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LOGAN, 2
Vuelve a mí
ÍNDICE
Capítulo 1 .................................................................................... 3
Capítulo 2 .................................................................................... 8
Capítulo 3 .................................................................................. 14
Capítulo 4 .................................................................................. 20
Capítulo 5 .................................................................................. 31
Capítulo 6 .................................................................................. 37
Capítulo 7 .................................................................................. 43
Capítulo 8 .................................................................................. 51
Capítulo 9 .................................................................................. 59
Capítulo 10 ................................................................................ 66
Capítulo 11 ................................................................................ 71
Capítulo 12 ................................................................................ 81
Capítulo 13 ................................................................................ 90
Capítulo 14 ................................................................................ 98
Capítulo 15 .............................................................................. 106
Capítulo 16 .............................................................................. 111
Capítulo 17 .............................................................................. 118
Capítulo 18 .............................................................................. 125
Capítulo 19 .............................................................................. 132
Capítulo 20 .............................................................................. 137
Capítulo 21 .............................................................................. 143
Capítulo 22 .............................................................................. 150
Capítulo 23 .............................................................................. 158
Capítulo 24 .............................................................................. 162
Capítulo 25 .............................................................................. 169
Capítulo 26 .............................................................................. 175
Capítulo 27 .............................................................................. 181
Capítulo 28 .............................................................................. 186
Capítulo 29 .............................................................................. 191
Capítulo 30 .............................................................................. 197
Capítulo 31 .............................................................................. 201
Capítulo 32 .............................................................................. 208
Capítulo 33 .............................................................................. 213
Capítulo 34 .............................................................................. 220
Capítulo 35 .............................................................................. 227
Capítulo 36 .............................................................................. 235
Epílogo .................................................................................... 245
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA ....................................................... 247
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Capítulo 1
Washington, D.C.
Junio, 1865
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momento.
El maítre sonrió encantado mientras la seguía por el laberinto de mesas,
cubiertas de manteles de lino blanco e iluminadas a la luz de las velas.
El murmullo de las conversaciones y la suave música del piano se mezclaban en
la atmósfera.
—Su mesa favorita, señora Logan, perfecta para la vuelta a casa —dijo el señor
Douglas, mientras le separaba la silla de la mesa, junto al gran ventanal.
Las cortinas de terciopelo azul estaban abiertas, y Cameron se reencontró con la
maravillosa vista de la ciudad iluminada por las farolas de gas y el río Potomac en la
distancia, donde las luces de los barcos brillaban en la oscuridad.
—Gracias, señor Douglas. El capitán estará encantado.
—¿Querría tomar algo mientras espera?
Ella se quitó los guantes y los dejó en la mesa, junto al bolso.
—Champán.
—Por supuesto. ¡Albert! —Dijo el maître, chasqueando los dedos—. Champán
para la señora Logan. Una botella de Moé't Chandon de la bodega particular del
capitán.
Cameron estaba tan ansiosa por ver a Jackson que tenía el estómago atenazado
bajo el prieto corsé. Unos cuantos sorbitos de champán la tranquilizaron un poco. Su
marido había vuelto a Baltimore para estar con ella alguna noche robada siempre que
le había sido posible, pero hacía mucho tiempo que no estaban juntos de verdad, y
ella lo había echado de menos inconcebiblemente. Quería que volviera a casa para
tener un compañero, un amigo, un socio. Había puesto todas sus esperanzas en aquel
matrimonio. Y le parecía que empezaba de verdad aquella noche.
Sabiendo que a Jackson le gustaba que se arreglara a la última moda, Cameron
había elegido cuidadosamente su vestido, de seda azul y blanca, con un atrevido
escote. Y, aunque se consideraba un poco subido de tono, llevaba el pelo suelto,
peinado de forma sencilla pero elegante. A Jackson siempre le había encantado su
pelo. Había sido su melena, según él le había explicado, lo que le había llamado la
atención en aquel verano en que ella tenía diecisiete años y él había visitado por
primera vez la plantación de su padre, Elmwood. Su melena pelirroja y sus ojos
ámbar.
—Perdone que la moleste, señora, pero creo que el maître ha cometido un error.
Cameron alzó la vista por encima del borde de su copa y vio a un caballero
elegante, con una chaqueta larga, junto a la mesa. Medía un metro noventa y era
esbelto y musculoso. Llevaba el pelo negro recogido en una coleta y atado con un
cordón de seda negro. Aunque aquel peinado estaba completamente pasado de
moda, en él era ideal. Lo hacía enigmático, incluso peligroso. Los hombres como
aquél podrían, con toda facilidad, conseguir que cualquier mujer solitaria como ella
se descarriara.
Cameron movió las pestañas mientras examinaba su rostro arrogante y su
sonrisa de muchacho. No sólo era asombrosamente guapo, sino que además lo sabía.
—¿Un error? ¿Qué error?
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—Bueno… —él miró por la ventana, y después otra vez a ella—. Creo que el
señor Douglas le ha dado a usted mi mesa, sin darse cuenta.
Ella sonrió y dejó la copa de champán sobre la mesa.
—Señor, creo que es usted el que está en un error. Ésta es mi mesa. Es mi mesa
siempre que vengo a Washington.
Él dejó escapar un suspiro de ligero aburrimiento.
—No. Ésta es mi mesa. Es la única en la que me siento cuando tengo negocios
en la ciudad.
Ella se recostó en el respaldo de la silla, divertida por aquella conversación con
aquel granuja insolente. Al contrario que la mayoría de mujeres de su edad y
posición social, ella no buscaba la compañía de otras féminas, a las que encontraba
frívolas y aburridas. Su padre siempre le había dicho que debería haber nacido
hombre. Quizá tuviera razón.
—¿Y qué vamos a hacer, señor? Como ya ve, estoy sentada a la mesa, y hay
reglas concernientes a la posesión de tales lugares públicos.
—Bien, pues parece que no tenemos otro remedio, señora, que compartir esta
mesa —respondió él.
Apartó una de las sillas y tomó asiento frente a Cameron, antes de que ella
pudiera protestar.
—Señor, no puede sentarse aquí. Estoy esperando a mi marido —dijo Cameron,
con los ojos ámbar encendidos por la irritación y el asombro.
Él se encogió de hombros.
—Él se lo pierde. No debería haber dejado a una mujer tan despampanante sin
compañía, desprotegida ante caballeros de dudosa reputación, como yo mismo.
Camarero —dijo, levantando una mano. El camarero se acercó a la mesa—. Otra
copa, por favor.
—Señor, yo no lo he invitado a compartir mi champán —Cameron se inclinó
hacia él y clavó la mirada en sus ojos grises—. Tendré que avisar al maître para que
lo saque de aquí, por su insolencia.
Cuando el camarero les llevó la copa, el atractivo extraño se sirvió champán y
se recostó en la silla con indolencia para probarlo.
—Bueno, bueno, no querrá provocar una escenita y molestar a todo el mundo,
¿verdad?
Cameron miró de reojo hacia las mesas que los rodeaban. Por las miradas y los
cuchicheos ocasionales, se percataba de que la gente había notado que estaba con un
visitante muy guapo.
—Señor, debo pedirle de nuevo que se marche. Va a causar un escándalo. Va a
destrozar mi reputación.
A él le brillaron los ojos. Se bebió lo que quedaba de champán francés y sonrió
enigmáticamente.
—Concédame una petición, entonces, antes de marcharme. Un baile.
—No —dijo ella, mientras él la tomaba por la muñeca.
A pesar de que Cameron se resistió, él la agarró como si tuviera unas esposas.
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Capítulo 2
La lujosa suite del hotel estaba iluminada con velas. La ropa de la cama estaba
abierta tentadoramente, y había una botella de champán y dos copas en la mesa,
junto a una bandeja llena de quesos, pan y fruta, dispuestos entre pequeños ramos de
rosas.
—Granuja engreído —dijo Cameron, echando la cabeza hacia atrás para
reírse—. ¡Lo tenías todo preparado!
—Me declaro culpable —dijo Jackson—. No he pensado en otra cosa durante
semanas.
Cameron le rodeó el cuello con los brazos y lo besó en la boca.
—¿Y qué habría pasado si te hubiera rechazado? Ha sido una escena muy
vergonzosa en el salón. Te habría estado bien empleado si me hubiera ido a casa sin
ti.
Él sonrió perversamente, abrazándola con fuerza.
—Si tú me hubieras dejado, estoy seguro de que habría encontrado a otra mujer
para ocupar tu lugar.
—Más arrogancia sin fundamento —ronroneó ella, pasándole las palmas de las
manos por las solapas de terciopelo de la chaqueta—. Y ahora, cierra la puerta, o de
lo contrario atraeremos público, sin duda alguna.
Él cerró la puerta con la bota y la posó en el suelo.
—Has estado comiendo muy poco —le susurró Cameron, besándole la mejilla,
la barbilla y los labios de nuevo—. Estás muy delgado.
—No es por falta de comida —respondió Jackson, y le apretó la palma de la
mano contra el torso, donde le latía el corazón—, sino por falta de amor.
Ella se rió, percibiendo el deseo que Jackson sentía en su voz ronca.
—Pero yo siempre te he querido, Jackson, te he querido desde el día en que
apareciste en el camino de los olmos de la plantación de mi padre, aquel verano en
que yo sólo tenía diecisiete años.
—No me refiero a esa clase de amor —él le metió la mano por debajo de la falda
y le acarició la pantorrilla cubierta por las medias de seda, y después más arriba—. Y
tú lo sabes bien.
Cameron dejó escapar una risita nerviosa y le apartó la mano.
—Eres incorregible.
—Exactamente como te gusta.
La tomó por los hombros y la giró para que se diera la vuelta. Comenzó a
desabrocharle la interminable fila de diminutos botones de su vestido nuevo, uno
por uno. Mientras lo hacía, enterró la cara en la cabellera de Cameron e inhaló su
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fragancia.
Cameron se apoyó en él, disfrutando del calor y de la fuerza de sus brazos y de
las cosquillas que le hacía con los dedos en la espalda desnuda. Arqueó la espalda y
le apretó las nalgas contra el pubis. Él ya estaba ansioso por ella. Cameron lo notó
duro y caliente, incluso a través de las capas de seda y de lana de la ropa.
—Oh, date prisa, Jackson —le susurró.
—¿Qué me dé prisa, mi amor? —le murmuró él al oído.
—Sí —respondió Cameron—. Estás tardando mucho.
—Está bien. Eso no podemos permitirlo —dijo.
Entonces, agarró ambos lados del delicado vestido y lo rasgó. La tela se rompió
y los botones saltaron por los aires.
—¡Jackson! ¡Mi vestido!
—Te compraré otro. Una docena de ellos. Verás, yo también tengo prisa. No
puedo esperar ni un momento más a tenerte —y le dio la vuelta en sus brazos para
arrancarle también la tela de los hombros.
Sus labios se encontraron mientras él dejaba caer la tela rota al suelo. Le arrancó
tirantes, lazos y volantes y pronto la tuvo desnuda ante él, excepto por las medias y
los zapatos, rodeada de montañas de seda y miriñaques.
—¿No podemos apagar algunas velas? —le pidió ella.
—Quiero tener luz para poder verte —le susurró Jackson—. Quiero verte
entera.
Le besó el hombro y el cuello, y después bajó poco a poco. Cameron le pasó los
brazos por el cuello y cerró los ojos, y sintió que se balanceaba sobre los tacones
mientras él le tomaba los pechos y se los lamía.
—Jackson —dijo medio riéndose, medio gimiendo—. Voy a caerme.
—Yo te sostendré —dijo él, y siguió lamiéndole el pezón con la lengua húmeda.
—Jackson, por favor, ¿no podemos ir a la cama?
Él sonrió, esbozó aquella sonrisa que podría poner a cualquier mujer de
rodillas, rendida.
—Creía que nunca ibas a pedírmelo.
—Sinvergüenza arrogante —dijo ella, mientras Jackson la tomaba en brazos y la
llevaba a la cama—. Nunca cambiarás, ¿verdad?
—No me querrías de ninguna otra manera —respondió él, mientras la llevaba a
la cama y la hacía tumbarse.
—Esto es injusto —murmuró Cameron lánguidamente—. Quítate la ropa y ven
conmigo.
—Tú no estás completamente desnuda —respondió él, con lascivia, mientras le
quitaba un zapato.
Después, agarró el borde de la media y empezó a bajársela seductoramente.
A Cameron se le cortó la respiración al sentir su roce en el muslo, en la
pantorrilla, en la rodilla. Cada centímetro de su piel sentía necesidad de él.
Jackson tiró la media por encima de su cabeza, y se quedó junto a la puerta,
como una bandera abandonada en una batalla. Ella abrió los ojos para mirarlo
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—¿Y dónde aprendió ese truco, señora? —él subió por la cama, se tumbó a su
lado y le posó la mano en la cadera.
—Oh, un hombre perverso me lo enseñó.
—¿Era perverso?
Ella se inclinó hacia abajo y atrapó uno de los pezones de Jackson entre los
dientes. Él gruñó de placer.
—Perverso, de verdad —susurró ella—. Un extraño astuto, que me arrebató la
virginidad antes de casarnos, y me usó para obtener su propio placer pecaminoso.
—¿Y disfrutó usted esos placeres pecaminosos?
—Oh, mucho, señor.
El echó la cabeza hacia atrás y rió. Su voz profunda se oyó por toda la
habitación.
Cameron le acarició el vientre y después cerró la mano alrededor de la suave
piel de su miembro cálido y rígido, y entonces, las carcajadas de Jackson se
desvanecieron.
—¿Has dicho que conocías un truco?
—Varios —ronroneó ella—. Era un excelente instructor.
Jackson le besó la mejilla y le apartó la mano.
—Ya está bien, mujer —rodó para ponerse sobre ella, a horcajadas, y se inclinó
para mirarla a los ojos—. O la diversión de acabará antes de lo que queremos.
Ella se rió y levantó la cabeza para volver a besarlo en los labios. Mientras se
besaban, Cameron sintió su dureza contra su piel húmeda y caliente, y separó los
muslos.
Jackson la tomó rápidamente, con una embestida larga y dulce. Cameron dejó
escapar un gritito de sorpresa… de alivio.
—¿Era esto lo que tenías en mente, cariño? —Jackson le sujetó las muñecas a la
cama, se inclinó hacia ella y después se incorporó para empujar.
—Exactamente —gimió ella, con los ojos cerrados y los labios apretados.
Jackson bajó su cuerpo y volvió a elevarlo de nuevo. Ella se retorció bajo él, y se
elevó para recibir sus embestidas.
Las ondas de placer líquido se convirtieron en olas, que recorrieron el cuerpo de
Cameron una y otra vez. Intentó contenerse y retener aquel momento, pero no pudo.
Hundió las uñas en los hombros desnudos de Jackson mientras todos los músculos
de su cuerpo se contraían. Gritó su nombre y arqueó la espalda. Lo oyó gruñir en su
oído, y volvieron a elevarse para encontrarse una última vez antes de caer de nuevo
en la cama, jadeando para tomar aire.
Cameron se agarró fuertemente a Jackson mientras la cima de éxtasis se
convertía en olas, y las olas en ondas de nuevo. Cuando por fin pudo hablar, lo
abrazó y le susurró:
—Bienvenido a casa, Jackson.
Él se tumbó sobre el costado y la atrajo hacia su cuerpo.
—Me alegro de haber vuelto —respondió, y le acarició la mejilla con el dorso de
la mano, áspera y encallecida por los años de guerra.
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—Ah, Cameron, tengo grandes planes para nosotros, para ti, para mí, y para la
familia que espero que tengamos.
Ella lo miró a los ojos y después bajó los párpados, con el corazón acelerado.
—Yo debería haberte hablado… sobre la familia… —dijo, incapaz de sostenerle
la mirada.
Él la tomó por la barbilla y se la levantó para obligarla a hacerlo.
—¿A qué te refieres?
—Vas a ser padre.
Él no respondió inmediatamente, y Cameron notó una punzada de pánico en el
pecho. Le tembló el labio inferior.
—No estás contento.
A él se le iluminó la cara y la abrazó con fuerza.
—No, no, Cam, no es eso en absoluto. Sólo… sólo estoy impresionado.
—¿Impresionado? ¿Te parece que soy muy mayor, con veintisiete años, para ser
madre?
—Por supuesto que no —dijo él, mientras se reía—. Es sólo que hemos estado
juntos con tan poca frecuencia…
—Pues parece que ha sido suficiente —dijo ella, y comenzó a relajarse de
nuevo—. ¿No te acuerdas la noche en que estuvimos juntos en Nueva York, hace un
mes? Yo estaba visitando a Taye y tú entraste por la ventana. Tuviste suerte de que
no te hiciera un agujero en el pecho con mi revólver, pensando que eras un intruso.
—Pero ni siquiera estuvimos juntos una noche… me fui antes de que
amaneciera.
—Pues esa noche fue suficiente —bromeó Cameron.
—Oh, Cameron, ¡un hijo! —dijo—. Pero ¿estás segura? Sólo un mes…
Ella sonrió.
—Estoy segura. Una mujer sabe de esas cosas.
—Tú y yo vamos a ser padres —susurró, y le besó la frente—. Oh, Cameron, ya
verás cuando oigas mis planes. Espera a que veas las tierras que he comprado para
nosotros en Chesapeake Bay.
—¿Tierras? ¿Qué quieres decir? —la sonrisa se le borró a Cameron de la cara
con tanta rapidez como había aparecido.
Él alargó la mano para acariciarle la mejilla, pero ella se apartó.
—Tierras para construir una casa. Sé que no te gusta vivir en la ciudad. Sabía
que querrías volver al campo en cuanto la guerra terminara y fuera seguro de nuevo.
—¿Y has comprado una finca sin consultármelo?
—Es una plantación en Chesapeake Bay. Hay una preciosa casa de ladrillo en la
orilla. Por supuesto, tendremos que ampliarla y redecorarla, pero sé que te encantará.
Cameron se sentó y se pasó la mano por el vientre, todavía plano.
—Pero yo quiero que mi bebé nazca en Mississippi.
—Eso es imposible.
—No. No es imposible. Mississippi es mi casa. Sólo fui a Baltimore porque tú
insististe en que esperara allí al final de la guerra. Yo nunca he querido vivir allí para
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siempre.
—Cameron, por favor, tranquilízate.
Él intentó acariciarla de nuevo, pero ella le apartó la mano.
—Estoy tranquila —dijo, entre dientes—. Y tranquilamente, te digo que quiero
que este bebé nazca en mi casa de Mississippi.
—Pero ésta es mi casa, nuestra casa. Y con el tiempo, también será tu tierra,
Cameron. Nuestra y de nuestros hijos.
—Quiero volver a Mississippi, Jackson.
—Lo entiendo, pero no puedes, cariño.
—¿Por qué no? Maldito seas, Jackson, nunca cambiarás. Has estado conmigo
una hora y ya estás pensando en que sabes lo que es mejor para mí, pensando en que
puedes disponer mi vida. ¿Por qué no puedo volver a casa?
—Ya has visto las espantosas fotografías de Mathew Brady en los periódicos,
pero ni siquiera con eso puedes imaginártelo todo. Mississippi está en ruinas, cariño.
El sur entero está en ruinas.
A Cameron se le encogió el corazón de dolor, y en aquella ocasión, cuando
Jackson se acercó a ella para abrazarla, se lo permitió.
—No puedo explicarte la devastación de la tierra más al sur de Mason-Dixon —
le dijo con la voz baja—. Está más allá de toda comprensión. Los campos están
quemados, los pozos envenenados… los espíritus sin vida de los supervivientes,
bandas de gente blanca y negra vagando sin saber adónde van… ¿Y dónde podrías
tener al bebé? ¿En un campo quemado? ¿En una casa abandonada?
—Oh, Jackson —murmuró ella, intentando contener las lágrimas.
—Lo sé. Lo sé. Dejemos este tema por ahora —dijo él, y se tumbó, atrayéndola
hacia su pecho. Después, los tapó a los dos con las sábanas—. Habrá un mañana, y
un día después… muchos días más para hablar del futuro.
—Está bien —susurró ella—. Pero esta conversación no ha terminado. Ya no soy
una niña de diecisiete años como para que me manipulen los hombres de mi vida.
Ninguno de ellos.
El la besó hambriento.
—No, no eres una niña, esposa mía. Eso está claro.
Ella se rió y volvió a sentir la fuerza del deseo de Jackson en la pierna desnuda.
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Capítulo 3
Durante los primeros días después de que Jackson hubiera vuelto, todos los
sirvientes estaban alborotados hasta que todo el mundo se adaptó a los nuevos
hábitos de tener al dueño en casa después de cuatro años. Las horas, los días,
transcurrían tan rápidamente que Cameron casi no tuvo tiempo de recuperar el
aliento.
Jackson se pasaba el día en los muelles, inspeccionando los barcos que había
comprado durante la guerra y volviendo a tomar las riendas del próspero negocio de
navegación que había heredado de su padre.
Él confiaba en su amigo y director, el señor Lonsford, que había trabajado para
su padre antes que para él. En realidad, había trabajado para los Logan desde que era
un niño, y había llevado el negocio de una manera impecable durante la guerra.
A pesar de las dificultades de la economía del país, Cameron observó, no sin
cierta ironía, que su marido era más rico que cuando había empezado la contienda.
Todas las mañanas, después de desayunar en la cama junto a Cameron, Jackson
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—Lo sabía —dijo él. Se acercó por su espalda, la tomó por la cintura y le dio un
beso en la coronilla—. Eso fue lo que le dije a Ulysses—y la soltó—. Cenaremos
juntos hoy, ¿de acuerdo? Pero tendrá que ser tarde. ¿Los dos solos?
Ella se volvió, pero Jackson ya estaba a medio camino hacia la puerta.
—Jackson, mi hermana viene hoy. Espero que estés aquí para cenar con
nosotras —le dijo, mientras se secaba la cara con una toalla—. Te he recordado dos
veces esta semana que venía hoy.
—Es cierto. Lo has hecho —respondió Jackson mientras se ponía el sombrero—.
Así que hoy te quedarás en casa. Bien. Así descansarás un poco.
—¿A qué te refieres? Hoy voy a ir a la granja, exactamente igual que todos los
días.
—Sólo estoy preocupado porque te canses mucho. Seguramente, el capataz del
establo podrá atender a los caballos por un día, aunque tú no vayas.
—Y así podré quedarme aquí y descansar preparando tu fiesta para trescientos,
¿verdad, Jackson? Ni lo pienses.
Él suspiró.
—Sólo quiero que descanses lo suficiente para el bebé. Y por ti, también.
—Claro —respondió Cameron, secamente.
—Bueno, no te quedes hasta muy tarde. Y dale un beso a Taye de mi parte
cuando llegue. Intentaré llegar pronto.
Y con aquello, se marchó.
Llena de frustración, Cameron tiró la toalla al suelo y después cerró la puerta de
un portazo. Mientras caminaba por la habitación, se le caían las lágrimas por las
mejillas. Así no era como se había imaginado que serían las cosas cuando Jackson
volviera a casa, ni sus primeros días juntos. Había pensado que serían días felices, en
los que celebrarían la llegada de su hijo y harían planes para su vida en común.
Había creído que tendrían tiempos para acercarse más el uno al otro, y conocerse de
nuevo. Se secó las lágrimas, pero seguía sintiéndose más sola de lo que se había
sentido en los días más oscuros de la guerra, cuando no sabía en qué lugar del sur
estaba Jackson, ni si estaba vivo o muerto.
Tomó su cepillo del pelo del tocador y al segundo, volvió a dejarlo de golpe.
—Descansar —gruñó, mientras iba hacia el armario por su ropa limpia—. Lo
próximo que querrá que haga será dar paseos por el parque en carruaje y tejer
patucos.
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—Ella puede encontrarse con usted esta noche y darle toda la información que
ha traído de Nueva Orleáns.
El secretario de estado le pasó un papel con el nombre de un pequeño
restaurante de Washington, y la hora a la que Marie estaría allí.
Jackson tomó el papel y lo añadió a los que se había metido bajo el brazo.
Demonios, si quería ver a Marie aquella noche, tendría que enviarle un telegrama a
Cameron diciéndole que no podría llegar a casa hasta la madrugada. Y, teniendo en
cuenta el humor del que estaba, se enfadaría aún más. Sin embargo, él tenía que
cumplir aquella misión. Era evidente que el secretario de estado consideraba a
aquella banda como una amenaza peligrosa.
—Gracias, señor.
Seward se levantó lentamente de la silla y le tendió la mano.
—No, capitán Logan, gracias a usted.
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Capítulo 4
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—Oh, Dios mío —dijo Taye. Se puso de pie y le quitó a su hermana la jarra de
las manos—. Siéntate y déjame hacer eso.
—No necesito que me sirvan —dijo Cameron, y se sentó en su silla de nuevo—.
Por Dios, lo que tengo es un embarazo, no una enfermedad.
—Claro que sí —respondió Taye, mientras servía la limonada—. Pero quiero
hacer eso por ti, Cameron. Sé que nunca podré devolveros a Jackson y a ti todo lo
que habéis hecho por mí, pero al menos dame estas pequeñas satisfacciones.
Cameron tomó una servilleta y uno de los dulces que había en un plato.
Aunque su embarazo no estaba muy avanzado, tenía hambre constantemente. Si
seguía así, engordaría como una vaca antes de que naciera el niño.
—¿Has oído algo de Thomas? —le preguntó Cameron a su hermana.
Taye le pasó su vaso de limonada y se sentó de nuevo.
—Sí, recibí una carta justo antes de salir de Nueva York. Llegará aquí en una
semana.
Cameron entrecerró los ojos pícaramente.
—¿Y cuánto tiempo después de que llegue estaremos oyendo las campanas de
boda?
Thomas Burl había sido el abogado del senador Campbell. Había sido muy
atento con Taye durante los meses anteriores a que la guerra se desatara en el sur, y
antes de que ella se escapara a Nueva York, le había confesado sus sentimientos. Se
habían prometido casarse al final de la guerra, si seguían enamorados, y habían
mantenido un contacto singular durante los meses de la contienda.
Aunque Thomas era muy tranquilo y reservado, tenía buen corazón y quería a
Taye. Y ella lo quería a él. Taye se sonrojó.
—Apenas nos hemos visto durante el último año. Quizá sus sentimientos hayan
cambiado.
Cameron le dio un sorbo a la limonada y se rió.
—Y quizá haya empezado a crecerle pelo en esa cabeza tan calva que tiene,
también —dijo, y miró a su hermana de reojo—. Por supuesto que quiere casarse
contigo. Me parece que por eso precisamente le ha pedido a Jackson si podía venir a
quedarse una temporada. Quiere cortejarte, pero no tiene parientes con los que
quedarse a vivir.
—Estoy muy agradecida porque Jackson nos haya invitado.
—Eres mi hermana, Taye, no una invitada. Y yo estoy muy alegre por tenerte
aquí. Jackson me ha dicho esta mañana que en menos de quince días tendremos un
baile para trescientas personas en casa.
A Taye se le abrieron mucho los ojos.
—¿Para trescientos? ¡Dios mío!
—Es un baile de bienvenida para los oficiales de la Unión. Parece que Jackson y
Ulysses S. Grant se conocen.
—Bueno, entonces he llegado justo a tiempo, ¿no? Déjalo en mis manos.
Baltimore y los oficiales recién llegados tendrán un baile como nunca habían visto
antes. Al estilo de Mississippi.
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Varias noches después, Jackson se acercó a Cameron mientras ella estaba de pie
frente al espejo de su habitación. Le puso las manos en las caderas y le besó el
hombro desnudo.
—Tienes aspecto de estar cansada —murmuró Jackson—. ¿Estás segura de que
quieres bajar?
Cameron tembló al sentir aquella caricia sensual. Habían comenzado a hacer el
amor antes de casarse, durante los primeros días de la guerra, cuando la vida de
Cameron se estaba desmoronando. Su padre había muerto. Su despreciable hermano,
Grant, estaba vendiendo la plantación de la familia parcela a parcela e intentando
casarla. El amor físico siempre había sido muy bueno con Jackson, pero desde que
había vuelto, había sido incluso mejor. Sus caricias, sus miradas apasionadas,
encendían el fuego en ella, y a Cameron la preocupaba el hecho de que él tuviera
semejante control sobre su cuerpo y sobre sus emociones. En cuanto ella sacaba un
tema de conversación que no era del agrado de su marido, él comenzaba
inmediatamente a seducirla con besos ardientes y con su encanto de granuja. Ella
sabía lo que estaba haciendo su marido, pero sin embargo él sólo tenía que acariciarla
con sus dedos delgados y fuertes y susurrarle palabras dulces y desvergonzadas al
oído, y Cameron caía sin poder evitarlo en su trampa. Todas las veces.
Cameron observó el reflejo de Jackson en el espejo, mientras él la miraba. Estaba
tan guapo y elegante como siempre. Era lo que cualquier mujer sureña habría
considerado un gran partido: inmensamente rico y muy respetado. En la ciudad se
hablaba de que era un firme candidato a ocupar un puesto en el gobierno. Era todo lo
que una mujer podía querer en un hombre.
Pero ¿sería demasiado bueno para ser cierto? Cuando se habían casado y
Cameron había ido a vivir a Baltimore, había habido rumores de que su matrimonio
no duraría mucho. Se decía que aquel guapo capitán no era hombre de una sola
mujer. Cameron lo miró mientras él esperaba su respuesta.
¿Habría tenido la gente razón en aquello?
Aquella idea la puso nerviosa.
—Roxy estaba mala. Tenía un cólico —respondió por fin.
Aquella yegua había sido el regalo que su padre le había hecho por su vigésimo
segundo cumpleaños. Su hermano había vendido al animal, pero Jackson lo había
encontrado tiempo después y lo había llevado a Baltimore.
—Está mejor, pero ha sido un día muy largo —continuó, mientras se retocaba el
pelo.
Taye la había ayudado a peinarse y a vestirse aquella noche. Iban a celebrar una
cena especial para celebrar la llegada de Thomas Burl.
—Creía que no ibas a ir al establo todos los días —Jackson le besó el cuello,
mirándola en el espejo.
Ella se apartó de él y se alejó del espejo.
—Yo nunca he dicho que no fuera a ir todos los días —protestó. Se acercó a una
mesilla, abrió un pequeño joyero y sacó un par de pendientes de perlas—. Tú eres el
que lo dijo. Tenía que ir hoy. ¿Es que no me has oído? Roxy estaba enferma. Podría
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
haber muerto.
Los ojos de Jackson reflejaron su irritación al instante.
—Mira, Cameron, entiendo lo importante que eran esos caballos para ti cuando
yo no estaba. Pero ahora ya estoy en casa. No tienes por qué pasarte todo el día en la
granja. No es apropiado. ¿Y por qué tienes que mantener los caballos? Dios sabe que
no necesitamos el dinero.
—¿Por qué tengo que mantener los caballos? Quizá porque es la única cosa
tangible que me queda de mi casa. De mi padre.
Él suspiró.
—De acuerdo, pues conserva los caballos. Pero no tienes que pasarte allí todo el
día. Quiero que estés aquí, en nuestra casa. Eres mi mujer, y aquí es donde tienes que
estar ahora.
—¿Para qué tú puedas ir y venir como quieras? ¿Y qué pretendes que haga yo?
—se puso el segundo pendiente y se volvió a mirarlo—. ¿Sentarme aquí todo el día y
esperar a que tú vuelvas del astillero o de una de tus reuniones secretas de
Washington? ¿Qué pasó el día que vino Taye? Te esperé aquella noche, pero no
viniste a casa hasta las tres de la mañana.
—Te envié un telegrama. Tuve que alquilar una diligencia. Te expliqué…
—No me explicaste nada. Sólo decías que ibas a llegar tarde.
Él soltó un gruñido de impaciencia.
—Tengo muchas cosas de las que ocuparme. Cuatro años son muy difíciles de
borrar, Cameron. Incluso aunque Josiah se encargue…
—Aquella noche no tuvo nada que ver con tu negocio —dijo ella, cortante—.
No me digas lo contrario. Estabas en Washington. Otra vez.
—El hecho de que hayan terminado las batallas no significa que haya
terminado la guerra. El sur está ardiendo, literalmente. Todavía tengo un deber que
cumplir.
—Y, exactamente, ¿cuándo terminarás ese deber? Los soldados que han
sobrevivido ya han vuelto a casa con sus mujeres y sus hijos. ¿Cuándo vas a volver tú
a casa, Jackson? ¿Cuándo se va a terminar la guerra para nosotros?
—Cuando se termine —respondió él, rígidamente—. Cuando mi país ya no
requiera más mis servicios.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer yo mientras tanto? ¿Criar?
—Hay muchas cosas que tienes que hacer en la casa —respondió él—. Por
ejemplo, ocuparte del baile. Seguramente, hay muchas cosas que preparar.
—Seguramente las hay, para un baile que tú organizaste sin preguntarme —
soltó Cameron—. Como las cenas que planeas sin avisarme. Los hombres a los que
traes a casa sin consultarme. Y como los empleados a los que contratas y despides sin
dirigirme una mirada.
—Cameron…
—Y ahora que Taye está aquí, vuestro pequeño plan es completo. No sirvo para
nada. Taye ha llegado y se ha puesto manos a la obra en todo lo referido al baile, con
tus bendiciones, aparentemente. Lo único que he tenido que hacer ha sido elegir el
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
color de los manteles y decir qué bufé prefería para esa noche. Jackson, ¡incluso me
ha encargado el vestido!
—Sólo quiere ser útil. Taye es una joven muy capaz.
—Por supuesto que lo es. Pero yo también. No me gusta que me traten de ese
modo. Ni tú, ni Taye. Parece que todo el mundo piensa de repente que estoy hecha
de azúcar y que tengo el cerebro de un ratón. ¿Qué voy a hacer yo durante todo el
día si no puedo ocuparme de los caballos, y Taye lleva la casa?
Él se encogió de hombros.
—¿Y cómo voy a saber yo de qué se ocupan las damas? ¿No puedes empezar a
bordar…?
—¡Ni se te ocurra decirme tonterías! ¡No te atrevas! —Cameron tuvo que
reprimir las lágrimas de furia—. Desprecio el bordado. No puedo soportar que me
traten como si fuera un adorno. ¿Es que quieres que me siente aquí, en este museo,
con nada que hacer más que pasear de habitación en habitación deseando que ésta
fuera mi casa?
Jackson tomó su chaqueta negra del respaldo de una silla y la miró con cara de
pocos amigos.
—Estás en tu casa.
—Mi casa está en Mississippi —dijo ella, suavemente.
En realidad, no sabía si tenía ganas de llorar o de romperle algo en la cabeza.
Él hizo una pausa mientras se metía las mangas de la chaqueta por los brazos.
Cuando habló de nuevo, su voz también se había suavizado.
—Ya no.
A ella se le cayeron las lágrimas. ¿Por qué estaba llorando todo el rato? Había
llorado más desde que Jackson había vuelto a casa que cuando estaba en la guerra.
—Dijiste que hablaríamos de eso.
—Y lo haremos —dijo él, y le pasó un brazo por el hombro a Cameron—. Pero
esta noche no. Nuestros invitados nos están esperando.
Cameron miró a Jackson. No quería permitir que la manipulara de aquella
manera, pero tampoco quería pelearse con él constantemente.
Quería tener una velada agradable con Taye, con Thomas y con los pocos
amigos íntimos que habían hecho durante los últimos años, que también estaban
invitados a la cena.
Echó la cabeza hacia atrás y permitió que Jackson la besara.
—Te haré caso esta noche, Jackson, pero te advierto que no voy a empezar a
bordar. Y esto no se ha terminado. No vas a conseguir engatusarme para que deje el
tema cada vez que la conversación te resulta incómoda.
—Pero puedo intentarlo —dijo él, con aquella sonrisa de muchacho, y asintió
mientras abría la puerta de la habitación y le cedía el paso—. Señora Logan.
Ella hizo una reverencia, pensando en que lo amaba, pero preguntándose si la
vida sería siempre tan difícil con él.
Y después, bajaron las escaleras tomados del brazo, para saludar a sus
invitados.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Cuando terminó la exquisita cena, las señoras y los señores se trasladaron del
comedor al salón, donde se sirvió champán y jerez bajo los ojos vigilantes de un
panteón de diosas y dioses de escayola, mientras Taye los entretenía sentada al gran
piano, desgranando las notas de una selección de obras clásicas.
Cameron se acercó a una de las ventanas, desde la que Thomas estaba
observando a Taye mientras tocaba.
—¿Se lo has pedido ya? —le susurró Cameron.
Thomas Burl se ruborizó.
Era un hombre alto y delgado con las piernas y los brazos larguiruchos. Tenía el
pelo rabio, cada vez menos abundante, y llevaba unas gafas con la montura de metal
muy fina, que se sostenían al final de su delgada nariz.
Su padre había considerado a Thomas como un candidato para Cameron, pero
entonces Jackson había aparecido en su vida.
Aunque Thomas fuera demasiado sobrio y tranquilo para su gusto, lo quería
como a un hermano. Thomas había trabajado codo con codo con el senador durante
muchos años, a menudo en Mississippi y en Washington, D. C.
—Señora Logan —le respondió Thomas, con la cara del color de la grana—.
Apenas llevo aquí veinticuatro horas.
—¿Y desde cuándo soy la señora Logan? Soy Cameron, ¿no te acuerdas? —lo
reprendió ella—. ¿Llevas aquí veinticuatro horas y todavía no le has pedido a Taye
que se case contigo? Será mejor que te des prisa —señaló ligeramente con la cabeza a
un señor con barba que estaba charlando con Jackson—. El señor Gorman está loco
por ella. Su tercera mujer ha muerto recientemente, y creo que está buscando una
cuarta. Él sería un excelente candidato para nuestra Taye, aunque yo creo que tú
serías su primera elección.
Thomas sonrió encantado, mirando a Taye. Después bajó la vista hacia sus
relucientes zapatos.
—¿Crees que sería muy atrevido pedírselo esta noche?
—Creo que deberías llevarla al jardín cuando se marchen todos los invitados.
Deberías pedirle que se case contigo y después besarla en los labios, como Dios
manda.
—Oh, Dios mío —dijo él, mirando a Taye de nuevo—. No estoy seguro de que
pueda…
—¿Besarla? —preguntó Cameron, en voz baja. Después se inclinó hacia el
hombro del amigo de su padre—. Pues será mejor que lo intentes. No tengas miedo.
A ella le gustará. Y a ti también. Y ahora, si me disculpas, creo que Jackson está
intentando llamar mi atención —le dijo.
Hizo una suave reverencia.
Thomas hizo una mucho más rígida.
Mientras Cameron pasaba junto al piano, le guiñó el ojo a Taye.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
—¿Te lo has pasado bien esta noche? —le preguntó Jackson a Cameron,
mientras la ayudaba a desvestirse.
Cameron estaba agarrada al poste de la cama, mientras Jackson le desataba los
cordones del corsé. Pronto tendría que dejar llevarlo, debido al embarazo.
—Ha sido muy agradable. Adoro a la señora Rhettish. Es una mujer admirable.
¿Sabes que ha llevado el almacén de su marido mientras él estaba en la guerra, y
ahora que él ha vuelto, trabaja para ella?
Jackson se rió.
—Tengo noticias para ti, Cam. Conociendo a Violet Rhettish, llevaba el negocio
de Cari, y a Cari mismo, desde mucho antes de la guerra —dijo él, y le tendió las
ballenas—. No me extraña que el hombre se quedara desilusionado cuando terminó
la guerra. Se vio obligado a volver con ella.
Cameron le dio con el corsé en el estómago y él la tomó por la cintura y la
tendió en la cama. Ella cayó de espaldas, y Jackson enterró la cara entre sus pechos.
—Jackson, estoy intentando desvestirme.
—Y yo sólo estoy intentando ayudarla, señora —respondió él, sonriente.
Después, se levantó para liberarla.
