Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Un dolor pulsante de entumecimiento iba desde los más profundos pliegues del cerebro
de Toshihiko, hasta los enmarañados zarcillos de su sistema nervioso. Pálidos rojos y
azules pulsaban y brillaban tras sus retinas, sus tonos descoloridos eran como gastadas
manchas de pintura al temple. Un extraño sonido llenaba sus oídos, era como el choque
de engranajes sin engrasar.
Toshihiko despertó.
Gruesas gotas de sudor colgaban de su frente. Se sentían frías en su piel.
Se sentó en su delgado futon de una capa, y agitó rápidamente su cabeza unas
pocas veces antes de tomar un profundo respiro.
Sintió un dolor en su pecho.
Bajó la cabeza y presionó su nuca con sus dedos, y se encontró con una intensa
sacudida de disgusto.
Sentía que acababa de tener un mal sueño. No podía recordar cómo era, pero de
alguna forma estaba seguro de que no había sido agradable. Creyó recordar que había una
mujer con la cara cubierta de maquillaje; sus brillantes labios rojos se habían torcido,
formando una sonrisa arrugada, mientras dejaba salir un estridente chillido de risa.
Su frente estaba sudada y pegajosa. Su corazón estaba latiendo rápido.
Junto a su cama había una mesa cuyo contrachapado comenzaba a desprenderse en
las esquinas. Sobre la mesa había una TV de tubo de treinta centímetros que fue dejada
encendida. La pantalla brillaba con estática monocromática, el patrón similar a la nieve se
interrumpía con destellos pulsantes de la señal, y cada destello era acompañado de un
ruido abrasivo que era como el sonido de una cigarra.
«¿Cuándo me dormí?» se preguntó Toshihiko.
Irritado, se estiró para apagar el origen de su pesadilla (o al menos lo que creyó que
podría haber sido el origen).
Cuando le dio un golpecito al interruptor de la TV, la habitación repentinamente
quedó a oscuras.
Miró a su reloj alarma. Eran poco más de las seis de la mañana.
Presionando los pulgares e índices de cada mano contra sus palpitantes sienes,
Toshihiko lentamente se puso de pie.
Fue lentamente hacia su ventana y abrió las descoloridas cortinas.
Los tempranos rayos de sol de la mañana se filtraron por la agrietada y escarchada
ventana, y llenaron su estrecho tatami de cuatro y medio. Para para ese hombre recién
despertado de una pesadilla, incluso esa suave luz se sintió lo suficientemente afilada
para perforar en su piel.
Le punzaron los ojos.
Como ahuyentado por el sol, Toshihiko se retiró hacia la oscura y maloliente
cocina.
Una pila de viejos platos se había acumulado en el fregadero. Entre ellos había
tazones de arroz con granos secos, cucharas de plástico con manchas marrones y
amarillentas por el curry instantáneo, y vasos de vidrio medio llenos con cola que hace
tiempo había perdido su sabor.
Toshihiko empujó los sucios platos a un costado del fregadero y abrió el grifo. El
agua que brotó olía a cloro.
Ahuecó sus manos y llevó un trago a su boca.
La desagradable agua llena de impurezas impactó contra la parte trasera de su
garganta. Haciendo un sonido igual de desagradable, Toshihiko escupió el agua.
Sintió náuseas. Luchó contra la sensación, tomó otra bocanada de agua, y la volvió
a escupir. Repitió el proceso dos veces más.
Junto al fregadero había una pequeña barra de jabón, seca y agrietada, con manchas
de moho creciendo en su superficie. Toshihiko tomó el jabón y lo frotó de un lado a otro
entre sus manos. Con dificultad se formaron unas pocas burbujas, pero de todos modos lo
usó para lavarse la cara.
Dejó salir un profundo suspiro.
Ahora se sentía un poco mejor.
Junto al fregadero había un quemador de gas barato, solitario y oxidado.
Toshihiko llenó con agua del grifo un hervidor de aluminio que tenía pequeños
agujeros y lo colocó sobre la estufa.
Presionó el interruptor de encendido del quemador de gas. No apareció fuego.
Mugre y polvo se había acumulado en el mecanismo de autoencendido, dejando a
Toshihiko sin más opción que usar un encendedor de 100 yenes. Casi se quemó las puntas
de los dedos en el proceso, pero al menos hizo que el quemador encendiera.
Se extendió hacia una vitrina con puerta caída y sacó un frasco de café instantáneo
ligeramente húmedo, y una taza de borde astillado que tenía un panda. Había una rajadura
justo en el rostro del panda.
Distraído, puso sus dedos en el asa de la taza mientras esperaba que el agua
hirviera.
Mientras Toshihiko miraba el pico del hervidor, que contenía unos cuantos
dobleces más de los que tenía originalmente, se encontró repentinamente superado por la
tristeza. Lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos.
«El próximo año tendré treinta», pensó él, «no puedo creerlo».
Se sintió consciente de la soledad que venía con la vida solitaria. Subía con
pegajosidad por su espalda como una babosa cubierta de limo.
Ya habían pasado ocho años desde que dejó la universidad.
«El tiempo ha pasado tan rápido».
Si se hubiera graduado como se suponía que lo haría, y encontrado una carrera
como se suponía que lo haría, probablemente ahora ya habría sido ascendido a supervisor
de área o algún otro puesto de manejo. Al menos la sociedad lo habría reconocido como
un respetable adulto trabajador.
Podría haber conseguido un hogar propio, aunque fuera uno modesto, en el cual
podría haber vivido felizmente con una esposa y un hijo.
Cuando lo imaginó todo, una sonrisa masoquista llegó a su rostro.
Toshihiko era perezoso de nacimiento. No se hacía ilusiones, intentar engañarse a
sí mismo habría sido demasiado esfuerzo. Nunca iba a clases ni salía con chicas cuando
aún estaba en la universidad. Era la clase de persona que evitaba interactuar con otras
personas.
No era que le faltará el usual deseo humano de salir a beber con amigos, tener citas
con mujeres, y compartir otras experiencias sociales del estilo. Lo deseaba más que la
persona promedio. Pero Toshihiko era excesivamente tímido. Era incapaz de aproximarse
a miembros del mismo sexo, ya ni hablar de mujeres.
Era un hombre lamentable.
No sólo era tímido; era desaliñado, sucio e indolente.
No era simplemente perezoso, sino que llevaba la pereza al extremo.
Sobra decir que verdaderamente detestaba tener que trabajar.
La historia entera de su experiencia laboral podría ser resumida en trabajos de
medio tiempo de paga diaria que tomaba sólo por necesidad cuando sus fondos se
vaciaban. Abandonaba esos trabajos tan pronto le era posible. Consecuentemente, su vida
era de constante y extrema pobreza.
La mayoría de sus comidas eran empaquetadas y precocinadas. Su mayor lujo era
el tazón de res y arroz que se permitía una vez al mes.
Escasamente le quedaba dinero que gastar en ropa tras encargarse de todos sus
gastos, y la que vestía lo demostraba.
Tenía cierto sentido de la moda, incluso podría ser capaz de verse bien. Pero no lo
hacía, ni siquiera lo intentaba.
Cuando decidía holgazanear por la vecindad, fuera de su andrajoso departamento,
era con una camiseta manchada de sudor y unos pantalones acampanados pasados de
moda.
Toma un momento para considerar lo frío que podría ser el mundo para un hombre
en sus treintas sin estilo, dinero, valor, ambición, amigos, higiene, y con un anhelo más
grande de lo usual por el sexo opuesto.
Para empeorar las cosas, Toshihiko era bajo. Su rostro era, por supuesto, feo. Su
cabello, enmarañado, grasoso y rociado de caspa, era espantoso. Sus angulosas y
huesudas facciones se asemejaban a los restos de un medregal ya destripado y fileteado; y
sus cejas, poco atractivas y desaseadas, eran como hojas de konbu. Bajo su bulbosa nariz
reposaban unos labios con semejanza a babosas que portaban un vago brillo aceitoso.
Mientras que sus ojos, y de alguna forma sólo sus ojos, eran redondos y amables, incluso
inocentes de cierta forma.
Cada una de esas partes había sido encajada en su semblante de la manera más
torpe posible. Si juntara el valor para acercarse a alguien y ofrecerle su insegura sonrisa,
esa persona, sin importar lo amable y compasiva que fuera, probablemente se daría la
vuelta y correría.
Toshihiko era dolorosamente consciente de eso.
Saber eso lo encadenaba, gradualmente arrastrándolo más al fondo de su coraza de
fobia social. Evitaba el compromiso social temiendo ofender a alguien lo suficientemente
desafortunado para interactuar con él.
Toshihiko echó una cucharada de polvo de café instantáneo en su taza de panda,
luego sirvió el agua hirviente y revolvió el contenido. Volutas de vapor ascendían hacia
su nariz, pero el viejo café no ofrecía aroma alguno.
Mientras daba sorbos a su café, carente de sabor más allá de la amargura,
Toshihiko volvió a su tatami de cuatro y medio.
Con el gruñido digno de un hombre del doble de su edad, se sentó de piernas
cruzadas en su colchón de futon.
Dejó salir un breve suspiro.
Sentía comezón en la boca, pero no creyó que el café tuviera la culpa.
Un agudo dolor palpitaba en su cabeza, y sentía náuseas. No se había sentido bien
desde que despertó. Las náuseas de su pecho sólo empeoraban gradualmente, como si
algún insecto se hubiera comido la mitad superior de su torso.
Toshihiko agitó vigorosamente su cabeza unas pocas veces, y luego pasó el resto
de su café de un trago.
Tosió. Dolor se disparó en su pecho.
Eso comenzaba a hacerse problemático.
Toshihiko sostuvo su mano contra su pecho y pensó «Creo que puedo estar
enfermo».
Poco más de una docena de cintas de vídeo Betamax L-500 estaban en fila sobre la mesa
de Toshihiko.
Esos casetes eran su tesoro más preciado; su único tesoro. Tomando un poco del
presupuesto para la comida y saltándose uno que otro mes de renta, así es como fue
construyendo lenta pero constantemente su colección.
Había comprado una casetera por 9,000 yenes en una tienda de electrónicos usados
del distrito Nihonbashi. Con ese cabezal había grabado sus únicas fantasías en las cintas
magnéticas.
Soñaba con cantantes idol de pop.
Cuando la vida real se rehusaba a entregar lo que él carecía, dirigía sus anhelos
hacia las imágenes ilusorias pintadas por las líneas de escáner del tubo de rayos
catódicos.
Revisaba revistas de cantantes idol para saber cuándo serían las próximas
apariciones de TV de sus favoritas, y grababa casi cada espectáculo.
A diferencia de la gente en persona, una vez grabadas, las idols nunca lo
traicionarían. Las grabaciones podían ser observadas cuando quisiera, por el tiempo que
quisiera. Las idols nunca lo miraban con el desprecio que las mujeres normales le
dedicaban, que era como si hubieran visto algo sucio y repulsivo.
No, las idols siempre lo miraban con una sonrisa.
Para Toshihiko, hambriento de amor emocional y físico, las sonrisas de las idols
parecían las de ángeles.
Insertó un casete en la casetera y encendió la TV.
Presionó el botón de reproducir, y cálidos matices llenaron la pantalla.
Rodeada de luces coloridas y un juego de vibraciones deslumbrantes, una esbelta
mujer de vestido amarillo agitaba unas piernas tan pálidas que podrían haber sido
transparentes. Cantaba apasionadamente una encantadora cancioncita.
Pum.
El extraño sonido vino de su agrietada y escarchada ventana.
Toshihiko fue allí y abrió de golpe las cortinas. Pasó una silueta por el vidrio
durante un momento, y entonces ya no estaba.
Pensó que parecía una persona encorvada, pero bien pudo haber sido sólo un truco
de su imaginación.
Toshihiko se hizo consciente de un sordo dolor duradero en el costado izquierdo de su
pecho, justo sobre el corazón.
Movió su mano y presionó donde dolía.
Su carne se retorció bajo su mano.
El impacto no se registraba en su mente, sino como una fuerza física y eléctrica
que se disparaba por su cuerpo.
Sus pensamientos quedaron vacíos por un momento.
Entonces, dubitativo, volvió a sentir su pecho.
Su mano sintió una pequeña y rechoncha suavidad.
Su rostro se puso pálido con atónita confusión.
Palpó la protuberancia con sus dedos. Mientras apachurraba la suavidad, se
preguntaba «¿Estoy enfermo?».
Su mugriento y flácido pecho se sentía como si hubiera adquirido la suave firmeza
del pecho de una mujer.
Abrió la parte superior de la camisa de su pijama para mirar dentro, y ahí estaba.
Un pecho. Incluso dos. Nunca había visto los pechos de una mujer en la vida real.
Dos diminutos puntos rosados estaban dentro de areolas arrugadas por angustia
emocional. Su viejo olor a sudor había sido reemplazado con un fresco rastro femenino
similar al olor lechoso de un bebé. Su piel no era el familiar desastre grasoso y seco y
resquebrajado que estaba acostumbrado a ver; era, en cambio, suave como porcelana
humedecida.
Toshihiko no podía creer que era real. Pensó que aún podría seguir atrapado en esa
temprana pesadilla. El profundo dolor palpitante persistía en su cabeza.
«Eso es lo que esto es», pensó él, esforzándose mucho por convencerse a sí mismo,
«esto es una pesadilla».
Su estado mental había sido presionado demasiado para aceptarlo como algo real.
Era demasiado frágil para tremendo salto.
Pero la realidad no podía negarse como un sueño. No tenía más opción que aceptar
la verdad, porque no era sólo su pecho.
Emergiendo de las mangas de su pijama había un par de brazos, y manos y dedos y
palmas, que no eran como antes. Su suave piel era tan pálida que podría haber sido
transparente.
Puso sus manos en su cabello para ver si éste también había cambiado. Lo que
encontró no fue su familiar melena, mantenida rígida no por gel, sino por acumulación de
grasas. Pero no, el cabello que encontró era saludable, suave y fluido.
Tocó su rostro. Había desaparecido su angulosa y huesuda estructura. En su lugar
había pequeñas facciones, sus ojos, su nariz, su boca, y sus labios, todos eran tan suaves y
flexibles como cerezas recién recogidas.
Toshihiko corrió hacia la cocina. En el alféizar, sobre el fregadero, había dejado un
espejo. Lo recogió impacientemente. Su parte trasera de mercurio reflectante había
comenzado a desgastarse.
Miró su rostro, y su corazón casi se le salió por la boca.
Pasó saliva reflexivamente.
El rostro que le devolvía la mirada tenía piel tan pálida como si hubiera sido
espolvoreada con harina. Sus mejillas tenían un tenue y saludable matiz rojo. Sus ojos
eran brillantes y negros. Su nariz era fina, y sus labios estaban humectados. Era el rostro
de un ángel.
Era el rostro de su amada Asaka Ai.
La impresión resultante fue tremenda.
Toshihiko mantuvo sus pensamientos y su personalidad, pero su cuerpo se había
transformado... en la idol Asaka Ai.
Incapaz de sobrellevar el impacto, dejó salir un grito enloquecido que resonó por el
departamento, que de lo contrario era tan silencioso como todas las mañanas.
