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Rosemary Rogers

LOGAN, 2

Vuelve a mí
ÍNDICE
Capítulo 1 .................................................................................... 3
Capítulo 2 .................................................................................... 8
Capítulo 3 .................................................................................. 14
Capítulo 4 .................................................................................. 20
Capítulo 5 .................................................................................. 31
Capítulo 6 .................................................................................. 37
Capítulo 7 .................................................................................. 43
Capítulo 8 .................................................................................. 51
Capítulo 9 .................................................................................. 59
Capítulo 10 ................................................................................ 66
Capítulo 11 ................................................................................ 71
Capítulo 12 ................................................................................ 81
Capítulo 13 ................................................................................ 90
Capítulo 14 ................................................................................ 98
Capítulo 15 .............................................................................. 106
Capítulo 16 .............................................................................. 111
Capítulo 17 .............................................................................. 118
Capítulo 18 .............................................................................. 125
Capítulo 19 .............................................................................. 132
Capítulo 20 .............................................................................. 137
Capítulo 21 .............................................................................. 143
Capítulo 22 .............................................................................. 150
Capítulo 23 .............................................................................. 158
Capítulo 24 .............................................................................. 162
Capítulo 25 .............................................................................. 169
Capítulo 26 .............................................................................. 175
Capítulo 27 .............................................................................. 181
Capítulo 28 .............................................................................. 186
Capítulo 29 .............................................................................. 191
Capítulo 30 .............................................................................. 197
Capítulo 31 .............................................................................. 201
Capítulo 32 .............................................................................. 208
Capítulo 33 .............................................................................. 213
Capítulo 34 .............................................................................. 220
Capítulo 35 .............................................................................. 227
Capítulo 36 .............................................................................. 235
Epílogo .................................................................................... 245
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA ....................................................... 247

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 1

Washington, D.C.
Junio, 1865

Aquella noche de verano era cálida y húmeda. A Cameron le recordó a su casa,


en Mississippi, mientras su carruaje se detenía en la calzada empedrada, frente al
Rowe James Hotel, en Washington, D.C. Se recogió la falda de su maravilloso vestido
de noche y tomó la mano enguantada que le ofrecía el lacayo para ayudarla a
descender del coche. La ligera brisa del Potomac le revolvió la melena de cabello
pelirrojo y rizado que le caía por la espalda, y dejó a la vista los pendientes de zafiros
y diamantes que se derramaban como una cascada hasta sus hombros desnudos.
A Cameron se le aceleró el corazón. Aquel hotel elegante sólo le traía recuerdos
felices. Su marido le había pedido allí mismo que se casara con él, cuatro años antes.
Y allí también, en la noche de bodas, habían bailado en su lujosa suite, habían bebido
champán y habían hecho el amor hasta que el amanecer había derramado una luz
dorada por las sábanas de hilo.
Al entrar, alzó los ojos y vio una guirnalda de banderas negras, un crudo
recordatorio de la muerte del presidente Lincoln, ocurrida sólo dos meses antes.
El frágil país estaba todavía de luto, bajo estado de shock, incapaz de aceptar
por completo que su amado dirigente, que había liberado a los esclavos, había
salvado la Unión y había jurado que curaría todas las heridas de la nación, hubiera
sido asesinado de una forma tan abyecta.
—Buenas noches, señora Logan —un portero uniformado le abrió las
imponentes puertas de bronce.
—Buenas noches —dijo, ofreciéndole una sonrisa amable mientras entraba al
vestíbulo, una estancia enorme con columnas griegas, abarrotado de hombres y
mujeres elegantemente vestidos de noche.
—¡Señora Logan! —un distinguido caballero de pelo blanco, con una mujer
morena del brazo, se inclinó ante ella—. Me alegro mucho de verla. He oído decir
que el capitán Logan ya ha vuelto a Washington.
—En efecto, senador —respondió Cameron, sonriente.
Sin embargo, no animó más la conversación.
—Señora Logan, es un placer tenerla de nuevo con nosotros —la saludó el
maître, con una ligera reverencia. Después, la acompañó hacia el salón—. ¿Su mesa
de costumbre?
Ella asintió, sonriendo graciosamente.
—El capitán vendrá en cuanto termine sus asuntos. Lo espero en cualquier

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momento.
El maítre sonrió encantado mientras la seguía por el laberinto de mesas,
cubiertas de manteles de lino blanco e iluminadas a la luz de las velas.
El murmullo de las conversaciones y la suave música del piano se mezclaban en
la atmósfera.
—Su mesa favorita, señora Logan, perfecta para la vuelta a casa —dijo el señor
Douglas, mientras le separaba la silla de la mesa, junto al gran ventanal.
Las cortinas de terciopelo azul estaban abiertas, y Cameron se reencontró con la
maravillosa vista de la ciudad iluminada por las farolas de gas y el río Potomac en la
distancia, donde las luces de los barcos brillaban en la oscuridad.
—Gracias, señor Douglas. El capitán estará encantado.
—¿Querría tomar algo mientras espera?
Ella se quitó los guantes y los dejó en la mesa, junto al bolso.
—Champán.
—Por supuesto. ¡Albert! —Dijo el maître, chasqueando los dedos—. Champán
para la señora Logan. Una botella de Moé't Chandon de la bodega particular del
capitán.
Cameron estaba tan ansiosa por ver a Jackson que tenía el estómago atenazado
bajo el prieto corsé. Unos cuantos sorbitos de champán la tranquilizaron un poco. Su
marido había vuelto a Baltimore para estar con ella alguna noche robada siempre que
le había sido posible, pero hacía mucho tiempo que no estaban juntos de verdad, y
ella lo había echado de menos inconcebiblemente. Quería que volviera a casa para
tener un compañero, un amigo, un socio. Había puesto todas sus esperanzas en aquel
matrimonio. Y le parecía que empezaba de verdad aquella noche.
Sabiendo que a Jackson le gustaba que se arreglara a la última moda, Cameron
había elegido cuidadosamente su vestido, de seda azul y blanca, con un atrevido
escote. Y, aunque se consideraba un poco subido de tono, llevaba el pelo suelto,
peinado de forma sencilla pero elegante. A Jackson siempre le había encantado su
pelo. Había sido su melena, según él le había explicado, lo que le había llamado la
atención en aquel verano en que ella tenía diecisiete años y él había visitado por
primera vez la plantación de su padre, Elmwood. Su melena pelirroja y sus ojos
ámbar.
—Perdone que la moleste, señora, pero creo que el maître ha cometido un error.
Cameron alzó la vista por encima del borde de su copa y vio a un caballero
elegante, con una chaqueta larga, junto a la mesa. Medía un metro noventa y era
esbelto y musculoso. Llevaba el pelo negro recogido en una coleta y atado con un
cordón de seda negro. Aunque aquel peinado estaba completamente pasado de
moda, en él era ideal. Lo hacía enigmático, incluso peligroso. Los hombres como
aquél podrían, con toda facilidad, conseguir que cualquier mujer solitaria como ella
se descarriara.
Cameron movió las pestañas mientras examinaba su rostro arrogante y su
sonrisa de muchacho. No sólo era asombrosamente guapo, sino que además lo sabía.
—¿Un error? ¿Qué error?

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—Bueno… —él miró por la ventana, y después otra vez a ella—. Creo que el
señor Douglas le ha dado a usted mi mesa, sin darse cuenta.
Ella sonrió y dejó la copa de champán sobre la mesa.
—Señor, creo que es usted el que está en un error. Ésta es mi mesa. Es mi mesa
siempre que vengo a Washington.
Él dejó escapar un suspiro de ligero aburrimiento.
—No. Ésta es mi mesa. Es la única en la que me siento cuando tengo negocios
en la ciudad.
Ella se recostó en el respaldo de la silla, divertida por aquella conversación con
aquel granuja insolente. Al contrario que la mayoría de mujeres de su edad y
posición social, ella no buscaba la compañía de otras féminas, a las que encontraba
frívolas y aburridas. Su padre siempre le había dicho que debería haber nacido
hombre. Quizá tuviera razón.
—¿Y qué vamos a hacer, señor? Como ya ve, estoy sentada a la mesa, y hay
reglas concernientes a la posesión de tales lugares públicos.
—Bien, pues parece que no tenemos otro remedio, señora, que compartir esta
mesa —respondió él.
Apartó una de las sillas y tomó asiento frente a Cameron, antes de que ella
pudiera protestar.
—Señor, no puede sentarse aquí. Estoy esperando a mi marido —dijo Cameron,
con los ojos ámbar encendidos por la irritación y el asombro.
Él se encogió de hombros.
—Él se lo pierde. No debería haber dejado a una mujer tan despampanante sin
compañía, desprotegida ante caballeros de dudosa reputación, como yo mismo.
Camarero —dijo, levantando una mano. El camarero se acercó a la mesa—. Otra
copa, por favor.
—Señor, yo no lo he invitado a compartir mi champán —Cameron se inclinó
hacia él y clavó la mirada en sus ojos grises—. Tendré que avisar al maître para que
lo saque de aquí, por su insolencia.
Cuando el camarero les llevó la copa, el atractivo extraño se sirvió champán y
se recostó en la silla con indolencia para probarlo.
—Bueno, bueno, no querrá provocar una escenita y molestar a todo el mundo,
¿verdad?
Cameron miró de reojo hacia las mesas que los rodeaban. Por las miradas y los
cuchicheos ocasionales, se percataba de que la gente había notado que estaba con un
visitante muy guapo.
—Señor, debo pedirle de nuevo que se marche. Va a causar un escándalo. Va a
destrozar mi reputación.
A él le brillaron los ojos. Se bebió lo que quedaba de champán francés y sonrió
enigmáticamente.
—Concédame una petición, entonces, antes de marcharme. Un baile.
—No —dijo ella, mientras él la tomaba por la muñeca.
A pesar de que Cameron se resistió, él la agarró como si tuviera unas esposas.

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—Vamos, sólo un baile.


Cameron luchó de veras mientas él la levantaba de la silla y le pasaba el brazo
por la estrecha cintura.
El pianista comenzó a tocar un vals mientras el canalla la llevaba hacia la pista
de baile.
—Sígame la corriente —le susurró el intruso al oído.
Ella notó su aliento cálido en el cuello.
—No quiero bailar —murmuró Cameron. Allí de pie, había empezado a notar
el champán. ¿O sería él quien le alteraba el equilibrio y conseguía que se sintiera
mareada?—. No hay nadie más bailando. Y esta música es completamente
inapropiada…
Él le tomó una mano. Después le agarró la cintura con firmeza, atrapándola por
completo.
—Estabas tan bella, sentada en aquella mesa junto al ventanal, tan solitaria, tan
vulnerable y al mismo tiempo tan valiente —tomó uno de sus rizos, se lo enroscó en
un dedo e inhaló su esencia—. Dios, qué bien hueles…
Cameron estaba mareada y completamente consumida por el hombre que la
tenía atrapada. El olor de su masculinidad, la sensación de aquellos brazos a su
alrededor, eran todo lo que había soñado a solas, en su cama. Nunca se había
considerado una de aquellas mujeres débiles que se dejarían vencer por la mirada de
un hombre o por un cumplido tonto. Sin embargo, estaba abrumada por aquel
caballero.
—Tengo una llave en el bolsillo. Es la llave de una suite de aquí, del hotel —
murmuró con la voz ronca, rozándole la mejilla con los labios.
La pista de baile giraba a su alrededor mientras bailaban. Las luces de las velas
eran como constelaciones brillantes.
—Señor, no puedo. Todos nos están mirando. La mesa. La cena.
Él volvió a posar su boca cálida en la mejilla de Cameron, y ella no pudo pensar
con claridad.
—Podemos cenar después.
—Me he dejado el bolso —su última protesta fue débil, apenas audible.
—Te compraré otro, lleno de monedas de oro.
Cameron oía el murmullo de voces que se estaba alzando sobre la música del
piano. Iba a ser el cotilleo de toda la ciudad de nuevo, y todavía no se había
recuperado del último barullo que había formado al montar a horcajadas a un
purasangre árabe que había derribado a uno de sus adiestradores. Según la gente, no
era apropiado en absoluto que una dama montara de aquella manera. No era
correcto.
A Cameron empezaron a arderle las mejillas. Todo el mundo los estaba
mirando. Él la sacó prácticamente a rastras del salón, por delante de todas las demás
parejas, y de las viudas que movían nerviosamente los abanicos y arqueaban las
cejas. La sacó al vestíbulo de mármol, cubierto por alfombras orientales, y la llevó
escaleras arriba, volviéndose a mirarla sólo para preguntarle con los ojos si quería

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que la subiera en brazos, por los peldaños.


Arriba se detuvo en mitad del pasillo y la empujó contra la pared para besarla.
Cuando, después de unos instantes, él apartó su boca de la de Cameron, ella no
podía hablar. No podía pensar, De repente, nada más tenía importancia, nada
excepto sus roces y las imágenes de carne desnuda contra carne que le poblaban la
mente.
Él la tomó por el brazo y la llevó hasta las puertas dobles de un extremo del
pasillo.
—Por favor —le rogó ella, sin aliento—. Nos han visto todos. No volverán a
recibirme en ninguna casa…
—Como si alguna vez te hubiera importado lo que pensaran… —dijo él.
Se detuvo frente a las puertas de la suite Potomac y volvió a acorralarla contra
la pared. Y, al besarla, deslizó una mano por su estómago, hacia arriba, para
atraparle un pecho.
A ella le dolió el cuerpo de deseo. Mientras él la besaba, Cameron abrió los
labios y saboreó en su lengua el champán que había bebido, y gimió al notar que él le
bajaba el escote del vestido y le acariciaba un pezón.
—Nos van a ver —dijo, en un gruñido, mientras trataba de apartarlo.
Él la mantuvo atrapada contra la pared, se apoyó con un brazo por encima de
su cabeza y la miró a los ojos.
—¿Y qué verán, cariño? ¿A un hombre que desea apasionadamente a su mujer?
Entonces, ella soltó una carcajada y le pasó los brazos por el cuello. Él la apretó
contra su cuerpo, fuerte y musculoso, presionando su pelvis contra la de ella, y
acariciándole el pelo.
—Te he echado de menos —le dijo Cameron, sorprendida por la emoción que le
entrecortaba la voz—. Te he echado mucho de menos, Jackson. Y me parece que ha
sido mucho peor desde que supe que volvías a casa. Pensé que esta noche nunca
llegaría.
Él se apartó y le secó la lágrima que le recorría la mejilla, con ternura.
—Bien. Ahora ya estoy en casa y, si Dios quiere, no tendré que apartarme de ti
nunca más —dijo, y volvió a besarla.
Cameron le devolvió el beso dulcemente, pero en cuanto sintió el contacto de
sus labios, el fuego se encendió de nuevo. Ella se derritió en sus brazos, agradeciendo
aquellas sensaciones como agradecía el aire que respiraba.
Él la sujetó por la cintura con una mano, y con la otra metió la llave en la
cerradura y abrió. Empujó la puerta de caoba con la bota, tomó a Cameron en brazos
y cruzó con ella el umbral.

