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La antropología en México

Panorama histórico
2. Los hechos y los dichos
(1880-1986)

Carlos García Mora/coordinador

Colección Biblioteca del INAH


Instituto Nacional de Antropología e Historia
@

LA QUIEBRA POLÍTICA

(1965-1976)

Guadalupe Méndez LavieUe


Todo lo que puede hacer un
historiador es reconstruir un mi-
to basado en su propia selección
de los hechos.

C!aude Lévi-Strauss

E gía mexicana durante el esboza


L PRESENTE TRABAJO la historia de la antropolo-
periodo comprendido entre 1965
y 1976. En esos años, las instituciones ligadas a ese campo se
encontraban plenamente consolidadas, tal era el caso de la Es-
cuela Nacional de Antropología e Historia -encargada de la
transmisión del conocimiento antropológico- donde la pobla-
ción en tránsito ya era numerosa, circunstancia que forzosa-
mente incidía en la abundancia de producción especializada.
Por ello, se seleccionará pragmáticamente el materia] analizado
en este artículo, del cúmulo de información generada en este
periodo, para dar un vistazo a la actividad, la producción y la
vida de la antropología, la cual rebasó las expectativas iniciales
de la autora de estas líneas.
Para preparar este trabajo, fueron confrontados los textos
de la época con la hipótesis implicada en el epígrafe de este
artículo, la cual corresponde a la perspectiva de una recopila-
ción previa llevada a cabo por otros colegas (Medina y García
Mora 1983). Los resultados de tal procedimiento fueron varios.
Uno de ellos fue que la hipótesis se confirmó, al descubrir la
introducción en el medio antropológico de una reflexión críti-
ca muy generalizada -·-en esos años- hacia la antropología
oficial fundada por Manuel Gamio, asimilada y reinterpretada
por el Estado mexicano desde el periodo posrevolucionario,
para proporcionar una plataforma conceptual a su política
social.
Las críticas se presentaron con variados matices entre dos
extremos posibles: a) las sustentadas en análisis marxistas; y
b) las configuradas sobre principios teóricos esencialmente
heterodoxos (estas últimas privilegiaron el quehacer cientí-
fico sobre las tomas de posición política en boga). No obs-
tante, tuvieron elementos de coincidencia al referirse al

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carácter poco científico del mdigenismo y de las demás prác-
ticas convenidas entre el Estado y los antropólogos.
Ahora bien, no toda la antropología practicada en México
era oficial, es decir, derivada de un pacto con los intereses
sociales del Estado (acción indigenista, reconstrucción histó-
rica, preservación de monumentos arqueológicos). En reali-
dad, en el terreno propio de las disciplinas antropológicas,
pudo observarse una producción literaria especializada y en-
frascada en objetivos exclusivamente académicos, con toda
probabilidad vinculada a una tradición de estudios anterior
a la Revolución Mexicana. Los elementos críticos y políticos,
y las posiciones teóricas características del periodo de algunos
autores de esta corriente, no fueron explícitas en sus elabo-
raciones discursivas. Incluso, para algunos, dichos elementos
eran absolutamente prescindibles. Por lo tanto, esta corriente
escapó a lo enunciado por el epígrafe.
Por otro lado, a pesar de todas las críticas, la antropología
oficial y el indigenismo continuaron transformándose y adap-
tándose, recibiendo incluso un fuerte impulso económico por
parte de la administración gubernamental de Luis Echeverría.
Este artículo consta de cinco apartados. En el primero se
abordan las circunstancias sociohistóricas; en el segundo, los
acontecímientos sobresalientes en el medio antropológico;
en el tercero, las corrientes críticas de la antropología mexi-
cana; en el cuarto, la temática de la producción de textos y
trabajos (intentando caracterizarla), y las obras del periodo
consideradas clásicas; en el último, una vertiente antropoló-
gica profundamente académica, manifiesta en esos años, y a
la que aquí se llama mesoamericanística.

Las circunstancias sociohistóricas

El lapso durante el cual fue impulsado en México un pro-


yecto nacional denominado "desarrollo estabilizador", se
caracterizó por un acelerado crecimiento de la producción
industrial, la estabilidad monetaria, el crecimiento controlado
de los precios y los salarios, el fortalecímiento de los grandes
monopolios extranjeros y del sistema financiero asociado a la
notable consolidación de una "burguesía de origen estatal"
que, gracias a su poder político y sus posiciones dentro del
gobierno, acumuló capital y devino empresaria (Saldívar
1980; Labastida 1975).

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Junto a este rostro sonriente de la sociedad mexicana, cua-
renta años después de la Revolución, se desdoblaba la figura
oscura de su sombra, ese México "en andrajos, los millones
de campesinos paupérrimos y las masas de semidesocupados
que emigran a las ciudades y se convierten en los nuevos nó-
madas del desierto urbano" (Paz 1979: 150). A ellos les coS<tÓ
la modernización, la industrialización y el progreso relativo
del otro México. Después de 1965, el "milagro mexicano"
comenzó a quebrantarse: el crecimiento agrícola mantenido
en un nivel de 5% como promedio entre 1940 y 1965, cayó a
L5% anual de 1965 a 1970; y casi se estancó de 1970 a 1974
al reducirse por debajo de la unidad en 0.2%. Como resultado,
los precios de garantía se duplicaron y, con ello, el costo de la
vida urbana. Al mismo tiempo, México pasó de ser exporta-
dor a importador de productos agrícolas. Y ante la obligato-
riedad de importar, la balanza de pagos resultó fuertemente
presionada. Durante el gobierno de Luis Echeverría se recu-
rrió a las inversiones extranjeras directas y al expediente de
aumentar la deuda pública; entre 1970 y 1976, se duplicaron
las inversiones del extranjero y la deuda pública pasó de 3,260
millones de dólares a casi dieciséis mil millones (Bartra 1979;
Saldívar 1980).
Al paulatino descubrimiento de esta cara sombría de Mé-
xico, iniciado por la creciente conscientización de los sectores
liberales, de estudiosos, de estudiantes universitarios y de nivel
superior, se sumaron las posiciones .marxistas y socialistas de
los años sesenta vigorozamente sensibilizadas y críticas. Para
éstas, la figura del Estado mexicano era la imagen de la inco-
herencia: portador de un modelo cultural nacionalista y popu-
lista llamado "ideología de la Revolución Mexicana" que, en
la práctica, facilitaba la apropiación por los capitales extran-
jeros de los sectores claves y más dinámicos de nuestra econo-
mía. Contra este sistema político de exdusiór, económica y
social, se alzaron las voces de protesta tomando como ban-
dera la democratización de la vida nacional. La autoritaria
respuesta del Estado exhibió su incapacidad para encontrar
otro tipo de soluciones (Zermeño 1978).
El proyecto económico-social y los objetivos perseguidos
durante la administración de Luis Echeverría se inscribieron
teóricamente en el llamado modelo de "desarrollo compar-
tido", fórmula del nuevo gobierno para anunciar su política
de promoción de diversos sectores (Saldívar 1980). Los sig-
nos de esta denominada apertura democrática para una más
amplia participación, se registraron en varios niveles. En el
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lenguaje oficial se renovó la fórmula cardenista del naciona-
lismo populista; En respuesta al Movimiento Estudiantil de
1968, ~parecieron en la retórica gt.tbernamental nuevos lemas:
·~cumplimiento de la Constitución", "respeto a la autonomía
uruven\itarla", "democratización sindical'', "garantías de lo¡¡
d~~~chüs . ciudaganos'', ·Hffbertad. de expresiónn, 1'mbraliza"
cio.n de los cuerpos ppliciacos", ''liquidación de latifundios",
etcétera; La nqéva adrhiniStfación mostró una mayor flex.ibi-
Ud.ád que el régimen anterior, al favorecer a inteJ:ectuales re-
presentantes de la oposición con puestos y honores (Labas-
tida 1972). El trágico fracaso de los sectores socirues movili-
zados en 1968 se transformó paradójicamente en el ascenso
de un amplio sector reformista y democrático, en los prime-
ros años de gobierno de Luis Echeverría, asociado ru resprudo
extendido a la educación superior. El ingreso a la UNAM
aumentó en un cien por ciento, y las remuneraciones ru ma-
gisterio se incrementaron entre 33% y 58%. Después de 1971,
fueron muy considerables el número de empleos abiertos a
los sectores profesionrues, tanto en áreas de docencia como
de investigación. El Estado, a través de diversos organismos
gubernamentales como la CONASUPO, el Plan de Capacitación
Campesina, el Instituto Mexicano del Café, y la Secretaría de
Recursos Hidráulicos, propició planes de trabajo y programas
a los que se incorporaron investigadores, profesores y pasan-
tes. Se iniciaron estudios sobre estructuras de poder y caci-
quismo en varios estados de la República (como el Programa
del Valle del Mezquital). Se aplicaron distintos proyectos
conjuntos entre la universidad y el Estado, y dejó de ser un
estigma asesorar proyectos gubemamentrues por parte de los
investigadores.
A partir de esta década, se instauró el sistema de univer-
sidad abierta y se intentó la integración didáctica de la
enseñanza y la investigación, ocupando un lugar más impor-
tante las prácticas de campo en el nivel superior ( Zermeño
1978).
Después del primer semestre del mandato de Echeverría,
se decretó la amnistía a los presos políticos de 1968 y, poco
tiempo después, a los líderes del movimiento ferrocarrilero
de 1958-59. Y se llevó a efecto uno de los incisos del pliego
petitorio del Comité de Huelga del Movimiento Estudiantil:
la derogación del Artículo 145 y 145 bis relativos a la liber-
tad de expresión.
Una porción de la bonanza de los plimeros años del go-
bierno de Echeverría en el sector intelectual fue la apertura
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múltiple de instituciones educativas y de investigación, y la
consolidación de otras: el Colegio de Ciencias y Humanida-
des, el Consejo Nacional de Fomento Educativo, el Centro
para el Estudio de Métodos y Procedimientos Avanzados de
la Educación, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, la
Asociación de Universidades e Institutos de Enseñanza Supe-
rior y, poco tiempo después, la.Universidad Mettopolittmáy
el Instituto de Estudios del Tercer Mundo; el Colegio Nacio-
nal, el Instituto Nacional de BeHas Artes (INBA) y el IN AH
(Zermeño 1978).
La política de Echeverría con respecto a la agricultura y
el campesinado optó por la colectivización de ejidos, valién-
dose de la Ley General de Crédito Rural que condicionaba
la concesión y prioridad crediticia a que los ejidos aceptacen
la colectivización (Bartra 1979).
La política con respecto a la población indígena del nuevo
régimen se perfiló desde el discurso de Luis Echeverría, toda-
vía en campaña electoral, del 2 de febrero de 1970, en Tux-
tla Gutiérrez, Chiapa<>:

Mientras los indígenas mexicanos no participen activa-


mente en la vida ciudaáana, intelectual y productiva del
país, serán extranjeros en su propia tierra y estarán suje-
tos a abusos de quienes más poseen y permanecerán ale-
jados de los beneficios de la civilización ...
Hablamos de mexicanizar nuestros recursos naturales sin
pensar a veces que. es predso mexícanizar nuestros recur-
sos humanos. La preparación del hombre como auténtico
beneficiario de la riqueza es principio y objetivo de jus-
ticia social, que favorecen sin excepción a la población
indígena (Aguirre Beltrán y otros 1976a).

La política indigenista en los años setenta siguió cualitati-


vamente indemne con respecto a 1948, cuando se fundó el
INI. Su objetivo continuó siendo el de integrar al indio a la
vida de la nación, tal como se refleja en el discurso citado. El
elemento de cambio en estos años fue cuantitativo básica-
mente, pues se ejerció un presupuesto sin precedentes en la
historia del indigenismo mexicano. Este impulso económico
se tradujo en varios aspectos: la creación de una mayor infra-
estructura dirigida a la solución de ciertos problemas de los
grupos indígenas; la designación en puestos claves de perso-
najes con una trayectoria dedicada al estudio de los indígenas
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y el incremento de foros que permitieran el diálogo entre
indígenas y gobierno.
La figura por excelencia del indigenismo durante la admi-
nistración de Echeverría es indiscutiblemente Gonzalo Agui-
rre Beltrán, médico oriundo del estado de Veracruz, con
estudios de etnología en Estados Unidos. Todo su trabajo
estuvo orientado a la antropología, sobre todo al llamado
problema indígena. Esta orientación se manifestaba en su
obra publicada desde los años cuarenta y en su labor en el INI,
donde colaboró desde su fundación, y del que se ausentó
entre 1957 y 1962 para desempeñar el cargo de rector de la
Universidad Veracruzana, y posteriormente, de 1967 a 1970,
cuando fungió como director del Instituto Indigenista Inter-
americano. Al inicio del nuevo sexenio regresó al INI como
director, sustituto idóneo de Alfonso Caso. Ocupó, al mismo
tiempo, la Subsecretaría de Cultura Popular y Educación
Extraescolar de la Secretaría de Educación Pública encabe-
zada por Víctor Bravo Ahuja y fue responsable de la coor-
dinación del Plan Huicot.
En 1971, Aguirre Beltrán esbozó el plan de trabajo, las
tareas y metas concretas, con vistas a la orientación general
de la mencionada Subsecretaría. Esto era la alfabetización,
la acción educativa urbana, las misiones culturales, la crea-
ción de aulas rurales móviles, la acción indigenista, la labor
editorial, el fomento al arte popular, el control del coleccio-
nismo y la prevención del saqueo arqueológico, la investiga-
ción antropológica, el apoyo a exposiciones, la formación
de museos regionales rodantes y el impulso a obras de restau-
ración (García Mora s.f.).
Durante su gestión, el Instituto Nacional Indigenista se
aplicó a la tarea de crear sesenta centros coordinadores. En
1972 ya se había duplicado la cifra original de once centros,
y se fundaron nuevos en el área maya, mixe, nahoa-popolaca,
mazahua, otomí, chinanteca, totonaca, huasteca y otras.
Cabe destacar también la presencia del INI en programas
interinstitucionales, como el Plan Huicot, definido por Luis
Echeverría en su campaña electoral como:

Un programa ágil y realista para llevar a la zona que habi-


tan los grupos étnicos formados por huicholes, coras,
tepehuanes y mestizos en la Sierra Madre Occidental las
obras de infraestructura económica y social preliminares
de una acción total que convierta a estos mexicanos en
factores productivos, aptos para sumarse al gran esfuer-
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zo nacional que entraña el incremento de la producción
y la elaboración de bienes y servicios (Nahmad y otros
1971).