Cameron se levantó de la cama y caminó descalza hasta la ventana. Apartó
ligeramente la cortina de terciopelo y miró al jardín, iluminado tenuemente por la luz
de los faroles.
—¿Crees que Thomas tendrá por fin el valor de pedirle a Taye que se case con
él? —veía a la pareja abajo, sentados en un pequeño banco de piedra bajo un rosal
trepador.
—Estoy seguro de que sí. Me ha contado que ya está haciendo planes para
reabrir su bufete de abogados. Sólo tiene que decidir en qué ciudad.
Cameron observó a Taye y a Thomas, casi deseando ser capaz de oír lo que
estaban diciendo.
—Debería abrir su oficina aquí en el norte, por supuesto, donde Taye estará
segura y será aceptada.
Jackson se quitó la corbata y la camisa.
—Quizá. Pero Mississippi necesita desesperadamente hombres con educación,
como Thomas, y él tiene todavía el bufete de su padre en Jackson. Y también está su
plantación familiar. O, al menos, lo que queda de ella.
Todavía sujetando la cortina, Cameron se volvió hacia su marido, con las cejas
arqueadas.
—Así que Taye puede volver a casa, a Mississippi, pero yo no.
Jackson se acercó a ella, completamente desnudo, glorioso en su masculinidad,
y la tomó de la mano.
—¿Quieres apartarte de esa ventana, mujer, y venir a la cama?
Cameron dejó caer la cortina.
—Concédeles un poco de privacidad —le dijo, y la abrazó—. Y a nosotros
también.
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Se puso en pie y lo tomó por el brazo. Después, caminó a su lado por el sendero
del jardín hacia la oscuridad, y hacia su futuro con el señor Thomas Burl.
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Capítulo 5
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riendas agarradas y un aire tranquilo. Era un hombre grande, guapo y joven, vestido
con unos pantalones de color marrón claro, una camisa azul claro y unas botas de
cuero.
—Es mi marido, Noah —dijo Naomi con orgullo—. Y el pequeño bulto que hay
a su lado es nuestro pequeño bebé, Ngosi. Nació hace tres meses.
—¿Estás casada y tienes un niño?
Cameron sonrió, inmensamente complacida de que Naomi hubiera encontrado
la felicidad después de las tragedias por las que había pasado.
Entre otras cosas, los traficantes de esclavos habían asesinado a su amante, con
el cual ella había intentado huir al norte. Al ver que Naomi había vuelto a encontrar
un hombre al que amar, se le hinchó el corazón de alegría.
—Bueno, ¿y qué está haciendo en el coche? —preguntó Cameron—. Entrad,
entrad.
—Sí, señorita Cameron, pero antes de poner un pie en esta casa y comerme su
bizcocho, tenemos que aclarar unas cuantas cosas. Mi Noah y yo tenemos una bonita
cabaña en Nueva Jersey. Mi Noah era un hombre libre antes de la guerra. Tiene
trabajo. Hace muy buenos muebles con sus propias manos. Allí estamos muy felices.
Pero una mañana me levanté y eché los huesos, y los espíritus me dijeron que usted
me necesita —Naomi estudió a Cameron con sus ojos negros. Parecía que podía
leerle el alma—. ¿Me necesita, señorita Cameron?
A Cameron se le puso el vello de punta, y soltó una suave carcajada para
disimular su incomodidad. Siempre le habían dado un poco de miedo las prácticas
de vudú. Cameron no sabía si creía en ello, pero conocía a los esclavos con los que
había crecido, y se había criado con un gran respeto por la religión que habían
llevado con ellos en los barcos desde África.
—No…, no sé si te necesito —dijo Cameron, aturdida—. Pero sí que estoy muy
contenta de verte, y que estaré encantada de teneros a tu familia y a ti como invitados
durante todo el tiempo que queráis quedaros.
—No, señorita Cameron, yo no estoy hablando de ser su invitada. He venido a
trabajar para usted. Para llevar su casa, o lo que necesite. Mi Noah puede trabajar en
cualquier sitio de la ciudad, porque es muy bueno con sus manos y con un trozo de
madera.
Cameron miró a Taye y después a Naomi de nuevo.
—Nuestra ama de llaves ha anunciado, justamente esta mañana, que va a
retirarse. ¿Querrías…?
Naomi extendió la mano y la posó sobre el vientre de Cameron, tomándola
completamente por sorpresa.
—¿De cuánto tiempo está, señorita?
—De un poco más de un mes…
Naomi no sonrió.
—Nos quedamos —dijo, y se volvió—. Lleva el coche a la parte de atrás, Noah,
y saca al bebé. Yo iré contigo en un momento, en cuanto haya tomado un poco de
bizcocho con mis niñas.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Unos cuantos días después, Cameron regresaba a casa del establo. Mientras se
quitaba los guantes, subió lentamente la gran escalera. Al llegar al rellano, escuchó el
sorprendente y rítmico sonido de una sierra.
Cameron se quitó el sombrero y puso los guantes dentro mientras caminaba por
el segundo piso hacia el sonido. Mientras avanzaba, los retratos de los antepasados
de Jackson, alineados en la pared, la miraban con desaprobación. Dejó el sombrero en
una pequeña mesa y tomó aire, al darse cuenta de que se sentía como una extraña en
aquel pasillo y en aquella casa. No era su casa, y cuanto más tiempo pasaba alejada
de Mississippi, más nostalgia sentía. No era el embarazo lo que la estaba haciendo
sentirse cansada, sino su infelicidad.
Al final del pasillo, Cameron entró a una pequeña habitación que se usaba para
almacenar mobiliario. Vio a dos carpinteros con ropa de trabajo, que habían estado
haciendo un agujero en la madera, para comunicar la estancia con el cuarto de al
lado.
—¿Qué están haciendo?
Uno de los hombres se quitó el sombrero y la saludó con energía.
—Estamos haciendo una puerta entre las dos habitaciones, señora.
—¿Y por qué?
—Porque nos lo han dicho, señora.
—¿Quién?
—El capitán, señora. Bernie y yo trabajamos en el astillero, pero él nos mandó
aquí para hacer esta puerta.
Cameron se volvió y salió a toda prisa de la habitación. Bajó las escaleras y fue
directamente hacia el patio trasero. Llamó a un mozo y le ordenó que ensillara a
Roxy.
En diez minutos, estaba montada en la yegua.
—¿No quiere que vaya con usted, señora Jackson? —le preguntó el capataz del
establo—. El capitán se pondrá furioso conmigo si permito que usted se marche a
caballo, sola.
—Ya te he dicho, Joe, que iré sola. Le diré al capitán que te ordené que te
quedaras aquí.
Joe dio un paso atrás y le entregó las riendas.
—Bien, pero tenga cuidado, señora. Los muelles son peligrosos.
—No tanto como yo, en este momento —dijo, sonriendo. Sabía que no podía
enfadarse con los sirvientes. Sin embargo, estaba furiosa con Jackson. Muy furiosa—.
Gracias, Joe. Tendré cuidado, te lo prometo.
Cameron estaba saliendo a la calle cuando Taye y Thomas llegaron en una
calesa.
—¿Lo habéis pasado bien? —les preguntó.
—Muy bien —respondió Taye, aunque su tono de voz era algo forzado.
Cameron vio en los ojos azules de su hermana que algo no iba bien. Sin
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Cameron percibió el olor del puerto antes de llegar. El olor acre del Atlántico,
mezclado con el hedor del pescado y de cuerpos sin lavar, le asaltó la nariz.
Justo cuando ponía los pies en el muelle, frente al almacén de los Logan, el
encargado del negocio, Josiah Lonsford, se apresuró a recibirla.
—Señora Logan, no debería venir aquí usted sola.
—Me alegro de verlo, Josiah —respondió ella, con una sonrisa.
Durante los cuatro años que Jackson había pasado lejos, Josiah Lonsford y ella
se habían hecho buenos amigos. No sólo la había mantenido al corriente del estado
financiero del negocio de su marido, sino que a menudo habían comido juntos en
casa de Cameron, y Josiah había estado dispuesto a ofrecerle consejos, tal y como ella
imaginaba que habría hecho su padre, si hubiera estado vivo.
Él bajó la voz para que los demás trabajadores no lo oyeran.
—¿Sabe Jackson que ha venido sola? —le preguntó, calmadamente—. No creo
que esté de acuerdo con que venga sin compañía a los muelles.
—¡Hablando del rey de Roma! —exclamó ella, mientras se tiraba de los dedos
de los guantes uno a uno, con impaciencia—. ¿Ha visto por casualidad a mi marido?
—Está dentro. La acompañaré —Josiah le dio las riendas de Roxy a uno de los
mozos—. Quédate aquí con el caballo —le ordenó.
Después le ofreció el brazo a Cameron y ella lo tomó.
—Está arriba, en su oficina —le dijo Josiah—. La acompañaré.
—No es necesario —le dijo Cameron, dándole golpecitos en el brazo—. Pero
muchas gracias. Me he alegrado de verlo. Tiene que venir a cenar a casa un día de
éstos. Echo de menos nuestras charlas —le dijo.
Después se agarró las faldas y subió las escaleras de madera que conducían a la
oficina de su marido.
Josiah se quedó abajo, observándola mientras subía y sacudiendo la cabeza.
Parecía que se daba cuenta de que iba a haber una pelea, pero no dijo ni una palabra.
Aquélla era otra de las razones por las que a Cameron le caía tan bien aquel hombre.
Cameron entró a la oficina sin llamar, sin importarle lo ocupado que estuviera
Jackson. Sus negocios tendrían que esperar. Abrió la puerta y entró en el despacho,
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una estancia sin pintar. Allí estaba Jackson, con tres señores, todos sentados
alrededor de la mesa, jugando a las cartas.
—Querría hablar contigo un momento, si es posible, Jackson —dijo ella
dulcemente.
A cada instante estaba más enfadada.
Los tres hombres se levantaron inmediatamente y la saludaron
respetuosamente. Dejaron las cartas y las bebidas en la mesa, recogieron su dinero, se
despidieron y se marcharon.
Jackson permaneció en su silla, sin quitarse el puro de la boca. El humo
ascendía lentamente por encima de su cabeza.
—¿Buena partida? —le preguntó ella, sin saber si lo que la estaba mareando era
el humo o la cólera que sentía.
Él se encogió de hombros.
—Estaba ganando.
—Creía que estabas trabajando.
Él le dio una última calada al cigarro y lo apagó en un cenicero.
—Estaba trabajando —dijo, con su sonrisa habitual.
Ella arqueó una de sus finas cejas.
—Pues a mí me parece que estabas jugando, fumando —y, lanzándole una
mirada a la botella de ron medio vacía que había en la mesa, apuntilló—: y bebiendo.
—No entiendes mi negocio —dijo él, poniéndose de pie—. A estos hombres les
gusta mezclar el placer con los negocios. Yo sólo estaba siendo un buen hombre de
negocios, cariño.
Jackson intentó ponerle el brazo en el hombro, pero ella se apartó.
—¡Maldita sea, Jackson! No me llames cariño. ¿Por qué hay unos hombres en la
casa, haciendo un agujero en una pared?
—Para hacer el cuarto del bebé. Pensé que la niñera debería tener su habitación
junto al cuarto del niño. Los he colocado en habitaciones al final del pasillo, para que
no te molesten los llantos del bebé por las noches.
—¿La habitación del bebé? —preguntó Cameron indignada. Por supuesto, ella
ya se lo imaginaba, pero quería que él se lo explicara—. Yo soy la que va a tener el
niño. Para hacer su habitación, deberías haberme consultado.
Pareció que aquello hirió los sentimientos de Jackson.
—No se me ocurrió que no quisieras una habitación para nuestro hijo.
Ella se quedó mirándolo fijamente. Su marido no la entendía.
—Jackson, no se trata de si quiero o no quiero una habitación para nuestro hijo.
Se trata de que no me lo hayas preguntado. Nunca me preguntas nada aunque vayas
a tomar decisiones que me afecten, que nos afecten a los dos —dijo, tomando aire—.
¿Qué pasa si a mí no me importa que el bebé me despierte? ¿Qué ocurre si quiero que
esté cerca de nosotros por las noches?
—No entiendo por qué es todo este lío —dijo él—. Haz su habitación en un
cuarto diferente. Haz todos los cuartos habitaciones de bebé. No me importa —le
ladró.
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—Sólo tienes que preguntarme antes de tomar decisiones como ésta, ¿de
acuerdo?
—Yo nunca he sido de los que consultan a los demás. Yo no funciono así. Hay
demasiada gente que depende de mí para su protección. Para proteger sus secretos.
A nadie le importa que les consulte, siempre y cuando salgan vivos. ¿Sabes cómo se
siente un hombre de esa forma? ¿Sabes lo duro que es saber que si das un paso en
falso el hombre que está detrás de ti puede morir?
Cameron notó que su ira se desvanecía. Tenía ganas de llorar. Lo único que
sentía era frustración. Jackson le había contado muy pocas cosas de su papel en la
guerra, muy pocas cosas sobre lo que había hecho en realidad y; mucho menos sobre
cómo se había sentido.
En aquel momento, quería decirle que lo sentía. Él tenía razón. Aquél era un
asunto trivial. No había necesidad de enfadarse tanto, ni de avergonzarlo ante sus
clientes potenciales.
Cameron se quedó allí quieta, sin saber qué decir. No se le daba bien
disculparse.
Finalmente, él levantó la vista del clavo del suelo que había estado observando.
—Cameron, yo…
—No tienes que decir nada. Soy yo la que debe disculparse.
—Ah, Cam —él la abrazó, y dejó descansar su barbilla en la cabeza de
Cameron—. Estaba muy preocupado cuando me di cuenta de que, por fin, volvía a
casa. Quiero decir, estaba muy feliz de volver contigo, pero ¿y si no soy un buen
marido? Tú has tenido una vida difícil. ¿Qué ocurre si te hago aún más infeliz?
Ella cerró los ojos para que no se le cayeran las lagrimas y elevó la barbilla. Él la
besó, con firmeza, posesivamente, y cuando se retiró, Cameron estaba temblando.
—Nunca me harás infeliz, siempre y cuando sigas besándome así —le dijo, sin
aliento.
A él se le oscurecieron los ojos de deseo, y se inclinó para besarla de nuevo.
Ella le apretó una mano contra el pecho.
—Jackson, no podemos —susurró—. Aquí en tu oficina no. Puede venir
alguien.
Él la abrazó y la llevó lentamente contra la pared, sin apartar su mirada gris de
ella.
—Eso sería divertido, ¿no? —bromeó él.
—Jackson, no podemos hacerlo —dijo ella, entre risas nerviosas.
Sin embargo, sabía que lo haría.
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Capítulo 6
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Taye sonrió.
—Lo hago porque la quiero. Y porque, a pesar de lo que ella diga, sé que
necesita que alguien la cuide —se acercó a su cuñado, le tomó la copa de jerez de la
mano y, para sorpresa de Jackson, le dio un sorbito. Después se la devolvió—. La
muerte del senador fue un golpe mucho más duro para ella de lo que a nosotros nos
gustaría creer. Y la de Grant, también.
—¿Y para ti? David también era tu padre.
—Es diferente. Yo siempre lo quise porque era muy bueno con mi madre y
conmigo, pero nunca supe que era mi padre mientras estaba vivo. No creo que los
sentimientos puedan ser los mismos, ¿y tú?
Jackson se terminó el jerez de un trago.
—Dudo que yo sea la mejor persona para preguntarle eso. Soy bastante
habilidoso en la oscuridad, con una banda de soldados confederados a mis espaldas,
pero ni siquiera puedo manejar a mi propia esposa.
Ella se rió.
—Nadie maneja a Cameron Campbell Logan.
—Eso es cierto —dijo él, tristemente—. Me temo que no he hecho nada que le
parezca bien desde que he llegado —la miró y después miró al jardín oscuro de
nuevo, incómodo con aquellos pensamientos, pero al mismo tiempo, deseoso de
desahogarse. La imagen de Marie apareció en su mente, pero la apartó. Había hecho
una decisión correcta en cuanto a ella, y lo sabía. Pero al verla de nuevo, al tener que
trabajar otra vez con ella, se planteaba sus elecciones—. ¿Te ha dicho algo Cameron,
Taye, acerca de…?—hizo una pausa—. No sé. ¿Se arrepiente?
Taye se volvió a mirarlo. La lámpara que había tras ellos le iluminaba la piel
color miel, y la hacía aún más bella de lo que era a la luz del día.
—¿Arrepentirse? ¿De haberse casado contigo?
Él asintió.
—¿Estás loco?
Jackson soltó una carcajada. La Taye que él había conocido antes nunca habría
dicho aquello. En aquellos días, ella siempre le tenía miedo, y casi saltaba asustada
cada vez que él le dirigía la palabra.
—Estás preocupándote demasiado —le dijo, dándole unos golpecitos en la
mano—. Ella te quiere de la única forma que Cameron puede querer. Salvaje,
apasionadamente, algunas veces fuera de control —casi había envidia en su voz—.
Vosotros dos estáis hechos el uno para el otro, y lo sabes. Yo creo que necesitáis
tiempo para adaptaros a la vida de casados.
—¿Adaptarnos? —gruñó él—. Llevamos casados cuatro años.
—Sí, legalmente, pero nunca habéis vivido juntos. Dos personas tan obstinadas
como vosotros… dale tiempo. No olvides que durante estos cuatro años, ella ha sido
una mujer independiente. No tenía padre, ni marido que la cuidara, ni que tomara
las decisiones por ella.
—Nunca me habría casado con ella y la habría dejado aquí sola si no hubiera
sabido que es muy capaz de cuidarse a sí misma.
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—Por supuesto que no —dijo Taye, sonriendo con una sabiduría que estaba
mucho más allá de sus pocos años—. Pero ahora que has vuelto a casa, capitán, ya no
puedes pretender que ella se despida de su independencia y que sea tu mujercita. Y
de todas formas, tú no querrías a esa clase de mujer, ¿verdad?
Jackson miró su copa, pensando que quizá la rellenara.
—No lo sé —dijo, en tono sombrío.
Taye volvió a sonreír.
—Me voy dentro. Está refrescando.
—Yo entraré en cuanto la esposa del senador deje de maullar.
La joven se rió y entró en la casa, en medio de una nube de seda azul, con el aire
de una verdadera dama.
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Capítulo 7
Cameron se despidió de Taye, que iba a tener una reunión con la cocinera jefe
para organizar el menú del baile, y después se fue a caballo a la sombrerería de la
señora Cartwright.
Habría tenido más sentido ir en calesa aquella mañana, pero sabía que Jackson
lo prefería, así que eligió ir a caballo.
Cuando llegó a la tienda, en una calle muy concurrida de la zona sur de la
ciudad, desmontó y le entregó las riendas al mozo que estaba en la puerta. Entró en
el diminuto local. Estaba lleno de filas de sombreros, algunos importados de Europa
y otros confeccionados en Nueva York. Dos dependientas se movían silenciosamente
entre las vitrinas de boinas y gorros, y entre los rollos de encaje, los lazos, las plumas
y escarapelas que se podían elegir para adornar un sombrero nuevo.
Aquella mañana, la tienda también estaba llena de mujeres parlanchinas.
Al ver que la señora Cartwright, la propietaria, estaba ocupada con una clienta,
Cameron se metió por uno de los pasillos para observar los lazos. Quería encontrar
uno de color gris para ponérselo a un sombrero que tenía en casa.
—¿Has oído que ha vuelto a la ciudad? Mi vecina, la señora Ports, lo vio ayer, a
ese guapo demonio —dijo una voz femenina, desde el otro lado de una estantería
cargada de husos de cintas.
—Ya me había enterado —contestó otra, en tono conspirativo—. Todo el
mundo habla de él.
Cameron no veía a las mujeres que estaban cotilleando, pero las oía
perfectamente.
—Lleva en casa menos de un mes y dicen que ya anda corriendo detrás de las
mujeres. Y por supuesto, también dicen que ella también ha vuelto a Washington.
—¿Ella?
—Ésa Marie LeLaurie. Se aloja en The Grand.
—¿Ésa con la que tenía una aventura? ¡No!
—¡Sí! Con esa melena negra… Dios sabe que no puede ser natural —siseó una
de ellas—. Y es peor incluso que eso.
—Dios, estoy horrorizada. Cuéntame.
—Bueno, una de mis doncellas tiene una prima que tiene una amiga que es
lavandera en su casa. Ya sabes que las negras siempre son parientes unas de otras —
añadió sin perder la oportunidad—. Bueno, pues me ha dicho que la mujer está
embarazada.
—¡No puede ser cierto! Nadie me dijo nada en el té de los jueves, en The Grand.
—Bueno, la lavandera tiene que saberlo por fuerza.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Cameron tomó uno de los husos de cinta que pensaba que podía ir bien con su
sombrero, sacudiendo la cabeza. Ella despreciaba a los cotillas. La pobre mujer de la
que estaban hablando no se merecía aquellos comentarios.
—Tendré que investigar eso. Mi marido juega a las cartas con un caballero que
hace negocios con él, en los muelles.
Cameron comenzó a caminar hacia el mostrador, pero de repente se quedó
inmóvil y sintió un escalofrío. ¿Un hombre que había vuelto recientemente a la
ciudad, que tenía una mujer embarazada y que tenía negocios en los muelles?
—¿Y no se ha dicho nada del embarazo de su mujer?
—No, no creo. El capitán Logan es demasiado listo como para hacer semejante
anuncio público.
Cameron soltó el huso de cinta y se agarró a una estantería para guardar el
equilibrio. Se sentía mareada. Los cotilleos eran sobre Jackson. Sobre ella misma.
De repente, el aire estaba muy cargado, y temió que se desmayaría.
Sujetándose a la estantería, salió del pasillo hacia la puerta. Cuando agarró el
pomo, la propietaria la llamó.
—¡Señora Logan! Lo siento. La ayudaré en un momento. Es sólo que la señora
Henry…
—No se preocupe —dijo Cameron, como pudo, mientras abría la puerta—.
Tengo mucha prisa hoy. Volveré otro día.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó Taye, mirándola desde el otro lado de la mesa
de cartas, con la preocupación reflejada en los ojos.
Cameron sacudió la cabeza y dejó las cartas a un lado. Taye y ella se habían
sentado en la sala después de la cena para jugar una partida, pero Cameron no estaba
concentrada.
—Nada.
—No me digas eso. Llevas días alicaída por la casa. El sábado por la noche es el
gran baile. Todos los héroes de la guerra estarán aquí. ¡Ulysses Grant bailará en tu
salón! No puedes recibir a tus invitados con esa cara.
Cameron se miró las manos, apretadas en el regazo. Habían pasado dos días
desde que había oído los cotilleos de las mujeres. Había intentado olvidar sus
palabras, pero no podía. Había intentado convencerse de que Jackson nunca la
engañaría. Él la quería. Y, ¿cuándo iba a tener tiempo para engañarla? Trabajaba de
sol a sol en los muelles, a menos que estuviera en Washington. ¡Y estaba claro que no
podía estar retozando con una mujer en la oficina de la secretaría de estado!
Pero ¿y si era cierto de verdad? Le temblaron los labios.
—Tienes que contármelo —le dijo Taye.
Cameron miró a su hermana.
—¿Crees que Jackson me engañaría con otra?
Taye soltó una carcajada.
—Por supuesto que no.
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llegues tarde. Hemos preparado un concierto que estoy segura de que te gustará.
Jackson observó cómo Taye salía por la puerta y se bebió el whisky de un trago.
Hizo un gesto de desagrado al saborear el amargo licor y notar cómo le quemaba la
garganta.
—Desgraciada —susurró. Después tomó su chaqueta y se dirigió hacia la
puerta—. ¡Jeremy! —rugió—. Ensilla mi caballo. Tengo que tomar el primer tren a
Washington.
Normalmente, Jackson habría sido más cuidadoso, y no habría entrado a The
Grand Hotel por la puerta principal, donde todo el mundo podía verlo, ni habría
subido directamente a la habitación de Marie. Pero normalmente, Jackson no estaba
tan enfadado.
Aporreó la puerta.
—¡Abre!
—¿Quién es? —dijo Marie, con la voz más dulce que la miel.
—Sabes quién soy —respondió Jackson.
La puerta se abrió inmediatamente y Marie lo saludó, vestida sólo con una bata
de seda roja que dejaba muy poco a la imaginación. Estaba descalza y tenía el pelo,
negro y brillante, suelto por los hombros.
—Jackson, querido —ronroneó—. Si hubiera sabido que venías…
—¿Qué demonios te crees que estás haciendo? —le preguntó, mientras entraba
y cerraba la puerta de un portazo—. ¡Has estado extendiendo rumores de que tú y yo
tenemos una aventura! Eres una desgraciada.
—Jackson —dijo ella, haciendo un puchero—. Me ofende que pienses…
—No empieces con eso, Marie —Jackson agarró un puñado de tela roja, y la
bata se abrió, dejando a la vista sus pechos pálidos y perfectos, con los pezones
morenos y endurecidos.
Marie miró hacia abajo, hacia su propia desnudez, y después a Jackson, con los
ojos brillantes de deseo.
—Jackson —susurró.
Al darse cuenta de que no había soltado la bata, Jackson lo hizo, observando
cómo la seda roja se le escapaba de entre los dedos. La esencia seductora de Marie le
jugueteó en la nariz y le llenó la mente.
—No, Marie —dijo.
Ella se apretó contra él, casi desnuda.
—Sólo una vez más… te he echado de menos —le pidió, ofreciéndole los labios
para que la besara.
Jackson la tomó por los hombros y la apartó de él.
—Antes me amabas. Me lo dijiste. ¿Por qué no puedes quererme de nuevo,
aunque sólo sea durante unos instantes?
Él apretó los labios y apartó la mirada. El corazón se le había acelerado en el
pecho. Lo que ella le decía era cierto. No podía negarlo.
Jackson había querido a Marie. Casi una vida antes, después de dejar a
Cameron aquel verano en el que ella era una niña de diecisiete años había vuelto a la
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vida que conocía. Para intentar olvidar a la tentación sureña de pelo de fuego, se
había dedicado en cuerpo y alma al negocio naval de su padre. Había bebido, había
jugado y había disfrutado de las mujeres. Marie había sido una de ellas, pero había
sido especial desde la primera noche que la había conocido.
En aquel momento, ella estaba casada con un hombre mayor, que ya era
inválido cuando Jackson la había conocido en un casino de Atlanta. Su tórrida
aventura había durado más de cuatro años, y durante algún tiempo, él había
fantaseado con la idea de casarse con ella cuando muriera su marido.
Pero entonces, Marie se había fijado en otro hombre y se había alejado de él.
Entonces, Jackson se había dado cuenta de que nunca podría ser feliz con Marie. Su
idea del amor y del compromiso no era igual.
Y poco después, había vuelto a Elmwood y se había enamorado de nuevo de la
hija del senador David Campbell.
Y entonces, había empezado la guerra.
Jackson se obligó a concentrarse en Marie de nuevo. Se dio cuenta de que había
herido sus sentimientos. Él no quería hacerle daño. Sólo quería detenerla antes de
que pudiera destruir su matrimonio, antes de que él le hiciera daño a Cameron.
Marie era una manipuladora. Por esa razón era tan buena espía, y así era como lo
había enredado de nuevo en su red, aunque sólo fuera por muy poco tiempo.
—Tengo que volver a casa con mi mujer. Mantén la boca cerrada, ¿entiendes?
Ella se aproximó a la puerta sin molestarse en cubrir su cuerpo exuberante con
la seda roja.
—Espera. Tenemos que hablar de algo. He recibido una información. Tenemos
que ir a Nueva Orleáns y encontrarnos con un hombre que ha hablado con
Thompson en persona.
—No voy a ir a Nueva Orleáns, Marie —respondió Jackson, y puso la mano
sobre el pomo de la puerta, ansioso por salir de la habitación.
No era que no estuviera tentado por sus exquisitos pechos. Sin embargo, sentía
una tremenda vergüenza por lo que había hecho hacía más de un año. Lo que le
había hecho a Cameron.
—Tengo que irme —dijo, y abrió la puerta.
—Entonces, vete —respondió ella dulcemente—. Hablaremos en el baile.
—No se te ocurra venir, Marie —le advirtió. No podía respirar. Necesitaba
aire—. No es seguro.
—No seas tonto —se rió ella—. ¿Qué voy a decirle al congresista? Además, no
me lo perdería por nada del mundo. Espera a ver mi vestido.
Jackson bajó corriendo las escaleras y atravesó el vestíbulo. Sólo cuando estuvo
en la calle se permitió tomar aire.
La esencia seductora de Marie le llenaba la nariz.
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Capítulo 8
—Vamos, Taye, ¿no puedes apretar un poco más? —gruñó Cameron, apoyada
en el alféizar de la ventana de su habitación.
Aquella noche, Jackson y ella ofrecían el baile de bienvenida para los oficiales
de la Unión y sus esposas, y para Cameron, aquello no podía suceder en un
momento peor. Después de echar a Jackson fuera de su habitación, tres noches antes,
apenas habían hablado. Jackson se marchaba pronto, Dios sabía adónde, y volvía
tarde a casa.
Cameron sabía que no podían seguir así indefinidamente, pero sentía que era él
el que debía ceder y disculparse ante ella por su comportamiento. Entonces, ella
estaría dispuesta a hablar.
Sin embargo, aquélla no sería la noche. Los carruajes ya habían comenzado a
llegar, y ella tendría que bajar en pocos minutos, para recibir junto a Jackson a sus
invitados, sonriendo y murmurando bienvenidas, y fingiendo que todo iba a las mil
maravillas.
—Cameron, todavía estás muy delgada —declaró Taye, atándole el corsé a su
hermana—. Si lo aprieto más, se te saldrán las entrañas, y eso no sería una visión
muy agradable en la pista de baile.
Cameron tuvo que reírse ante la imagen que había descrito Taye.
—Está bien. No importa. Ya estoy casada. No pasa nada si me pongo gorda
como una vaca.
Taye levantó el vestido de Cameron de la cama y se lo acercó. Era igual que los
días en que su padre daba las mejores fiestas de todo Mississippi en Elmwood. A
Cameron le encantaban las cenas, bailar, ver y ser vista en aquellos bailes, pero en
aquel momento se daba cuenta de que la mitad del placer había sido prepararse para
los grandes eventos con Taye a su lado.
—Eres tonta —le dijo su hermana mientras la ayudaba a meterse en el vestido
verde de satén. Cuando lo tuvo puesto, Taye la rodeó, ahuecando la tela y colocando
bien los pliegues. Cameron se tiró de las mangas abombadas—. Todavía estás tan
delgada como cuando tenías dieciocho años. Siempre has sido la mujer más guapa de
cualquier baile, y tu marido te adora.
Cameron soltó una carcajada seca y poco femenina.
—Me adora como si fuera el frente de una chimenea. Quiere que sea algo que se
arregla y que puede enseñarles a sus amigos cuando vienen a la ciudad, y después
enviarme a la habitación cuando todo ha terminado. Si me adorara, ¿crees que
aguantaría estar durmiendo en una habitación de abajo? Si me adorara, ¿no crees que
al menos se sentaría conmigo a hablar sobre nuestra vuelta a Mississippi?
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—Me alegro de que estés aquí —le dijo Cameron. Algunas veces le resultaba
difícil articular sus sentimientos, pero necesitaba que su hermana supiera cuánto la
quería—. Ojalá nunca tengamos que separarnos de nuevo.
Taye se rió y le dio un beso en la mejilla a Cameron. Después se la frotó con la
mano para asegurarse de que no le dejaba ninguna mancha de carmín.
—Estás muy seria esta noche. Demasiado seria para una fiesta. Vamos, querida.
Quiero bailar y beber champán.
Cameron se volvió hacia su hermana. Taye tenía una risa muy contagiosa.
—¿Eres la misma chica a la que tenía que obligar a que se pusiera uno de mis
vestidos y bajara a mirar bailar a los demás, hace unos años?
A Taye le brillaron los ojos con aquellos recuerdos.
—Y un día le dijiste a Jackson que me sacara a bailar…
—Y tú dejaste asombrado a todo el mundo del condado… —recordó Cameron
con orgullo—, ¿No te acuerdas? Grant irrumpió en el salón de baile y acusó a Jackson
de bailar con una de sus sirvientas…
Taye apretó los labios ante la mención de Grant, y Cameron le acarició el brazo.
—Lo siento. Se supone que ésta es una noche alegre. No debería haberlo
mencionado.
De nuevo, Taye clavó sus ojos azules en los de Cameron.
—Pero tenemos que hablar de él. De lo que ocurrió en Elmwood aquella noche
—dijo.
—En otra ocasión —le pidió Cameron.
—Sí —convino Taye. Las hermanas se tomaron de la mano para salir de la
habitación—. Pero debemos hablar de ello, alguna vez.
—Lo haremos, pero no esta noche —y, del brazo, las dos bajaron la hermosa
escalinata para saludar a sus invitados.
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Una hora después de que Cameron hubiera bajado las escaleras, entró a uno de
los salones y vio a Jackson. Estaba elegantemente vestido, con una chaqueta azul
oscura y unos pantalones estrechos, una camisa blanca y una corbata. Se había
recogido el pelo con un lazo azul marino de Cameron. Aquél era un detalle tan
propio de Jackson que Cameron tuvo ganas de reírse. ¿Qué hombre sobre la faz de la
tierra se atrevería a llevar un lazo de su mujer en público, si no era el capitán Logan?
¿Acaso era aquel lazo una bandera de tregua? Él estaba junto a la ventana con un
grupo de caballeros, uno de los cuales hablaba acaloradamente. En medio de todos
aquellos hombres de uniforme, parecía un halcón majestuoso entre las palomas.
Cuando ella se deslizó por la habitación, notó la mirada de su marido en el cuerpo.
Una mirada hambrienta. Era la primera vez en varios días que él la miraba así.
Se sintió como si estuviera desnuda en mitad de la estancia… y aquello la
emocionó y la irritó. La emocionaba el hecho de sentir semejante pasión por su
marido, pero también la irritaba, porque aquello significaba que él tenía control sobre
ella. Un control que Cameron no quería admitir.
Cameron le había dicho a Jackson que no volverían a dormir juntos hasta que
hubieran resuelto los problemas entre ellos. Pero no se había dado cuenta de que el
castigo sería tan duro para ella… No se había dado cuenta de que pasaría muchas
horas despierta por las noches, intentando oír el sonido de sus pasos en el vestíbulo o
el ruido de su puerta al cerrarse en el piso de abajo. Cameron podría jurar que lo
deseaba aún más que antes desde que estaba embarazada.
Lo miró y, contra su voluntad, sonrió provocativamente.
No le importaba que no fuera apropiado en público. En aquel momento sólo
estaban ellos dos en la habitación. Además, aquélla era su casa, y ella estaba casada,
¿cierto? ¿No tenía una mujer derecho a coquetear con su marido? Sobre todo,
teniendo en cuenta que todas las demás mujeres de la fiesta se creían con derecho a
coquetear con él.
Jackson dio un paso como si fuera hacia ella, y a Cameron le saltó el corazón en
el pecho. Lo echaba de menos. Pensar en que él pudiera ir a su habitación después de
la fiesta, imaginarse que pudieran escapar de la gente para estar juntos, hizo que se le
endurecieran los pezones y que se sintiera húmeda.
Entonces, la realidad cayó sobre ella como una ducha de agua fría, y salió de la
estancia. No iba a hacérselo fácil. Si la deseaba, tendría que disculparse primero.
Jackson observó cómo Cameron salía de la habitación para evitarlo, y se detuvo.
Quería ir tras ella, hablar con su mujer y terminar con sus diferencias, pero Cameron
se lo estaba poniendo muy difícil.
—Por fin te encuentro, Jackson.
Antes de volverse, Jackson ya sabía quién era. Aquella voz sedosa, aquel olor.
—Marie —dijo, volviéndose lentamente hacia ella.
—Sorpresa —Marie alzó los brazos—. ¿Qué te parece mi vestido nuevo? Es la
última moda en Europa.
Parecía una diosa griega. Llevaba un vestido blanco con metros de seda blanca
plegada que le caía desde el talle, dibujado bajo sus pechos. Estaba tan extraordinaria
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que parecía una de las diosas de mármol de la casa, que había cobrado vida. Jackson
frunció el ceño y le habló entre dientes.
—Te dije que no vinieras.
Ella sonrió majestuosamente.
—No podía decirle al congresista que no lo acompañaría, ¿no crees? Además,
tengo más información. Salimos mañana para Nueva Orleáns.
Jackson caminó hacia una mesa que se había dispuesto para que los señores se
sirvieran diferentes tipos de licores y eligió una marca de whisky.
Si alguien le señalaba a Cameron la presencia de Marie, era muy posible que
hubiera una pelea en mitad del salón de baile. Tenía que conseguir que Marie se
fuera de allí antes de que la viera demasiada gente.
—Tienes que marcharte de aquí enseguida. Si es absolutamente necesario, nos
veremos mañana por la mañana.
—¿Marcharme? ¿Y qué voy a decirle al congresista?
Él le dio la espalda.
—Me importa un cuerno lo que le digas.
—Madre mía, esta noche estás de mal genio. El caballero que ha venido hoy a
peinarme me ha contado que se dice que el capitán Logan ya no es bienvenido en el
dormitorio de su mujer. Yo no di por cierto el cotilleo, pero ahora me doy cuenta de
que hay algo de cierto…
—Marie —cortó él secamente, volviéndose a mirarla.
Ella apretó los labios rojos.
—Estás hablando en serio. Quieres que me marche.
Jackson asintió.
Ella hizo una pausa para estudiar su semblante. Era tan encantadora, que
podría cortarle la respiración a un hombre. Y arrebatarle la capacidad de razonar.
—Está bien, Jackson —dijo ella, y le acarició la mejilla con la mano
enguantada—. Tenemos que hablar. Envíame un mensaje mañana temprano. Nos
veremos en el lugar que elijas.
Jackson asintió. Se tomó el whisky de un trago y salió de la habitación.
Cameron salió de la biblioteca hacia el vestíbulo, de camino hacia la cocina,
cuando vio a Jackson. Estaba en uno de los salones.
¡Y aquella mujer! Estaba sonriendo a Jackson con coquetería. Y le acarició la
mejilla. ¿Quién era? Tenía que ser la mujer o la hija de alguno de aquellos oficiales,
pero, ¿cómo se atrevía a flirtear en público con Jackson cuando su esposa estaba
presente? Sintió un ataque de ira.
En aquel momento oyó que alguien la llamaba y se dio la vuelta. Una mujer
mayor estaba haciéndole gestos con el abanico, intentando llamar su atención.
Cameron la reconoció vagamente, pero al principio no identificó su rostro.
Entonces, de repente, supo quién era. Aquella mujer le había pedido que le
consiguiera un baile con su padre en Elmwood. Era una viuda, y había estado detrás
del senador David Campbell durante meses, como un oso detrás de la miel.
—¡Señora Fitzhugh! —Cameron se acercó a ella y abrazó a la corpulenta mujer
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con cariño—. ¡Me alegro tanto de verla! La última vez fue en el baile de despedida de
mi padre, la noche en que fue atacado Fort Sumter. ¿Qué la trae por aquí?
—Ah, me he casado —respondió la mujer—. El señor Martin trabaja en el
departamento de guerra, en un puesto muy importante —dijo, bajando las
pestañas—. Por supuesto, no puedo decir lo que hace.
—Así que ahora es usted la señora Martin —dijo Cameron amablemente—. ¿Y
cuánto tiempo lleva en Washington?
—No mucho —respondió la señora Martin con orgullo—. Acabamos de
establecer nuestra residencia muy cerca de la Casa Blanca.
—¿Y hace mucho tiempo que no va por Jackson?
—Oh, he estado allí varias veces en los últimos meses. Mi padre murió, y he
tenido que arreglar varios asuntos.
—Lo siento mucho, señora Martin —dijo Cameron, mirando a los ojos a la
mujer—. ¿Y por… por casualidad ha pasado por Elmwood en alguno de sus viajes?