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Capítulo 2

La lujosa suite del hotel estaba iluminada con velas. La ropa de la cama estaba
abierta tentadoramente, y había una botella de champán y dos copas en la mesa,
junto a una bandeja llena de quesos, pan y fruta, dispuestos entre pequeños ramos de
rosas.
—Granuja engreído —dijo Cameron, echando la cabeza hacia atrás para
reírse—. ¡Lo tenías todo preparado!
—Me declaro culpable —dijo Jackson—. No he pensado en otra cosa durante
semanas.
Cameron le rodeó el cuello con los brazos y lo besó en la boca.
—¿Y qué habría pasado si te hubiera rechazado? Ha sido una escena muy
vergonzosa en el salón. Te habría estado bien empleado si me hubiera ido a casa sin
ti.
Él sonrió perversamente, abrazándola con fuerza.
—Si tú me hubieras dejado, estoy seguro de que habría encontrado a otra mujer
para ocupar tu lugar.
—Más arrogancia sin fundamento —ronroneó ella, pasándole las palmas de las
manos por las solapas de terciopelo de la chaqueta—. Y ahora, cierra la puerta, o de
lo contrario atraeremos público, sin duda alguna.
Él cerró la puerta con la bota y la posó en el suelo.
—Has estado comiendo muy poco —le susurró Cameron, besándole la mejilla,
la barbilla y los labios de nuevo—. Estás muy delgado.
—No es por falta de comida —respondió Jackson, y le apretó la palma de la
mano contra el torso, donde le latía el corazón—, sino por falta de amor.
Ella se rió, percibiendo el deseo que Jackson sentía en su voz ronca.
—Pero yo siempre te he querido, Jackson, te he querido desde el día en que
apareciste en el camino de los olmos de la plantación de mi padre, aquel verano en
que yo sólo tenía diecisiete años.
—No me refiero a esa clase de amor —él le metió la mano por debajo de la falda
y le acarició la pantorrilla cubierta por las medias de seda, y después más arriba—. Y
tú lo sabes bien.
Cameron dejó escapar una risita nerviosa y le apartó la mano.
—Eres incorregible.
—Exactamente como te gusta.
La tomó por los hombros y la giró para que se diera la vuelta. Comenzó a
desabrocharle la interminable fila de diminutos botones de su vestido nuevo, uno
por uno. Mientras lo hacía, enterró la cara en la cabellera de Cameron e inhaló su

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fragancia.
Cameron se apoyó en él, disfrutando del calor y de la fuerza de sus brazos y de
las cosquillas que le hacía con los dedos en la espalda desnuda. Arqueó la espalda y
le apretó las nalgas contra el pubis. Él ya estaba ansioso por ella. Cameron lo notó
duro y caliente, incluso a través de las capas de seda y de lana de la ropa.
—Oh, date prisa, Jackson —le susurró.
—¿Qué me dé prisa, mi amor? —le murmuró él al oído.
—Sí —respondió Cameron—. Estás tardando mucho.
—Está bien. Eso no podemos permitirlo —dijo.
Entonces, agarró ambos lados del delicado vestido y lo rasgó. La tela se rompió
y los botones saltaron por los aires.
—¡Jackson! ¡Mi vestido!
—Te compraré otro. Una docena de ellos. Verás, yo también tengo prisa. No
puedo esperar ni un momento más a tenerte —y le dio la vuelta en sus brazos para
arrancarle también la tela de los hombros.
Sus labios se encontraron mientras él dejaba caer la tela rota al suelo. Le arrancó
tirantes, lazos y volantes y pronto la tuvo desnuda ante él, excepto por las medias y
los zapatos, rodeada de montañas de seda y miriñaques.
—¿No podemos apagar algunas velas? —le pidió ella.
—Quiero tener luz para poder verte —le susurró Jackson—. Quiero verte
entera.
Le besó el hombro y el cuello, y después bajó poco a poco. Cameron le pasó los
brazos por el cuello y cerró los ojos, y sintió que se balanceaba sobre los tacones
mientras él le tomaba los pechos y se los lamía.
—Jackson —dijo medio riéndose, medio gimiendo—. Voy a caerme.
—Yo te sostendré —dijo él, y siguió lamiéndole el pezón con la lengua húmeda.
—Jackson, por favor, ¿no podemos ir a la cama?
Él sonrió, esbozó aquella sonrisa que podría poner a cualquier mujer de
rodillas, rendida.
—Creía que nunca ibas a pedírmelo.
—Sinvergüenza arrogante —dijo ella, mientras Jackson la tomaba en brazos y la
llevaba a la cama—. Nunca cambiarás, ¿verdad?
—No me querrías de ninguna otra manera —respondió él, mientras la llevaba a
la cama y la hacía tumbarse.
—Esto es injusto —murmuró Cameron lánguidamente—. Quítate la ropa y ven
conmigo.
—Tú no estás completamente desnuda —respondió él, con lascivia, mientras le
quitaba un zapato.
Después, agarró el borde de la media y empezó a bajársela seductoramente.
A Cameron se le cortó la respiración al sentir su roce en el muslo, en la
pantorrilla, en la rodilla. Cada centímetro de su piel sentía necesidad de él.
Jackson tiró la media por encima de su cabeza, y se quedó junto a la puerta,
como una bandera abandonada en una batalla. Ella abrió los ojos para mirarlo

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mientras le quitaba el segundo zapato y la última media.


—Quítatela —le dijo, tocándole el pecho con el pie descalzo—. Quítate la ropa.
Toda.
—Sí, señora —respondió él, y mientras paseaba su mirada por el cuerpo de
Cameron, fue quitándose la chaqueta, el fajín, la corbata y la camisa.
Después se quitó las botas y los calcetines. Ella se mordió el labio inferior. La
respiración se le aceleraba a medida que él se desabotonaba los pantalones. Y por fin,
una sonrisa le iluminó la cara cuando él se quitó aquella última prenda y mostró toda
su gloriosa masculinidad.
Cameron sabía que debería avergonzarse de aquel deseo incontenible que
sentía por él. Sin embargo, no podía evitarlo. Se apretó contra Jackson, que se había
tumbado a su lado, lo besó y separó los labios para dejarse invadir por su lengua.
Después deslizó la mano por su vientre duro, y más abajo.
Jackson gruñó y se la apartó.
—Eres muy impaciente, esposa.
Ella se rió cuando él hizo que rodara y ambos se quedaron descansando de
costado sobre el colchón.
—He esperado durante mucho tiempo, esposo, lo que es mío por derecho. Soy
tu mujer. No consentiré que lo pospongas más.
—Y no lo pospondré. No tengas miedo de eso —se lamió la punta del dedo
índice y comenzó a deslizarlo entre sus pechos—. Yo, sin embargo, he aprendido la
virtud de la paciencia, algo de lo que tú, querida mía, no sabes nada.
Mientras aquel dedo viajaba más y más abajo, a Cameron se le puso la carne de
gallina, aunque no tuviera frío. Él volvió a lamerse el dedo y continuó su camino.
Cameron cerró los ojos y elevó las caderas instintivamente cuando él llegó al
triángulo que había entre sus muslos.
—Jackson —susurró.
—Cameron, mi dulce Cameron. No puedo explicarte lo que ha significado
durante todos estos meses y todos estos años saber que estabas esperándome —con
la palma de la mano, cubrió aquel montículo de rizos suaves y pelirrojos, y ella gimió
de placer.
—Ámame, Jackson —le rogó.
—Siempre —él se levantó en la cama y apretó su boca contra el vientre.
Y Cameron no protestó al sentir su lengua en la piel, descendiendo.
Ella llegó al primer clímax rápidamente, con fuerza. Jackson la conocía, conocía
su cuerpo, mejor que ella misma. Pulsaba sus cuerdas como si fuera un maravilloso
instrumento.
—¡Oh! —gimió Cameron, agarrándose con fuerza a los hombros de Jackson,
mientras las oleadas de placer la invadían.
Jackson se quedó inmóvil y dejó descansar la cabeza en el vientre de Cameron.
Ella le acarició el pelo.
—¿Te gustaría tenderte sobre mí? —le susurró Cameron, cuando recuperó el
aliento—. Podría enseñarte un truco que conozco.

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—¿Y dónde aprendió ese truco, señora? —él subió por la cama, se tumbó a su
lado y le posó la mano en la cadera.
—Oh, un hombre perverso me lo enseñó.
—¿Era perverso?
Ella se inclinó hacia abajo y atrapó uno de los pezones de Jackson entre los
dientes. Él gruñó de placer.
—Perverso, de verdad —susurró ella—. Un extraño astuto, que me arrebató la
virginidad antes de casarnos, y me usó para obtener su propio placer pecaminoso.
—¿Y disfrutó usted esos placeres pecaminosos?
—Oh, mucho, señor.
El echó la cabeza hacia atrás y rió. Su voz profunda se oyó por toda la
habitación.
Cameron le acarició el vientre y después cerró la mano alrededor de la suave
piel de su miembro cálido y rígido, y entonces, las carcajadas de Jackson se
desvanecieron.
—¿Has dicho que conocías un truco?
—Varios —ronroneó ella—. Era un excelente instructor.
Jackson le besó la mejilla y le apartó la mano.
—Ya está bien, mujer —rodó para ponerse sobre ella, a horcajadas, y se inclinó
para mirarla a los ojos—. O la diversión de acabará antes de lo que queremos.
Ella se rió y levantó la cabeza para volver a besarlo en los labios. Mientras se
besaban, Cameron sintió su dureza contra su piel húmeda y caliente, y separó los
muslos.
Jackson la tomó rápidamente, con una embestida larga y dulce. Cameron dejó
escapar un gritito de sorpresa… de alivio.
—¿Era esto lo que tenías en mente, cariño? —Jackson le sujetó las muñecas a la
cama, se inclinó hacia ella y después se incorporó para empujar.
—Exactamente —gimió ella, con los ojos cerrados y los labios apretados.
Jackson bajó su cuerpo y volvió a elevarlo de nuevo. Ella se retorció bajo él, y se
elevó para recibir sus embestidas.
Las ondas de placer líquido se convirtieron en olas, que recorrieron el cuerpo de
Cameron una y otra vez. Intentó contenerse y retener aquel momento, pero no pudo.
Hundió las uñas en los hombros desnudos de Jackson mientras todos los músculos
de su cuerpo se contraían. Gritó su nombre y arqueó la espalda. Lo oyó gruñir en su
oído, y volvieron a elevarse para encontrarse una última vez antes de caer de nuevo
en la cama, jadeando para tomar aire.
Cameron se agarró fuertemente a Jackson mientras la cima de éxtasis se
convertía en olas, y las olas en ondas de nuevo. Cuando por fin pudo hablar, lo
abrazó y le susurró:
—Bienvenido a casa, Jackson.
Él se tumbó sobre el costado y la atrajo hacia su cuerpo.
—Me alegro de haber vuelto —respondió, y le acarició la mejilla con el dorso de
la mano, áspera y encallecida por los años de guerra.

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—Ah, Cameron, tengo grandes planes para nosotros, para ti, para mí, y para la
familia que espero que tengamos.
Ella lo miró a los ojos y después bajó los párpados, con el corazón acelerado.
—Yo debería haberte hablado… sobre la familia… —dijo, incapaz de sostenerle
la mirada.
Él la tomó por la barbilla y se la levantó para obligarla a hacerlo.
—¿A qué te refieres?
—Vas a ser padre.
Él no respondió inmediatamente, y Cameron notó una punzada de pánico en el
pecho. Le tembló el labio inferior.
—No estás contento.
A él se le iluminó la cara y la abrazó con fuerza.
—No, no, Cam, no es eso en absoluto. Sólo… sólo estoy impresionado.
—¿Impresionado? ¿Te parece que soy muy mayor, con veintisiete años, para ser
madre?
—Por supuesto que no —dijo él, mientras se reía—. Es sólo que hemos estado
juntos con tan poca frecuencia…
—Pues parece que ha sido suficiente —dijo ella, y comenzó a relajarse de
nuevo—. ¿No te acuerdas la noche en que estuvimos juntos en Nueva York, hace un
mes? Yo estaba visitando a Taye y tú entraste por la ventana. Tuviste suerte de que
no te hiciera un agujero en el pecho con mi revólver, pensando que eras un intruso.
—Pero ni siquiera estuvimos juntos una noche… me fui antes de que
amaneciera.
—Pues esa noche fue suficiente —bromeó Cameron.
—Oh, Cameron, ¡un hijo! —dijo—. Pero ¿estás segura? Sólo un mes…
Ella sonrió.
—Estoy segura. Una mujer sabe de esas cosas.
—Tú y yo vamos a ser padres —susurró, y le besó la frente—. Oh, Cameron, ya
verás cuando oigas mis planes. Espera a que veas las tierras que he comprado para
nosotros en Chesapeake Bay.
—¿Tierras? ¿Qué quieres decir? —la sonrisa se le borró a Cameron de la cara
con tanta rapidez como había aparecido.
Él alargó la mano para acariciarle la mejilla, pero ella se apartó.
—Tierras para construir una casa. Sé que no te gusta vivir en la ciudad. Sabía
que querrías volver al campo en cuanto la guerra terminara y fuera seguro de nuevo.
—¿Y has comprado una finca sin consultármelo?
—Es una plantación en Chesapeake Bay. Hay una preciosa casa de ladrillo en la
orilla. Por supuesto, tendremos que ampliarla y redecorarla, pero sé que te encantará.
Cameron se sentó y se pasó la mano por el vientre, todavía plano.
—Pero yo quiero que mi bebé nazca en Mississippi.
—Eso es imposible.
—No. No es imposible. Mississippi es mi casa. Sólo fui a Baltimore porque tú
insististe en que esperara allí al final de la guerra. Yo nunca he querido vivir allí para