Además funcionaron el Plan Tarahumara, Programa Socio-


económico para los Altos de Chiapas y el Programa Socioeco-
nómico para el Estado de Oaxaca, y se impulsó el Programa
Valle del Mezquital (García Mora s.f.).
En estrecha colaboración con organismos estatales como la
Confederación Nacional Campesina y otras organizaciones
indígenas, se promovieron congresos regionales de pueblos
indios. Entre los más relevantes, está el Primer Congreso In-
dígena, efectuado en San Cristóbal de las Casas en 1974.
Anteriormente y con carácter más local se realizaron el de la
zona tarahumara y el de los pueblos trique (Nahmad 1972).
Fue de mayor envergadura el Primer Congreso Nacional de
Indígenas en Pátzcuaro en 1975, antecedido por sesenta con-
gresos regionales organizados por el INI y la CNC, cuyo obje-
tivo fue la elección de las delegaciones representativas de los
distintos grupos indígenas con vistas a su participación en
dicho Congreso. Sin embargo, los preparativos y convocato-
rias a los congresos regionales permanecieron en un absoluto
misterio.
Al Congreso Nacional de Indígenas asistieron más de treinta
delegaciones de todo el país. Para sorpresa de los antropólo-
gos, los indígenas, en el segundo día de Congreso y después
de haber escuchado el día anterior los discursos de todos los
funcionarios de las dependencias concernidas con el encuen-
tro, tomaron la palabra y el manejo de su congreso, la ini-
ciativa de organizar sus mesas de discusión, y excluyeron a
funcionarios, antropólogos y reporteros de voz y voto en las
discusiones. Así organizados, percibieron la similitud de sus
problemas, sobre todo los de naturaleza estructural, y la falta
generalizada de representatividad real en el poder y de parti-
cipación económica. Uno de los resultados inmediatos del
Congreso fue la elaboración de una Carta de los Indígenas y
una cierta politización por parte de los delegados (Arizpe
1976).
Bajo la coordinación del antropólogo Maurilio Muñoz, se
desarrolló una amplia actividad én el Valle del Mezquital, sus-
crita al Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital, con
tareas específicas en las ramas de la educación, salubridad,
fomento económico, caminos, agua potable, electificación,
cableado telefónico. También se promovieron y desplegaron

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investigaciones socioeconómicas encomendadas a la UN AM y
el lNAH, y se condujeron asesorías jurídica, civil, penal, admi-
nistrativa y agraria (Muñoz 1972 ).
Esta actividad desarrollada en el medio antropológico po-
dría verse corno respuesta adaptativa del partido en el poder
ante la amenaza creciente de l~ críticas de ciertos sectores,
especialmente intelectuales, manifiesta carencia de consenso y
la disidencia, nítidamente experin:wntadas en la década ante-
rior. El Estado mexicano, en su ya tradicional movímiento
zigzagueante, impuesto por su propósito contradictorio de
"preservar su alianza con la burguesía -al mismo tiempo- que
apoyarse en las masas" (Paz 1979), se inclinó durante este se-
xenio del lado de donde provenían las protestas. Echeverría
intentó disfrazarse con los ropajes de Cárdenas y establecer
un diálogo con los intelectuales -sobre todo los dedicados a
las ciencias sociales-, los campesinos y los indígenas, sin per-
catarse -en apariencia- de la imposibilidad de servir a dos
reinos. A estas alturas del siglo, y frente a los efectos. palpa-
bles de una revolución esclerotizada, ni Echeverría ni el par-
tido en el poder lograron engañar a sus observadores críticos.
Así, desde diferentes posiciones, ámbitos y con distintas
voces se fue fraguando una crítica muy aguda al sistema, al
Estado y sus formas antitéticas de acción desde principios del
gobierno anterior. Desde entonces, se manifestó un cambio
de sensibilidad en la valoración de la vivencia social, lo cual
propició la disidencia frente a las formas político-sociales
establecidas. Este fenómeno constituye la tónica del periodo.
En el ámbito de la antropología, el blanco de las críticas
lo constituyó fundamentalmente el INI, como órgano media-
dor entre el Estado, los indígenas y los antropólogos. Para
algunos de los últimos, ya no había dudas respecto a la rela-
ción simbiótica que existía entre el Estado y el Instituto. Es
decir, el Estado expresaba sus inclinaciones populistas y me-
siánicas mediante la acción del Instituto, y éste simultánea-
mente se nutría en el ejercicio de esa "eterna salvación del
indígena, del que viven tantos" como decía José Luis Loren-
zo (Alonso y Baranda 1984).
La antropología debía adueñarse de un espacio definido
por los antropólogos, redefinir la naturaleza de su quehacer,
ensayar instrumentos de análisis, establecer tópicos emanados
de la especialización, en contrapunto a la aceptación acrítica
de una razón de Estado, tan hábilmente dispuesta en el deve-
nir del indigenismo.
La crítica desdoblada en esos años fue un modo de reivin-
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dicar para sí otros espacios. De esto nos ocuparemos más
adelante.

El medio antropológico

En 1965, la Escuela Nacional de Antropología e Historia fue


trasladada a un nuevo local, situado en el flamante Museo de
Antropología, inaugurado a fines del gobierno de Adolfo
López Mateos. En ese entonces, el director del Instituto Na-
cional de Antropología e Historia era el antropólogo físico
Eusebio Dávalos Hurtado, el primer graduado en la Escuela.
Posteriormente, entre 1968 y 1971, fue director el arqueó-
logo Ignacio Bemal, nieto del conocido historiador Joaquín
García Icazbalceta. La dirección de Bemal se caracterizó por
una actitud intransigente frente a la disidencia de parte de los
alumnos y maestros de la ENAH (García Mora s.f.).
En marzo de 1968 se realizó el VI Congreso Indigenista, al
que asistieron varios antropólogos de la nueva generación
crítica. En ese momento ya era notable su disidencia con
respecto a la antropología orientada a la acción indigenista,
patente en sus intervenciones: Guillermo Bonfil presentó
"Tareas de la investigación antropológica en el indigenismo";
Mercedes Olivera, "Necesidad de la coordinación entre los
diferentes organismos de la investigación social"; Margarita
Nolasco y Enrique Valencia, "Problemas sociales y problemas
sociológicos en la antropología aplicada" (Valencia, 1982}.
En el ámbito de la antropología, el movimiento de 1968
tuvo sus repercusiones sobre todo en la ENAH, que tuvo re-
presentación ante la Coalición de Maestros de Enseñanza Me-
dia y Superior Pro Libertades Democráticas y el Consejo
Nacional de Huelga. La participación de algunos maestros y
estudiantes progresistas de la EN AH provocó varias represalias
por parte de las autoridades. Una de ellas, ocurrió a princi-
pios de 1969, cuando fue rescindido el contrato del profesor
Guillermo Bonfil. Debido a ello, renunciaron varios maestros
de la especialidad de antropología social, después de haber
manifestado en el Consejo Técnico su repudio hacia esa intro-
misión. Este grupo de maestros ya era conocido por los an-
tropólogos tradicionales como de tendencias disidentes expre-
sadas con antelación en foros académicos (Valencia 1982). A
este grupo, el humor siempre irreverente de los estudiantes lo
bautizó con el sobrenombre de "los siete magníficos" (Cazés
1982), aunque el origen del mote permanece dudoso hasta la

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fecha. Más tarde, serían coautores de la obra De eso que lla-
man antropolog(a mexicana, publicada en 1970, cuyo polé-
mico contenido se consideró como el manifiesto de una nueva
tendencia dentro de la antropología mexicana (Medina 1983).
En esos años, la delegación sindical de los investigadores
del INAH estuvo en contra de la participación del personal
docente en el movimiento estudiantil: " ...este control duró
bastante tiempo ... no teníamos derechos laborales ... como
simples profesores de cátedra, al contrario, teníamos una
oposición al interior del propio sindicato ... en el momento
de la renuncia no contábamos con ningún apoyo ni siquiera
de los estudiantes" (Valencia 1982: 81).
La mudable fortuna dio un giro de ciento ochenta grados
y, con fecha 12 de enero de 1972, se nombró precisamente
a Guillermo Bonfil Batalla como director general del Insti-
tuto Nacional de Antropología e Historia. En el lapso entre
su salida de la Escuela y el momento de asumir el cargo, ha-
bía estado dedicado a trabajar como investigador asociado en
la Sección de Antropología del Instituto de Investigaciones
Históricas de la UN AM •
Uno de los primeros problemas discutidos bajo la dirección
de Bonfil fue la adscripción sindical de los profesores de la
ENAH y el escalafón para los investigadores y profesores del
Instituto Nacional de Antropología e Historia. Después de
seis meses de unificar criterios con los trabajadores manuales
y administrativos de dicho instituto, los frutos fueron una
reclasificación y una racionalización de obligaciones y dere-
chos tanto para los académicos, como para los trabajadores
manuales y administrativos (Valencia 1982 ).
Con Guillermo Bonfil en la dirección del INAH, aumentó el
apoyo a la investigación. Fue transformado el Departamento
de Antropología en el Departamento de Etnología y Antro-
pología Social (DEAS ), que concentró a etnólogos y antropó-
logos sociales. Se multiplicó el número de investigadores de
diferentes disciplinas. Se crearon los centros regionales del
INAH, con objeto de promover la investigación en provincia,
con tareas complementarias de difusión (Lameiras 1979).
Además, el INAH fue reorganizado en cuatro direcciones:
la de Monumentos Históricos, la de Museos, la de Centros
Regionales y la de Administración. Y se estudió la posibili-
dad de crear una Dirección de Investigaciones Científicas
(INAH 1973). Sin embargo, esta iniciativa no llegó a cristali-
zar, debido a las pugnas internas entre diferentes departamen-
tos y grupos de antropólogos (García Mora s.f.).

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En el orden académico, hacia 1966, fue introducido en la
ENAH un nuevo plan de estudios, producto de intensas dis-
cusiones. Dicho plan abarcaba cinco años de estudios (los dos
primeros como tronco común), con sistema de créditos, cáte-
dras con programa abierto y cursos optativos más numero-
sos. Algunas innovaciones en el programa de etnología y
antropología social fueron promovidas por Ángel Palerm
y Guillermo Bonfil (Valencia 1982).
Posteriormente, en 1971, durante un proceso de transfor-
mación de la Escuela, fue sustituido su Consejo Técnico por
una forma de cogobiemo: la Comisión Mixta, la cual proce-
dió a elaborar un ambicioso plan de estudios. Cabría recordar
que, anteriormente a la formación de esta Comisión, la deci-
sión última de los cambios administrativos y académicos
estaba depositada en la persona del director de la Escuela,
quien a su vez recibía orientaciones de la dirección del Institu-
to. Así, el director manejaba el presupuesto, daba los nombra-
mientos del personal docente y decidía la política académica.
Al constituirse la Comisión Mixta, se ensayó trasladar la toma
de decisiones a los maestros y alumnos, fundamentalmente
para la discusión en torno a los contenidos del plan de estu-
dios, y el manejo y administración del presupuesto académi-
co. Como procedimiento para la selección de maestros fue
implantado el concurso de oposición. Además, se logró el
ingreso de los primeros maestros de tiempo completo. La re-
estructuración del plan de estudios partió de una concepción
global de las ciencias sociales y de una crítica a la antropolo-
gía tradicional (Boege 1982).
En julio de 1973, el arqueólogo Jaime Litvak King fue
nombrado jefe de la Sección de Antropología del Instituto de
Investigaciones Históricas de la UN AM, en sustitución de Juan
Comas, quien había renunciado al cargo. Meses después, di-
cha sección se transformó en el Instituto de Investigaciones
Antropológicas (TIA 197 4).
En septiembre de ese mismo año, fue publicado en el Dia-
rio oficial el decreto presidencial que estableció la creación
del Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacio-
nal de Antropología e Historia (CIS-INAH ), e ')ffiO organismo
descentralizado del Estado, de interés público, con personali-
dad jurídica y patrimonio propios. Sus objetivos eran: contar
con elementos científicos de alto nivel académico avocados a
la tarea de analizar en forma rigurosa los fenómenos sociales
habidos en el país, con la finalidad de unir las aportaciones
teóricas y metodológicas aI estudio de los problemas nacio-

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nales más significativos; y estimular la preparación y promo-
ción de investigadores en antropología e historia mediante el
ejercicio creativo de la investigación. Para ello, el nuevo centro
patrocinó proyectos de investigación, programas de doctora-
do y cursos y seminarios temporales. Todo lo cual fue po::;ible
gracias al apoyo de la Secretaría de Educación Pública y del
subsecretario de Cultura Popular y Educación Extraescoiar,
Gonzálo Aguirre Beltrán (Lameiras 1979).
Tomó posesión como director de dicho centro el etnólogo
Ángel Palerm. La ceremonia de inauguración estuvo presidida
por el secretario de la SEP, Víctor Bravo Ahuja, acompañado
en la mesa de honor por Gonzalo Aguirre Beltrán, Guillermo
Bonfil, Jaime Litvak, Ignacio Marquina, Miguel León Portilla
y Femando Cámara Barbachano. Hubo varias intervenciones,
una de ellas cuando Guillermo Bonfil se refirió a los resulta-
dos de una encuesta realizada por Mercedes Olivera, relativa
a la situación de la investigación dentro del IN AH, cuyos resul-
tados revelaron la dispersión imperante y el predominio de
los investigadores de medio tiempo. Las medidas de aplica-
ción inmediata para atacar esa situación, la formación de pro-
gramas especiales de investigación, como el de antropología
económica, coordinado por Rodolfo Stavenhagen; el de so-
ciedades campesinas, dirigido por Arturo Warman; y el de
etnohistoria del Valle de México, a cargo del propio Ángel
Palerm. Se articularon como proyectos al nuevo Centro de
Investigaciones (García Mora s.f.) ,
Cuando recibió la dirección del Centro, Angel Palenn hizo
referencia a la necesidad de incorporar una crítica realista y
concreta a la antropología:

lo que muchos de nosotros estudiantes y maestros


hemos criticado con rigor en México, no es la actilfaidad
científica de los antropólogos, sino exactamente su falta
de actividad en el campo de los problemas sociales del
país; su alejamiento de las cuestiones candentes que
afectan la vida de los mexicanos de hoy y el futuro del
país; su escapismo, como colectividad profesional, de
las luchas que alimentan la dinámica de cambios tan ur-
gentes como inevitables (Palerm 1973a: 18).