La voz también era tan linda y nítida como el tintineo de una campana.
Con los nerviosos ojos de un herbívoro, el hombre preparó su dedo en el botón para
grabar de la videograbadora.
En la pantalla de la TV, tres idols de pop masculinos llevaban a cabo un energético
baile coreografiado. Según la guía de programación, ella seguía.
La canción del trío parecía llegar a su conclusión. La música elevaba su sonido, y
los tres se colocaban en su pose final.
El hombre presionó el botón.
Hubo unos pocos segundos de silencio, y entonces una jovencita apareció en
pantalla. Vestía un sombrero de vaquero, del cual brotaban salvajes flequillos que tocaban
la cima de sus cejas; sus amplios ojos brillaban, como ensoñados; un chaleco de piel de
vaca cubría su blusa blanca; y unos pantalones cortos acentuaban su escandaloso encanto.
Un broche con forma de estrella se colocó cerca de su hombro, sirviendo como su
único adorno. Si bien simple, tenía un atractivo inexplicable.
La mujer, haciendo un gesto de patada, alzó su esbelta pierna, la cual brotaba al
completo desde sus cortos pantalones.
Entonces arrojó el micrófono hacia la cámara.
Jaló el cable del micrófono con su mano izquierda, causando que girara en el aire
antes de volver a su agarre.
Ese movimiento había sido coreografiado especialmente para esto, «Lazo de
Amor», la nueva canción de Kawasaki Yuma.
Mientras la miraba en acción, el hombre con ojos de herbívoro sonreía con
descuido y balanceaba su cabeza arriba y abajo al ritmo de la canción.
—Yuma lo está poniendo todo en esta canción —dijo él, respirando entrecortado.
Su rostro presumía conocer todo lo que pudiera saberse de Kawasaki Yuma. En las
estanterías de detrás había hileras apretujadas de cintas de vídeo. Los costados tenían
etiquetas que decían «Idols I», «Idols II», y así, pero la mayoría tenían el mismo nombre:
«Kawasaki Yuma».
La pared de detrás de la estantería estaba cubierta, de suelo a techo, con pósteres
superpuestos. La mayoría de ellos eran de Kawasaki Yuma.
En la TV, Yuma finalizaba el segundo coro de la canción y proseguía al gran final.
Te atraparé con mi ardiente amor.
Oh, mi lazo de amor.
Mientras decía esa última palabra, «amor», Yuma volvió a ejecutar su truco del
lazo. Cuando el micrófono finalizó su trayectoria por el aire, lo atrapó firmemente, lo
sostuvo como una pistola, y entonces hizo un guiño y gritó «¡BANG!».
Y la canción acabó.
El hombre detuvo la grabación y apresuradamente encendió su radio porque «La
Feliz Charla de Yuma» comenzaría a las diez.
Mientras escuchaba la radio, revisó en su cabeza la agenda de Yuma para ese día.
«Su programa de radio de hoy es pregrabado, lo que significa que su actuación en
vivo de Golden Music fue su último trabajo del día. Tras eso queda libre. Mañana tiene
una aparición en vivo en otro programa de radio a las ocho de la mañana, lo que
significa que debería ir directo a su casa esta noche».
El hombre la imaginó charlando alegremente con algún sujeto en lugar de volver a
casa sola.
Pensar en ella con un hombre, incluso siendo una imaginación, lo llenó de dolor, al
cual le siguió una increíble ira.
«No está viendo a nadie» se dijo a sí mismo. «No podría. Mira su encantador
rostro. Una chica así de inocente, así de adorable, no podría estar viendo a nadie».
Grandes y gordas lágrimas se escurrieron de sus diminutos ojos.
«La amo tanto por eso. Entrego todo mi tiempo a amarla. No me traicionaría con
otro hombre. Otras mujeres lo harían, pero no Yuma».
El hombre tomó una fotografía de su escritorio. Era la foto coleccionable de Yuma
de sus primeros días.
Miró el rostro sonriente de la adolescente de boina amarilla.
Suspiró y susurró palabras que vinieron del fondo de su corazón:
—Yuma, dime la verdad. No hay ningún otro hombre. Sólo estoy yo.
Yuma no respondió, simplemente siguió sonriéndole.
El hombre abrazó la fotografía contra su pecho. Entonces, lentamente, la alzó hasta
su cara.
—Yu-Yuma...
Apretó sus feos labios hasta convertirlos en algo aun más feo, y le dio un húmedo y
poco riguroso beso al rostro de Yuma.
En la pequeña sala verde de una estación de TV, Yuma convocó lágrimas a sus ojos.
—Siempre seré una idol de segunda clase... —protestó—, una insignificante en
minifalda. Es por eso que debo aceptar cada trabajo que llega. Nadie escucha mis
canciones. Simplemente miran mis piernas, no creas que no lo noto.
El calvo Bando, aturdido por su arrebato, dijo:
—Yu-Yuma-chan, no te denigres de esa forma —puso su brazo alrededor del
hombro de ella mientras intentaba contentarla—. ¡Eres una fantástica idol y fantástica
entretenedora!
Yuma apartó su brazo.
—Si realmente piensas eso, deberías escuchar lo que estoy diciendo. ¿Realmente
tengo que hablar en persona con el presidente de la compañía?
—Yuma-chan —dijo el mánager—, es tu trabajo. Sanshin Denki está poniendo
todo su peso en promocionarte. Seguro puedes al menos decirle unas cuantas palabras al
presidente.
Yuma torció bruscamente sus cejas y, llenando su voz de acidez, dijo:
—Mientras eso sea lo único que tenga que hacer por él...
—No seas absurda. Claro que eso será todo. No tienes nada de qué preocuparte.
Pero quiero ser claro: no te estoy pidiendo que lo hagas. Te estoy diciendo, como
mánager, que espero que lo hagas.
Yuma sacudió su cabeza soltando un umff, y entonces abrió de golpe la sala verde.
—Y, déjame adivinar, tendré que usar coletas y llevar ese minivestido rosado. Bien.
Pero te diré esto: lo veré, tendremos una pequeña charla, pero eso es todo.
Los ojos del hombre eran los de un elefante; un elefante dudoso e inerte.
El hombre con ojos de elefante se quedó congelado al mirar el póster de Kawasaki
Yuma que había dentro de la estación de tren.
El póster era un anuncio tamaño B1 para Sanshin Denki. Todos sabían que ellos
eran distribuidores minoristas de electrónicos de fabricación dudosa.
En el póster, la minifalda alzada por el viento de Yuma se levantaba para revelar
sus delgadas y atléticas piernas al completo.
Los pósteres no habían estado puestos por mucho, pero ya se habían hecho
extremadamente populares entre los fans de idols que se lo toman en serio.
La adorable apariencia de las coletas era un giro de 180 grados ante su imagen
anterior, pero aparentemente a esos otros fans les gustaba.
Yuma en el póster parecía más una chica que una mujer.
El hombre miraba a su rostro, su mirada era tan intensa que podría haber dejado un
agujero en el papel.
—Eso está mal —murmuró, respirando entrecortado—. Todo está mal. Esa no es
Yuma.
Ira llenó sus ojos de elefante mientras sacaba el cúter que había ocultado en su
bolsillo.
Marcó una X en el rostro de Yuma.
Kawasaki Yuma salió del taxi e inmediatamente se sintió ansiosa. Una extraña opresión
aferraba su pecho.
Se quedó delante de su edificio de departamentos por un momento, tomando
profundos respiros para tranquilizar sus nervios.
Eran las once de la noche. A esa hora la calle residencial del extremo superior
estaba vacía, ni siquiera había un gato callejero a la vista.
Se dijo a sí misma que la soledad era la fuente de su inquietud y prosiguió hacia la
entrada del departamento, donde ingresó la contraseña en el panel de seguridad.
La puerta automáticamente se abrió.
El sistema de seguridad del edificio proveía calma, pero Yuma siempre había
pensado que se sentía poco personal y carente de calor humano. Esa noche la hacía sentir
aliviada.
Condujo el ascensor hasta el quinto piso y caminó por el corto pasillo al aire libre
que conducía a su puerta, la cual abrió con una llave.
Cada piso del edificio tenía sólo dos unidades, y Yuma era la única que vivía en el
quinto piso. Ahí tenía completa privacidad.
Escuchó algo revoloteando sobre su cabeza cuando estaba por entrar a su
departamento. Se giró hacia el sonido y vio un objeto encajado en el vano superior de la
puerta.
Se estiró para agarrarlo.
Era un sobre del tamaño de una carta.
Yuma, confundida, inclinó su cabeza.
«¿Quién pudo haber venido a dejar esto aquí?».
Un desconocido no debería haber sido capaz de entrar al edificio. ¿Había sido
dejado ahí por otro residente? Nunca se relacionaba con sus vecinos...
«¿Fue Yukio?» se preguntó, visualizando su rostro bronceado. «Pero él tiene su
propia llave. Si hubiera estado aquí, habría entrado».
¿Entonces quién podría ser?
La ansiosa preocupación de Yuma volvió.
Giró el sobre.
Escrito en los redondeados y distintivos caracteres que remarcaban la escritura
femenina, estaban las palabras «De alguien que conoces».
No tenía idea de quién podía ser, pero algo del sobre llamó su atención.
La escritura redondeada era adorable, pero de alguna manera también era ominosa.
Presentaba una inquietante discordancia con las palabras que formaba; caracteres de
adolescente formando un aviso formal, «De alguien que conoces».
Si las palabras y la letra pueden revelar el carácter de una persona, ¿qué clase de
persona había escrito eso?
Yuma sintió una preocupación indescriptible.
Alguien se había colado por un agujero en la seguridad del sistema de su hogar, eso
era seguro. Luego esa persona puso una carta en el vano de su puerta.
Con dedos temblorosos, abrió el sobre para descubrir qué había dentro.
El aroma del dulce perfume llegó a su nariz. Dentro del sobre encontró una hoja de
papel aromatizada.
La desdobló y leyó:
No me enojé contigo.
No me enojé contigo, porque creo en ti.
Incluso perdonaré tus irreflexivas acciones...
Comprendo que ese póster era parte tu trabajo y
que no te quedó más opción que hacerlo.
Pero esa no era tú. No, no. No era.
Puede que incluso comiences a dejar de gustarme...
Eso fue mentira. ¡Mentira!
Nunca podría odiarte.
Te amaré por el resto de mi vida.
En TV me dijiste que me amas.
No olvidaré eso.
Si me traicionas...
Oh, qué pensamiento tan aterrador. Tan, tan, aterrador.
Porque yo nunca te traicionaría.
Cuando Yuma entró a la sala de reuniones, Bando y los otros miembros del equipo ya
estaban sentados alrededor de la mesa.
Ver el rostro de su mánager la tranquilizó más de lo que había esperado.
Se sentó en la silla al lado de él, se inclinó hacia su oreja, y habló en voz baja:
—Tengo que hablar contigo tras la reunión. Ayer me llegó una carta extraña...
—¿Una carta extraña? —la voz de Bando portaba una mezcla de curiosidad y
preocupación, pero prosiguió antes de que Yuma pudiera explicar—. Después podemos
hablar de eso —Bando se aclaró la garganta, y la sala quedó en silencio mientras todos
giraban su atención hacia él—. Quiero ir directo al grano —anunció él—. El tema de hoy
es, adivinen, ¡Yuma! Usaremos esta oportunidad para reexaminar nuestros planes de su
progreso. Es una fortuna que su campaña de pósteres para Sanshin Denki haya sido un
éxito, y podemos esperar que su popularidad suba. Su nuevo sencillo, «Lazo de Amor»,
debuta con fuerza, siendo el número trece en la próxima lista de Oricon. Con el arduo
trabajo de todos, quisiera que esta canción tenga un éxito incluso mayor que su primer
sencillo, «Amor Cruzado». Me gustaría escuchar los pensamientos de todos sobre cómo
promocionarla incluso más. Tengamos un debate en vivo, ¿de acuerdo?
El equipo presentó numerosas ideas para promocionar a Yuma durante la primera
hora, y ella pensaba que muchas tenían mérito. Al final, sin embargo, el equipo llegó a la
poco brillante conclusión de proseguir tanto con el estilo lolita de los pósteres de Sanshin
Denki, como con su distintivo aspecto salvaje.
Yuma comprendió que esos eran los indecisos resultados típicos de cuando un
grupo debate sobre ideas.
Comenzarían nutriendo la popularidad de la campaña de Sanshin en base a
problemas con pósteres robados (incluso si tuvieran que falsificar algunos robos). Y,
simultáneamente, intentarían convertir el movimiento de «Lazo de Amor» en una moda
entre los jóvenes.
Yuma, con un pesado bostezo, se puso de pie y fue a la habitación del costado,
donde había una pequeña cocina.
Tomó un frasco de café instantáneo del estante y vertió una cucharada sobre un
vaso de papel, el cual llenó con agua tibia de un dispensador de agua caliente que estaba
pegado a la pared.
Sin añadir azúcar ni leche, le dio un gran trago que dejó una granosa amargura en
su lengua.
Sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su culotte y secó las comisuras de sus
labios.
Cuando alzó la mirada, vio que Bando iba en dirección a ella.
—¿Quieres que te haga un café? —preguntó ella.
Él asintió y se sentó sobre una silla plegable delante de una pequeña mesa, secando
las cejas de su frente.
Yuma, mientras preparaba la bebida, dijo:
—Esa reunión sí que fue inútil. Gastamos todo ese tiempo sólo para llegar al
enfoque más obvio.
—Ya, Yuma-chan, no debes decir eso. Incluso si acabamos con el plan más obvio,
carga mayor peso cuando llegamos a un consenso. Sólo espera y verás. El equipo tendrá
mejor cohesión tras esta reunión.
El mánager aceptó el vaso de café y comenzó a verter copiosas cantidades de
azúcar en el líquido. Echó cuatro cucharas llenas, y luego una quinta.
Ahora Yuma entendía de dónde había salido su redondo vientre. Todo ese consumo
de azúcar le dio el curioso crecimiento de un Moomin a su abdomen.
Mostrando su mirada llena de confianza, el mánager dijo:
—Déjame todo a mí. Llevaré «Lazo de Amor» al top diez. Puedes contar con eso.
—Gracias —dijo Yuma, apaciguada por su sonrisa—. También haré todo lo que
pueda. ¿Cómo debería comenzar?
—Ante todo, quiero que te cuides —dijo Bando—. Tu agenda estará llena de
apariciones y eventos por todo el país. Si te presionas al punto del desmayo, todo habrá
sido para nada. Tu salud debe ser tu mayor prioridad —sacó una libreta que tenía en el
bolsillo del interior de su chaqueta, y comenzó a girar tan intensamente las páginas que
Yuma casi reía—. Tu agenda está así desde ayer —dijo Bando—. Mañana tendrás un
pequeño evento en una plaza comercial de Kyobashi, Osaka. Al siguiente estarás por las
ciudades vecinas. Primero tendrás un evento de apretón de manos en una tienda
departamental de la Estación Hirakata, y por la tarde una aparición como invitada al
concurso de karaoke de un negocio local de Korien. Es lo de esos dos días. Nada muy
duro. Pero ahora que todo el equipo está en la misma página, todos estaremos trabajando
duro para llenar tu agenda —Bando bajó su café azucarado impacientemente y se levantó
de su silla plegable como si no hubiera ni un minuto que perder; dio dos, y luego tres,
pasos hacia la puerta antes de detenerse y vociferar—. Oh, es cierto. Casi olvido para qué
había venido aquí —volvió a la silla metálica y la puso en dirección a Yuma—. Dijiste
que había algo de lo que tenías que hablarme. ¿Algo sobre una carta?