—En realidad, sí —dijo la señora, abanicándose encantada. Estaba muy
emocionada por la atención que estaba recibiendo de la anfitriona del baile—. Había
unas cuantas ventanas rotas, y la hierba estaba muy alta, por supuesto, pero estaba
bastante bien, teniendo en cuenta… —la mujer se apretó el abanico al pecho—.
Teniendo en cuenta lo que hemos pasado todos.
—Yo… lo siento… lo siento, pero tiene que estar usted equivocada —pudo
decir Cameron, con el corazón acelerado—. Elmwood se quemó en el verano del
sesenta y uno. Yo misma vi el humo y olí la madera quemada, mientras corríamos
para salvar la vida.
—No, no, estoy muy segura, querida. Elmwood todavía está en pie. La mayoría
de las construcciones de la plantación han desaparecido, como usted dice, por los
incendios. Aquellos maravillosos establos suyos… pero la casa sigue en pie, se lo
aseguro.
Cameron se sintió mareada, y por un momento pensó que iba a desmayarse.
—¿Está usted bien, querida mía? —la señora Martin tomó la mano de
Cameron—. ¿Quiere que avise a alguna doncella? ¿Quiere tenderse?
Cameron quería que la habitación dejase de girar a su alrededor. Respiró hondo
una y otra vez, pero le parecía que la atmósfera de la casa estaba demasiado cargada.
¿Elmwood estaba en pie? ¿Por qué no se lo había dicho Jackson? Él estaba allí
con ella, el día en que había huido de la plantación con Taye y las esclavas. Él
también había visto a los soldados y el humo. Habían pasado todo el día ocultos en
las ruinas de un molino, escondidos de los soldados de la Confederación que
prendían fuego a todo aquello que pudiera servirle de algo a la Unión.
¡Y Jackson había estado en Elmwood durante la guerra! El desgraciado le había
llevado un retrato de Taye, Grant y ella que se había pintado cuando eran niños,
diciendo que la pintura había sobrevivido por algún milagro.
Aquel miserable mentiroso. No quería que supiera que su casa estaba en pie.
No quería que volviera a Elmwood.
—Si me disculpa, señora Martin… el deber me llama.
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La mujer le hizo una reverencia y Cameron salió disparada hacia donde había
visto a Jackson por última vez.
Taye salió de uno de los salones hacia el vestíbulo, aguantándose las lágrimas
de frustración. Mientras caminaba apresuradamente, la música se desvanecía.
Thomas y ella habían compartido una copa de champán y habían bailado varios
valses, pero él no había hecho ningún intento de quedarse a solas con ella, ni siquiera
de hablar a solas. No parecía que quisiera conocerla mejor, y cuando Taye se
esforzaba por hablar con él sobre aquel punto, Thomas entendía lo que quería decir.
Se había sentido herido, creyendo que ella pensaba que la desatendía en
público. Y aquello no era lo que Taye sentía. Thomas era un perfecto caballero. Pero
ella quería intimidad. Quería pasión. ¿Era pedir demasiado si todavía no estaban
casados?
Con el dinero que su padre le había dejado en forma de joyas, Taye era una
mujer rica. Había invertido bien el dinero, y era independiente. No tendría por qué
casarse en absoluto. Pero quería hacerlo. Quería tener hijos. Quería una vida
apasionada junto a un hombre que la amara, una vida como la que tenía su hermana.
¿Era pedir demasiado?
Al final del vestíbulo, Taye salió por una puerta y caminó hacia el jardín. En
cuando se encontró al aire libre, se abrazó, sorprendida por el frescor de aquella
noche de junio.
Se volvió a mirar hacia la imponente casa, pensando en sí debería volver a
recoger un chai. Sin embargo, al ver las luces y oír el sonido de las voces y los
violines, supo que no quería entrar. En aquel momento no.
Daría un paseo, tomaría el aire fresco y después entraría y se quedaría junto a
Thomas, siendo la mujer que él quería que fuera.
En el cielo había luna menguante y miles de estrellas. Mientras las veía brillar
por encima de su cabeza, Taye recorrió un pequeño camino que conducía a una
fuentecilla con un ángel de piedra, una de sus piezas favoritas del jardín.
Torció la esquina de uno de los setos y se chocó contra algo sólido y cálido que
había en medio del camino. Asombrada, dio un paso hacia atrás.
—Oh, Dios mío, lo siento —dijo, aturdida.
Un hombre guapísimo, vestido con una chaqueta y unos pantalones negros, la
miró, pero no dijo nada.
Ella dio otro paso hacia atrás, estremeciéndose de miedo, y se dio la vuelta para
marcharse, pero entonces sintió su mano cálida en el brazo desnudo.
—No te marches tan rápido —dijo él, con un acento extraño. Ella no pudo
identificarlo. Su voz era cálida y líquida, como el hierro fundido—. No voy a hacerte
daño.
—Debería estar usted en el baile —respondió ella, temblando.
Su instinto le decía que corriera.
—No soy muy aficionado a las grandes reuniones —dijo él, y dejó caer la mano.
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Ella lo miró, y a la luz de la mano vio sus ojos negros y enormes, el pelo
también muy negro y largo, y una nariz bien definida. La piel del extraño tenía casi el
mismo color que la suya, aunque ella supo al instante que no era un mulato.
¿Europeo, quizá? Sí, debía de serlo. Debía de ser un nativo de aquellos países
mediterráneos, lo cual explicaría su color. Sin embargo, su acento no era italiano, ni
griego.
—Yo… he salido a tomar el aire —dijo ella, tartamudeando e intentando
recuperar la compostura—. Soy Taye Campbell —se presentó, pero no le ofreció la
mano.
Mantuvo los dedos bien agarrados a su cintura para disimular el hecho de que
le temblaban.
—Sé quién eres.
Había algo en el timbre de su voz que la tenía hipnotizada.
—¿De veras? ¿Nos han presentado? Debe perdonarme —dijo ella—. Me han
presentado a mucha gente esta noche. El capitán Logan tiene muchísimos amigos.
—No nos han presentado, pero he estado observándote toda la noche.
—¿De veras? —dijo ella, tragando saliva.
De nuevo sintió pánico.
—Eres muy diferente de tu hermana.
Ella se ruborizó.
—Somos hermanas de padre, pero no de madre —le explicó en tono cortante.
—No es eso lo que quiero decir.
Taye se mordió el labio inferior. Aquel hombre se había acercado demasiado
como para respetar las normas de la corrección. Ella percibía el olor de su pelo y de
su piel, que tenía un tono rojizo y dorado. Olía a fresco, como el bosque.
—Yo… tengo que irme.
—No.
Él la rodeó con sus brazos y la pegó a su cuerpo. Taye abrió la boca para gritar,
y el hombre misterioso le cortó la voz con los labios.
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Capítulo 9
Taye levantó los brazos para empujar al extraño, pero él era demasiado fuerte.
Sintió su boca dura y cálida, sin poder moverse ni respirar. Su calor y la esencia de su
masculinidad la envolvieron.
Contra su voluntad, separó los labios.
Él la abrazó aún con más fuerza, y su lengua la penetro, húmeda, caliente, con
sabor a buen jerez.
La mente de Taye gritaba que no, pero su cuerpo le decía que sí. Se le relajó la
boca y dejó de luchar contra él. Su sabor, y las sensaciones que le producía su cuerpo
la abrumaron.
Asombrada por su propia reacción, Taye tiró hacia atrás de repente y él la
liberó. Entonces, ella lo abofeteó con fuerza.
—Debería avergonzarse —le dijo con vehemencia—. Le diré que estoy
comprometida con otro hombre.
En sus labios sensuales se dibujó una sonrisa.
—No besas como una mujer que esté comprometida con otro hombre.
Taye se recogió la falda del vestido y salió corriendo por el camino hacia la casa.
Entró por la puerta de atrás, subió como un rayo por la escalera de servicio y no
paró hasta que estuvo encerrada en la santidad de su habitación.
Estaba jadeando. ¿Cómo se había atrevido a besarla? Ni siquiera se había
presentado. ¡Ella ni siquiera sabía cómo se llamaba!
Inconscientemente, se tocó los labios hinchados con la mano, mientras sentía
oleadas de calor. Tragó saliva con fuerza para intentar relajarse la garganta, que
notaba atenazada, e intentó no oler la esencia que tenía pegada a la piel.
Estaba horrorizada de su propio comportamiento. Una parte de sí misma había
sentido excitación. Una parte de sí misma había disfrutado de la pasión de aquel
beso.
Se sentía mortificada por su respuesta a lo que había hecho aquel hombre.
Taye se sentó en la cama, temblando. Allí estaría a salvo de aquel hombre
detestable, pero ¿estaría a salvo de sí misma?
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habían vuelto envueltos en varias escaramuzas, de las que unían a dos hombres para
siempre. Jackson se figuraba que el indio le había salvado la vida dos o tres veces, y
él había hecho lo mismo por su amigo. Aunque había una gran discriminación con
los hombres como Falcon Cortés, de madre cherokee y de padre mexicano, a Jackson
no le importaba el color de la piel de los hombres. Había visto el alma de Falcon
Cortés, y por aquella alma él quería a Falcon como a un hermano para toda la vida.
—Has sido muy amable invitándome —dijo Falcon. Hablaba un inglés perfecto,
pero su voz tenía una cadencia que Jackson sólo había percibido entre los indios—.
No venir habría sido una falta de honor por mi parte.
Jackson se rió.
—Yo no entiendo de esas cosas, amigo mío, pero estoy muy contento de que
hayas venido. Vas a quedarte esta noche, ¿verdad?
Falcon asintió. Jackson señaló hacia el jardín.
—¿Estabas dando un paseo?
—¿Sabes que tienes una madriguera con crías de conejos junto a la puerta
trasera?
—No.
—¿Y una mujer muy bella junto a la estatua del ángel?
Jackson sonrió. A Falcon le gustaban las mujeres como a cualquier hombre,
pero Jackson nunca le había conocido una relación que durara más de unos días.
Durante los meses en los que habían trabajado junto a Marie, era evidente que él no
aprobaba la relación que tenían.
—¿Has encontrado una madriguera de conejos y a una mujer en mi jardín?
Parece que has tenido una noche muy completa —dijo Jackson, y se cruzó de brazos.
Estaba muy contento por tener una excusa para permanecer fuera un rato más. Con
suerte, para cuando volviera a entrar Marie ya se habría marchado y Cameron se
habría calmado un poco—. ¿Y quién ha sido la afortunada dama?
—Tiene la piel color miel y los ojos azules como topacios —dijo Falcon, con una
voz poética—. Se llama Taye.
Jackson arqueó una ceja.
—¿Taye? Es mi cuñada. Es verdaderamente guapa. Pero está comprometida a
otro hombre.
—No estoy seguro de eso —dijo Falcon, misterioso.
Jackson estudió a su amigo con atención. Sin embargo, Falcon no le dio más
explicaciones, y él no se las pidió.
—Bueno, amigo, tengo que volver dentro. Llevo mucho rato aquí fuera.
Falcon miró hacia la gran casa, de donde salían la música y las risas de la gente.
—Me preguntaba por qué no estabas dentro.
—Una pequeña pelea con mi mujer.
—Ah. Pelo de fuego, lengua de fuego.
Jackson asintió.
—Exactamente —dijo, y se metió las manos en los bolsillos—. Estás últimas
semanas ha estado un poco temperamental. Está esperando nuestro primer hijo.
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Jackson caminó por el vestíbulo con las botas en la mano para no despertar a los
invitados que se quedaban a pasar la noche. El último carruaje se había marchado a
las tres, y entonces él había enviado a los criados a la cama. El baile había sido todo
un éxito, y la limpieza podía empezar al día siguiente. Todos necesitaban descansar.
Jackson subió a su habitación y llamó a la puerta. Sabía que Cameron lo
enviaría de nuevo abajo, pero quería hacer el pequeño gesto de darle las buenas
noches. Después de su discusión, sólo la había visto otra vez más, bailando con el
general Grant.
—¿Cameron? —dijo suavemente.
Oyó movimiento dentro, y la puerta se abrió.
—¿Qué quieres? —le preguntó ella.
Llevaba un camisón amarillo, tenía el pelo recogido en una coleta y los ojos
hinchados de llorar.
Jackson se puso a la defensiva inmediatamente.
—Venía a…
—¡No vas a dormir aquí, si eso es lo que crees!
—Por favor, Cam, tranquilízate. Los invitados…
—¡No me digas lo que tengo que hacer! ¡Grito si quiero!
—Muy bien —dijo él, dándose la vuelta—. Buenas noches.
—Y no vuelvas —le dijo ella—, porque la puerta estará cerrada.
—No te preocupes —murmuró él.
—¿Qué?
Jackson sabía que tenía que marcharse. Estaba muy cansado y muy preocupado
por la misión de atrapar a los Thompson's Raiders. Las últimas noticias que había
recibido habían sido bastante inquietantes, y tendría que verse con Marie al día
siguiente, quisiera o no. Tenía que enterarse de lo que ella había averiguado.
«Vete», se dijo. Pero no pudo. Se dio la vuelta de nuevo para enfrentarse a ella.
—He dicho que no te preocupes. No volveré a llamar a tu puerta en bastante
tiempo, Cameron. Le concedes demasiado valor a mi atracción por ti.
—¡Bien! —gritó ella—. ¡Porque no quiero que te acerques a mí! ¿Lo entiendes?
—No tendrás que preocuparte más, porque me voy mañana. Tengo que salir
para Nueva Orleáns, y no sé cuánto tiempo estaré fuera. Quizá tu humor haya
mejorado cuando vuelva.
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—Escucha, amigo. No quiero que me den sermones con respecto a eso. Lo que
Marie y yo tuvimos en el pasado terminó. Esto es sólo trabajo. Vamos, nos enteramos
de todo y después yo vuelvo a casa con mi malhumorada mujer.
Falcon clavó la mirada en el suelo durante unos instantes, y después miró a
Jackson.
—Te dije cuando vine que estaré aquí para lo que necesites —respondió, y abrió
sus enormes manos de bronce—. Así que iremos a Nueva Orleáns.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Capítulo 10
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—Cameron, ¿estás segura de que es esto lo que quieres hacer? —le preguntó
Taye mientras salían del dormitorio—. ¿Estás segura de que no quieres esperar ni
siquiera un día? Es posible que Jackson se arrepienta y…
—Me voy hoy —respondió Cameron, con una bolsa de viaje en la mano. Cerró
la puerta y tomó la otra que había dejado en el suelo—. Espero que haya metido en
las maletas todo lo que necesito. No quiero montar ningún lío. Me gustaría salir de
aquí cuanto antes, sin que los sirvientes se enteren. Después les diré que me envíen lo
demás.
Taye la siguió hacia el vestíbulo, con sus propias bolsas.
—¿No quieres despedirte de Thomas?
—No. No será necesario —respondió Taye.
A Cameron le pareció que tenía un tono de voz extraño.
—¿Habéis discutido?
Taye apretó los labios y sacudió la cabeza.
Cameron supo, por la cara de su hermana, que había sucedido algo, y le pareció
extraño que Taye no se lo hubiera contado. Sin embargo, no quiso presionarla en
aquel momento. Cuando estuvieron en el vestíbulo, pasaron rápidamente frente a la
puerta de la cocina para salir por la puerta trasera. Cameron puso la mano en el
pomo y respiró hondo. En pocos segundos, estarían fuera de la casa sin que nadie se
hubiera enterado.
—¡Señorita Cameron! ¿Adónde cree que va?
Cameron se dio la vuelta como un rayo.
—¡No es asunto tuyo, Naomi! —dijo secamente—. Vuelve a tus quehaceres.
Naomi cruzó el vestíbulo hacia ellas, secándose las manos en el delantal.
—¿Dónde piensan que van con maletas y botas de viaje? ¿Mmm?
¿Escabullándose de la casa como si fueran ladronas? —el ama de llaves sacudió la
cabeza, disgustada.
—Naomi, no tenemos tiempo para discutir —susurró Cameron con aspereza—.
Cuando mi marido vuelva y pregunte adonde hemos ido, no tendrás nada que
decirle si no lo sabes.
—Se va a casa, ¿verdad, señorita Cameron? —preguntó Naomi, quitándose el
delantal.
Cameron se la quedó mirando sin decir nada, obstinadamente.
—Sé que el capitán se fue esta mañana muy enfurruñado, pero ésa no es razón
para salir así de casa—. Cameron siguió sin responder. —Sabía que era cuestión de
tiempo que usted se marchara —farfulló Naomi, y se dirigió hacia la cocina—,
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Ahora, espérenme aquí mientras hablo con mi Noah y recojo al bebé. No van a ir a
ningún sitio sin Naomi.
Taye miró a Cameron y después a Naomi, con los labios apretados.
—Eso no es necesario —dijo Cameron, en el mejor tono de dueña de la casa que
pudo—. Taye y yo somos bastante capaces de…
Naomi caminó hacia Cameron y la encaró.
—O me espera, señorita, o iré a buscar al capitán, a Nueva Orleáns o donde sea,
y se lo contaré todo.
—No lo harás —le dijo Cameron.
Naomi se mantuvo firme, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Finalmente, Cameron tuvo que ceder.
—Supongo que no nos hará ningún daño que vengas con nosotras —concedió,
gruñendo.
—Supongo que no —dijo Naomi, echando chispas por los ojos—. Ahora, vayan
al establo y díganle al mozo que prepare un carruaje. Yo iré en un momento.
Naomi observó cómo las dos mujeres salían por la puerta de atrás y sacudió de
nuevo la cabeza, muy disgustada. Había visto llegar aquello. Cameron y el capitán
discutiendo, y los rumores por toda la ciudad. Sin embargo, Cameron no podía
marcharse al sur, sobre todo teniendo en cuenta lo que le habían dicho los huesos al
preguntarles. Y si Cameron no tenía sentido común como para saber que huir no
resolvería sus problemas, al menos Taye debería tenerlo. Aquella chica se parecía
cada vez más a su hermana. Exactamente igual de obstinada y caprichosa.
Sin embargo, Naomi sabía que tenía que ir con Cameron, aunque no fuera por
su matrimonio. Los huesos no la enviaban a una a salvar un matrimonio. Naomi iría
porque sabía que, en los meses siguientes, Cameron se derrumbaría, y ella tenía que
estar allí para recogerla cuando cayera.
Subió las escaleras que conducían a su habitación. Allí encontró a Noah,
sentado en un pequeño escritorio. El bebé estaba dormido en la cuna, al lado de la
cama, con el dedo pulgar metido en la boca.
Noah tenía una vela encendida sobre la mesa, y estaba leyendo un libro de la
biblioteca del capitán, que Cameron le había prestado. Noah lo trataba como si
estuviera hecho de oro.
—Tengo que ir a Mississippi —le dijo Naomi, mientras sacaba una bolsa de
viaje del armario y comenzaba a meter algo de ropa apresuradamente—. Y me
llevaré a Ngosi, porque necesita la leche de su madre, pero…
—¿A Mississippi? —ladró Noah, volviéndose hacia ella—. ¡Y un cuerno!
Naomi continuó haciendo la maleta.
—No sé cuánto tiempo estaré fuera. Supongo que el capitán vendrá detrás de
nosotras cuando termine sus asuntos en Nueva Orleáns, así que puede que vuelva en
un mes.
Noah se levantó de la silla.
—Escúchame, mujer. Te he dicho que no vas a ir a Mississippi tú sola…
—No voy sola. Voy con la señorita Cameron y la señorita Taye.
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Capítulo 11
Cameron Taye y Naomi tomaron un tren con destino a Richmond, pasarían allí
la noche e intentarían enterarse de cual tenían que coger a la mañana siguiente para
llegar a Jackson, Mississippi, sin embargo ningún empleado pudo decirles
exactamente como podían hacerlo. A pesar de la incertidumbre Cameron estaba
dispuesta a continuar.
Los Soldados de la Unión habían cortado a propósito muchas vías y se
tardarían meses e incluso años en arreglar los rieles y restablecer el servicio
ferroviario tal y como se había conocido antes de la guerra. Hasta ese momento los
pasajeros tendrían que conformarse.
Hasta que no llegaron a Virginia, el paisaje no empezó a cambiar. Las
consecuencias de la Guerra las rodearon. Cameron sabía de memoria los nombres de
los escenarios de los combates Manassas, Fredericksburg, Chancellorsville,
Petersburg, Wilderness, Cedar Creek. Pero aquellos lugares ya no eran meras marcas
en un mapa o tinta negra en un periódico. Los campos devastados y las tierras
quemadas se habían convertido en realidad.
Las mujeres se quedaron en silencio en el vagón casi vacío, mirando por la
ventanilla, mientras atravesaban lugares casi irreales. Nadie dijo una palabra. No
había palabras que pudieran expresar el dolor que estaban sintiendo.
Mientras el tren continuaba su camino al sur, Cameron comenzó a darse cuenta
de que, mientras los campos de Maryland estaban cultivados y eran productivos, los
campos de Virginia que no se habían quemado se habían dejado en barbecho, porque
no había semillas que plantar ni hombres sanos que las plantaran. Casi todo había
sido devorado por el fuego. Los campos, las casas y los bosques. El paisaje estaba
negro y vacío.
Y las tumbas. Las tumbas eran lo más difícil de soportar. Estaban por todas
partes. En los cementerios, en los patios de las casas abandonadas, a ambos lados de
los caminos. Por todas partes había tumbas con cruces de madera, toscas y crudas.
¿Quién lloraría a todos aquellos hombres y mujeres? ¿Quién atendería sus
tumbas?
Cuando había comenzado la guerra, cuatro años antes, Cameron entendía las
razones intelectuales por las que debía lucharse. Su padre, que había sido senador
por el sur, y que había poseído la gran plantación de Elmwood, había sido también
un acérrimo defensor del movimiento antiesclavista. Cameron había sabido que para
liberar a todos aquellos seres humanos, habría que luchar. Sin embargo, nunca, ni en
sus peores sueños, habría imaginado el alto precio que todos los norteamericanos,
del sur y del norte, tendrían que pagar por el contenido.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
A mitad de la noche, Cameron se sintió muy mal. Se levantó, bebió agua de una
jarra que el dueño del hotel les había proporcionado y fue al servicio. Rogó que no
estuviera poniéndose enferma. Sin embargo, por la mañana se sentía peor, aunque
estaba decidida a llegar a Elmwood lo antes posible. Allí todo iría mejor, y no
estarían tan apesadumbradas. Tenían que llegar a casa.
—Cameron, ¿estás bien?
Taye, que estaba terminando de hacer una de sus maletas para ir a la estación
de nuevo, se volvió hacia su hermana.
Cameron estaba junto a la cama, apretándose el abdomen. La habitación le daba
vueltas. Notaba dolor en el estómago de nuevo, pero además tuvo un fuerte
calambre en el vientre. De repente, tuvo miedo de que le hubiera ocurrido algo al
bebé, y tuvo un ataque de pánico. Se le llenaron los ojos de lágrimas, y sólo pudo
pensar en Jackson.
Quería a Jackson.
—¿Cameron? —repitió Taye.
Pero Cameron apenas la oía.
—Naomi, creo que a Cameron le pasa algo—dijo Taye, con una voz que a
Cameron le sonó muy distante.
—No, no. Estoy bien —murmuró ella. Se miró el vestido para asegurarse de que
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no estuviera manchado de sangre. No. No había sangre. El bebé estaba bien. Sin
embargo, la cabeza le daba vueltas y sentía la lengua pastosa en la boca—. Estoy…
sólo estoy un poco cansada. No he dormido bien.
Cameron vio que Taye se acercaba a ella. Entonces, su visión se tornó borrosa y
su hermana comenzó a desvanecerse. Sintió otro calambre y se dobló hacia delante.
Al mismo tiempo, el suelo sucio subió hacia ella mientras se le hundían las rodillas.
Se debió de golpear la cabeza contra el borde de la cama, porque sintió un terrible
dolor.
Después, sólo la bendita oscuridad.
Llevaban una semana de viaje en el Saint Louis, un barco casino que bajaba por
el Mississippi hacia el sur. Antes de la guerra, Jackson disfrutaba jugando, y había
pasado días y días jugando al póquer, apostando, perdiendo y ganando dinero, sin
comer y sin dormir, y nunca se había sentido tan vivo.
Sin embargo, después de aquella semana, apenas podía soportar la impaciencia.
Todavía no había obtenido ninguna información sobre Thompson y sus hombres.
Había creído que aquella noche alguien, un informante anónimo, se pondría en
contacto con él en el salón de juego. Sin embargo, nadie se había dirigido a él.
Empezaba a preguntarse si realmente había algún informante. No podía creer que
Marie se hubiera inventado toda aquella historia para tenerlo allí, a solas con ella.
Jackson suspiró, irritado. Su padre siempre le había dicho que las mujeres no
eran nada más que una espina clavada en el costado de un hombre, y estaba
empezando a pensar que había tenido razón. No se podía vivir con ellas, y no se
podía vivir sin ellas.
Jackson elevó la mirada de la mesa de juego para estudiar a todos los jugadores.
Iban bien vestidos, y todos parecían ricos. Si su contacto estaba entre ellos, ¿por qué
no se había dado a conocer todavía? Lo único que quería era acabar aquella noche e
irse a dormir, escapar a algún sitio donde no tuviera que fingir. Y donde no tuviera
que pensar en aquella belleza de cabellos rojizos que era su vida.
Jackson tiró los dados. Se había equivocado al pensar que poniendo miles de
kilómetros entre ellos podría mitigar su ira… o el dolor que le había causado su
rechazo.
Una parte de él quería volver a Baltimore y arreglar lo que se había estropeado
en su matrimonio. Pero otra parte de él, más grande, sólo sentía obstinación.
Cameron había sido la que había causado toda aquella tensión entre ellos. No estaba
satisfecha con su papel de esposa. Él había estado perfectamente feliz. Ella se merecía
haberse quedado en casa, furiosa.
—Hagan sus apuestas, señores—dijo el crupier.
Jackson tomó unos billetes de sus últimas ganancias y las arrojó sobre el tapete
sin contarlos, mientras veía cómo Marie se acercaba a la mesa con un vaso de whisky
en cada mano. Aquella noche llevaba un vestido de seda rosa que complementaba
perfectamente a su piel color oliva y su pelo negro, haciéndola aún más bella que a la
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luz del día. Y aquellos labios de rubí… un hombre no podía apartar la mirada de
aquellos labios y de las promesas que susurraban, incluso cuando ella estaba en
silencio.
—Aquí tienes, Jackson—ronroneó ella, tendiéndole uno de los vasos.
Después se puso de puntillas con la barbilla elevada hacia él. Jackson se inclinó
para besarla y, en aquella posición, obtuvo una vista completa de sus pechos y el olor
de su perfume. Cuando le rozó los labios, Marie suspiró con coquetería.
—¿Estás ganando?
Marie lo miró a través de un velo de pestañas negras y le dio un sorbito a su
whisky.
—Yo siempre gano —dijo él, y tiró los dados.
Ganó.
Marie dejó su vaso en la mesa y aplaudió antes de tomar todo el dinero a dos
manos.
Jackson la miró.
—Creo que ya he tenido suficiente. Voy a retirarme.
—Excelente idea—susurró ella, y después le dijo al crupier, mientras se colgaba
del brazo de Jackson—Ponga las ganancias del capitán Logan en su cuenta. Se está
aburriendo con sus jueguecitos.
Después abandonaron el salón y caminaron por la cubierta hacia el camarote de
Marie. La brisa cálida y olorosa subió desde las aguas del río y le recordó a Jackson
los días en los que navegaba por el océano, cuando era sólo un joven que trabajaba
para su padre en el negocio familiar. Aquéllos eran días más sencillos.
—Esperaremos una noche más —le dijo Jackson, entre dientes—. Si tu contacto
no aparece…
—Aparecerá, te lo he dicho. Me dijo que tenía que ser cuidadoso. Mañana
amarraremos en otro puerto. Estoy segura de que embarcará allí.
—Sólo una noche más—repitió Jackson—. Después, desembarcaremos—añadió,
mientras se detenía en la puerta del camarote de Marie.
—¿No quieres entrar a tomar algo?—le dijo ella, pasándole la mano por el
brazo.
Incluso a través de la tela de la chaqueta, Jackson sintió el calor de la pasión que
aquella mujer sentía por él. Lo molestó que Marie lo deseara tanto mientras que
Cameron, su propia esposa, no lo quisiera en su cama.
Sin embargo, no iba a entrar. Marie era demasiado tentadora, y él estaba de
muy mal humor.
—Buenas noches, Marie.
Ella sonrió y le acarició la mejilla.
Él se alejó, diciéndose que todo era por las apariencias.
Todo el mundo sabía la fama que tenía de antes de la guerra, así que era más
fácil fingir que era él mismo y no otro. Había subido al Saint Louis con Marie con la
excusa de que viajaba hacia Nueva Orleáns por asuntos de negocios. Supuso que
todos pensarían que viajaba con su amante. Era el engaño perfecto. Le había dicho al
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Jackson no llevaba diez minutos en la cama cuando oyó un sonido al otro lado
de la puerta. Se quedó inmóvil, escuchando. Había alguien allí de pie, vigilándolo.
Con un rápido movimiento sacó su pistola de debajo del colchón, y para
cuando la puerta se abrió, estaba de rodillas en el colchón, apuntando al extraño.
—Dios mío, Jackson. Vaya manera de saludar a una mujer.
Ella cerró la puerta y él bajó la pistola. Le temblaba todo el cuerpo, pero no las
manos.
—Maldita sea, Marie, podía haberte disparado—gruñó él, mientras volvía a
meter la pistola bajo el colchón.
Ella avanzó hasta el haz de luz de luna, y él contuvo la respiración. Estaba
completamente desnuda.
Contra su voluntad, Jackson sintió que su cuerpo reaccionaba, y no tenía forma
de esconderlo.
—¿Cómo demonios has atravesado toda la cubierta así? —le soltó.
Ella se posó las manos en las caderas. Tenía mejores formas que Cameron. Tenía
los pechos más llenos y las caderas más anchas, y la cintura más estrecha. Se había
soltado el pelo y le caía en forma de ondas negras y brillantes por la espalda y los
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—No confundas el juego que estamos jugando con la realidad, Marie. Deberías
ser más lista. Lo de ahí fuera era parte del juego.
—¿Y lo de aquí?
—Lo siento —dijo él, y dio un paso hacia atrás.
La tensión que sentía en las ingles estaba empezando a relajarse. Su mente
estaba recuperando el control sobre su cuerpo de nuevo. Marie era preciosa como un
ángel oscuro, pero no podía permitirse vacilar. Otra vez no.
—Pero yo te echo de menos. Te necesito. ¿No me deseas? —le preguntó Marie,
con la voz cálida y sensual.
—Ahora soy un hombre casado.
Ella se acercó.
—También eras un hombre casado aquella noche en Atlanta.
Jackson le dio la espalda.
—Te dije que eso fue un error.
Marie se acercó más y le acarició la espalda y las nalgas.
—Pero no fue un error. Fue lo mejor que…
—¡Marie! ¡Basta ya! —Jackson le agarró las dos manos y la apartó de sí—.
Aquello fue un error. Estaba solo. Estaba asustado. Yo…
—Tú nunca te asustas de nada, Jackson. Por eso siempre te querré —susurró
ella.
—Pues no debes. No debes hacerlo, porque yo quiero a otra. Quiero a mi mujer.
Quiero a Cameron, y no a ti.
—¡Desgraciado! —gritó Marie, y dio un paso hacia Jackson.
En aquel momento alguien golpeó suavemente la puerta.
—¿Jackson?
—Pasa —respondió él, rezongando.
Marie hizo un sonido casi inaudible de frustración y tomó rápidamente la
sábana para envolverse. No le gustaba nada Falcon, y el sentimiento era mutuo.
El cherokee apareció en el umbral, envuelto en sombras.
—He oído voces—dijo—. Quería asegurarme de que no me necesitabas.
Jackson sonrió en la oscuridad.
Su amigo era muy listo.
—Marie estaba a punto de irse. ¿Te importaría acompañarla a su camarote para
asegurarte de que llega sana y salva?
Falcon mantuvo la puerta abierta, y Marie no tuvo más remedio que salir tan
dignamente como pudo, dadas las circunstancias.
—Un día más —le dijo Jackson mientras se marchaba—. Después, me marcharé
a casa.
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—No entiendo por qué no quieres quedarte uno o dos días más —le dijo Marie,
mientras caminaba bajo su parasol amarillo por el muelle donde había atracado el
barco—. Siempre te encantó Baton Rouge. Y Baton Rouge siempre te amó, Jackson.
Sin prestarle atención, Jackson miró a Falcon.
—En cuanto bajen nuestras maletas, iremos a la estación. Sólo Dios sabe cuándo
podremos tomar un tren hacia el norte. Las vías están cortadas por todo el sur.
Falcon asintió, observando a los vendedores que se abrían paso a codazos entre
los negros que estaban descargando el equipaje de los barcos. Las multitudes hacían
que se sintiera incómodo.
De repente, un soldado mayor, con un uniforme confederado hecho jirones y
una barba hirsuta los abordó y se lanzó hacia Jackson.
—¿Unas monedas para un hombre sediento?
Marie dio un grito de disgusto y se retiró hacia atrás para evitar que el hombre
la tocara.
—Apártese —le dijo Falcon, intentando interponerse entre Jackson y el soldado.
Jackson se metió la mano en el bolsillo en busca de algunas monedas, incapaz
de evitar retirarse al percibir el hedor que desprendía el hombre.
—Haría mejor comprándose una pastilla de jabón que un trago de whisky.
—Capitán Logan —susurró el soldado, acercando mucho su cara a la de
Jackson—. Tengo un mensaje para usted—dijo, hablando educadamente.
Jackson miró a Falcon, indicándole en silencio que se retirara.
Después volvió a mirar al soldado y se sacó un monedero del bolsillo, sabiendo
que cualquiera podría estar vigilándolos.
—¿Es que no tiene orgullo, hombre? —le dijo.
—No puedo creer que vayas a darle dinero—protestó Marie—. Los mendigos
nunca buscarán un trabajo honesto si seguimos dándoles dinero.
—¿Qué quiere decirme? —le susurró Jackson al soldado, tomándose su tiempo
para sacar las monedas—. ¿Y por qué iba a creer una palabra?
—Por Puck's Hill —respondió el veterano.
Jackson asintió, reconociendo la contraseña, una que ni siquiera Marie conocía.
Miró a Falcon, que se movió para taparle la visión a la mujer.
—Jessop, el hombre que tenía que encontrarse con usted… —susurró el soldado
con aspereza—. Ha muerto.
—¿Muerto? —Jackson miró a los ojos al soldado.
El hombre los tenía llenos de lágrimas.
—Ellos lo mataron.
—¿Cómo lo sabe?
El hombre se secó los ojos con el dorso de la mano sucia.
—Porque yo lo enterré. Jessop era mi hijo. Él se metió en eso durante un tiempo.
Cuando se dio cuenta de que era una locura e intentó retirarse, lo mataron.
—¿Quién?
—Usted lo sabe. Los hombres de Thompson.
—¿Así que existen de veras? —Jackson apretó las monedas en la mano del
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soldado.
Para cualquiera que estuviera viéndolos, parecería que él le estaba ofreciendo
algo de dinero y comprensión a un bravo soldado sureño, que ya no tenía ocupación.
—Por supuesto que sí. ¿Cuándo dejarán los yankis de subestimarnos? Los
Thompson's Raiders son reales, y cada día son más y más —rugió el soldado, entre
dientes.
—¿Para qué? —Jackson comenzó a caminar de nuevo, intentando él mismo
librarse del mendigo—. La guerra ha terminado.
—Esto no tiene nada que ver con Estados Unidos. Tiene que ver con el odio. Y
con la venganza.
—¿Dónde está Thompson?
—No lo sé. Mi hijo nunca me lo dijo. Tiene usted que ver a un hombre llamado
Spider Bartlett en Birmingham. Pero él no irá allí hasta dentro de un mes. Es uno de
los hombres de Thompson. O eso es lo que Thompson cree —el soldado hizo un
guiño.
—Bartlett, en Birmingham —repitió Jackson.
—Gracias por sus monedas. Me compraré una botella de consuelo. Lo único
que consigue que siga adelante es un buen trago. El mundo ya no es… ya nunca será
igual.
El hombre desapareció entre la multitud. Marie tomó a Jackson por el brazo,
con los ojos entrecerrados de placer.
—Era él, ¿verdad? —le susurró al oído—. Sólo ha llegado un poco tarde.
—No, no era él.
—Estás mintiendo.
—Hablaremos más tarde.
—Jackson—ella le apretó el brazo y pronunció su nombre en un tono
desagradable.
—He dicho que más tarde —respondió Jackson, sacudiéndose su mano.
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Taye sonrió mientras le pasaba el trapo por la frente, las mejillas y el cuello.
—Bien. Naomi cree que ha sido el agua. Malos espíritus —le explicó Taye,
poniendo los ojos en blanco para indicarle que ella no creía en aquella superstición—.
No lo sé. Todas bebimos el mismo agua, pero Naomi dice que tú estás más débil
porque estás embarazada—apartó el trapo y lo aclaró en una palangana con agua
que había junto a la cama—. Creo que tiene la cabeza llena de tonterías de vudú —
dijo, encogiéndose de hombros—. Pero de todas formas, comenzamos a hervir el
agua y tú has mejorado. Nosotras sólo bebemos el agua hervida, también.
Cameron miró a su alrededor en la vieja habitación. Mientras ella había estado
enferma, la habían limpiado, pero el papel y las cortinas no habían mejorado. Al
menos, ya no olía tanto a humedad.
—¿Dónde está Naomi?
—Ha ido al mercado. Desde que te pusiste enferma, no nos hemos atrevido a
comer la comida del hotel. Naomi ha estado cocinando en la chimenea—dijo, y le
señaló los carbones que había en el hogar—. Da mucho calor, pero al menos nadie
más se ha envenenado.
—Y Ngosi?
—Está muy bien con la leche de su madre. Se hace más grande cada día que
pasa.
Cameron sonrió y se relajó sobre la almohada de nuevo. Quería preguntarle a
Taye si había tenido noticias de Jackson, pero aquello era una tontería, por supuesto.
Él estaba en Nueva Orleáns. Y creía que ella estaba en Baltimore, sana y salva.
—Quiero ir a casa, a Elmwood, Taye.
—En un par de días. Naomi dice que tú tienes que recuperar tus fuerzas antes
de ponernos en marcha de nuevo. Ha ido varias veces a la estación y cree que ha
averiguado cómo podemos llegar a Jackson.
Cameron tomó la mano de Taye entre las suyas.
—Muchas gracias por cuidarme —le susurró.
—No seas tonta—su hermana le estrujó la mano. Después se levantó y se llevó
la palangana a la mesa—. Tú habrías hecho lo mismo por mí.
Cameron se sentó en la cama y observó a su preciosa hermana. Una vez había
pensado que Taye era débil, pero era tan fuerte como cualquier Campbell. Quizá más
fuerte aún, por la herencia de su madre.
—Espero que eso sea verdad.
—Por supuesto que lo es. Y ahora cállate y déjame que te caliente algo de
comer. Naomi ha hecho una sopa de lentejas muy buena y quiero que la pruebes.
Cameron se recostó en la almohada, dándole las gracias a su padre por haber
amado a una mujer como Sukey y haberle dado a ella una hermana como Taye.
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Capítulo 12
Jackson llegó a Baltimore justo después del amanecer. Cuando entró en la casa,
estaba silenciosa. No vio a nadie, excepto a un sirviente somnoliento, mientras subía
a bañarse antes de ir a ver a Cameron.
El sirviente le subió agua caliente y él se afeitó, se lavó y se puso ropa limpia.
Mientras lo hacía, pensaba en el informe que le daría al secretario Seward a la
mañana siguiente. El contacto no había aparecido en el barco, y el viaje había sido
una pérdida de tiempo. No había averiguado nada nuevo de Thompson, y se sentía
frustrado.