La creación del CIS-INAH provocó indignación entre los in-


vestigadores del INAH, quienes se sintieron desplazados pues
veían en la fundación de dicho centro una maniobra que
duplicaba las actividades antropológicas y aplazaba la rees-
352
tructuración del propio Instituto. Pese a ello, indudablemen-
te, la fundación del CIS-INAH constituyó un aporte renovador
al crear las condiciones adecuadas para la investigación, paula-
tinamente deterioradas en el INAH debido al predominio de
un anquilosante burocratismo.
En enero de 1974, los etnólogos y antropólogos sociales
del INAH elaboraron una carta a su director, reprochándole
tácitamente la creación del CIS-INAH, así como la ausencia de
un nuevo tratamiento a los investigadores del propio INAH.
Haciendo mención de las bajas condiciones salariales y la falta
de incentivos a la investigación, formularon peticiones para
subsanar ambos aspectos (l\1eyer y otros 1974).
En 1973, ya se había manifestado un cierto descontento
también entre los investigadores becados y a contrato del De-
partamento de Investigaciones Históricas, quienes enviaron
un pliego petitorio al director del IN AH, solicitan do su regu-
larización salarial para citar la desigualdad de ingresos entre
los investigadores, teniendo en cuenta el aumento en el costo
de la vida {DIH 1973).
Cabría recordar aquí el carácter innovador que adquirie-
ron los procedimientos de investigación, con la creación de
seminarios como unidades de trabajo colectivo, introducidos
formalmente al IN AH por Enrique Florescano al hacerse cargo
del Departamento de Investigaciones Históricas. Luego, éstos
fueron promovidos a iniciativa de investigadores como Gui-
llermo Bonfil, Ángel Palerm, Arturo Warman y Rodolfo
Stavenhagen, entre otros. Por cierto, gracias a ello el Departa-
mento de Investigaciones Históricas logró una importante
producción historiográfica en el campo de la historia urbana,
la historia económica y la historia social.
También rueron promovidas otras instituciones educativas
en el campo de la antropología, como la Escuela de Cien-
cias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, la Escuela
de Antropología de la Universidad de Xalapa (que para fines
del sexenio se transformó en Facultad), y el Departamento de
Antropología fundado en la Universidad Autónoma Metropo-
litana en 1975.
Lejos del apoyo formal de las instituciones del gobierno,
pero relacionado con ellas, se reestructuró en forma integral
el plan de estudios de la licenciatura y la maestría en el Depar-
tamento de Antropología S9cial de la Universidad Iberoame-
ricana, bajo la dirección de Ap.gel Palerrn. Este Departamento,
fundado desde 1960 por los antropólogos Felipe Pardinas y
Luis González, hasta entonces había tenido un programa de

353
estudios muy similar al de la ENAH. Palerm estuvo al frente
del Departamento desde 1966, cuando empezó a promover
ciertos camb10s en los programas que cristalizarían hasta 1970.
Sobre su labor fuera del Instituto Nacional de Antropología
e Historia, Palerm ha dicho:

en la antropología en México quisiera ser recordado por


algo y me gustaría serlo por haber roto el monopolio
institucional del INAH ... Es decir, por haber puesto tanto
empeño en crear una escuela de antropología en una uni-
versidad independiente ... por haber hecho del CIS-INAH
una institución autónoma y no una cola del INAH, como
querían . . . de haber ayudado a formar otro departa-
mento de antropología en la Universidad Metropolitana.
Es decir, de haber establecido una diversificación insti-
tucional que yo espero que ... se consolide y que anule
cualquier posibilidad de cacicazgo ... (Alonso y Baranda
1984: 124).

Ahora vemos, quince años después, que la actividad de Pa-


lerm en esta dirección fue consistente, pues contribuyó a in-
crementar la calidad y desarrollar las posibilidades de la pro-
ducción antropológica.
A las condiciones prevalecientes en estos años, debemos la
creación en 1971 de la Dirección General de Arte Popular
dentro de la Secretaría de Educación Pública, cuyos objetivos
incluían la investigación, la difusión y el apoyo de las artesa-
nías y las artes populares.
Como resultado de la apertura y ampliación de las posibi-
lidades laborales, tanto en el terreno público como en el pri-
vado, los antropólogos fundaron el Colegio de Etnólogos y
Antropólogos Sociales, en 1976, y el siguiente año, el Colegio
Mexicano de Antropólogos Profesionales.

Las corrientes críticas

En México, el ambiente crítico y de controversia respecto de


las instituciones y sus formas de autoridad se manifestó con
toda energía precisamente en el periodo aquí tratado. Se ins-
piró en el resurgimiento de las ideas y principios marxistas,
habidos hacia la segunda mitad de nuestro siglo en gran parte
del mundo occidental. Nos ocuparemos de ilustrar la inser-

354
ción de esta corriente teórica marxista en la antropología
mexicapa.
A finales de los años treinta, llegaron a América -a raíz de
la Guerra Civil Española- intelectuales españoles refugiados,
quienes influyeron en la vida cultural mexicana. Se articularon
a la vida intelectual y económica del país y con su actividad
béneficiaron diversas disciplinas. Ingresaron escritores como
Jiménez Alberti y León Felipe, editores como Losada y Ló-
pez Llausás, maestros e investigadores como José Gaos,
Wenceslao RocE.s, José Moreno Villa, Adolfo Salazar, José
Medina Echavarría, Xavier Zubiri y otros (Krauze 1976).
Estos personajes contribuyeron a crear la empresa editorial
latinoamericana, abriendo perspectivas culturales con mar-
cado sello latinoamericano, al fomentar una infraestructura
intelectual.
La importancia que algunos de ellos tuvieron para la vida
cultural del país es invaluable. Tal es el caso de Wenceslao
Roces, quien fue acogido por la Universidad Nacional Autó-
noma de México dentro de la Facultad de Filosofía y Letras,
y cuya labor más destacada consistió en la traducción de las
obras claves del marxismo como El capital, y algunas obras
de .r..ngels y Luckács. Roces aclimató un marxismo estudiado
en sus fuentes, sin improvisación, pues a partir de sus traduc-
ciones los seguidores del marxismo pudieron beneficiarse con
las versiones en español de los textos de los creadores y de
principales exégetas (Matute 1974: 23). También tradujo La
ferwmenologi'a del espi'ritu de Hegel, antecedente filosófico
de Marx, lo cual, unido a la cátedra impartida por José Gaos
sobre Hegel, estableció las condiciones adecuadas a la com-
prensión del Marx filósofo.
José Gaos contlibuyó a formar varias generaciones de estu-
diosos destacados como Antonio Gómez Robledo, Edmundo
O'Gorman, Justino Femández, Leopoldo Zea, Luis Villoro,
Femando López Cámara, por mencionar algunos (Matute
1974).
No podemos olvidar a Daniel Cossío Villegas, llamado por
Enrique Krauze "empresario cultural", a causa, entre otras
cosas, de ser el fundador del Fondo de Cultura Económica,
editorial en donde se tradujeron al español diversas obras de
economía; las de los economistas ingleses y la primera edición
del citado texto de Karl Marx. Además, Cosía Villegas fue
cofundador de la Facultad de Economía, de relevancia ma-
yúscula en los años sesenta para la introducción de la perspec-
tiva económica en las ciencias sociales.

355
Las obras del Fondo de Cultura Económica se difundieron
por toda América Latina, y llegaron a ser los libros de texto
de los estudiantes de economía en toda Hispanoamérica. Co-
sfo intervino en la fundación de El Colegio de México ( origi-
nalmente llamado La Casa de España) que funcionó como
centro cultural y acogió a varios de los más ilustres transte-
rrados, todo lo cual estimuló el desarrollo de diversas disci-
plinas sociales (Krauze 1976).
Estos elementos confluyeron en la formación de una gene-
ración de lectores y estudiosos de la realidad latinoamericana,
tal como lo demuestra el interés creciente por revistas misce-
láneas de actualidad, fundadas y consolidadas a lo largo de los
años cincuenta. Ejemplos de este tipo de revistas son: Sur y
Marcha en Argentina, Or(genes y Ciclón en Cuba, y Siempre!
en México.
Pero indudablemente, el elemento de mayor peso en la
configuración del clima intelectual efervescente, crítico, mar-
xista y revolucionario de la década de 1970 lo constituyó el
triunfo de la Revolución Cubana. Súbitamente, Cuba pasó a
figurar en el plano internacional como noticia con expecta-
tivas múltiples, y junto con Cuba, América Latina toda; lo
mismo para los latinoamericanos que para los intelectuales de
izquierda europeos, y para los simpatizantes de otras latitudes.
Podríamos decir que, asociado al ruidoso boom literario de
esos años, se manifestó otro de similares alcances -en el te-
rreno de las ciencias sociales, ocupando la atención de econo-
mistas; sociólogos, politólogos y antropólogos, fuertemente
estimuladas por el impulso cultural que la Revolución Cu-
bana imprimió al escenario latinoamericano. El nuevo régimen
cubano fundó la Casa de las Américas, institución que con sus
actividades fomentó un verdadero movimiento cultural a escala
latinoamericana. Entre sus contribuciones, podemos consi-
derar la edición de una revista, la organización de reuniones,
festivales, congresos y concursos literarios y de investigación
social. La Casa de las Américas también publicó libros de
diversos géneros, siempre con la tendencia de difundir el inte-
rés por lo propio, y de promover la liberación cultural latino-
americana, en respuesta estratégica al bloqueo de los Estados
Unidos. Como todo ello fue reforzado con el apoyo de la
izquierda intelectual, el movimiento cobró proporciones con-
tinentales (Rodríguez Monegal 1972).
La vigoroza emergencia del pensamiento y la conciencia
latinoamericanas en esta década estuvo enlazada a las otras
voces de lucha del Tercer Mundo, como la de los países afri-