Cuando dijo «carta», el cuerpo de Yuma se endureció. Sus ojos se tornaron serios,
y dijo:
—Sí. Una carta, una carta extraña —Yuma abrió su bolso de mano y sacó la nota
arrugada en cuestión—. Es esta —dijo ella—. Fue tan espantosa que la tiré tras leerla.
Pero luego me di cuenta de que quería que la vieras. Así que aquí está.
Cuando Bando acabó de leer la carta, inclinó su cabeza de forma pensativa y dijo:
—Umm. Tienes razón, es inusual, aunque creo que probablemente es sólo un fan
que se pasó un poco.
—Probablemente no debería estar asustada, pero lo estoy —admitió Yuma—. Sé
que es sólo una carta. No puedo explicar del todo lo que siento, pero no es bueno —la
idol miró sobre su hombro, creyó sentir que alguien la observaba.
—Pero, Yuma —dijo Bando—, sin importar el miedo que pueda dar, es sólo una
carta, ¿cierto? Ya he sido mánager de varias cantantes idol, por lo que sé de esta clase de
cosas. Hay un montón de fans como ese allá fuera. Con Asaka Ai recibimos una carta que
decía «si no me puedo casar con Ai, me suicidaré». ¿Pero sabes qué? No lo hizo. Si
comienzas a preocuparte por lo que digan todas las cartas de tus fans, nunca acabarás
—Bando volvió a arrugar el papel, hasta hacerlo una bola, y lo arrojó a la papelera—.
Yuma-chan —dijo alegremente el mánager—, si tienes tiempo para preocuparte por algo
como eso, preferiría que te preocuparas por tu gira promocional. Siendo completamente
franco, nuestro futuro depende de ello —saliendo de la sala, se detuvo al otro lado de la
puerta y añadió—. Si la persona que escribió eso intenta hacer algo para herirte, daré mi
vida para protegerte. No te preocupes por eso —le dedicó una sonrisa y un gesto de
despedida con la mano.
Yuma no estaba del todo convencida, pero se sentía mucho mejor.
El hombre con ojos de elefante, por quinta vez ese día, fue al buzón de fuera de su
habitación. Dentro había un anuncio de unos prestamistas y muchos volantes de las
agencias de «entregas de salud» a domicilio de manos de señoritas. Eso fue todo lo que
encontró.
Había hecho muchos esfuerzos para encontrar el departamento de Yuma, y ya había
pasado una semana desde que dejó la carta. Ya debería haber respondido. Debería haber
respondido hace días.
El hombre volvió a su habitación y chasqueó la lengua con frustración.
«¿Por qué no ha respondido? ¿Por qué?».
Había vertido su corazón en esa carta. ¿Por qué no había respondido?
Es cierto que no había escrito su nombre ni dirección en el sobre, pero sus almas
estaban vinculadas. Firmarla como «De alguien que conoces» debería haber sido más que
suficiente. Pero no había llegado la respuesta.
«¿Está ella mal al no mandarme una carta?» se preguntó el hombre a sí mismo.
«¿O fui yo el que hizo algo mal?».
«No», respondió, «no hice nada mal. Y tampoco Yuma. No fue ninguno de
nosotros. Alguien más debió intervenir. Esa es la única respuesta».
El hombre sacó de su estantería una revista del club de fans de Yuma. El fanzine
autopublicado se llamaba «Yukko Club», siendo «Yukko» el apodo de los fans de la
cantante.
Abrió la revista y buscó el número telefónico del club de fans.
Una vez consiguió lo que quería de la revista, sacó su libreta y miró la agenda que
había hecho de los eventos de Yuma.
Su próxima aparición sería en una plaza comercial de Kyobashi.
Estrechó sus ojos de elefante y tomó una decisión.
«Veré a Yuma en persona, y lo escucharé directo de su boca, sin que nadie más
interfiera. Entonces sabré lo que siente por mí».
Yuma tomó el tren bala hacia la estación Shin-Osaka y, tras un par de transferencias
locales, llegó a la estación Kyobashi.
En esa plataforma un grupo masculino de estudiantes la reconoció.
Hizo todo lo que pudo para hacerse pasar como una mujer cualquiera: con su
cabello hecho coleta, su maquillaje siendo sencillo y natural, y sus ojos estando detrás de
unos lentes con montura negra.
La mayoría de sus fans no la habrían reconocido. Pero algunos de los estudiantes
con las vistas más agudas se habían percatado de quién era, y se le acercaron parloteando.
Un estudiante de secundaria, cuya cara estaba llena de granos, le dio una palmada
en la espalda a sus amigos y gritó:
—¿Ven? ¡Les dije que era Kawasaki Yuma!
Otro chico alzó su mano derecha y dijo:
—¿Sacudirías mi mano, por favor?
Entonces, al instante siguiente, un grupo de estudiantes arrojaron sus manos hacia
ella.
De una forma que mostraba su familiaridad con esa clase de cosas, les sonrió y
comenzó a extender su brazo para darles un apretón de manos.
Fue ahí cuando Bando repentinamente apareció desde atrás gritando:
—¡No! ¡No! —se puso delante de Yuma y extendió sus brazos para mantener a
raya a los jóvenes, y entonces prosiguió—. Si quieren darle un apretón de manos, tendrán
que ir al evento de la plaza comercial. Si lo hace para ustedes aquí, no sería justo para los
fans que están esperando.
Los esudiantes observaron a su calvo interlocutor y le arrojaron insultos mientras
se apartaban.
—¿Por qué eres tan idiota?
—¡Calvo!
—De todos modos ni quiero su autógrafo.
Yuma, con una sonrisa forzada, fue hacia Bando y le dijo:
—Sólo eran unos apretones de mano. No tengo problema.
—No puedes ser así —le sermoneó—. Una vez comienzas a complacerlos, sólo
querrán más. Dales un apretón de manos y querrán un autógrafo, dales un autógrafo y
querrán tomarse una foto contigo. Los deseos de un fan no tienen fin.
La guió al final de la plataforma, donde un par de puertas daban al interior de la
plaza comercial.
La condujo dentro.
Tras unos pocos minutos llegó otro tren a la plataforma. Trabajadores de oficina,
tanto hombres como mujeres, llenaban el tren por completo.
La plataforma de repente estaba llena de gente.
Un poco por detrás de la multitud, un hombre fue escupido del tren.
Se paró en la plataforma, encorvándose ligeramente. Aclaró su garganta con un
tosido que podría haber venido de un hombre del doble de su edad.
Escupió una flema.
Si alguien lo hubiera visto de cerca, habría notado sus tímidos e inusualmente
pequeños ojos.
Era él. Él era el hombre de los ojos de elefante.
Un grupo de chicas de preparatoria justo pasaba caminando a su costado mientras
conversaban de una cosa o de otra.
Cuando las miró, su rostro de tonalidad oscura se tornó de un rojo profundo.
Se movió sigilosamente hacia el costado de la plataforma para que no lo vieran.
Debió entrar en pánico, porque algo cayó de su bolsillo cuando se movió.
Dejó salir un pequeño chillido sofocado y rápidamente se agachó y recogió el
objeto: un gran cúter.
Cuando terminó de cantar «Lazo de Amor», Yuma volvió a la sala verde con sudor en su
frente.
Bando la esperaba ahí con un vaso de soda fría en su mano.
—¡Lo hiciste genial! —le dijo—. La multitud se sumergió por completo.
Yuma aceptó el vaso de soda y se lo tomó de un trago.
Sus mejillas se sonrojaron con regocijo mientras decía:
—Eso fue asombroso. Estar allá fuera fue como un concierto de rock.
—Sólo falta la sesión de apretón de manos y ya habremos acabado —dijo Bando.
Yuma asintió profundamente y secó el sudor de la frente con la manga de su blusa.
El hombre con ojos de elefante no miraba nada más que a Yuma en el escenario. Se
preguntaba cuánto le dolía tener que apretar la mano de todos esos hombres.
Pero la preocupación rápidamente se abrió camino en su fantasía. ¿Qué si
realmente lo estaba disfrutando? Tenía que averiguarlo. Quería preguntarle «Sólo sacudes
las manos de esos otros hombres porque es tu trabajo, ¿verdad?».
¿Qué haría si ella respondiera «No lo hago porque es mi trabajo, lo hago porque
me gusta»?
Mientras su mente procesaba esa situación, sentía cómo la sangre se le iba del
rostro.
Se esforzó por permanecer en su silla. No podía soportar esperar ni un minuto más
sin saber cómo se sentía ella.
Apretó sus labios y chocó sus dientes tan duro que sus muelas hicieron un sonido
que era como si estuvieran aplastando hojas.
«Yuma, por favor, no me traiciones. Por favor, por favor, no me traicionarías,
¿verdad?».
Volvió a colocar su boleto en su bolsillo, y sus dedos se frotaron contra el cúter.
Yuma depositó emoción en cada apretón de manos. Sostuvo la mano de cada fan por al
menos tres segundos. Los miró a los ojos y les dedicó una sonrisa.
Tras unos 150 apretones, el esfuerzo comenzó a pesarle. Su mano ya no se sentía
como una parte de su cuerpo, se sentía como si fuera de alguien más.
Miró a la audiencia. Más o menos la mitad seguía esperando.
Si bien seguía recordándose que debería estar agradecida de que tanta gente
quisiera conocerla, en lo profundo estaba horrorosamente cansada de ello.
Justo entonces, Yuma sintió un dolor punzante en su pecho. Sostuvo ligeramente su mano
derecha sobre su corazón, donde sentía el malestar. No era el dolor de una herida física ni
una enfermedad. Era algo más inusual.
«Una premonición», pensó ella, comprensiva. «Eso es lo que es, una
premonición».
Mientras proseguía tomando las manos que sus fans le ofrecían, crecían en su
pecho horror y ese poco conocido dolor.
Comprendía que su cuerpo intentaba advertirle a un nivel primitivo. Algo siniestro
se aproximaba. Era el mismo horror que sintió al quedarse de pie delante de su
departamento.
Miró el rostro del nervioso chico que estaba delante de ella. ¿Era él la fuente de su
aflicción?
Cuando el hombre con ojos de elefante vio que ya era el segundo en la línea, sintió un
brote de energía saliendo de lo profundo de su ser cual magma subiendo por un volcán en
erupción.
Pero al mismo tiempo sentía un dolor que le era difícil de identificar. Era algo
parecido a la vergüenza, o quizá el cómo se sentía una novia virgen al encarar su noche
de bodas.
Se sintió repentinamente avergonzado porque Yuma miraría su rostro y su
apariencia.
«¿Qué pensará cuando me vea?» se preguntó a sí mismo.
El pensamiento hizo que su cuerpo se pusiera caliente de la cabeza a los pies en
ansiosa vergüenza.
No era un hombre guapo.
Una horrible preocupación brotó de las profundidades de su mente:
«¿Qué si me odia?».
Rechinó sus dientes, de adelante hacia atrás, como un elefante mascando.
Sentía como si pequeños y afilados alfileres se clavaran en la parte trasera de sus
ojos.
«Oh, si tan sólo fuera de buen ver...».
El pensamiento dolía. De verdad que dolía.
«Cuánto dolor soporto por ti, Yuma».
La miró sin pestañear.
«No traicionarías a un hombre que te ama tanto como yo. No me traicionarías,
¿verdad?».
«¡Por favor, no me traiciones!».
Cuando encaró a Yuma, el hombre notó que ella le dio una señal.
Lo miró y asintió ligeramente.
En ese momento pensó «Realmente sabe quién soy».
Sentía su mensaje como si fuera una señal eléctrica transmitida directamente a su
cerebro.
Hace mucho tiempo, cuando él la miraba por televisión, ella le había mandado un
mensaje que traspasaba la pantalla curvada: «Te amo». Pero ahora, a esa corta distancia,
la señal era mucho más fuerte. Era, de hecho, muy fuerte, se distorsionaba hasta ser
irreconocible.
«Esto no está funcionando» pensó él. «Aún no logro saber qué siente».
Para preguntarle qué sentía por él, concentró sus propios sentimientos y le devolvió
una señal.
Mientras sus manos se agarraban, sus pasiones se manifestaban en forma de sudor.
«¿No es este sudor la manifestación material de mi pregunta? Y mira, ve lo sudada
que está su mano. ¿No es eso la manifestación material de sus sentimientos por mí? Me
ama, por eso es que suda tanto».
«¿Es así de pasional como puede ponerse una mujer por el hombre que la ama?»
pensó con una sonrisa de satisfacción.
Apretó su agarre para decir «Te amo».
Y fue ahí cuando pasó.
Yuma repentinamente soltó su mano.
Entonces, como si estuviera hablando con un completo desconocido, dijo «El que
sigue».
El hombre estaba pasmado.
«¿Qué?» pensó. «¿Me odia?».
Su sombrío temor volvió a dominar sus pensamientos.
Un sonido que era como el ruido de trompeta de un elefante escapó de sus fosas
nasales.
El hombre con ojos de elefante luchó por contener el impulso borboteante que surgía de
sus profundidades, de todos lados.
Apretó el cúter tan duro como pudo dentro de su bolsillo, esforzándose por
suprimir un impulso salvaje y violento.
La desesperación llenó al hombre. Podía notar la mezcla de horror y desprecio en los ojos
de Yuma.
Expuso la hoja dentro de su bolsillo.
Su mente comenzó a trabajar como un circuito de computadora, recorriendo las
sendas de resultados potenciales.
«¿Apuñalo a Yuma con el cúter?».
Pero entonces pensó:
«Si apuñalo a Yuma con tanta gente alrededor, ¿qué pasará después? Seré
arrestado. Tendré que contenerme por ahora y esperar mi próxima oportunidad».
Le dio la espalda a Yuma.
Yuma marcó el número telefónico parcialmente resignada a que no contestaría. Pero, para
su sorpresa, lo hizo.
—¡Yukio! —habló algo más alto de lo que pretendía, y luego, con un poco de
displicencia, dijo—. ¿Qué ha estado pasando? Te llamo y nunca estás ahí.
—Vamos, no seas así —protestó Kawai Yukio—. Tú eres quien dijo que no te
llamara tanto porque estarías muy ocupada con tu nueva canción.
—Pero, pero... —Yuma agitó el teléfono, como en negación—. Pero me pasó algo
muy espantoso.
Cual cuerda que es estirada al extremo y finalmente se rompe por la tensión, Yuma
quebró en llanto.
—Yuma, no pasa nada —dijo Yukio—. Mira, ya estamos hablando, ¿no? —luego
añadió con ternura—. Si hay algo que te moleste, puedes contármelo.
