
agua mientras el agua que chorreaba empujaba al conejo casi hasta las escaleras.
Yukiko echó un vistazo al otro extremo del tanque y vio que el conejo se
tambaleaba con dolor y confusión.
Ella asentía con satisfacción. Tenía su apertura, pero ahora necesitaba hacer algo
con ella. Se concentró con hasta la última pizca de voluntad que poseía.
Sus ojos relucían.
Tenía una idea.

El conejo estaba empapado, hasta el último de sus pelos estaba enmarañado.


Se paró lentamente, tosiendo y escupiendo.
El dolor del impacto del torrente de agua fue igualado por la angustia de ser
tomado completamente por sorpresa.
El conejo estaba desesperado.
Lo más probable es que Yukiko hubiera escapado mientras él forcejeaba contra el
aparentemente interminable diluvio. Posiblemente ya no estaría en la tienda
departamental. ¿Cómo podría volver a atraparla?
Sus orejas cayeron, y se sentó sobre el suelo de concreto.
Había estado tan cerca. Unos pocos momentos más y habría tomado la vida de su
amada Yukiko con sus propias manos. Unos pocos momentos más y habría torcido su
cabeza completamente hacia atrás, y ella estaría muerta.
Miró hacia el cielo con párpados a medio cerrar por la sangre.
Había andamios erigidos alrededor y por encima de la torre de agua que había
provocado su fallo. Parecía que los dueños del edificio pretendían instalar una reserva
incluso más grande.
Los andamios sostenían plataformas que ascendían en espiral hasta la cima del
tanque. Había estructuras incluso más arriba, dejando en hueco en el centro.
Puso lentamente una mano en uno de los tubos del andamio y se inclinó hacia la
pared que estaba al lado de la puerta que daba a las escaleras.
Por ahora necesitaba un descanso. Recuperaría energía, se recompondría, y
pensaría en cómo lidiar con Yukiko.
Sus orejas se doblaron detrás de su cabeza, y sus ojos se cerraron; pero entonces
dejó salir una pequeña exclamación sobresaltada y abrió los ojos.
Sintió a alguien cerca. Arriba. Alguien estaba sobre él.
Sus orejas se erigieron mientras miraba a la parte superior del andamio.
—Ella... está ahí.
Yukiko estaba ahí.
Se equivocó. No había escapado, sino que estaba ahí, a medio camino de subir a la
cima del andamio.
Yukiko estaba quieta, aferrándose a la barandilla, pero cuando el conejo dio su
primer paso, incómodo y empapado, ella rápidamente se giró y comenzó a ascender el
desnivel que llevaba a la siguiente plataforma.
—Yukiko —murmuró el conejo—, ríndete. No tienes ningún sitio al que ir.
Yukiko, con su ágil cuerpo, escaló más y más con facilidad, mientras que los
estorbosos pasos del conejo le impedían acercarse. Al final eso no importaría, porque lo
que el conejo dijo era cierto; una vez llegara a la cima de la estructura, no tendría a donde
más ir. Incluso si no pudiera atraparla antes, la alcanzaría.
Yukiko debía saber eso, pero seguía escalando.
No había garantía de que lograría ascender tanto. El andamio no era nada robusto.
Las plataformas se sacudían a cada paso que daba, y los tornillos hacían un disonante
crujido.
Siquiera intentar ascender era peligroso, incluso con lo ligera que ella es.
El gigante conejo empapado, que era mucho más pesado que ella, ahora trepaba
para perseguirla.
Cuando Yukiko estaba casi en la cima de la torre de agua, se tropezó e inclinó hacia
el barandal. La plataforma se arqueó repentinamente bajo ella. Parecía que algún
trabajador descuidado ajustó a medias los tornillos de esa sección.
Yukiko miró abajo, y la cabeza le dio vueltas. La torre de agua ascendía varios
pisos por encima del resto del techo.
Tenía miedo a las alturas, aunque no al mismo grado que James Stewart en
«Vértigo» de Hitchcock. Aun así, se aferró al barandal e hizo lo posible por no volver a
mirar abajo.