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siempre.
—Cameron, por favor, tranquilízate.
Él intentó acariciarla de nuevo, pero ella le apartó la mano.
—Estoy tranquila —dijo, entre dientes—. Y tranquilamente, te digo que quiero
que este bebé nazca en mi casa de Mississippi.
—Pero ésta es mi casa, nuestra casa. Y con el tiempo, también será tu tierra,
Cameron. Nuestra y de nuestros hijos.
—Quiero volver a Mississippi, Jackson.
—Lo entiendo, pero no puedes, cariño.
—¿Por qué no? Maldito seas, Jackson, nunca cambiarás. Has estado conmigo
una hora y ya estás pensando en que sabes lo que es mejor para mí, pensando en que
puedes disponer mi vida. ¿Por qué no puedo volver a casa?
—Ya has visto las espantosas fotografías de Mathew Brady en los periódicos,
pero ni siquiera con eso puedes imaginártelo todo. Mississippi está en ruinas, cariño.
El sur entero está en ruinas.
A Cameron se le encogió el corazón de dolor, y en aquella ocasión, cuando
Jackson se acercó a ella para abrazarla, se lo permitió.
—No puedo explicarte la devastación de la tierra más al sur de Mason-Dixon —
le dijo con la voz baja—. Está más allá de toda comprensión. Los campos están
quemados, los pozos envenenados… los espíritus sin vida de los supervivientes,
bandas de gente blanca y negra vagando sin saber adónde van… ¿Y dónde podrías
tener al bebé? ¿En un campo quemado? ¿En una casa abandonada?
—Oh, Jackson —murmuró ella, intentando contener las lágrimas.
—Lo sé. Lo sé. Dejemos este tema por ahora —dijo él, y se tumbó, atrayéndola
hacia su pecho. Después, los tapó a los dos con las sábanas—. Habrá un mañana, y
un día después… muchos días más para hablar del futuro.
—Está bien —susurró ella—. Pero esta conversación no ha terminado. Ya no soy
una niña de diecisiete años como para que me manipulen los hombres de mi vida.
Ninguno de ellos.
El la besó hambriento.
—No, no eres una niña, esposa mía. Eso está claro.
Ella se rió y volvió a sentir la fuerza del deseo de Jackson en la pierna desnuda.

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Capítulo 3

Al día siguiente, Jackson y Cameron hicieron el viaje desde Washington a


Baltimore en su propio coche.
—Estamos en casa, señora Logan —dijo Jackson, sonriendo.
Mientras el carruaje entraba en una avenida ancha, llena de árboles y
flanqueada de mansiones, le dio un beso en los labios a su mujer. A mitad de la
carretera, el coche entró en un camino que llevaba a una entrada imponente. Un
mayordomo uniformado abrió la puerta y se apresuró a bajar la escalera para saludar
a la pareja.
—Capitán Logan, señora Logan, bienvenidos a casa.
El anterior propietario de la mansión, un pariente del gobernador de Maryland,
había contratado a un conocido arquitecto europeo para reformar el interior de la
casa, y su gusto por la antigüedad clásica se hacía notar por todos los rincones. Había
convertido la casa georgiana de ladrillo rojo en un museo de extravagancias dóricas.
Aunque a Cameron le encantaba el jardín que había en la parte trasera de la
enorme mansión, le parecía que la casa era muy recargada. Estaba cansada de las
chimeneas de mármol labrado y de los cientos de cupidos y diosas de escayola que la
observaban desde todas las esquinas. Era un edificio de tres plantas con catorce
habitaciones, y estaba amueblada con alfombras orientales, lámparas de cristal
veneciano y azulejos de mármol italiano. Posiblemente, era magnífica, pero Cameron
prefería la sencillez confortable de su amada Elmwood.

Durante los primeros días después de que Jackson hubiera vuelto, todos los
sirvientes estaban alborotados hasta que todo el mundo se adaptó a los nuevos
hábitos de tener al dueño en casa después de cuatro años. Las horas, los días,
transcurrían tan rápidamente que Cameron casi no tuvo tiempo de recuperar el
aliento.
Jackson se pasaba el día en los muelles, inspeccionando los barcos que había
comprado durante la guerra y volviendo a tomar las riendas del próspero negocio de
navegación que había heredado de su padre.
Él confiaba en su amigo y director, el señor Lonsford, que había trabajado para
su padre antes que para él. En realidad, había trabajado para los Logan desde que era
un niño, y había llevado el negocio de una manera impecable durante la guerra.
A pesar de las dificultades de la economía del país, Cameron observó, no sin
cierta ironía, que su marido era más rico que cuando había empezado la contienda.
Todas las mañanas, después de desayunar en la cama junto a Cameron, Jackson

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se marchaba, y a menudo no volvía a casa hasta que no llegaba la hora de ir al teatro


o a una cena. Cameron se ocupaba de la casa y de su cuadra de caballos árabes, así
que no tenían mucho tiempo para estar a solas, y cuando lo estaban, su pasión tenía
prioridad sobre cualquier conversación.

Una mañana, acababa de salir el sol mientras Cameron observaba desde la


cama cómo Jackson se ponía los pantalones y las botas de montar. Le había dicho que
tenía una importante cita en Washington aquel día, pero no le había revelado ningún
detalle más.
—Más asuntos tediosos de la guerra —le explicó, librándose con ligereza de sus
preguntas.
—No lo entiendo, Jackson. La guerra se ha terminado. ¿Cómo es posible que
tengas más asuntos con el Departamento de Defensa? ¿Por qué eres tan misterioso?
Soy tu mujer, no el enemigo. ¿Y por qué no puedes contarme lo que estás haciendo
para el presidente Johnson… o para el secretario Seward? ¡Todos esos asuntos de la
guerra te toman demasiado tiempo! ¿Por qué sigues siendo espía si ya no hay
guerra? —le preguntó, cada vez más irritada—. ¡Demonios, ya no hay enemigos a los
que espiar!
Él la miró con expresión severa mientras se miraba en el espejo para anudarse la
corbata.
—Voy a llegar tarde para el primer tren.
Ella dejó la taza sobre la mesilla de noche y se puso de rodillas sobre la cama.
—Y no volverás hasta muy tarde esta noche, supongo.
—Me temo que sí —respondió él.
—Maldita sea, Jackson —murmuró Cameron, apartando la mirada.
—Lo sé, cariño —ya arreglado, se acercó a ella, se inclinó y le dio un beso en los
labios.
Ella frunció el ceño.
—Me estás evitando. Estás evitando todo lo de esta casa, excepto tu maldito
negocio de barcos.
—No es cierto. Todavía tengo obligaciones con el país. Y tengo muchas cosas en
la cabeza, en este momento —Jackson tomó su sombrero de una silla—. El sábado
dentro de quince días vamos a dar un baile de bienvenida para los oficiales de la
Unión que acaban de regresar. La lista de invitados será de unos trescientos. ¿Podrás
organizarlo?
Así que iba a cambiar de tema, otra vez.
Cameron saltó de la cama, y su camisón de seda blanca voló tras ella.
—¿Sólo trescientos? —caminó descalza hacia el lavabo, echó un poco de agua
de la jarra y se lavó la cara. Mientras lo hacía, tuvo que morderse la lengua para no
soltar todos los reproches que tenía en mente—. Seguro que sí podré organizarlo.
¿Un baile, dentro de quince días, para ciento cincuenta oficiales y sus esposas? Para
eso nos crían a las mujeres del sur.

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—Lo sabía —dijo él. Se acercó por su espalda, la tomó por la cintura y le dio un
beso en la coronilla—. Eso fue lo que le dije a Ulysses—y la soltó—. Cenaremos
juntos hoy, ¿de acuerdo? Pero tendrá que ser tarde. ¿Los dos solos?
Ella se volvió, pero Jackson ya estaba a medio camino hacia la puerta.
—Jackson, mi hermana viene hoy. Espero que estés aquí para cenar con
nosotras —le dijo, mientras se secaba la cara con una toalla—. Te he recordado dos
veces esta semana que venía hoy.
—Es cierto. Lo has hecho —respondió Jackson mientras se ponía el sombrero—.
Así que hoy te quedarás en casa. Bien. Así descansarás un poco.
—¿A qué te refieres? Hoy voy a ir a la granja, exactamente igual que todos los
días.
—Sólo estoy preocupado porque te canses mucho. Seguramente, el capataz del
establo podrá atender a los caballos por un día, aunque tú no vayas.
—Y así podré quedarme aquí y descansar preparando tu fiesta para trescientos,
¿verdad, Jackson? Ni lo pienses.
Él suspiró.
—Sólo quiero que descanses lo suficiente para el bebé. Y por ti, también.
—Claro —respondió Cameron, secamente.
—Bueno, no te quedes hasta muy tarde. Y dale un beso a Taye de mi parte
cuando llegue. Intentaré llegar pronto.
Y con aquello, se marchó.
Llena de frustración, Cameron tiró la toalla al suelo y después cerró la puerta de
un portazo. Mientras caminaba por la habitación, se le caían las lágrimas por las
mejillas. Así no era como se había imaginado que serían las cosas cuando Jackson
volviera a casa, ni sus primeros días juntos. Había pensado que serían días felices, en
los que celebrarían la llegada de su hijo y harían planes para su vida en común.
Había creído que tendrían tiempos para acercarse más el uno al otro, y conocerse de
nuevo. Se secó las lágrimas, pero seguía sintiéndose más sola de lo que se había
sentido en los días más oscuros de la guerra, cuando no sabía en qué lugar del sur
estaba Jackson, ni si estaba vivo o muerto.
Tomó su cepillo del pelo del tocador y al segundo, volvió a dejarlo de golpe.
—Descansar —gruñó, mientras iba hacia el armario por su ropa limpia—. Lo
próximo que querrá que haga será dar paseos por el parque en carruaje y tejer
patucos.

—Secretario Seward, me alegro de verlo de nuevo. Por favor, señor, no se


levante.
Jackson se acercó al secretario de estado, que había empezado a incorporarse
del escritorio en su enorme despacho de la Casa Blanca.
El hombre se sentó de nuevo.
William Seward había resultado herido la misma noche en que habían
asesinado al presidente Lincoln. Mientras John Wilkes disparaba contra el

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presidente, su socio, Lewis Payne, había entrado en el dormitorio del secretario y le


había apuñalado repetidas veces. La recuperación de Seward había sido lenta, pero
mejoraba día a día. Había accedido a continuar en el cargo bajo el mandato del
presidente Andrew Johnson, y estaba haciendo todo el trabajo que podía hasta que
estuviera completamente restablecido.
—¿Desde cuándo me he convertido en el secretario Seward de nuevo, Jackson?
Por favor.
Jackson se rió mientras tomaba la mano que le tendía el secretario para
saludarlo afablemente.
Parecía que estaba tan fuerte como antes del ataque que había sufrido.
Jackson intentó no mirar a la horrible cicatriz que le atravesaba la mejilla y que
lo había dejado desfigurado para el resto de su vida.
—Tiene razón, Will. Me alegro de ver que está bien.
—Demonios, hace dos meses. Ya era hora de volver. Sin embargo, le he
prometido a mi mujer que sólo trabajaría unas horas —dijo, y sonrió.
—Mujeres. Lo entiendo —Jackson asintió y soltó una risa suave—. No. En
realidad, no las entiendo en absoluto, y voy cada vez peor —se corrigió, al recordar
la conversación que había tenido con Cameron aquella misma mañana.
Podía ser una mujer muy difícil, cuando quería. Parecía que no entendía todo
por lo que él había pasado durante aquellos cuatro años, mientras ella estaba
confortablemente instalada en una mansión de Baltimore.
¿Acaso no entendía la lealtad que él le debía al país?
No podía darles la espalda a sus amigos del Congreso, ni del Senado, ni de la
Casa Blanca. Y mucho menos en aquel momento, en el que la política de la nación
estaba en aquel estado de agitación.
Si el objetivo de Booth y sus camaradas había sido asesinar al dirigente de la
nación para sumir al gobierno en aquella confusión, ciertamente lo habían
conseguido. Sin embargo, la Unión prevalecería. De aquello, Jackson sí estaba seguro.
Volvió su atención al secretario.
—¿Cómo está su hijo? Creo que también resultó herido aquella noche.
—Está bien. Gracias por preguntar.
—Ha hecho un trabajo asombroso, Will. No sé si yo habría podido enfrentarme
a todo esto.
—El presidente Johnson tiene grandes planes para la reconstrucción del sur.
Éste no es momento de hundirse en la compasión por uno mismo —dijo Seward
humildemente, mientras le señalaba a Jackson la silla frente al escritorio—. Por favor,
siéntese. No puedo decirle lo contento que me sentí cuando uno de mis
colaboradores me pasó un mensaje relativo a esta misión. Me alegro de que te hayas
incorporado.
—Como le decía antes, señor, siempre estoy dispuesto a servir al gobierno.
—Excelente —dijo Seward—. Le dije al presidente que podíamos contar con
usted. Estamos buscando a una banda de forajidos, Jackson —dijo el secretario, y
empujó una pila de documentos por el escritorio, hacia él—. Se llaman a sí mismos

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los Thompson's Raiders.