—Yo... estaba tan asustada.
Le contó a Yukio entre sollozos todo lo que había pasado, desde la carta hasta el
hombre que había ido al evento de apretón de manos.
Yukio estaba en silencio, y entonces dijo:
—Eso suena extraño. Yo también tengo fans muy raras, y a veces me mandan su
ropa interior o mechones de su cabello, pero nunca he recibido una carta como esa.
—¿Verdad? No es normal. Creo que está obsesionado, que está loco.
—Aunque no estoy tan seguro de la conexión entre la carta y el hombre de la
sesión de apretón de manos —dijo Yukio—. Creo que puedes estar muy nerviosa y
exagerando.
—Te digo que era él, lo sé. No, no tengo ninguna evidencia fuerte, pero estoy
segura de ello. Olía igual que la carta.
—Creo que lo estás pensando demasiado —dijo Yukio, la duda era evidente en su
voz—. Bueno, sin importar el caso, hasta ahora no ha hecho nada para herirte, y no puede
ir tras de ti a donde sea que vayas. Sólo ten más atención a lo que te rodea y estoy seguro
de que no tendrás nada de qué preocuparte.
—Vendrá —murmuró Yuma.
—¿Qué dijiste? —preguntó Yukio.
—Vendrá. Sé que lo hará. ¡Vendrá a mi departamento! —añadió, temblando—. O
quizá ya está de camino a aquí.
El próximo día Yuma entró a la oficina de la agencia y encontró a Bando esperándola con
una mirada fiera en su rostro.
—Ban-chan, ¿qué sucede? —preguntó Yuma llena de alegría.
Bando no tenía una sonrisa para ella.
—¿Qué sucede? ¿Preguntas qué sucede?
Le arrojó una revista sensacionalista y demandó:
—¿Qué es esto?
—¿Qué con eso? —dijo Yuma en tono defensivo mientras comenzaba a pasar las
páginas.
A medio camino encontró la fotografía que había arruinado el humor de Bando.
La foto era de Yuma y Yukio juntos. Era de cuando se escaparon en una cita el mes
anterior. Estaban en un pequeño bar, acurrucados uno con otro mientras bebían cerveza.
«¿Quién pudo haber tomado esa foto?» se preguntó Yuma en honesta confusión.
«No había nadie en el bar que se asemejara remotamente a un fotógrafo».
—Ya te digo que hiciste un desastre —dijo Bando—. Bebiste con un hombre
mientras eras menor de edad. Y peor aún, estás saliendo con un idol grado C, eso es muy
por debajo de tu nivel. Si vas a salir con alguien, asegúrate de que sea una estrella. Así
tendríamos influencia suficiente para evitar que salgan fotos como esa —Bando se llevó
las manos a la cabeza, pasando sus dedos por el poco pelo que le quedaba—. Los medios
se enfocarán en esto, no se hartan del cotilleo sobre idols populares. Probablemente estará
en TV antes de que acabe la semana.
Sin sentir simpatía alguna, Yuma se fue enojando más.
—Mira lo preocupado que estás ahora. Cuando te conté sobre esa carta ni siquiera
te preocupaste. Obviamente te importan más las ventas de mis CDs que yo.
—Sí, las ventas de tus CDs son importantes —Bando la miró a los ojos—, pero lo
que me importa es que no te conviertas en mercancía dañada. Tus fans se sienten dolidos
cuando esa clase de fotos se hacen públicas. Al final es tu carrera la que queda afectada
—chasqueó su lengua con molestia.
Yuma, ahora algo preocupada, pensó:
«Tras escalar al top cinco, Lazo de Amor comenzará a bajar, y puede que mi
popularidad baje junto a la canción».
Avanzó hacia Bando y cerró sus manos alrededor de las de él.
—Creo que todo estará bien. En estos días no pasa nada si las idols beben y tienen
citas. La gente aprecia más la honestidad que el falso acto de inocencia. No te preocupes,
saldré de esta.
Bandó sacudió lentamente la cabeza y dijo:
—Bueno, no podemos retirar lo que ya está impreso. Quizá tengas razón, puede
que nos sirva de publicidad —dejó salir un profundo suspiro—. Reniegas completamente
del presidente de Sanshin Denki, pero sales con un idol barato como ese. Yuma, no creo
que estés hecha para el mundo del entretenimiento.
—Puede ser que no —dijo Yuma con una sonrisa.
Bando le regresó la sonrisa y bromeó:
—Será mejor que te cuides de los fans locos. Si ven esto, puede que pierdan la
compostura. Esos fans a veces pueden ser aterradores.
Lo dijo como broma, y nada más, pero Yuma no se lo tomó como tal.
«Tiene razón» pensó ella. «Ban-chan tiene razón. Si ese hombre ve esa foto...».
Todo pareció ponerse oscuro por un segundo.
Tras finalizar una grabación para un programa de charlas para televisión, Yuma tomó un
taxi para volver a su departamento.
Salió del auto y miró alrededor para asegurarse de que nadie la siguió a casa. Era
su hábito.
No vio a nadie y pasó por la entrada delantera.
La puerta no se abriría para nadie que no tenga una llave y un código numérico
específico. El departamento proveía completa seguridad gracias al sistema dedicado a
ello. Mientras estuviera ahí, no tenía de qué preocuparse.
Pero ese hombre había entrado. Al menos una vez había entrado.
Yuma salió del ascensor y se apresuró a la puerta.
La cerró rápidamente tras entrar. Puso el seguro, y luego la cadena.
Seguía sin ser suficiente para tranquilizarla.
Corrió al teléfono y llamó a Yukio. No tenía trabajo que hacer esa noche y la vez
anterior que hablaron dijo que iría.
Respondió la contestadora.
—Yukio, soy yo —dijo ella con voz temblorosa—. Ven tan pronto escuches este
mensaje. Estoy en mi departamento. Por favor, ven de inmediato.
Su sexto sentido intentaba sobreponerse. Podía sentir algo, algo indescriptible con
palabras. Sentía que algo terrible iba por ella. Se estaba acercando.
Le pareció escuchar pisadas.
Yuma, sobresaltada, abrió los ojos. Se despertó debido a un dolor palpitante en sus pies.
Debió quedar inconsciente, pero por ahora no lo sabía.
Miró a sus pies y vio que estaban envueltos con un paño manchado de rojo.
Miró la habitación que le rodeaba enfrentando el dolor.
El hombre no estaba a la vista. Podría encontrarse en la sala de estar, pero no oía
nada de esa dirección.
La cadena de la puerta seguía sin estar puesta.
Si tan sólo pudiera arrastrarse hasta allá...
Apoyó algo de su peso sobre sus pies e inmediatamente encontró una punzada de
increíble dolor.
No iría a ningún lado.
«Quizá alguien vendrá a rescatarme» pensó en Yukio. «Sí, tengo a Yukio. Vendrá
en cuanto escuche el mensaje que le dejé».
Sintió que la sangre le volvía al rostro.
Repitió el pensamiento, intentando creerlo ella misma, intentando que se hiciera
cierto a base de voluntad.
«Vendrá de inmediato en cuanto escuche mi mensaje. ¡Yukio, ven pronto! ¡Ven
ahora mismo!». Apretó sus manos en plegaria y miró fijamente la puerta. «Ven antes de
que ese demonio vuelva».
Entonces, como si alguien respondiera su plegaria, sonó el timbre. Escuchó una
llave deslizarse en la ranura.
«Es Yukio. Yukio vino por mí».
Yuma, anticipando su rescate, se sentó.
La perilla giró, y la puerta se abrió.
—¡Yukio! —gritó Yuma.
En esta ocasión realmente era él. Kawai Yukio estaba al otro lado de la puerta.
Cuando la vio en el suelo con los pies ensangrentados, su expresión se llenó de
incredulidad.
Y entonces entró.
—¿Qué te sucedió? —dijo él.
O, mejor dicho, eso era lo que comenzó a decir. Cuando dijo «Qué te», una figura
silenciosamente salió de su escondite.
Antes de que cualquier otra cosa pudiera ocurrir, el hombre cortó la garganta de
Yukio con el cúter.
Aire borboteó de forma antinatural de la garganta de Yukio mientras caía al suelo.
Cuando su rostro chocó con contundencia contra la alfombra, la herida de su
garganta se abrió y sangre salió a estallidos cual fuegos artificiales.
El hombre arrojó casualmente el cúter y dijo:
—¡Eso es lo que te ganas!
—¡Yukio! —gritó Yuma.
Olvidando su dolor, se arrastró hasta la puerta delantera, donde tomó en brazos la
cabeza de su amado.
La sangre seguía saliendo a chorros de la única línea que se le marcó en la
garganta.
Murió casi al instante.
Habiendo presenciado la muerte del hombre que más amaba, una nueva emoción
brotó dentro de ella. Quería matar al hombre que lo hizo.
Entonces el hombre le quitó a Yukio de los brazos y lo arrojó al baño cual basura al
bote.
Yuma tomó el cúter, el cual estaba a sus pies, y miró con odio al hombre.
Él notó que le miraba, y se aproximó a ella con brazos abiertos.
—¿Qué sucede, Yuma? Tan sólo me encargué del hombre que te importunaba.
Intentaba arruinar las cosas entre nosotros, y lo castigué por ello. Prometiste que no le
volverías a ver, ¿no? Deberías sentirte contenta por haberte librado de él. Dame una
sonrisa.
Yuma sacudió la cabeza.
—Monstruo despreciable. ¡TÚ eres a quien quiero muerto!
El hombre quedó desconcertado.
—¿Q-qué dijiste? —las venas de sus sienes sobresalían—. Hago todo lo que puedo
por ti, ¿y dices que me quieres muerto?
La observó. Todo rastro de autocontrol se desvaneció de sus ojos. Entonces se
acercó a ella con increíble velocidad y gritó:
—¡Antes de cualquier otra cosa, te voy a hacer pagar!
Ella tomó firmemente el cúter con ambas manos. Alzó la hoja muy por encima de
su propia cabeza.
El hombre, rugiendo cual animal salvaje, estaba casi sobre ella.
Ella osciló el cúter hacia su hombro. La hoja se clavó en su omóplato y se deslizó
en un ángulo que hizo que se le arrancara un trozo de carne de como un centímetro.
Había blandido con tanta fuerza que el impulso restante la mandó tambaleando
hacia delante unos cuantos pasos.
El hombre sostuvo su mano contra la herida mientras la sangre salía.
—¡Yuma! —gritó él, con sus ojos nublados con furia propia de un tiburón—.
¡Yuma! ¿Qué has hecho? ¿Realmente querías matarme? —sangre escurría de sus dedos y
goteaba de su brazo.
Yuma renovó su agarre del cúter y miró al hombre.
—No te acerques —dijo ella—. Te mataré. Lo digo en serio.
Sujetaba el arma delante de sí misma y se sostenía en una rodilla.
El borde de su corta falda se alzó, dejando entrever su ropa interior.
Los labios del hombre se retorcieron hasta formar una sonrisa ominosa.
—¿Dices que me matarás? ¿Matarías a un hombre que te ama tanto como yo te
amo? —fijó sus ojos en ella y se le acercó lentamente—. ¿Realmente crees que tu
pequeño cuerpo es capaz de matarme?
La ira se desvaneció de sus ojos. En su lugar estaba la mirada de un buitre en busca
de su presa.
Dejó salir un misterioso chillido como de pájaro y cargó para derribarla.
Mientras corría hacia ella, Yuma bajó el cúter con toda su fuerza.
La punta de la hoja se hundió en su espalda.
Le dio bien, pero...
El hombre sólo gruñó.
Prosiguió, aferrándola. La tomó de la cintura con ambas manos y arrojó todo su
peso sobre ella.
El olor de carne agria asaltó las fosas nasales de Yuma.
Su flácido cuerpo le recordaba una cama de agua en la que se acostó una vez en un
espectáculo de TV.
Su masa se hundía alrededor de ella.
Ella agitaba sus brazos y piernas, pero él no cedía.
—Hueles bien —dijo él—. Con que así hueles. Es exquisito.
El hombre enterró su rostro en el pecho de Yuma y respiró profundamente. Su
barba de tres días raspaba alrededor de las puntas de sus pechos. La sensación era tan
desagradable que casi hizo que se desmayara.
—Ya no me contendré más —dijo él—. Ya no hay vuelta a atrás para nosotros. Sin
importar lo que haga, siempre me odiarás. Será mejor para mí que actúe según mis
verdaderos sentimientos.
Apartó su blusa y sostén, y entonces acercó sus labios hacia sus pechos expuestos.
—Con que es-estos son tus pechos...
Se metió su pezón a la boca y comenzó a chuparlo toscamente.
—¡Detente! ¡Detente! —gritó ella.
Sin importarle sus protestas, chupó tan duro su pezón que se sentía como si pudiera
arrancarlo.
La respiración del hombre se hizo áspera, y acercó su cintura a la de ella.
Ella sintió una rigidez contra su muslo.
Yuma, por primera vez en su vida, se maldijo a sí misma. Maldijo todo lo que la
había llevado a ese momento.
«¿Por qué esto tenía que pasarme a mí? ¿Qué hice para merecer esto? ¿Es porque
soy una idol?».
Mientras se atragantaba con el hedor de su cuerpo, lo rodeaba para sacar el cúter de
su espalda.
Las puntas de los dedos de él se deslizaban por la parte baja de su falda, donde
halaban impacientemente de los bordes de sus bragas. Sus torcidos dedos presionaban
contra su área más sensible.
Justo entonces Yuma le apuñaló la parte superior del brazo con el cúter. La hoja se
deslizó por la grasa que le rodeaba y destrozó los músculos de debajo, y con eso Yuma
descubrió que hasta ese monstruo chillaba ante el dolor.
Pero entonces le dio una bofetada con increíble fuerza. El impacto fue tan fuerte
que sintió que podría romperle la cara, pero se rehusó a dejar ir el cúter.
—Maldita seas —gruñó él—. Mira lo que pasa cuando te trato bien. Se te ocurren
cosas raras.
Grasiento sudor se acumulaba en su piel mientras sobrepasaba el dolor.
Se paró sobre ella y dio un pisotón contra su pecho.
El aire se le salió de los pulmones y escapó de sus labios en una burbujeante
mezcla de aire y saliva.
Yuma lo maldijo en silencio, balanceando el cúter sin sentido alguno, cortando por
sus piernas una y otra vez.
El hombre gruñó y puso sus manos en los tobillos.
—No puedo mover mi pie —dijo él lastimosamente—. No... No puedo moverlo.
Esos salvajes cortes debieron destrozar el tendón de Aquiles de su pierna izquierda.
«Ahora estamos en la misma posición» pensó Yuma.
Formó una sonrisa apretando los labios, como diciendo «Eso es lo que te ganas».
Retorciendo su cuerpo cual serpiente, se deslizó hacia el costado del pasillo.
Siguiendo la pared, se arrastró como gusano, jalándose hacia la puerta delantera.
Se movía incluso más lento de lo que había creído posible. Sus piernas eran casi
inútiles. Tenía que arrastrarse sólo con la fuerza de sus brazos y caderas.