Pero no podía permanecer de pie ahí, sin hacer nada. El conejo, a pesar de lo lento
que era, iba por ella, se acercaba.
Se arriesgó a dar otro vistazo abajo y descubrió que ahora estaba bastante cerca,
acercándose aunque sus pisadas hicieran crujir y chirriar el desvencijado andamio.
Yukiko miró hacia arriba. En la cima de la torre había un rellano cuadrado de un
metro de largo por cada lado. El fin de la torre de agua.
El único modo de bajar era por donde el conejo iba subiendo.
Ahora podía oírlo murmurar con esa voz rasposa.
—Yu... ki... ko.
Las puntas de los dedos del conejo aparecieron en el borde de la plataforma.
Yukiko retiró sus piernas y las abrazó con los brazos, rodeando sus rodillas.
El conejo rió y recorrió la distancia restante con una velocidad sorprendente.
Entonces tenía su mano en el tobillo de Yukiko. Su agarre era increíblemente fuerte.
Ella pateó tan duro como pudo, pero sus dedos sujetaban firmemente.
La jaló lentamente hacia sí desde el tobillo. Mientras su cuerpo era arrastrado, el
conejo se alzó y sus caras no tardaron en encontrarse.
El conejo, encantado, dejó salir un suspiro.
Mientras sufría la fetidez del hedor corporal que era como carne podrida, movió
una mano tras su propia espalda y comenzó a aflojar uno de los tornillos que mantenía
unido el andamio.
Cuando fue construido, el tornillo habría estado muy ajustado como para aflojarlo
con las manos, pero se había aflojado gradualmente tras exposición continua al viento y
pequeñas vibraciones.
Cuidando que el conejo no se percatara, balanceó su paso hacia la pared de la torre
para que el andamio presionara contra la superficie de ésta.
Habiendo quitado algo de tensión del tornillo, éste comenzó a girar con mayor
facilidad.
El tornillo se había oxidado, y Yukiko aún tenía problemas girándolo. Pero
conforme seguía dedicando su músculo a ello, la capa de óxido se desprendió y el tornillo
quedó suelto.
Yukiko empujó la cara del conejo con ambas manos y tiró su peso hacia atrás. El
andamio se aflojó con un chirrido estridente y comenzó a apartarse del tanque.
El conejo, tomado por sorpresa, dejó ir a Yukiko y se agarró al tubo vertical del
andamio, el cual rápidamente se tornaba menos vertical.
Yukiko envolvió su brazo alrededor de la barandilla que estaba en la cima del
rellano, alzó sus pies, y usó sus músculos del vientre para subir la parte baja de su cuerpo
a la plataforma.
El andamio comenzó a pandearse bajo el peso del conejo, y se torció hacia la
sección más próxima en la que los tornillos seguían sostenidos.
La plataforma del conejo trazó un amplio y lento arco hasta que se azotó en el
costado de la torre.
La mano del conejo soltó su agarre, y dio un fuerte manotazo a la pared. Se deslizó
y desplomó contra la superficie curva. La gravedad ganaba la batalla contra la fricción.
Mientras caía, sus brazos buscaban algo de lo que agarrarse que pudiera frenar su
descenso. No lo encontraron.

Yukiko permanecía sentada e inmóvil en la plataforma sobre la torre de agua.


Estaba aliviada por haber derrotado al conejo, pero ahora parecía estar atascada y
sin poder hacer nada hasta que la ayuda llegara.
Como entrar en pánico no la llevaría a ningún lado, simplemente se quedó sentada,
abrazando sus piernas, mientras miraba al vacío cielo.
Tras ver al conejo caer junto al andamio, confiaba en que no podría haber
sobrevivido.
A pesar de sentirse un poco inquieta al estar completamente sola en las alturas,
estaba libre del terror que el conejo había arraigado en ella.