La casa estaba relativamente silenciosa, pero mientas iba hacia su habitación,
empezó a oír sonidos que provenían de la cocina. Sin duda, Naomi ya tenía a todas
las mujeres trabajando en la casa. Era una excelente ama de llaves, quizá porque ya
no se veía a sí misma como una esclava, al contrario que la mayoría de sus
empleados.
Mientras Jackson caminaba lentamente por el pasillo, decidió que pasaría el día
con Cameron, haciendo lo que ella quisiera. Irían de compras, darían un paseo por el
parque, o podrían incluso ir a ver aquellos dichosos caballos que criaba, si aquello la
hacía feliz. Se lo debía. Quizá fuera su atención lo que necesitaba… y un pequeño
regalo.
Se detuvo en la puerta de la habitación y se sacó una pequeña bolsita de
terciopelo negro del bolsillo interior de la chaqueta. Aflojó el cordón y sacó un
pendiente de esmeraldas para admirarlo. Sabía que a Cameron le encantarían
aquellos pendientes en forma de lágrima, y que el color verde de las piedras le iría
perfectamente a su pelo rojizo.
Volvió a guardar la joya en la bolsita y llamó suavemente a la puerta.
—¿Cameron? Cameron, cariño, soy Jackson. Ya estoy en casa.
—¡Capitán! —exclamó Addy, que subía las escaleras con los brazos llenos de
ropa limpia.
Parecía que había visto a un fantasma.
Antes de abrir la puerta, Jackson se dio la vuelta y la saludó.
—Buenos días, Addy. Acabo de volver de viaje —dijo, y señaló con la cabeza
suavemente hacia la puerta—. La señora Logan todavía no se ha despertado,
¿verdad?
Addy abrió la boca, pero no pronunció una palabra.
Allí ocurría algo.
Jackson abrió rápidamente la puerta.
El dormitorio estaba vacío. Su enorme cama estaba hecha.
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—No puedo decirte lo que tienes que hacer, Thomas. Sólo puedo recordarte
cómo está la ciudad en estos tiempos. La gente que vaga por las calles—mientras
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realidad.
A principios de mayo de 1863, el general Joseph Johnson fue enviado por el
secretario de guerra de la Confederación a defender Jackson. Bajo el mando de
Sherman y McPherson, el ejército de la Unión avanzaba sobre Mississippi. Johnson
sólo contaba con seis mil hombres, así que tuvo que evacuar la ciudad. Las tropas
confederadas se enzarzaron en una batalla con el enemigo y soportaron fuego de
mortero hasta que la evacuación fue completa. Entonces, a Johnson se le ordenó la
retirada. Las tropas de la Unión tomaron rápidamente la ciudad, cortaron las
conexiones ferroviarias con Vicksburg y quemaron parte de la ciudad.
El olor a madera quemada le invadió la nariz a Cameron mientras comenzaba a
caer una lluvia fina. Casi veía a los hombres de Johnson retirándose vencidos,
exhaustos, hambrientos, y a los soldados de la Unión entrando en la ciudad
victoriosos. Veía a los soldados de azul prendiéndole fuego a los edificios de Jackson.
Cameron estaba tan perdida en sus pensamientos que se tropezó. Taye la tomó
por el brazo y continuaron caminando hacia la estación. Entraron al vestíbulo
principal por un agujero que había en uno de los muros. La estación no había salido
bien parada de la guerra, pero al menos aún estaba en pie, y ya habían empezado a
reconstruir las paredes exteriores. Mientras las mujeres caminaban por el interior
para salir a la calle, Cameron intentó no pensar en el precioso edificio que había sido,
ni en lo mucho que ella había disfrutado montando en los trenes para ir de viaje a
Washington D.C. con su padre. Aquellos años se habían ido, habían quedado
relegados a la memoria.
El sol ya había desaparecido por el horizonte cuando las tres mujeres salieron a
la calle, y era mejor así. Al menos, en la oscuridad, la verdad sólo se vería en
sombras.
—El Magnolia está unas cuantas manzanas más allá —dijo Cameron, sintiendo
de repente una inyección de fuerza por dentro. Ya era hora de que tomara las
riendas, de empezar a actuar como la hija del senador Campbell que volvía a casa—.
Será muy agradable volver a ver una cara conocida.
Mientras continuaban por la calle, intentaban mirar hacia delante, sin prestarle
atención a los edificios quemados, las ventanas rotas, las marcas del fuego de
mortero que había por todas partes.
En cuanto Cameron dio la vuelta a la esquina, al ver el hotel, se detuvo. Ya no
tenía contraventanas, y el porche estaba arrasado. El edificio había quedado en pie
porque estaba hecho de ladrillo.
—No —murmuró Taye.
Cameron exhaló, frustrada.
—El Magnolia también, por favor —susurró—. Pero ¿qué me esperaba?
Caminaron hasta lo que quedaba de porche, y Cameron empujó la puerta y
entró en lo que una vez fue un elegante vestíbulo. Tenía manchas de agua y de
humo.
—¿Hola? —dijo—. ¿Hay alguien? ¿Señor Pierre?
Cameron escuchó el silencio de lo que una vez fue un hotel muy frecuentado,
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Capítulo 13
Cameron mordió con todas sus fuerzas la mano del hombre, y oyó un gruñido
de dolor. Al mismo tiempo, le hundió el codo en el estómago. Si pudiera alcanzar la
pistola que llevaba en el bolsillo…
Oyó otro gruñido y una imprecación.
Él le dio una bofetada tan fuerte que la cabeza se le echó hacia atrás, y Cameron
tuvo que cerrar los ojos para evitar las náuseas al percibir el olor a whisky y a sudor
que desprendía aquella bestia. Cameron luchó con todas sus fuerzas mientras el
hombre la arrastraba más y más hacia el callejón, pero él era demasiado fuerte.
—¿Va a alguna parte, señor?
Cameron abrió los ojos.
—¿Jackson? —dijo, con la voz chirriante, bajo la mano de su captor.
—Suéltela si quiere seguir con vida —dijo Jackson, estoicamente.
Debía de tener una pistola. Cameron no podía ver en la oscuridad, pero el
hombre se quedó rígido y aflojó la mano.
—Si la sujeta durante un segundo más, le meteré una bala en la cabeza —le
advirtió Jackson.
El captor de Cameron la soltó de repente, tanto que ella cayó de bruces. Se
golpeó contra el barro seco, pero se levantó rápidamente.
Mientras ella se incorporaba. Jackson se lanzó contra su atacante. Cameron oyó
un crujido de huesos y cartílagos rotos cuando su marido le dio un puñetazo salvaje
en la nariz.
—¡Jackson! —gritó.
Jackson golpeó al hombre con tanta fuerza que lo derribó instantáneamente.
Después, se echó sobre él y le dio un puñetazo tras otro.
—¡Jackson! —Cameron intentó detenerlo—. ¡Lo vas a matar!
—No sería suficiente —gritó él rabioso.
Sin embargo, o la presencia o las palabras de Cameron debieron de hacerlo
entrar en razón, porque dejó de golpear al hombre.
—Cameron, muévete —le dijo—. Aléjate.
Ella se incorporó y se acercó a la pared de un edificio. Jackson se levantó,
arrastrando al hombre consigo.
—¿Estás bien?—le preguntó.
—Sí, sí, estoy bien —jadeó ella—. De verdad. Sólo me ha asustado mucho. No
me tocó. Te juro que no me ha tocado.
—Está bien —respondió Jackson. Apuntó con la pistola a la cabeza del hombre
y le dijo—Vamos hacia la comisaría. Cameron, ven detrás de nosotros. Si este hombre
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adónde ir. No es un buen sitio, señora Logan. No se puede ir allí, ni siquiera de día.
La mayoría de los hombres que viven allí no tienen trabajo, y siempre andan
buscando problemas —la niña levantó las manos con las palmas hacia arriba—. Si se
deja libres a los negros, no tienen adónde ir. No pueden volver a África. Yo le doy
gracias a Dios porque el capitán comprara Atkins' Way después de que murieran el
señor y la señora Atkins, porque así tengo un techo. No todo el mundo que conozco
ha tenido tanta suerte.
Cameron dejó caer la cortina. La niña tenía razón. Era algo que los
antiesclavistas no habían previsto. Una vez que los esclavos habían sido liberados y
descargados de sus tareas en el campo o en las casa de sus dueños, ya no tenían un
sitio al que ir.
—El baño está preparado, señorita.
—Gracias, Patsy. Y ahora, si encuentras mi camisón, puedes retirarte. Te
llamaré si te necesito —dijo.
La niña obedeció y después se marchó con los chicos y los cubos.
Cameron se desnudó, dejó la ropa y las botas en una pila en el suelo y se metió
en la bañera. El agua tibia hizo que suspirara de alivio. Se recostó, cerró los ojos y se
hundió hasta que el agua perfumada la cubrió hasta la barbilla. Se sentía tan bien que
tuvo miedo de quedarse dormida allí mismo.
Mientras se aclaraba el pelo, Cameron oyó que se abría la puerta.
—Pon la bandeja en la mesilla de noche, Patsy. Te llamaré si necesito algo más
esta noche.
—Sí, señora —respondió Jackson sarcásticamente—. ¿Algo más, señora Logan?
Cameron se incorporó sobresaltada y abrió los ojos.
Jackson entró en la habitación con la bandeja de la comida. Cerró la puerta con
el codo y dejó la bandeja en la mesilla, como le habían ordenado.
—¿Quiere que le abra la cama, quizá, señora Logan?
Cameron volvió a recostarse y a cerrar los ojos.
—Creía que eras Patsy.
—Siento decepcionarte, pero no lo soy.
Su voz era tensa. Todavía estaba enfadado con ella. Muy enfadado.
«Muy bien, que lo esté», pensó Cameron.
Él era el que había mentido con respecto a Elmwood. No le había dejado otra
elección que ir a Jackson sola.
Sin embargo, ella sentía cierta aprensión. Sabía que Jackson no estaba nada
contento por haberse tenido que marchar de Baltimore cuando estaba tan ocupado, y
sabía que la consideraba responsable por ello.
Cameron escuchó sus movimientos mientras él se preparaba para acostarse. Se
quitó la chaqueta, el sombrero, las botas y el cinturón. Acercó una silla a la bañera y
se sentó a su lado. No dijo nada, simplemente se quedó mirándola.
Cuando Cameron no fue capaz de aguantar más su mirada, abrió los ojos.
—¿Qué quieres, Jackson?
—Estoy esperando la explicación que me debes.
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después una pasión que los invadía tan repentinamente que no podían controlar su
deseo.
¡No! ¡No podía ser así!
—Jackson…
El la besó, silenciándola, cortándole la respiración. Estaba húmedo, cálido, y
olía a aquella inexplicable combinación de tabaco, masculinidad y, de alguna forma,
a salvación.
Ella consiguió liberar una de las manos y se la pasó por el hombro húmedo
hasta el cuello musculoso. Jackson estaba aún más fibroso que antes de la guerra,
más sólido, más fuerte.
Cameron no quería discutir. Ni siquiera quería hablar. Sólo quería sentir su
boca, saborear su lengua, notar su mano entre las piernas, en aquel lugar que ya le
dolía de ansia por él.
Le atrajo la cabeza hacia sí y abrió los labios para aceptar su lengua invasora.
Jackson tiró de la toalla y se la quitó. Después la tiró al suelo.
Desnuda bajo él, Cameron arqueó la espalda espoleada por la necesidad de
sentir su peso sobre ella, presionándola contra el colchón. El entrelazó sus dedos en
el pelo húmedo de su mujer y la besó una y otra vez.
Cameron tiró de su camisa mojada y metió las manos bajo la tela para sentir su
piel, los músculos del pecho. Después se la deslizó por los hombros, se la quitó y la
lanzó al suelo.
Jackson dejó escapar un gruñido, y ella le lamió el labio inferior. Él le dio un
mordisco suave y después inclinó la cabeza para besarle la garganta. Cameron
arqueó el cuello y notó que se le endurecían los pezones, incluso antes de que él los
tomara con sus labios.
Y él lo hizo. Tomó toda la areola en la boca. Finalmente jadeó de placer, y le
agarró suavemente el pelo para animar sus movimientos.
Él tomó el otro pezón, jugueteando primero, dándole suavísimos mordiscos, y
después lamiéndoselo. Ella gimió al notar que deslizaba las manos desde sus pechos
sobre su estómago y el vientre, que pronto comenzaría a crecer, y más abajo aún.
Cameron sintió que el calor fiero se intensificaba aún más entre sus piernas
mientras él pasaba la mano lentamente por su cuerpo. Separó las piernas y le tembló
el cuerpo entero de impaciencia.
Los dedos fuertes y largos de Jackson encontraron los rizos rojizos y después
los suaves pliegues de carne, y finalmente, el nudo del cual parecían emanar todas
las sensaciones.
—Cameron —susurró, mientras la acariciaba—. Si me dejaras quererte… Deja
que sea el hombre que quiero ser para ti.
Cameron cerró los ojos, abrazándolo, gimiendo. Sería tan fácil rendirse a
Jackson y darle lo que quería… y lo que ella quería, también, lo que necesitaba
desesperadamente.
Pero…
De repente, Cameron se sentó en la cama y lo empujó con ambas manos.
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Capítulo 14
Aquella mañana, Taye bajó las escaleras y miró hacia ambos lados en el
vestíbulo, antes de escabullirse hacia el salón. Si no hubiera tenido tanta hambre, si el
olor de las salchichas y del maíz dulce no hubiera sido tan delicioso y tentador, se
habría quedado en su habitación con una bandeja de té y galletas.
El hecho de encontrarse con Falcon Cortés en la puerta del Magnolia la noche
anterior había sido un shock. Ella sabía que Jackson iría a buscar a Cameron. Incluso
sospechaba que aquélla era una de las razones por las que su hermana se había
marchado de Baltimore tal y como lo había hecho. Taye casi tenía la esperanza de
que también Thomas fuera tras ella. ¿Pero Falcon?
Sólo con pensar en él, sintió que se ruborizaba.
Recordó el beso que se habían dado en el jardín, dos semanas antes. ¿Qué se
habían dado? Ella no se lo había dado, ¡él le había robado aquel beso!
—Buenos días, señorita Taye —dijo Patsy, que apareció en el salón con una
fuente de porcelana cubierta. La dejó sobre una mesa auxiliar que había junto a la
magnífica mesa de caoba, y continuó—: Hay velas bajo los platos para que todo se
mantenga caliente. Por favor, sírvase lo que desee. Hay más en la cocina. El capitán
Logan deja que la cocinera cocine como para el ejército de Sherman —dijo la niña,
con orgullo.
—¿No ha bajado nadie todavía?
—No, señorita Taye —respondió Patsy—. No ha bajado nadie, pero bajarán
pronto. Al capitán Logan le gusta mucho tomar un gran desayuno —mientras salía
del salón, se detuvo en la puerta—. Siempre que venía, durante la guerra, se tomaba
un enorme desayuno antes de marcharse.
Taye levantó la tapa de una de las fuentes y se sirvió huevos revueltos. Comería
rápidamente y volvería a su habitación para no encontrarse con Falcon.
Seguramente, Cameron podría explicarle por qué estaba allí aquel hombre y cuándo
se marcharía. Y cuanto antes, mejor.
Taye destapó otra fuente y encontró tortillas de trigo.
—Cuando sonríes, te brilla el semblante —le dijo una voz profunda y masculina
desde la puerta—. Siempre deberías sonreír.
Asombrada, Taye dejó caer la tapa sobre la fuente con un desagradable sonido.
—Oh, Dios mío —murmuró entre dientes. Volvió a tomar la tapa. No quería
que él le hiciera perder la calma. No tenía derecho—. Buenos días —le dijo, en el tono
de voz más anodino que pudo.
—Buenos días. ¿Has dormido bien en tu cama?
Taye se volvió hacia Falcon, que había tomado un plato y que se había acercado
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alejó. Jackson se detuvo, agarrándose con fuerza a la barandilla. ¡Demonios! ¿Se daría
cuenta su mujer de lo bella que estaba aquella mañana? Incluso tan enfadado como
estaba con ella, no podía negar que sus mejillas tenían un color maravilloso, ni que…
Tragó saliva y gruñó en silencio mientras recordaba lo que había sucedido la
noche anterior. Todavía percibía la esencia femenina de su cuerpo… todavía la
saboreaba. Frunció el ceño. Dios, la deseaba con todas sus fuerzas. Pero no la
forzaría. Le había dicho la verdad aquella noche. Y si ella le negaba los placeres del
lecho matrimonial, él los buscaría en otro lugar. Marie nunca se los habría negado.
Nunca.
Cameron entró al salón. De repente, se había dado cuenta de que estaba
hambrienta. Desde que se había repuesto de su enfermedad, el apetito se le había
multiplicado por dos.
—Buenos días —dijo.
Taye estaba sentada a un extremo de la mesa. A su lado estaba Cortés, el amigo
de Jackson. Cameron lo encontraba un poco desconcertante. Nunca había conocido a
un indio, y él no hablaba ni actuaba como los demás hombres a los que ella conocía.
Por lo tanto, era alguien extraño. Y Cameron prefería saber a quién tenía frente a ella.
—Buenos días —le dijo Taye, levantándose de la silla.
Su voz sonó demasiado aguda, y un poco inquieta.
—Buenos días, cariño. Señor Cortés.
Cameron asintió amablemente.
¿Se conocían Taye y Cortés? No era posible, pero sin embargo…
—Por favor—dijo Falcon, levantándose también—. Soy Falcon para mis amigos.
Cameron asintió mientras tomaba un plato.
—Falcon, entonces—Cameron comenzó a servirse beicon—. ¿Has desayunado
bien, Falcon? Espero que todo te haya gustado.
—El desayuno estaba muy bueno, gracias —respondió Falcon—. Aunque no
había carne de oso cruda.
Cameron se quedó desconcertada durante un segundo, antes de darse cuenta
de que aquel hombre tan serio estaba bromeando.
Jackson se rió primero, y después Cameron dejó escapar una carcajada.
Falcon sonrió también.
Taye se dejó caer en la silla, como si estuviera molesta.
Todavía riéndose, Cameron se llenó el plato y se sentó con los demás para
desayunar.
Después de las diez, Jackson terminó su comida y anunció que estaba listo para
ir a Elmwood. Cuando Cameron salió por la puerta principal para unirse a su
marido, frunció el ceño al ver un carruaje abierto que estaba junto al porche.
—¿No vamos a ir a caballo?
Él le abrió la puerta del carruaje.
—Pensaba que, después de lo que ocurrió anoche, al fin te habrías dado cuenta
de que quizá es hora de que te tranquilices un poco y empieces a comportarte como
una mujer casada que espera un hijo.
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—Y supongo que las mujeres casadas que esperan un hijo van siempre en
carruajes.
—Normalmente.
Cameron se cruzó de brazos.
—Debería haber salido corriendo cuando tuve la oportunidad —dijo,
secamente.
—Y yo debería haberte atado a la silla del comedor cuando tuve la oportunidad.
Ella le hizo un gesto de burla.
—¿Sabes? Que monte a caballo no le va a hacer daño al niño. El cuerpo de las
mujeres está diseñado para tener hijos. ¿Sabes que las esclavas que daban a luz por la
noche volvían al campo, a trabajar, a la mañana siguiente?
—Encomiable. Si decido cultivar tabaco, tendré en cuenta que estás disponible.
Cameron le lanzó una mirada asesina, pero aceptó la mano que él le ofrecía
para ayudarla a subir al coche.
—No creas que has ganado la batalla en esto. Ha sido sólo una escaramuza.
—Tomo nota.
Mientras Cameron se sentaba en el asiento delantero, Taye salió por la puerta
principal. Se había cambiado de ropa, y se había puesto un sencillo vestido azul de
viaje, que le quedaba espectacularmente. Era del mismo color que sus ojos.
Jackson ayudó a subir a Taye, y mientras ella se acomodaba, Falcon apareció a
caballo desde detrás de la casa. Su caballo era un espléndido semental negro.
—Es magnífico —dijo Cameron, con los ojos abiertos de par en par, volviéndose
en el asiento para mirar mejor al animal, sobrecogida por su belleza.
—Le dije a Falcon que te encantaría—dijo Jackson, mientras se sentaba en su
asiento y tomaba las riendas.
—¿Él también va a venir?—preguntó Taye, señalándolo discretamente con un
gesto de su delicada barbilla.
El comentario era tan poco propio de Taye que Cameron se la quedó mirando.
—¿Por qué?—le preguntó en voz baja. ¿Qué era lo que se había perdido en el
salón aquella mañana? ¿O habría ocurrido algo la noche anterior? Jackson le había
dicho que Falcon había acompañado a Naomi y a Taye a Atkins' Way. ¿Habría
molestado Falcon de alguna manera a su hermana?—. ¿Tienes algún problema con
Falcon?
Taye miró hacia abajo, fingiendo que se arreglaba la falda del vestido para que
no se le arrugara.
—Claro que no —respondió rígidamente.
—Es muy posible que Falcon y yo comencemos un negocio nuevo —explicó
Jackson, arreando las riendas para poner en marcha a los caballos por la carretera
polvorienta—. Va a quedarse en Atkins' Way durante varias semanas.
¿Un negocio nuevo? Cameron tuvo la tentación de preguntarle a Jackson de qué
negocio se trataba. Sabía muy bien que el único negocio que aquel hombre podía
tener con Jackson era uno de espionaje. Pero no podía imaginar lo que estaban
tramando los dos. A ella le parecía que Falcon actuaba en aquel momento de
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guardaespaldas. Iba a caballo detrás del carruaje, con dos pistolas a la cintura.
Los cuatro recorrieron el camino que llevaba a Elmwood en silencio. Cameron
vio más de lo que había visto desde el tren: casas y campos quemados, praderas
abandonadas, ventanas condenadas y jardines asilvestrados. Con la excepción de que
en aquel momento estaba en casa. En aquel momento sabía quién había vivido en
cada casa y de quién eran los campos que estaban atravesando. Para cuando llegaron
al camino bordeado de olmos que conducía a su casa, tenía el corazón atenazado.
Jackson detuvo el carruaje frente al camino de la entrada a la casa. Hacía cuatro
años era de tierra pisada, comprimida por los carruajes de las frecuentes visitas y de
los vehículos de trabajo y reparto diario. Sin embargo, ahora era una maraña de
hierbajos y matorrales.
—Creo que tendremos que entrar caminando—dijo, tirando del freno.
—Yo entraré primero y abriré un paso —se ofreció Falcon.
Cameron saltó del carruaje sin permitir que Jackson la ayudara. Una vez que
estaba allí, sólo quería correr hacia la casa, como hacía con Grant y con Taye cuando
eran niños.
Sin embargo, se dio cuenta de que ni Sukey ni su padre estarían allí, en el
porche, para recibirlos con los brazos abiertos, y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Su padre había sido toda su vida, y Sukey se había convertido en su madre cuando la
suya había muerto. En realidad, una madre mejor de lo que había sido la refinada y
distante Suzanne.
—Los árboles han sobrevivido—observó Taye mientras caminaban por el paso
que abría Falcon desde el caballo, cortando la hierba que les llegaba a la altura de la
cintura—. Por la ventanilla del tren vi que han cortado muchos árboles centenarios
de los jardines de las casas, sólo porque los soldados eran perezosos y no querían
caminar hasta el bosque para conseguir leña.
Cameron miró los olmos, que se erguían altos en el cielo azul a ambos lados de
aquel camino, ofreciendo una cubierta de hojas verdes contra el sol ardiente.
Bajo los árboles, Cameron se dejó llevar por la corriente de recuerdos que la
asaltaba. Se vio con seis o siete años, corriendo por allí, con un gatito que su padre le
había regalado. Recordó el verano en el que Jackson había ido a Elmwood por
primera vez, cabalgando por aquel camino y entrando en su vida. Después recordó
aquella terrible noche, cuatro años antes, cuando Taye y ella habían vuelto a casa y
habían encontrado a Grant despotricando y delirando, y recordó todos los
espantosos sucesos que habían seguido.
Cerró los ojos con fuerza para neutralizar el dolor de aquellos recuerdos.
—Al menos, hay algo positivo—musitó Cameron, dejando a un lado sus
pensamientos.
Tomaron la curva del camino, y la casa apareció repentinamente ante ellos,
como si surgiera de las cenizas a las que Cameron creía que había quedado reducida,
Ella se detuvo y se tapó la boca con el dorso de la mano para ahogar un grito de
horror… y de alivio al mismo tiempo.
La pintura blanca de los muros de la mansión estaba descolorida y manchada
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Cameron abrió los ojos y tragó saliva para intentar deshacer el nudo que le
atenazaba la garganta.
—A mí me parece que todavía sigue en pie —le dijo a Jackson sarcásticamente.
—Cam…
Sin prestarle atención, caminó por el vestíbulo, deseosa de ver la casa entera,
desde el sótano hasta la buhardilla. Sin embargo, había un lugar que necesitaba ver
primero: el despacho de su padre. Pasó los dedos por el papel de la pared, por las
manchas de humo. Los soldados habían encendido hogueras en el suelo. ¿Por qué no
habían usado las chimeneas?
—A mí me parece que la casa está estructuralmente sana —continuó diciéndole,
con igual sarcasmo.
—Cam, escúchame. No sólo estoy preocupado por la casa. Maldita sea, ¿es que
acaso no te das cuenta de que no es la única razón por la que no estás segura aquí? —
Jackson la siguió por el vestíbulo—. ¿Es que no te ha parecido suficiente lo que pasó
anoche? El sur ha cambiado. Éste no es un lugar seguro para ti, ni para ninguna otra
mujer, en este momento.
Cameron apenas prestó atención a sus palabras mientras se dirigía hacia la
puerta del despacho. Cuando la abrió, se quedó inmóvil. Todas las estanterías de
caoba de su padre estaban tumbadas en el suelo, y sus libros, antigüedades de gran
valor, habían desaparecido. Quemados para hacer hogueras, le había dicho Jackson.
El gran escritorio del senador estaba en un extremo de la habitación,
bloqueando la puerta que daba al porche. Los mapas de Mississippi y de Estados
Unidos que cubrían las paredes ya no estaban.
Sin embargo, la habitación todavía olía vagamente a su padre, y sus recuerdos
le llenaron el corazón.
—Papá—susurró Cameron—. Oh —dijo, abatida de repente—. El escritorio de
mi abuela. No está —caminó hacia un lugar vacío y se quedó mirando al suelo.
El escritorio no era especialmente bueno ni tenía gran valor monetario, pero a
ella siempre le había encantado porque su abuela paterna lo había llevado a
Elmwood desde Escocia. Después de que su padre muriera, Taye y Cameron habían
descubierto en uno de sus cajones la prueba de que eran hermanas. En cierta forma,
el escritorio era la vida de Cameron, lleno de compartimentos, algunos que la hacían
muy feliz y otros que la llenaban de tristeza. Miró a Jackson, que estaba en la puerta,
y susurró de nuevo:
—Ya no está. Seguro que también lo quemaron para hacer fuego.
Jackson se acercó a ella. Parecía que estaba muy incómodo.
—Cameron, de verdad, tienes que pensar en la plantación que he comprado en
la bahía de Chesapeake. Quiero que mires los planos que tengo para ampliar la casa.
Si la vieras, sé que te encantaría.
Ella se inclinó hacia la pared y se tapó la cara con las manos, sin hacerle caso,
sintiéndose como si le hubieran quitado toda la energía. Era como si estuviera
caminando por una pesadilla.
—No me vuelvas a hablar de ese lugar.
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Capítulo 15
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dado.
—Él no sabía que iba a morir—replicó Cameron.
—No importa. No está bien leer algo tan personal.
—¿Es que no quieres saber qué hombre era nuestro padre, y cómo era su vida?
—Ya sé cómo era mi padre —dijo Taye, mientras salía del despacho—. Voy
arriba, a ver mi vieja habitación.
—Bien, pues yo voy a leerlo —dijo Cameron, y le puso a Jackson el diario en las
manos—. Lo llevaremos a Atkins' Way.
—¿Estás segura de que no vas a abrir la caja de Pandora? —le preguntó Jackson.
—Esto no puede haber sido un accidente—insistió Cameron—. Estaba escrito
que yo encontraría este diario. Es un regalo de mi padre, algo que dejó para mitigar
el vacío de su ausencia.
—Parece que Taye no está de acuerdo contigo.
—Cuando lo piense bien, se dará cuenta de que tengo que leer el diario de
papá. Él habría querido que lo hiciera.
Jackson sacudió la cabeza.
—Cameron Campbell, eres la mujer más obstinada que he conocido en mi vida.
Tomas un bocado entre los dientes y sigues adelante, sin pensar siquiera en que
podrías estar equivocada y otro podría tener razón.
—Tonterías —dijo ella—. Ten cuidado con eso. No quiero que le ocurra nada a
ese diario.
—¿Y ahora adónde vas? —le preguntó, observándola con perplejidad mientras
ella salía del despacho.
—Arriba. No voy a salir corriendo, si es eso lo que piensas. Te buscaré cuando
quiera marcharme.
Jackson se quedó en el centro de lo que había sido el despacho del senador y
escuchó los pasos de Cameron mientras se alejaba.
Debería haber sabido que ella se escaparía a Mississippi y haberlo impedido
antes de que llegara tan lejos. No se imaginaba cómo iba a poder sacarla de
Elmwood. Sabía lo que pensaba Cameron: aunque había visto el estado en que se
encontraba la casa, la ciudad, el sur entero, ella no lo entendía. A pesar de su edad, y
de todo lo que había vivido, en muchas cosas todavía era muy ingenua e
increíblemente caprichosa. Su modo de vida había desaparecido. La cuestión era,
¿cómo iba a conseguir convencer a Cameron de aquello?
Con el diario en la mano, caminó hacia una de las ventanas, ante la cual
recordaba haber estado sólo dos semanas antes de que empezara la guerra. Empujó
hacia arriba la hoja de la ventana y miró por el cristal sucio al patio. Allí, la familia
Campbell había disfrutado de las cenas las noches agradables.
Suspiró, mientras asimilaba todo lo que veía: el porche hundido, el jardín lleno
de malas hierbas, una de las carretas volcadas que los soldados habían abandonado.
Desde su punto de vista, todo le parecía igual de desesperanzador e inútil. No sólo la
restauración de Elmwood, sino de todo el sur. El presidente Johnson había jurado
que los estados del sur serían reconstruidos. Ya estaba empezando a poner en
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marcha su plan. Le había dicho al Congreso que llevaría tiempo, pero que el sur
resurgiría de sus cenizas. Sostenía que los americanos volverían a estar unidos de
nuevo bajo una nación que la Unión había restaurado. Sin embargo, al mirar aquel
patio, sabiendo cómo había sido en el pasado, Jackson se preguntó si un país que
había vivido una guerra civil y había asesinado a su presidente sería capaz de unirse
de nuevo.
Jackson echó a caminar, tan dudoso de aquello como de que Cameron pudiera
volver alguna vez a Elmwood y recuperar la vida que había tenido allí. El sur que su
mujer estaba buscando nunca volvería. Y probablemente era mejor así. Algunas cosas
del viejo sur eran demasiado corruptas como para recuperarlas.
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hablaría con el mismo Falcon. Taye y Thomas tenían la intención de casarse. Eran
perfectos el uno para el otro, y ella no quería que un hombre como Falcon Cortés lo
estropeara todo.
—Bien. Me alegro de que le dejaras las cosas claras a Falcon.
—Oh, claro.
Ella no supo con seguridad si Jackson estaba siendo sarcástico o no, pero no
estaba de humor para pelearse con él por aquello. Miró de nuevo el antiguo jardín y
dejó que la nostalgia la invadiera de nuevo.
—No puedo creerme que hayamos encontrado el diario de mi padre—
murmuró. Quería decir también que sólo por aquello había merecido la pena aquel
horrendo viaje, pero se mordió la lengua. No había necesidad de provocar a
Jackson.—No creo que lo lea todo seguido —dijo, casi para sí misma—. Creo que lo
leeré pasaje a pasaje, día a día, mientras reconstruyo Elmwood, disfrutando de las
palabras de papá, de sus pensamientos, de sus experiencias.
Jackson se alejó bruscamente de ella durante un momento, pero después se
volvió de nuevo.
—Cameron, quería esperar y hablar de esto en privado esta noche, pero…
—¿Pero qué? ¿De qué quieres que hablemos?
—No vamos a quedarnos —le dijo, rotundamente—. No vamos a vivir en
Jackson, y tú no vas a reconstruir Elmwood. Vas a volver a casa, a Baltimore.
Ella se levantó del banco de un salto.
—Ésta es mi plantación, mi casa—soltó, incapaz de contener su ira—. No sé por
qué, pero tenía la esperanza de que cambiaras de opinión. Creía que una vez que me
vieras aquí y supieras lo que siento por la casa de mi familia me entenderías. Pero
ahora me doy cuenta de que tú no entiendes nada, y nunca lo harás. No quieres. Tú
no tienes derecho a decirme adonde puedo ir y adonde no, Jackson.
—En eso estás confundida—dijo, fríamente—. Eres mi mujer, y tienes la
obligación legal de hacer lo que yo diga. Y, por derecho legal, todo esto pasó a ser
mío cuando te casaste conmigo. De hecho —dijo, con los ojos oscurecidos de furia—,
aunque no puedo obligarte legalmente a que me rindas tu cuerpo, sí tengo derecho a
vender este lugar si quiero.
—¡No te atreverás, desgraciado! —ella se echó sobre él, golpeándolo con toda la
fuerza de su cuerpo.
Le habría dado de puñetazos si él no le hubiera agarrado las muñecas.
Cameron estaba temblando de pies a cabeza.
—No te atreverás —repitió, abrumada por su traición.
—Lo haré, si continúas comportándote como una idiota y poniendo en peligro
tu vida y la de nuestro hijo.
Jackson la miró a los ojos, y ella se preguntó en qué momento habría pensado
que podría conseguir que aquel matrimonio funcionara. ¿Cómo había podido creer
que él la quería?
Cameron se puso muy rígida y se mordió el labio para evitar insultarlo.
—Suéltame, desgraciado.
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Capítulo 16
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que era más agudo de lo normal, habría jurado que su hermana pensaba más cosas
de las que le estaba contando.
—Bueno. Quiero que me perdones —le dijo Cameron, mientras guiaba a los
caballos hacia la carretera que llevaba a Jackson.
—¿Por qué? Ya te lo he dicho. Ya no soy una niña a la que tiene que cuidar la
hija del amo, la gran dama de la plantación.
Era la primera vez que Cameron oía a Taye referirse a su propia posición en
Elmwood. De repente, se le ocurrió que Taye podría haber sufrido por el hecho de
que, siendo también hija del senador, debido al color de su piel nadie le reconociera
el mismo estatus que le reconocían a Cameron. De repente, el corazón le dolió por la
niña que había sido Taye. Taye nunca encajó entre los demás esclavos, pero tampoco
había sido una Campbell.
—Lo que quiero decir —continuó Cameron, suavemente—, es que siento no
haber estado ahí para ti durante estas últimas semanas. Viniste a Baltimore por mí, y
yo estaba muy contenta de verte, contenta porque Thomas y tú os casarais. Después,
me hundí en mis propios problemas—dijo, en un suspiro—. Y también tengo que
admitir que estaba un poco enfadada contigo.
—¿Enfadada conmigo? ¿Por qué?
—Tenía la sensación de que habías llegado a casa y te habías hecho con las
riendas de todo. El baile, la compra de mi vestido… no estaba acostumbrada a que
fueras tan… capaz.
Taye sonrió a su hermana y le dio unos golpecitos en la rodilla.
—Bueno, pues creo que tendrás que acostumbrarte. Tu pequeña Taye ha
crecido, y creo que se parece mucho a su hermana mayor —dijo, con los ojos azules
muy brillantes de rebeldía—. Y ahora, explícame por qué demonios habéis discutido
Jackson y tú. Lo has obligado a volver a Atkins' Way en la grupa del caballo de
Falcon, como si fuera un crío.
Cameron se concentró en agarrar bien las riendas, decidida a mantener sus
emociones a raya.
—Esto no va a funcionar.
—¿Qué es lo que no va a funcionar?
—Jackson y yo.
Taye tuvo que reírse.
—¡No puede ser que todavía creas que te engaña con otra mujer!
—Ni siquiera hemos hablado de eso—respondió Cameron—. Simplemente,
creo que no va a funcionar —dijo. No podía mirar a Taye por miedo a echarse a
llorar—. Queremos cosas muy diferentes.
—Eso es lo más absurdo que he oído en toda mi vida. Jackson y tú sois la pareja
más sólida que he conocido. Él te quiere apasionadamente.
—Lo único que quiere es controlarme—replicó Cameron—. Cree que tiene el
derecho legal a decirme lo que puedo y no puedo hacer. Me ha dicho que si no lo
admito en mi cama, irá a buscar a otras mujeres que lo admitan. Muy bien, pues
tengo una noticia para él ¡puede quedarse con su otra mujer! Me da igual lo que
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—¿Qué significa que no puedo entrar? —preguntó Jackson, tomando a Taye por
el brazo sin ninguna gentileza—. Taye, sabes que te quiero mucho, pero no te
entrometas entre mi mujer y yo. Esta vez no. Porque esta vez, ha ido demasiado lejos.
—Jackson, escúchame —dijo Taye, sin oponer resistencia.
Al mirarla a los ojos, Jackson se dio cuenta de que los tenía llenos de lágrimas.
—¿Qué ocurre? ¿Qué pasa, Taye?
—No puedes entrar porque Naomi la está examinando.
—¿Qué dices? —rugió Jackson. Intentó avanzar hacia la puerta, pero Taye se
interpuso en su camino. Para ser una mujer tan ligera y tan sutil, era tremendamente
tenaz—. ¿Naomi está examinando a Taye? ¿Para qué?
En el mismo momento en que pronunció aquellas palabras, quiso tragárselas.
Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo detrás de aquella puerta, deseó ser capaz
de volver atrás.
—El bebé no—murmuró, dejando caer los brazos.
Taye asintió lentamente, con lágrimas por las mejillas.
—Lo siento, Jackson. Naomi dice que esto ocurre a menudo, más veces de las
que pensamos.
Jackson se apartó de la puerta, abrumado.
—No debería haber discutido con ella. No debería haberle dicho las cosas que le
he dicho. Ni ayer, ni hoy. No debería haberla hostigado como lo hice. La obligué a
huir a toda prisa en ese carruaje.
—No, no. No es culpa tuya, Jackson. No debes pensar eso—Taye lo siguió
mientras él bajaba las escaleras hacia el vestíbulo, y le tomó la mano helada entre las
suyas—. Jackson, esto no ha sido culpa de nadie. Sólo la voluntad de Dios.
—¿La voluntad de Dios? —se apartó de Taye bruscamente y le dio un puñetazo
a un espejo que había en el rellano.
La lluvia de cristales le cayó por encima.
Cameron se quedó acurrucada de costado. Las lágrimas que le caían por las
mejillas mojaban lentamente la almohada. Naomi estaba sentada a su lado, con la
mano posada en su cadera. E incluso a través de la manta, Cameron sentía el suave
calor de la mano de Naomi.
—¿Te encuentras mejor?
Cameron asintió, sin emitir ningún sonido. Su aborto había sido muy rápido. Y
después de tomar dos tazas de la infusión que le había dado Naomi, los calambres
estaban mitigándose.
—Es la forma que tiene su cuerpo de decirte que ésta no era la mejor ocasión.
Nada más. Habrá otros bebés, señorita Cameron. Se lo prometo.
Cameron no respondió, pero la idea de otro embarazo hacía que tuviera
muchas más ganas de llorar. Había deseado y querido mucho a aquel bebé. ¿Cómo
podía Naomi hablar de otro?
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—Sé que no le apetece hablar ahora, así que yo le explicaré. Después de esto,
algunas mujeres empiezan a pensar que ellas han tenido la culpa. Pero tiene que
entender las leyes de la naturaleza, querida niña. Esta alma no estaba destinada a
nacer. Por el aspecto de su sangre, ocurrió hace días, probablemente hace semanas.
