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Cuando un ser humano ha perdido definitivamente esas dos facultades (y, por lo
tanto, no puede ya tomar decisiones libres), deja de ser persona.
Un ser humano puede dejar de ser persona por entrar en un estado de coma
irreversible, en un estado vegetativo permanente, en un estado avanzado de
demencia, etc.
Hasta ahora hemos mencionado casos claros de seres humanos que no son
personas: los niños pequeños, los pacientes en coma, los enfermos de demencia.
Lo cierto es que muchos seres se encuentran en ese «estadio intermedio» entre
persona y no persona. Un ejemplo es el paciente en la primera fase de una
demencia senil: aún no ha perdido íntegramente su personalidad.
Los legisladores intentan fijar límites claros y definitivos cuando estableces, por
caso, que un niño con doce años cumplidos puede ya decidir sobre el tipo de
tratamiento al que se lo someterá. Desafortunadamente, la realidad es mucho más
imprecisa. Hay niños de diez años que han alcanzado un nivel de madurez tal que
pueden decidir libremente sobre su suerte; hay ancianos a los que no se le ha
diagnosticado ningún tipo de demencia pero que, en razón de su senectud y
fragilidad, no hacen ya uso de su capacidad de elegir libremente.
Esta concepción de persona es más amplia que la anterior e incluye a sujetos que,
de lo contrario, quedarían fuera. Un ejemplo son los niños. Un niño tiene
experiencias significativas del mundo, se comunica con otros seres humanos y
comienza a fijarse metas. (Por supuesto, hay una diferencia de grado en esos tres
aspectos entre un niño de cuatro años y su padre cuarenta años mayor, pero ambos
son personas en el sentido filosófico-antropológico.)
¿Por qué en bioética es tan importante lograr una teoría sólida de la personalidad
humana? Porque de ello depende el estatus moral del individuo en cuestión. Sólo de
las personas podemos decir que tienen derecho a la vida.
Los individuos que han sufrido daño total de la corteza cerebral (por ejemplo, los
pacientes en estado vegetativo permanente) y los seres que aún no han
desarrollado tal parte del cerebro (los embriones) no son personas. Eso no significa
que podamos hacer lo que queramos con tales individuos, ya que la ética nos exige
el respeto de todo ser viviente. Pero no estamos obligados a respetarles la vida a
toda costa, sobre todo cuando existen razones de peso para proceder de otro modo.
Es por ello que, desde esta perspectiva, el aborto y la eutanasia no voluntaria
pueden entenderse en principio como actos moralmente lícitos.