356
canos por su independencia y la tenaz resistencia del pueblo
vietnamita; fenómenos propiciatorios de la crítica a Occiden-
te, no en forma exclusiva por los intelectuales progresistas del
Tercer Mundo, sino también por la reflexión autocrítica he-
cha por pensadores de Occidente mismo. Esto es particular-
mente visible en el caso de Francia, donde además de la opo-
sición creciente de las diversas facciones de izquierda a las
nuevas formas de colonialismo, se introdujo el pensamiento
crítico sobre las sociedades industriales, expresado con clari-
dad durante el movimiento estudiantil en la primavera de
1968. Entonces, sus dirigentes Bensaid y Scalabrino, repu-
diaron la ideología burguesa, considerándola decadente en
cuanto a su papel histórico, sus valores, y su moral. Para
ellos, los valores predícados por Occidente, a través de sus
instituciones (familia, escuela, autoridades), eran desmenti-
dos cotidianamente mediante los crímenes del imperialismo.
Los jóvenes franceses reconocieron que los ideales de la bur-
guesía (libertad, igualdad) se habían convertido en aspiracio-
nes pretéritas, sustituidas por una ideología de consumo.
Ninguna juventud -agregaron- podía reconocerse en esta
ideología (Zermeño 1978).
La crítica desarrollada .a la sociedad burguesa no fue ex-
clusiva de los estudiantes franceses vinculados a la izquierda;
ya desde 1961, Franz Fanon trató en forma dramática la pro-
blemática social africana en su obra Los condenados de la
tierra, prologada por Jean Paul Sartre, quien hizo un examen
de lo que el expansionismo occidental había sido y de lo que
representaba en el devenir histórico. Sartre, intelectual de
izquierda, introdujo un contenido antropológico en el seno
del mar.úsmo, lo que constituye uno de los elementos activos
de su renacimiento intelectual hacia la segunda mitad de
este siglo.
Otra línea crítica a las sociedades burguesas occidentales se
concretó en las posturas adquiridas por algunos antropólogos
franceses, discípulos de notables teóricos de la etnología fran-
cesa, como Marcel Mauss y Claude Lev-Strauss, interesados en
los problemas del Tercer Mundo, fundamentalmente los rela-
tivos a las minorías étnicas. De este grupo desde 1968 desta-
có: Robert Jaulin, uno de los más combativos durante el
XXXVIII Congreso Internacional de Americanistas celebrado
en Stuttgart, donde planteó -junto con otros colegas- la
necesidad de celebrar un simposio en tomo a los problemas
inherentes al etnocidio (concepto referido esencialmente el
exterminio cultural de los grupos étnicos por medio de su
357
integración a un proceso de desarrollo impulsado por cual-
quier forma de dominación imperialista). También se encon-
traban dentro de esta postura teórica Regis Debray, Domi-
nique Perrot, George Condominas, Pierre Clastres y otros.
En México, esta postura ha sido adoptada y promovida por
Guillermo Bonfil Batalla, quien realizó en esos términos la
crítica al indigenismo mexícano. En su artículo incluido en
la obra colectiva, De eso que llaman antropologfo mexicana
(1970), mostró puntos de convergencia con los postulados de
los antropólogos franceses mencionados. Bonfil desarrolló
con más cuidado esta posición en su artículo: "El concepto
de indio en América: una categoría de la situación colonial"
( 1972a), donde describió la utilización de la voz "indio" como
un fenómeno que denominaba la condición colonizada del
indio. Criticó la idea central del indigenismo, en sus aspira-
ciones de unidad y consolidación nacional, en oposición a la
pluralidad étnica y cultural existente en México y en otras
latitudes.
En una vena similar, se ubicaron los antropólogos firman-
tes del documento: "Declaración de Barbados. Por la libera-
ción del indígena", firmada por Guillermo Bonfil, Miguel Al-
berto Bartolomé, Víctor Daniel Bonilla, Darcy Ribeiro,
Stefano Varesse y otros, en 1971. Posteriormente, emitieron
la "Declaración de Chicago" pro minorías étnicas de los Esta-
dos Unidos (1973), signada entre otros, porlos representantes
de México, Ricardo Ferré (INI), Raúl Marcos Pessah (ENAH ),
Florencia Sánchez Cámara (ENAH ), Roberto Williams (uv)
y Bertha ~apata (INIA ). Y la "Declaracióh de Chapultepec"
en 197 4, por Marcos Arana, Carlos Cámara, Eugenia del Valle,
Ricardo Ferré, Rómulo García, Javier Guerrero, Eduardo Ma-
tos, Guillermo Malina, Diana Wagner, Bertha Zapata, etcétera.
La tesis central de todas estas declaraciones, era la intro-
ducción de una ciencia comprometida con las causas del pue-
blo y las minorías étnicas. Entendido ese compromiso como
la lucha por fomentar el respeto por las manifestaciones cul-
turales, y entender los problemas de estos grupos, como vías
para encontrar soluciones apegadas a sus necesidades. Con el
compromiso se pretendería que fueran las minorías étnicas
las que decidieran los modos y mecanismos convenientes de
solución a sus problemas, así como los de su emancipación,
pues las soluciones concebidas desde el exterior de la comu-
nidad indígena equivaldrían a una forma más de imposición
y, por tanto, a una cara diferente del colonialismo. En última
instancia, se proponía salvaguardar el pluralismo cultural ahí

358
donde las condiciones sociohistóricas lo hubieran engendrado.
Para los declarantes, el indigenismo propiciaba el colonialis-
mo interno, la expansión imperialista y la desaparición del
indio, como consecuencia forzada de la acción integracionista.
La respuesta de la posición indigenista no se hizo esperar;
Aguirre Beltrán expuso su renuencia absoluta a la constitu-
ción de un "poder indio" al estilo estadounidense, caracterís-
tico por sus economías de reservación; con ello, se daría origen
a una conciencia étnica, y no a una conciencia de clase, con-
secuentemente, la lucha no sería de clases sino de castas. En
su obra, Regiones de refugio (1967), y en su artículo, "El
indigenismo y la antropología comprometida" (1974), publi-
cado en La palabra y el hombre, Aguirre Beltrán sostuvo la
necesidad de apresurar el proceso de transición de la condi-
ción de casta del indio a la condición de clase, es decir la
conversión del indio al proletariado. Esto, si bien lo hace
ingresar a un sistema de explotación más refinada, también
lo coloca dentro de la clase revolucionaria, lo que -nos dice
Aguirre Beltrán- sería mucho más deseable que el retomo
romántico a un pasado irrecuperable. Además, el ideal del indi-
genismo, ya desde Gamio, ha sido la posibilidad de construc-
ción de una sociedad mestiza y el proceso histórico vivido en
el país difícilmente puede ser detenido o desviado a voluntad.
Una tercera línea influyente en un sector considerable de
la antropología, la constituyó la corriente nacionalista en las
ciencias sociales de América Latina. Primero, en el campo de
la economía, y luego, paulatinamente, en la sociología, la
antropología y las ciencias políticas. Si bien, en cierto mo-
mento, esta vertiente estuvo alentada por la Revolución Cu-
bana, ya tenía antecedentes que le permitieron desarrollar
una dinámica propia.
Desde los años treinta, con la esperanza de desarrollo autó-
nomo, emergió en América Latina un auténtico nacionalismo
burgués que favoreció la creación de instituciones con el pro-
pósito expreso de fomentar estudios de carácter nacionalista.
La primera y más distinguida de estas instituciones fue la
Comisión Económica para América Latina de las Naciones
Unidas (CEPAL ), y el Instituto Latinoamericano de Planifica-
ción Económica y Social (ILPES ), ambas con sede en Santia-
go de Chile. En Brasil inició operaciones el Instituto Superior
de Estudios Brasileiros (ISEB ); en Argentina, el Instituto Tor-
cuato di Tella; en IVIéxico, dentro de la UN AM, se establecen
la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales y la Es-
cuela Nacional de Economía.

359
En consecuencia, sus fundadores y más destacados colabo-
radores fueron ampliamente conocidos en los círculos de
estudiosos de las ciencias sociales de América Latina y aun
fuera de ellos; ejemplos de estos investigadores de tendencias
nacionalistas son: Raúl Prebisch, Aníbal Pinto, Oswaldo Sun-
kel, Celso Furtado, Helio Jaguaribe, Gino Germ.ani, Pablo
González Casanova, etcétera. Ellos fueron los introductores de
una primera explicación con pretensiones de la realidad social
imperante en América Latina e iniciadores de la reflexión
sobre el llamado subdesarrollo endémico de ella. Su tesis cen-
tral enunciaba que el subdesarrollo era producido básicamente
por la permanencia económica de relaciones de producción
feudales, de manera fundamental en el sector agropecuario y
por la selección equivocada de un modelo económico vertido
hacia el mercado exterior, que socava las posibilidades de for-
talecimiento y consolidación de una economía interna. Com-
partieron así la concepción implícita en la Alianza para
el Progreso propulsada por J.F. Kennedy (Gunder Frank
1973).
Otra visión crítica de las economías de los países de Amé-
ríca Latina se encuentra en las obras de los "teóricos de la
dependencia", como Aníbal Quijano en Perú, Edelberto
Torres en Guatemala, Enzo Falleto y Luis Vitale en Chile,
Femando Henrique Cardoso, Ruy Mauro Marini y Theotonio
Dos Santos en Brasil y Alonso Aguilar en México, además de
la realizada por estudiosos de origen anglosajón, como André
Gunder Frank, antropólogo y economista alemán que llega a
América en 1962 y se une al impulso provocado por la Re-
volución Cubana. La visión crítica de estos teóricos se cons-
tituye con elementos de la Economía Política elaborada por
Marx, y se apoya al mismo tiempo en el estudio de la historia
económica de los países de latinoamérica.
Todos los teóricos de la dependencia, con matices, comba-
ten la tesis generalizada y tradicional que pretende explicar el
subdesarrollo latinoamericano con fundamento en el rezago
de las relaciones de producción con respecto a los países desa-
rrollados; objetaban que el criterio de esa tesis oculta las ver-
daderas relaciones existentes, consecuencia directa de la ex-
pansión capitalista de las actuales potencias mundiales; y las
relaciones generadas de dominación y dependencia, vigentes
en la oposición metrópoli-colonia. Es decir, las formas de
dominación colonial del capitalismo incipiente son sustituidas
por otras con mecanismos definidos por el mercado internacio-
nal, y determinadas por las metrópolis de los países industria-

360
lizados, asociados a las clases burguesas locales o endógenas,
tradicionalmente vinculadas a actividades de exportación.
La corriente de estudios sobre la dependencia tuvo gran
resonancia en México desde principios de los años sesenta en
facultades como Economía y Ciencias Políticas, y se difundió
al ámbito de la antropología, donde contribuyeron a la formu-
lación de dos tendencias básicas: el análisis del sector agrícola,
sector característico de las economías con una preminencia
en las actividades de exportación dependientes del mercado
internacional, y el análisis del compromiso político.
Entre los estudios sistemáticos en torno al campesinado
mexicano, con variados ángulos y posturas teóricas, podría-
mos mencionar, como los más importantes, las investigacio-
nes de Rodolfo Stavenhagen, Arturo Warman y Roger Bartra,
cuyas diferencias teóricas iremos ponderando a lo largo de
este trabajo.
La otra tendencia para la que el compromiso político de
lograr la revolución del sistema capitalista mediante la cons-
trucción del socialismo se constituyó en el paradigma por
excelencia, tuvo una clara inspiración en las posiciones exter-
nadas en 1968 en la revista Current anthropology, donde
aparecieron varios artículos cuyo interés giraba en tomo a la
responsabilidad y ética profesional de los científicos sociales.
En ese entonces, muchos antropólogos jóvenes manifestaron
su repudido a proyectos como el Camelot, y a los trabajos
antropológicos efectuados en Vietnam.
Esta tendencia era sustentada por autores como Gunder
Frank, Stefano Varese y Daniel Cazés. La coherencia entre
estos autores, tanto de principios como en las perspectivas,
sugieren la existencia de una tendencia en el pensamiento
antropológico. Algunos de los artículos aparecidos en la revis-
ta Current se reeditaron en 1969 en América ind(gena (revista
del Instituto Indigenista Interamericano) con una presentación
y discusión de los trabajos por Alfonso Villa Rojas, quien al
parecer, representa la posición más comprometida con el in-
digenismo mexicano (Medina 1983 ). El punto medular de la
crítica de Villa Rojas a esta nueva tendencia consistió en se-
ñalar la subordinación de los objetivos científicos al quehacer
político.
En esos años Cazés influyó en las posturas adoptadas por
un sector de la Escuela Nacional de Antropología e Histo-
ria. En 1967, circuló mimeografiado un artículo suyo: "La
reestructuración de la ENAH, un antropólogo opina", que
motivó la realización de un debate sobre las condiciones ad-

361
ministrativas y académicas de la Escuela, en el que participa-
ron maestros y estudiantes. La polémica mostró con claridad
la tendencia a la democratización de la enseñanza, como ob-
jetivo tanto de los estudiantes como de los profesores más
politizados (Scheffler 1967).
A decir verdad, a la larga, los cambios operados en la ENAH
no fueron todo lo benéfico como se esperaba. Primeramente
porque no se intentó una adecuación de la teoría y método
marxista a la especificidad de la ciencia antropológica; en
segundo lugar, la mayoría de los antropólogos dejaron sus
cátedras de la Escuela, quedando ésta en manos de especialistas
de las ciencias sociales (en el mejor de los casos), que desco-
nocían casi en su totalidad la especificidad de la antropología,
esto ocurrió con los antropólogos críticos de las primeras
generaciones, también llamados "Los magníficos"; y por últi-
mo, se rescindió el convenio con la UNAM, que estipulaba la
complementariedad existente de la Escuela de Antropología
y el Departamento de Historia de la UN AM , anulación que a
juicio de algunos (Medina) se hizo en represalia ante la acti-
tud revolucionaria a ultranza en el proceso democrahzador
de la Escuela. Esta tendencia democratizante y populista que
vivió la Escuela, cristalizada parcialmente en el gobierno, dilu-
yó considerablemente los objetivos y logros de la misma.
A este respecto no podemos dejar de interrogarnos, ¿por
qué la Escuela, al negarse a seguir los planes trazador por el
Instituto (en última instancia el Estado) y la preparación de
cuadros profesionales asimilables al sistema, se transformó
de una escuela mundialmente reconocida con alto nivel aca-
démico, en una escuela que parece ir a la deriva? Los estudian-
tes no carecieron de lucidez y más de una vez pusieron el
dedo en la llaga:

Al Estado no le importa el desarrollo de la antropología


como ciencia, capaz de analizar la realidad y modificarla
profundamente. Le interesa, cuando más, como técnica
formadora de restauradores de ruinas, y de embalsama-
dores de costumbres y lenguas. Pero se encuentra que
las escuelas de antropología (. .. en general, todas las
escuelas de ciencias sociales e históricas) son centros de
reunión de estudiantes que se proponen estudiar la rea-
lidad para transformarla, que luchan por las libertades
democráticas y que mantienen una actitud militante al
lado de los oprimidos y explotadores. . . (Medina y
García Mora 1983: 370).
362
La discrepancia manifiesta entre los intereses del Estado y
los intereses e inquietudes de los sectores tuvo una cobertura
muy amplia, y fue una de las características más conspícuas
del periodo. Posiblemente, esa fractura profunda en la unani-
midad ha sido la razón que llevó al Estado a debilitar paulati-
namente el apoyo otorgado a las instituciones de enseñanza
superior, en detrimento de la calidad académica, lo que es
cierto de manera particular para el caso de la Escuela. Sin
olvidar, empero, que los estudiantes también tuvieron su par-
te en el resultado, al apoyar con entusiasmo, a veces en forma
visceral, a grupos que sustituyeron el espacio de reflexión
-presupuesto del ámbito académico-- por otro de acción
política.
Años más tarde, Andrés I\fedina, después de haber hecho
sólidas aportaciones a la investigación etnológica de corte
tradicional, dio un giro para identificarse con el pensamiento
radical y comprometido del que hemos hecho mención, ma-
nifiesto en sus artículos: "¿Etnología o literatura? El caso de
Benítez y sus indios" y "Ortodoxia y herejía en la antropolo··
gía mexicana", ambos publicados en Anales de Antropolog{a,
en 1974 y 1976, respectivamente. La reacción que suscitó en
algunos antropólogos de la "vieja guardia" no se hizo esperar
y Aguirre Beltrán redacta un artículo dedicado a polemizar
con el pensamiento de Medina, donde bautiza a esa corriente
antropológica como "antropólogos comprometidos".