Quizá antes de que se pusiera enferma en Richmond. Lo de hoy ha sido sólo la forma
de su cuerpo de limpiarse para comenzar a preparar otro nido.
—Si no hubiera tomado así el carruaje…
—Tonterías, señorita Cameron. Usted creció en una plantación. Sabe lo fuertes
que son las mujeres. Un paseo en un coche no va a hacer perder un bebé a menos que
ya hubiera algo malo. Es la forma que tiene nuestro Dios de darnos bebés perfectos,
como Ngosi.
Cameron observó a Naomi entre las lágrimas, deseando desesperadamente
creerla.
—¿De verdad piensas que ha sido así, Naomi?
—Claro que sí. Todas las mujeres pasan por eso más tarde o más temprano,
negras, blancas, verdes.
Cameron no supo cómo, pero sonrió.
—Gracias por estar aquí, Naomi. Por cuidar de mí. No sé qué habría hecho sin
ti.
Naomi la sonrió también.
—¿No le dije que mis huesos me enviaron? Yo sabía que me necesitaría.
Cameron sintió miedo.
—¿Sabías que esto iba a ocurrir?
—Por supuesto que no, señorita Cameron dijo, acariciándole el pelo—. Pero
aunque lo hubiera sabido, no hubiera podido hacer nada por evitarlo —dijo, y se
levantó de la cama—. Y ahora, ¿por qué no intenta descansar? ¿Quiere que le envíe al
capitán?
—No, no, por favor —Cameron casi se sentó en la cama. Naomi la había
ayudado a ponerse un camisón limpio y le había recogido el pelo—. No estoy
preparada para verlo. Todavía no.
Naomi le dio unos golpecitos en el hombro.
—No se preocupe, señorita Cameron. De todas formas, éste no es el lugar para
un hombre esta noche. Los hombres no tienen nada que ver con los asuntos de
mujeres.
Cameron volvió a descansar la cabeza sobre la almohada, sintiéndose
increíblemente somnolienta, y se preguntó si sería por los eventos de aquel día o por
la infusión que le había dado Naomi.
—¿Naomi? —la llamó, dejando que se le cerraran los ojos.
Naomi había empezado a limpiar la habitación.
—¿Sí, cariño?
—Por favor, no vuelvas a llamarme señorita Cameron.
—¿Quiere que la llame señora Logan? —le preguntó Naomi, con la voz aguda.
—No—susurró Cameron—. Quiero que me llames Cameron. Tenía que
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habértelo pedido hace años—abrió los ojos y sonrió—. Tú y yo hemos pasado por
muchas cosas juntas, ¿verdad?
Naomi sonrió.
—Sí. Sí.
Y después, Cameron cerró los ojos y se hundió en el sueño.
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Taye no podía quitarle los ojos de encima. Estaba hipnotizada por Falcon, por
su voz, por la rica esencia que desprendía su piel.
—La señora Logan debe de estar orgullosa de tenerte como amiga —continuó
él—. Yo lo estaría.
A Taye le tembló el labio inferior. De repente, tuvo miedo de estallar en
lágrimas. Le dolía el corazón, no sólo por Jackson y por Cameron, sino por el
pequeño que nunca nacería.
—Shh… —susurró Falcon.
La tomó en sus brazos, y ella no tuvo fuerzas para resistirse. Sabía que estaba
mal permitirle que la tocara con tanta familiaridad. Pertenecía a otro nombre. Y sin
embargo, no pudo resistirse. Sus ojos negros eran como lagunas de agua oscura que
la arrastraban más profundamente, la acercaban a él cada momento que pasaba.
Taye no se dio cuenta de que Falcon iba a besarla hasta que fue demasiado
tarde. Su boca la rozó tan suavemente, que ella no se retiró. Los labios se le separaron
como si tuvieran voluntad propia, y cerró los ojos. Su calor, su olor, la sensación que
le producía su boca sobre los labios… lo saboreó, bebió de él.
Taye le deslizó los brazos por los hombros y por el cuello.
Se oyó a sí misma suspirar… no, gemir, mientras el beso se hacía más profundo.
Ningún beso de Thomas la había hecho gemir.
Falcon moldeó su cuerpo contra el de ella, presionándole con la ingle las
caderas, y a través de las capas de ropa, Taye sintió su masculinidad.
Debería haberse asustado, horrorizado. Y en vez de eso, el corazón empezó a
latirle alocadamente, y su parte más íntima irradió calor al resto de su cuerpo. Más
que calor, era casi un dolor.
Taye sintió que se desmayaba en brazos de Falcon. Antes de que estuviera lista,
él se retiró. Sus miradas se encontraron, y por un momento, ella temió rogarle que la
besara de nuevo.
Pero el hechizo se rompió. Taye dejó escapar un gritito ahogado de
mortificación y salió corriendo hacia su habitación.
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Capítulo 17
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—Tengo que volver enseguida a Baltimore —le dijo mirándolo a los ojos con
decisión—. Tengo que ver a Thomas.
—¿Ocurre algo malo?
—No, claro que no. Es sólo que me marché sin decirle la verdad, y quiero
arreglarlo. No estuvo bien por mi parte, y quiero pedirle perdón.
Realmente, aquello no era mentira. Tenía que arreglar las cosas con Thomas,
pero no era necesario que Jackson supiera que también necesitaba recordarse a sí
misma quién era, y que necesitaba alejarse de Falcon.
Realmente, lo sentía. Sentía haber besado a Falcon como lo había hecho. Por
dentro, Taye temblaba. Estaba muy confundida.
Durante los últimos cuatro años, sólo había pensado en estar con Thomas. En
verlo de nuevo, en casarse con él. Y cuando por fin se habían reunido, ya nada era
igual que antes. Las cosas no eran como cuando se sentaban, a la luz de la luna, en la
cubierta del barco de Jackson y se tomaban las manos. Los sentimientos no eran los
mismos.
Al principio, Taye había pensado que quizá fuera Thomas. Thomas era distinto
a como ella lo recordaba. Aquello era lo que fallaba. Sin embargo, si era sincera
consigo misma, tenía que admitir que él no había cambiado. Seguía siendo el mismo
caballero tranquilo y estudioso. Era ella la que había cambiado.
Así que todo aquello era culpa suya, y tenía que arreglarlo. Si pudiera estar con
Thomas de nuevo, sabía que lo conseguiría. El beso que había compartido con Falcon
la noche anterior… sabía que había sido impulsivo. Taye estaba agotada
emocionalmente, y era vulnerable. Aquel hombre se había aprovechado de ella.
—No tienes por qué ir a Baltimore, Taye —le dijo Jackson—. Él va a venir.
Posiblemente, ya esté de camino.
—¿Va a venir? ¿Va a venir por mí?
—Bueno, para verte, por supuesto. Y tú sabes que también está sopesando la
posibilidad de reabrir el bufete de su padre, aquí en la ciudad. Nosotros, Cameron y
yo, nos quedaremos durante una temporada, y he supuesto que tú querrías quedarte
con ella. Le he enviado un telegrama a Thomas esta mañana, sugiriéndole que
viniera con nosotros y que comenzara a trabajar en su bufete. Por lo que he oído en la
ciudad, la gente está desesperada por conseguir asesoría legal en este momento. A
este lugar le vendría bien un buen abogado como Thomas.
—Así que viene —dijo Taye, suavemente.
—Lo siento, Taye. Creo que el gran baile de compromiso que te prometimos en
Baltimore no podrá celebrarse. Dadas las circunstancias, es mejor que nos quedemos
en Jackson. Cameron necesita tiempo para recuperarse, y yo creo que Elmwood es su
mejor medicina. Espero que lo entiendas.
—Por supuesto—respondió Taye rápidamente—. Tienes toda la razón—en
realidad, se sentía casi aliviada.
La idea de hacer un anuncio público de su boda con Thomas casi la asustaba.
Taye le acarició a su cuñado la manga de la chaqueta. Al ver su semblante
entristecido, dejó de pensar en sus cosas.
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Unos días después, antes de ir con Naomi a la estación a recibir a Thomas, Taye
fue a la ciudad acompañada por Moses, un chico de quince años que Jackson había
contratado para que pasara a formar parte del servicio de Atkins' Way. Le había
prometido a Cameron que buscaría telas para reemplazar las tapicerías y las cortinas
de Elmwood, la mayoría de las cuales habían desaparecido o estaban destrozadas.
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Capítulo 18
Taye abrazó a la joven de la que Naomi se había hecho amiga justo después de
que la guerra comenzara. Efia y su hermana gemela, Dorcas, ambas esclavas, habían
intentado llegar a la seguridad del norte y habían acompañado a Taye, a Cameron y
a Naomi durante una buena parte del camino.
La señora Portray dio un paso hacia atrás.
—¿Usted conoce a esta joven?
—Sí—Taye apretó a la delgada muchacha entre sus brazos, contenta de que
estuviera viva y aparentemente bien. Se habían separado una noche, en un campo en
mitad de Maryland. Efia y Dorcas se habían ido a Delaware a reunirse con algunos
familiares, mientras que Taye había ido con su hermana y Naomi a Baltimore—. Y yo
respondo por su honestidad —dijo Taye, mirando a la señora a los ojos.
—Bien…—la mujer supo que si quería conseguir los ingresos que le
proporcionaría el tener a las hermanas Campbell como clientas, lo mejor sería
retirarse—. Muy bien, entonces miren a su antojo, y avísenme, por favor, si necesitan
algo—dijo, y se marchó detrás del mostrador.
—¿Qué tal estás? —Taye se echó hacia atrás y tomó las manos de Efia entre las
suyas, notando que las tenía muy ásperas de trabajar—. ¿Cómo es que has vuelto a
Jackson? Pensaba que vivías en Delaware.
Ella se encogió de hombros y miró a Taye de arriba abajo mientras hablaba.
—Las cosas no me fueron bien allí, así que volví a casa. Conseguí un hombre
que cuida de mí de verdad—dijo, y sonrió, enseñando un diente roto—. Estoy segura
de que lo conoce. Es Clyde Macon. Era el capataz de la plantación de los Filbert.
Taye se quedó espantada, pero mantuvo la sonrisa. Sí conocía a Clyde Macon,
un blanco de Florida, aunque sólo por su reputación. Antes de la guerra, se lo
consideraba un capataz brutal e injusto y se creía que era el responsable de la
desaparición de más de una esclava joven. Corría el rumor de que le gustaba el sexo
con las niñas.
Sin embargo, Efia parecía contenta, y aquello sólo eran rumores.
—Entonces, ¿te va bien? —preguntó Taye.
Efia se encogió de hombros de nuevo.
—Lo suficiente. Mejor que a la mayoría de las negras, eso seguro. Al menos
tengo un tejado sobre la cabeza y comida que llevarme a la boca.
Taye asintió.
—Ha sido horrible volver y ver lo que le ha ocurrido a la ciudad. A Elmwood.
—Creo que será mejor que me vaya —dijo Efia, comenzando a moverse hacia la
puerta—. A Clyde no le gusta que salga mucho.
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—Me alegro mucho de haberte visto —le dijo Taye mientras la chica salía de la
tienda—. Sé que Cameron y Naomi se alegrarán también de saber que estás bien.
Estoy segura de que nos veremos de nuevo por la ciudad.
Taye observó a Efia por el escaparate de la tienda hasta que desapareció de su
vista. Estaba preocupada por el ojo morado y el diente roto de la chica. Conociendo
la reputación de Clyde, aquello era bastante sospechoso. Sin embargo, Efia parecía
feliz, así que probablemente se estaba preocupando por nada.
—¿Qué puedo mostrarle, señorita Taye? —le preguntó la señora Portray,
acercándose desde el mostrador—. Tengo una seda adamascada preciosa, del color
de sus ojos, esperando a convertirse en un vestido de noche.
Clyde era un hombre feo, medio calvo, gordo y con manchas amarillas
perpetuas de tabaco en los dedos y en la boca. También era malo. Malo con los
hombres que trabajaban para él, con sus vecinos y especialmente con Efia. Algunas
veces, Efia deseaba ser la perra de caza que tenía en el porche. Él le demostraba más
cariño a la perra que a ella.
Cuando había vuelto a Mississippi, huyendo de la ley en Delaware, Clyde la
había acogido. Al principio, ella había pensado que sería un arreglo de negocios:
pensaba que cocinaría y limpiaría para él y sus hombres, y que él le pagaría. Había
sido muy ingenua al creer que aquéllos serían los únicos servicios que él le exigiría.
Efia se apresuró por el camino lleno de barro que conducía hacia la casa, con
dos enormes bolsas de comida en cada mano. Hacía mucho calor y había más de dos
kilómetros desde la ciudad a la casa. Sabía que si tardaba mucho más, Clyde se lo
haría pagar caro. Solía satisfacer todas sus necesidades con ella, y uno de sus
impulsos más comunes era la violencia.
Aquella noche, después de cocinar y limpiar durante todo el día, después de
soportar los abusos de aquel hombre brutal, pensó en Taye. Taye, con su piel morena
y sus ojos azules, con la sombrilla a juego con el vestido y el sombrero. Y con un
nuevo apellido, Campbell. El mejor de todo el condado, quizá el mejor de todo
Mississippi. ¿Qué había hecho Taye para merecer todo aquello? ¿Y qué era lo que
había hecho ella para no merecérselo?
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no prestarle ni la más mínima atención a Falcon. Pero había sido difícil no prestarle
atención, cuando él había estado todo el tiempo mirándola. Taye sólo podía rogar
que los otros hombres no se hubieran dado cuenta.
—¿Te gustaría dar un paseo fuera? —le preguntó Taye a Thomas mientras él le
apartaba la silla para que se levantara de la mesa.
—¿Fuera?
Thomas se quedó sorprendido.
Taye bajó la voz.
—Hace una noche muy agradable y… podríamos estar solos durante unos
minutos. Te he echado de menos.
Y lo había echado de menos, verdaderamente. Thomas se había convertido en
un gran amigo con el transcurso de los años. Ella confiaba en sus opiniones y
disfrutaba conversando con él, algo que muchas mujeres no podían decir de sus
futuros maridos. Sólo deseaba haberlo echado de menos como Naomi había echado
de menos a Noah.
En la estación, el comportamiento de Naomi y Noah había sido completamente
inapropiado. Él había saltado del tren antes de que se detuviera y había salido
corriendo por el andén para tomar a Naomi entre sus brazos. Se habían besado
apasionadamente delante de todos, y se habían reído juntos como si estuvieran solos
en el mundo.
Thomas le había dado a Taye un beso en la mejilla, como si fuera una pariente
lejana, y le había preguntado por su salud. Ni siquiera le había reprochado que se
hubiera marchado de Baltimore tan repentinamente, sin decirle la verdad.
Taye sabía muy bien que Thomas no era el tipo de hombre que haría una escena
en un lugar público. Sólo deseaba que, al menos, quisiera tomarla en sus brazos, que
le dirigiera una mirada hambrienta. Con sólo eso, ella se habría quedado satisfecha.
—Por favor—susurró Taye—. Vamos a dar una vueltecita por el jardín. Han
pasado muchas cosas esta semana. Quiero contártelas.
—Supongo que podemos ir a dar un paseo —dijo él, mirando con indecisión en
dirección a Falcon y a Jackson, que se estaban retirando al despacho con una copa de
coñac, hablando acaloradamente sobre la reconstrucción de las líneas ferroviarias,
necesarias para levantar de nuevo el sur.
Taye se dio cuenta de que Thomas quería ir con los hombres y participar en la
conversación, y le hizo daño que la longitud de las vías del tren pudiera derrotarla
con tanta facilidad.
—Sólo un paseíto —presionó, acariciándole la manga de la chaqueta—. Y te
dejaré que vayas con tus amigos para hablar sobre los planes de la reconstrucción del
sur del presidente Johnson.
Él sonrió amablemente.
—El aire fresco me vendrá bien. ¿Quieres que mande que te traigan un chai?
Ella se rió.
—Por Dios, no. ¿Es que se te ha olvidado el calor que hace en Mississippi en
julio, incluso por la noche?
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tejado nuevo?
«Hace tres días desde que traje a los nuevos esclavos a Elmwood. Papá me ha
puesto a cargo de los nuevos. Tengo que asegurarme de que se instalan bien, de que
comen y comienzan su trabajo. Él me ha dicho que hay que tratar bien a los esclavos,
porque al fin y al cabo, son inversiones caras y propiedades muy valiosas.
Yo he tenido ganas de decirle que también son seres humanos que se merecen
compasión y decencia, pero no he hablado por miedo a que retrasara mi partida. Tenía
intención de comprobar qué tal estaban los nuevos, y después Sukey. Dejaría lo mejor
del día para el final.
La encontré junto al río, lavando ropa. Cuando me oyó llegar, se dio la vuelta y me
miró. Yo le sonreí. Ella me devolvió una sonrisa titubeante, y supe que ella también
sentía que había algo entre los dos. Una chispa.
—Hola —dije desde lejos, con cautela. No quería asustarla.
—Hola —respondió ella, sonriendo más.
Y entonces supe que, con el tiempo, ella me querría».
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ojos, y supe que mentía. Y supe que tenía miedo. Le dije que fuera a ver al capataz jefe al
instante para que lo cambiaran a la zona de los hombres inmediatamente. Me acerqué a
él y le clavé el dedo en el pecho, diciéndole que si volvía a verlo cerca de alguna esclava
otra vez, lo echaría, y no volvería a encontrar trabajo, ni en Elmwood ni en ninguna
otra plantación del condado. Le grité, y le ordené que se marchara de mi vista.
Las mujeres permanecieron agrupadas, muy juntas, hasta que el señor Wright se
fue. Me volví hacia Sukey, que había puesto a su amiga en brazos de las otras mujeres.
Le hablé en voz baja, porque no quería que nadie oyera mi tono de voz al dirigirme a ella,
y le dije que había sido muy valiente. Ella me contestó, con el semblante solemne, que
ella no era valiente, que sólo había hecho lo que era correcto. Cuando sus ojos negros se
clavaron en los míos, el corazón me dio un salto. Supe que ella creía que yo era el
valiente.
Y mi corazón siguió saltando, cantando»
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Capítulo 19
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Sólo cuatro años antes, Jackson era una ciudad segura, donde las mujeres,
blancas o negras, podían caminar a salvo por las calles. En aquel momento, tenía que
enviar a Naomi con acompañamiento a la compra.
—He pensado que podríamos ir en carruaje a Elmwood, esta mañana —le dijo.
Aún no se sentía lo suficientemente fuerte como para cabalgar—. Me gustaría saber
lo que piensas de los planes del arquitecto, y de los míos.
Él levantó la cabeza del periódico y la miró a los ojos por primera vez desde que
había perdido al niño. Ella no pudo descifrar la expresión de su cara, pero al menos,
la miraba.
—Está bien. Si quieres, podemos ir.
No hubo sonrisa. No hubo entusiasmo en su voz.
Cameron pinchó un pedazo de tortilla y se la metió en la boca. Después se
levantó de la mesa.
—Voy a tomar los lápices y el papel, y mi sombrero. Nos veremos fuera.
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—Todos los pilares, salvo éste, se pueden conservar —dijo, apoyando la mano
en una de las columnas. Parecía que los soldados habían estado practicando el fuego
de mortero con ella como diana—. Habrá que remplazarla, una vez que se haya
apuntalado la balconada del segundo piso.
Jackson asintió y siguió a Cameron por la casa mientras ella le señalaba las
ventanas rotas, las contraventanas que faltaban y una de las chimeneas, que también
estaba dañada por fuego de mortero. Mientras avanzaban, él hizo unos cuantos
comentarios, pero no parecía estar demasiado interesado por la conversación.
Cameron se recordó a sí misma que, al menos, estaba allí, y aquello le dio esperanzas.
—La cocina es el obstáculo más grande —le dijo, mientras se abría camino entre
los escombros ennegrecidos, por donde había estado el pequeño jardín de hierbas
aromáticas, junto a la puerta trasera de la cocina—. El arquitecto me ha dicho que es
un milagro que el fuego no se extendiera al resto de la casa. Al parecer, mi abuelo
construyó los muros de la cocina de ladrillo, y eso impidió que el incendio avanzara
más. Dice que lo más fácil sería quitar lo que queda de la cocina y reconstruirla por
completo—cuando llegaron, abrió los brazos—: Pero mira qué horror. Se tardará
semanas en limpiarlo todo.
—Lo que queda de la estructura se puede quemar, o enterrar —le dijo
Jackson—. Y una vez que ya no esté, reconstruirla será fácil.
Cameron caminó entre los restos quemados y levantó un pedazo de mesa, sobre
la cual las sirvientas hacían pasteles y galletas. Bajo ella, encontró un plato,
milagrosamente de una pieza. Se sacó un pañuelo de la manga y lo limpió, dejando a
la vista los lirios morados de la porcelana.
—¡Oh, Dios mío! ¡Mira! Es uno de los platos de la vajilla de desayuno de mi
madre.
Algo cayó en el suelo, justo delante de ella, y Cameron miró hacia arriba,
sorprendida. ¿De dónde habría caído? No había tejado. Miró entonces a sus pies, y
vio una pequeña piedrecita de río, de las que Taye, Grant y ella coleccionaban
cuando eran niños. Después miró a Jackson, pero él estaba moviendo una viga
ennegrecida para tomar algo de debajo.
Cameron frotó el resto del plato para limpiarlo, y vio otro lirio Clac. En aquella
ocasión, la piedra golpeó lo que quedaba de mesa con un sonido inconfundible. Ella
miró a Jackson. Él también lo había oído.
Levantó la mano para advertirle con un gesto que se quedara donde estaba. De
repente, sus sentidos se habían agudizado y estaban en alerta. Dejó el plato que tenía
en la mano en el suelo de nuevo y se sacó la pistola del cinturón.
Cameron se quedó inmóvil. No se le había ocurrido que pudiera haber alguien
en Elmwood, cuando todo el mundo de la zona sabía que Taye y ella habían vuelto a
su casa.
—¿De dónde venía? —le preguntó Jackson, en voz baja.
—No estoy segura—susurró ella—, pero creo que de allí —dijo, y señaló hacia
el hueco donde había estado la puerta que conectaba la cocina con el vestíbulo de la
casa.
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Jackson dio un paso hacia delante, y una piedra lo golpeó de lleno en mitad del
pecho.
—¡Ay! Desgraciado… —tomó a Cameron por la muñeca y la puso detrás de
él—. ¿De dónde demonios vienen? —Con la mirada fija en la puerta, le dio un
empujón a su mujer—. Quiero que me esperes en el coche.
—No —protestó ella, en voz alta—. Quiero saber quién está en mi propiedad —
dijo.
Rodeó a Jackson a la velocidad del rayo y salió corriendo hacia el hueco.
—¡Cameron, maldita sea! ¿Es que quieres que te maten? —gritó Jackson,
corriendo tras ella.
Cameron se detuvo antes de salir al vestíbulo.
—¿Con piedras? —le preguntó ella, más molesta que asustada—. Si alguien
quiere hacernos daño de verdad, ya lo habría hecho —añadió—. ¿Hola? ¿Quién está
ahí? Soy Cameron Campbell, y ésta es mi casa. Quiero saber quién…
Junto a la mejilla le pasó otra piedra, que impactó en Jackson de nuevo. En
aquella ocasión, soltó una imprecación en francés.
Cameron vio un atisbo de color y salió corriendo por el vestíbulo. Los pasos
sonaban por delante de ella, hacia la escalera, pero el intruso le llevaba una buena
ventaja. No consiguió verlo.
—¡Párate! —le dijo ella, y siguió hacia la escalera—. No vamos a hacerte daño.
—¡Cameron, ven aquí! —le gritó Jackson.
—¡Espera! —continuó ella—. ¡Sólo quiero hablar contigo! —vio una tela azul
brillante en el rellano de la escalera.
Era la falda de una mujer, que se volvió a mirar quién la perseguía.
Entonces, Cameron se dio cuenta de que era una niña. Tenía el rostro casi
escondido entre una mata de pelo rubio rojizo. Jackson adelantó a Cameron subiendo
los escalones de dos en dos.
—¡Tú, detente! —le gritó.
—Ten cuidado —le dijo Cameron, agarrándose las faldas para seguirlo más
deprisa—. ¡No le hagas daño!
—¿Qué no le haga daño? —gruñó Jackson por encima del hombro—. ¡Casi me
saca un ojo!
La niña no se detuvo. Siguió corriendo, y cuando llegó al primer piso, corrió
por el pasillo en dirección a las habitaciones de los invitados. Cameron oyó el ruido
de una puerta que se cerraba, seguida por los pasos de Jackson y el ruido de la
madera que se rompía.
—¡Jackson, no le hagas daño!
La habitación era uno de los desvanes de la casa. Incluso antes de la guerra,
hacía años que Cameron no entraba allí. Sólo entraba luz por una de las ventanas
cuyas cortinas estaban entreabiertas, y a Cameron le costó un momento que los ojos
se le acostumbraran a la penumbra.
Entonces, vio que la niña había colocado una mesa y dos sillas en mitad de la
estancia, y que más allá había un colchón con una manta.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
—Sé que estás aquí —dijo Jackson—. Te tenemos atrapada, así que será mejor
que salgas.
Cameron miró todos los objetos, y vio otra silla más, una mecedora y una pila
de cajas de sombreros. Un pequeño movimiento bajo la mesa le llamó la atención.
Se volvió y sonrió.
—Demonios, Cameron, te dije que volvieras al coche. No deberías haber subido
las escaleras a esa velocidad.
Mientras Jackson protestaba, ella dio unos pasos todo lo sigilosamente que
pudo y se agachó junto a la mesa, agarrándose al borde para mantener el equilibrio.
La mirada de Cameron se encontró con otra.
La niña parpadeó.
—No pasa nada —dijo Cameron suavemente—. No vamos a hacerte daño —
dijo, y le ofreció la mano—. ¿Por qué no sales de ahí para que podamos verte?
Después de un momento, la niña tomó la mano de Cameron, tímidamente. Era
evidente que no lo hacía porque quisiera, sino porque sabía que estaba atrapada.
—Muy bien. Sólo tienes que salir para que te veamos —le dijo Cameron con
calma, como si la niña fuera un potrillo asustado—. Sal a la luz.
La niña obedeció y salió de debajo de la mesa. Cameron la condujo hacia la luz
que entraba por la ventana. Tenía la cara sucia de días, y también el vestido. Tenía las
rodillas muy delgadas y manchadas de verdín.
—Cielo Santo, ¿cuántos años tienes? ¿Diez, doce? —le preguntó Cameron,
agarrándola fuerte de la mano mugrienta.
Incluso a la débil luz, se le notaban las clavículas y las mejillas hundidas.
La niña se alejó lentamente, con la mirada clavada en Cameron.
—¿Puedes decirme cómo te llamas? —preguntó Cameron, haciendo
movimientos lentos para que no se asustara.
—Lacy —respondió la niña, indecisa. Parecía que todavía no sabía si debía salir
corriendo de nuevo o no. Pero, finalmente, se apartó un mechón enredado de pelo de
la cara y se quedó valientemente donde estaba—. Me llamo Lacy Campbell.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Capítulo 20
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Cameron frunció el ceño. Estaba segura de que nunca había visto a aquella
niña, pero en realidad, en cuatro años podría haber cambiado mucho. Es posible que
fuera muy diferente.
—¿Crees que yo te conozco?
—No creo.
—¿Y dices que tienes derechos sobre Elmwood? Eso es imposible. El hecho de
que nos apellidemos igual es pura coincidencia. Mi hermana Taye y yo somos las
últimas Campbell en Mississippi. En todo Estados Unidos. No tenemos parientes
aquí. Habría que tomar un barco e ir a un lugar llamado Escocia para encontrar a los
familiares de mi padre.
Lacy se cruzó de brazos.
—Yo sé lo que sé.
Cameron pensó durante un momento. Se daba cuenta de que lo que decía la
niña no era cierto, claro. Si Lacy las había visto a Taye y a ella en Jackson antes de la
guerra, probablemente era un recuerdo nostálgico. Pero había algo en aquellos ojos
verdes y dorados que le decía que todo aquello era algo más que la invención de una
niña. Y Cameron se temía que no quería conocer aquella historia.
—¿Tienes hambre? —le preguntó Cameron, cambiando de tema.
—Claro. No hay nada en el jardín. Sólo he podido sacar unas cuantas cebollas y
judías de la vieja huerta de los esclavos. Algunas veces he podido cazar un pájaro o
una rata.
Cameron se estremeció.
—Está bien. Vamos abajo, y te daré algo de comer. He traído comida, y la
compartiré contigo.
—Cameron —Jackson la tomó por el brazo e hizo que se girara hacia él y lo
mirara. Le habló en voz muy baja—. No deberías hacer esto. Entiendo que te dé pena,
pero hay chicas en su situación por todo el sur. Deberíamos darle algo de dinero y
echarla de aquí. No puede traernos más que problemas, y más problemas no es
precisamente lo que necesitamos en este momento.
Cameron le lanzó a Jackson una mirada asesina, preguntándose qué quería
decir exactamente. Sin embargo, no dijo nada. Aquello no tenía nada que ver con
ellos, ni con sus problemas. Era algo sobre aquella golfilla medio muerta de hambre,
sin casa, que no era más que una niña. ¿Dónde estaba el corazón de su marido?
Cameron tiró del brazo y se zafó de la mano de Jackson.
—Vamos abajo —le dijo a Lacy—. Hará más fresco fuera.
Cuando bajaron, Cameron le dijo a Jackson:
—Hay una cesta de comida en la parte de atrás del carruaje. ¿Puedes traerla al
porche?
—Cam, sólo son las once…
—Podemos comer aquí. Traeremos una mesa y algunas sillas. Papá y yo
siempre comíamos en el porche.
Él se quedó inmóvil en mitad del vestíbulo, mirándola.
—No voy a dejarte sola con esa pilla. Podría hacerte daño.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
—¿Con su tirachinas?
Cameron le quitó por sorpresa el arma de la mano a Lacy.
—¡Eh! —protestó la niña.
—Sólo quiero guardártelo. Te lo devolveré —le prometió Cameron,
guardándose el tirachinas en el bolsillo. Después miró a Jackson—. ¿Por favor?
Para cuando Jackson volvió, con cara de pocos amigos, del carruaje con la cesta
de comida que les había preparado Naomi, Cameron y Lacy habían sacado al porche
una mesa de madera y tres sillas disparejas que habían encontrado dentro de la casa.
—Yo no tengo hambre —gruñó Jackson, mientras dejaba la cesta en el suelo,
frente a Cameron—. Necesito volver a la ciudad.
—Si tienes que irte —respondió ella—, vete. Llévate el coche. Después, manda a
alguien a que venga a recogerme.
—¡No voy a dejarte aquí sola con ella!
Cameron arqueó una ceja.
—Entonces, ¿vas a esperar a que comamos?
Jackson se alejó, caminando hacia la puerta abierta de la casa, y las miró
enojado.
Cameron no le hizo caso.
—Veamos lo que hay aquí —dijo, y sacó de la cesta varios paquetes envueltos
en papel—. Pollo. Queso. Peras. Ah, y la limonada de Naomi. Te va a encantar.
Lacy se sentó en una silla y miró boquiabierta las maravillas que Cameron
había puesto sobre la mesa.
—Por favor, come —le pidió Cameron—. A menos que quieras lavarte primero
—dijo.
Sin embargo, vio cómo las manos de la niña se movían como rayos. Lacy se las
arregló para tomar un trozo de pollo en cada mano, y una pera.
—No necesito lavarme —respondió Lacy entre dos mordiscos.
Cameron tomó una pera y la lanzó al aire. Después la recogió y le dio un
mordisco.
—Así que dices que Elmwood es tuyo. ¿Y cómo es eso?
—No parece que seas tonta. Ya te lo he dicho. Porque también soy una
Campbell.
Jackson hizo un sonido de desprecio por detrás de ellas.
Cameron miró, asombrada, cómo la niña tiraba al suelo frente al porche el
hueso del trozo de pollo que acababa de devorar. No sabía quién había criado a la
pobre niña, pero no había recibido muchas indicaciones sobre modales.
—Así que eres una Campbell. Supongo que una prima lejana mía, o algo así…
Cameron torció los labios, divertida, al ver que Lacy no respondía.
Probablemente, la niña habría oído que la heredera de los Campbell había vuelto e
iba a restaurar la casa de su familia. Entonces, habría ido allí para ver lo que podía
sacar.
—No—dijo, y le dio un mordisco a la pera, y después otro al segundo trozo de
pollo—. Eres mi tía.
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decía que el señor Campbell era agradable con ella, al menos al principio. Le
compraba bisutería bonita.
—¿Te refieres a Grant? ¿Mi hermano?
Lacy asintió.
—Mamá me contó que entonces era joven, que cojeaba y que quería compensar
aquello. Se creía que era todo un semental.
Cameron palideció. Grant tenía cojera. Se había caído de un caballo a los doce
años, y se había roto la pierna por varios sitios. No había sanado bien, y se le había
quedado más corta que la otra. Después de su herida, la personalidad de su hermano
había cambiado para peor. Siempre había intentado tapar aquella debilidad física
maltratando a los demás, intimidándolos.
Lacy se limpió la boca grasienta con el dorso de la mano, y la mano con el
vestido.
—Por supuesto, perdió interés en mi madre en cuanto empezó a crecerle la
barriga. Mamá me dijo que dejó de ir a verla. Le dijo que parecía una vieja puerca.
Cameron no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo era posible que Grant
hubiera engendrado un niño y lo hubiera ignorado? Sin embargo, ella sabía la clase
de hombre que había sido su hermano, y las cosas que había hecho.
—Si eso es cierto, aunque no estoy diciendo que te crea. ¿Por qué nunca vino tu
madre a vernos? ¿Por qué yo no sabía nada de ti?
—Sí vino. Vino a esta casa cuando yo todavía era un bebé. El señor Cárter la
había echado por culpa de que yo lloraba. Mamá no podía trabajar. Pero Grant
Campbell la echó sin contemplaciones de aquí—dijo, sin intentar disimular su odio—
. Pero el buen señor Campbell, el senador, como mamá lo llamaba —continuó, con la
cara iluminada—, vino a vernos al DogEar y nos dio dinero. Nos alquiló un buen
lugar donde vivir, encima de la botica. Nos traía dinero todos los meses, durante
años, hasta que…
Cameron se agarró a la espalda de la silla, perdida durante un momento en
aquella terrible noche de Elmwood.
—Hasta que murió —murmuró ella.
Lacy asintió.
—Al principio, mamá pensó que se había olvidado de nosotros, por la guerra y
todo eso. Él era un hombre muy importante. Pero después nos enteramos —dijo, y
bajó la mirada hasta la mesa—, Y lo sentimos mucho, porque era un buen hombre.
A Cameron se le llenaron los ojos de lágrimas. David Campbell había sido un
buen hombre, y aquella niña era una de las pruebas.
—¿Qué le ocurrió a tu mamá? —preguntó Cameron.
—Jesús —ladró Jackson—. ¿Te crees toda esta basura?
Cameron se sentó de nuevo frente a Lacy, esperando a que respondiera.
—No pudo encontrar trabajo cuando empezó la guerra. Ya no podíamos
quedarnos más en la casa de la botica, así que empezamos a dormir por ahí. Cuando
llegaban soldados a la ciudad, azules o grises, le daban comida a cambio de que les
lavara la ropa o se la cosiera —la mirada de la niña estaba llena de tristeza—.
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Capítulo 21
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—Esos hombres creen que se los ha empujado a ello. Creen que la guerra no les
ha dado otra opción. No hay trabajo, no hay dinero…
—¿Acaso los estás defendiendo?
—No, por supuesto que no. Esos hombres, y otros de su calaña, deben ser
detenidos si queremos que el sur se recupere. Sólo estoy diciendo que es más
complicado de lo que cree la mayoría de la gente —hizo una pausa, y añadió —:
Mañana salgo para Baltimore.
Cameron lo miró con un nudo en el estómago.
—¿Tan pronto?
—No me necesitas aquí, y yo tengo asuntos que atender.
Cameron lo entendió todo y fue incapaz de controlar su ira.
—Así que es Washington de nuevo, ¿verdad? Cuando hablamos de que nos
quedaríamos aquí, Jackson, entre otras cosas entendía que no habría más misiones
para el Departamento de Estado.
—Pero no siempre conseguimos lo que queremos, ¿verdad, Cameron?
Ella dejó escapar un gruñido de frustración.
—Si me estás hablando de Lacy, ¿por qué no dices a las claras que no quieres
que esté aquí? Es una Campbell, Jackson. No podemos echarle la culpa de que sea la
hija de Grant.
Cameron suspiró, mirando hacia la oscuridad. Sabía que Jackson estaba muy
enfadado por aquel asunto, pero no iba a ceder. Sabía, en lo más profundo de su
alma, que aquella niña era la hija de Grant, y por lo tanto, su propia sobrina. El
senador hubiera querido que ella la acogiera. Jackson, por supuesto, pensaba que no
tenía ninguna prueba, pero ¿cómo iba a explicarle que la prueba estaba en los ojos de
la niña, en la tristeza mezclada con el orgullo que Cameron había percibido en su
tono de voz cuando había mencionado a su abuelo, el senador?
—Lacy está mintiendo, Cameron.
—¡No es posible! Sabe demasiadas cosas como para que se las esté inventando.
—Cualquiera que viva en esta ciudad sabría las cosas que ella te ha dicho sobre
Grant y tu familia.
—No. Todo es propio de mi hermano, cruel y egoísta como él. Es cierto.
—No voy a discutir contigo sobre esto, Cameron. Esta noche no.
—Bien, porque la discusión ha terminado. Lacy se queda.
—No sé cuánto tiempo estaré fuera. He hecho una transferencia de dinero a la
cuenta del banco de la ciudad.
—No necesito tu dinero. Tengo el mío.
—Falcon ha accedido a quedarse a protegeros —continuó, sin hacer caso de sus
comentarios—. Taye y tú no vais a salir de las puertas de la plantación sin que os
acompañe Thomas o alguien más designado por él mismo.
Cameron abrió la boca para protestar, pero él la tomó del brazo con fuerza.
—No es un deseo. Es una orden. Falcon tiene sus instrucciones. Si me
desobedeces, te encerrará en casa y no saldrás. Créeme, lo hará. Él es leal hacia mí, no
hacia el apellido Campbell.
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Efia supo que Clyde había vuelto porque oyó ladrar a la perra. Eran más de las
doce de la noche, y ella ya estaba acostada.
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—¡Efia!—gritó Clyde.
Ella no quería salir de la cama. Estaba agotada, y le dolía la espalda de
descargar cajones de una carreta y meterlos en una casa abandonada, lejos de la
ciudad, en la carretera de Vicksburg. No sabía qué había en aquellos cajones y no
quería saberlo. No quería saber lo que Clyde y sus hombres hacían ni para qué
usaban aquella casa.
—¡Efia! —volvió a gritar Clyde—. ¿Dónde estás? ¡Haznos algo de comer!
Estaba borracho. Apartó la cortinilla que separaba su cubículo del resto de la
casa y Efia se incorporó como por un resorte, intentando taparse los hombros
desnudos con la sábana. Llevaba un camisón viejo y raído, y no quería que los
hombres de Clyde la vieran así. Uno había puesto una lámpara de queroseno sobre la
mesa. Todos estaban borrachos. Otro tenía en la mano una botella de whisky, y otro,
uno especialmente malo, llevaba una chaqueta que parecía buena y nueva.
—¿Dónde has estado, Clyde? —le preguntó suavemente, pegándose contra la
pared—. ¿Qué has estado haciendo? El sheriff y algunos soldados han estado en
Jackson esta semana.
—¡No es asunto tuyo! Vamos, haznos algo de comer.
—Al menos, déjame vestirme.
—No necesitas vestirte —le dijo, y tiró de ella. Después le dio un azote en el
trasero—. No hay nada que mis chicos no hayan visto ya —dijo, riéndose, y los
demás lo corearon.
