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¿Qué es ser persona?

Persona es todo sujeto capaz de tomar decisiones que


afecten su futuro (inmediato o lejano, aquí no importa).

Para poder tomar decisiones, se necesitan dos facultades, la voluntad y la


racionalidad.

Cuando un ser humano ha perdido definitivamente esas dos facultades (y, por lo
tanto, no puede ya tomar decisiones libres), deja de ser persona.

Un ser humano puede dejar de ser persona por entrar en un estado de coma
irreversible, en un estado vegetativo permanente, en un estado avanzado de
demencia, etc.

Así, la personalidad humana (en el sentido filosófico -y no psicológico- de la


expresión) es un atributo que puede perderse.

Nótese que un daño irreversible y completo de la corteza cerebral conlleva la


cesación de la personalidad.

Los niños pequeños no son persona en el sentido jurídico-filosófico de persona, ya


que no toman decisiones libres. En la mayoría de los casos, esos seres se
encuentran en un proceso de desarrollo de sus capacidades mentales, tras el cual
podrán elegir libremente.

Hasta ahora hemos mencionado casos claros de seres humanos que no son
personas: los niños pequeños, los pacientes en coma, los enfermos de demencia.
Lo cierto es que muchos seres se encuentran en ese «estadio intermedio» entre
persona y no persona. Un ejemplo es el paciente en la primera fase de una
demencia senil: aún no ha perdido íntegramente su personalidad.

Los legisladores intentan fijar límites claros y definitivos cuando estableces, por
caso, que un niño con doce años cumplidos puede ya decidir sobre el tipo de
tratamiento al que se lo someterá. Desafortunadamente, la realidad es mucho más
imprecisa. Hay niños de diez años que han alcanzado un nivel de madurez tal que
pueden decidir libremente sobre su suerte; hay ancianos a los que no se le ha
diagnosticado ningún tipo de demencia pero que, en razón de su senectud y
fragilidad, no hacen ya uso de su capacidad de elegir libremente.

Veamos ahora otra definición de persona, esta vez de corte filosófico-antropológico.

Persona es todo sujeto capaz de (1) tener experiencias significativas de sí mismo,


de los otros y, en general, del mundo; (2) entablar relaciones lingüísticas con sus
pares; y (3) fijarse metas de vida y buscar alcanzarlas.

Esta concepción de persona es más amplia que la anterior e incluye a sujetos que,
de lo contrario, quedarían fuera. Un ejemplo son los niños. Un niño tiene
experiencias significativas del mundo, se comunica con otros seres humanos y
comienza a fijarse metas. (Por supuesto, hay una diferencia de grado en esos tres
aspectos entre un niño de cuatro años y su padre cuarenta años mayor, pero ambos
son personas en el sentido filosófico-antropológico.)

¿Por qué en bioética es tan importante lograr una teoría sólida de la personalidad
humana? Porque de ello depende el estatus moral del individuo en cuestión. Sólo de
las personas podemos decir que tienen derecho a la vida.

Los individuos que han sufrido daño total de la corteza cerebral (por ejemplo, los
pacientes en estado vegetativo permanente) y los seres que aún no han
desarrollado tal parte del cerebro (los embriones) no son personas. Eso no significa
que podamos hacer lo que queramos con tales individuos, ya que la ética nos exige
el respeto de todo ser viviente. Pero no estamos obligados a respetarles la vida a
toda costa, sobre todo cuando existen razones de peso para proceder de otro modo.
Es por ello que, desde esta perspectiva, el aborto y la eutanasia no voluntaria
pueden entenderse en principio como actos moralmente lícitos.

Naturaleza humana y Bioética


Hablar de naturaleza humana puede tratarse de un término equivocado en los días
de hoy. Como hemos visto en el apartado anterior, cuando nos referimos a la
naturaleza, estamos hablando de lo que hemos recibido por herencia, la vida
recibida.
La bioética, en nivel científico y teórico, no es conocida en este ámbito, o sea, no es
la naturaleza humana la que arroja luz sobre sí misma. Sin embargo, es en esta
misma naturaleza en donde se fundamenta lo que es propio de ella. Siendo así, lo
que pasa en lo recibido, en la naturaleza humana, ya sea en el nivel corporal o en el
espiritual, no está libre de valoración ética o moral.
A toda naturaleza corresponde una ley natural. En los animales esta ley natural es
cumplida de modo espontáneo y obligatorio. Esto se da porque ellos, aunque sean
capaces de conocer, no poseen las facultades espirituales de la inteligencia y de la
voluntad, y tampoco un "yo" personal. De este modo, actúan simplemente por
instintos, los cuales determinan conductas específicas frente a los conocimientos
adquiridos por los sentidos externos e internos. Siendo así, la naturaleza del animal
está en función de su misma especie y, al ir más a fondo, está en función de un
único acto de ser, el acto de ser del universo.
A la naturaleza humana también le corresponde una ley natural. Sin embargo, esta
ley no se cumple de modo automático, como ocurre en los animales. En el hombre,
y mejor, en cada hombre, es necesario que las facultades espirituales de la
inteligencia y de la voluntad conozcan y quieran la ley natural que a ellas es dada a
través de la esencia. Por tanto, aunque la luz que alumbra a la naturaleza humana y
da a conocer esa ley natural no se dé en estas facultades (de la inteligencia y de la
voluntad), éstas juegan un papel fundamental en la dimensión ética humana y en las
relaciones bioéticas.
Muchos de los autores en bioética se han dado cuenta —en mayor o menor
medida— de esta profunda relación entre la naturaleza humana y la bioética,
aunque no siempre hayan sido capaces de sistematizarla. Sin embargo, estos
autores, en terminología poliana, no han sido capaces de traspasar el límite de la
razón y acceder a la esencia humana como la verdadera fuente de luz de dicha
relación.
Cabe resaltar que, aunque el fundamento de la ley natural se encuentre en la misma
naturaleza humana, el respeto debido a cada hombre, e incluso a esta ley natural,
se fundamenta en una dimensión más elevada, en su acto de ser personal. Esto es
así porque las dimensiones del hombre, al contrario de hacerle un ser estancado en
compartimientos, le dan un dinamismo de tal modo que cada una de ellas se refleja
en las demás. De este modo, se puede decir que lo perteneciente a las dimensiones
más elevadas del hombre se hace presente en todas las demás y así, cuando
hablamos de características del ser personal (nivel humano más elevado) — como
son la coexistencia, la libertad y el amor— no estamos hablando de que estos
existan apenas en el ser personal, como si este se tratara de un ser distinto al que
posee esta naturaleza, sino que existen y se manifiestan a través de esta
naturaleza. Siendo esto así, la dignidad humana —fundamentada en el acto de ser
personal, único e irrepetible— determina el respeto que se debe también a la
naturaleza humana.

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