Avanzó gradualmente hacia la puerta, exprimiendo hasta la última reserva de
energía que tenía.
No miró hacia atrás, sobre su hombro; sólo adelante, siempre hacia delante.
Él, sujetando sus manos contra unos tobillos que no paraban de sangrar, miró en
dirección a ella y dijo:
—Sin importar lo que tenga que hacer, Yuma, no te dejaré escapar.
Yuma empujó la puerta entreabierta con su cabeza, creando espacio suficiente para
pasar al pasillo externo.
Giró hacia el ascensor y mandó fuerza a sus plomizos brazos.
Ella, para empezar, no era musculosa, y la fiera pelea había agotado sus
extremidades al punto de no sentirlas.
Y entonces ya no podía moverlas.
Intentó alcanzar el pretil que se extendía por los costados del pasillo, pero no podía
alzar su brazo. Su cuerpo estaba agotado, exhausto por completo.
«Necesito descansar» se dijo a sí misma.
Haciendo un último esfuerzo, se sentó y recargó su espalda contra la barandilla
para darle a su cuerpo el respiro que necesitaba.
Sentada ahí, habiéndose dejado caer contra el muro exterior de su departamento,
miró por la ventana y vio muchas estrellas centelleando en el cielo.
La noche había caído sin que ella se diera cuenta.
Autos sonaban sus bocinas en la distancia.
Un fresco viento reconfortó su fatigado cuerpo.
Oía lo que sonaba como un juego nocturno de béisbol desde una TV del piso
superior.
Yuma se sintió consciente de la ironía que le rodeaba. A poca distancia le esperaba
un gran mundo abierto donde podría ser la idol Kawasaki Yuma, viviendo entre
comodidades y lujos y disfrutando la admiración. Pero ahí, entre esos muros, estaba
atrapada en el infierno. El Hades tenía al Cerbero, pero este infierno tenía un carcelero
incluso más implacable.
«¿Por qué...? ¿Por qué tiene que ser todo tan trágico?».
Pero la realidad no le iba a otorgar tiempo para sentimentalismos.
La puerta de su departamento se abrió cual ataúd que rechina, y la cabeza del
hombre salió del interior. Su cabeza giró en dirección a ella.
—Ahí estás —dijo con una sonrisa.
Yuma puso la cabeza en sus manos y dijo:
—No más, ya no más...
Pero entonces, forzando a que sus brazos se movieran, comenzó a arrastrarse hacia
el ascensor.
Haciendo uso sólo de su brazo izquierdo y su pierna derecha, el hombre emergió
hacia el pasillo y fue tras ella.
Alcanzando el ascensor, Yuma estiró su brazo para presionar el botón.
Pero el hombre ya estaba sobre ella. Su mano se cerró sobre su pantorrilla.
—Te he atrapado, Yuma —dijo él, cerrando fuertemente sus dedos y reanimando
con la presión el dolor en las heridas de sus pies—. Nunca te dejaré ir, incluso si me
matas.
Sus mugrientas uñas se clavaron en la piel de ella.
Yuma desistió con lo del ascensor.
Giró su cuerpo hacia la escalera de emergencia.
Requeriría medidas extremas para liberarse de su agarre ahora que sus uñas se
clavaban en ella.
«Entonces una medida extrema es la que tomaré».
Se arrojó a sí misma por las escaleras.
El tirón repentino ocasionó que el hombre perdiera su agarre. Sus uñas arrancaron
pequeñas tiras de piel de sus pantorrillas, pero al menos ahora era libre.
Yuma cayó hacia la parte recta que hay entre piso y piso donde la escalera se gira.
Su cabeza azotó contra el concreto, pero ignoró el dolor mientras giraba su cuerpo
para rodar hacia el siguiente piso.
Una vez llegara allí, pediría ayuda a gritos tan fuerte como pudiera. Quizá entonces
podría liberarse de ese infierno.
Pero la fría y despiadada realidad llegó para destrozar esas esperanzas.
Cuando miró la siguiente parte de las escaleras, vio que la puerta de incendios
estaba cerrada, sellando cualquier oportunidad de escapar que pudiera haber.
Habiéndose topado ese callejón sin salida, miró hacia las escaleras por las que se
había arrojado.
El hombre la miraba hacia abajo desde ahí.
—Yuma —gritó él—, ¡ya voy!
—¿Tú qué? —gritó, confundida, por reflejo.
Al siguiente instante, él surcaba por el aire como un luchador lanzándose desde la
tercera cuerda.
Si aterrizaba sobre ella con todo su peso, podría morir aplastada.
Haciendo fuerza con la cabeza, ella arqueó su cuello y alzó sus hombros del suelo.
Entonces giró al costado.
Habiendo perdido lo que le amortiguaría el aterrizaje, el hombre azotó contra el
concreto con un fuerte estrépito y quedó hecho una pila.
Pero seguía respirando, gañendo de dolor.
Comenzó a levantarse. Seguía vivo.
Yuma miró sus manos. Ahí, olvidado pero aún retenido en su mano derecha, estaba
el cúter.
Miró el rostro del hombre. Sangre corría por su frente. El dolor había torcido su
semblante hasta hacerlo una mueca. Sus ojos estaban llorosos, suplicándole ayuda.
Mientras miraba al hombre que le había quitado tanto, y causado tanto dolor, un
sentimiento que no podría definir tomó control de ella.
—Adiós —dijo ella—. No nos volveremos a ver.
Introdujo profundamente el cúter en su ojo derecho.
Yuma convocó hasta la última pizca de voluntad que tenía para seguir huyendo de esa
voz. Pero incluso esa voluntad comenzaba a debilitarse.
«¿De qué servirá correr? ¿A dónde iré?».
Delante había una puerta deslizante de vidrio. Al otro lado, un balcón. Más allá de
éste, sólo muerte. Impulsarse hacia ese camino la llevaría a una muerte segura.
Actuando únicamente con instinto inconsciente, Yuma deslizó la puerta de vidrio y
salió al balcón.
Puso sus manos en la barandilla y se giró para encarar a su enemigo.
El hombre estaba a sólo unos metros de distancia.
Arrastrándose sobre su estómago, alzó la cabeza cual serpiente para mirarla. Siguió
mirando con el cúter emergiendo de su ojo y su rostro pintado de rojo por la sangre.
Su boca se abrió, y le dedicó una amplia sonrisa de felicidad.
—Yuma, moriremos juntos. No solos. Eso me hace tan feliz, Yuma —sacó su
lengua de tono púrpura y lamió la sangre alrededor de sus labios—. Dime, ¿cómo te
gustaría morir? Apuesto a que quieres que sea indoloro —se deslizó un paso hacia
delante—. ¿Qué tal suena el estrangulamiento? —otro paso—. Ambos podríamos saltar
del balcón —otro paso.
Ella sacudió la cabeza.
«No, no».
No quería morir. Y más que eso, no quería ser asesinada por ese hombre.
Intentando interponer la mayor distancia posible entre ella misma y él, mantuvo su
espalda contra la barandilla y se deslizó a la derecha.
La cabeza del hombre se giró, fijándose en ella, mientras se impulsaba hacia
delante con su brazo.
Atrapada en la esquina del balcón, ahora Yuma verdaderamente no tenía a dónde ir.
El hombre se le quedó mirando, saboreando el momento.
—En verdad que eres bella, Yuma. Eres tan adorable cuando estás asustada. Ahora
ves... que no tienes a dónde huir —ahora estaba a dos metros de distancia—. ¿Sabes?
Ahora que lo pienso —dijo él—, creo que mejor te mataré con el cúter. Dolerá, pero
tendrás que soportarlo —puso su mano en el cúter que estaba clavado en su ojo—.
Además, yo ya he soportado mucho dolor por ti.
Sacó la cuchilla.
Haciendo un asqueroso sonido húmedo, un objeto gelatinoso salió junto al filo.
Incontables zarcillos colgaban de eso.
Era su ojo.
Sangre fresca brotaba de su cavidad ocular vacía.
—Duele, Yuma. Oh, mi ojo DE VERDAD duele —sacudió la cabeza una y otra
vez, y luego agarró con mayor firmeza el cúter—. Pero este dolor no se compara a lo
mucho que dolió cuando descubrí que estabas viendo a otro hombre —haciendo uso de lo
que parecía ser la fuerza que le quedaba, el hombre se sentó y luego puso de pie; tuviera
o no cortados los tendones de Aquiles, se puso de pie—. Yuma, ahora no falta mucho.
Primero clavaré esto en tu ojo. Luego en tu garganta. Y finalmente en tu corazón.
Con la espalda contra la barandilla, Yuma no tenía a dónde huir.
Una palabra llenó sus pensamientos: «Muerte».
Sus brazos y piernas temblaron.
Se orinó.
Como si su cuerpo se derrumbara de cintura para abajo, cayó al suelo. Primero
cayó su trasero, seguido por sus manos.
«¿Qué?».
Su mano aterrizó en algo duro.
Lo tomó instintivamente, reconociendo la sensación del objeto de inmediato.
«Es mi... micrófono».
Había usado ese micrófono para practicar su movimiento final de «Lazo de Amor».
Sus pensamientos se inundaron con los recuerdos de las largas horas que pasó
practicando en su departamento.
«Fue tan difícil. Me esforcé tanto para aprender eso. Por eso es que... Por eso es
que...».
Miró hacia arriba.
El rojo rostro del hombre estaba delante de sus ojos. El cúter estaba casi sobre ella.
Sólo la más breve de las distancias se interponía entre ella y la muerte. No tenía más
tiempo.
—¡Concederé tu deseo! —gritó.
El hombre titubeó por un momento.
—Cantaré para ti —dijo Yuma—. Cantaré sólo para ti.
Su mano se tensó alrededor del micrófono. La letra sonó en su cabeza:
Te atraparé con mi ardiente amor.
Oh, mi lazo de amor.
Arrojó el micrófono.
El hombre osciló el cúter casi al mismo tiempo.
Sujetando al cable, el micrófono fue más rápido que el filo y rodeó una y otra vez
el cuello del hombre.
Yuma torció su cuerpo al costado, evadiendo la hoja descendente. Y entonces jaló
el cable, poniendo toda su fuerza en ello.
El cable se tensó, y el sonido de los huesos del cuello rompiéndose sonaron con
sequedad.
El hombre dejó salir un último gruñido antes de colapsar.
Su cuerpo se sacudió violentamente por un segundo. Y entonces volvió a estar
inerte.
Su rostro se hinchó como el de un cadáver ahogado, y un matiz púrpura comenzó a
verse en su oscura piel.
«¡Lo hice!».
Yuma ganó. Derrotó al monstruo.
Mientras su consciencia finalmente comenzaba a sucumbir ante la fatiga, sabía que
había ganado.
Al borde del desmayo, comenzó a jalar el cable del micrófono.
El micro lentamente se desenrolló del cuello del hombre y volvió a ella.
Cuando por fin lo tuvo firme en su agarre, estaba a punto de caer inconsciente.
Sostuvo el micrófono cual pistola y lo apuntó al hombre en el suelo.
En el último momento antes de desmayarse, dentro suyo una voz victoriosa gritó:
«¡Bang!».
HISTORIA 3:
Incluso Cuando te Abrazo.
La lluvia caía sin fin. No era cualquier lluvia, sino un melancólico aguacero teñido de
acidez.
Aire húmedo se filtraba por las delgadas paredes de madera de la habitación del
hombre. Mientras el aire se posaba sobre su piel, sentía como si su humedad fuera a
pudrirlo hasta la base.
«Ya no puedo soportar esto» pensó el hombre con amargura mientras se secaba el
sudor de la frente con un trapo de cocina.
Dejó el trapo en la mesa que tenía delante, y entonces se inclinó y sacó una caja de
cartón que había debajo.
La caja estaba llena de grandes fajos de tela mugrienta, posiblemente antiguas
sábanas.
El hombre empujó el montón de tela y sacó un objeto que casi abarcaba sus brazos
por completo.
Miró el objeto por un momento, lo alzó hasta la altura de su rostro, y luego se lo
puso en la cabeza.
El acre olor del moho impactó sus fosas nasales. El interior de esa cosa era tan
opresivamente sofocante que casi se ahogó. El rancio y mohoso aire se mezclaba con su
dióxido de carbono exhalado y, no teniendo a donde más ir, formó una nube alrededor de
su cabeza.
La única ventilación provenía de una pequeña apertura rectangular, casi del tamaño
de sus labios al estar cerrados, que se encontraba a medio camino entre sus ojos y su
nariz. La apertura también servía como su única ventana para ver lo que tenía delante.
Realmente la ranura restringía tanto su campo de visión que no era muy diferente a estar
ciego. Mientras el objeto estuviera sobre su cabeza, moverse y actuar con libertad sólo
sería posible con gran dificultad.
Se dejó la cosa por un rato, quedándose quieto, y murmurando:
—Debo acostumbrarme a llevar esto como si fuera parte de mi propio cuerpo. Pero
no hay tiempo. Simplemente no hay tiempo. Tengo que hacer algo. Tengo que...
A paso dudoso se tambaleó hacia la pared y se quedó de pie frente a su calendario.
—¡Maldita sea! —el hombre removió el objeto de su cabeza y, sin pensarlo, lo
arrojó con ambas manos contra el suelo, donde rebotó unas pocas veces y giró a
tambaleándose hasta detenerse.
El rostro del hombre estaba empapado de sudor, y tomaba profundas respiraciones
que sacudían sus hombros.
Sus ojos muertos miraban el calendario con tanta intensidad que podrían haberle
hecho un agujero.
Una gran X había sido marcada en el cuadro del veintiséis de septiembre.
—Sólo falta una semana —dijo él—. Casi se me acaba el tiempo —su voz se alzó
mientras repetía—. No tengo tiempo suficiente. ¡No tengo tiempo suficiente!
¿Tiempo suficiente para qué?
Su expresión se torció hasta ser algo siniestro. Su labios estaban tensos y rizados, y
temblaban. Sus ojos, distraídos, miraban a la nada.
El hombre cerró los puños. Los apretó firmemente, y luego incluso más. Sus
articulaciones crujieron. Sangre comenzaba a escurrirse entre sus dedos mientras sus uñas
se clavaban en su piel.
No sabía qué le apresuraba con tanta urgencia. Lo único que sabía es que sentía
una profunda irritación que lo desgarraba desde dentro.
Abrió sus ensangrentados puños y los restregó por su rostro, pintándolo de un
intenso rojo.
Por un momento parecía sonreír. Entonces un doloroso lamento se escapó de su
garganta.
Su voz era aguda, como el llamado de algún ave extraña. Cortaba el aire estancado,
perforaba las delgadas paredes, y se fundía en la extensión de oscuras nubes de tormenta.
«Soy feliz, ¿verdad?» pensó Yukiko. «Se supone que debo ser feliz».
Alzó la revista semanal de hombres que tenía delante. La publicación tenía varias
páginas de pin-up mostrando a Yukiko en un aspecto natural, sin maquillaje, con sólo un
poco de labial. Detrás de ella había un paisaje invernal, la nieve caía por todas partes.
