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La Declaración de los Derechos del Hombre, por la Asamblea general de las Naciones
Unidas, el 10 de noviembre de 1948, se ha convertido en una norma universal de referencia
jurídica y ética. Incluso, para los Estados que creen necesario reajustar alguno de sus
artículos, por ejemplo, los que firmaron la Convención Europea para la Salvaguarda de los
Derechos del Hombre.
Pero aún dejando de lado, al menos de momento, esta cuestión que parece «enturbiar» de
algún modo la «claridad deslumbradora» de la declaración de 1948, lo cierto es que esta
declaración suscita «cuestiones internas» que en vano trataremos de disimular, quitándoles
importancia. En realidad, supondremos, que la «claridad deslumbradora» de la declaración
de 1948 procede, más que de la evidencia axiomática de unos principios especulativos, de
una evidencia práctica concomitante, a saber, de la evidencia de que la adhesión
incondicional a sus principios permitiría establecer una línea práctica de frontera entre
el nosotros (referido a quienes perciben los principios como axiomáticos) y el vosotros (o
el ellos, referido a quienes perciben al menos puntos oscuros o confusos en la declaración).
En efecto, el nosotros que se define por su adhesión incondicional a la declaración de los
derechos humanos viene a ser una legitimación ética indiscutible «en el círculo del
nosotros», frente a aquellos que perciben sombras oscuras y confusas, y requieren
«matizar», o incluso no admitir la declaración, desde el círculo de los «ellos», de los
anarquistas o comunistas libertarios hasta los islamistas que predican la yihad a través de la
autoinmolación.
Entre las cuestiones que llamamos materiales habría que plantear la cuestión de si la
Declaración de 1948 agota todo el repertorio cerrado de normas o si admite otras nuevas.
Se admite ordinariamente que los treinta artículos de la declaración de 1948 pueden ser
agrupados en dos «generaciones» o bloques genéricos de derechos humanos: el bloque o
género que comprende los artículos 1 al 14 incluido, bloque que suele ser interpretado
desde los «derechos humanos de primera generación», constitutivos de la herencia liberal e
iusnaturalista (burguesa, según otros), y el bloque o género de derechos de segunda
generación, de carácter más «social» (que incluye los artículos 15 al 30), interpretados
como una recapitulación de las reivindicaciones alcanzadas durante el siglo XIX.
Pero, ¿acaso no habría que agregar nuevos contenidos? El «derecho humano» de recibir el
anuncio por un sirviente de que un visitante desea entrar en mi despacho, ¿es un derecho
burgués (un derecho de primera generación)? Tal derecho, formulado por Rômer,
presupone que quien lo reivindica tiene despacho y sirvientes: ¿no podrá considerarse
como un derecho de tercera generación? ¿Podría considerarse como un derecho humano
de primera, segunda, tercera o cuarta generación, el supuesto derecho de la mujer a la
propiedad de su propio cuerpo, y, por tanto, el derecho a decidir sobre el aborto? Pero,
¿cómo puede hablarse de un derecho de propiedad al propio cuerpo si la propiedad se
entiende como una relación dada entre un sujeto humano y los bienes extrasomáticos de
su mundo entorno? ¿Y qué estabilidad podría asignárseles a estos derechos de «cuarta
generación»? El llamado «derecho humano a un puesto de trabajo», ¿puede subsistir en
épocas de infraproducción en las que no existen ofertas de puestos de trabajo?
Entre las cuestiones que llamamos formales subrayamos sobre todo la cuestión de la
fundamentación. ¿Cuál es el fundamento de los derechos humanos? ¿Es un fundamento
racional o es un fundamento de fe? Maritain, que había intervenido en los debates de la
Asamblea general de 1948 afirmó: «Estamos todos de acuerdo con la declaración de los
derechos humanos con tal que no se nos pregunte por sus fundamentos.»
¿Tienen todos los derechos humanos el mismo rango? O bien, ¿la fuerza de obligar procede
del acuerdo de la Asamblea de 1948 y de las consecuencias lógicas que pueden deducirse
de tal acuerdo?