La discusión antropológica

Vamos a exponer un panorama de las obras que expresan con


mayor claridad las inquietudes e intereses de la comunidad de
antropólogos, y los tópicos inaugurados de manera más con-
certada en este pe1iodo. La temática frecuentada por los an-
tropólogos permite diferenciar este periodo de la antropología
mexicana de cualquier otro, aunque el estudio de esos temas
fuera originado en otras etapas de la antropología, dada la
mayor profusión de análisis sobre ellos y la forma consciente
con que ella se orientó.
La primera característica sobresaliente de algunas obras de
la época es la recapitulación crítica de la disciplina y su eva-
luación histórica, destacando el carácter colonialista de la
antropología en general, y, en consecuencia, se critica la acción
indigenista, calificada como una forma de "colonialismo in ..
temo".

363
El siguiente rasgo, es la introducción de una concepc10n
marxista de la historia en el ámbito de la antropología, como
instrumento de análisis y acción política. Por otra parte, en
un papel alterno, se asimiló también el materialismo cultural
de origen anglosajón, adoptado en mayor medida por la etno-
historia y la arqueología. Ambos enfoques integraron un para-
digma materialista (Gándara 1977), según el cual, el estudio
de la actividad económica de una sociedad es el punto medu-
lar de una explicación del comportamiento y el desarrollo
social.
Otro rasgo notable de este periodo, lo constituyen las
obras antropológicas que abandonaron a los indígenas como
objeto de investigación, y orientaron su atención en las so-
ciedades mestizas, urbanas y campesinas. Esta característica
está presente en todas las disciplinas de la antropología, excep-
to en la arqueología, por razones obvias. Es de interés observar
que esta inclinación encuentra su explicación en el desarrollo
histórico del país, en una sociedad secular, mayoritariamente
mestiza, que tuvo su posibilidad de ser después de la Revolu-
ción Mexicana, a través de la orientación que le imprimieron
labores como la de José Vasconcelos y Manuel Gamio.

El primero en utilizar la noción de colonialismo interno, para


referirse a la acción integracionista impulsada por el Estado
como condición previa al desarrollo y modernización del país,
es el sociólogo Pablo González Casanova en un artículo inti··
tulado: "Sociedad plural, colonialismo interno y desarrollo"
(1963), donde ensayó utilizar esta diferente forma de percibir
la política de integración indigenista. Dentro de una perspec-
tiva muy similar y en cierta manera complementaria, encon-
tramos el artículo del antropólogo y sociólogo Rodolfo
Stavenhagen: "Clases, colonialismo y aculturación" (1963).
El antropólogo y lingüista Daniel cazés desarrolla una re-
flexión más crítica y con una perspectiva histórica de la antro-
pología vinculada al indigenismo, en su artículo "Indigen~smo
en México: pasado y presente" (1966). Con base en el inte-
resante estudio de Luis Villoro, Los grandes momentos del
indigenismo en México (1950), Cazés discute sus planteamien-
tos en torno a las diversas modalidades de considerar "lo in-
dígena" a través de la historia del pensa'.miento en México,
desde el momento de la conquista hasta la etapa posrevolu-
cionaria. El hilo de Adriadna que guía el análisis de Villoro
está representado por el concepto de "alteridad'', es decir:
"yo" versus los "otros", donde el papel del "extraño", de

364
"lo otro", encarna en los indígenas. Esta figura filosófica
de la alteridad se convierte en uno de los puntos de partida de
la crítica a las ideas integracionistas y a la antropología indi-
genista, y fundamenta al mismo tiempo la posibilidad de la
pluralidad cultural, tan cara a los antropólogos contrarios al
etnocidio.
Para Cazés, el "yo" en la historia está siempre constituido
por la clase dominante, en consecuencia, la base económica
posee un peso determinante en la referida relación dual. La
aportación de Cazés consiste en complementar el análisis de
Villero, al polemizar con los argumentos teóricos de los más
recientes indigenistas como Alfonso Caso, Juan Comas y Agui-
rre Beltrán:
Los antropólogos contemporáneos se obstinan en no
ver que solucionando el problema indígena como pre-
tenden solucionarlo --con la integración-, no eliminan
la base de los problemas que atraviesa el país, que es la
lucha clasista, una de cuyas manifestaciones es el proble-
ma indígena. Los indígenas integrados -que dejarían de
ser indígenas para convertirse en campesinos "mexica-
nos"-· pasarán a formar parte del proletariado rural o
del campesinado comerciante en forma más claramente
visible para los estudiosos de la sociedad que, con la me-
jor de las voluntades, sólo muestran una gran falta de
visión histórica, Cabe preguntarse si, aun suponiendo
que las comunidades agrícolas no indígenas no compar-
tan con las comunidades indígenas los rasgos culturales
a los que se da tanta importancia, es mejor la situación
de aquéllas que la de éstas. ¿Podemos pretender que el
solo paso de los indígenas a la "nacionalidad mexicana"
solucionará los problemas de explotación y miseria que
actualmente sufren no sólo ellos, sino todas las masas
proletarias del país? (Medina y García Mora 1983: 93).

Podemos distinguir con toda nitidez que para Cazés y otros


antropólogos de la época afines a estos planteamientos, el
problema de la antropología se desplaza de la búsqueda de la
integración al hecho contundente de la explotación econó-
mica subyacente en la problemática social del país, y a la im-
pugnación de la misma. El velo de inocencia que recubría
la mirada del indigenista empieza a ser desgarrado por una
generación de antropólogos observadores de la realidad social.
Las categorías de explotación y de clases sociales permiten

365
un análisis más a fondo del problema indígena, y una impug-
nación sistemática de las relaciones establecidas por el sector
desarrollado de la sociedad.
Otro trabajo, dentro de este marco, es el artículo de Ar-
turo Warman, "Todos santos y todos difuntos. Crítica histó-
rica de la antropología mexicana", que apareció en la obra
colectiva De eso que llaman antropolog(a mexicana (1970),
la cual despertó una profunda reacción por parte de los an~
tropólogos comprometidos con el indigenismo, debido a la
aguda crítica con la que se les trata. El artículo de Warman
muestra el papel de la antropología en la historia, identifi-
cando a la disciplina con la actitud de Occidente frente a sus
colonias. Para el caso de México, los grupos de poder proponen
una definición del "ser indígena" que Warman juzga ideo-
lógica, sustentado mediante una reseña histórica de los dife-
rentes momentos de la historias de México. Para este autor,
la antropología mexicana ha girado en tomo a tres vertien-
tes: la que intenta rescatar al indio protagonista de un glorioso
pasado prehispánico y genera la corriente preterista; la corrien··
te que concibe al indio como un ser exótico, y desemboca
en el exotismo antropológico; y la que converge en la acción
indigenista a partir de los postulados de Gamio, la cual conci-
be al indígena como ,_ma anomalía necesaria de corregir, ya
que ha permanecido al margen, como un obstáculo para el
desarrollo occidental. Desde la perspectiva indigenista -afirma
Warman- el indígena es un ser ahistórico que retrasa el desa-
rrollo y progreso de México, de donde la única posibilidad de
progreso ,,· expansión es que el indio deje de serlo. De ahí
el interés de Gamio por forjar una patria unitaria mediante
la fusión de razas, cultura, lengua y equilibrio económico entre
los diversos sectores, es decir, mediante la integración. War-
man señala también que la antropología devino una tarea de
tipo educativo: castellanizar, alfabetizar y tecnologizar al
indígena. De esta manera, los objetivos científicos de la disci-
plina son sustituidos por los intereses y perspectivas del Estado.
Identifica a la antropología mexicana con el procr º" c·rrian-
sionista de Occidente, al pretender la homogenización de la
vida social con base en un patrón occidentalizante.
En una vena similar aparece en la EN AH un artículo mi-
meografiado de la antropóloga y profesora canadiense Luisa
Paré: "Lo que podría ser la antropología" (1972), en el que
la autora relata las condiciones que conformaron el surgimien-
to de la antropología, en gran medida asociada a los viajes de
"descubrimiento" y expansión comercial del capitalismo inci-
366
piente; destaca que el pretendido "neutralismo político" de
los antropólogos ingleses no fue tal, ya que de hecho contri-
buyeron a un mejor conocimiento de los pueblos coloniales,
y con ello a una explotación más eficiente. Evalúa de manera
crítica una de las tesis centrales de la antropología tradicional:
la observación y análisis del cambio cultural, más no la pro-
moción del mismo. Para esto trae a colación la décimo pri-
mera tesis sobre Feuerbach ("los filósofos no han hecho más
que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que
se trata es de transformarlo"), que le permite pronunciarse
por una concientización latinoamericana que conlleve a una
libertad individual y colectiva. El trabajo intelectual -nos
dice-- no debe ser ni un lujo intelectual, ni una forma de ma-
nipulación, sino la necesidad del pueblo de conocerse a sí
mismo con el fin de autodeterminarse. Esta afirmación la
lleva a pronunciarse por una "investigación participante" por
parte del pueblo, contra una "observación participante", tal
como ha sido concebida por la antropología tradicional desde
Malinowsky, pues esto supone una sublimación metodológica
enajenada. Las afirmaciones de Paré habrían de contrastarse
con una realidad comunal o social que generalmente no está
dispuesta a este esfuerzo.
El artículo de Félix Báez, "Antropología y colonialismo"
(1975), aparecido en la rev:jsta La palabra y el hombre, dis-
cute la postura teórica de Gerard Leclerc, expuesta en Antro-
pología y colonialismo (1972), que intenta un análisis detalla-
do del carácter colonialista de la antropología y de algunos
de sus representantes más destacados como Taylor, Morgan,
Frazer y las teorías evolucionistas, Malinowski y el funciona-
lismo, y el neopositivismo estadounidense de la posguE~1rn.
La postura de Báez queda más claramente definida en la
última parte del artículo: "La antropología contemporánea y
la descolonización", donde formula la necesidad de recobrar
al objeto de la antropología tradicional -"el ser exótico"-
bajo una investigación nueva, la de "sujeto" u "hombre" lo
que significa participar en la definición actualizada de la cien-
cia social y en el necesario diseño de la crítica y las estrate-
gias de descolonizacióp.
En el artículo de Angel Palerm, "La disputa de los antro-
pólogos mexicanos; una contribución crítica" (1975), encon-
tramos puntos de convergencia con los antes citados; expone
su propia visión crítica de la antropología en México, y le
dedica mayor espacio al desarrollo de la antropología en este
siglo. Cabe señalar la denuncia que hace del carácter monopo-
337
lista y burocrático de la antropología institucional, que ha
sustituido el quehacer científico por el administrativo. En lo
particular, se pronuncia por una antropología de orientación
sociológica, que enfoque su objeto dentro de su problemática
social; define su posición política con respecto al ejercicio
científico apegado a la concepción grarnsciana del compro-
miso de los intelectuales en la formación del "bloque histó-
rico", en respuesta estratégica contra el fascismo, el imperia-
lismo y el autoritarismo.
El trabajo de tesis de Claudio Mayer Guala posee elementos
de coincidencia con lo revisado hasta aquL En su capítulo,
"Hacia una nueva antropología" (1976), también emprende
una revisión histórica de la disciplina en sus aspectos teóricos
a escala mundial y su desenvolvimiento particular en México.
Mayer interroga el objeto y los fines de la disciplina; si éste
ya no es un elemento exótico que deba ser aculturado, enton-
ces, ¿cuál sería el enfoque que convendría adoptar? ¿el ma-
terialismo histórico? ¿el nivel estructural o el superestructural,
o bien ambos niveles? Y si ambos niveles fueran factibles de
estudiarse como objeto de la antropología, ¿a cuáles socieda-
des convendría adecuars~, a las precapitalistas o bien a las
sociedades capitalistas? Estas son algunas de las cuestiones
dispuestas por el autor en forma explítica, y representan en
gran medida las inquietudes que flotaban en el ambiente esco-
lar y de los antropólogos más jóvenes.
En el círculo de la arqueología también surgió la inquietud
de realizar una evaluación histórica de su desarrollo. Bajo la
coordinación de José Luis Lorenzo, junto con un grupo de
diversos especialistas, se efectúa un seminario en Teotíhua-
can, que se cristaliza en la producción de un documento inti-
tulado Hacia una arqueología social (1976). Todo ello como
resultado de varios factores: la influencia de los postulados de
Gordon Childe en el pensamiento de José Luis Lorenzo -pos-
tulados cercanos al materialismo histórico-, las inquietudes
y polémicas prevalecientes en el medio antropológico, y el
contacto con Luis G. Lumbreras -arqueólogo marxista-
durante el XL Congreso Internacional de Americanistas en
la ciudad de Lima en 1970.
Lorenzo, además de coordinar el seminario y la elabora-
ción del documento, fue responsable del capítulo "Desarrollo
de la arqueología en América Latina", en el cual presenta un
panorama somero pero objetivo del desarrollo de la discipli-
na, y demuestra que la arqueología y en general las cjencias
sociales en América Latina "han estado condicionadas por
368
intereses casi siempre ligados a diversas formas de dominio
imperialista ... ". Cabe recordar a algunos de los participantes
en dicho seminario y colaboradores en la producción del do-
cumento: el propio Luis G. Lumbreras, Eduardo Matos, Julio
Montané y Mario Sanoja, entre otros.
En todos los trabajos presentados hasta aquí, y en algu-
nos otros, es sintomático el consi;mso generalizado acerca
de la condición colonialista del pensamiento antropológi-
co.
En la critica al indigenismo encontramos dos tendencias
básicas: los críticos de sus postulados teóricos y los críticos
del indigenismo como acción, es decir, de la forma como se
desvirtúan los propósitos en el campo de los hechos.
La antropóloga Margarita Nolasco, en su artículo "La an-
tropología aplicada en México y su destino final" (1970),
incluido en la obra colectiva De eso que llaman antropolog{a
mexicana, presenta un panorama bastante preciso de la antro-
pología aplicada en los Centros Coordinadores --~principales
organismos donde se ejerce la antropología aplicada--, dedi ..
cando gran parte de su exposición a descripción detallada del
funcionamiento de los Centros entreverada con la critica
de sus desviaciones: burocratismo y corrupción envueltos en
una cuidadosa demagogia. El artículo causa tal reacción por
la crítica directa de los hechos cotidianos de la antropología
aplicada, que la mayor parte de los ataques vertidos por Agui-
lTe Beltrán en "Sobre eso que llaman antropología mexicana"
(1970), los dedica al trabajo de Margarita Nolasco.
De aliento similar se publica el ensayo de Alejandro D. Ma-
rroquín: Balance del indigenismo (1971), que nos presenta
una evaluación en un nivel interamericano. En su capítulo
sobre México, desarrolla un análisis del indigenismo que abar-
ca hasta 1970. A pesar de considerar la política indigenista
mexicana a la vanguardia del continente, señala detenidamente
sus aspectos negativos: la dispersión, la incompleta cobertura
nacional, la ausencia de cambios estructurales en las regiones
de refugio, la falta de coordinación y planificación con otras
dependencias, la carencia de estudios previos y el decaimien-
to de la asesoría antropológica. Concluye que los ángulos
positivos del indigenismo son cosa del pasado, y en realidad,
minado por el burocratismo en el presente, su fracaso es ma-
nifiesto ante hechos tan insoslayables como el regreso de fami ..
Has chamulas y de otros grupos indígenas a la selva lacando-
na, después de haber vivido durante más de veinte años bajo
la protección del INI.
369
Otro trabajo dentro de esta línea es el realizado por Ricar-
do Pozas, "La antropología y la burocracia indigenista".
Pozas pertenece a la primera generación de la Escuela de An-
tropología, pues ingresó a ella desde 1938, y tuvo sus prime-
ros contactos con grupos indígenas al lado de Manuel Gamio.
Por otra parte, podría decirse que forma parte de la historia
del INI, pues durante largo tiempo fue activo colaborador del
mismo. El artículo en cuestión comienza ofreciendo una defi-
nición -pragmática- de la ciencia antropológica aplicada,
que deja mucho que desear. Pero luego se convierte en un
documento de denuncia de la burocratización, las irregulari-
dades y la corrupción que privaron en el Instituto Nacional
Indigenista, casi desde sus primeros años de trabajo; la grave-
dad de las acusaciones queda patentizada mediante el relato
de hechos y pormenores ilustrativos. Destaca la deprimen-
te situación económica de los grupos indígenas, antes y
después de la fundación del Instituto, la negligencia de los
funcionarios de dicha institución e inclusive la malversación
de fondos. Cíta como testimonio de su propia experiencia, la
relatada por la escritora Rosario Castellanos cuando trabajó
en el Centro Coordinador de San Cristóbal de las Casas hacia
1955, junto a Alfonso Villa Rojas, siendo director del Insti-
tuto Alfonso Caso. Rosario Castellanos, en una carta dirigida
al escritor Gastón García Cantú, y publicada por éste en el
Diorama de la Cultura de Excélsior, habla de su decepcionan-
te experiencia con la praética indigenista en términos muy
similares a los de Pozas.
Ante tan graves cargos, el director del Instituto, Gonzalo
Aguirre Beltrán, redactó una comunicación a los Directores
de los Centros Coordinadores Indigenistas en 1976, en don-
de intentó una respuesta a lo planteado por Ricardo Pozas;
desafortunadamente sus comentarios y críticas se enderezaron
de modo preferente hacia el estilo y falta de rigor del autor,
lo que hace suponer que lo dicho por Pozas no fue totalmen-
te infundado.
El artículo de Guillermo Bonfil Batalla, "Del indigenismo
de la revolución a la antropología crítica", forma parte de la
obra De eso que llaman antropología mexicana; posee mayor
relieve ya que abarca un registro más amplio del quehacer
indigenista, y su discurso apunta al análisis de los aspectos
teóricos sustentados y derivados de tal quehacer. Introduce
la necesidad de equilibrio entre "la praxis social" y la objeti-
vidad científica como estrategia para las ciencias sociales en
América Latina. Sus críticas más acérrimas se enderezan con-
870
tra los logros alcanzados por la Revolución Mexicana y la
política indigenista como parte de sus postulados:

Ya se puede confrontar la realidad de la sociedad mexi-


cana con los ideales de la revolución, y establecer las
distancias. . . Sería difícil dudar que en estos tiempos
no se puede ser consecuente con el futuro si se mantie-
nen los mi<>mos cumplidos programas que 60 años atrás
significaron revolución. O bien están cumplidos y por
tanto perdieron vigencia, o bien, en ese lapso, demos-
traron ya su ineficacia, su inutilidad - ü pero aún- pro-
dujeron resultados históricamente negativos.

Y específicamente en cuanto al indigenismo agrega:

La meta del indigenismo, dicho brutalmente, consiste


en lograr la desaparición del indio. Se habla, sí, de pre-
servar los valores indígena<> -sin que explique con cla-
ridad cómo lograrlo-... (a menos que por preservación
de los valores indígenas se deba entender el poner los
objetos de artesanía en una vitrina de museo) ... Todas
las metas del indigenismo de la revolución se sostienen
incólumnes, ajenas a la realidad, firmemente asentadas
sobre los pies de barro de su etnocentrismo contradic-
torio que valora una imaginaria sociedad propia cuya
estructura, cuyas lacras y problemas reales es incapaz
de percibir. Hay que "educar" al indio para que abando-
ne sus "malos hábitos", para que cambie su actitud y
su mentalidad, para que produzca más y consuma más,
para que esté en plano de igualdad con los demás me-
xicanos (¿en qué plano de igualdad? ¿con quiénes?, ¿o
es que el resto de los mexicanos estamos en plano de
igualdad?) . . . Si algo define, entonces, a la política in-
digenista es el intento de extirpar la personalidad étnica
del indio (Medina y García Mora 1983: 144, 145).

Bonfil analiza con cuidado el concepto de cultura nacional,


concebido como objetivo legitimador de la política de inte-
gración, y descubre que tal concepto no se encuentra susten-
tado en la realidad social del país, ya que la sociedad mexicana
se haya constituida por múltiples subculturas no necesaria-
mente armónicas, sino en "tensión" y en la que pueden exis-
tir "oposiciones", "contradicciones" y "antagonismos", todo
dentro de un sistema muy complejo, conformado por "cul-
371
turas de clase'', las cuales, vistas desde la perspectiva sugerida,
no han sido estudiadas por la antropología.
Las proposiciones proyectadas por este ensayo son de
naturaleza académica más que política; Bonfil plantea el estu-
dio y comprensión de los grupos marginales, como los indí-
genas, desde la perspectiva de la totalidad social que los ha
hecho posibles y que los obliga a mantener relaciones "asi-
métricas" con el resto de la sociedad, relaciones de explota-
ción específicas. Sus observaciones le permiten inaugurar jun-
to con otros estudiosos una perspectiva distinta y ampliar el
objeto de la antropología a la totalidad.
A pesar del acucioso análisis que Bonfil efectúa en este
ensayo y de su crítica puntual a la política indigenista, no es
muy concreto en cuanto a las alternativas posibles que nor-
men las políticas con respecto a la población indígena. Y
probablemente no deba ser de otra manera, ya que las alter··
nativas viables para las sociedades no pueden ser planteadas
desde el gabinete del investigador.
Algunos antropólogos han externado su opinión con res-
pecto a que los "antropólogos críticos", y nos referimos fun-
damentalmente a los autores del libro De eso que llaman
antropología mexicana y aquéllos que manifestaron un pen-
samiento afín, no realizaron una crítica a fondo de los pos-
tulados indigenistas. Nosotros pensamos que esta afirmación
no está debidamente fundamentada ya que tanto Bonfil como
Arturo Warman en su comentario a: "¿Nueva tendencia
ideológica de la antropología mexicana"? de Agustín Roma-
no Delgado, artículo aparecido en el Anuario Indigenista
(1970), destacan el punto más débil del pensamiento indige-
nista. Incluso, Arturo Warman parece ir más lejos en sus inte-
rrogaciones de las tesis de los grandes indigenistas como Ma-
nuel Garnio, Moisés Sáenz, .Alfonso Caso y Aguirre Beltrán, y
llega a la conclusión de que el indigenismo "es una hipótesis
antropológica, o mejor dicho, un cuerpo de doctrinas y mé-
todos derivados de una hipótesis: la de la integración, piedra
angular y objetivo eminente de la acción indigenista". Y aña-
de, señalando la falta de rigor en la utilización del término
integración:

No se tiene una formulación única y precisa de la inte-


gración, pero sí existe un acuerdo táctico en que éste es
el proceso mediante el cual las culturas indígenas del
país desaparecerán pasando sus integrantes a formar par-
te de una cultura naóonal mexicana ...

372
La integración es pues, un proceso de tránsito de un
estado a otro, de un polo a otro; tránsito que supone
a priori una mejora, una superación evidente para los
indígenas y para el país ... ~

Y evidencia la ambigüedad del pensamiento y programa


integracionista al agregar:

Pero el otro polo, y el otro pie de la teoría integracio-


nista, sigue como una incógnita. Ni siquiera hay acuerdo
para nombrarlo. Se le llama cultura nacional, nacionali-
dad, patria, sociedad mexicana, gran comunidad mexi-
cana o hasta lo mexicano -con mayúsculas- y algunos
nombres más. A esto, la antropología no lo ha definido
o descrito, ni siquiera lo ha debatido seriamente . . .
Para algunos como Gamio y a veces Aguirre Beltrán, la
cultura nacional o nación mexicana es una entidad in-
existente; es un proyecto o un programa. Para otros como
Caso, la gran comunidad mexicana parece ser una ver-
dad evidente e inobjetable que no requiere descripción.
Mucha.<; veces, cultura nacional se utiliza como abstrac-
ción y no como una realidad sociocultural; esa abstracción
sirve para referirse indiscriminadamente a lo que no es
indígena ...

Warman objeta las dos pos1c10nes a las que se reduce el


proyecto indigenista, con lógica formal y sin componendas.
Para los que piensan en la cultura nacional como una abstrac-
ción, como una meta a alcanzar, entonces la proposición se
vuelve absurda: " . . . no puede hablarse razonablemente de
quitar a los indígenas su identidad y ubicación social para
incorporarlos a la nada, al abstracto ... "; por otro lado, la
postura que implica la obviedad y autoevidencia de la cultura
nacional más allá de toda definición, " ...aquí ya nos salimos
del terreno de la ciencia y entramos en el de la fe ... " (Medi-
na y García Mora 1983: 179-81).
Hemos querido retener algunos párrafos textuales del co-
mentario de Warman, porque son elocuentes con respecto al
cambio de perspectiva por parte de los "antropólogos críti-
cos"; para ellos, equipados con herramientas teóricas y con-
ceptuales de mayor precisión que los de sus antecesores, los
postulados indigenistas no resistían más el paso del tiempo,
habían envejecido; ahora se contaba además con una perspec-
tiva histórica, los resultados de la Revolución Mexicana esta-

373
ban a la vista y, con todo, la antropología había hecho sus
propias adquisiciones. Esto es particularmente claro cuando
Warman opone la concepción de la teoría evolucionista multi-
lineal, introducida por Redfield, a la concepción tácita en el
indigenismo de una evolución unilineal, que otorga a los es-
quemas evolutivos del siglo decimonónico la validez de una
ley universal. Los indigenistas, que califican al indígena de
"atrasado", consideran a sus comunidades en un estadio pre-
vio de organización social en relación con los patrones cul-
turales de Occidente, de donde se desprende la necesidad de
incorporarlos al modelo cultural occidental. Al introducir la
teoría evolucionista multilineal para hacer la crítica del pen-
samiento indigenista, señala el talón de Aquiles de la concep-
ción indigenista:

La fo1mulación de las hipótesis de la evolución multi·


lineal que conciben la posibilidad de desarrollos diver-
gentes o simplemente distintos, que implican sus propios
estadios, está abriendo nuevos caminos para explicar en
términos verdaderamente relativistas el desarrollo de la
humanidad, eliminando las implicaciones subjetivas de
inferioridad (p. 185).