La escena era apropiada, y no sólo por su nombre, que tenía la palabra «nieve». El
texto que encabezaba su sección decía «En este invierno para las idols», lo cual se refería
al bajón de popularidad que las idols de pop estaban experimentando, «una flor florece de
la nieve».
En efecto, Tsukioka Yukiko era una idol de pop de estilo tradicional, de las que se
veía escasamente en tiempos recientes.
«¿Cómo podría no estar feliz de recibir tanta atención tras tan poco de mi
debut?».
Yukiko nunca había aspirado a convertirse en una cantante idol. Siempre había
tenido interés en convertirse en entretenedora, pero ser una idol nunca había sido su
sueño.
Cuando se graduó de la preparatoria, se encontraba sin rumbo. Era amiga de una
modelo y, por un capricho, se unió a la agencia de modelaje que representaba a su amiga.
Yukiko lo veía como poco más que un trabajo de medio tiempo para seguir hasta
que algo más llegara.
Aunque eso no implicaba que lo hiciera sin motivo. Modelar le ofrecía una paga
sustancialmente mejor que hacer de mesera en algún restaurante o café familiar. Y
siempre le había gustado la idea de ser famosa, incluso si el deseo nunca la había
definido.
Fue con esos ligeros pensamientos, y unos pequeños empujones de su amiga, que
Yukiko entró al mundo del modelaje.
Yukiko no era particularmente glamorosa, pero su rostro tenía una belleza
tradicional, y los eventos llegaron a un ritmo bastante bueno.
Tras un tiempo, el propietario de la agencia le preguntó si quería darle un intento a
Tokio. Aparentemente uno de sus socios de negocios tenía una agencia de talentos que
había mostrado interés en ella. Quería representarla y cultivar su carrera.
Yukiko tomó la oferta sin dudarlo.
Los primeros seis meses en Tokio vivió bajo el techo de su nuevo jefe y pasó todos
los días, todo el día, en intensas lecciones. Se arrojó a sus lecciones de entrenamiento
local y baile de jazz, incluso si la naturaleza y dirección exacta de su debut seguía sin ser
clara.
Aún no había decidido qué quería ser, pero comenzaba a sospechar, debido a sus
nuevos estudios, que su nuevo jefe pretendía convertirla en una cantante. Cuando
comenzó a llevar a compositores de canciones a observar sus lecciones vocales, Yukiko
lo supo con certeza.
Incluso ahora seguía recordando lo desconcertada que estuvo por la elección de su
jefe, pues ella misma sabía que carecía de talento vocal. Sin embargo, comenzó
debutando como idol tradicional de un estilo inocente que no demandaba mucha
habilidad al cantar.
Eso tampoco sentía que le quedara, pues ella misma no se consideraba inocente.
Mientras tanto, los medios decían que las idol de pop estaban en su invierno.
Yukiko se preguntaba en privado qué sentido tenía debutar como idol justo cuando
pasaban de moda, pero se guardaba esas quejas para sí misma. Quería estar en el
entretenimiento, y así era. Si su mánager decidía que sería una idol inocente, entonces ese
camino seguiría.
Aun así, sus dudas persistían. Era muy mayor para ser idol. Su personalidad era
recatada y a la antigua, mientras que las chicas más jóvenes eran más enérgicas y
dinámicas. Estaba segura de que nadie compraría su música.
Pero, contra sus expectativas, encontró una audiencia.
Su sencillo de debut, «Flor en la Nieve», fue todo un éxito, vendiendo decenas de
miles de CDs. Tras una aparición en un comercial de una bebida ligera, su nombre estaba
en los labios de todos. (Su única línea, dicha de forma suave, era: «refrescantemente
pura»).
Tras seis meses de su debut, se había establecido como una de las cantantes idol del
top.
Su estilo pasado de moda implicaba que no tenía rivales directas que fueran dignas
de mencionarse, y puede ser que no estar en sintonía con las tendencias le sirviera para
que la gente la notara en lugar de ignorar otro rostro entre una multitud.
Sean cuales hayan sido los motivos, Tsukioka Yukiko logró dejar su propia marca
en la industria musical en un tiempo destacablemente breve.
Debutar como idol era en sí mismo un logro, ya que en el mundo del
entretenimiento, donde muchas carreras acaban antes de siquiera comenzar, donde
algunos brotes nunca florecían, Yukiko había logrado verdadera popularidad y fama.
Debería ser suficiente para hacerla más que feliz.
«Si desde el inicio hubiera querido ser una idol», pensó ella, «estaría por las
nubes en este momento».
Se sacó la lengua a sí misma a modo de regaño en su mente.
«¿Cuándo será suficiente para mí?».
Sentada frente a una mesa de una cafetería cercana a la estación subterránea Akasaka-
mitsuke, Domoto Yoriko lentamente bebía su té de limón enfriado.
Delante de ella estaba un fornido caballero en sus cincuentas: Kanda de Kanda
Projects, la agencia de talentos a la que pertenecía Tsukioka Yukiko.
Yoriko pasó el resto de su té y reunió su determinación antes de decir:
—Esperaba que considerara dejar que Yukiko-chan tome algo de tiempo para
descansar y recuperarse. Sé que es un momento crucial para su carrera, y que ella no será
capaz de olvidar todas sus responsabilidades, pero me gustaría al menos aligerar un poco
su agenda, incluso sólo un poco.
—Entiendo lo que dices, Yoriko-kun. Pero si relajamos ahora el paso de Yukiko,
será peor para ella a la larga —su voz era baja y calmada, y daba golpecitos con el dedo
en la mesa—. Coincido en que Yukiko está fatigada. También comprendo que te
preocupas por ella como una madre se preocuparía por su hija, si no es que más. Pero
ahora mismo Yukiko necesita ir a toda marcha, incluso si eso implica tener que
presionarse. He estado en este negocio por un largo tiempo, por lo que sé que con chicas
como Yukiko todo depende del primer arranque. Por ahora ha sido afortunada, su sencillo
de debut tuvo buenas ventas y ya ha llegado un comercial. Atrae mucha atención debido a
su singular posición como la única idol de estilo inocente que persevera contra la
tendencia actual. Si no hacemos de su éxito algo duradero, la siguiente cosa que sabremos
será que es parte del pasado.
Yoriko asintió ante cada uno de sus puntos, pero eso no significaba que estuviera
de acuerdo con todo lo que dijo.
Kanda descubrió a Yukiko mientras ella trabajaba para una agencia de modelaje en
otra parte del país, e hizo mucho para que el líder de esa agencia la entregara. No era
sorpresa que invirtiera tanto cuidado y entusiasmo en ella.
Yoriko sentía lo mismo.
Pero lo que Yukiko más necesitaba ahora no era un futuro estrellato. Necesitaba
descansar.
Sin rendirse, Yoriko le dijo a Kanda todo lo que había pasado en la tienda
departamental. Entonces dijo:
—Yukiko-chan está tan exhausta que ha comenzado a alucinar. Por favor,
considere su situación. Aún tiene sólo diecinueve, es sólo una niña. No sabe más.
Nosotros somos los adultos; si le decimos que lo siga intentando porque es por su bien,
escuchará. Terminaremos obligándola a presionarse más allá de sus límites, ¡cuando lo
que deberíamos hacer es obligarla a descansar! Seguro debe saber que tengo la razón.
Ella chocó sus palmas contra la mesa. El tazón del azúcar y las tazas y los platillos
saltaron, haciendo un tremendo estrépito.
El resto de clientes giraron hacia su dirección con rostros sorprendidos.
Lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Yoriko.
Kanda se llevó la mano a la barbilla, entonces gruñó y se desplomó sobre su silla.
—De acuerdo, Yoriko-kun —dijo él—. Hablaré con Yukiko. Quiero escuchar qué
tiene que decir.
Yoriko asintió, como diciendo «Eso tendrá que servir».
Sin aliento y con sus hombros agitados, Yukiko llegó a la entrada de la estación de TV.
Tanto su miedo como su preocupación se desvanecieron, y sus piernas se debilitaron.
Caminó hacia las puertas delanteras poniendo fuerza a cada paso.
Vio su reflejo en el vidrio. Su cabello era un desastre, su piel estaba manchada, y
sus ojos hundidos. Parecía una persona completamente distinta.
«Así me veo tan vieja» pensó ella con una sonrisa de autocrítica.
Entonces la pequeña sonrisa se congeló.
Había otro reflejo junto al de la exhausta mujer: el del conejo.
Yukiko se tragó un chillido de sorpresa.
El conejo permanecía justo a su lado, acechándola como un fantasma. Su sonrisa
parecía estar dirigida a su horrorizada expresión.
«Me siguió. Me siguió todo este tiempo, y nunca me di cuenta».
El miedo que había mantenido en su interior ahora se liberó, viajando por su
cuerpo y llenando su consciencia. Su rostro se contorsionó y el chillido que se tragó
volvió como un grito carente de estructura.
Corrió a toda velocidad hacia la estación de TV. Tan salvaje era su expresión y tan
enloquecida su carga que el guardia de seguridad no pudo detenerla.
Bajó las escaleras aún gritando y entró a la habitación verde del sótano, donde
colapsó en los brazos de una perpleja Yoriko.
La mánager tambaleó medio paso, pero fue capaz de atrapar a la perturbada
cantante.
—¿Qué sucede? —gritó Yoriko—. ¡Yukiko-chan! Contrólate. ¡Contrólate!
Le dio una bofetada en la mejilla a Yukiko.
Yukiko la miró impactada, con los ojos abiertos al completo; y entonces éstos
comenzaron a llenarse de lágrimas.
—Yukiko-chan —dijo Yoriko—, mírame. ¿Puedes calmarte y decirme qué pasó?
Por favor, Yukiko-chan.
Sin apartar la mirada, la cantante asintió dos veces con la cabeza. Sus labios
temblaron y su mejilla derecha se contrajo.
Tras pasar saliva en seco, obligó a responder a su contraída garganta:
—El... conejo. Era el conejo. Me siguió aquí. Vino a este sitio. Sigue aquí, en algún
lado. Lo sé.
Incapaz de controlarse más, se cubrió el rostro con las manos.
Yoriko, al escuchar las palabras «el conejo», pensó:
«No esto otra vez. Otra alucinación. Esta extenuación es demasiado para ella».
Sentía una especie de lástima despiadada por la cantante bajo su cargo.
A ojos de Yoriko, Yukiko seguía siendo una niña; una niña que había sido
sumergida en la tumultuosa vida que suponía estar en la industria del entretenimiento. La
joven cantante había sido empujada hasta el punto de quiebre física y mentalmente.
En un intento de tranquilizar a Yukiko, la mánager caminó hacia la puerta con
movimientos exagerados.
La abrió.
—Aquí, mira —dijo Yoriko—. No hay nada ahí. No hay nadie en el pasillo.
Yukiko, temerosa, miró a la puerta. Como Yoriko dijo, no había nada fuera de lo
ordinario.
Pero..., pero.
El conejo que la perseguía implacablemente no era una alucinación. Yukiko estaba
segura de eso. Su mugrienta y peluda mano había estado a punto de agarrar su hombro.
No había soñado ni imaginado eso. Realmente había pasado.
Caminó hacia Yoriko armándose de valor y pasó al lado de ella, llegando al salón.
No había nadie ahí.
—¿Lo ves? —dijo Yoriko con una brillante sonrisa—. Nada.
Aún incapaz de aceptarlo, Yukiko sacudió su cabeza y dijo:
—Pero...
—Sea como fuera, el conejo espantoso ya no está —dijo Yoriko en tono
tranquilizador—. Ya no tienes de qué preocuparte.
«Tiene razón» pensó Yukiko mientras sus nervios volvían a la normalidad. «El
conejo ya no está. Ya no tengo que temer».
Sintió que su corazón comenzó a relajarse, y sus hombros comenzaron a pesarle.
Se sentó en una silla frente a una mesa de maquillaje y dejó salir un profundo
suspiro. Entonces miró con vista ausente a una TV colocada en el techo que transmitía lo
supervisado por la cámara de un estudio que se encontraba arriba.
Yoriko la rodeó con su brazo y le habló suavemente al oído:
—Yukiko-chan —dijo ella—, una vez acabe tu aparición de hoy toma un pequeño
descanso, ¿bien? Debes estar exhausta. Y, ¿sabes qué?, yo también. Un pequeño descanso
nos hará bien a ambas.
Yukiko tomó la mano de su mánager y la apretó fuerte.
—Gracias. Tu preocupación significa mucho para mí, y es genial que me cuides.
Pero estoy bien. No estoy exhausta. Es el conejo lo que me inquieta, nada más.
Yoriko quería decir «Esas alucinaciones son prueba de tu extenuación», pero sintió
que decir eso sólo pondría más presión en la ya frágil mente de la chica, por lo que se lo
guardó.
Yoriko también apretó la mano de Yukiko y le dio unas palmaditas de «ya, ya» en
el hombro.
Yukiko se reclinó hacia atrás en la silla y miró al espejo de vanidad. Su rosto con
ojos hundidos era reflejado hacia ella.
«Sí me veo cansada» admitió para sí misma. «Yoriko tiene razón».
Sus labios formaron una sonrisa torcida mientras pensaba en que su mánager
conocía mejor su cuerpo que ella misma.
«Ella es realmente increíble» pensó Yukiko.
Giró la cabeza para mirar a Yoriko.
Sus ojos se encontraron. Asintieron la una a la otra sin dejar de mirarse.
«Yoriko-san se preocupa por mí como si fuera su propia hermana, y yo confío en
ella desde el fondo de mi corazón».
Yukiko repentinamente quería abrazarla.
En esta ciudad de desconocidos, Yoriko era la única persona que se sentía como
alguien de su familia.
Gruesas lágrimas comenzaron a caer de los ojos de la cantante y empañaron su
visión, de modo que ya no podía ver la imagen que se mostraba en la televisión del techo.
—No puedo creer que esté llorando de esta forma —dijo Yukiko secándose las
lágrimas—. ¿Qué me está pasando?
En el monitor varios empleados se encontraban construyendo el escenario para el
programa de música en vivo de las ocho.
Yukiko había estado en el programa unas cuantas veces, y siempre le gustaba ver
por adelantado desde el monitor de la sala de maquillaje. De esa forma podía decidir cuál
traje quedaría mejor el diseño y color del sitio.
Yoriko miró a la pantalla y dijo:
—Sin importar cuántas veces vea los escenarios que construyen para Music
Standby, siempre es deslumbrante.
Yukiko asintió.
—Si hubiera más programas como este —dijo ella—, sería de gran ayuda para
mejorar el negocio de las idols.
Las dos mujeres miraron con cierto grado de esperanza en los ojos a los bulliciosos
empleados.
—¿Eh? —dijo Yoriko mientras el monitor se oscurecía.
Alguien parecía haberse puesto justo delante de la cámara; probablemente algún
empleado torpe que casualmente se paró ahí sin darse cuenta de que alguien podría estar
viendo.
Pero pronto fue evidente de que no es que alguien estuviera parado ahí por
casualidad. Lo hacía a propósito.
Y entonces la persona se movió, inclinándose con la cara hacia el lente.