Jackson empezó a leer los papeles.
—Bajo el mando del capitán Josiah Thompson, del décimo sexto regimiento del
Mississippi.
—Ni siquiera sabemos si Josiah Thompson está vivo todavía. Hay testigos que
vieron cómo le disparaban, y está en la lista de desaparecidos. Se piensa que murió
en Gettysburg, pero es muy posible que escapara herido, que buscara algún lugar
para recuperarse…
—Y que no llegara a presentarse en el Appomattox para la rendición —terminó
Jackson, secamente.
—Exacto. Tal y como indica el informe —dijo Seward, apuntando al
documento—, sabemos muy poco, excepto que ha habido suficientes rumores como
para estar preocupados. Ni siquiera conocemos el área en el que podrían estar. Esos
hombres fantasmas se mueven entre Tennessee, Mississippi y Alabama. Pero si
Thompson tiene tan sólo la mitad de hombres que hemos oído, ya es una amenaza
real.
—Tenemos muchos sureños enfadados y sin nada que hacer a los que les
encantaría hacer volar el congreso.
—O asesinar a nuestro nuevo presidente —dijo Seward, significativamente.
—Estudiaré todos estos documentos, señor, y confeccionaré un nuevo informe
rápidamente.
—Muy bien. Por supuesto, no tengo que decirle que esta información es
absolutamente secreta. No queremos que se extienda ningún rumor. Sería muy malo
para el país y para la reconstrucción en este momento. Tenemos que luchar por la
reconciliación, y darles publicidad a los disidentes sólo serviría para fracturar más la
nación. La guerra ha terminado, y tenemos que avanzar.
Jackson se levantó de su silla.
—Veré lo que puedo averiguar por los alrededores de Washington, y después
bajaré al sur. Visitaré a mis amigos por aquí y por allí, en las zonas donde se cree que
Thompson puede estar actuando. Intentaré distinguir la verdad de los cotilleos.
Seward sonrió.
—Sabía que era el hombre adecuado para este trabajo. Y he oído decir que
Cherokee viene hacia aquí desde California. ¿Cree que lo ayudará?
—Falcon Cortés, sí.
—Excelente. La señorita Marie LeLaurie también ha accedido a ayudarlo. Está
actualmente en la ciudad. Dice que puede verse con usted esta noche.
Jackson titubeó.
¿Marie?
Él había oído que estaba en la ciudad, pero no la había visto desde que había
vuelto a casa.
Seward miró a Jackson y carraspeó antes de hablar.
—Yo… eh… he oído rumores, por supuesto, pero he supuesto que…
—Falso. Es todo falso, señor.

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—Ella puede encontrarse con usted esta noche y darle toda la información que
ha traído de Nueva Orleáns.
El secretario de estado le pasó un papel con el nombre de un pequeño
restaurante de Washington, y la hora a la que Marie estaría allí.
Jackson tomó el papel y lo añadió a los que se había metido bajo el brazo.
Demonios, si quería ver a Marie aquella noche, tendría que enviarle un telegrama a
Cameron diciéndole que no podría llegar a casa hasta la madrugada. Y, teniendo en
cuenta el humor del que estaba, se enfadaría aún más. Sin embargo, él tenía que
cumplir aquella misión. Era evidente que el secretario de estado consideraba a
aquella banda como una amenaza peligrosa.
—Gracias, señor.
Seward se levantó lentamente de la silla y le tendió la mano.
—No, capitán Logan, gracias a usted.

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Capítulo 4

—Ya está aquí, señora. El carruaje acaba de llegar.


Cameron levantó la cabeza y vio a una de las sirvientas, Addy, en el umbral de
la sala que ella había transformado en oficina. Cameron dejó escapar un pequeño
grito de alegría y rápidamente guardó la carta que estaba escribiendo en una carpeta
de cuero.
Estaba respondiendo a una oferta que había recibido por uno de sus sementales
árabes, pero aquella correspondencia podía esperar hasta el día siguiente. Incluso sus
amados caballos pasaban a un segundo plano ante la alegría que Cameron sentía por
la llegada de su hermana.
—Apresúrese, señora —dijo Addy—. La señorita Taye ya está aquí.
—Oh, Dios, por fin —Cameron se levantó de la silla—. ¡Pensaba que nunca iba
a llegar!
Taye, seis años menor que Cameron, había sido su compañía constante
mientras crecían en Mississippi. Ella era la hija del ama de llaves de Elmwood. Pero
Sukey, una esclava liberta, había sido mucho más que el ama de llaves. Después de la
muerte de la madre de Cameron cuando ella tenía siete años, Sukey se había
convertido en su madre adoptiva.
Y, sólo cuatro años antes, al morir su padre, Cameron y Taye habían
descubierto que las habían criado como hermanas porque eran hermanas. El padre
de Cameron, el senador David Campbell, también era el padre de Taye.
—¡Cameron! —Taye entró por la puerta en una alegre nube de seda rosa.
Era la imagen de la belleza, como siempre. Tenía la piel del color de la miel, el
pelo negro y sedoso y los ojos asombrosamente azules. Era una joven muy atractiva.
Cameron y ella se abrazaron.
—¡Por fin has llegado! —dijo Cameron—. Deja que te eche un vistazo —le tomó
la mano a Taye e hizo que girara como si fuera su compañera de baile.
Taye giró graciosamente con la cabeza inclinada para enseñarle su nuevo
sombrero de viaje, de paja y tul. Mientras se movía, daba suaves golpecitos con la
sombrilla en el suelo.
—Dios, estás preciosa, y acabas de hacer cientos de kilómetros —Cameron se
arregló el pelo inconscientemente—, Y mírame a mí, estoy hecha un desastre y ni
siquiera he salido de casa.
—Así que lo que sospechabas es cierto.
Cameron asintió alegremente.
—Oh, Cam. Estoy tan contenta por Jackson y por ti… ¿Y qué tal te sientes?
—Perfectamente —dijo, mientras conducía a su hermana hacia el vestíbulo—.

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Addy, ¿puedes mandamos a alguien al jardín con unos refrescos?


—Sí, señora. Claro que sí. La cocinera ha hecho esas magdalenas de pasas que le
gustan tanto.
Las dos mujeres salieron al jardín y anduvieron por el césped hacia una
pequeña mesa que había bajo la sombra de un roble.
—Este jardín es precioso —dijo Taye con una sonrisa.
—Sí, ¿verdad? —respondió Cameron—. El jardín es realmente lo único que me
gusta de esta casa.
—Es muy impresionante y bastante… —Taye buscó la palabra adecuada—.
Bastante…
—Exagerada —le proporcionó Cameron. Las dos se rieron—. Ya me conoces,
siempre he sido un desastre con lo griego.
A Taye le brillaban los ojos de cariño.
—¿Y Jackson? ¿Está tan guapo como siempre?
—Está muy bien —respondió Cameron, con un gesto de desagrado—. Aunque
no estoy segura de por qué lo sé. Apenas pasa por aquí cuando va de uno de sus
asuntos al otro.
Cameron observó cómo Taye se quitaba el sombrero y los guantes con
movimientos graciosos, y se dio cuenta de que su hermana tenía un aire refinado de
confianza que no tenía cuando era más joven.
Durante los años de la guerra, Taye había vivido con unos amigos de la familia
Campbell en Nueva Cork. Su madre había sido esclava y ella era considerada negra
aunque su padre fuera blanco, así que no había sido seguro para ella continuar
viviendo por debajo del límite de Mason-Dixon.
Cameron había visitado a Taye con regularidad, y había ido notando pequeños
cambios en el comportamiento de su hermana. Sin embargo, para ella, Taye era
todavía su hermana pequeña, siempre a su sombra. Cameron tenía la impresión, sin
embargo, de que aquella elegante joven ya no estaría más a su sombra.
—Jackson nunca está en casa —confesó Cameron—. Apenas nos vemos, excepto
en la cama, y en ese momento lo que menos le apetece es hablar.
Taye se rió azorada.
—¿Y te quejas de eso? La mayoría de las mujeres darían un ojo por un marido
tan atractivo y atento. Sobre todo ahora, que tantos hombres han muerto.
—No, por supuesto que no me estoy quejando de que todavía me desee. Es sólo
que ha pasado mucho tiempo desde que nos casamos. Yo quiero a Jackson, y él
también me quiere a mí, pero algunas veces pienso que las cosas deberían ser… no
sé, diferentes.
—Dale tiempo —dijo Taye, y le tomó a Cameron la mano por encima de la
mesa—. Date tiempo a ti también.
Una chica vestida de blanco de pies a cabeza les llevó una limonada.
—Gracias, Martha. Yo serviré. Puedes retirarte.
Martha sonrió, hizo una reverencia y se marchó de nuevo a la casa.
Cameron se puso de pie para servirle la limonada a Taye.

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—Oh, Dios mío —dijo Taye. Se puso de pie y le quitó a su hermana la jarra de
las manos—. Siéntate y déjame hacer eso.
—No necesito que me sirvan —dijo Cameron, y se sentó en su silla de nuevo—.
Por Dios, lo que tengo es un embarazo, no una enfermedad.
—Claro que sí —respondió Taye, mientras servía la limonada—. Pero quiero
hacer eso por ti, Cameron. Sé que nunca podré devolveros a Jackson y a ti todo lo
que habéis hecho por mí, pero al menos dame estas pequeñas satisfacciones.
Cameron tomó una servilleta y uno de los dulces que había en un plato.
Aunque su embarazo no estaba muy avanzado, tenía hambre constantemente. Si
seguía así, engordaría como una vaca antes de que naciera el niño.
—¿Has oído algo de Thomas? —le preguntó Cameron a su hermana.
Taye le pasó su vaso de limonada y se sentó de nuevo.
—Sí, recibí una carta justo antes de salir de Nueva York. Llegará aquí en una
semana.
Cameron entrecerró los ojos pícaramente.
—¿Y cuánto tiempo después de que llegue estaremos oyendo las campanas de
boda?
Thomas Burl había sido el abogado del senador Campbell. Había sido muy
atento con Taye durante los meses anteriores a que la guerra se desatara en el sur, y
antes de que ella se escapara a Nueva York, le había confesado sus sentimientos. Se
habían prometido casarse al final de la guerra, si seguían enamorados, y habían
mantenido un contacto singular durante los meses de la contienda.
Aunque Thomas era muy tranquilo y reservado, tenía buen corazón y quería a
Taye. Y ella lo quería a él. Taye se sonrojó.
—Apenas nos hemos visto durante el último año. Quizá sus sentimientos hayan
cambiado.
Cameron le dio un sorbo a la limonada y se rió.
—Y quizá haya empezado a crecerle pelo en esa cabeza tan calva que tiene,
también —dijo, y miró a su hermana de reojo—. Por supuesto que quiere casarse
contigo. Me parece que por eso precisamente le ha pedido a Jackson si podía venir a
quedarse una temporada. Quiere cortejarte, pero no tiene parientes con los que
quedarse a vivir.
—Estoy muy agradecida porque Jackson nos haya invitado.
—Eres mi hermana, Taye, no una invitada. Y yo estoy muy alegre por tenerte
aquí. Jackson me ha dicho esta mañana que en menos de quince días tendremos un
baile para trescientas personas en casa.
A Taye se le abrieron mucho los ojos.
—¿Para trescientos? ¡Dios mío!
—Es un baile de bienvenida para los oficiales de la Unión. Parece que Jackson y
Ulysses S. Grant se conocen.
—Bueno, entonces he llegado justo a tiempo, ¿no? Déjalo en mis manos.
Baltimore y los oficiales recién llegados tendrán un baile como nunca habían visto
antes. Al estilo de Mississippi.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Por fin, Jackson —Marie LeLaurie se levantó de la silla y le ofreció la mejilla.


Estaba vestida elegantemente, como siempre, con un vestido rojo de seda que
transformaba su piel de color oliva y su pelo negro y espeso de algo encantador en
algo exquisito.
—Marie —Jackson miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie
conocido en el restaurante, antes de saludarla.
Le besó la mejilla suave, y aspiró su perfume. Era una colonia francesa que él
sabía que mezclaban especialmente para ella.
—Llegas tarde —lo reprendió Marie—. Creí que no ibas a venir.
Él se sentó frente a ella.
—¿Vino?
Jackson sacudió la cabeza.
—Pero es un borgoña excelente —dijo ella, con un mohín—. Sé que te gusta el
borgoña. ¿Quieres que pida otra cosa?
—No, no. Está bien —dijo él, y Marie comenzó a servirle una copa—. Marie, no
puedo quedarme mucho tiempo. Mi mujer…
—¿Se pondrá celosa? —le preguntó Marie, con coquetería.
—Lo que iba a decir es que mi mujer está esperando nuestro primer hijo, y me
gustaría volver a Baltimore esta noche, aunque sea muy tarde.
—¡Vas a ser padre! —Ella se rió y levantó la copa de vino para hacer un
brindis—. Enhorabuena. Vas a ser un buen padre, creo, Jackson.
—Seward me ha dicho que tienes cierta información para mí —le dijo él.
—Jackson, Jackson. Siempre estás preocupado por el trabajo y nunca te
diviertes. Deberías disfrutar más de la vida, como yo —Marie echó hacia atrás la
cabeza, y su pelo largo y negro se movió como la seda—. La vida es demasiado corta
—susurró con aquellos labios tan rojos.
Él se recostó en la silla, intentando mentalmente distanciarse de Marie. Tenía
que pensar en Cameron. En su hijo. Él quería desesperadamente a Cameron, y al hijo
que estaban esperando. No podía permitir que su atracción por Marie lo llevara a
cometer un error que podría costarle su matrimonio. Ya había cometido aquel error
una vez, y había jurado que nunca más volvería a suceder.
—No tengo demasiado tiempo, Marie. Sólo dime lo que sepas —dijo, y paseó la
mirada por el restaurante de nuevo. Sólo había una pareja de ancianos cenando unas
cuantas mesas más allá, y el resto estaba vacío. Aquello lo tranquilizó un poco. Lo
último que necesitaba era una viuda cotilla que conociera a Cameron de Baltimore y
que lo viera allí, a solas con Marie—. Realmente, no deberíamos dejarnos ver en
público de nuevo, Marie. Conozco a demasiada gente aquí en Washington, y
demasiada gente me conoce a mí.
Ella levantó la copa de vino color rubí hacia sus labios color rubí.
—Entonces, la próxima vez me aseguraré de que nos veamos en un sitio mucho
más privado —ronroneó Mane.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Varias noches después, Jackson se acercó a Cameron mientras ella estaba de pie
frente al espejo de su habitación. Le puso las manos en las caderas y le besó el
hombro desnudo.
—Tienes aspecto de estar cansada —murmuró Jackson—. ¿Estás segura de que
quieres bajar?
Cameron tembló al sentir aquella caricia sensual. Habían comenzado a hacer el
amor antes de casarse, durante los primeros días de la guerra, cuando la vida de
Cameron se estaba desmoronando. Su padre había muerto. Su despreciable hermano,
Grant, estaba vendiendo la plantación de la familia parcela a parcela e intentando
casarla. El amor físico siempre había sido muy bueno con Jackson, pero desde que
había vuelto, había sido incluso mejor. Sus caricias, sus miradas apasionadas,
encendían el fuego en ella, y a Cameron la preocupaba el hecho de que él tuviera
semejante control sobre su cuerpo y sobre sus emociones. En cuanto ella sacaba un
tema de conversación que no era del agrado de su marido, él comenzaba
inmediatamente a seducirla con besos ardientes y con su encanto de granuja. Ella
sabía lo que estaba haciendo su marido, pero sin embargo él sólo tenía que acariciarla
con sus dedos delgados y fuertes y susurrarle palabras dulces y desvergonzadas al
oído, y Cameron caía sin poder evitarlo en su trampa. Todas las veces.
Cameron observó el reflejo de Jackson en el espejo, mientras él la miraba. Estaba
tan guapo y elegante como siempre. Era lo que cualquier mujer sureña habría
considerado un gran partido: inmensamente rico y muy respetado. En la ciudad se
hablaba de que era un firme candidato a ocupar un puesto en el gobierno. Era todo lo
que una mujer podía querer en un hombre.
Pero ¿sería demasiado bueno para ser cierto? Cuando se habían casado y
Cameron había ido a vivir a Baltimore, había habido rumores de que su matrimonio
no duraría mucho. Se decía que aquel guapo capitán no era hombre de una sola
mujer. Cameron lo miró mientras él esperaba su respuesta.
¿Habría tenido la gente razón en aquello?
Aquella idea la puso nerviosa.
—Roxy estaba mala. Tenía un cólico —respondió por fin.
Aquella yegua había sido el regalo que su padre le había hecho por su vigésimo
segundo cumpleaños. Su hermano había vendido al animal, pero Jackson lo había
encontrado tiempo después y lo había llevado a Baltimore.
—Está mejor, pero ha sido un día muy largo —continuó, mientras se retocaba el
pelo.
Taye la había ayudado a peinarse y a vestirse aquella noche. Iban a celebrar una
cena especial para celebrar la llegada de Thomas Burl.
—Creía que no ibas a ir al establo todos los días —Jackson le besó el cuello,
mirándola en el espejo.
Ella se apartó de él y se alejó del espejo.
—Yo nunca he dicho que no fuera a ir todos los días —protestó. Se acercó a una
mesilla, abrió un pequeño joyero y sacó un par de pendientes de perlas—. Tú eres el
que lo dijo. Tenía que ir hoy. ¿Es que no me has oído? Roxy estaba enferma. Podría