No faltan quienes han puesto en duda que la fuerza de obligar de la Declaración no tiene
carácter jurídico, puesto que (siguiendo la opinión de Kelsen) sólo las normas propuestas
por un Estado pueden considerarse como normas jurídicas; pero la Asamblea general de la
ONU no es un Estado ni lo fue, y la declaración ni siquiera se expuso como un tratado entre
Estados, que pudiera incorporarse al derecho internacional, sino como una Resolución.
Solamente cuando esta resolución sea recibida por un Estado alcanzará el rango de norma
con fuerza de obligar; en cuyo caso la fuerza le vendría a los derechos humanos de cada
Estado, y no de la Asamblea general que publicó su resolución.
Quien pretende salvar la disyuntiva entre fundamentos internos y externos suele recurrir a
la idea de la autofundamentación. Norberto Bobbio: «...consideramos el problema del
fundamento como inexistente, si no como ya resuelto por la Asamblea del 10 de diciembre
de 1948.» Pero esto es tanto como apelar a un criterio externo, y además contingente. Es
decir, la autofundamentación equivale a un decisionismo (en el sentido de C. Schmidt),
vinculado a un voluntarismo arbitrario. No cabe hablar tanto de fundamentos
iusnaturalistas cuanto de fundamentos voluntaristas. Y entonces, el fundamento de la
norma habrá que ponerlo en su propia fuerza de obligar, derivada de la autoridad que
proclama dicha norma.
5. La idea de hombre se opone a otras ideas dadas, de las que seleccionamos cinco
Entre los sujetos que aunque puedan ser considerados incluidos en el Género Homo
sapiens L., según criterios determinados, sin embargo no por ello esa su «condición
humana» (y pido perdón por utilizar esta expresión tan confusa y tramposa) tiene por qué
ser pertinente para reconocerlos también como sujetos de derechos humanos. Uno de los
criterios de humanidad es sin duda el criterio genético: «Es hombre el hijo de hombres.»
Pero este criterio genético no es operativo, ni en perspectiva filogenética (desde la cual no
cabría confundir a nuestros antepasados con los australopitecos, o según otros, ni siquiera
con los neandertales, &c.) ni en perspectiva ontogenética (¿es sujeto de los derechos
humanos un feto humano descerebrado?). O bien: aunque según el criterio genético un
asesino pueda ser considerado como humano, porque sus padres y familiares son hombres,
y el análisis genético de su ADN lo confirma, ¿es pertinente tomar este criterio como razón
suficiente para considerarlo sujeto de los derechos humanos? La apelación a los derechos
humanos más bien sirve, en ocasiones, para ocultar su responsabilidad jurídica que para
descubrirla. ¿Acaso el asesino etarra mataba a hombres, o solo a españoles?
No puede olvidarse que el sujeto de los derechos humanos, el hombre, fue definido
siempre con intención reivindicativa, ante otras ideas que parecían reabsorberlo, limitando
su «libertad». Las más importantes de estas ideas han sido las cinco siguientes (muchas
veces involucradas las unas con las otras):
(1)_La idea de Dios. Los derechos del hombre aparecen muchas veces como una
reivindicación del hombre frente a un Dios omnipotente y omnisciente, sobre todo cuando
ese Dios teológico se manifiesta a través de alguna religión positiva universal. (Nos
referimos al argumento: «Si Dios omnipotente existiera yo no podría resistirlo; luego Dios
no existe.»)
(3) La idea de los animales irracionales. La dignidad del hombre equivale ahora a la
capacidad de dominación del hombre sobre los demás seres vivientes (esta reivindicación
se extiende también en nuestros días a los que antes se llamaban «contemporáneos
primitivos» y hoy suelen denominarse, en muchos Estados, como «indígenas»).
(4) La idea de esclavitud. Hombre se opone ahora a los esclavos humanos, despojados de
todos sus derechos.
(5) La idea de ciudadano. Los derechos del hombre reivindican ahora la perspectiva
individual, frente al concepto de súbdito, implicado de un modo u otro en la idea de
ciudadano.