Yukiko sintió los pelos de su cuerpo ponerse en punta. Algo dentro suyo le decía
que apartara la mirada de la pantalla antes de que viera algo más.
«Es el conejo» se dijo a sí misma. «Tiene que ser el conejo. No debo mirar, sin
importar qué».
Pero, desafiando a su voluntad, sus ojos permanecieron fijados a la pantalla.
La cara apareció ante la lente como lo haría alguien jugando a las escondidas. Y,
como temía, no era la de un humano.
Era redonda y peluda.
Tenía dos grandes ojos abiertos al completo.
Tenía una boca curvada.
Tenía dos grandes dientes protuberantes.
Tenía dos largas orejas flacuchas.
Era el conejo. Era esa maldita mascota de conejo.
Yoriko dejó salir un pequeño jadeo.
Los ojos de Yukiko se abrieron tanto como pudieron.
La boca del conejo esbozó una sonrisa incluso más amplia. Dejó salir una
espantosa risa que fácilmente podría haber venido de una bruja o un monstruo fantasmal.
Uno de sus ojos había brotado de su cuenca. Pequeños parches de pelo estaban
quemados por aquí y por allí a lo largo de sus brazos.
Yoriko pensó:
«Ahí está. Ese es el monstruo del que Yukiko hablaba. Real, no imaginado. Ese es
el atormentador de Yukiko».
Yoriko gritó:
—¡Alguien, quien sea, que venga aquí!
Mientras Yukiko escuchaba a su mánager gritando por ayuda, sintió que su
consciencia se le escapaba.
—Hablé con un conocido que está en la fuerza policial —Kanda refunfuñó antes de hacer
una amarga sacudida de cabeza—. Como temía, el detective dijo que no era suficiente
para que hicieran algo.
Yoriko, exaltada, dijo:
—Pero mire cómo ha sido herida. ¿Causar angustia mental no es un crimen?
El presidente de la agencia volvió a sacudir la cabeza.
—No. Creo que tienes razón, el dolor mental y emocional es tan serio como el
dolor físico. Pero a menos de que ese conejo bastardo inflija daño físico y tangible, la
policía no actuará. Así es como es. Atemorizar a alguien no es ni un delito.
—¿Entonces qué podemos hacer? Si esperamos hasta que algo pase, ya será muy
tarde. Para empezar, ¿no se supone que la policía debería estar interesada en evitar que el
crimen suceda? Si no harán nada, tendremos que pensar en qué podemos hacer nosotros.
De lo contrario, Yukiko no podrá sentirse segura en ningún sitio.
La imagen del amenazante conejo siendo retransmitida desde el estudio
posiblemente permanecería con ella por siempre.
Sólo al verlo entendió el horror de Yukiko. No era una sorpresa que la cantante
estuviera tan fuera de sus cabales recientemente.
El conejo se había colado en la estación de TV y salido sin dejar rastro. Lo mismo
había pasado en la tienda departamental; el conejo desapareció apenas minutos después
de que Yukiko lo viera.
Tras llegar en respuesta a los gritos de auxilio de Yoriko, un grupo de empleados de
la estación de TV buscaron por todo el estudio, pero no encontraron ni cuero ni pelo sucio
del conejo.
No era simplemente alguien en un traje de animal. Era capaz de desviar y engañar
a un grado casi sobrenatural.
—Lo que tenemos que hacer —dijo Yoriko—, lo único que podemos y debemos
hacer, es formar nuestro propio escuadrón protector.
—¿No crees que eso es ir un poco lejos? —preguntó Kanda.
Él no había visto al conejo con sus propios ojos. Ni siquiera podía entender el
temor de Yoriko y Yukiko. Según su forma de verlo, estaban siendo un poco histéricas.
—No, no es ir muy lejos —dijo Yoriko—. Y lo haré con o sin su apoyo. De hecho,
ya decidí quiénes compondrán el escuadrón.
—¿En serio? —preguntó Kanda.
—Así es. Ya esperaba que usted no estuviera de acuerdo con mi plan, por lo que
me tomé la libertad de comenzar por mi cuenta —se giró hacia la puerta y prosiguió—.
Yuji-kun, ya puedes entrar.
La puerta se abrió lentamente, y entró dubitativamente un chico. Intentaba parecer
un adulto con su cabello largo y mirada perspicaz, pero apenas parecía ir iniciando la
preparatoria.
El chico inclinó su cabeza ante Kanda.
—Probablemente ya lo conoce —dijo Yoriko a Kanda—. Él es Oe Yuji, el
presidente del club de fans de Yukiko; los Niños de Nieve.
Kanda no había reconocido al muchacho, pero la introducción le dio una sacudida
a su memoria. Ya se habían encontrado, fue justo tras el debut de Yukiko cuando el
presidente del recién formado club de fans llegó a su oficina.
Yukiko continuó:
—Estoy seguro de que es consciente de cuánto ha hecho por nosotros. Organiza a
los miembros del club para asistir a los eventos de Yukiko de manera grupal, ayuda a
promocionar sus campañas, y mucho más.
—Ciertamente —dijo Kanda—. Estoy muy agradecido por eso —miró a Yuji,
quien bajó su cabeza para apartar la mirada.
—Sé que es pedirle mucho al club —dijo Yoriko—, pero sé que quieren ayudar, y
creo que deberíamos dejarles. ¿No es cierto, Yuji-kun?
El chico se puso firme, infló el pecho, y dijo:
—Déjenoslo a nosotros, Yoriko-san. Estamos preparados para dar nuestras vidas
protegiendo a Yukiko-san.
Kanda se echó un poco atrás debido al ímpetu militar que mostraba el chico, pero
también reconoció que era la actitud perfecta para un guardaespaldas ad hoc.
—De acuerdo —dijo Kanda—, lo haremos a la manera de Yoriko —miró al chico
antes de proseguir—. Contamos contigo.
Yuji asintió profundamente con la cabeza.
—Gracias, señor. Me aseguraré de que Yukiko-san tenga seguridad absoluta.
Reportaré las órdenes a mis subordinados inmediatamente.
Shimizu Kunio camiba por la pobremente iluminada calle, saboreaba una sensación
similar a la realización.
Un elegante edificio de departamentos era visible entre los huecos de la
meticulosamente cuidada fila de arbustos que había al lado de la calle.
Cuando Kunio pensaba en que Tsukioka Yukiko estaba en alguna parte de ese
edificio, sentía placer brotar desde las profundidades de su pecho. La sensación era lo
suficientemente poderosa para hacerlo temblar.
«Me alegra tanto haberme unido al club de fans» pensó Kunio fervientemente.
Su apasionado soporte por Yukiko había sido recompensado.
Si no se hubiera unido al club de fans ni hubiera sido activo en el círculo interno,
nunca habría acabado ahí; fuera de su departamento, con el honor de ser su protector.
Kunio miró a su reloj de muñeca. Eran las dos de la mañana. Yukiko
probablemente estaba dormida.
Kunio imaginaba a la idol vistiendo una pijama con algún patrón adorable,
respirando suave y adorablemente mientras dormía.
Seguía vigilando para asegurarse de que ella pudiera permanecer en paz hasta que
llegara el día.
Kunio se había unido al club de fans de Yukiko hacía casi medio año, y siempre la
animaba ruidosamente en sus eventos. Su apasionado apoyo captó la atención de la
administración del club (específicamente de Oe Yuji, líder del círculo interno), por lo que
fue invitado al grupo de élite de los fans más apasionados de Yukiko.
Estar en el círculo interno no era fácil, y el privilegio llegaba con reglas rígidas y
serias expectativas. Tenían que despejar sus vidas para que encajaran con la agenda de
Tsukioka Yukiko.
Dejó de ser dueño de sí mismo en cuanto entró.
Yuji le había dicho: «Tsukioka Yukiko-san es un tesoro, uno que debemos proteger
incluso al coste de nuestras vidas. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para
apoyar a Yukiko-san y hacer que se convierta en una estrella incluso más grande. Debes
entender que cuando te unes a nosotros pierdes tu libertad personal».
Kunio había asentido profundamente. Sintió que los músculos de su espalda se
tensaban.
Tras graduarse de la preparatoria encontró trabajo en una fábrica cercana, pero no
quedó satisfecho. Sentía que tan sólo seguía el flujo de la vida.
Todo cambió en el momento que vio a Yukiko en la TV. Por primera vez se sintió
completo. La transformación en su vida fue como si una pantalla monocromática pasara a
mostrar todos los colores.
Su tedioso trabajo de la fábrica se hacía fácil cuando pensaba en éste como algo
que hacía por ella.
Estaba dispuesto a darle todo, así de valiosa era ella para él.
Casi cada momento no invertido en el trabajo era invertido en apoyar a Yukiko y
animarla.
Compraba sin falta cada nuevo CD y libro de fotografías que salía, sin atrasarse ni
un día.
Cuando tenía un evento o espectáculo local, nada podía evitar que fuera a verla.
¿Por qué era atraído por ella con tanta intensidad? Probablemente porque
compartía algunas de sus cualidades negativas, en particular la timidez y la introversión.
Sin importar cuál fuera la razón, su pasión como fan lo condujo a su club de fans,
hizo que lo invitaran al círculo interno, y ahora se encontraba manteniendo guardia fuera
de su departamento.
La jerarquía estaba firmemente establecida incluso dentro de ese círculo interno, y
la buena conducta era una prioridad. En esos grupos ser un miembro de la élite no
significaba que pudieras acercarte más al sujeto de su causa. De hecho, debían mantener
una mayor distancia que el fan típico.
La cima de la administración lograba estar en términos conversacionales con ella,
pero para nuevos reclutas, como Kunio, siquiera hablarle sería un sueño dentro de otro
sueño.
Pero ahora ahí estaba, vigilándola en la noche. ¿Cómo podría un fan ser más
bendecido?
Kunio no sabía por qué vigilaba. No tenía ni la más remota idea. Las órdenes de
Yuji eran que vigilara el área alrededor del departamento de Yukiko hasta la mañana. Tan
sólo eso. A Kunio no le correspondía hacer preguntas, ni pensó siquiera en hacerlas.
Le alegraba simplemente estar cerca de Yukiko, sin importar cuáles fueran las
circunstancias.
«Lo que debo hacer», pensó él, «es permanecer atento para que Yukiko-san pueda
dormir sin preocupaciones».
Incluso si sus pensamientos se desviaban romantizando su cargo como protector, su
sentido del deber ardía dentro de él cual llama viva.
Mantenía un ojo atento en las oscuras calles.
«Tal vez algún fan trastornado y malicioso la está acosando por el vecindario. Mi
misión podría ser protegerla de él».
Kunio se preguntó cómo sería si fuera esa clase de fan. ¿No estaría en algún sitio
cercano, acechando por el vecindario, esperando cumplir un siniestro objetivo?
«¡No lo permitiré!».
Incluso si pensaba eso, otra parte de él combatía con la posibilidad de que algún
giro del destino pudiera convertirlo en la clase de persona que debía detener.
Y así, mientras llevaba a cabo las órdenes de su comandante, y a pesar de que
estaba impulsado por su deber de proteger a Yukiko, sus contradictorias emociones se
arremolinaban en su interior sin dar señales de que fueran a parar.
Yukiko estaba sentada ante una mesa de maquillaje en la sala verde proveída a ella por el
equipo de la tienda departamental Marusho.
Mientras aplicaba maquillaje pensaba sobre su decisión de proseguir con el
concierto.
Ciertamente estaba asustada. Estaba muy asustada.
Sabía que debía haber rogado y suplicado por que cancelaran el evento, pero no
había hecho nada de eso.
Era en realidad lo último que quería hacer, incluso cuando su mánager le dio una
forma fácil de escapar. Había dicho: «Si no quieres hacer esto, no tienes que. Puedo
inventarme una excusa por ti».
Era una buena oferta, pero Yukiko veía el cancelar el espectáculo como dejar que
ese repugnante conejo ganara.
No quería perder, menos contra ese conejo. Su odio hacia su acosador disfrazado
había crecido hasta ser algo muy grande como para controlarse. ¿Qué mejor venganza
podría tener que realizar exitosamente un espectáculo en vivo?
La policía no había sido capaz de encontrar a Shimizu Kunio, un guardaespaldas
voluntario que había desaparecido fuera de su departamento.
Sólo la policía y los familiares directos del joven sabían de su desaparición. El
presidente del club de fans de Yukiko había hecho mucho para asegurarse de que los
medios permanecieran ignorantes de su fuerza de seguridad voluntaria.
Si los medios descubrieran la desaparición de Kunio, los reporteros estarían sobre
ella cual manada de hienas.
Que la culpen haría un gran escándalo.
A Yukiko le preocupaba que el conejo le hubiera hecho algo al hombre, aunque se
guardó el pensamiento. No le dijo ni a Yoriko.
Las verdaderas intenciones del conejo seguían siendo desconocidas. Lo único que
Yukiko sabía es que parecía obsesionado por ella. Quizá su meta final era hacerla suya. Si
ese era el caso, tenía sentido que hubiera atacado a Kunio por interferir.
Yukiko estaba convencida de que esa lógica era factible.
Por ahora el conejo sólo había aterrorizado a Yukiko apareciendo cerca suyo. Pero
era todo lo que había hecho. Inducía miedo en ella sólo para desvanecerse cual niebla.
Ese era su patrón consistente.
Pero ahora había atacado a alguien.
Incluso si esa persona interfirió, el cambio en la conducta del conejo era alarmante.
¿Finalmente había revelado su verdadera y violenta naturaleza?
No creía que eso hubiera pasado..., al menos no exactamente. En realidad creía que
el conejo estaba ahora preparado para conseguirla sin importar los métodos.
Yukiko se estremeció. Aparentemente aún no se había acostumbrado por completo
al horror.
«¿Vendrá aquí?» se preguntó a sí misma, y luego se respondió: «Lo hará. Estoy
segura».
Pero ya no iba a dejar que hiciera lo que quisiera. Iba a seguir con el concierto tal
como se tenía planeado. Y si el conejo llegaba, no estaría sola. El equipo de la agencia de
talentos estaba a mano, junto a Oe Yuji, que estaba ansioso por vengar a su camarada, y
un grupo de policías vestidos de civiles gracias a la insistencia de Kanda.
Seguramente serían capaces de subyugarlo.
Yukiko echó un vistazo a Yoriko, quien estaba sentada en un sofá cercano a la mesa
de maquillaje. Tenía una ceja alzada con preocupación.
La cantante le dio la sonrisa más brillante que pudo lograr y dijo:
—Yoriko-san, no intentes pensar mucho en eso. Si viene, vendrá.
Yoriko asintió, aceptando.
—Bueno, da un buen espectáculo hoy —dijo su mánager, sonando más
tranquilizadora de lo que ella habría podido lograr estando en su situación—. Eché un
vistazo a la audiencia, y los asientos están a tope. Oí que hay cientos que no pudieron
entrar.
—Me alegra oírlo —dijo Yukiko sin dejar de maquillarse—. A veces es fácil
olvidar lo agradecida que estoy de tenerlos —se estiró para alcanzar la vestimenta que
había elegido para el evento, y luego hizo una pregunta—. ¿Cuánto falta para que vaya?