Lo que no sabía es que el conejo, conducido por su obsesión, lentamente trabajaba
en volver a la cima de la torre. Tomaba los pequeños asideros que había, moviendo su
desproporcionado cuerpo con la habilidad de un escalador.
Sujetándose rápidamente por la pared curva, escaló hasta la cima.
Cuando llegó a la orilla, vio a Yukiko en la plataforma con la espalda de cara a él.
Una tenue risa de victoria amenazaba con salir, pero la sofocó para no arruinar la
sorpresa.
El barandal de metal estaba casi en su agarre.
Cuando por fin lograron calmar el pánico colectivo, Kanda y Yoriko fueron al techo para
buscar a Yukiko.
—¿A dónde pudo haber ido? —se preguntó Yoriko.
—Si no estaba en la sala verde ni entre bastidores —dijo Kanda—, debe estar en
alguna parte del techo. Probablemente esperó a que todo se calmara y luego salió a
buscarnos.
Miraron desde la plataforma. Los dispersos montones de sillas plegables decían
mucho sobre la gravedad del caos que había ocurrido.
—Seguro no se fue de la tienda departamental —dijo Kanda—. ¿O sí?
—Ni en broma —respondió Yoriko, revisando todo con gran preocupación en la
mirada—. Podrá ser joven, pero tiene un fuerte sentido del deber. No habría dejado a sus
fans, ni a nosotros, atrás.
—Tienes razón. Bueno, ¿dónde más podría estar? —Kanda pensó por un rato, y
luego murmuró—. Espera, ¿y si...? —miró a Yoriko—. Sígueme —se dirigió a paso
rápido hacia las escaleras de emergencia—. La parte original del edificio tenía su propio
techo diminuto, el cual a día de hoy sigue ahí. ¡Tal vez ahí es a donde fue!
Yoriko lo siguió con prisa.

La oxidada puerta se abrió hacia un pequeño techo desmoronado y dominado por una
torre de agua corroída por el tiempo.
—¡Allá arriba! —gritó Yoriko.
Kanda lo vio en el mismo momento.
Yukiko estaba sentada, con los brazos rodeando sus rodillas, en la cima del
andamio semicolapsado. Parecía mirar a la distancia, perdida en sus pensamientos;
inconsciente del monstruo que, con los brazos extendidos, llegaba a ella desde detrás.
Kanda abrió tanto la boca que su mandíbula pudo haberse caído, y gritó:
—¡Yukiko! ¡Detrás de ti! ¡Yukiko!
Pero su voz no la alcanzó a pesar de haber gritado tan fuerte como pudo.
El conejo posó las manos sobre sus hombros.
Yoriko, mirando con impotencia desde abajo, podía sentir sus dedos enterrándose
dolorosamente en su carne, como si ella fuera la que estaba allí arriba.
Yukiko permaneció quieta, soportando estoicamente el cruel toque del conejo.
—Eso es bueno —dijo Yoriko—. No lo molestes. Pelear sólo empeorará las cosas.
Haz lo que diga.
Si Yukiko intentaba combatirlo y fallaba, podría enfurecerlo y llevarlo a hacer algo
terrible.
Yukiko no pudo oírla, pero parecía haber captado el mensaje, pues permaneció
completamente dócil y pasiva.
Yoriko no sabía si estaba decidiendo no forcejear o si simplemente no le quedaba
fuerza para intentarlo. Pero sin importar cuál fuera el caso, no ir en contra del conejo era
la ruta más segura.
—Yoriko-kun, trae a los policías —dijo Kanda—, y avisa a los de administración y
seguridad.
Puso su mano en lo que quedaba del andamio y comenzó a intentar ascender.
Antes de que pudiera empezar, Yoriko dejó salir un grito sobrenatural tan alto que
bien se le podría haber salido el corazón por la garganta.
Kanda se quedó quieto. Miró arriba con los ojos como platos.
El conejo había tomado la cabeza de Yukiko y la retorcía como si fuera una
muñeca.
Cuando Kanda miró arriba, el conejo ya había torcido su cabeza a más de noventa
grados.