—Y ahora, vamos —le ordenó Clyde—. Antes de que te dé con la bota en el
trasero. Haznos carne con verduras. Tenemos hambre.
Efia se apresuró a obedecer. Tomó una cacerola oxidada de un cajón que había
contra la pared. Mientras tomaba las verduras de una cesta, miró a los hombres
disimuladamente. Algunos se habían puesto a jugar a las cartas en la mesa, con
Clyde. Los otros habían salido al porche.
En la mesa, un hombre llamado Bucky llevaba un sombrero negro que Efia
había visto en un escaparate de la ciudad. Mientras echaba carbones en la cocina para
encender los fogones, le llamó la atención algo brillante que llevaba alrededor del
cuello. Parecía el collar de una mujer.
Efia no se atrevió a preguntar de dónde había salido todo aquello. En la ciudad,
había oído hablar de unos ladrones que estaban aterrorizando al condado. Ella no
sabía de dónde habían salido la ropa ni las joyas que llevaban, pero no era cosa suya
decir lo que estaba bien y lo que estaba mal. Sabía que si hablaba no conseguiría nada
más que ir a la tumba.
Efia se volvió hacia la cocina. Mientras removía las verduras en el agua con un
palo, recordó a Taye Campbell. No sabía por qué pensaba en la guapísima mulata,
pero se preguntaba qué estaría haciendo en aquel momento. Probablemente, dormir
con un camisón bueno en una cama grande, con sábanas limpias que olerían a rayos
de sol.
Clyde le levantó el borde del vestido lentamente, enseñándoles a los hombres el
trasero desnudo de Efia.
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Ella se volvió y movió el palo ante él, con mucho cuidado de no golpearlo. Si lo
golpeaba, él la tiraría al suelo de una patada y probablemente le rompería otro
diente.
Los hombres estallaron en carcajadas y Clyde volvió a tirarle del borde del
camisón. Siempre era así, un matón. Nunca se cansaba de la misma broma estúpida.
La repetía una y otra vez, sin importarle cuánto daño le hacía.
—Bueno, voy a salir a orinar —dijo Clyde, evidentemente para que los demás lo
oyeran—. ¿Crees que podrías sujetarme las cartas?
Le metió la mano bajo el camisón e intentó insertar las cartas entre sus nalgas.
Los hombres volvieron a reírse ruidosamente.
Clyde habría conseguido lo que se proponía si ella no se hubiera echado a un
lado en cuanto sintió que las cartas le tocaban la piel.
—Ten cuidado—le dijo, agarrando la cacerola—. El agua de las verduras está
hirviendo. No quiero que te quemes.
Clyde dejó las cartas en la mesa y fue hacia la puerta, riéndose por sus propias
gracias. Efia lo vio de pie al borde del porche, observando orgullosamente cómo su
chorro dibujaba un arco en la oscuridad.
Efia había oído en la ciudad el rumor de que Taye Campbell estaba
comprometida con un abogado, Thomas Burl. Un hombre blanco. Efia también tenía
un hombre blanco, pero suponía que el de Taye no se orinaba desde el porche en sus
flores. A Efia no le sentaba nada bien aquello. Nada bien.
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—Es usted el que lleva el cuchillo, amigo. ¿Le apetece beber algo?
El hombre miró a su alrededor, se aseguró de que nadie le estaba prestando
ninguna atención y se sentó frente a Jackson.
—¿Cree usted que un negro libre también puede hacer algo por su país,
capitán?
Jackson lo miró por encima del borde de la jarra.
—Éstos son tiempos peligrosos. Un hombre tiene que tomar sus precauciones.
—Y si es negro, más aún. Me llamo Spider.
—Entiendo, Spider, que tiene usted información sobre cierto soldado.
—¿De nombre?
—Thompson.
—¿Quiere unirse a él?
Jackson miró al hombre atentamente. Aquél era siempre el quid de sus
conversaciones con los informadores. A veces, tenía que hacer un doble juego para
obtener la información que buscaba. Jackson no sabía si Spider estaba con Thompson
o contra él, pero respondió acertadamente.
—Quiero detenerlo antes de qué cometa alguna estupidez.
Spider sacudió la cabeza, y tomó la jarra de cerveza de Jackson.
—Tiene muchos hombres a su lado. Y hay mucha gente que ayuda a esos
hombres, les da comida, los esconde, los ayuda a reunir armas y munición. No sólo
en Alabama, sino en Mississippi y en Virginia, también.
—Necesito saber qué pretende hacer con el ejército que está formando.
Spider sonrió y se llevó la jarra a los labios.
—Quieren recuperar su honor, quieren que caiga el gobierno…
—¿Están planeando un asesinato?
Spider encogió sus enormes hombros.
—Podría ser, pero no creo. Son demasiados hombres. Estamos hablando de un
ejército.
—¿Cree que quieren marchar hacia Washington? ¿Van a atacar?
Un joven de pelo rubio, con una horrorosa cicatriz en la mejilla, apareció de
entre la oscuridad de la taberna.
—Spider, tiene que irse de aquí —susurró Jackson con urgencia, mirando tras
él—. Sabe que no pueden atraparlo aquí, codeándose con los demás. Lo lincharían
antes del amanecer.
Spider le dio el último trago a la cerveza y dejó la jarra sobre la mesa.
—Gracias.
—No, gracias a usted —Jackson deslizó la mano por la mesa y la levantó junto a
él, para enseñarle una pila de monedas.
Spider miró el dinero durante unos instantes.
—Yo no soy de esa clase de hombres.
Jackson le miró la camisa sucia y rota, y los zapatos gastados.
—Quizá su familia…
—Mi familia está muerta. Hago esto porque creo en el gobierno que tenemos en
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Capítulo 22
—No tardaré —le dijo Taye a Cameron al bajar del coche—. Sé que Thomas está
muy ocupado, y solamente quiero pasar a verlo y ver cómo están progresando las
obras de su oficina.
—Tómate el tiempo que necesites —le dijo su hermana—. Lacy y yo estaremos
en la tienda de vestidos, y mandaré el carruaje a que te recoja.
Lacy estaba sentada junto a Cameron, con una espléndida sonrisa, emocionada
por montar en un coche.
—Oh, no es necesario —respondió Taye rápidamente mientras abría el
parasol—. Puedo ir andando. Es una distancia muy corta.
Falcon frunció el ceño y Cameron lo vio.
—Enviaré el carruaje por ti, Taye —insistió—. Que lo pases bien.
—Que lo pases bien, tía Taye —repitió Lacy, practicando sus modales.
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llegado a Jackson, y si aquello no cesaba pronto, Taye iba a insistir en que fuera a ver
a un médico.
—Aquí estás —le dijo, siguiendo un estrecho pasillo hacia lo que ella sabía que
sería su despacho, una vez que el muro trasero, que había derribado la artillería de
Sherman, fuera reconstruido.
—Thomas —dijo ella alegremente, cuando lo vio junto a una nueva ventana.
Tenía un visitante, un señor moreno de aire distinguido que tenía un pequeño
mostacho.
—Taye —dijo Thomas, limpiándose la boca con pañuelo. Se lo guardó en el
bolsillo y sonrió—. Qué detalle que hayas venido a verme.
Ella sonrió también, pensando que parecía que se había alegrado por su visita
de verdad.
—Espero no interrumpir.
—Por supuesto que no. Te estaba esperando. Señor Gallier, permítame que le
presente a la hija del senador David Campbell, Taye Campbell.
Taye se quedó helada. ¿La hija del senador? ¿Así iba a presentarla Thomas?
¿Cómo la hija del senador, y no como su prometida?
El señor extendió la mano para saludarla, pero de repente se detuvo y se quedó
mirándola. Pasaron varios segundos embarazosos antes de que parpadeara y
continuara amablemente.
—Discúlpeme, mademoiselle, es que me ha recordado usted a otra persona. A
alguien que perdí. Es un placer conocerla —dijo, con un marcado acento francés
criollo.
—Oui, también es un placer para mí conocerlo —dijo ella.
Le permitió que le besara la mano enguantada, obligándose a sí misma a
continuar sonriendo amablemente, aunque el corazón se le hubiera hundido. ¿Por
qué Thomas no la había presentado como su prometida?
—El señor Gallier es un futuro cliente, Taye. Conoció a Jackson en la guerra. Ha
sido muy amable por su parte pasar por aquí a ver cómo van las obras, ¿verdad?
Taye mantuvo la sonrisa en los labios.
—Verdaderamente amable.
—Bien, ahora tengo que irme, pero volveré la próxima vez que pase por
Jackson, ¿le parece, Monsieur Burl? Así podremos estudiar a fondo mis opciones.
—Sí, sí, claro, por supuesto —Thomas le tendió la mano con entusiasmo—.
Estoy deseando volver a verlo. En cuanto me envíe esos documentos, empezaré a
trabajar inmediatamente.
El señor Gallier le hizo una suave reverencia a Taye y se puso de nuevo el
sombrero.
—Au revoir.
—Bien —dijo Thomas, cuando el señor se marchó—. ¿Estás teniendo un buen
día?
Ella escrutó su rostro, con la esperanza de que hubiera malinterpretado sus
palabras. Quizá sólo hubiera estado nervioso por tener un nuevo cliente y se hubiera
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bolsillo y le tomó la mano—. Pero, de verdad, está siendo mucho más difícil de lo
que yo pensaba.
Ella se echó hacia atrás. No quería que la tocara.
—¿Qué es más difícil?
Él no la miró a los ojos.
—Estar aquí. Hablar con gente que ha perdido tantas cosas. Sé que está mal,
pero ¿te das cuenta de que culpan a los esclavos liberados por todo lo que les ha
ocurrido?
—Pero, Thomas, ¿qué tiene que ver eso conmigo? —le preguntó Taye—. Mi
padre nos liberó a mi madre y a mí hace muchos años. ¡Yo no empecé esta guerra!
—Lo sé—Thomas sacudió la cabeza con tristeza—. Lo sé. Por favor, no te
enfades conmigo, Taye. No soportaría que te enfadaras. Pero… tú eres mucho más
fuerte que yo… yo soy débil —murmuró—. Es tu sangre Campbell, supongo.
—No, Thomas. Estás equivocado. No eres un hombre débil —al mismo tiempo
que intentaba convencerlo a él, intentaba convencerse también a sí misma—. Piensa
en todas las cosas que hiciste en la guerra. Eres un hombre valiente. Un héroe.
—Jackson —susurró Thomas—. Lo hice todo por Jackson, y con Jackson. Yo no
tengo agallas.
Taye suspiró, abatida. Tenía razón. Taye no quería que la tuviera, pero era así.
—Has sido valiente para decirme que el color de mi piel te preocupa —le dijo
suavemente.
—Por favor, deja que te compense—le rogó Thomas—. No te marches
enfadada.
Ya no sentía cólera, pero en su lugar había un dolor que conocía muy bien. Taye
había esperado que Thomas lo mitigara, pero se dio cuenta de que él nunca podría
hacerlo.
—Creo que deberíamos hablar de esto más tarde, cuando los dos hayamos
tenido tiempo para pensar —le dijo amablemente.
Él asintió. Parecía que estaba aliviado de que ella se marchara.
—Tienes razón. Por supuesto, tienes razón. Nos veremos esta noche. Quizá
debiéramos ir a dar un paseo después de cenar.
Taye se volvió y salió del despacho. Se sacó el pañuelo del bolsillo y se secó los
ojos humedecidos. Siempre había estado segura de que lo que quería era casarse con
Thomas, pero en aquel momento se sentía como un barco a la deriva. A medio
camino del pasillo, casi se chocó con Falcon.
—¡Oh! —exclamó Taye—. No me había dado cuenta de que habías entrado —le
dijo. Sus miradas se cruzaron, y ella se dio cuenta de que Falcon habría oído, al
menos, la última parte de su conversación con Thomas—. ¡Estabas escuchando! —lo
acusó.
—Estaba esperándote, tal y como me dijo Cameron.
Taye siguió caminando hacia la salida, totalmente mortificada porque Falcon
hubiera oído lo que había ocurrido entre su prometido y ella… si todavía era su
prometido.
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Thomas se quedó en mitad del despacho vacío, mirando la puerta por la que
Taye acababa de salir, sin poder creerse lo que le había hecho. ¿Cómo podía haber
sido tan débil y tan miserable?
Taye siempre había sido buena con él. Le había ofrecido su amor una noche en
el golfo de México, en la cubierta de un barco. Era la primera mujer que lo había
amado. ¿Y él iba a pagárselo así?
Comenzó a toser de nuevo, y tuvo que sacar el pañuelo. Tosía tan fuerte que se
dejó caer en una silla, en una esquina de la habitación. Estaba empeorando. Había
probado con diferentes preparados que le habían dado en boticas de Baltimore,
brebajes de sabor y olor desagradables, pero los síntomas no habían desaparecido.
Siguió tosiendo hasta que creyó que los pulmones iban a estallarle. Se limpió la
boca con el pañuelo, intentando pensar qué le diría a Taye aquella noche cuando
fueran a pasear.
Quizá debiera mudarse a la casa de sus padres. Ya habían limpiado y arreglado
varias habitaciones, y estaban habitables. Vivir apartado de Taye le daría tiempo para
pensar. Él le había dicho que se casaría con ella, y si eso era lo que Taye quería, él
cumpliría su promesa. Pero después de haber visto el tipo de hombre que era,
esperaba que Taye pensara mucho en aquella proposición. Y si Taye decidía que no
se casaría con él…
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Capítulo 23
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sensación que le producía la mano de aquel hombre sobre la suya, cuando habían ido
juntos en el carruaje. Él había sido comprensivo y la había consolado sin juzgarla, y
ella no podía evitar sentirse agradecida por la amabilidad que le había ofrecido.
Taye apartó sus pensamientos de Falcon y se concentró en lo que le estaba
diciendo Cameron. Estaba charlando alegremente, y Taye se daba cuenta de que cada
día que pasaba era más ella misma.
—Ha sido realmente extraño —estaba diciendo Cameron—. Efia me preguntó
por Thomas. También me preguntó cuándo ibas a casarte, y dónde vivirías.
—Supongo que tendría curiosidad —dijo Taye, forzando una sonrisa—.
¿Quieres que te ayude con el pelo de Lacy? —le preguntó para cambiar de tema
enseguida.
—¡No! —exclamó la niña. Se levantó del escabel con el cepillo colgándole del
pelo, con los ojos verdes muy abiertos, salvajes—. Lo hará Cameron.
—Muy bien —dijo Taye amablemente—. Está bien, Lacy. Sólo quería ayudar,
eso es todo. Cameron lo hará, y yo sólo miraré.
—Siéntate—le dijo Cameron a Lacy, y la empujó con suavidad por el hombro
para que volviera a sentarse—. O si no, te arrancaré el pelo de la cabeza.
Lacy miró a Taye cautelosamente, pero volvió a sentarse.
Lacy no tenía miedo de Taye, ni de las demás mujeres de la casa, pero estaba
claro que su preferida era Cameron. Con los hombres, sin embargo, era algo
diferente. Era evidente que no se fiaba de ellos. Cuando Jackson había intentado
ayudarla a bajar del carruaje, el día en que habían llegado de Elmwood a Atkins'
Way, había querido morderlo. Había hecho falta que Cameron, Naomi y Taye la
convencieran de que saliera de debajo del carruaje, donde se había retirado cuando
Jackson la había soltado, con una gran barra de caramelo.
Taye supo inmediatamente que la niña, fuera quien fuera, había sufrido abusos
por parte de los hombres. No estaba molesta por la desconfianza de Lacy hacia ella.
Era normal que se sintiera vinculada a Cameron, porque era ella quien la había
encontrado. Y Taye no podía evitar pensar que aquello era justo lo que su hermana
necesitaba en aquel momento.
—Creo que Longfellow y yo nos vamos a dormir —dijo Taye. Cerró el libro y se
levantó—. Nos veremos por la mañana —añadió, mirando a Lacy—. Jovencita, tú y
yo tenemos una reunión después del desayuno, para empezar con tu primera lección
de lectura.
Lacy abrió la boca para protestar.
—Bueno, bueno—dijo Taye dulce pero firmemente—. Nos sentaremos a la
mesa, en el despacho, mientras Cameron trabaja. Así podrás estar con ella. Pero
necesitas aprender, y aprenderás —le dijo, moviendo el dedo índice—. Y deja que te
diga que seguro que preferirás mis métodos a los suyos. No tiene ninguna paciencia.
Es una profesora malísima.
Cameron se rió, mientras pasaba el cepillo por uno de los rizos recién liberados
de la niña.
—Taye tiene razón en eso, Lacy.
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seda de su camisola le pareció áspera como una lana vieja contra la piel.
Falcon sólo la acarició durante unos segundos, antes de liberarla.
Pero Taye quería más. Notaba el calor del azoramiento en las mejillas. ¿O sería
algo más, sería el fuego desmedido que le ardía en las entrañas?
No sabía qué decir. Sólo sabía que si no se alejaba de Falcon en aquel momento,
lo seguiría a su habitación. Y entonces, no sabía de lo que sería capaz, completamente
atrapada en su hechizo tal y como estaba.
—Taye —susurró él, y su nombre le pareció algo exótico.
Algo amado.
Taye levantó una mano para acallarlo.
—Por favor. No digas nada—murmuró—. Esta noche no.
Y entonces, con el libro en la mano, entró en su habitación y cerró la puerta.
Durante unos minutos, se quedó apoyada en la puerta, con los ojos cerrados,
mientras esperaba a que el corazón aminorara su ritmo. Escuchó la respiración de
Falcon al otro lado de la puerta. Después, oyó sus pasos.
Y sólo cuando se desvaneció aquel sonido, se permitió abrir los ojos.
—Oh, Dios —dijo, en un suspiro—. ¿Qué estoy haciendo?
Aquella noche, sus sueños volvieron a estar poblados de imágenes de aquel
hombre moreno, de sonrisa espléndida y manos mágicas.
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Capítulo 24
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—¿Por qué demonios estás haciendo tanto ruido, mujer? —Clyde apartó la
cortina y salió de la cama, subiéndose los pantalones.
—Lo siento —respondió Efia, bajando la cabeza, sumisa—. Pensé que quizá te
apetecería un buen desayuno —dijo, y le dio la vuelta al beicon que estaba friendo en
una sartén—. Te he hecho huevos con beicon, y te guardé unas galletas de ayer por la
noche —lo informó con una sonrisa—. ¿Por qué no te sientas y me dejas que te sirva
un café?
Clyde la observó mientras se dejaba caer en una de las sillas de la cocina.
—¿Qué te ha pasado?
—Nada —respondió Efia. Le sirvió una taza de café fuerte y se la llevó a la
mesa, con cuidado de no derramarlo en la mesa. Él odiaba que derramara el café—.
Aquí tienes el azúcar —deslizó una pequeña bolsita de papel con una cuchara por la
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comprar el sombrero. ¿Verdad que no? —le preguntó a la perra, con dulzura—. Y
ahora, deja que se enfríe esa grasa del beicon y dásela a Sally para que la lama.
Porque es una buena chica, ¿verdad? —le dijo al animal.
Le hablaba mejor a la perra que a ella.
Efia tomó la sartén y obedeció. No dijo nada más del sombrero azul, pero pensó
en él. Pensó mucho en él, y se imaginó a sí misma en una bonita calesa, llevando
aquel sombrero.
—No entiendo por qué no puedo ir sola —dijo Taye, exasperada, mientras se
movía por el asiento del coche para dejarle sitio a Falcon.
¿Acaso aquel hombre tenía ojos en la espalda? Ella sólo quería escabullirse e ir a
visitar a la señora Pierre y a su hija.
Falcon sonrió.
—Sabes por qué no puedo permitir que vayas sola. Mi amigo ha confiado en mí
para que te proteja.
—Pero podrías enviar a alguno de los hombres. No es necesario que vayas
conmigo cada vez que voy a la ciudad. Ya le has dejado claro a todos los hombres,
mujeres y niños de Jackson que tienen que tratarme como si fuera una reina. Dios
mío, creo que todo el mundo tiene miedo de decirme hola.
Falcon condujo a los caballos hacia la carretera.
—Sé que podría enviar a otro, pero no quiero—dijo, y la miró de reojo—.
Quiero acompañarte porque deseo sentarme a tu lado. Quiero oír tu voz y oler la
esencia de tu pelo.
Aquellas palabras hicieron que Taye sintiera una súbita calidez por todo el
cuerpo. Intentó ignorarlas.
—¿Quieres decir que disfrutas siguiéndome de tienda en tienda, llevándome las
bolsas? —dijo, mientras se ajustaba el sombrero azul nuevo y se colocaba el velo
blanco que le caía sobre la melena de ébano por la espalda.
Él volvió a mirarla.
—Te llevaría a ti, de tienda en tienda, si me lo pidieras.
Ella se rió al imaginárselo. Aquel enorme cherokee llevándola en brazos desde
la tienda de telas al almacén, y después al banco.
Él arqueó una de sus negrísimas cejas, evidentemente, sin entender lo que era
tan divertido.
—Lo siento —dijo Taye, riéndose todavía—. No me estoy riendo de ti, Falcon —
le acarició la manga de la chaqueta como si fuera la cosa más natural del mundo; sin
embargo, por la expresión de su cara, aquel roce inocente no había pasado
desapercibido.
Ella apartó la mirada tímidamente, pero no apartó la mano de su brazo.
Estaba ocurriendo algo entre ellos. Era algo que ella sentía, pero no podía
explicar. Era algo profundo. El hombre que estaba sentado a su lado estaba
empezando a llenar una necesidad profunda que ella ni siquiera sabía que existía.
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Falcon estaba conquistándola activamente, pero no de una forma con la que ella
estuviera familiarizada. Él no le hacía cumplidos ni alababa sus dotes para la música,
ni su habilidad en los juegos de mesa. Tampoco estaba interesado en los libros que
leía ni en las lenguas que hablaba. No había coqueteos tontos, ni insinuaciones
atrevidas. Él hablaba muy poco en comparación con otros hombres que estuvieran
cortejando a una mujer. Sin embargo, cuando lo hacía, sus palabras eran
alarmantemente sinceras, y siempre le salían del corazón. Le hacía regalos, pero no
eran jabones perfumados ni partituras. Una noche, le dejó una preciosa pluma roja en
la almohada, y otra vez, una piedra negra y brillante.
Falcon Cortés no era nada que ella hubiera pensado que quería en un hombre. Y
sin embargo, lo era todo.
—¿Qué miras? —le ladró Clyde a Efia—. ¡Súbete a la carreta, o te dejaré aquí!
Efia se había quedado helada junto al carro, mirando a Taye Campbell pasar en
su preciosa calesa, con aquel guapo piel roja que la llevaba adonde ella quisiera ir.
¡Llevaba el sombrero azul! ¡Su sombrero azul! ¡El que ella había visto en el
escaparate!
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Se las secó rápidamente, furiosa, mientras
veía pasar el carruaje.
—¿La conoces? —le preguntó Clyde, al verla pasar a su lado—. Es una buena
hembra, ¿eh?
Efia se enjugó las lágrimas de nuevo mientras subía a la carreta.
—Tú también la conoces. La recordarías si tuvieras cabeza, idiota.
Él se volvió para darle una bofetada, pero ella lo esquivó. Sabía que se iba a
ganar una buena. Había estado todo el día comportándose descaradamente con él,
pero a ella ya no le importaba.
—Es Taye Campbell, la hija mulata que el senador Campbell tuvo con su ama
de llaves.
—Demonios —comentó Clyde, observándola mientras su calesa se detenía—.
Yo no la habría reconocido.
Efia vio cómo el indio la ayudaba a bajar a la acera. El sombrero azul le iba tan
bien a sus ojos, que Efia se puso enferma.
Si aquel desgraciado de Clyde le hubiera dado el dinero, ella sería la que
llevaría aquel sombrero, y no Taye.
—Yo sí. Yo sé un par de cosas de la señorita Taye que dejarían asombrado a
más de uno —farfulló.
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Capítulo 25
Volvía a casa. Por fin, Jackson volvía a casa. Cameron se quedó junto a la oficina
de telégrafos, releyendo el telegrama que tenía entre las manos. Después de semanas
de secretismo y de recibir telegramas impersonales desde lugares como Chattanooga
y Memphis, él le había enviado uno diciendo que estaría allí a finales de semana. Sin
embargo, con su regreso tan cerca, Cameron ya no sabía si se moría de impaciencia o
de temor.
—Mi marido nos concederá pronto la gracia de su presencia, Taye —murmuró
con ironía, mientras metía el telegrama en su bolso.
Taye la tomó del brazo y caminaron aprisa por la acera.
—Eso es maravilloso. ¿Ves? Te dije que volvería pronto. Vamos, Falcon dice que
tenemos que darnos prisa. Está oscureciendo, y quiere que estemos en casa para
cuando anochezca.
Cameron frunció el ceño, mientras le permitía que la guiara hacia el coche.
—Falcon —gruñó—. Ese hombre exagera un poco, ¿no te parece? —le comentó,
mirándola atentamente a la cara, con la esperanza de descubrir algo de la relación
clandestina que, según sospechaba, había entre Taye y el cherokee.
Taye apartó la mirada.
—Ha habido otro ataque en una granja. Violaron a la mujer y le dieron una
paliza. No sobrevivió —dijo, muy seria.
—No entiendo cómo es posible que los soldados no atrapen a esos miserables.
Acaban de destinar aquí a un capitán. Creía que él se ocuparía de esto —dijo
Cameron, con los ojos brillantes de cólera—. ¿Es realmente tan difícil encontrarlos?
Cuando llegaron al coche, Falcon ayudó a subir a las dos mujeres.
—Probablemente ya lo sabes —le dijo Cameron—pero Jackson vuelve a casa.
—Eso está bien —dijo Falcon, con la suave cadencia de su voz—. Ya era hora de
que Jackson volviera a sus responsabilidades. Un hombre no puede reparar las cosas
tan lejos de su hogar.
Cameron vio que las miradas de Taye y Falcon se cruzaban y establecían una
comunicación silenciosa. Se preguntó si habrían estado hablando de Jackson y de ella
a sus espaldas. Tendría que hablar con Taye de aquel asunto. ¿Por qué estaría Taye
hablando con Falcon de asuntos tan personales? ¿Cuál era exactamente la relación
que había entre ellos dos? Ella iba a casarse con Thomas, supuestamente. Aunque
parecía que aquella unión también estaba en el aire. Thomas se había mudado a casa
de sus padres, y lo veían sólo de vez en cuando. Taye raramente lo mencionaba, pero
cuando se la presionaba, decía que aún estaban comprometidos. Cameron no sabía lo
que había en la cabeza de Taye, y aquello no le gustaba nada.
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Jackson se dio cuenta, mientras bajaba del tren, de que estaba nervioso. Había
vuelto a casa con su mujer, así que ¿por qué estaba tan preocupado? Había
terminado lo que tuviera con Marie, y Cameron nunca se enteraría. Seguramente, ella
habría tenido tiempo de pensar durante aquellas semanas en las que él no había
estado. Mientras su cuerpo se recuperaba, seguramente habría conseguido
perdonarlo por lo que había hecho.
Mientras caminaba por la estación con su bolsa de viaje, Jackson tenía la
esperanza de que Cameron hubiera ido a esperarlo allí. Se imaginó que abriría los
brazos y ella correría hacia él, y pensó en cómo sería volver a Atkins' Way para
compartir una cena íntima a la luz de las velas, y después llevársela a la cama y
hacerle el amor durante toda la noche.
Era un deseo tonto, claro. Él ni siquiera había dicho en su telegrama en qué tren
llegaba, ni siquiera de qué ciudad.
Sin embargo, cuando vio a Falcon en la puerta de salida de la estación, no pudo
evitar sentir cierta desilusión.
—Falcon —le dijo, ofreciéndole la mano.
Falcon lo abrazó, y Jackson se quedó entre asombrado y azorado por el nudo de
emoción que se le hizo en la garganta. No se había dado cuenta de que un hombre
podía reconfortar a otro de aquella forma.
—Amigo —dijo Falcon, simplemente.
Jackson dio un paso atrás, incómodo por su respuesta emocional ante el abrazo
de Falcon.
—Me alegro mucho de verte.
Falcon asintió, mirándolo fijamente con sus ojos de obsidiana llenos de
sabiduría.
—He venido en la carreta, para recoger algunos barriles para Naomi. Espero
que no te importe el medio de transporte.
Jackson se rió.
—Parece que Naomi tiene a toda la casa bajo control.
—Verdaderamente. Y Noah se ha hecho cargo de la reconstrucción de la cocina
de Elmwood. Son buena gente.
Jackson puso cara de pocos amigos. No pudo evitar pensar que era Elmwood, la
maldita plantación, la que había causado todos aquellos problemas. Si los soldados
confederados hubieran quemado la casa, él estaría en Baltimore con su mujer, y
ambos estarían esperando al hijo que habían perdido.
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Efia fue a la comisaría con su mejor vestido. A través de la ventana, vio a dos
soldados de uniforme gris bebiendo café en tazas. No oía lo que decían, pero sí sus
risas. ¿Por qué su vida era así, como si ella siempre estuviera fuera, sola, mientras los
demás estaban dentro, riéndose felices?
Efia no era tonta como para creer que el dinero era lo único que podía
proporcionarle la felicidad a una persona. Sabía que el color de su piel sería una
desventaja para el resto de su vida. Sin embargo, el color de la piel de Taye Campbell
era casi tan oscuro como el suyo, y a ella le había ido muy bien.
Efia se acordó una vez más del sombrero azul, y entró en la comisaría.
Había un soldado rubio con un mostacho, leyendo el periódico sentado a una
mesa. Ni siquiera la miró.
—¿En qué puedo ayudarte?
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Efia miró hacia atrás, hacia la puerta, agarrando su bolso con fuerza. Si se
marchara en aquel momento, nadie se daría cuenta.
—¿En qué puedo ayudarte? —repitió el soldado, mientras levantaba la vista y
la miraba de arriba abajo, juzgándola.
—Sí… Me preguntaba si…
—¿Cómo? —dijo, prestándole toda su atención—. Tienes que hablar un poco
más alto.
Efia apretó los labios y miró a la cara al soldado.
—¿Pagan por información?
—¿Qué tipo de información?
—Sobre crímenes. Sobre gente que comete un crimen pero no la atrapan.
—¿Qué tipo de crímenes? —preguntó, y se dio la vuelta—. Capitán Grey,
¿podría venir un momento? —se volvió de nuevo hacia Efia—. Puede contárselo a
nuestro capitán.
Efia sacudió la cabeza.
—No. Quiero saber cuánto pagan, primero.
—Eso depende de lo grave que sea el crimen del que estás hablando. Si es el
robo de unas gallinas, no tenemos tiempo para eso. Si estás hablando de un crimen
de verdad… —se acercó a ella por encima de la mesa y terminó en un susurro—: Se
puede arreglar.
—Me refiero a un crimen grave —dijo ella, inclinándose también hacia él—: A
un asesinato.
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Capítulo 26
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de sus pezones rosados y él se lo lamió. Cameron gimió y arqueó las caderas contra
él.
Le tiró de las solapas de la chaqueta y se la quitó, tirándola descuidadamente a
la hierba. Después le sacó la camisa de los pantalones y metió las manos bajo la tela
de lino blanca. Le acarició la espalda, causándole un cosquilleo de placer en la piel
desnuda.
Entonces, casi perdió el equilibrio en sus brazos.
—Nos vamos a caer —le dijo.
—No… —respondió él.
Oyó su risa y abrió los ojos para mirarla.
Cameron se puso de rodillas y tiró de él para que bajara con ella.
El sol se estaba poniendo al este, sobre las copas de los olmos y los robles, pero
la hierba estaba caliente todavía, y a Jackson le pareció que aquel calor se le metía en
los huesos. Inclinó la cabeza hacia Cameron y se hundió en sus ojos de color ámbar.
Una a una, le fue quitando las horquillas del pelo, hasta que los rizos le cayeron
como una cortina de terciopelo rojo sobre los hombros y la espalda.
Ella apoyó la frente en su barbilla, y deslizó una mano por su muslo,
lentamente. Él gruñó de placer al sentir las puntas de sus dedos en la ingle.
—Has dicho que me habías echado de menos —le dijo ella, mirándolo a los
ojos—. ¿Es esto lo que has añorado?
—Sí…
—¿Y esto? —entonces, deslizó la mano hacia abajo y después hacia arriba, para
tomarle en la palma el bulto hinchado, haciendo que le temblara todo el cuerpo.
De repente, Jackson pensó que si no tenía cuidado, podría suceder que todo
aquello terminara antes de que Cameron disfrutara y saciara sus necesidades. Se
obligó a apartarle la mano y se tumbó de espaldas sobre su chaqueta, atrayéndola
hacia él.
Cameron se tendió sobre su cuerpo y se frotó suavemente contra sus caderas.
—Provocadora —le dijo él, y, en un solo movimiento, se dio la vuelta y se
colocó sobre ella.
Cameron se estiró como una gata, mirándolo con los ojos entrecerrados. Tomó
puñados de hierba, los arrancó y los lanzó por encima de ellos, y los dos quedaron
bajo una lluvia de hojitas verdes. Una le cayó a Jackson en el pelo, y ella lo tomó
entre los dedos, riéndose.
—Así —le dijo él, en voz baja—, con el pelo suelto, con esa sonrisa traviesa en
los labios —dijo, mientras le recorría la boca con el dedo índice—, parece que tienes
otra vez diecisiete años.
—Pero sé muchas más cosas que cuando tenía esa edad —ronroneó Cameron.
Le tomó el dedo entre los dientes y mordió con suavidad, juguetonamente.
Con un gruñido de deseo, Jackson le tomó los brazos y se los apretó contra la
suave hierba que había sobre su cabeza. Mientras le sujetaba ambas muñecas con una
mano, con la otra le bajó el vestido hasta la cintura y tomó uno de sus pezones
endurecidos entre los dientes. Se lo mordisqueó suavemente y le lamió la punta una
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y otra vez.
El deseo, una corriente de calor, corrió por las venas de Cameron al instante,
desbocado. Se zafó de la sujeción de Jackson y le pasó los dedos por el pelo para
guiarle la cabeza y la boca a su otro pecho. Entonces, él se puso de costado y la
arrastró hacia él. La besó con pasión, mientras ella le pasaba un dedo por el pecho y
por el estómago hacia la cintura de sus pantalones. Recorrió con la yema la oscura
línea de vello que desaparecía bajo la tela.
—Acaríciame, Cameron —la animó él, mirándola a los ojos.
En ellos encontró una ternura que necesitaba desesperadamente. Sin apartar la
mirada de él, Cameron le desabrochó los pantalones y metió la mano bajo la tela. Él
se estremeció cuando ella lo agarró con firmeza, con la mano cálida y segura. Jackson
cerró los ojos.
Cameron lo acarició rítmicamente, aminorando la fricción cuando a él se le
aceleraba la respiración, y acelerando las caricias de nuevo cuando él se había
calmado. Jugueteó con las sensaciones de Jackson hasta que sus propios sentidos
estuvieron desbocados, hasta que no pudo soportar un momento más sin querer
tenerlo dentro de ella.
—Jackson —susurró.
Él sabía lo que quería. Con suavidad, le apartó la mano y metió los dedos bajo
la falda de su vestido, recorriéndole la parte interior del muslo. Cameron creyó que
iba a derretirse sobre la hierba. Contuvo el aliento mientras él se acercaba al lugar
que latía, húmedo de deseo por él.
Por fin, Jackson cubrió el lecho de ricillos rojizos con la palma de la mano y ella
alzó levemente las caderas para favorecer sus caricias.
—Entra en mí —le rogó con la voz ronca, separando las piernas.
Jackson se tendió sobre ella y, al sentir la fuerza de su miembro desnudo contra
las piernas, Cameron gimió. Él la tomó con un solo movimiento. La atravesó un
escalofrío y gritó, apretándole los hombros con los dedos. Con una sola embestida,
ella ya había alcanzado las cimas del placer.
Jackson se quedó inmóvil unos segundos, permitiéndole que recuperara el
aliento y se adaptara. Después, comenzó a moverse de nuevo, sabiendo lo que a ella
le gustaba. Varió el ritmo y la longitud de sus embestidas, jugando con ella,
seduciéndola, hasta que se encogió bajo él una vez más.
Él arqueó la espalda y tomó uno de sus pezones, erectos y duros, entre los
labios. Ella volvió a gritar al sentir un clímax incluso más intenso que el anterior.
Cameron notó que todos los músculos del cuerpo se le tensaban, y después se le
relajaban mientras las pulsaciones de placer recorrían todas y cada una de las fibras
de su ser.
Jackson bajó la cabeza y le besó las mejillas, mojadas de lágrimas. Le apartó un
rizo de la frente y le besó el lugar donde había descansado.
Cameron abrió los ojos y se bebió su sonrisa. Después, levantó las caderas y él
comenzó a moverse de nuevo. Sin apartar la mirada de sus ojos grises, ella se alzó
una y otra vez, notando lo cerca que él estaba de llegar a lo más alto, escuchando su
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respiración. Cameron intentó contenerse, pero no pudo. Le rodeó el cuello con los
brazos y lo atrajo hacia sí, más, y más profundamente.
Entonces gritó mientras su cuerpo entero explotaba y se hacía miles de dardos
de luz y placer brillante. Oyó a Jackson gruñir cuando por fin alcanzó el orgasmo y se
estremeció mientras las ondas del éxtasis lo recorrían.
Después de unos momentos de estar abrazados, sin moverse, Jackson salió de
su cuerpo y se tumbó de espaldas, abrazándola. Había oscurecido rápidamente, y
ella ya no veía la estructura de madera del establo, que estaba junto a ellos.
Jackson le besó de nuevo las mejillas, la punta de la nariz, la boca. Ella le
acarició la mejilla.
—Bienvenido a casa —murmuró.
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Capítulo 27
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—La tía Taye me dijo que podía ponerme uno de sus vestidos, si tuviera las
manos limpias —dijo, y se giró para enseñárselo. La falda del vestido se abrió como
una flor en el aire.
—Si tenía las manos limpias —la corrigió Cameron—. ¿Dónde está Taye?
La niña siguió girando por la habitación, sin tener cuidado de no pisar el bajo
del vestido, que se arrastraba por el suelo.
—La tía Taye me está enseñando a bailar el vals —dijo, y sonrió a su compañero
de baile invisible, con los ojos brillantes de entusiasmo—. ¿Quieres bailar conmigo,
tía Cameron? Mi madre bailaba muy bien.
—Lacy, escúchame —Cameron se acercó a ella y la detuvo, tomándola por los
hombros—. Necesito que me digas dónde está Taye.
Lacy apretó los labios.
—¡Lacy Campbell!
—Puedes torturarme si quieres, colgarme de los pulgares, pero no voy a decirlo.
—Escúchame, Lacy. Esto no es un juego. Necesito saber dónde está en este
momento.
—Prometí que no lo diría.
Cameron exhaló. Se dio cuenta de que aquél no era el mejor camino para tratar
con Lacy.
—Lo siento —dijo, y pasó los brazos por los delgados hombros de su sobrina—.
Es sólo que han venido unos hombres que quieren hablar con ella y…
—Son soldados, y han venido a arrestarla. Ella ha sido muy lista en marcharse,
porque ellos no van a escuchar nada de lo que diga una negra como ella.
—¡Lacy! Taye no es…
Cameron se contuvo. Taye era medio africana, y Cameron sabía que, aunque
aquello no debería importar en un tribunal, sí importaría. Sin embargo, ella quería
que Lacy creciera con el convencimiento de que el color de la piel no importaba, ni
tampoco las circunstancias del nacimiento de las personas. Era lo que su padre le
había enseñado, y lo que le habría enseñado a su nieta si estuviera con ellas.
—No es cierto, Lacy. Taye tiene derecho a un juicio justo. Será inocente, a
menos que puedan demostrar que es culpable.