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

haber muerto.
Los ojos de Jackson reflejaron su irritación al instante.
—Mira, Cameron, entiendo lo importante que eran esos caballos para ti cuando
yo no estaba. Pero ahora ya estoy en casa. No tienes por qué pasarte todo el día en la
granja. No es apropiado. ¿Y por qué tienes que mantener los caballos? Dios sabe que
no necesitamos el dinero.
—¿Por qué tengo que mantener los caballos? Quizá porque es la única cosa
tangible que me queda de mi casa. De mi padre.
Él suspiró.
—De acuerdo, pues conserva los caballos. Pero no tienes que pasarte allí todo el
día. Quiero que estés aquí, en nuestra casa. Eres mi mujer, y aquí es donde tienes que
estar ahora.
—¿Para qué tú puedas ir y venir como quieras? ¿Y qué pretendes que haga yo?
—se puso el segundo pendiente y se volvió a mirarlo—. ¿Sentarme aquí todo el día y
esperar a que tú vuelvas del astillero o de una de tus reuniones secretas de
Washington? ¿Qué pasó el día que vino Taye? Te esperé aquella noche, pero no
viniste a casa hasta las tres de la mañana.
—Te envié un telegrama. Tuve que alquilar una diligencia. Te expliqué…
—No me explicaste nada. Sólo decías que ibas a llegar tarde.
Él soltó un gruñido de impaciencia.
—Tengo muchas cosas de las que ocuparme. Cuatro años son muy difíciles de
borrar, Cameron. Incluso aunque Josiah se encargue…
—Aquella noche no tuvo nada que ver con tu negocio —dijo ella, cortante—.
No me digas lo contrario. Estabas en Washington. Otra vez.
—El hecho de que hayan terminado las batallas no significa que haya
terminado la guerra. El sur está ardiendo, literalmente. Todavía tengo un deber que
cumplir.
—Y, exactamente, ¿cuándo terminarás ese deber? Los soldados que han
sobrevivido ya han vuelto a casa con sus mujeres y sus hijos. ¿Cuándo vas a volver tú
a casa, Jackson? ¿Cuándo se va a terminar la guerra para nosotros?
—Cuando se termine —respondió él, rígidamente—. Cuando mi país ya no
requiera más mis servicios.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer yo mientras tanto? ¿Criar?
—Hay muchas cosas que tienes que hacer en la casa —respondió él—. Por
ejemplo, ocuparte del baile. Seguramente, hay muchas cosas que preparar.
—Seguramente las hay, para un baile que tú organizaste sin preguntarme —
soltó Cameron—. Como las cenas que planeas sin avisarme. Los hombres a los que
traes a casa sin consultarme. Y como los empleados a los que contratas y despides sin
dirigirme una mirada.
—Cameron…
—Y ahora que Taye está aquí, vuestro pequeño plan es completo. No sirvo para
nada. Taye ha llegado y se ha puesto manos a la obra en todo lo referido al baile, con
tus bendiciones, aparentemente. Lo único que he tenido que hacer ha sido elegir el

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

color de los manteles y decir qué bufé prefería para esa noche. Jackson, ¡incluso me
ha encargado el vestido!
—Sólo quiere ser útil. Taye es una joven muy capaz.
—Por supuesto que lo es. Pero yo también. No me gusta que me traten de ese
modo. Ni tú, ni Taye. Parece que todo el mundo piensa de repente que estoy hecha
de azúcar y que tengo el cerebro de un ratón. ¿Qué voy a hacer yo durante todo el
día si no puedo ocuparme de los caballos, y Taye lleva la casa?
Él se encogió de hombros.
—¿Y cómo voy a saber yo de qué se ocupan las damas? ¿No puedes empezar a
bordar…?
—¡Ni se te ocurra decirme tonterías! ¡No te atrevas! —Cameron tuvo que
reprimir las lágrimas de furia—. Desprecio el bordado. No puedo soportar que me
traten como si fuera un adorno. ¿Es que quieres que me siente aquí, en este museo,
con nada que hacer más que pasear de habitación en habitación deseando que ésta
fuera mi casa?
Jackson tomó su chaqueta negra del respaldo de una silla y la miró con cara de
pocos amigos.
—Estás en tu casa.
—Mi casa está en Mississippi —dijo ella, suavemente.
En realidad, no sabía si tenía ganas de llorar o de romperle algo en la cabeza.
Él hizo una pausa mientras se metía las mangas de la chaqueta por los brazos.
Cuando habló de nuevo, su voz también se había suavizado.
—Ya no.
A ella se le cayeron las lágrimas. ¿Por qué estaba llorando todo el rato? Había
llorado más desde que Jackson había vuelto a casa que cuando estaba en la guerra.
—Dijiste que hablaríamos de eso.
—Y lo haremos —dijo él, y le pasó un brazo por el hombro a Cameron—. Pero
esta noche no. Nuestros invitados nos están esperando.
Cameron miró a Jackson. No quería permitir que la manipulara de aquella
manera, pero tampoco quería pelearse con él constantemente.
Quería tener una velada agradable con Taye, con Thomas y con los pocos
amigos íntimos que habían hecho durante los últimos años, que también estaban
invitados a la cena.
Echó la cabeza hacia atrás y permitió que Jackson la besara.
—Te haré caso esta noche, Jackson, pero te advierto que no voy a empezar a
bordar. Y esto no se ha terminado. No vas a conseguir engatusarme para que deje el
tema cada vez que la conversación te resulta incómoda.
—Pero puedo intentarlo —dijo él, con aquella sonrisa de muchacho, y asintió
mientras abría la puerta de la habitación y le cedía el paso—. Señora Logan.
Ella hizo una reverencia, pensando en que lo amaba, pero preguntándose si la
vida sería siempre tan difícil con él.
Y después, bajaron las escaleras tomados del brazo, para saludar a sus
invitados.

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Cuando terminó la exquisita cena, las señoras y los señores se trasladaron del
comedor al salón, donde se sirvió champán y jerez bajo los ojos vigilantes de un
panteón de diosas y dioses de escayola, mientras Taye los entretenía sentada al gran
piano, desgranando las notas de una selección de obras clásicas.
Cameron se acercó a una de las ventanas, desde la que Thomas estaba
observando a Taye mientras tocaba.
—¿Se lo has pedido ya? —le susurró Cameron.
Thomas Burl se ruborizó.
Era un hombre alto y delgado con las piernas y los brazos larguiruchos. Tenía el
pelo rabio, cada vez menos abundante, y llevaba unas gafas con la montura de metal
muy fina, que se sostenían al final de su delgada nariz.
Su padre había considerado a Thomas como un candidato para Cameron, pero
entonces Jackson había aparecido en su vida.
Aunque Thomas fuera demasiado sobrio y tranquilo para su gusto, lo quería
como a un hermano. Thomas había trabajado codo con codo con el senador durante
muchos años, a menudo en Mississippi y en Washington, D. C.
—Señora Logan —le respondió Thomas, con la cara del color de la grana—.
Apenas llevo aquí veinticuatro horas.
—¿Y desde cuándo soy la señora Logan? Soy Cameron, ¿no te acuerdas? —lo
reprendió ella—. ¿Llevas aquí veinticuatro horas y todavía no le has pedido a Taye
que se case contigo? Será mejor que te des prisa —señaló ligeramente con la cabeza a
un señor con barba que estaba charlando con Jackson—. El señor Gorman está loco
por ella. Su tercera mujer ha muerto recientemente, y creo que está buscando una
cuarta. Él sería un excelente candidato para nuestra Taye, aunque yo creo que tú
serías su primera elección.
Thomas sonrió encantado, mirando a Taye. Después bajó la vista hacia sus
relucientes zapatos.
—¿Crees que sería muy atrevido pedírselo esta noche?
—Creo que deberías llevarla al jardín cuando se marchen todos los invitados.
Deberías pedirle que se case contigo y después besarla en los labios, como Dios
manda.
—Oh, Dios mío —dijo él, mirando a Taye de nuevo—. No estoy seguro de que
pueda…
—¿Besarla? —preguntó Cameron, en voz baja. Después se inclinó hacia el
hombro del amigo de su padre—. Pues será mejor que lo intentes. No tengas miedo.
A ella le gustará. Y a ti también. Y ahora, si me disculpas, creo que Jackson está
intentando llamar mi atención —le dijo.
Hizo una suave reverencia.
Thomas hizo una mucho más rígida.
Mientras Cameron pasaba junto al piano, le guiñó el ojo a Taye.

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—¿Te lo has pasado bien esta noche? —le preguntó Jackson a Cameron,
mientras la ayudaba a desvestirse.
Cameron estaba agarrada al poste de la cama, mientras Jackson le desataba los
cordones del corsé. Pronto tendría que dejar llevarlo, debido al embarazo.
—Ha sido muy agradable. Adoro a la señora Rhettish. Es una mujer admirable.
¿Sabes que ha llevado el almacén de su marido mientras él estaba en la guerra, y
ahora que él ha vuelto, trabaja para ella?
Jackson se rió.
—Tengo noticias para ti, Cam. Conociendo a Violet Rhettish, llevaba el negocio
de Cari, y a Cari mismo, desde mucho antes de la guerra —dijo él, y le tendió las
ballenas—. No me extraña que el hombre se quedara desilusionado cuando terminó
la guerra. Se vio obligado a volver con ella.
Cameron le dio con el corsé en el estómago y él la tomó por la cintura y la
tendió en la cama. Ella cayó de espaldas, y Jackson enterró la cara entre sus pechos.
—Jackson, estoy intentando desvestirme.
—Y yo sólo estoy intentando ayudarla, señora —respondió él, sonriente.
Después, se levantó para liberarla.
Cameron se levantó de la cama y caminó descalza hasta la ventana. Apartó
ligeramente la cortina de terciopelo y miró al jardín, iluminado tenuemente por la luz
de los faroles.
—¿Crees que Thomas tendrá por fin el valor de pedirle a Taye que se case con
él? —veía a la pareja abajo, sentados en un pequeño banco de piedra bajo un rosal
trepador.
—Estoy seguro de que sí. Me ha contado que ya está haciendo planes para
reabrir su bufete de abogados. Sólo tiene que decidir en qué ciudad.
Cameron observó a Taye y a Thomas, casi deseando ser capaz de oír lo que
estaban diciendo.
—Debería abrir su oficina aquí en el norte, por supuesto, donde Taye estará
segura y será aceptada.
Jackson se quitó la corbata y la camisa.
—Quizá. Pero Mississippi necesita desesperadamente hombres con educación,
como Thomas, y él tiene todavía el bufete de su padre en Jackson. Y también está su
plantación familiar. O, al menos, lo que queda de ella.
Todavía sujetando la cortina, Cameron se volvió hacia su marido, con las cejas
arqueadas.
—Así que Taye puede volver a casa, a Mississippi, pero yo no.
Jackson se acercó a ella, completamente desnudo, glorioso en su masculinidad,
y la tomó de la mano.
—¿Quieres apartarte de esa ventana, mujer, y venir a la cama?
Cameron dejó caer la cortina.
—Concédeles un poco de privacidad —le dijo, y la abrazó—. Y a nosotros
también.