Los hombros del conejo se alzaron mientras depositaba incluso más fuerza en sus
manos, torciendo la cabeza de Yukiko completamente hacia atrás.
El rostro de Kanda se puso pálido.
Yoriko, incapaz de soportar ver tal locura y crueldad, cubrió sus ojos con ambas
manos y se dejó caer al concreto.
El conejo siguió girando su cabeza de derecha a izquierda y de nuevo a la derecha
hasta que se desprendió por completo.
Balanceó la cabeza contra la torre de agua una, y otra, y otra, y otra vez,
desternillándose mientras lo hacía.
Entonces arrojó al cielo la cabeza de Yukiko.
Ésta trazó un alto arco hasta que gradualmente cedió ante la gravedad,
disminuyendo la velocidad y comenzando su descenso.
La cabeza chocó contra el concreto justo a medio camino entre Kanda y Yoriko.
Cayó con un pesado tonk, y se desmoronó en polvo.
Yoriko miró el polvo, parpadeando con incredulidad.
Se inclinó sobre lo que había sido la cabeza de Yukiko.
—Esto —dijo ella—, ¿esto es... yeso?
Yukiko, vistiendo sólo su ropa interior, salió corriendo desde detrás del otro
costado de la torre de agua.
Kanda y Yoriko gritaron su nombre al unísono, pero ella sostuvo una palma para
silenciarlos.
Convocó a ambos y les entregó una cuerda que colgaba desde la plataforma en la
cima de la torre.
Hablando sólo con miradas y gestos, les indicó que jalaran la cuerda tan fuerte
como pudieran.
Kanda, comprendiendo, asintió, y Yoriko susurró mientras apretaba su agarre de la
cuerda.
—Esa era la réplica, ¿verdad?
Yukiko asintió.
El conejo, estando sobre ellos, chirrió:
—Yu... ki...¡ko!
Como si fuera su señal, los tres combinaron toda su fuerza para jalar la cuerda. La
jalaron con toda su concentración y todo su peso.
Los soportes bajo la plataforma, para empezar, no eran robustos, y colapsaron con
tanta facilidad como si estuvieran hechos de caramelo.
La plataforma comenzó a inclinarse, y el conejo giró hacia delante.
La réplica de Yukiko fue lo primero en caer, y el conejo cayó inmediatamente
después, como si aún la estuviera persiguiendo.
Mientras ambos caían, el conejo atrapó la muñeca de tamaño real en sus brazos y le
dio un profundo abrazo.
La velocidad incrementó. Azotó contra una válvula de agua que sobresalía del
costado de la torre. Rebotó, y luego otra vez sobre la barandilla del techo, y finalmente
hacia la calle en un involuntario salto hacia su muerte.
Yukiko dio palmadas en la espalda de Yoriko con su mano, que tenía quemaduras
de cuerda.
Yoriko la abrazó, cubriendo el cuerpo sin ropa de la cantante.
—Se acabó —dijo Yoriko—. Se acabó, Yukiko-chan.
Yukiko, en sus brazos, asintió varias veces.
Yoriko se quitó la chaqueta y se la dio a Yukiko. Entonces caminó hacia la
barandilla y se inclinó para mirar abajo.
La figura gemela de Yukiko se había fragmentado contra el pavimento justo delante
de la entrada de la tienda departamental.
Cientos de espectadores curiosos se estaban reuniendo alrededor de los restos de la
muñeca.
Pero de alguna inexplicable manera no estaba el traje de conejo.
—No lo puedo creer —dijo Yoriko—. ¿Qué pudo haber pasado? Estaba muerto.
Tenía que estarlo.
Los ojos de Yoriko y los de Yukiko se encontraron.
—¿Qué era él? —dijo Yukiko como para sí misma.
Kanda miró hacia las nubes que flotaban en la distancia.
—Tal vez era un espectro —dijo él con suavidad—. Tal vez fue eso todo el tiempo,
un monstruo conjurado por celos y obsesión.
Yukiko simplemente asintió.

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