—Bueno, no sé si es ella quien ha matado a mi padre o no, pero yo te digo, tía
Cameron, que no habrá chicas negras como ella en el jurado de ese tribunal. Y
tampoco habrá mujeres. Yo he vivido en las calles. Y sé para quién es tu justicia y
para quién no. No es para una negra que ha disparado a un blanco.
Cameron abrazó a Lacy con fuerza. Sabía que la niña, demasiado sabia para su
edad, había dicho la verdad.
—Lo siento —susurró—. Tu padre murió aquella noche de la que hablan, pero
ellos no conocen las circunstancias.
Lacy no le devolvió el abrazo, pero tampoco intentó escapar.
—No estoy enfadada por eso, tía Cameron. Mamá decía que era un desgraciado
que se merecía morir con la cosa podrida.
Si hubieran estado en otro lugar y en otro momento, Cameron se habría reído.
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—De todas formas, lo siento. ¿No puedes decirme adonde ha ido Taye? —le
susurró.
Lacy sacudió la cabeza.
—Ni con quién se ha ido.
Y con aquello, Cameron supo que su hermana había huido, y con quién lo había
hecho.
Fue corriendo hacia la puerta.
—Tengo que bajar. No te muevas de aquí —le dijo a Lacy.
—¿Puedo ponerme un poco de esa cosa roja en las mejillas? —le pidió Lacy,
mientras ella se marchaba.
—¡No! —Cameron cerró la puerta y bajó corriendo las escaleras—. Lo siento,
señores, pero estaba confundida. Mi hermana no está en casa.
El capitán Grey miró a Jackson y frunció el ceño.
—¿Qué significa esto, Logan? He venido de esta forma, después de que
anocheciera, para no causarle a la señorita Campbell más angustia aún. Pero no
quiero que jueguen conmigo. Estoy aquí para cumplir mi deber.
Jackson se volvió hacia Cameron.
—¿No está, querida?
Cameron sacudió la cabeza, mirándolo a los ojos. Y entonces, se dio cuenta de
que él sabía algo antes que ella, probablemente antes de que hubiera subido las
escaleras buscando a Taye.
—No sé dónde puede estar, pero preguntaré a los sirvientes. Verá, señor —dijo
Cameron, sonriendo dulcemente—. El capitán Logan acaba de regresar a Mississippi
en el tren de esta tarde. Él y yo estábamos inspeccionando Elmwood, la casa de mi
padre, y acabábamos de volver cuando usted llegó. Yo suponía que mi hermana
estaba aquí, pero todavía no había tenido tiempo de hablar con ella.
—Tendremos que registrar la casa—dijo el capitán Grey, fríamente.
—Claro —dijo Jackson, haciéndoles un gesto con el brazo para que entraran—.
Dos pisos. Los cuartos de los sirvientes están sobre la cocina, y también hay hombres
viviendo sobre los establos. Si podemos ayudarlos en algo, por favor, díganlo.
—Si no le importa, señora, ¿podría preguntarles a los sirvientes si saben dónde
podría estar su hermana?
—Sí, capitán —dijo ella, sonriendo.
Se marchó hacia la cocina. Sabía que tenía que hablar con Naomi, pero no sobre
Taye, sino sobre la noche en que había muerto Grant.
Cameron tomó la delgada mano de Naomi en la suya y la sacó fuera de la
cocina, a la oscuridad de la pequeña huerta de hierbas aromáticas.
—No sé adónde ha ido —dijo Naomi, secándose las manos en el delantal—. Así
que no necesitas preguntar.
—No quiero saber adónde ha ido. Al menos, por ahora —Cameron miró a los
negrísimos ojos de Naomi—. ¿Sabes por qué están aquí esos soldados?
Naomi se encogió de hombros ligeramente.
—La cocina no está tan lejos del vestíbulo.
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Capítulo 28
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—¿Crees que se ha ido sola? —le preguntó, casi segura de que ya sabía la
respuesta.
Él sacudió la cabeza.
Entonces, Cameron suspiró y se frotó las sienes con los dedos.
—Ésta es una de las cosas que quería hablar contigo, Jackson. Como ya te había
comentado, Thomas ha estado comportándose de una forma muy extraña. No es sólo
que haya vuelto a la plantación de su familia. Ni Thomas ni Taye me han contado
nada, pero sé que se han distanciado —le explicó—. Además, creo que él está
enfermo. Su tos ha empeorado mucho.
—¿Y Falcon?
De nuevo, Cameron suspiró.
—Ni Taye ni Falcon me han dicho nada, tampoco, pero me parece que hay algo
entre ellos. Me he dado cuenta de cómo se miran cuando piensan que no los veo.
—Pensé que podría ocurrir algo como esto.
—¿Y no dijiste nada? ¿No intentaste impedir que Taye arruinara su vida?
Él la miró a los ojos con una expresión solemne.
—Cuando tú decidiste que me conquistarías, ¿podría haber logrado alguien que
cambiaras de opinión?
La forma en que lo dijo conmovió a Cameron. Parecía que los dos sufrían por lo
que se les había escapado. ¿O quizá sólo lo habían perdido momentáneamente?
Ella apretó los labios y miró al suelo.
—No. Supongo que no.
—Bueno, pues por si no te habías dado cuenta, Taye es mucho más Campbell
de lo que nadie hubiera pensado.
—Sencillamente, no quiero que cometa un error. No quiero que se haga daño.
—No creo que nadie quiera eso.
—Y Thomas… me siento tan mal por él… Fue leal a papá, y ha sido muy bueno
con nosotros.
—Pero eso no significa que tengamos que entregarle a Taye como si fuera una
recompensa.
Ella volvió a mirarlo. Nunca lo había pensado de aquella manera.
—Supongo que no. De todas formas, tenemos que conseguir que Falcon y Taye
vuelvan. Huyendo, Taye sólo consigue parecer culpable.
—Es culpable.
—¡No digas eso! —susurró ella con fiereza, mirando hacia abajo para
asegurarse de que nadie los había oído.
—Maldita sea, Cameron, no quiero decir que ella sea la responsable de lo que
ocurrió. Si yo hubiera estado allí, le hubiera volado la cabeza a aquel desgraciado por
mucho menos.
—Bueno, ya no podemos remediarlo. Pero tenemos que traerla de vuelta a casa.
—Voy a hablar con Thomas en cuanto los soldados se hayan marchado.
—Iré contigo —dijo, y se volvió hacia su habitación para tomar un chai.
Él la tomó por el hombro y la detuvo.
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—No. Deja que vaya solo. Tengo que decirle a Thomas que Taye se marchó con
Falcon. No hay necesidad de que estés allí para verlo. Quédate aquí por si vuelve
Taye. Además… —añadió, haciendo un gesto hacia la puerta de la habitación—. Creo
que ya tienes suficiente.
—Oh, Jackson, si le dieras a Lacy una oportunidad… —le pidió suavemente—.
Creo que le tendrías cariño —dijo, titubeando—. Veo muchas cosas de mí misma en
ella.
—Tu madre no era una prostituta, y tú sabes quién era tu padre.
—Hay algo más de lo que tenemos que hablar. Le pedí a Thomas que hiciera
algunas investigaciones cuando tú te marchaste. Me dijo que había hablado con
algunas personas que conocían a Maureen. Él cree que Lacy sí puede ser hija de
Grant. Todo lo que nos ha dicho la niña es cierto. Es verdad que vivió en el salón, y
que su madre perdió la vivienda que ocupaban encima de la botica.
—¿Puede alguien demostrar que es innegablemente la hija de Grant?
Cameron sacudió la cabeza.
—No, pero…
Él le apretó el dedo sobre los labios.
—Hemos acordado que no hablaríamos de ello esta noche. Tengo que ir a ver a
Thomas.
Cameron agarró el pomo de la puerta, deseando poder ir con él. Sin embargo, el
sentido común le dijo que era mejor quedarse. Hubo un silencio entre ellos. Ella
estaba buscando la sensación de intimidad que había tenido en Elmwood aquella
tarde, pero Jackson tenía una misión, y estaba completamente concentrado en ella.
—Te esperaré despierta. Quiero saber lo que piensa Thomas de esto.
Él asintió. Durante un momento, pareció que iba a darle un beso de despedida,
o quizá abrazarla. Sin embargo, se dio la vuelta y se alejó por el pasillo.
Cameron tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
Cameron estaba leyendo en voz alta. Miró por encima del borde del diario y vio
a Lacy profundamente dormida. Su pelo rojizo estaba extendido por la almohada en
la gran cama.
Cameron sonrió, y después miró el reloj de la chimenea. Casi medianoche.
Jackson llevaba mucho tiempo fuera. Volvió a las páginas del diario de su padre. Le
había leído aquella parte a Lacy porque no tenía nada inapropiado que la niña no
pudiera oír. Sin embargo, una vez que Lacy estaba dormida, ella estaba ansiosa por
retomar la lectura en el punto donde la había interrumpido la noche anterior.
«No sé cómo sucedió. No he sido tan cuidadoso como hubiera debido. Ni tan
paciente. Papá me ha sorprendido escabulléndome de la casa para ir a ver a Sukey.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
«Papá me dejó sorprendido. No me reprendió por ir con una de las esclavas. Sólo
me sugirió que fuera más discreto. Me dijo que mi madre se disgustaría si se enterara de
que su hijo ya había crecido y que tenía las mismas necesidades que los demás hombres.
Yo quise preguntarle a mi padre si había habido en su vida alguna esclava, o alguien
prohibido a quien hubiera amado, pero él cambió de tema con tanta rapidez que no tuve
la oportunidad.
Después de darme permiso para dormir con Sukey, me anunció
despreocupadamente que había llegado a un acuerdo con otra familia de Mississippi…
para cerrar un contrato de matrimonio entre su hija y yo. Mientras me relataba los
detalles, se me rompía el corazón. Voy a casarme con Katherine Parnell en menos de un
año…»
Cameron cerró el diario y apretó los párpados para impedir que se le cayeran
las lágrimas. En las palabras de su padre había podido sentir su dolor, y de alguna
forma, una parte de aquel dolor se convirtió en el suyo propio.
Jackson recorrió de puntillas el oscuro pasillo. Había vuelto mucho más tarde
de lo que creía, y la casa estaba silenciosa. Había estado mucho tiempo hablando con
Thomas. Thomas había accedido al instante a defender el honor de Taye, y había
insistido en que encontraría al mejor equipo de abogados del condado para
defenderla.
A Jackson le había parecido que Thomas casi se había sentido aliviado al
enterarse de que Taye se había marchado con Falcon. Después, le había dicho algo a
Jackson que ahora le pesaba en la mente y en el corazón.
Jackson miró a la puerta cerrada de su habitación. Le había prometido a
Cameron que cuando volviera a casa le contaría lo que Thomas le había dicho, pero
en aquel momento, lo único que quería era meterse en la cama y dormirse con ella en
los brazos. Sabía que el hecho de que hubieran hecho el amor aquella tarde no
resolvería sus problemas, pero esperaba que al menos fuera un bálsamo que
comenzara el proceso de curación. Si Cameron pudiera perdonarlo, quizá podrían
reparar el daño y comenzar de nuevo.
Giró el pomo y entró en el dormitorio. Había una lamparilla encendida junto a
la cama.
Sonrió al ver a Cameron dormida en su lado de la cama, con el diario de su
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
padre en el regazo. Sin embargo, su sonrisa se disipó y frunció el ceño al ver otra
forma durmiente en la cama. Lacy.
Apretó los dientes. No entendía por qué Cameron no veía que aquella niña sólo
estaba intentando aprovecharse de ella. No era hija de Grant Campbell. Cameron
tenía buen corazón, y no veía a aquella niña como la aprovechada y lista muchachita
que era.
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Capítulo 29
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desesperadas que matarían a sus propios hermanos por algo de dinero. Tenemos que
encontrar a Taye y a Falcon antes de que lo hagan otros.
—Falcon la protegerá.
—Con su vida. Pero es sólo un hombre. Si no solucionamos esto ahora, es
posible que Taye tenga que pasarse el resto de su vida huyendo. Tenemos que
encontrarlos, pero con discreción y cautela. No sabemos cómo fundamentará Thomas
el caso, y no debemos entorpecer sus esfuerzos.
—Tenemos que ir a buscarla hoy mismo.
Jackson sacudió la cabeza.
—¿Por qué no? Está en peligro de que la asesinen… Tenemos que…
—Quiero darle tiempo a Thomas para que piense y organice un plan.
—¿Y qué haremos cuando la encontremos? ¿La traeremos aquí para que se
someta al juicio? ¿Quién nos asegura que aquí no le ocurrirá algo terriblé?
—Cuando la encontremos, yo la protegeré. Te lo prometo.
—¿Cómo?
—No lo sé aún, pero pensaré en algo. Esto es para lo que estoy entrenado,
Cameron. De un modo u otro, estará segura —hizo una pausa y añadió—: Tengo una
idea de adonde pueden haber ido.
—¿Adónde?
—Cuantas menos personas lo sepan, mejor. En cuanto tengamos un plan, iré y
la traeré.
—¿Irás sin mí?
A él se le dibujó una ligera sonrisa en los labios, al recordar sus primeros años
juntos.
—Tengo la sensación de que podría intentarlo, pero no tendría éxito.
Cameron también sonrió y, por un momento, sintió una chispa entre ellos.
Durante aquel instante, se encontró de nuevo muy cerca del hombre al que había
amado más que a su vida.
Jackson se apartó de la mesa y el momento se desvaneció.
—Tengo que decirte algo más. Es importante que lo mantengas en secreto, pero
le dije a Thomas que te lo contaría en su nombre.
Cameron frunció el ceño.
—¿Qué?
—Thomas se está muriendo —le dijo, directamente.
—¿Cómo?
—Se está muriendo.
Cameron no pudo decir nada. Tenía el corazón encogido.
—Creo que lo sabe desde hace tiempo —continuó Jackson—. Ha probado con
varios tratamientos, pero no han tenido éxito. Me imagino que se habrá estado
negando la realidad durante semanas, quizá meses.
Cameron no podía creerlo. Thomas era un hombre joven, más joven que
Jackson. Había estado en su vida durante muchos años, sólido, digno de confianza.
Por la relación que había tenido con su padre, Cameron sabía que siempre estaría allí
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afectuosamente—. Tengo que darte las gracias por enviarme a ver a monsieur
Thomas. Me está prestando una ayuda inestimable. Tiene grandes conocimientos del
derecho de navegación internacional.
—Me alegro de oír eso. Te dije que Thomas no te decepcionaría. ¿Vas a estar
mucho tiempo en la ciudad? A mi mujer y a mí nos encantaría que vinieras a cenar
una noche a casa.
—Estaré aquí hasta finales de semana, y después tengo que ir a Nueva Orleáns,
antes de volver a casa, a Baton Rouge.
—¿Qué te parece esta noche, entonces?
—Merci, Jackson. Eres muy amable. Debes saber lo horrible que puede llegar a
ser cenar solo cuando uno tiene que viajar con tanta frecuencia.
—¿A qué hora te parece bien? —le preguntó Jackson, asintiendo—. ¿A las siete?
¿A las ocho?
Gallier se sacó el reloj del bolsillo.
—Deja que vea qué hora es…
El retrato que llevaba dentro de la tapa del reloj le llamó la atención a Jackson.
—Demonios, Antoine, ¿quién es?
Gallier volvió el reloj hacia Jackson, para que su amigo pudiera ver mejor la
miniatura.
—Mon dieu, ésta es mi querida sobrina, Minette —dijo, y se santiguó—. Que
Dios la tenga en su gloria.
Jackson miró asombrado el retrato de la joven. Era igual que Taye Campbell.
—Siento oír eso, Antoine. Tengo que decirte que se parece tanto a mi cuñada
que te creería si me dijeras que es ella.
El hombre cerró el reloj.
—Oui, tuve el placer de conocer a la señorita en el despacho de Thomas. El
parecido me resultó inquietante. Es una señorita encantadora.
A Jackson le funcionaban los engranajes de la mente a toda velocidad. Estaba
ideando algo un tanto absurdo.
—¿Podrías decirme cuándo falleció su sobrina?
—Fue en mayo de 1861, justo antes de que estallara la guerra. Uno de mis
barcos, en el que viajaba ella, se hundió en el golfo, en una espantosa tormenta.
Murieron todos los tripulantes y los pasajeros. Fue muy trágico. Mi mujer se quedó
destrozada. Aún no lo ha superado.
—Siento mucho tu pérdida, Antoine —Jackson le dio unas suaves palmadas a
Gallier en el brazo, con la cabeza llena de posibilidades. Su idea no podía ser viable.
Era algo absurdo, tan absurdo que no podría funcionar—. Escucha, Antoine, ¿tú me
harías en enorme favor? Es el favor más grande que ningún hombre debiera pedirle a
otro.
—Ya sabes que haría cualquier cosa por ti, Jackson. Si no fuera por ti, mi
negocio se habría hundido durante la guerra, y mi familia se habría muerto de
hambre.
—Mi petición no sería completamente legal. Tengo que explicártelo desde el
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
principio—le advirtió Jackson—. Pero te juro que es por una buena causa. Significaría
mucho para la familia de mi mujer. Y para mí.
Antoine sonrió astutamente.
—No sería la primera vez que hago algo ilegal, ¿eh, ami?
—No lo entiendo —le dijo Cameron a Jackson. Sin embargo, mientras hablaba,
empezó a echar ropa sobre la cama para meterla en la bolsa de viaje—. ¿Cómo vamos
a salvar a Taye trayéndola a casa para que la juzguen? Tú mismo has dicho que no la
van a tratar con justicia. ¿Y qué tiene que ver ese señor Gallier con todo esto? Nunca
te había oído hablar de él.
—Todavía no lo he pensado todo, pero Thomas y yo tenemos una reunión en su
despacho dentro de una hora. Sabré más una vez que Thomas nos explique las
ramificaciones legales.
Cameron arrojó ropa interior, medias y un corsé sobre la cama. No le estaba
prestando atención a la ropa que elegía. Quería darse prisa para estar preparada
cuando Jackson dijera que había que salir de la ciudad.
—No lo entiendo. Al menos, dime adónde vamos. ¿Dónde está Taye?
—Tengo el presentimiento de que Falcon y ella están en Nueva Orleáns.
—¿Nueva Orleáns? ¿Y por qué allí? No conocemos a nadie en Nueva Orleáns.
Él sacudió la cabeza. Estaba claro que tenía otras cosas más importantes en que
pensar.
—No importa. Lo que importa es que tenemos que traerla rápidamente.
—Estaré lista en una hora. No tardaré en hacer la maleta de Lacy.
Jackson se volvió hacia ella.
—No. Sólo tú. No quiero llevarme a esa pequeña bestia.
—Jackson…
—Eso no es negociable —la interrumpió, antes de que Cameron pudiera darle
argumentos—. La chica se quedará aquí con Naomi, o si lo prefieres, quédate tú. Yo
no voy a viajar con ella. No tengo tiempo para tratar con sus ataques.
Cameron abrió la boca para discutir, pero al mirar bien a Jackson, se dio cuenta
de que no iba a ganar aquella batalla. Tenía que decidir si dejaba a Lacy en manos de
Naomi o tomaba la oportunidad de ir a buscar a su hermana, y, además, de pasar
unos días a solas con su marido.
Cameron apretó los labios y miró a Jackson a los ojos.
—Estaré lista en unos minutos.
—Tómate el tiempo que necesites. Probablemente, no saldremos de aquí hasta
por la mañana. No estoy seguro de si iremos en tren, en barco o en coche. O en los
tres. Sólo quiero que estés lista.
—Lo estaré —susurró ella, mientras salía hacia el pasillo.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Capítulo 30
—¿Quieres comer algo más? —le preguntó Falcon a Taye, al otro lado de la
mesa para dos que estaban compartiendo en el patio de su hotel en Nueva Orleáns.
Había velas sobre las mesas y en los árboles, y desde una de las balconadas del
edificio, unos músicos cantaban y tocaban música creóle.
—¿Algo más? —Taye miró a Falcon y se rió—. Esta noche me has rellenado de
jambalaya, ostras y gambas. Creo que no quiero nada más —dijo, y tomó la copa de
vino que acababa de servirle la camarera.
Miró a la chica a los ojos azules, tan parecidos a los suyos, y le habló en francés.
Charlaron unos instantes y, después, la muchacha sonrió y se marchó.
—No sabía que hablabas el idioma de los criollos —comentó Falcon,
observando a Taye a la luz de las velas.
Ella levantó un poco la copa, observando el vino deslizarse hacia un lado del
cristal.
—Hablo cuatro idiomas —le dijo—. El francés de Cameron es pasable, pero
nuestro tutor siempre dijo que a mí se me daban bien los idiomas.
—¿Y por casualidad es uno de esos idiomas el de mi madre?
—¿El cherokee? Me temo que no. Pero sí hablo la lengua de tu padre, el
español.
—Entonces, si vienes a California conmigo, podrás hablar con mi padre a mis
espaldas. Yo no hablo la lengua de mi padre.
—¿Por qué no?
Él se encogió de hombros.
—Crecí entre los cherokee. El padre de mi madre era mi padre. No era nuestra
costumbre.
—¿Así que no conocías a tu padre de niño?
—No. Era un muchacho cuando lo vi por primera vez.
Ella le dio un sorbo al vino, concentrada en sus pensamientos.
—Entonces, en cierto modo, tú te pareces mucho a mí. Yo también crecí sin
padre. Sólo que él estaba allí, aunque nunca lo supe.
—¿Y eso te causa ira?
—No. No se podía remediar. No era nuestra costumbre —dijo ella, sonriendo—.
Pero ahora añoro lo que sé que me perdí.
Falcon señaló con la cabeza a la chica que les había servido la cena.
—Yo sólo hablo un poco de francés. ¿Qué te ha dicho?
—Le he dicho que tenía unos ojos muy bonitos, y ella me ha respondido que yo
también —respondió Taye, tímidamente.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
—Tiene razón —dijo, sin dejar de mirarla—. Parece que estás muy cómoda
aquí. Pensé que lo estarías.
Falcon tenía razón. A Taye le pareció raro que pudiera sentirse como en casa en
un lugar tan alejado de su hogar. Pero allí, en Nueva Orleáns, había muchos hombres
y mujeres de diferentes mezclas de razas, y por una vez, no se sentía fuera de lugar.
Falcon se había dado cuenta de lo mismo cuando había visitado aquella ciudad
durante la guerra. Le explicó a Taye que aquella era una de las razones por las que la
había llevado allí, para enseñarle lo diferente que podría ser la vida para ella.
Una canción dulce y triste comenzó a sonar, y las parejas se levantaron para
bailar. No era un vals, ni ninguna otra música que Taye conociera. Los hombres y las
mujeres se balanceaban suavemente, se dejaban llevar por la música en brazos de sus
parejas. Era algo muy atrevido, pero seductor al mismo tiempo.
Mientras Taye bailaba con la mejilla apoyada en el hombro de Falcon, bajo la
luz de la luna y de las velas que había en los árboles, casi olvidó que estaba allí
porque estaba huyendo para salvar la vida.
—¿Sabes lo que quiero? —le susurró.
—Los deseos no deben compartirse —le murmuró él al oído—. Sólo con el cielo,
sólo con la madre tierra.
—Bueno, éste es uno que quiero compartir contigo —dijo ella, y levantó la
cabeza para mirarlo a los ojos—. Ojalá pudiera bailar contigo, en tus brazos, para
siempre.
Falcon la besó en los labios, suavemente.
—Ven al oeste conmigo y bailaremos todas las noches bajo las estrellas.
Ella sacudió la cabeza.
—He estado pensando en todo esto, Falcon. No puedo hacerlo. No puedo
abandonar a mi hermana. Ni siquiera le he dicho adiós.
¿Y Thomas? ¿Cómo iba a abandonarlo sin liberarlo de su promesa? No podía
hacerle algo así. Lo había dejado todo inacabado, y se sentía como si no pudiera dar
un paso adelante, pero tampoco pudiera volver atrás.
La canción terminó, y volvieron a la mesa. Allí, Taye recogió su bolso.
—Vamos a la habitación —dijo, suavemente.
En la semana que llevaban en Nueva Orleáns, habían recorrido la ciudad,
habían paseado por los parques, habían escuchado música en las calles y en los
restaurantes e incluso habían apostado en las mesas de juego. Después, todas las
noches, habían regresado al hotel de Royal Street donde estaban alojados. Falcon
había dicho que sería más fácil y seguro que viajaran como marido y mujer, y Taye le
había permitido tomar aquella decisión. Pero, cada noche, cuando se retiraban, ella
dormía sola en la gran cama, cubierta por la mosquitera, y él dormía en el suelo,
junto a la puerta.
Aquella noche sería diferente. Al mirar a los ojos de Falcon, Taye supo que tenía
que volver a Mississippi y enfrentarse a sus acusadores. Sabía que podrían ahorcarla
por lo que había hecho, pero no le importaba. Volvería a hacerlo de nuevo, si tenía
que salvar a Cameron.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Sin embargo, debía poner final a la vida que había dejado atrás, si quería tener
la posibilidad de explorar una nueva existencia con Falcon. Hasta que no hubiera
logrado la paz con Grant y con Thomas, no podría encontrar la felicidad verdadera
en brazos de Falcon.
Cuando llegaron a la suite del Three Sisters Hotel, Falcon cerró la puerta tras
ella y dejó su sombrero en una silla.
Entonces se acercó a Taye y le tomó las manos.
—Taye—le dijo suavemente—. Te tomaría como esposa ahora mismo, aquí
mismo, pero tú debes venir a mí por tu propia voluntad, sin arrepentimiento. Sabes
que podría llevarte muy lejos de aquí, donde nadie te encontraría nunca.
Ella sacudió la cabeza.
—Tengo que volver, Falcon. Sé que no lo entiendes, pero tengo que liberar a
Thomas de su promesa de casarse conmigo. Y debo responder a los que me acusan
en el tribunal.
Él frunció el ceño.
—Entiendo la importancia de una promesa, pero dejar que te arresten… —
sacudió la cabeza—. Me temo que no encontrarás justicia en un tribunal blanco. Te
juzgarán por el color de tu piel y no por tus actos, como ha ocurrido siempre. Como
sé que te ha ocurrido a ti.
Taye notó las lágrimas en los ojos. Se temía que él pudiera enfadarse con ella,
pero no le importaba. Sabía lo que tenía que hacer.
—Tengo que volver.
Entonces, para su sorpresa, él sonrió.
—Eres una mujer valiente, Taye Campbell. Lo suficientemente valerosa como
para ser una doncella cherokee.
La tomó entre sus brazos y la besó.
Se habían besado varias veces desde la noche en que habían huido de Atkins'
Way, pero había algo diferente en aquel beso. Algo que Taye sintió por dentro.
Tendría que someterse a un juicio, y era posible que la declararan culpable por
matar a Grant Campbell, pero tendría aquella noche, decidió. Tendría aquella noche
perfecta con el hombre con el que quería pasar el resto de su vida.
Taye le pasó los brazos por el cuello a Falcon y lo atrajo hacia sí. Notó que se le
aceleraba el pulso cuando le introdujo la lengua en la boca y lo saboreó. Su sabor, su
esencia, tenían algo de salvaje, algo que la excitaba más allá de nada que hubiera
experimentado en su vida.
Falcon posó una mano en sus costillas, y ella se la tomó y la apretó contra su
pecho, lentamente. Entonces, Falcon le mordisqueó el labio inferior y le frotó el
pezón con el dedo pulgar. Ella dejó escapar un gemido.
Quizá debería estar avergonzada, pero no lo estaba. Deseaba desesperadamente
que la acariciara, y acariciarlo. Echó la cabeza hacia atrás para que Falcon pudiera
apretarle los labios contra el cuello y, al mismo tiempo, se atrevió a posarle la mano
en el muslo y a deslizaría hacia arriba.
Mientras lo acariciaba, fascinada por la forma en que su sexo se endurecía bajo
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
las puntas de sus dedos, él deslizó los labios por su cuello y le besó el pecho por
encima del vestido. A los pocos instantes, Falcon le agarró la mano y detuvo sus
caricias.
—Taye… —susurró él—. Taye, lo siento. Te doy las gracias por el regalo que me
ofreces, pero no puedo tomar lo que está destinado a otro hombre, al hombre con el
que pasarás el resto de tu vida.
Taye tenía la respiración entrecortada y tardó en responderle.
—Falcon… sé lo que estoy haciendo. No importa lo que me pase, sé que eres tú
el que ha de tomar mi virginidad.
Él sonrió. En sus labios se dibujó una sonrisa que era dulce y triste al mismo
tiempo. Levantó la mano de Taye y se la llevó al pecho, donde ella pudiera sentir
cómo le latía el corazón.
—Tus palabras me conmueven, pero debo negarme, porque todavía tienes una
promesa que te ata a Thomas.
Ella bajó la cabeza, desilusionada y avergonzada al mismo tiempo. Lo deseaba
con todas sus fuerzas, pero no podía obligarlo si él no la deseaba.
—¿No quieres hacer el amor conmigo, aunque yo esté dispuesta?
Él le alzó la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Yo no he dicho que no fuera a hacer el amor contigo. Pero no tomaré tu
virginidad hasta que puedas concedérmela libremente.
Taye sonrió, insegura. Seguramente, había formas en las que los dos podían
darse placer el uno al otro, de manera que ella no dejara de ser virgen, pero…
Aquella noche, mientras se desnudaban lentamente el uno al otro y Falcon le
enseñaba los secretos del placer, aprendiendo lo que a ella le agradaba, Taye sintió
que el corazón se le llenaba de amor por él.
Antes de dormirse, cansada y satisfecha en brazos de Falcon, supo que, pasara
lo que pasara, podría morir feliz.
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
Capítulo 31
Mientras el barco discurría por las aguas turbulentas del Mississippi, Cameron,
apoyada en la barandilla de cubierta, aspiró el aire de la noche, perdida en los
recuerdos que le traía aquel olor.
—Oíd Miss—murmuró—. Amo tanto este río…
¿Cómo podía esperar Jackson que viviera en Washington o en Maryland,
cuando era hija del viejo sur? Destrozado por la guerra, hecho jirones, todavía era su
hogar, y ella adoraba su tierra y su gente con todo su corazón.
Volvió la cabeza y observó la silueta de Jackson a la luz de la luna, al otro lado
de la cubierta, también apoyado en la barandilla. Era evidente que quería estar solo.
De lo contrario, ¿por qué había elegido un lugar tan aislado del barco? ¿Debería ella
volver a su camarote?
Después de un momento de indecisión, Cameron recorrió la cubierta para
acercarse a él. Agarró la barra de madera pintada de la barandilla y se quedó
inmóvil, titubeante.
Jackson la miró, y después volvió a mirar al agua oscura y ondulante del río.
Había estado igual de pensativo desde que habían embarcado en el Magnolia Queen,
el día anterior, en Vicksburg.
—Siento que no tengas un alojamiento más cómodo —le dijo, sin mirarla.
No había podido conseguir un camarote privado con tan poca antelación, así
que Cameron tenía que compartir camarote con la señorita Fanny Motterbee y su tía
abuela, Francés Motterbee. Eran un par de cotorras incansables, así que Cameron
había salido para escapar de su constante parloteo.
—El camarote es muy cómodo —le dijo—. Incluso tiene una pequeña ventana
—añadió, queriendo continuar la conversación—. ¿Cómo es el camarote de los
hombres?
—Está abarrotado —respondió Jackson, y la miró con una media sonrisa.
Cameron percibió una chispa del hombre que había sido antes de la guerra—. Lleno
de humo. Ruidoso.
Cameron aprovechó la oportunidad y deslizó la mano por la barandilla para
cubrir la mano de Jackson. Quería hacer las paces con él desesperadamente, sobre
todo en aquel momento en el que la vida de Taye estaba en peligro. Simplemente, no
sabía cómo saltar aquel abismo.
—Quizá en Nueva Orleáns podamos compartir una habitación, solos tú y yo,
sin Fanny, Francés y tus doce nuevos amigos —dijo ella, dulcemente.
Jackson se volvió hacia ella, y a la luz de la luna, Cameron percibió arrugas en
su rostro, arrugas que no tenía antes de la guerra. Sintió una oleada de ternura. Ojalá
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
pudiera ella borrar aquellas arrugas, borrar todas las tragedias que Jackson había
presenciado y de las que rara vez hablaba. Sin embargo, Cameron sabía que no podía
cambiar el pasado. No podía borrar la guerra, ni la pérdida del bebé, ni las cosas que
le había dicho cegada por la ira y el dolor. Lo único que podía hacer era no seguir
haciéndolo, intentar arreglar las cosas que tenían arreglo y aceptar las cosas que no lo
tenían.
Jackson le tomó la mano y se la llevó a los labios, mirando al Mississippi.
—Háblame—le dijo, con voz ronca—. Cuéntame que has estado haciendo para
pasar el tiempo.
—He estado leyendo el diario de mi padre.
—¿Aún? —él sonrió, y le frotó suavemente la mano contra la mejilla.
Jackson no se había afeitado aquella noche, antes de ir a cenar al camarote del
capitán, y tenía la piel un poco áspera. Cameron no se atrevía a respirar, a decir nada
que pudiera romper el hechizo del momento. Aquél era el primer momento de
intimidad real que sentía con Jackson desde hacía semanas, quizá meses.
—Pensaba que ya lo habrías acabado—continuó él—. Si hubiera sido el diario
de mi padre, no habría podido contenerme hasta qué lo hubiera terminado por
completo.
—Estoy intentando disfrutar de las palabras de mi padre—dijo ella,
suavemente—. Mientras leo, no sólo lo veo a él, sino a mí también.
—Cuéntame lo que has leído hoy.
—Era acerca de la boda de mis padres. Ya sabes que fue arreglada.
—Por encima de todo, tu abuelo era un hombre de negocios—dijo él, con
sarcasmo.
—Mi padre no estaba enamorado de mi madre. Apenas la conocía. Pero hizo lo
que su padre le pidió, y se casó con ella de todas formas.
—Es lo que hacen los hombres del sur —comentó Jackson.
—Sin embargo, una semana antes de la boda llevó a Sukey a casa, para
enseñarle a ser ama de llaves. En el diario cuenta que habló abiertamente con mi
abuelo de esa cuestión, y que mi abuelo sólo le pidió que fuera discreto.
Cameron levantó la cabeza para mirarlo. La estaba observando fijamente,
prestándole toda su atención, tan fascinado por la historia como ella misma.
—Mi padre y mi madre se casaron, y Grant nació un año después.
—Y después naciste tú. La hija que todo hombre desea secretamente.
Ella sonrió para sí misma, sintiendo tristeza. Se preguntó si Jackson hubiera
deseado que aquel hijo que habían perdido fuera un niño, o él también hubiera
querido una niña pelirroja.
Se volvió hacia él.
—Jackson…
Entonces, él la besó, tomándola por sorpresa y silenciando sus palabras. La
tomó en sus brazos, la atrapó entre su cuerpo y la barandilla y la besó
profundamente.
Cameron sintió el calor del deseo al instante. Deslizó las manos bajo la chaqueta
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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ
de Jackson y extendió las palmas sobre su pecho. Jackson le quitó el aliento con aquel
beso, y después le deslizó los labios por la barbilla, el cuello y el torso, cubriéndoselo
de besos hambrientos. Ella metió suavemente el muslo entre sus piernas y lo acarició
con la rodilla.
Jackson dejó escapar un gruñido.
—Demonios, ojalá tuviéramos un camarote para los dos solos.
Cameron arqueó la espalda y sintió que se le estaba clavando la barandilla en la
espalda, pero no le importó. La boca de Jackson sobre el pecho era algo demasiado
delicioso. Su mano, que la acariciaba a través del vestido y de la ropa interior, le
producía sensaciones demasiado gozosas como para moverse.
Sus bocas se encontraron de nuevo, y cada beso caliente y húmedo intensificaba
más y más sus necesidades.
Jackson tomó el bajo del vestido azul de noche de Cameron, apretándola aún
más contra la barandilla.
Cameron se rió, y le susurró con la voz ronca al oído:
—Jackson, estamos en un lugar público. Nos van a ver.
—¿Y qué verían? —le susurró él—. ¿A un hombre que tiene en brazos a su
mujer? ¿Qué daño estamos haciendo? Eres mi esposa, y es mi deber demostrarte mi
afecto.
De nuevo, ella se rió. Se sentiría avergonzada si alguien los sorprendiera, pero
en realidad, él tenía razón. Estaban en la cubierta, era un lugar aislado, y no había
nadie. Todo el mundo que aún estaba despierto en el barco estaba ocupado jugando
y bebiendo en el salón.
Jackson le tomó la mano y se la colocó en la parte delantera de sus pantalones.
—¿Ves? Te necesito desesperadamente, Cam.
Ella lo acarició, seriamente tentada. Estaba claro que una mujer de su edad no
debería estar retozando en la cubierta de un barco, pero tal y como él había dicho,
eran una pareja casada.
—Si nos sorprenden—le dijo, estremeciéndose de excitación al pensar que iban
a hacer algo tan atrevido—, te prometo que te tiraré por la borda.
Él se rió y volvió a besarla, mientras Cameron le desabotonaba los pantalones.
El beso fue largo y profundo, y ella se quedó sin aliento de nuevo. Lo deseaba tanto
como él, evidentemente, la deseaba a ella.
Jackson gruñó y apoyó la barbilla en el hombro de Cameron mientras ella le
acariciaba la carne dura y caliente. Entonces, Cameron lo sorprendió, y a sí misma
también, cuando se agarró el vestido y se puso de rodillas.
—Cameron —protestó él—. No tienes que…
—Shh —lo calmó ella—. No me digas que esto no te gusta…
Él le acarició los hombros.
—Si viene alguien…
—No nos verán, y si nos ven, no se darán cuenta—susurró Cameron—. He
tirado mi pañuelo al suelo, y parecerá que me he agachado a recogerlo.
—Cameron, no puedes…
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—Querría una habitación —le dijo Jackson al recepcionista que había tras el
espléndido mostrador de madera tallada del Three Sisters Hotel de Nueva Orleáns.
Cameron paseó la mirada por el elegante vestíbulo, y a través de una puerta
arqueada, vio un precioso patio, donde los huéspedes estaban tomando limonada y
dulces. Estaba oscureciendo, y los magnolios habían tomado un aire de elegancia a la
luz tenue del atardecer.
—¿Cuánto tiempo se quedarán? —preguntó el hombre, con un marcado acento
criollo.
—No lo sabemos. Dos o tres noches.
Cameron miró a Jackson. La noche anterior se habían abrazado en la cubierta
después de hacer el amor, y habían hablado durante horas. Jackson le había
explicado su idea para salvar a Taye. Era algo casi imposible, pero en aquel
momento, tenían que encontrar a Taye y llevarla a Mississippi para poner en marcha
el plan.
—Muy bien, señor —respondió el recepcionista.
Jackson se apoyó en el mostrador.
—¿Podría decirme si hay algún huésped en el hotel llamado Falcon Cortés?
—Lo siento, señor, no—respondió el recepcionista, sonriendo—, ¿Podría
decirme su nombre, o dejarme su documentación?
Jackson frunció el ceño.
—Soy el capitán Jackson Logan, y ella es mi esposa.
El criollo arqueó las cejas.
—Qué extraño, señor. Ya tenemos a un capitán Logan en el hotel. Es un hombre
muy alto con una esposa bella y delgada. ¿Son parientes?
—Parece que los hemos encontrado —sonrió Cameron.
Jackson y Cameron se detuvieron en la puerta de la habitación que estaba justo
debajo de la suya. Ella llamó. Detrás de la puerta, oyeron sonidos. Cameron
reconoció la voz de Taye, aunque no entendía lo que decía. La voz de Falcon era un
sonido mucho más grave.
Después de un largo momento, la puerta se abrió.
Falcon miró a Jackson y después a Cameron, y se apartó de la puerta para
cederles el paso.
—Para ser un cherokee, no te escondes muy bien, amigo —le dijo Jackson,
abrazándolo.
—Me conoces muy bien —respondió Falcon.