Yoriko miró a su reloj.
—Como quince minutos.
Casi la mitad del techo de la tienda departamental Marusho había sido reservado para el
concierto en vivo. Los puestos de helado, yakisoba, y otras cuantas comidas habían sido
apartados, y una plataforma se erigía delante del espacio abierto.
Los espacios de eventos temporales organizados por tiendas departamentales
usualmente eran descuidados, pero Marusho se tomó el esfuerzo de hacerlo bien. El
andamio de la plataforma estaba completamente en su lugar, e incluso habían ensamblado
un armazón repleto de luces.
Unas cuatrocientas sillas habían sido proveídas, y todas estaban llenas. Había como
otros trescientos asistentes de pie. La gente incluso había llenado el área de
entretenimiento del techo, donde había un modesto carrusel, trenes en miniatura de un
asiento, y otras atracciones de pequeña escala.
Según el organizador del evento, Marusho jamás había tenido un evento tan
atendido.
Cuando Yukiko caminó de la sala verde al ala entre bastidores, miró a la
muchedumbre y no pudo evitar sentirse profundamente conmovida.
«Hay tanta gente» pensó ella. «Y están todos aquí para apoyarme».
Yukiko no se había convertido en idol por querer serlo. La agencia de talentos
había decidido que eso iba a hacer, no era una idea que proveniente de ella. «Idol de pop»
era simplemente un papel que tenía que cumplir. Pero cuando el derrame de emocionada
energía cinética de sus fans le recorría, se sentía agradecida por primera vez de haberse
convertido en una idol.
Ahora era su turno de recompensarles dando el mejor espectáculo que pudiera.
Concentró su mente en el espectáculo, y una determinación la llenó por completo.
Mientras siguiera siendo idol, tendría seguidores que no eran normales. Fans
desequilibrados se verían atraídos a ella..., y también pervertidos. Algunos incluso
podrían intentar amenazarla como el hombre del traje de conejo.
Yukiko sacó fuerza de la emocionada multitud y duplicó su firmeza.
«¡Me rehúso a dejar que me ganen!».
Un guardia de seguridad estaba discutiendo con varios fans en la entrada que lleva al
techo.
La multitud intentaba pasar, y los ánimos estallaron.
—Es de entrada libre —dijo un joven de cabello largo que estaba al frente del
grupo—. ¡No hay boletos! Déjenme pasar de una vez.
Empujó al guardia de seguridad en el pecho e intentó pasar.
El guardia rápidamente empujó hacia atrás al joven.
Mientras forcejeaban, el furioso fan rugió y gruñó, y un pequeño grupo de fans
empujó su espalda.
El guardia alcanzó la radio de su cinturón para poder llamar refuerzos. Pero antes
de que pudiera, sonó la aguda voz de un hombre desde debajo de las escaleras.
El techo era una cacofonía de sonidos de la multitud, pero de alguna forma esa
estridente voz perforó todo ese estrépito de la audiencia.
—¡Es Tsukioka Yukiko!
El primero en reaccionar fue el joven de cabellos largos que intentaba forzar su
entrada a través del guardia.
—Ella...¿Ella está allá abajo? —gritó, y giró para correr hacia las escaleras.
Esa fue la chispa. Todos los fans que no habían logrado ir al techo bajaron
corriendo las escaleras tras él.
Tiraron a un niño que jugaba en la zona plana donde las escaleras doblaban.
El niño comenzó a gritar y llorar, pero su voz sólo agitó a la multitud y los incitó a
correr más rápido.
Ahora no eran sólo los fans de la entrada. La audiencia entera se levantó de sus
asientos.
—Parece que Yukiko-chan no aparecerá en el escenario, sino en la exhibición —
dijo uno.
—¿No vendrá aquí? —chilló otro.
—Atrás de nosotros —gritó un tercero—. ¡Atrás de nosotros! ¡Yukiko está allá
atrás!
Un apasionado fan que había asegurado un asiento en primera fila parecía estar en
shock. Su cara se puso pálida.
»Entonces comenzó a empacar su cámara montada en un trípode, y corrió hacia la
escalera en un intento que llegar antes que el resto de la multitud.
Sillas plegables comenzaron a caer. Asistentes comenzaron a ser apartados y
tirados bruscamente por la alterada muchedumbre. Furiosos gritos se alzaban por todas
partes.
Una simple frase gritada por una persona descorazonada hizo entrar en pánico total
al área entera.
Kanda y Yoriko emergieron de la sala verde. Por unos segundos ambos quedaron
congelados ante el creciente caos, pero rápidamente recuperaron la compostura y
comenzaron a gritar órdenes al equipo de seguridad.
Yukiko por un momento no entendía qué estaba pasando. Hace un minuto estaba
lista para avanzar a la plataforma y dar el mejor espectáculo, y ahora gritos furiosos
llenaban el aire y sus fans se pararon todos a la vez.
Cientos de personas salieron corriendo simultáneamente y en la misma dirección,
cual manada de búfalos en estampida.
Yukiko, horrorizada, miró la estampida, pero por algún motivo sus emociones
permanecían en una calma absoluta.
En un momento pensó: «Esto es como esa escena de "El Rey León"».
Sin saber qué debería hacer, la idol volvió a la sala para buscar a Yoriko.
El evento probablemente sería cancelado. La estampida podría no pasar sin
heridos. Si eso pasaba, esos reporteros que parecen hienas llegarían buscando a alguien
para culpar.
Por esa razón, y muchas otras, esperaba que nadie saliera herido.
Cuando llegó a la sala verde, nadie estaba dentro.
Consideró volver al escenario, pero lo pensó mejor y decidió irse por las escaleras
de emergencia que había ahí.
Si alguien la veía en la plataforma, el caos sólo incrementaría.
Por ahora iría a la sala del equipo que estaba al lado de la exhibición.
Salió de la sala verde apresurándose y giró a la derecha.
Había una fila de cajas de cartón por el pasillo, estrechando el paso. Pasando las
cajas estaba una puerta de incendios de metal que llevaba a las escaleras.
Las luces fluorescentes del pasillo no llegaban hasta el final. Ese pequeño espacio
tenuemente iluminado hacía que Yukiko se sintiera nerviosa.
Se dijo a sí misma en voz baja:
—Tengo que encontrar a Yoriko-san tan pronto pueda.
Se dirigió al final del pasillo a paso rápido. Entonces, justo cuando pasaba por las
filas de cajas, oyó detrás un sonido como de crujido.
Miró sobre su hombro por reflejo. Al otro lado del pasillo se veía una figura apenas
iluminada por el suave brillo que salía de la sala verde.
La mente de Yukiko se congeló por un momento.
Entonces deseó haber permanecido así.
Lo reconoció fácilmente; era la última persona que quería ver. Era el conejo... Ese
monstruo.
Hasta ahora la había estado acechando como si fuera su sombra, pero ahora había
ido a confrontarla directamente.
El área del evento había caído en caos, limitando la seguridad.
El conejo no tardó en aprovechar la oportunidad. Esperó a que la seguridad saliera
del techo. Cuando estuvieron fuera, él entró.
«Ha tenido en mente hasta el último detalle» pensó Yukiko, retrocediendo
lentamente mientras mantenía sus ojos en él.
Las orejas del conejo, delineadas por las luces, se alzaron.
La había visto.
Salió un rugido indistinto de su boca.
¿Estaba furioso o exaltado? Yukiko no pudo diferenciarlo. Sea cual fuera el caso, el
conejo estaba emocionado.
Un terror sobrecogedor le llegaba en oleadas tan fuertes que podrían haberla hecho
desmayar. Pero muy en el fondo permanecía sorprendentemente calmada.
«Quizá soy más resiliente de lo que aparento» pensó ella.
Encaró en el oscuro pasillo a ese conejo, cuya identidad y verdaderas capacidades
seguían siendo un misterio. Si eso no era peligro, nada lo era. Y aun así permanecía ante
él con control completo de sus emociones. Puede ser que encararlo de manera abierta, y
de tan cerca, le hubiera permitido tener una nueva determinación.
Mientras retrocedía, estiraba la mano en busca de la manija de la puerta de
incendios.
El conejo inclinó su cabeza con curiosidad. Parecía intentar averiguar qué estaba
haciendo.
Sus dedos tocaron metal frío.
«La puerta de incendios» pensó ella.
Su mano rápidamente encontró la manija y la giró sin pausar ni un momento.
La puerta abrió.
El conejo agitó la cabeza al oír el sonido que la puerta hizo.
Dejó salir un grito antinatural y comenzó a correr, realizando una carga.
En cuanto ella pasó por la puerta, la cerró de golpe.
Conforme se cerraba, el conejo se precipitó directamente a ella.
El metal se sacudió, y el impacto mandó a Yukiko volando hacia atrás.
El conejo rebotó, aterrizando sobre un cúmulo al otro lado. Parecía al menos
medianamente conmocionado.
Yukiko aterrizó en un costado de su espalda. Tuvo que esforzarse para respirar a
través del agudo dolor, pero se las arregló para ponerse de pie y huir por las escaleras.
El conejo sostuvo las manos contra su cabeza y se alzó con inestabilidad.
La oxidada puerta se abrió hacia un pequeño techo desmoronado y dominado por una
torre de agua corroída por el tiempo.
—¡Allá arriba! —gritó Yoriko.
Kanda lo vio en el mismo momento.
Yukiko estaba sentada, con los brazos rodeando sus rodillas, en la cima del
andamio semicolapsado. Parecía mirar a la distancia, perdida en sus pensamientos;
inconsciente del monstruo que, con los brazos extendidos, llegaba a ella desde detrás.
Kanda abrió tanto la boca que su mandíbula pudo haberse caído, y gritó:
—¡Yukiko! ¡Detrás de ti! ¡Yukiko!
Pero su voz no la alcanzó a pesar de haber gritado tan fuerte como pudo.
El conejo posó las manos sobre sus hombros.
Yoriko, mirando con impotencia desde abajo, podía sentir sus dedos enterrándose
dolorosamente en su carne, como si ella fuera la que estaba allí arriba.
Yukiko permaneció quieta, soportando estoicamente el cruel toque del conejo.
—Eso es bueno —dijo Yoriko—. No lo molestes. Pelear sólo empeorará las cosas.
Haz lo que diga.
Si Yukiko intentaba combatirlo y fallaba, podría enfurecerlo y llevarlo a hacer algo
terrible.
Yukiko no pudo oírla, pero parecía haber captado el mensaje, pues permaneció
completamente dócil y pasiva.
Yoriko no sabía si estaba decidiendo no forcejear o si simplemente no le quedaba
fuerza para intentarlo. Pero sin importar cuál fuera el caso, no ir en contra del conejo era
la ruta más segura.
—Yoriko-kun, trae a los policías —dijo Kanda—, y avisa a los de administración y
seguridad.
Puso su mano en lo que quedaba del andamio y comenzó a intentar ascender.
Antes de que pudiera empezar, Yoriko dejó salir un grito sobrenatural tan alto que
bien se le podría haber salido el corazón por la garganta.
Kanda se quedó quieto. Miró arriba con los ojos como platos.
El conejo había tomado la cabeza de Yukiko y la retorcía como si fuera una
muñeca.
Cuando Kanda miró arriba, el conejo ya había torcido su cabeza a más de noventa
grados.
Los hombros del conejo se alzaron mientras depositaba incluso más fuerza en sus
manos, torciendo la cabeza de Yukiko completamente hacia atrás.
El rostro de Kanda se puso pálido.
Yoriko, incapaz de soportar ver tal locura y crueldad, cubrió sus ojos con ambas
manos y se dejó caer al concreto.
El conejo siguió girando su cabeza de derecha a izquierda y de nuevo a la derecha
hasta que se desprendió por completo.
Balanceó la cabeza contra la torre de agua una, y otra, y otra, y otra vez,
desternillándose mientras lo hacía.
Entonces arrojó al cielo la cabeza de Yukiko.
Ésta trazó un alto arco hasta que gradualmente cedió ante la gravedad,
disminuyendo la velocidad y comenzando su descenso.
La cabeza chocó contra el concreto justo a medio camino entre Kanda y Yoriko.
Cayó con un pesado tonk, y se desmoronó en polvo.
Yoriko miró el polvo, parpadeando con incredulidad.
Se inclinó sobre lo que había sido la cabeza de Yukiko.
—Esto —dijo ella—, ¿esto es... yeso?
Yukiko, vistiendo sólo su ropa interior, salió corriendo desde detrás del otro
costado de la torre de agua.
Kanda y Yoriko gritaron su nombre al unísono, pero ella sostuvo una palma para
silenciarlos.
Convocó a ambos y les entregó una cuerda que colgaba desde la plataforma en la
cima de la torre.
Hablando sólo con miradas y gestos, les indicó que jalaran la cuerda tan fuerte
como pudieran.
Kanda, comprendiendo, asintió, y Yoriko susurró mientras apretaba su agarre de la
cuerda.
—Esa era la réplica, ¿verdad?
Yukiko asintió.
El conejo, estando sobre ellos, chirrió:
—Yu... ki...¡ko!
Como si fuera su señal, los tres combinaron toda su fuerza para jalar la cuerda. La
jalaron con toda su concentración y todo su peso.
Los soportes bajo la plataforma, para empezar, no eran robustos, y colapsaron con
tanta facilidad como si estuvieran hechos de caramelo.
La plataforma comenzó a inclinarse, y el conejo giró hacia delante.
La réplica de Yukiko fue lo primero en caer, y el conejo cayó inmediatamente
después, como si aún la estuviera persiguiendo.
Mientras ambos caían, el conejo atrapó la muñeca de tamaño real en sus brazos y le
dio un profundo abrazo.
La velocidad incrementó. Azotó contra una válvula de agua que sobresalía del
costado de la torre. Rebotó, y luego otra vez sobre la barandilla del techo, y finalmente
hacia la calle en un involuntario salto hacia su muerte.
Yukiko dio palmadas en la espalda de Yoriko con su mano, que tenía quemaduras
de cuerda.
Yoriko la abrazó, cubriendo el cuerpo sin ropa de la cantante.
—Se acabó —dijo Yoriko—. Se acabó, Yukiko-chan.
Yukiko, en sus brazos, asintió varias veces.
Yoriko se quitó la chaqueta y se la dio a Yukiko. Entonces caminó hacia la
barandilla y se inclinó para mirar abajo.
La figura gemela de Yukiko se había fragmentado contra el pavimento justo delante
de la entrada de la tienda departamental.
Cientos de espectadores curiosos se estaban reuniendo alrededor de los restos de la
muñeca.
Pero de alguna inexplicable manera no estaba el traje de conejo.
—No lo puedo creer —dijo Yoriko—. ¿Qué pudo haber pasado? Estaba muerto.
Tenía que estarlo.
Los ojos de Yoriko y los de Yukiko se encontraron.
—¿Qué era él? —dijo Yukiko como para sí misma.
Kanda miró hacia las nubes que flotaban en la distancia.
—Tal vez era un espectro —dijo él con suavidad—. Tal vez fue eso todo el tiempo,
un monstruo conjurado por celos y obsesión.
Yukiko simplemente asintió.