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—¿Estás seguro de que es eso lo que quieres? —preguntó Taye suavemente,


mirando a los ojos a Thomas.
Él apenas pudo sostenerle la mirada. Apartó la vista y la paseó por el jardín.
—Por supuesto que estoy seguro. Es todo por lo que he vivido durante estos
años —dijo, en un tono de voz ferviente.
Taye le acarició la mejilla.
—Pero entiende que sería muy difícil. Aunque tenga la piel clara, no podemos
esconder mi herencia si alguien decide condenarnos por lo que soy, por mi
nacimiento.
—Tú naciste como una Campbell. Eres la hija de David Campbell, uno de los
más grandes senadores de nuestro tiempo.
—Y también soy hija de una de las esclavas de la casa —le recordó ella—. La
mitad de mi familia proviene de las tierras altas de Escocia, y la otra mitad de las
junglas de África.
Él miró las rosas que había más allá de Taye, y después se obligó a mirarla a
ella.
—Quiero que seas mi esposa, Taye Campbell. ¿Me concederás ese honor?
Ella sonrió.
—Siempre y cuando entiendas que no quiero obligarte a nada por una promesa
que hiciste hace años, en un momento frenético. La guerra acababa de empezar, y
todos estábamos…
Él sacudió la cabeza.
—Yo… te quiero, Taye. Siempre te he querido. Quiero tener hijos contigo, si
Dios quiere.
Taye sonrió. Aquél era el momento con el que había estado soñando desde que
había empezado la guerra. Cuando Thomas le había declarado su amor en Elmwood,
la misma noche en que Fort Sumter había sido atacado, ella estaba tan asustada que
había negado su atracción por él. Había huido. Sin embargo, Thomas no se había
rendido. La había perseguido con una decisión tranquila, que ella no había tenido
otro remedio que amar. Durante toda la guerra, él había seguido escribiéndole y
había ido a Nueva York para verla siempre que había podido. Habían hablado del
matrimonio y de la familia, y en aquel momento, todo iba a volverse realidad.
Taye lo miró a los ojos, marrones y cálidos.
—Entonces, sí. Me casaré contigo, Thomas Burl.
—Gracias —respondió él, con los ojos muy abiertos.
Taye le posó las manos en los hombros y lo besó directamente en los labios.
—Oh… Dios mío —tartamudeó Thomas, agitado cuando ella se retiró.
Taye se rió y le tomó la mano.
—Será mejor que te acostumbres —bromeó ella—. Si vamos a casarnos,
Thomas, quiero que me beses. Y muy a menudo.
—¿Te gustaría dar un paseo por el jardín antes de retirarnos? —le preguntó él,

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levantándose del banco como si le hubieran prendido fuego.


Ella se rió, y su voz sonó como una música en el aire de la noche.
—Me encantaría dar un paseo —respondió.

Se puso en pie y lo tomó por el brazo. Después, caminó a su lado por el sendero
del jardín hacia la oscuridad, y hacia su futuro con el señor Thomas Burl.

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Capítulo 5

—Discúlpenme, señorita Cameron, señorita Taye —Addy se asomó a la oficina


de Cameron, donde las dos hermanas estaban tomando el té—. Hay una chica negra
en la puerta principal. Dice que se llama Naomi y que…
—¿Naomi? —Cameron se levantó de un salto de la silla, mirando a Taye—.
¿Será ella de verdad?
Taye se levantó con muchos mejores modales, pero estaba igualmente
entusiasmada.
—No lo sé. No hemos vuelto a saber de ella desde que nos separamos en el
muelle, el día en que encontramos a Jackson aquí en Baltimore.
Naomi había sido esclava en Elmwood, y practicaba el vudú. Cuando Grant
había vendido todos los esclavos, después de que su padre muriera, Naomi se las
arregló para escaparse. Había viajado con Cameron para rescatar a Taye en Baton
Rouge y después había hecho un largo viaje hacia el norte con las dos hermanas, en
el Underground Railroad. Entre las tres mujeres se había formado un lazo irrompible
durante aquellos meses. La última vez que Cameron la había visto, en septiembre de
1861, Naomi iba hacia Filadelfia a reunirse con algunos familiares que habían
conseguido salir sanos y salvos del sur.
Cameron salió volando de la oficina y abrió la puerta principal ella misma.
En el umbral estaba Naomi, vestida de azul y amarillo, con un turbante,
sonriendo como un pastor metodista ante su primer converso.
—Dios Santo —murmuró Cameron. Abrió los brazos y Naomi dio un paso
hacia ellos, oliendo a clavo, a sándalo y a su hogar, en Mississippi—. Naomi. ¿Eres tú
de verdad? —le preguntó Cameron, con lágrimas en los ojos.
—En carne y hueso —respondió ella, con una carcajada—. No soy un espíritu.
Cameron la liberó y le cedió el sitio a Taye.
—Creía que nunca volvería a verte —le dijo ella, abrazándola con fuerza.
—¡Tonterías! Le dije que nos veríamos de nuevo. Aquella noche en la que
estábamos caminando por el campo y la vieja Harriet Tubman nos guiaba hacia el
norte, lo vi en las estrellas.
Taye dio un paso atrás y soltó a Naomi.
—Bueno, no te quedes ahí, entra —le dijo Cameron—. Pasa por la puerta
principal, para que los vecinos tengan de qué hablar —dijo riéndose, al ver la cara de
asombro de Addy.
—Bueno, señorita Cameron, estaría encantada de entrar, pero tengo algo que
me retiene —dijo Naomi, y señaló a una calesa que había al otro lado de la calle.
Cameron miró al hombre negro que estaba sentado al pescante. Tenía las

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riendas agarradas y un aire tranquilo. Era un hombre grande, guapo y joven, vestido
con unos pantalones de color marrón claro, una camisa azul claro y unas botas de
cuero.
—Es mi marido, Noah —dijo Naomi con orgullo—. Y el pequeño bulto que hay
a su lado es nuestro pequeño bebé, Ngosi. Nació hace tres meses.
—¿Estás casada y tienes un niño?
Cameron sonrió, inmensamente complacida de que Naomi hubiera encontrado
la felicidad después de las tragedias por las que había pasado.
Entre otras cosas, los traficantes de esclavos habían asesinado a su amante, con
el cual ella había intentado huir al norte. Al ver que Naomi había vuelto a encontrar
un hombre al que amar, se le hinchó el corazón de alegría.
—Bueno, ¿y qué está haciendo en el coche? —preguntó Cameron—. Entrad,
entrad.
—Sí, señorita Cameron, pero antes de poner un pie en esta casa y comerme su
bizcocho, tenemos que aclarar unas cuantas cosas. Mi Noah y yo tenemos una bonita
cabaña en Nueva Jersey. Mi Noah era un hombre libre antes de la guerra. Tiene
trabajo. Hace muy buenos muebles con sus propias manos. Allí estamos muy felices.
Pero una mañana me levanté y eché los huesos, y los espíritus me dijeron que usted
me necesita —Naomi estudió a Cameron con sus ojos negros. Parecía que podía
leerle el alma—. ¿Me necesita, señorita Cameron?
A Cameron se le puso el vello de punta, y soltó una suave carcajada para
disimular su incomodidad. Siempre le habían dado un poco de miedo las prácticas
de vudú. Cameron no sabía si creía en ello, pero conocía a los esclavos con los que
había crecido, y se había criado con un gran respeto por la religión que habían
llevado con ellos en los barcos desde África.
—No…, no sé si te necesito —dijo Cameron, aturdida—. Pero sí que estoy muy
contenta de verte, y que estaré encantada de teneros a tu familia y a ti como invitados
durante todo el tiempo que queráis quedaros.
—No, señorita Cameron, yo no estoy hablando de ser su invitada. He venido a
trabajar para usted. Para llevar su casa, o lo que necesite. Mi Noah puede trabajar en
cualquier sitio de la ciudad, porque es muy bueno con sus manos y con un trozo de
madera.
Cameron miró a Taye y después a Naomi de nuevo.
—Nuestra ama de llaves ha anunciado, justamente esta mañana, que va a
retirarse. ¿Querrías…?
Naomi extendió la mano y la posó sobre el vientre de Cameron, tomándola
completamente por sorpresa.
—¿De cuánto tiempo está, señorita?
—De un poco más de un mes…
Naomi no sonrió.
—Nos quedamos —dijo, y se volvió—. Lleva el coche a la parte de atrás, Noah,
y saca al bebé. Yo iré contigo en un momento, en cuanto haya tomado un poco de
bizcocho con mis niñas.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Unos cuantos días después, Cameron regresaba a casa del establo. Mientras se
quitaba los guantes, subió lentamente la gran escalera. Al llegar al rellano, escuchó el
sorprendente y rítmico sonido de una sierra.
Cameron se quitó el sombrero y puso los guantes dentro mientras caminaba por
el segundo piso hacia el sonido. Mientras avanzaba, los retratos de los antepasados
de Jackson, alineados en la pared, la miraban con desaprobación. Dejó el sombrero en
una pequeña mesa y tomó aire, al darse cuenta de que se sentía como una extraña en
aquel pasillo y en aquella casa. No era su casa, y cuanto más tiempo pasaba alejada
de Mississippi, más nostalgia sentía. No era el embarazo lo que la estaba haciendo
sentirse cansada, sino su infelicidad.
Al final del pasillo, Cameron entró a una pequeña habitación que se usaba para
almacenar mobiliario. Vio a dos carpinteros con ropa de trabajo, que habían estado
haciendo un agujero en la madera, para comunicar la estancia con el cuarto de al
lado.
—¿Qué están haciendo?
Uno de los hombres se quitó el sombrero y la saludó con energía.
—Estamos haciendo una puerta entre las dos habitaciones, señora.
—¿Y por qué?
—Porque nos lo han dicho, señora.
—¿Quién?
—El capitán, señora. Bernie y yo trabajamos en el astillero, pero él nos mandó
aquí para hacer esta puerta.
Cameron se volvió y salió a toda prisa de la habitación. Bajó las escaleras y fue
directamente hacia el patio trasero. Llamó a un mozo y le ordenó que ensillara a
Roxy.
En diez minutos, estaba montada en la yegua.
—¿No quiere que vaya con usted, señora Jackson? —le preguntó el capataz del
establo—. El capitán se pondrá furioso conmigo si permito que usted se marche a
caballo, sola.
—Ya te he dicho, Joe, que iré sola. Le diré al capitán que te ordené que te
quedaras aquí.
Joe dio un paso atrás y le entregó las riendas.
—Bien, pero tenga cuidado, señora. Los muelles son peligrosos.
—No tanto como yo, en este momento —dijo, sonriendo. Sabía que no podía
enfadarse con los sirvientes. Sin embargo, estaba furiosa con Jackson. Muy furiosa—.
Gracias, Joe. Tendré cuidado, te lo prometo.
Cameron estaba saliendo a la calle cuando Taye y Thomas llegaron en una
calesa.
—¿Lo habéis pasado bien? —les preguntó.
—Muy bien —respondió Taye, aunque su tono de voz era algo forzado.
Cameron vio en los ojos azules de su hermana que algo no iba bien. Sin

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embargo, aquél no era el momento apropiado para indagar.


—¿Adónde vas?
Taye esperó hasta que Thomas desmontó y rodeó el coche para ayudarla a
bajar. Él se levantó el sombrero de la cabeza para saludar a Cameron, antes de
tenderle la mano a Taye.
—Voy al muelle, a ver a Jackson. Tenemos algo de lo que hablar —respondió
ella, con aspereza.
—Espera. Baja del caballo y sube al coche. Yo iré contigo. No deberías…
—Estoy demasiado enfadada como para ir en calesa —dijo Cameron. Hundió el
talón en el flanco de la yegua, y el animal salió corriendo—. ¡No tardaré! —exclamó,
por encima del hombro.

Cameron percibió el olor del puerto antes de llegar. El olor acre del Atlántico,
mezclado con el hedor del pescado y de cuerpos sin lavar, le asaltó la nariz.
Justo cuando ponía los pies en el muelle, frente al almacén de los Logan, el
encargado del negocio, Josiah Lonsford, se apresuró a recibirla.
—Señora Logan, no debería venir aquí usted sola.
—Me alegro de verlo, Josiah —respondió ella, con una sonrisa.
Durante los cuatro años que Jackson había pasado lejos, Josiah Lonsford y ella
se habían hecho buenos amigos. No sólo la había mantenido al corriente del estado
financiero del negocio de su marido, sino que a menudo habían comido juntos en
casa de Cameron, y Josiah había estado dispuesto a ofrecerle consejos, tal y como ella
imaginaba que habría hecho su padre, si hubiera estado vivo.
Él bajó la voz para que los demás trabajadores no lo oyeran.
—¿Sabe Jackson que ha venido sola? —le preguntó, calmadamente—. No creo
que esté de acuerdo con que venga sin compañía a los muelles.
—¡Hablando del rey de Roma! —exclamó ella, mientras se tiraba de los dedos
de los guantes uno a uno, con impaciencia—. ¿Ha visto por casualidad a mi marido?
—Está dentro. La acompañaré —Josiah le dio las riendas de Roxy a uno de los
mozos—. Quédate aquí con el caballo —le ordenó.
Después le ofreció el brazo a Cameron y ella lo tomó.
—Está arriba, en su oficina —le dijo Josiah—. La acompañaré.
—No es necesario —le dijo Cameron, dándole golpecitos en el brazo—. Pero
muchas gracias. Me he alegrado de verlo. Tiene que venir a cenar a casa un día de
éstos. Echo de menos nuestras charlas —le dijo.
Después se agarró las faldas y subió las escaleras de madera que conducían a la
oficina de su marido.
Josiah se quedó abajo, observándola mientras subía y sacudiendo la cabeza.
Parecía que se daba cuenta de que iba a haber una pelea, pero no dijo ni una palabra.
Aquélla era otra de las razones por las que a Cameron le caía tan bien aquel hombre.
Cameron entró a la oficina sin llamar, sin importarle lo ocupado que estuviera
Jackson. Sus negocios tendrían que esperar. Abrió la puerta y entró en el despacho,

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una estancia sin pintar. Allí estaba Jackson, con tres señores, todos sentados
alrededor de la mesa, jugando a las cartas.
—Querría hablar contigo un momento, si es posible, Jackson —dijo ella
dulcemente.
A cada instante estaba más enfadada.
Los tres hombres se levantaron inmediatamente y la saludaron
respetuosamente. Dejaron las cartas y las bebidas en la mesa, recogieron su dinero, se
despidieron y se marcharon.
Jackson permaneció en su silla, sin quitarse el puro de la boca. El humo
ascendía lentamente por encima de su cabeza.
—¿Buena partida? —le preguntó ella, sin saber si lo que la estaba mareando era
el humo o la cólera que sentía.
Él se encogió de hombros.
—Estaba ganando.
—Creía que estabas trabajando.
Él le dio una última calada al cigarro y lo apagó en un cenicero.
—Estaba trabajando —dijo, con su sonrisa habitual.
Ella arqueó una de sus finas cejas.
—Pues a mí me parece que estabas jugando, fumando —y, lanzándole una
mirada a la botella de ron medio vacía que había en la mesa, apuntilló—: y bebiendo.
—No entiendes mi negocio —dijo él, poniéndose de pie—. A estos hombres les
gusta mezclar el placer con los negocios. Yo sólo estaba siendo un buen hombre de
negocios, cariño.
Jackson intentó ponerle el brazo en el hombro, pero ella se apartó.
—¡Maldita sea, Jackson! No me llames cariño. ¿Por qué hay unos hombres en la
casa, haciendo un agujero en una pared?
—Para hacer el cuarto del bebé. Pensé que la niñera debería tener su habitación
junto al cuarto del niño. Los he colocado en habitaciones al final del pasillo, para que
no te molesten los llantos del bebé por las noches.
—¿La habitación del bebé? —preguntó Cameron indignada. Por supuesto, ella
ya se lo imaginaba, pero quería que él se lo explicara—. Yo soy la que va a tener el
niño. Para hacer su habitación, deberías haberme consultado.
Pareció que aquello hirió los sentimientos de Jackson.
—No se me ocurrió que no quisieras una habitación para nuestro hijo.
Ella se quedó mirándolo fijamente. Su marido no la entendía.
—Jackson, no se trata de si quiero o no quiero una habitación para nuestro hijo.
Se trata de que no me lo hayas preguntado. Nunca me preguntas nada aunque vayas
a tomar decisiones que me afecten, que nos afecten a los dos —dijo, tomando aire—.
¿Qué pasa si a mí no me importa que el bebé me despierte? ¿Qué ocurre si quiero que
esté cerca de nosotros por las noches?
—No entiendo por qué es todo este lío —dijo él—. Haz su habitación en un
cuarto diferente. Haz todos los cuartos habitaciones de bebé. No me importa —le
ladró.