Bajo esta misma óptica, considera absurdo pensar en que la


explotación clasista es más evolucionada que la explotación
colonial y, por lo tanto, más deseable para los indígenas, ya
que los sitúa dentro de la clase revolucionaria -como pensaba
Aguirre Beltrán-, y por lo tanto, a un paso de la revolución.
Por definición -nos dice Warman- "cualquier explotación
genera la formación de clases. Explotación colonial y explo-
tación salarial o capitalista son modalidades de la explotación
clasista ... "(p. 186).
Después de hacer una breve reseña histórica de las políticas
de la clase dominante con respecto a los indígenas en la línea
inicialmente explorada por Luis Villoro, Andrés Malina en
su artículo: "Antropólogos e indigenismo. Los compromisos
contradictorios de la ciencia en México" (1974), publicado
en la Revista de la Universidad de México, identifica a la an-
tropología tradicional con la ideología, ya que se hace un
"uso ideológico de la ciencia" al ser utilizada, por su carácter
neutral y apolítico, para ocultar, soslayar o justificar relacio-
nes de dominación o de explotación. Medina se identifica en
este artículo con el pensamiento de los antropólogos y soció-
logos latinoamericanos reunidos en la revista Current anthro-
374
pology, quienes propugnaban por una ciencia comprometida
con su tiempo y con la causa del pueblo, dentro del marco
de la teoría marxista. Para Medina, el problema indígena sólo
puede analizarse dentro de una problemática mayor, la de
toda la sociedad clasista, en la cual los grupos indígenas cons-
tituyen un caso particular de las relaciones de explotación.
Para terminar con nuestra exposición de la antropología
que hace la crítica del indigenismo, conviene mencionar el
trabajo de Roger Bartra: "El pensamiento indígena y la ideo-
logía indigenista" (1974), publicado por la Revista mexicana
de sociolog[a del Instituto de Investigaciones Sociales de la
UNAM. Bartra ofrece en este artículo el producto de una
investigación de campo realizada en el Valle del Mezquital,
que se compone de una serie de entrevistas hechas a persona-
jes de los estratos dominantes acerca de los indígenas. Para
Bartra, lo que las clases locales ligadas a la burguesía del país
piensan y opinan sobre los indígenas del Valle, los otomíes,
es parte, junto con la política indigenista, de lo que él llama
"ideología indigenista".
A través de su estudio, Bartra se percata de que los oto-
míes ya no cuentan con una organización económica propia
y tradicional, relicto de épocas pretéritas; ahora, la organiza-
ción económica se encuentra integrada al sistema dominan-
te, y el indígena es explotado sustancialmente igual que el
campesino o el obrero. La organización económica de la
comunidad no constituye un "modo de producción indíge-
na", se trata en realidad de una economía de subsistencia
articulada con el mercado capitalista mediante una relación
mercantil simple. Bartra agrega que precisamente la "ideolo-
gía indigenista" tiende a mantener y garantizar estas relacio-
nes de explotación a través de formas de dominio específicas
como el "caciquismo'', o bien mediante administraciones
oficiales a nivel nacional. El artículo incluye un breve análisis
de estas formas de dominación. Gran parte de los esfuerzos
del autor en el resto de su obra teórica están centrados en el
estudio de las formas actuales de dominación en el agro me-
xicano.
Con la revisión de los trabajos y pensamiento de los an-
tropólogos del periodo que abordamos hemos hecho una
semblanza del tópico más frecuentado, y simultáneamente
comprobamos que se trata de un periodo de ruptura con el
pensamiento y las prácticas antropológicas tradicionales, fun-
damentalmente las postuladas por el indigenismo.
375
La siguiente característica de la producción antropológica de
este periodo se encuentra tan estrechamente vinculada a la
actitud crítica reseñada, que es difícil discernir cuál es ante-
cedente y cuál es consecuente, por lo que nos inclinamos a
pensar que se trata de un movimiento único integrado de va-
rios engranes. Se trata del auge del marxismo en la antropo-
logía.
El estudio científico del marxismo se consolida en México
a partir los años sesenta. La primera edición de El capital fue
realizada por Wenceslao Roces y editada por el Fondo de Cul-
tura Económica en 1946. Tras un periodo de asimilación, se
llevó a cabo la edición crítica hasta 1975. El marxismo llegó
a México desde los años veinte; como ideología, no como
instrumento de análisis, tuvo una influencia considerable en
la Revolución Mexicana. Este hecho, unido a las influencias
evaluadas en el capítulo anterior, coadyuvaron a despertar el
interés por la teoría marxista de la sociedad y de la historia
como marco de referencia o marco teórico en la metodología
de algunos antropólogos del periodo aquí tratado.
Para la corriente marxista en la antropología, los indígenas
ya no constituyeron el objeto de sus investigaciones, sino el
conjunto de la sociedad integrada por una pluralidad de gru-
pos cuyos intereses los dividen y enfrentan. La sociedad es
vista y pensada como una entidad dividida en clases, definidas
por el lugar que ocupan dentro del corpus económico. Dicho
en forma esquemática, la sociedad incluye un nivel estructu-
ral con diversas instancias, al mismo tiempo que elementos
superestructurales; de cara a éstos, adquiere especial importan-
cia el concepto de ideología, sobre todo en los términos del
teórico francés del marxismo estructuralista Louis Althusser.
El concepto de ideología se vuelve fundamental en la discu-
sión sobre la validez de la ciencia o el "uso ideológico de la
ciencia", y la antropología colonialista es considerada como
"ideológica" en la acepción del marxismo. Es decir, se esta-
blece la polaridad ideología-ciencia. La legitimación de la
cientificidad de la antropología se sujeta a la concepción de
una antropología no colonialista, antimperialista y desligada
de las clases dominantes.
Otro ángulo del marxismo tratado con particular interés,
fue el relativo a la periodificación de la historia con base en
la teoría de los modos de producción, debido a que la historia
y el devenir histórico se consideraron determinados por leyes
de causalidad económico-sociales. Se discutió en especial cui-
dado el "modo de producción asiático".

376
Por otro lado, la difusión de la obra de una generación de
antropólogos franceses marxistas como Emmanuel Terray,
Gerard Lederc, Maurice Godelier y Claude Meillasoux, entre
otros, fue indispensable para instrumentar la polémica entre
los antropólogos marxistas. En el mismo sentido operó la pu-
blícación de ciertos trabajos de Marx, adecuadas con las nece-
sidades teóricas de la antropología, como la Introducción a la
crítica de la economía política (Grundrisse) y las Formacio-
nes económicas precapitatistas (Formes), las cuales habían
permanecido en el sótano de la estalinización, y sólo hasta
después de 1956 alcanzaron difusión.
Los antropólogos de origen español refugiados en México,
a causa de la guerra civil española, tuvieron un peso específico
en la orientación de la polémica en tomo al materialismo his-
tórico y cultural, debido a sus inclinaciones teóricas dirigidas
predominantemente a los aspectos económico-sociales. De
hecho, ellos formularon líneas de investigación de gran valor
para la antropología mexicana: Pedro Armillas y Angel Pa-
lerm, cuyo influjo alcanzó incluso a un sector importante de
antropólogos estadounidenses, y José Luis Lorenzo en el
campo de la arqueología, contribuyeron en gran medida al
desarrollo científico de sus respectivas disciplinas.
En 1964, Roger Bartra, publicó en la revista Tlatoani, de
la Sociedad de Alumnos de la ENAH, La tipolog(a y la perio-
dificación en el método arqueológico, cuya segunda parte
discute las periodificaciones de pensadores sociales corno A.
Ferguson (1724-1816) y Adam Smith (1723-1790). Bartra
discute la utilización de un factor único como criterio de
periodificación, y enfatiza la realizada por Lewis H. Margan,
quién con una concepción evolucionista emplea varios crite-
rios para juzgar el desarrollo de la humanidad. Esta periodi-
ficación sirvió de base para la elaborada por Federico Engels,
quien atribuye la evolución social a los cambios en las rela-
ciones que se establecen entre los hombres en el proceso de
producción de bienes materiales orientados a la reproducción
social. Según Engels, la humanidad ha evolucionado de un
estado de salvajismo o comunidad primitiva al esclavismo, al
feudalismo, al capitalismo, al socialismo, y en el futuro al
comunismo. Bartra muestra la proximidad del pensamiento
de Gordon Childe a esta visión de la historia; para Childe la
historia se divide en salvajismo, barbarie y civilización, y tales
divisiones también están basadas en la producción de bienes
materiales; el primer nivel corresponde a una economía re-
colectora de alimentos (caza, pesca); el segundo, a una pro-

377
ductora de alimentos (agricultura); y el tercero, a la civiliza-
ción productora de excedentes. Esta última fase contiene
sus propias subdivisiones: Edad de Bronce, Edad del Hierro,
Feudalismo y Capitalismo. Cabría mencionar que la obra de
Gordon Childe, casi toda realizada entre los años cuarenta y
cincuenta, tuvo mayor influencia en el campo de la arqueo-
logía. La presentaicón que hizo Bartra de las diversas perio-
dificaciones avivó el interés por la discusión en tomo a las
etapas y procesos de cambio experimentadas por las socieda-
des. Desde la perspectiva marxista, la periodificación queda
expresada en la teoría de los modos de producción in abstracto,
pero adquiere su variabilidad y carácter concreto en las diver-
sas formaciones sociales.
La falta de objetividad en las periodificaciones hechas has-
ta ese momento para Mesoamérica, señalada por Bartra, así
como la dificultad para encontrar una aplicación práctica a la
periodificación del materialismo histórico, esencialmente con-
feccionada para la historia de Europa, orientaron la búsqueda
y discusión en torno al modo de producción asiático; Esto
fue posible debido a la crítica que despertó en algunos antro-
pólogos la factibilidad de una adopción mecánica de la teoría
de los modos de producción para explicar el desarrollo de
Mesoamérica.
De todos los comentarios que se suscitaron alrededor del
problema de la periodificación, el de Ángel Palerm parece
más sólidamente estructurado. Éste se encuentra expresado
con claridad en su libro Agricultura y sociedad en Mesoamé-
rica (1972). Palerm respalda sus objeciones acerca de la pe-
riodificación del materialismo histórico, con base en una
concepción de la cultura como un todo dinámico y en el
concepto de evolucionismo multilineal introducido por Ju-
lian H. Steward. Tomemos algunos párrafos donde el autor
externa sus opinones:

.. .la Historia Universal, como Hegel y los evolucio-


nistas del XIX la concebían, carece de realidad. La His-
toria real es esencialmente heterogénea. Cada una de las
"historias" de las sociedades humanas posee "leyes"
especiales de desarrollo y relaciones causales internas
propias.
La noción de "progreso" como una medida objetiva sus-
ceptible de aplicación universal, tampoco es válida, pues-
to que los procesos de desarrollo son diferentes. Cada
sociedad se desarrolla en su propio curso y de acuerdo
378
con sus propias tendencias, valores y necesidades inter-
nas. El concepto de "progreso" es subjetivo, propio a
cada sociedad y estimado en función de las ideas y valo-
res de cada cultura (Palerm 1972a: 22).

Palerm entrevé tres momentos en el pensamiento de Marx:


en e( primero aparece una concepción unilineal que supone
una sucesión de etapas universales e inevitables; en el segundo
momento Marx reconoce, a partir de sus estudios acerca de
las sociedades orientales, la existencia de otras posibilidades
de desarrollo social, que Palerm documenta con una carta
escrita por Marx y enviada al comité editorial de un periódico
ruso en el año de 1877; y el tercero, está definido por el si-
lencio y abandono intencional --piensa Palerm- de la discu-
sión teórica del modo de producción asiático, silencio que
mantuvo el marxismo hasta la crítica al estalinismo. Palerm
atribuye ese "silencio táctico" al carácter mesiánico propio
de la teoría marxista. La factibilidad de liquidar el modo de
producción capitalista y dar paso al triunfo del socialismo,
como "fatalidades históricas universales", encuadran "en una
concepción unilineal de la evolución, en un esquema de for-
maciones socioeconómicas que se suceden inexorablemente"
(Palerm 1972a: 109).
Probablemente Palerm toca uno de los puntos más delga-
dos de la teoría marxista de la historia, al desconfiar de un
modo de periodificación que ahora, con la ventaja de la pers-
pectiva histórica y el acervo documental etnográfico, resulta
ingenuo. Palerm expone a lo largo del libro citado su negativa
a adoptar una forma mecánica y dogmática algunos principios
teóricos del marxismo.
En 1969 Roger Bartra publica una antología de textos re-
ferentes al modo de producción asiático, que tuvo a bien reunir
con la colaboración de Jean Chesneaux, Maurice Godelier, y
un arqueólogo ruso, U. Guliayev. La razón que lo motivó a
presentar dicha antología consistió en el intento de explica-
ción de las causas del subdesarrollo en los países colonizados,
presumiblemente similares en cuanto a organizaci6n social al
modo asiático, cuyo rasgo característico estriba en la cohesión
de la estructura social basada en un poder estatal fuerte -eco-
nómico y político-, vigorizado por la explotación generali-
zada de las comunidades aldeanas circunscritas al territorio
sobre el que ejerce su dominio, el cual se patentiza con la ex-
tracción de excedentes de la producción aldeana mediante