Dentro de la habitación, Cameron vio el pequeño baúl de Taye abierto sobre la
cama. Miró a Taye.
—¿Ibas a alguna parte, hermanita?
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Capítulo 32
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visible desde donde ellos estaban. Los dos soldados esperaban sus instrucciones.
—¡Cabot!
—¿Señor?
—Vuelva a la cárcel. Traiga a esa mujer.
—Sí, señor.
—Lo siento —dijo Grey, con una ligera sonrisa, pero sin apartarse del camino
de Taye y Gallier—. Soy el capitán Grey, del ejército de Estados Unidos. Estoy
destinado aquí en Jackson, al mando de la cárcel. Creo que hay un caso de identidad
equivocada. Estamos buscando a una mujer que coincide con su descripción. Si no le
importa esperar unos momentos, estoy seguro de que podremos resolver esto.
Taye miró a Gallier. No era difícil aparentar que estaba incómoda. Estaba
temblando sobre los tacones de sus zapatos nuevos.
—Onde, je ne comprends pas. Que veulent-ils?
—Preferiría que hablara inglés, señorita. Yo no hablo francés —le dijo el capitán
con aspereza.
Taye tuvo que contener una sonrisa.
Ellos tenían la esperanza de que el capitán Grey no hablara francés.
—Je pense qu'il mardie.
—Minette, querida —dijo Gallier—. El señor quiere que hablemos en inglés, y
no en francés.
—Oui, sí —dijo Taye, parpadeando al mirar a Grey—. Por supuesto, señor.
Disculpe.
—Mi sobrina acaba de llegar de Francia—explicó Gallier—. Ha recibido clases
de inglés, por supuesto, pero no ha tenido muchas oportunidades de practicar, como
le habría gustado, antes de venir con mi mujer y conmigo a Nueva Orleáns.
Taye sonrió encantadoramente, siempre agarrada del brazo de Gallier.
El capitán Grey la miró.
—¿Acaba de llegar de Francia?
—Oui. Sí.
Los tres se volvieron a mirara al cabo, que se acercaba con Efia por la calle.
—¡Por supuesto que es ella!
Taye tuvo que contener todas las emociones que surgieron en ella. Tenía que
seguir con su papel, si no quería ser acusada de asesinato. Si no quería que la
colgaran.
—¡Es Taye Campbell! —repitió Efia, señalándola—. ¿No la ve? ¡Le dije que
estaba andando por la calle, más orgullosa que un pavo real con ese sombrero!
Taye miró a Gallier. Sus ojos oscuros le transmitieron una extraña sensación de
calma. Ella podía hacerlo. Después de todo, era una Campbell, ¿no?
—Je ne comprends… no entiendo —dijo Taye, en su mejor inglés afrancesado.
—¿Estás segura de que es ella?
—¡Claro que sí! —escupió Efia—. Mírela. Vestida como una blanca, pero todos
sabemos de qué color es su piel. Es negra como el barro de Mississippi, como el resto
de los pobres negros.
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Taye estaba completamente asombrada del odio que estaba oyendo en la voz de
Efia. Era un odio que no entendía. ¿De dónde había salido, y por qué? Cameron y
ella habían sido buenas con Dorcas y Efia. Apretó los dedos en el brazo de su onde.
Grey miró a Taye.
—¿Y usted dice que no es Taye Campbell?
—Non… —respondió ella, inocentemente—. Soy Minette Dubois. Acabo de
llegar de la Sorbonne de París.
—Esto es absurdo —dijo el capitán Grey, frotándose la frente sudorosa.
—No sé qué demonios está diciendo en francés —gritó Efia, sacudiendo una
mano—, pero sé que es ella. ¡Es la que mató a Grant Campbell a sangre fría! Yo lo vi
todo.
Estaban empezando a atraer público. La gente se había arremolinado a su
alrededor, y el capitán solucionó la situación inmediatamente.
—Está bien —dijo. Levantó ambas manos y se interpuso entre las dos mujeres—
. Señorita, lo siento, pero tengo que pedirle que nos acompañe a la cárcel. Sólo hasta
que las cosas se aclaren.
—¿Mi sobrina está arrestada? Esto es completamente absurdo.
—Señorita… Por favor.
—¿Onde? —murmuró Taye, patéticamente.
Abrió mucho los ojos, intentando parecer un conejillo asustado.
—Tout va bien. No pasa nada, querida —le dijo Gallier, moviendo el mostacho—
. Avisaré a mi abogado para que vaya a la cárcel inmediatamente. Estoy seguro de
que él podrá arreglar esto.
Grey le cedió el paso a Taye para que caminara delante de él.
—¿A su abogado, señor? —le preguntó, cautelosamente a Gallier—. ¿Tiene
usted que venir a Jackson con su abogado?
—¡Por supuesto que no! —respondió Gallier, con su mejor tono de
indignación—. He venido a Jackson porque es aquí donde mi abogado lleva los
asuntos de mi negocio. El señor Thomas Burl me asiste. Es un experto en leyes de
navegación internacional.
Grey miró a Taye, perplejo. Y quizá escéptico.
Era bastante conveniente que el señor Gallier, de Baton Rouge, tuviera un
abogado en Jackson. Cameron y Jackson habían hablado sobre si Thomas debería
actuar como el abogado de Minette o no, cuando se suponía que estaba
comprometido con Taye. Sabían que podría resultar sospechoso. Finalmente, Jackson
había vencido, diciendo que el beneficio de que Thomas la representara en el juicio y
dijera que aquélla no era su prometida era mucho mayor que el riesgo de sospechas.
Taye se obligó a mantener la respiración pausada mientras caminaba
delicadamente junto al capitán Grey hacia la cárcel, sin prestarle atención a Efia, que
les seguía gritando acusaciones para que todo el mundo pudiera escucharla.
Los hombres y las mujeres de la calle se quedaban mirándolos. Algunos
conocían a Taye y se quedaban muy confundidos. Ella lo veía en sus caras y lo oía en
sus susurros. Ella mantuvo baja la mirada, fingiendo que no conocía a nadie. Sólo le
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Cameron estaba tumbada en la cama, leyéndole a Lacy, cuando oyó a una de las
sirvientas abrirle la puerta al soldado Cabot, en el piso de abajo. Sabía perfectamente
por qué estaba allí, así que se levantó para vestirse.
Cuando estuvo arreglada, le dijo a Lacy que se sentara a escribir unas cuantas
letras sin manchones de tinta y le dio un beso en la cabeza:
—Ahora tengo que irme—le dijo, despidiéndose con la mano—. Cuando hayas
terminado, puedes ir a jugar con Ngosi.
—¡Bien! —dijo Lacy.
Bajó de la cama y fue corriendo a tomar su libro del alfabeto.
Cameron salió al pasillo justo cuando Jackson la estaba llamando.
—¿Señora Logan? Por favor, ¿podría bajar?
—¿Sí, capitán? —dijo ella, bajando por las escaleras—. ¿Qué ocurre?
—Siento molestarte, cariño, pero este joven dice que es posible que hayan
encontrado a tu hermana.
Cameron se agarró a la barandilla y se apresuró a bajar.
—¿Está bien? Oh, gracias a Dios. Me temía que ese espantoso piel roja le
hubiera hecho daño.
—El capitán Grey me ha pedido que vaya a la cárcel a identificarla, y sabía que
tú querrías venir. Parece que hay una confusión.
—Por supuesto que iré. Iba a Elmwood —dijo, señalándose el sombrero—. Pero
estoy ansiosa por acompañarlos, caballeros.
Jackson se volvió hacia el soldado.
—La señora Logan y yo iremos directamente, soldado.
—Sí, señor —respondió el soldado, y cerró la puerta después de salir.
Jackson le ofreció el brazo a Cameron, sonriendo.
—Buena actuación, señora Logan. Siempre pensé que tenías talento para la
interpretación.
Ella le tomó el brazo, sonriendo también.
—Usted tampoco ha estado mal, capitán Logan.
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Capítulo 33
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cruzaron durante un instante. Cameron no se atrevió a decir nada por miedo a que
alguno de los hombres de vigilancia las oyera, pero vio amor y la preocupación en
los ojos de Taye.
—¿Así que no ha encontrado a mi hermana? —preguntó Cameron, cuando
estuvieron fuera del pasillo de las celdas.
—Francamente, señora Logan, no sé quién es ella. La mujer, Efia, dice que es
Taye Campbell —dijo, señalando en dirección a la celda.
—¿Y va a creer a una mujer de J. Town antes que a mí? ¿Por qué, capitán Grey,
es que no sabe quién soy? ¿No sabe quién era mi padre?
—Lo siento —dijo Grey, mirando a Jackson—. Llegaré al fondo de esto. Me
disculpo por haberlos hecho venir.
—No se preocupe, capitán. Entiendo que cumple con su deber —Jackson se
puso el sombrero—. Continúe buscando a mi cuñada. Nos tememos lo peor,
sabiendo que el señor Cortés también ha desaparecido.
—Gracias de nuevo —dijo Grey—. Si oigo algo, capitán, se lo haré saber.
Oportunamente, Thomas entró en la cárcel con el señor Gallier justo cuando
Jackson y Cameron salían.
—Oh, Thomas—exclamó Cameron, sacándose un pañuelo de la manga del
vestido—. No hay necesidad de que entres. No es Taye.
—Por supuesto que no es Taye —dijo Gallier, indignado—. Es mi sobrina, a la
que tienen retenida sin ningún derecho.
Thomas le dio un beso a Cameron en la mejilla, y ella se dio cuenta de lo
delgado, frágil y pálido que estaba. Cameron se dio cuenta de cuan débil estaba y
parpadeó evitando llorar, Luego Miró a Logan, tendiéndole la mano.
—De repente, no me encuentro bien, Jackson.
—Lo siento—dijo Thomas, haciéndose a un lado.
—Vas a hacer que el capitán Grey se dé a la bebida.
—No me importa —susurró Cameron—, siempre y cuando deje libre a Taye
primero.
—Señorita Dubois.
Taye se levantó de la silla para saludar a Thomas y le hizo una ligera
reverencia.
—Mi abogado—dijo el señor Gallier, presentándoselo a Taye—, el señor
Thomas Burl. Y me ha asegurado, querida, que puede arreglar este asunto en horas.
—Oh, eso espero, onde —murmuró Taye, para que lo entendieran el capitán y el
otro soldado.
Thomas se volvió hacia Grey.
—Me gustaría ver a solas a mi cliente—dijo.
—Por supuesto, señor Burl. Tómese el tiempo que necesite. El juez Mortimer no
está en la ciudad, pero tengo entendido que vuelve esta semana.
—¿Y tiene intención de retener a mi cliente hasta entonces?
—Ella… la señorita Campbell —se corrigió— ha sido acusada de asesinato. No
sé quién va a resolver este lío, pero creo que no voy a ser yo, señor —dijo, y se
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—Creo que sí. Sobre todo, cuando el señor Gallier aparezca con sus
documentos, y con el retrato de su sobrina que tiene en el reloj.
—Pero es absurdo—murmuró ella, sin poder creérselo—. ¿Cómo puedes
demostrar que no soy quién soy?
—Es así como funciona el sistema legal de Estados Unidos. Las autoridades
tienen que demostrar que eres Taye Campbell.
—Y si soy la sobrina del señor Gallier, ¿qué pasa con Taye Campbell? ¿No
seguirá buscándola la justicia?
—Jackson tiene muchas influencias. Me ha asegurado que, con el tiempo,
convencerá a las autoridades de que Taye Campbell ha muerto. Déjanoslo a nosotros.
Taye. Déjanos… —entonces, Thomas comenzó a toser y se sacó el pañuelo del
bolsillo de la chaqueta.
Taye se quedó horrorizada al ver cómo se convulsionaba por la tos.
—Disculpa —dijo Thomas, con la voz ronca, cuando por fin dejó de toser.
Se limpió la boca con el pañuelo lo dobló y volvió a limpiarse de nuevo.
Entonces, Taye vio las manchas de sangre en el algodón blanco.
—¡Thomas! —exclamó, e intentó agarrarle la mano para cerciorarse de lo que
había visto, pero él se metió el pañuelo al bolsillo rápidamente—. Estás enfermo —le
dijo, con los ojos llenos de lágrimas—. Muy enfermo.
El bajó la cabeza. Cuando por fin habló, no la miraba.
—Lo siento. Debería habértelo dicho.
Taye conocía los síntomas de aquella enfermedad. Tuberculosis.
—Oh, Thomas.
—Lo siento. No tuve agallas.
—¿Has ido a ver al médico? ¿Has ido a la botica?
Él levantó la cabeza, al fin.
—No se puede hacer nada, y lo sabes. De todas formas, es lo mejor. No habría
podido casarme contigo de ninguna manera.
Taye se acercó a él, y Thomas intentó retirarse.
—No, no debes.
—¿No debo qué? —dijo ella, llorando—. ¿Abrazar a un viejo amigo? —apretó la
cara contra su chaqueta, inspirando profundamente, intentando fijarse su olor en la
memoria.
Él la empujó hacia atrás y consiguió soltarse cuidadosamente de los brazos de
Taye.
—Tengo que irme. He de hablar con Gallier, y además Jackson ha llevado a
Cameron a mi despacho. Tengo que mandarlos a Atkins's Way, para que no parezca
que están interesados en el destino de Minette Dubois.
Taye asintió, secándose las lágrimas con su pañuelo.
—Ojalá supiera cómo ayudarte, Thomas. No sólo por esto, sino por todo lo que
has sido para mí, para Cameron, para mi padre…
Él la miró a los ojos.
—Sonríeme —le pidio.
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Capítulo 34
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Jackson mantuvo la cabeza agachada, con el rostro escondido bajo el ala del
sombrero, mientras caminaba lentamente tras el cortejo fúnebre. El asfixiante calor de
Alabama caía sobre la triste procesión, haciendo aún más penoso el camino.
Cuando llegaron a la puerta del camposanto, cuatro hombres, incluido el
conductor del coche fúnebre, tomaron a hombros el ataúd de madera de cerezo y lo
llevaron junto a la tumba. Lo posaron cuidadosamente sobre unos caballetes y se
retiraron para dejar paso a los que iban a decirle un último adiós.
Jackson reconoció a Thompson, flanqueado por dos mujeres jóvenes vestidas de
negro de pies a cabeza. Los informes decían que tenía dos hermanas. Una de las
mujeres comenzó a llorar, y Thompson le rodeó la cintura con el brazo para que se
apoyara en él.
Jackson miró en dirección a las lápidas más grandes y los panteones que los
rodeaban. Aunque no veía a Falcon y a la otra docena de hombres que había llevado
con él, sabía que estaban allí.
Jackson, todavía con la cabeza baja, se abrió paso suavemente entre el grupo de
amigos y familiares que habían acudido a despedirse de Cora Thompson, amada
esposa y madre. Tras él, Jackson oyó suspiros suaves y ahogados. Deslizó la mano
dentro de la chaqueta y agarró la culata de su revólver. Estaba justamente detrás de
Thompson. Una de sus hermanas se había arrodillado y había apoyado las manos y
la cara en el ataúd. La otra muchacha estaba intentando consolarla.
Jackson se sacó la pistola de la chaqueta y se inclinó hacia delante para hablarle
al oído a Thompson. El hombre, de pelo rubio, de unos treinta y cinco años, se puso
muy rígido al sentir el cañón de la pistola en la espalda.
—Puede salir de aquí en silencio, dignamente, o puede salir con las manos a la
espalda, esposadas —le dijo Jackson, suavemente—. Usted elige, capitán Thompson.
—No creo que quiera hacer eso, señor —murmuró Thompson, sin apartar la
vista del ataúd de su madre.
—¿No? —preguntó Jackson.
—No —respondió una voz detrás de él.
Jackson también sintió la presión del cañón de una pistola en la espalda. En los
labios se le dibujó una media sonrisa al mirar a las lápidas que había frente a ellos.
Falcon y otros tres hombres, vestidos de negro, salieron de detrás de las tumbas, con
los rifles apuntándolos. El hombre que había tras Jackson bajó el arma.
—Maldita sea —susurró Thompson—. ¿Es usted capaz de arrestar a un hombre
en el funeral de su madre?
—Yo arrestaría a un hombre en su propio funeral —respondió Jackson,
pinchando a Thompson con la pistola—. Y ahora, camine hacia atrás lentamente.
Tengo a otro grupo de hombres detrás de aquellas tumbas, y a otros seis junto al
coche fúnebre. Compórtese, y sus hombres podrán marcharse. No los queremos a
ellos. Sólo lo queremos a usted.
Mientras Thompson comenzaba a caminar hacia atrás, lentamente, una de sus
hermanas lo llamó llorando, pero él sacudió la cabeza.
—Cuida de Alma —le dijo, señalando a la otra muchacha con la cabeza.
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—No sé lo que ocurrió la noche en que murió Grant Campbell. Por lo que a mí
respecta, ocurrió lo mejor. Por el momento, no hay ninguna acusación contra Taye
Campbell. La justicia no la reclama —dijo el viejo juez, mirando a Taye a los ojos—.
Pero algún día, en el futuro, Dios sabe si podría aparecer alguien haciendo de nuevo
acusaciones, falsas o verdaderas —continuó, y miró a Thomas—. Creo que sería
mejor si Taye Campbell no residiera en el estado de Mississippi.
Thomas asintió.
—Lo entendemos, señoría. En caso de que encontremos a Taye Campbell, le
haré saber su recomendación.
El juez tomó una pila de documentos de su escritorio, despidiéndolos con un
gesto.
—Que tengan un buen día.
Hasta que no salieron del despacho del juez, Taye no se atrevió a respirar.
—Gracias —le susurró a Thomas.
Él le sonrió amablemente.
—Mi actuación ha sido buena, ¿verdad?
—¡Magnífica! —le soltó el brazo a Gallier y se puso de puntillas para darle a
Thomas un beso en la mejilla—. Me quedaré en el Magnolia unos cuantos días más
—le dijo—. A mi tío y a mí nos gustaría invitarte a cenar con nosotros esta noche.
Creo que también voy a invitar a una mujer que he conocido. Ha sido amabilísima
conmigo, desde que se enteró de mi detención. Una tal señora Logan. Creo que es
familiar de un amigo tuyo.
Thomas sonrió.
—Será un honor aceptar su invitación, mademoiselle—le tomó la mano
enguantada e hizo una elegante reverencia para besársela.
Después, se fue, y Taye se dio cuenta de que tenía una vida entera por delante
de nuevo. Y no podía esperar más para empezar a vivirla.
—¡Efia! —gritó Clyde, cuando Efia llegaba a casa, casi después de anochecer.
Era evidente que estaba furioso—. ¡Efia!
Ella aceleró el paso y subió al porche.
—¡Voy, voy! —le gritó, mientras llegaba—. ¿Qué ocurre?
—¿Qué demonios te ocurre a ti, idiota? Esta tarde ha venido un capitán del
ejército, diciendo que la mujer a la que acusaste de asesinato era inocente. ¿Para qué
demonios has ido a llevarles cuentos a los soldados, y traerlos a mi casa? —el tono de
Clyde era más desagradable de lo habitual.
—Sabía que no me creerían. Pero ella lo mató —murmuró Efia—. Lo juro por
mi madre.
Clyde se acercó a ella y le dio un bofetón en la mejilla.
—¡A mí qué me importa! ¡Yo tengo asuntos aquí, idiota! Tengo una manera de
hacer dinero de verdad. ¡No puedo permitir que los soldados metan la nariz en mi
casa! Ese capitán ha dicho que te va a vigilar de cerca, porque hay rumores de que
has estado robando en la ciudad.
—Lo siento —dijo Efia, con la cabeza gacha.
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—Y más lo vas a sentir —la agarró por el pelo y tiró con fuerza—. ¡Recoge tus
cosas y márchate!
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas. No tenía ningún sitio al que ir.
—Clyde, por favor…
—¿No me oyes? —él le soltó el pelo y lanzó la pierna para darle una patada.
Entonces, Efia se echó hacia atrás para evitar el golpe y, sin querer, pisó a la
perra de Clyde. El animal soltó un quejido.
—¡Desgraciada! —explotó Clyde—. ¡Si le haces daño a mi perra, te voy a matar!
Efia se tambaleó hacia atrás y notó que la barandilla del porche se le clavaba en
la espalda. Mientras Clyde se lanzaba hacia ella, Efia cayó de espaldas por encima de
la barandilla.
—¡Ven aquí, desgraciada! —le gritó Clyde, mientras bajaba los peldaños del
porche para atraparla.
Efia aterrizó en el suelo de espaldas, pero rápidamente se levantó y, sin mirar
hacia atrás, salió corriendo.
—¡Si vuelves por aquí, te mataré! ¿Me oyes? —le gritó Clyde, rabioso.
Efia siguió corriendo hacia el bosque para salvar la vida.
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Capítulo 35
—¿Qué significa que no vas a quedarte a cenar? —le preguntó Taye a Cameron,
tomándole las manos.
—Yo… no me encuentro muy bien.
Las dos estaban en una pequeña sala adyacente al salón del Magnolia Hotel,
donde se estaba celebrando una fiesta por la liberación de la sobrina del señor
Gallier.
—¿Estás enferma? —Taye puso una mano fresca sobre la frente de su hermana.
—Por supuesto que no —dijo Cameron, y se apartó de la misma forma que
cuando eran pequeñas y Taye intentaba comportarse maternalmente con ella—. Sólo
que en este momento pensar en comida me revuelve el estómago.
En realidad, se encontraba perfectamente, pero necesitaba estar a solas. Una vez
que el peligro de que se acusara a Taye de asesinato había pasado, Jackson había
ocupado por completo su mente. Se arrepentía de no haber sido más comprensiva
cuando Jackson se había marchado para cumplir su misión, y durante todos aquellos
meses. Ella siempre había estado orgullosa de cómo Jackson servía al país, orgullosa
de que su marido desempeñara un papel importante para preservar el estado de la
Unión. Y qué orgulloso habría estado también su padre, pensó Cameron con tristeza.
Su propio padre, el senador David Campbell, le había enseñado a su hija, a base de
dar ejemplo, a dar servicio a su país. ¿Por qué había pensado que Jackson podría tirar
todo aquello por la borda sólo porque ella lo necesitara? ¿Por qué había pensado que
ella era más importante que todo el país? Cameron estaba empezando a darse cuenta
de lo egoísta que había sido desde que Jackson había vuelto de la guerra, y estando
embarazada de nuevo, necesitaba dejar a un lado todo aquel egoísmo. En las últimas
semanas, el hecho de tener a Lacy a su lado y cuidarla le había proporcionado una
fuerza y una felicidad que no sabía que podría acarrearle la responsabilidad por otra
persona.
Miró a Taye.
—No te preocupes, no es nada que no se cure en nueve meses.
—¿Estás embarazada otra vez? —preguntó Taye, entusiasmada, abrazándola—.
Oh, Cameron, ¡qué feliz soy por ti! ¿Ves? Te dije que todo saldría bien. ¿Y qué ha
dicho Jackson? Debe de estar muy emocionado.
Cameron bajó la vista y la clavó en la alfombra, deseando habérselo dicho antes
de que se marchara.
—No lo sabe.
—Bueno, ya tendrás tiempo de decírselo cuando vuelva. Falcon me ha enviado
un mensaje diciéndome que es posible que vuelvan mañana. Y después, él y yo
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sol. Pero cuando vio el camino que llevaba a Elmwood, no pudo evitar tomarlo.
Dios Santo, ¿qué iba a hacer? Su matrimonio había terminado. Jackson quería a
otra mujer. Taye se marchaba. Y ella iba a tener un bebé… sola, sin su marido. ¿Cómo
podría salir adelante?
Sólo podía ir a un lugar: a Elmwood.
—Está bien, chicos —dijo Clyde, escupiendo al suelo el tabaco que había
mascado—. ¡Escuchad!
El grupo había cabalgado hasta el bosque y estaban bien escondidos detrás de
unos matorrales que olían a madreselva. Hacía que Clyde se sintiera bien, como
cuando acariciaba a su perra con la mejilla en la panza.
—¿Me estáis escuchando, idiotas? —esperó un momento hasta que todos los
ojos lo miraron, y continuó—. Ésta es la idea. No es nada difícil, así que deberíais
poder hacerlo.
A medio camino hacia Elmwood, los caballos del carruaje de Cameron se
asustaron de repente y se alzaron sobre los cuartos traseros. El coche se balanceó
violentamente, y ella tuvo que tirar fuerte de las riendas para evitar salirse del
camino.
—Tranquilos, tranquilos —los calmó, mirando fijamente el matorral junto al
que acababan de pasar.
¿Por qué se habrían asustado tanto los caballos?
De repente, unos hombres salieron del matorral con sacos en la cabeza, y
Cameron gritó.
Uno de ellos agarró el arnés de los caballos, y los animales se echaron hacia
atrás de nuevo. Cameron tuvo que agarrarse con fuerza para no caerse. Cuando
volvieron a posar las patas delanteras en el suelo, ella arreó las riendas con tanto brío
como pudo.
—¡Arre! —gritó, intentando que los horrorizados caballos avanzaran.
Sin embargo, los hombres estaban bloqueando el camino. Los animales estaban
bien domesticados, y nunca atropellarían a un hombre. Otro hombre agarró al
segundo caballo, y Cameron tomó el látigo del coche. Lo hizo restallar sobre la
cabeza de su atacante, intentando asustarlo. La segunda vez que lo hizo, le dio en la
parte superior del saco que le cubría la cabeza, y el hombre gritó de dolor.
Otro hombre consiguió subirse al carruaje e intentó agarrarla. Cameron soltó las
riendas y se puso de pie en el asiento, tratando de guardar el equilibrio. Se agarró las
faldas y saltó por el otro lado, pero cuando aterrizó, la falda se le enganchó en la
rueda, y cayó de bruces a la hierba.
Cayó con fuerza, pero el suelo estaba blando, así que se recuperó rápidamente
del golpe. Se puso de rodillas e iba a levantarse y salir corriendo cuando otro tipo la
agarró del moño.
—¡La tengo! —gritó—. ¡La tengo, Clyde!
De detrás del matorral salió otro hombre, también con la cara tapada.
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—¡No me llames por mi nombre! —le dijo, y se agachó junto a Cameron, que
estaba de rodillas.
—Parece que hemos atrapado algo bueno, ¿eh, chicos? —dijo, entre risas—. ¿No
sabéis quién es, idiotas? La señorita Cameron Campbell, la hija del senador.
—Me apuesto algo a que darán mucho dinero por ella —dijo otro.
Cameron percibió el olor del whisky en el aliento de Clyde. Alcohol, sudor y
dientes podridos. Sintió náuseas, pero no apartó la mirada. Siguió mirándolo con
odio a los ojos, a través de los agujeros de la tela del saco.
Clyde sonrió y se levantó.
—Atadla. Después desenganchad a los caballos y nos los llevaremos. Dejad en
el carruaje la nota que he escrito, para que sepan lo que hay.
El que la tenía agarrada tiró del moño hacia arriba para que se levantara y se
sacó una cuerda de la parte de atrás de los pantalones.
—Jefe, ¿nos vas a dejar que nos divirtamos con ella?
—Ésta es de la realeza de Mississippi. Si alguno se la va a beneficiar, seré yo.
Cameron se estremeció de dolor mientras su captor le ataba las manos a la
espalda. Mientras lo hacía, miró a Clyde pensando que, si la violaba, sería la última
mujer a la que agrediera, porque ella le cortaría el miembro por la raíz.
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Allí, Noah estaba organizando a los hombres en grupos pequeños para que
cada uno cabalgara en una dirección distinta. Todos irían a caballo.
—Quiero que recorráis todas las carreteras, los caminos, los campos… buscad
incluso por el río —dijo. Se sacó el reloj del bolsillo y miró la hora. Eran más de las
once—. Noah establecerá un lugar a la salida de la ciudad, donde podréis ir a avisar
si encontráis algo, alguna pista. Siempre irán juntos dos hombres. No quiero que
nadie cabalgue solo.
Observó las caras de los hombres, y vio en sus ojos una preocupación
verdadera. Aquello le levantó el espíritu. De todas las formas posibles, Cameron
había representado una diferencia beneficiosa en las vidas de aquellos hombres. Les
había dado trabajo, un tejado, comida. Veía en sus semblantes que la respetaban, que
la estimaban.
—Muy bien —dijo Jackson, con la voz ronca por la emoción—. Vamos.
Jackson vio a los hombres salir en fila, y se volvió hacia Taye.
—¿Estás segura de que salió del hotel a las siete y media, y de que venía hacia
aquí?
Ella asintió, y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los oía.
—Pero ha ocurrido algo. Tengo que contártelo…
—¿Qué? —le preguntó, al ver que ella titubeaba—. Taye, tengo que irme.
—Marie LeLaurie ha estado aquí.
—¿Aquí?
—En el hotel. No sé de dónde ha salido. Thomas dice que ya se ha ido, pero…
—Se lo dijo a Cameron—terminó él.
—Le dio a entender que tenía una aventura contigo y que continuaría.
—¡Pero eso no es cierto!
—Tienes que decírselo a Cameron—susurró ella.
Él se cubrió la cara con la mano.
—Si la encuentro a tiempo.
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Capítulo 36
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—No hasta que no nos haya dicho la verdad —murmuró Lacy—. Haré que
vomite todo lo que sepa.
Taye tomó a Lacy por los hombros y la levantó de encima de su cautiva.
En vez de levantarse y salir corriendo, Efia se quedó allí, llorando.
—Clyde te ha echado, ¿no? —le preguntó Taye.
Efia se sentó, secándose las mejillas sucias, y asintió.
—¿Y no tienes adonde ir?
—No.
—Levántate y te llevaremos a Atkins' Way. No estás a salvo, tú sola por el
bosque, a estas horas.
—¿De… de verdad? —Efia miró a Taye como si no hablaran la misma lengua.
—Sí. Quizá podamos encontrarte un trabajo, o al menos, darte algo de comer y
ropa decente.
Efia continuó mirando a Taye, como si fuera un fantasma, o un ángel.
—¿Haría eso?
Taye asintió.
Efia miró a Lacy, y de nuevo a Taye. Después de un momento, habló
entrecortadamente.
—¿De qué está hablando? ¿Qué le ha pasado a la señorita Cameron?
—No lo sabemos—Taye le ofreció la mano a Efia y la ayudó a levantarse—. Se
marchó a las siete y media desde la ciudad hasta Atkins' Way, pero nunca llegó allí.
Nadie sabe dónde está.
Efia parpadeó, temblando de miedo.
—Me parece que sé… dónde puede estar.
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embargo, todo había cambiado en apenas dos horas. Había cambiado en el mismo
momento en que aquel hombre sucio le había puesto las manos encima. Entonces
había sabido que quería sobrevivir, y que quería que su bebé naciera. Quería a
Jackson. Lo amaba. Si Jackson estaba dispuesto a recuperar el amor y la confianza
que una vez habían sentido el uno por el otro, si dejaba a Marie y volvía a ella, ella lo
aceptaría. Lo había amado desde que tenía diecisiete años, y sabía que nunca podría
amar tan profundamente como amaba a aquel hombre. Ningún otro conseguiría
acercarse tanto a su alma como Jackson.
Cameron retorció las manos, decidida a soltarse. No moriría allí.
Taye y Lacy continuaban lentamente por el camino. Efia iba a la grupa de Lacy.
Cuando llegaron a la carretera principal, Lacy insistió en que desmontaran y
siguieran a pie.
—Tenemos que ser muy sigilosas —susurró, mientras se deslizaban entre los
pinos hacia el sitio donde Efia les había dicho que estaba la guarida de Clyde. Allí
escondían lo que robaban hasta que pudieran traficar con ello.
Caminaron hasta la casa entre los árboles, y la rodearon hasta la parte de atrás,
donde estaban los caballos.
—Clyde está ahí —dijo Efia, con amargura—. Huelo su hedor.
Mientras se arrastraban para acercarse más, todo estaba en silencio, pero Taye
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lleno de sangre.
Jackson intentó llegar hasta su esposa, pero otros tres bandidos armados
entraron en la granja. Falcon derribó a dos de ellos y uno de los faroles que había
sobre la mesa saltó en dardos de cristal, mientras el aceite ardiendo se extendía por la
mesa.
—¡Cameron! —Jackson apenas podía respirar, por el hedor del humo, la
pólvora y la sangre.
—¡Jackson! —gritó Cameron—. ¡Tienen a Lacy!
Él se volvió hacia atrás y vio la forma de un hombre encapuchado que
arrastraba a Lacy por el suelo hacia el pasillo trasero. Falcon disparó, y el asaltante de
Lacy cayó hacia atrás, se golpeó contra la pared y de deslizó hasta el suelo, muerto.
Lacy se arrastró por el suelo, sollozando y gimiendo el nombre de Cameron.
En medio del caos, Clyde agarró a Cameron y le enredó los dedos en el pelo.
Tiró con fuerza para que se pusiera de pie y la colocó de escudo, por delante de él.
—Tengo un cuchillo—advirtió, y le puso el cuchillo contra la garganta—. Si
alguien hace un movimiento, la mataré —dijo, y se la llevó hacia la puerta delantera.
—Cam… —Jackson dio involuntariamente un paso hacia delante, y Clyde
apretó el cuchillo contra el cuello de Cameron. Ella soltó un grito de dolor.
—¡Atrás he dicho, o la mato! Podéis matarme a mí, pero ella no sobrevivirá
tampoco.
A Cameron le brotó sangre del cuello blanco, y sus ojos petrificados se clavaron
en Jackson mientras Clyde la arrastraba hacia la oscuridad.
Falcon caminó sigilosamente por la habitación.
—Yo iré por la parte de atrás y los seguiré. No me verá, Jackson. Tu mujer
vivirá.
—No… no… —los gritos de Cameron resonaron fuera de la casa—. ¡Jackson!
—¡Cameron!
Jackson salió por la puerta y vio a Cameron de rodillas en el suelo. Había dos
figuras luchando sobre ella. Una cayó al suelo, y Jackson disparó, derribando a la
otra.
—¡Taye! —gritó Cameron, sollozando, mientras Jackson corría hacia ella.
Cameron tenía a Thomas en brazos. El cuchillo de Clyde estaba clavado en su
pecho delgado, y la sangre brotaba y le empapaba la chaqueta.
Taye apareció de la oscuridad y cayó de rodillas junto a Cameron.
—Oh, Thomas, Thomas… —sollozó.
Cameron dejó con cuidado la cabeza de su amigo sobre el regazo de Taye.
Los ojos de Thomas se clavaron, sin vida, en los ojos azules que siempre amaría.
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29 de noviembre de 1855
Hoy he ido a la ciudad a ver a mi nieta.
Es una criatura deliciosa. Inteligente, preguntona.
Ojalá Grant quisiera tomar parte activa en su vida. Él no entiende la alegría que
dan los hijos. Incluso los hijos que han nacido fuera del matrimonio, como mi Taye.
Cameron pasó la vista sobre las palabras, casi sin leerlas, avanzando a toda
prisa. Por fin, lo encontró y miró hacia arriba.
—¡Jackson! ¡Lacy! ¡Venid! —se deslizó a un lado del banco para hacerles sitio—.
Escuchad esto —dijo, y leyó en voz alta—:
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—Entonces, dilo —dijo Jackson, junto a ella—. Díselo a todo el mundo —repitió,
de buen humor.
Cameron cerró el diario y lo dejó descansar en su regazo.
—¿Qué?
—Que ya me lo habías dicho.
Ella sonrió.
—Puedes persuadirme de que no lo haga.
—¿Cómo?
—Con un beso.
—¿Sólo un beso como castigo?
—Sólo uno—respondió ella, en un susurro.
Él la besó.
—Y yo que estaba pensando en darte mil…
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Epílogo
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Jackson sonrió.
—Falcon es un hombre afortunado.
Ella lo miró a los ojos, y se perdió durante un instante en aquellas
profundidades grises.
—Mamá —dijo Katie, tirándole de la mano—. ¿Ha terminado Lacy de estudiar?
¿Va a venir a vemos montar en pony también?
—Sí ha terminado, y tenemos que ir a cenar todos. Patsy nos regañará si
llegamos tarde a la mesa —dijo Cameron.
Jackson se levantó del banco y ayudó a las niñas a bajar.
—Creo que deberíamos echar una carrera —propuso Katie, y le tiró de la
manga a Jackson—. ¿Eh, papá?
—No sé —dijo Jackson, sacudiendo la cabeza con dramatismo—. Mamá
siempre nos gana.
—Preparados… listos… —dijo Abby, poniendo un pie por delante, y
subiéndose la falda, casi hasta la cintura.
—¡Ya! —chilló Katie.
Y las niñas salieron corriendo por el bosquecillo. Cameron se volvió hacia
Jackson. No podía dejar de sonreír.
—¿Qué tal ha ido la lección de equitación?
—¿Sinceramente? —él le rodeó la cintura con el brazo y los dos siguieron a las
niñas relajadamente—. Bueno, sólo se han caído tres veces entre las dos. Un buen día,
diría yo.
Cameron se rió y cerró los ojos mientras él la besaba.
—¡Mamá! ¡Papá!
—¡Mamá! ¡Papá oso!
De repente, estaban rodeados de pequeñas niñas pelirrojas que les tiraban de la
ropa.
—¡Habéis dicho que íbamos a echar una carrera!
Jackson suspiró y soltó a Cameron.
—Niñas, no creo que vuestra madre quiera…
Cameron se levantó las faldas y echó a correr.
—¡El último que llegue a cenar es un sapo feo!
Las niñas comenzaron a chillar, medio encantadas, medio horrorizadas, y
corrieron tras ella.
—¡Esperadme! —dijo Jackson, echando también a correr.
—¡Tienes que alcanzarnos! —respondió Cameron, riéndose.
Y los cuatro corrieron por el bosquecillo de frutales, hacia casa, hacia la
felicidad que habían construido allí.
***
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
ROSEMARY ROGERS
Nació en una familia adinerada en el esplendor colonial de
Ceilán, ahora Sri Lanka. Propensa a soñar y tener fantasías desde
la niñez, escribió la primera novela con sólo ocho años, y en su
adolescencia escribió poemas románticos al estilo de sus
escritoras favoritas.
Rosemary empezó su carrera como escritora mientras
trabajaba como secretaria para el Departamento de Parques de
California. Madre divorciada con cuatro hijos, Rosemary se
esforzaba por criar a sus hijos con el sueldo de una secretaria. En las
horas de la comida y por la noche, después de que los niños se
hubieran dormido, Rosemary ponía la pluma sobre el papel, plasmando las fantasías
románticas que salían de su imaginación.
Daba mucha importancia a los detalles. Rosemary escribió su primer manuscrito
veintitrés veces, esforzándose por la máxima precisión hasta límites insospechados. Hasta que
un día su hija adolescente se encontró el manuscrito en un cajón, y la animó a que lo enviara a
una editorial. Las horas de revisión le sirvieron para que su espontáneo manuscrito fuera
aceptado para su inmediata publicación.
Su novela, Sweet Savage Love, subió como un cohete en las listas de éxito, y se
convirtió en una de las novelas históricas más populares. A lo largo de su carrera, Rosemary
ha escrito más de dieciséis novelas, ha vendido millones de copias por todo el mundo, y sus
novelas se han traducido a once idiomas.
VUELVE A MI
Después de la guerra de Secesión, el país había alcanzado una paz muy frágil, pero la
tensión continuaba en los corazones de aquellos que habían luchado por su tierra…
Para la bella Cameron Campbell el fin de la guerra sólo significaba una cosa: el regreso
del gallardo capitán Jackson Logan después de cuatro años de separación. Sin embargo tenía
algunos planes a los que no estaba dispuesta a renunciar por un hombre, quería regresar a la
plantación que su familia tenía en Mississippi y que debía recuperar. El oficial era todo un
héroe de guerra capaz de liderar a muchos hombres, pero ahora tendría que vérselas con una
esposa tan testaruda y obstinada como él mismo… Aunque Jackson amaba a su bella esposa,
un oscuro peligro lo arrastraba a una última misión por su país.
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