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Ella tomó aire de nuevo e intentó calmarse.

—Sólo tienes que preguntarme antes de tomar decisiones como ésta, ¿de
acuerdo?
—Yo nunca he sido de los que consultan a los demás. Yo no funciono así. Hay
demasiada gente que depende de mí para su protección. Para proteger sus secretos.
A nadie le importa que les consulte, siempre y cuando salgan vivos. ¿Sabes cómo se
siente un hombre de esa forma? ¿Sabes lo duro que es saber que si das un paso en
falso el hombre que está detrás de ti puede morir?
Cameron notó que su ira se desvanecía. Tenía ganas de llorar. Lo único que
sentía era frustración. Jackson le había contado muy pocas cosas de su papel en la
guerra, muy pocas cosas sobre lo que había hecho en realidad y; mucho menos sobre
cómo se había sentido.
En aquel momento, quería decirle que lo sentía. Él tenía razón. Aquél era un
asunto trivial. No había necesidad de enfadarse tanto, ni de avergonzarlo ante sus
clientes potenciales.
Cameron se quedó allí quieta, sin saber qué decir. No se le daba bien
disculparse.
Finalmente, él levantó la vista del clavo del suelo que había estado observando.
—Cameron, yo…
—No tienes que decir nada. Soy yo la que debe disculparse.
—Ah, Cam —él la abrazó, y dejó descansar su barbilla en la cabeza de
Cameron—. Estaba muy preocupado cuando me di cuenta de que, por fin, volvía a
casa. Quiero decir, estaba muy feliz de volver contigo, pero ¿y si no soy un buen
marido? Tú has tenido una vida difícil. ¿Qué ocurre si te hago aún más infeliz?
Ella cerró los ojos para que no se le cayeran las lagrimas y elevó la barbilla. Él la
besó, con firmeza, posesivamente, y cuando se retiró, Cameron estaba temblando.
—Nunca me harás infeliz, siempre y cuando sigas besándome así —le dijo, sin
aliento.
A él se le oscurecieron los ojos de deseo, y se inclinó para besarla de nuevo.
Ella le apretó una mano contra el pecho.
—Jackson, no podemos —susurró—. Aquí en tu oficina no. Puede venir
alguien.
Él la abrazó y la llevó lentamente contra la pared, sin apartar su mirada gris de
ella.
—Eso sería divertido, ¿no? —bromeó él.
—Jackson, no podemos hacerlo —dijo ella, entre risas nerviosas.
Sin embargo, sabía que lo haría.

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Capítulo 6

—Taye, no podemos —dijo Thomas, rígido bajo sus caricias.


Taye puso los ojos en blanco, negándose a dar un paso atrás. Estaban solos en la
biblioteca, con las puertas cerradas. Ella lo había llamado con la excusa de que le
recomendara algunos libros, pero en realidad quería estar a solas con él durante
algunos minutos.
Habían pasado toda la mañana por las calles principales de Baltimore. Taye
había hecho compras para Cameron y para ella, y Thomas le había seguido llevando
paquetes y acompañándola. Sin embargo, lo más personal que había dicho durante
toda la mañana había sido algo como «sí, creo que el azul es un color excelente para
las servilletas».
Taye se puso frente a Thomas, bloqueándole el camino hacia la puerta, y le
acarició la manga de su chaqueta.
—Vamos a casarnos —murmuró ella—. Creo que podrías besarme de vez en
cuando.
Él se puso muy colorado, y apartó la mirada.
—Pero aquí… —protestó—, en este lugar público… Podría entrar cualquiera.
Tu reputación, querida.
Ella estuvo a punto de echarse a reír.
A los diecisiete años, su hermanastro Grant la había llevado a Baton Rouge para
venderla como prostituta. Había estado a punto de perder la virginidad en una
subasta en el salón de un prostíbulo, y en el último momento, Jackson y Cameron la
habían salvado.
Si aquel incidente no había arruinado su reputación, con toda seguridad un
beso de su prometido tampoco lo haría. Sin embargo, se contuvo y no dijo nada de
aquello. Sabía que a Thomas no le gustaría que ella hablara de aquellos días del
pasado.
Taye le tomó la mano. Era grande, pero no demasiado. Tenía callosidades por
haber trabajado en los barcos de Jackson durante la guerra. Taye se preguntó cómo
sería sentir aquellas manos en la piel desnuda. Ella sabía que Thomas era tímido,
pero tendrían que empezar en algún momento, ¿no?
—Thomas, no nos verá nadie. Sólo un beso casto —dijo, y levantó la cabeza
para mirarlo provocativamente a través de las pestañas—. O quizá… ¿un beso no tan
casto?
—Taye, por favor. Hay un momento y un lugar para cada cosa, y éste no es el
momento, ni tampoco el lugar para… demostrar el afecto de uno.
Ella le soltó la mano con un suspiro. No iba a conseguir que la besara, por Dios.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Dio un paso hacia atrás. Se retiraría por el momento, pero no se rendiría. No


renunciaría a su deseo, no sólo de ser amada, sino de sentirse como si estuviera
enamorada.
—Bien. ¿Y qué me recomiendas para leer? —le preguntó de manera insulsa—.
¿Los ensayos sobre la democracia de Alexis de Tocqueville o la nueva obra de Víctor
Hugo?

—Jackson —susurró Cameron, con la voz ronca de deseo—. ¡Por Dios! En la


mesa de cartas no…
Él se rió mientras tiraba los vasos y las cartas al suelo de una barrida con el
brazo y la sentaba con firmeza en el borde.
—¿Y por qué no? —le dijo sonriendo perversamente, mientras le desataba el
sombrero y lo tiraba al suelo—. Después de todo, tengo que tener consideración con
tu estado. ¿Qué clase de hombre piensas que soy? ¿Crees que tomaría a mi esposa de
pie, junto a la puerta?
Ella bajó la mirada mientras él se desabotonaba los pantalones. Su miembro
erecto se salió de entre la tela, y a ella se le cortó el aliento.
—Por supuesto que no, mi amor —dijo Cameron, irónicamente—. ¿Cómo iba
yo a pensar que podrías llegar a ser tan primitivo?
Jackson le entrelazó los dedos en el pelo, sin importarle su peinado, y con la
otra mano rebuscó bajo la falda del vestido y de la combinación el lugar que ya
estaba húmedo y suave para él. Sus bocas se encontraron con hambre, mientras él la
acariciaba. Ella dejó escapar un gruñido, tan excitada como él.
—Tenemos que darnos prisa. Puede venir alguien.
Notaba en la cara un calor mezcla de deseo y vergüenza.
En público, Jackson siempre la trataba con respeto, pero en privado, algunas
veces se comportaba como si ella fuera su prostituta. Y, peor aún, ella se comportaba
como si lo fuera. Normalmente, era una mujer que tenía un gran control sobre sí
misma, sobre su cuerpo y sus emociones. ¿Qué tenía Jackson, que siempre conseguía
hacer añicos aquel control?
—Ahora —le susurró Cameron al oído.
Se deslizó al borde de la mesa y lo agarró por las caderas desnudas, guiándola
hacia ella. Cuando la penetró, dejó escapar un gemido.
Jackson cerró los ojos y la sostuvo con fuerza, meciéndose hacia delante y hacia
atrás. Mientras se balanceaba precariamente al borde de la mesa, ella no podía hacer
otra cosa que agarrarse a él y dejarle que llevara el ritmo de los movimientos.
Cameron se quedó asombrada de lo rápidamente que alcanzó el clímax. Cuánto
había necesitado y ansiado a Jackson. ¿Cómo era posible que en un momento
estuviera tan enfadada y al momento siguiente lo deseara tanto?
Jackson gruñó y después se inclinó hacia delante para apoyarse con la barbilla
en la frente de Cameron. Jadeando, ella bajó las piernas y se empujó las faldas hacia
abajo.

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Él le besó con dulzura la sien.


—Y ahora, ¿dónde estábamos, cariño? ¿Qué me estabas diciendo?
Cameron se rió y lo empujó, pero él no se movió un centímetro.
—Eres un hombre corrupto y perverso que me ha corrompido a mí también.
¡Obligarme a hacer estas cosas, a plena luz del día y sobre tu mesa de cartas! —le
dijo, mientras se arreglaba el vestido—. Menos mal que el senador está muerto,
porque se habría sentido mortificado al ver lo inmoral que se ha vuelto su hija.
Jackson se rió con ganas.
—Te olvidas de que tu padre y yo éramos buenos amigos, y lo conocía bien.
Quizá mejor que tú en algunos aspectos, cariño —dijo, mientras le acariciaba los
labios con las puntas de los dedos—. Creo que el senador David Campbell se sentiría
orgulloso de saber que te has permitido amar como lo haces.
—¿Qué quieres decir con eso?
Él comenzó a abrocharse los pantalones de nuevo.
—Sólo que tu padre tenía una gran capacidad de amar, y que encontró una gran
felicidad en ese amor, eso es todo.
—Te refieres a Sukey —dijo ella, tímidamente.
Cameron no había descubierto hasta la muerte de su padre que el ama de llaves
y él habían tenido algo más que una relación sexual. Cuando él había muerto,
llevaban enamorados más de veinticinco años.
Alguien golpeó en la puerta y acto seguido abrió, sobresaltando a Cameron.
Ella se deslizó para bajarse de la mesa y Jackson se retiró. Cameron miró las
cartas, los vasos y su sombrero, que estaban en el suelo. No podía recogerlo sin
llamar demasiado la atención.
Intentó no parecer demasiado alborotada cuando entró un hombre que los
saludó levantándose el sombrero de marino.
—Señora —le dijo, con una inclinación de cabeza, y después se volvió hacia
Jackson. Si vio todo lo que había en el suelo, no dio indicación ninguna—. Están
listos para verlo en el Miss Virginy, capitán Logan.
Jackson sonrió como si no acabaran de pillarlo con los pantalones por los
tobillos.
—Gracias, Charlie. Iré enseguida, en cuanto termine mis asuntos con la señora
Logan.
El marinero asintió, se despidió y salió del despacho.
—Dios mío —dijo Cameron, mientras tomaba a toda prisa el sombrero del
suelo—. Si ese hombre hubiera llegado un momento antes…
—Pero no llegó —la interrumpió Jackson, alegremente—. Y ahora, te acompaño
a tu calesa.
—Puedo ir sola —respondió ella con dulzura, pero él la tomó por el codo.
—No, te acompaño. Tengo que bajar.
Fuera del almacén, Jackson vio a Roxy y se volvió hacia Cameron,
instantáneamente enfadado.
—¿Has venido a caballo tú sola?

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Cameron lo miró, también irritada.


—Llevo montando a caballo desde que fui capaz de andar —dijo, caminando
hacia la yegua—. Soy perfectamente capaz de hacer a caballo tres kilómetros.
—Ésa no es la cuestión —dijo Jackson, agarrándola por el brazo, en voz muy
baja.
Cuando estaba verdaderamente enfadado, su tono de voz descendía a un
volumen peligroso.
Cameron sintió que se enfurecía, también.
—No puedes darme órdenes, Jackson. Por si acaso no te habías dado cuenta, la
esclavitud ha sido abolida en Estados Unidos.
—No es seguro que hayas venido aquí sola, a caballo, y embarazada de nuestro
hijo.
—Eso es una tontería. El bebé no es mayor que un guisante. No voy a hacerme
daño, y no voy a hacerle daño al niño. Ayúdame —le ordenó al mozo que sujetaba
las riendas de Roxy.
El chico miró a Jackson, a la espera de su aprobación.
Él levantó una mano.
—¿Por qué demonios no ibas a ayudarla? Si no la ayudas, ella se subirá a un
barril para alcanzar el lomo del animal.
El chico obedeció, y Cameron subió al caballo y tomó las riendas.
—Nos veremos esta noche —le dijo a Jackson—. Que no se te olvide que hay
una cena para los senadores y sus esposas.
No esperó a que él respondiera. En vez de eso, hundió los talones en los flancos
de Roxy y salió a galope.

—Demonios, no sé qué hacer con ella, Taye —confesó Jackson.


Estaba apoyado en la barandilla del balcón. Tomó un sorbo de jerez y miró al
jardín. Habían salido a tomar el aire durante un momento, mientras la esposa de un
senador de Maryland los entretenía con una interpretación estridente de una melodía
popular.
—Sabía que te enfadarías si ella montaba a Roxy hasta el muelle, pero no pude
detenerla. Ya sabes lo obstinada que puede llegar a ser.
Él sonrió, recordando los largos días que Cameron y él habían pasado juntos en
el verano de 1861. Primero en Baton Rouge, y después en su barco, y finalmente en la
carretera de Biloxi a Jackson. Ella estaba tan decidida a volver a Elmwood que había
caminado casi por la mitad del estado de Mississippi. Era aquella fortaleza suya, que
tanto lo enfurecía en aquel momento, lo que antes había admirado de ella. Era una
razón más por las cuales él la querría hasta que la muerte los separara… y
posiblemente más allá de eso.
—No quiero que tú te conviertas en su niñera, Taye —le dijo, mirándola.
Llevaba un vestido azul claro de seda que era casi del mismo color que sus ojos—. Ya
la cuidaste lo suficiente en Mississippi.