379
el tributo ineludible en especie o en trabajo (rara vez en mo-
neda).
Evidentemente, Bartra no intenta una aplicación mecánica
del modo asiático de producción, y subraya el vacío teórico
existente frente a la necesidad de explicar o comprender las
permanencias y las transformaciones sociales documentadas
por el registro etnográfico.
Si se considera que la primera edición al español de las
Formas de propiedad precapitalistas de Marx se hace hasta
1965, Bartra es uno de los primeros en introducir la polémica
sobre el modo de producción asiático y las formas precapita-
listas en la antropología mexicana. Con esto surgen interro-
gantes no formuladas con anterioridad de manera explícita:
¿Por qué las sociedades evolucionan de un modo a otro?,
¿cómo y qué determina esta transición?, ¿por qué unas socie-
dades permanecen "atrasadas" con respecto a otras?
Con la antología, además de contribuir a documentar la
discusión sobre esos problemas y dar un peso mayor al aspec-
to socioeconómico en la interpretación antropológica, Bartra
entregó una breve pero sustanciosa historiografía del concepto
de modo de producción asiático, considerai~o desde Platón y
Aristóteles. Bartra acredita a Karl A. Wittfogel el reinicio del
examen y discusión sobre el modo de producción asiático a
nivel internacional, con la aparición de su libro Despotismo
oriental en 1957, y numerosos ensayos acerca de problemas
asiáticos, algunos de los cuales trató durante la Internacional
Comunista en los años veinte, de ahí su reputación como ex-
perto en sociedades orientales. Años más tarde, Wittfogel se
transformó en acérrimo anticomunista.
En un el.aro intento por adoptar un marco teórico marxista
al análisis de la población india se inscribe el trabajo de Ricar··
do Pozas y su esposa Isabel Horcasitas: Los indios en las clases
sociales de México aparecido en 1971. Este texto, a pesar de
haber despertado ciertas reacciones de inconformidad en el
medio antropológico (indigenista), no suscitó la polémica aca-
démica. Sin embargo, hay dos comentarios que conviene
presentar.
El escritor Leonardo Acosta, en un artículo publicado en
1972 en la revista Casa de las Américas, considera el trabajo
de Pozas y Horcasitas asentado en las tendencias más progre-
sistas de las ciencias sociales. Los mexicanos, según Acosta,
van a fondo en el reconocimiento de la explotación sufrida
por los grupos indígenas por parte de un "capitalismo omni-
potente"; pero al mismo tiempo muestra su desacuerdo por··

380
que considera que se reduce al indio a la categoría única de
explotado y al necesario proceso de "integración" y proleta-
rización como su posibilidad exclusiva, con la consecuente
pérdida de su mundo cultural.
El otro comentario se debe a Guillermo Bonfil (1972),
para quien la obra de Pozas y Horcasitas tiene el mérito de
intentar una visión global y amplia que contribuye al enten-
dimiento de las situaciones locales, en las que generalmente
se ha detenido en forma minuciosa el trabajo del antropólo-
go. Sin embargo, estima que los autores utilizan de modo sim-
plista el concepto de clases sociales al aplicarlo a los indígenas,
quienes son observados como "remanentes" de otros modos
de producción, y simultáneamente -los autores- asentían los
efectos integrativos del sector dominante sobre la población
india, soslayando con ello las contradicciones propias del sis-
tema y la respuesta de los grupos indígenas.
Cabe mencionar también los trabajos presentados en la
Xlll Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología,
celebrada en la ciudad de Xalapa en 1973, de la que se publi-
caron cinco tomos. El IV tomo está dedicado a la etnología
y antropología social, y salta a la vista la enorme diversidad
de intereses y tópicos que atañen a nuestros especialistas;
empero, citaremos algunos relacionados con la adopción de
la perspectiva marxista.
Así, tenemos por ejemplo el trabajo de Javier Guerrero,
"La antropología económica y sus perspectivas en México",
en donde señala la necesidad de producir una antropología
dirigida al estudio sistemático de las economías en socieda-
des no capitalistas, es decir, al desarrollo de una teoría econó-
mica adecuada a las formaciones sociales precapitalistas. Para
Guerrero es preciso otorgar un lugar dentro de la antropolo-
gía a una rama dedicada a la economía ante la crisis de la
antropología tradicional. Analiza algunos conceptos del mar-
xismo en la tentativa de encontrarles una adecuación dentro
del análisis de la disciplina.
Se presentaron en la misma Mesa Redonda los resultados de
varias investigaciones realizadas en la zona mazahua, todas con
el objeto común de entender las relaciones económicas exis-
tentes dentro de ese grupo indígena, punto medular para la
comprensión de su sociedad. Así tenemos el trabajo de Héctor
Díaz Polanco, "La estructura económica de una comunidad
campesina"; el de Martha Fernández Valdéz, "Zona mazahua.
Proceso diferencial de desarrollo", y "El liderazgo político
y el desarrollo económico" de Rubelia Alzate Montoya.

381
En un nivel exclusivamente teórico, Jesús Montoya Briones
presentó su trabajo "Estructuralismo, ideología y valores",
donde expone el análisis comparativo de los conceptos de
"ideología" y "sistema de valores", el primero manejado
de manera específica por el marxismo, y el segundo introdu-
cido por la etnología; Montoya Briones considera estos con-
ceptos, en cierta forma, como paralelos. Cabría recordar que
Montoya Briones ha sido asiduo estudioso de la axiología o
teoría de los valores.
Beatriz Albores Zárate nos ofrece una evaluación concisa
de los estudios que se han efectuado en la región del altipla-
no de Chiapas, a los cuales objeta el empleo exclusivo de un
modelo dualista "ciudad-campo", "atraso-desarrollo'', que im·
piden o distorsionan la comprensión y conocimiento de la
realidad social y las relaciones económicas prevalecientes en-
tre los diversos grupos y estratos sociales en esa área del pak
La ponencia se intitula "El estudio de la economía indígena
en el altiplano de Chiapas".
En el mismo año, 1973, se publica el Breve diccionario de
sociología marxista, preparado por Roger Bartra, en el cual
dispone una serie de conceptos a discusión, algunos, de uso
cotidiano en la antropología. Bartra tuvo como objetivo uni-
ficar y precisar el uso en la terminología en las ciencias socia-
les de conceptos tales como: "cambio social", "cultura",
"aculturación", "civilización", "clan", "comunidad'', "co-
munidad primitiva", "formación económica", "formación
social", "hombre'', "ideología", etcétera. Bartra se pronuncia
contra la concepción burguesa en las ciencias sociales, al mis-
mo tiempo que impugna la pretendida autosuficiencia tajante
del materialismo histórico para una explicación a priori de
los problemas sociales. Se propone una utilización del marxis·
mo contrapuesto al dogmatismo cuando dice:

En la medida en que el materialismo histórico se convir-


tió en un conjunto cerrado de postulados, la compren-
sión de la realidad social quedó relativamente estancada.
Faltaba evidentemente la aplicación de método marxista
mismo, que no concibe la existencia de ningún cuerpo
doctrinario cerrado y que nos empuja constantemente
a la investigación científica de la realidad (Bartra 1973:
7,8).

Bartra critica a quienes estiman que los antropólogos mar-


xistas consideran a la antropología como una ciencia inútil y
382
al marxismo como único instrumento teórico de conocimíen-
to. Es una manera -nos dice- de ridiculizar y símplificar la
posición teórica de las corrientes de izquierda.
Hubo dentro del ámbito académico diversas manifestacio-
nes que nos permiten reconocer no sólo la inclusión de una
concepción teórica marxista, sino también el de una práctica
política que se tradujo en pronunciamientos, declaraciones y
simposios de inconfundible filiación a la perspectiva del mate-
rialismo histórico.
Así, en 1972 la especialidad de arqueología de la ENAH
hace pública una "Declaración de principios" en la que se
define el carácter de ciencia social de la arqueología, dado
su objetivo de reconstruir el pasado de las sociedades median-
te el registro de sus restos materiales y la explicación de los
procesos sociales que integran la totalidad social. Se pronun-
cia contra el diletantismo en el quehacer científico, el colec-
cionismo, la arqueología para el turismo y la arqueología
descriptiva. Propone como labor social el establecimiento de
exposiciones en las comunidades donde se realiza el trabajo
de campo, con las muestras de los materiales obtenidos de las
excavaciones, así como la copia del estudio realizado.
Durante la xm Mesa Redonda de la SMA cuyo tema central
fue Balance y perspectiva de la antropolog(a en Mesoamértca
y Norte de México, además de la adopción de enfoques marxis-
tas para el estudio de las sociedades, críticas al indigenismo ofi-
cial, y mención de la desfavorable situación socioeconómica
de la población india; también se envió una protesta unáni-
me a la OEA y a la ONU, así como la elaboración de un
desplegado en un diario veracruzano, donde se declaró la
solidaridad y apoyo hacia el pueblo chileno ante el golpe
militar ocurrido en Chile, y se invitó a la manifestación pública
en repudio a dicho acontecimiento, convocada para el 12 de
septiembre del mismo año. Un grupo de estudiantes de antro-
pología de México, Xalapa y Yucatán lamentaron que durante
el Primer Congreso Nacional de Estudiantes de Antropología,
no se hubiera logrado un esfuerzo permanente de unión, y
convocaron a un nuevo encuentro nacional de estudiantes,
proponiendo los siguientes temas: objeto de estudio de la
antropología, balance y perspectiva de la antropología mexi-
cana, antropología aplicada y praxis antropológica, y campos
de trabajos de la antropología en México, entre otros. El en-
cuentro convocado no se realizó (García Mora s.f.).
El XLI Congreso Internacional de Americanistas, realizado
entre el 2 y el 7 de septiembre de 197 4, reunió a investigadores
383
de todo el mundo interesados en el estudio de los múltiples
temas circunscritos al continente americano. No obstante el
carácter oficial con que se revistió el congreso (la inaugura-
ción estuvo presidida por Víctor Bravo Ahuja, Gonzalo Agui-
rre Beltrán, secretario y subsecretario respectivamente de la
Secretaría de Educación Pública; Guillermo Bonfil, director
del INAH; Enrique Florescano --quien fue secretario organi--
zador del Congreso--, Ignacio Bemal, Guillermo Soberón,
rector de la UNAM, y Víctor Urquidi, presidente del Colegio
de México, entre otros), se presentaron simposios muy polé-
micos de análisis social desde la perspectiva del materialismo
histórico. Este fue el caso del simposio "Los modos de pro-
ducción en América Latina", uno de los más concurridos, y
en el que participaron, entre otros investigadores, l\íiguel
Acosta Singnes, Roger Bartra, Pierre Becauge, Agustín Cueva,
José Luis Lorenzo, Luisa Paré, Sergio Peña, Rodrigo Monto-
ya, Raúl Olmedo, Ángel Palerm, Enrique Semo, Pierre Vilar,
etcétera. En otro simposio, "La antropología y el subdesarro-
llo", participaron Ricardo Ferré D' Amare, Simone M. Ben-
cheikn, Claudia Mayer Guala, Jonathan Molinet, Antonio
Monzón, Raúl Pessah y Bertha Zapata, además de otros. En el
simposio que agrupó a los antiguos "barbadistas" y corrientes
afines sobre relaciones interétnicas, participaron Gertrude
Duby, Guillermo Bonfil, Stefano Varesse, Darcy Ribeiro,
Miguel Alberto Bartolomé, Alicia Barabás y otros. La condena
al etnocidio fue suscrita por algunos participantes en la "Decla-
ración de Chapultepec" (Excélsior, septiembre 8 de 1974).
En la 73a. reunión anual de la American Anthropological
Association, realizada en 197 4 en la ciudad de México, par-
ticiparon numerosos antropólogos estadounidenses y mexi-
canos, y dio pie a un artículo editorial en el Excélsior del
antropólogo Rodolfo Stavenhagen, quien censuró la falta
de compromiso social de los investigadores dentro de su que-
hacer. La declaración dio a conocer también la formación de
una Asociación de Antropólogos del Tercer Mundo, cuya
tarea sería la difusión de los problemas apremiantes de los
grupos oprimidos y la crítica sistemática a las tesis modifica..
doras de la realidad de esos grupos (García Mora s.f.).

Con lo anterior intentamos señalar el poderoso influjo que


tuvieron los postulados· marxistas y ciertas tendencias reivin-
dicativas latinoamericanas en los antropólogos de este perlo ..
do, tanto en la esfera de los acontecimientos en el medio
antropológico como en la producción de literatura especia-

384
lizada. Sin embru:go, esta semblanza resultarfa tenuemente
dibujada si no la complementamos con los trabajos e investi-
gaciones que involucran y se entretejen con otw rasgo pecu-
liar del periodo. Nos referimos al cambio de dirección en los
estudios e investigaciones antropológicas con vistas al recouo-
cimiento de diversos aspectos de la sociedad en su conjunto.
El paradigma materialista (histórico o culttU.'al) adquirió un
presupuesto común: la concepción del cuerpo social como
una totalidad integrada, de estructuras específicas interrela-
cionadas y articuladas a la totalidad social., La imagen del
"otro" o la "alteridad" de Vilforo, quedó atrás en el pensa-
miento indigenista y pensamientos anteriores a éste; la noción
de "yo" versus los «otros" se desvaneció para los antropólo-
gos de este peirodo" El pensamiento materialista elaboró otro
tipo de escisiones, y empezó a considera la sociedad dividida
en clases, compuesta de estructuras, con instancias específicas
diversas, todos, elementos integrandes de la totalidad. Bista
visión totalizante de la sociedad autorizó la ampliación del
objeto de estudio antropológico a cualquier ángulo de lo so-
cial; por ello, abandona al ser "exótico", al "otro", al indí-
gena, como objeto de sus investigaciones o de sus aspiraciones
mesiánicas, para colocar en su mira al carnpesino, a las comu-
nidades agrarias contemporáneas, los grupos marginales urba-
nos, las relaciones de dominación, la composición del Estado,
los obreros, los estratos medios. Temas que empieza a abor-
dar la antropología social, la etnología y etnohistoria; en el
caso de la lingüística, las preguntas tradicionalmente referidas
a las lenguas indígenas se abrieron hacia el habla urbana. La
antropología física inicia estudios sistemáticos de la pobla-
ción mestiza. En la arqueología esta secularización se mani-
fiesta con el inicio de estudios dirigidos hacia las actividades
económicas y de organización social de las poblaciones preté-
ritas, en contrapunto con los estudios tradicionales sobre arte,
y religión.

La producción antropológica

Desde la segunda mitad de este siglo, hay en la producción


de tesis para ob~ener el grado de maestría en alguna de las
especialidades, tral:;lajos de investigación que presentan las ca-
racterísticas antes ·descritas. De hecho, el grupo conocido
como "Los magníficos" casi en su totalidad presentan sus
tesis de grado con la temática típica del periodo. Pero la

385

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