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Taye sonrió.
—Lo hago porque la quiero. Y porque, a pesar de lo que ella diga, sé que
necesita que alguien la cuide —se acercó a su cuñado, le tomó la copa de jerez de la
mano y, para sorpresa de Jackson, le dio un sorbito. Después se la devolvió—. La
muerte del senador fue un golpe mucho más duro para ella de lo que a nosotros nos
gustaría creer. Y la de Grant, también.
—¿Y para ti? David también era tu padre.
—Es diferente. Yo siempre lo quise porque era muy bueno con mi madre y
conmigo, pero nunca supe que era mi padre mientras estaba vivo. No creo que los
sentimientos puedan ser los mismos, ¿y tú?
Jackson se terminó el jerez de un trago.
—Dudo que yo sea la mejor persona para preguntarle eso. Soy bastante
habilidoso en la oscuridad, con una banda de soldados confederados a mis espaldas,
pero ni siquiera puedo manejar a mi propia esposa.
Ella se rió.
—Nadie maneja a Cameron Campbell Logan.
—Eso es cierto —dijo él, tristemente—. Me temo que no he hecho nada que le
parezca bien desde que he llegado —la miró y después miró al jardín oscuro de
nuevo, incómodo con aquellos pensamientos, pero al mismo tiempo, deseoso de
desahogarse. La imagen de Marie apareció en su mente, pero la apartó. Había hecho
una decisión correcta en cuanto a ella, y lo sabía. Pero al verla de nuevo, al tener que
trabajar otra vez con ella, se planteaba sus elecciones—. ¿Te ha dicho algo Cameron,
Taye, acerca de…?—hizo una pausa—. No sé. ¿Se arrepiente?
Taye se volvió a mirarlo. La lámpara que había tras ellos le iluminaba la piel
color miel, y la hacía aún más bella de lo que era a la luz del día.
—¿Arrepentirse? ¿De haberse casado contigo?
Él asintió.
—¿Estás loco?
Jackson soltó una carcajada. La Taye que él había conocido antes nunca habría
dicho aquello. En aquellos días, ella siempre le tenía miedo, y casi saltaba asustada
cada vez que él le dirigía la palabra.
—Estás preocupándote demasiado —le dijo, dándole unos golpecitos en la
mano—. Ella te quiere de la única forma que Cameron puede querer. Salvaje,
apasionadamente, algunas veces fuera de control —casi había envidia en su voz—.
Vosotros dos estáis hechos el uno para el otro, y lo sabes. Yo creo que necesitáis
tiempo para adaptaros a la vida de casados.
—¿Adaptarnos? —gruñó él—. Llevamos casados cuatro años.
—Sí, legalmente, pero nunca habéis vivido juntos. Dos personas tan obstinadas
como vosotros… dale tiempo. No olvides que durante estos cuatro años, ella ha sido
una mujer independiente. No tenía padre, ni marido que la cuidara, ni que tomara
las decisiones por ella.
—Nunca me habría casado con ella y la habría dejado aquí sola si no hubiera
sabido que es muy capaz de cuidarse a sí misma.

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—Por supuesto que no —dijo Taye, sonriendo con una sabiduría que estaba
mucho más allá de sus pocos años—. Pero ahora que has vuelto a casa, capitán, ya no
puedes pretender que ella se despida de su independencia y que sea tu mujercita. Y
de todas formas, tú no querrías a esa clase de mujer, ¿verdad?
Jackson miró su copa, pensando que quizá la rellenara.
—No lo sé —dijo, en tono sombrío.
Taye volvió a sonreír.
—Me voy dentro. Está refrescando.
—Yo entraré en cuanto la esposa del senador deje de maullar.
La joven se rió y entró en la casa, en medio de una nube de seda azul, con el aire
de una verdadera dama.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 7

Cameron se despidió de Taye, que iba a tener una reunión con la cocinera jefe
para organizar el menú del baile, y después se fue a caballo a la sombrerería de la
señora Cartwright.
Habría tenido más sentido ir en calesa aquella mañana, pero sabía que Jackson
lo prefería, así que eligió ir a caballo.
Cuando llegó a la tienda, en una calle muy concurrida de la zona sur de la
ciudad, desmontó y le entregó las riendas al mozo que estaba en la puerta. Entró en
el diminuto local. Estaba lleno de filas de sombreros, algunos importados de Europa
y otros confeccionados en Nueva York. Dos dependientas se movían silenciosamente
entre las vitrinas de boinas y gorros, y entre los rollos de encaje, los lazos, las plumas
y escarapelas que se podían elegir para adornar un sombrero nuevo.
Aquella mañana, la tienda también estaba llena de mujeres parlanchinas.
Al ver que la señora Cartwright, la propietaria, estaba ocupada con una clienta,
Cameron se metió por uno de los pasillos para observar los lazos. Quería encontrar
uno de color gris para ponérselo a un sombrero que tenía en casa.
—¿Has oído que ha vuelto a la ciudad? Mi vecina, la señora Ports, lo vio ayer, a
ese guapo demonio —dijo una voz femenina, desde el otro lado de una estantería
cargada de husos de cintas.
—Ya me había enterado —contestó otra, en tono conspirativo—. Todo el
mundo habla de él.
Cameron no veía a las mujeres que estaban cotilleando, pero las oía
perfectamente.
—Lleva en casa menos de un mes y dicen que ya anda corriendo detrás de las
mujeres. Y por supuesto, también dicen que ella también ha vuelto a Washington.
—¿Ella?
—Ésa Marie LeLaurie. Se aloja en The Grand.
—¿Ésa con la que tenía una aventura? ¡No!
—¡Sí! Con esa melena negra… Dios sabe que no puede ser natural —siseó una
de ellas—. Y es peor incluso que eso.
—Dios, estoy horrorizada. Cuéntame.
—Bueno, una de mis doncellas tiene una prima que tiene una amiga que es
lavandera en su casa. Ya sabes que las negras siempre son parientes unas de otras —
añadió sin perder la oportunidad—. Bueno, pues me ha dicho que la mujer está
embarazada.
—¡No puede ser cierto! Nadie me dijo nada en el té de los jueves, en The Grand.
—Bueno, la lavandera tiene que saberlo por fuerza.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Cameron tomó uno de los husos de cinta que pensaba que podía ir bien con su
sombrero, sacudiendo la cabeza. Ella despreciaba a los cotillas. La pobre mujer de la
que estaban hablando no se merecía aquellos comentarios.
—Tendré que investigar eso. Mi marido juega a las cartas con un caballero que
hace negocios con él, en los muelles.
Cameron comenzó a caminar hacia el mostrador, pero de repente se quedó
inmóvil y sintió un escalofrío. ¿Un hombre que había vuelto recientemente a la
ciudad, que tenía una mujer embarazada y que tenía negocios en los muelles?
—¿Y no se ha dicho nada del embarazo de su mujer?
—No, no creo. El capitán Logan es demasiado listo como para hacer semejante
anuncio público.
Cameron soltó el huso de cinta y se agarró a una estantería para guardar el
equilibrio. Se sentía mareada. Los cotilleos eran sobre Jackson. Sobre ella misma.
De repente, el aire estaba muy cargado, y temió que se desmayaría.
Sujetándose a la estantería, salió del pasillo hacia la puerta. Cuando agarró el
pomo, la propietaria la llamó.
—¡Señora Logan! Lo siento. La ayudaré en un momento. Es sólo que la señora
Henry…
—No se preocupe —dijo Cameron, como pudo, mientras abría la puerta—.
Tengo mucha prisa hoy. Volveré otro día.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó Taye, mirándola desde el otro lado de la mesa
de cartas, con la preocupación reflejada en los ojos.
Cameron sacudió la cabeza y dejó las cartas a un lado. Taye y ella se habían
sentado en la sala después de la cena para jugar una partida, pero Cameron no estaba
concentrada.
—Nada.
—No me digas eso. Llevas días alicaída por la casa. El sábado por la noche es el
gran baile. Todos los héroes de la guerra estarán aquí. ¡Ulysses Grant bailará en tu
salón! No puedes recibir a tus invitados con esa cara.
Cameron se miró las manos, apretadas en el regazo. Habían pasado dos días
desde que había oído los cotilleos de las mujeres. Había intentado olvidar sus
palabras, pero no podía. Había intentado convencerse de que Jackson nunca la
engañaría. Él la quería. Y, ¿cuándo iba a tener tiempo para engañarla? Trabajaba de
sol a sol en los muelles, a menos que estuviera en Washington. ¡Y estaba claro que no
podía estar retozando con una mujer en la oficina de la secretaría de estado!
Pero ¿y si era cierto de verdad? Le temblaron los labios.
—Tienes que contármelo —le dijo Taye.
Cameron miró a su hermana.
—¿Crees que Jackson me engañaría con otra?
Taye soltó una carcajada.
—Por supuesto que no.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Cameron apartó la mirada, con los ojos llenos de lágrimas.


—¿Por qué me preguntas algo tan absurdo?
—Oí a unas mujeres el otro día, cotilleando… —explicó Cameron, con la voz
entrecortada—. Dijeron que todo el mundo hablaba de que me engaña.
—No es cierto.
—Sé que no lo es —llena de dudas, Cameron hizo girar la alianza que llevaba
en el dedo anular—. Pero también dijeron que habían oído que yo estoy embarazada,
lo cual sí es cierto.
—¿Quiénes eran? —le preguntó Taye, enfadada—. Porque no dudaré en
hacerles una visita para enfrentarme a ellas cara a cara.
Cameron sacudió la cabeza.
—No sé quiénes eran. No las vi. De todas formas, no tiene importancia. Sé que
no es más que un cotilleo, pero… —la mirada de Taye hizo que se interrumpiera y
que sintiera una punzada de angustia en el estómago—. Sabes algo.
Taye sacudió la cabeza con vehemencia.
—No.
—Taye, nunca has sabido mentir —Cameron se levantó de la silla con las
manos temblorosas—. Dijeron que la mujer está aquí, en la ciudad. Si sabes algo de
eso…
—Cameron, escúchame —Taye se levantó y tomó las manos de Cameron entre
las suyas—. Jackson no te está engañando. No lo haría. Es sólo que…
—¿Qué?
Taye suspiró.
—Yo también oí el mismo cotilleo la semana pasada. Estaba en el mercado con
la cocinera.
—¿Y no me lo dijiste? —Cameron tiró de las manos y caminó hacia la ventana—
. ¿Por qué no me lo has dicho?
Taye la siguió y la agarró por el hombro para obligarla a que la mirara.
—No te lo dije porque eran dos sirvientas hablando de lo que no les concierne.
No te lo dije porque la forma de terminar con un rumor es no repetirlo. Y no te lo dije
porque no es cierto.
—Será mejor que no sea cierto. ¡Porque si lo es, lo mataré!

Taye llamó a la puerta de la oficina de Jackson en los muelles.


—Entre —dijo Jackson al oírlo—. La puerta está abierta.
Ella entró y se lo encontró sentado en su escritorio, rodeado de pilas de papeles.
—Taye —Jackson se levantó de la silla, evidentemente sorprendido por la
visita—. Cameron está bien, ¿verdad? ¿Es el bebé?
—No. Cameron está perfectamente. He venido porque quería hablar contigo a
solas. Sólo será un momento. Thomas está esperándome abajo, en la calesa.
—¿Hablar sobre qué? No deberías haber venido aquí, Taye. Hay todo tipo de
canallas…

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Jackson, siéntate y cállate —dijo Taye, asombrada de su propia brusquedad.


Y se quedó aún más asombrada al ver que Jackson se sentaba.
Ella estudió su magnífico rostro, buscando en silencio alguna respuesta.
—Hay un rumor en la ciudad, y he venido a asegurarme de que no es cierto.
Él tensó la mandíbula. O eso le pareció a Taye. Aunque quizá sólo fuera su
imaginación.
—¿Qué rumor?
—La gente dice que tienes una aventura con otra mujer.
Él se puso de pie repentinamente y apoyó las palmas de las manos en el
escritorio.
—Eso es absurdo. Yo no…
—Yo lo oí el otro día, y Cameron me ha contado que ella también lo ha oído —
le dijo severamente.
—¿Alguien le ha dicho a mi mujer que la estoy engañando? —preguntó
Jackson, furioso.
—No. Lo oyó en una tienda, hace un par de días.
—¿Hace dos días? ¿Y por qué demonios no me lo ha preguntado a mí?
—No lo sé. Probablemente, porque no se lo cree.
—No se lo ha creído porque no es cierto. Cameron sabe que la quiero. Nunca
haría nada que pusiera en peligro nuestro matrimonio.
—Eso espero.
—Voy a ir a casa ahora mismo —dijo Jackson, e hizo ademán de tomar su
chaqueta del respaldo de la silla.
—No. Entonces, ella sabrá que yo he estado aquí, y se enfadará mucho conmigo
por meter la nariz donde no debo. Sólo quería asegurarme de que el rumor no era
cierto, porque yo se lo dije así.
Jackson se pasó los dedos entre el pelo.
—Por supuesto que no.
Taye lo observó, deseando con todas sus fuerzas creerlo. Lo creía. Pero había
aprendido un poco sobre los hombres en los años anteriores, y sabía que eran muy
diferentes a las mujeres en asuntos del corazón.
—Bien. Lo que se dice es que —explicó, eligiendo las palabras
cuidadosamente— esa mujer con la que estás teniendo una aventura se aloja en The
Grand, en Washington.
Jackson se apartó de Taye casi violentamente, y tomó una botella de whisky de
una estantería.
—¡He dicho que no tengo ninguna aventura, Taye!
Ella asintió.
—Excelente —dijo, mientras empezaba a ponerse los guantes para salir—. Sólo
quería estar segura. Porque si la tienes, si le haces daño a mi hermana de esa manera,
ella no tendrá la oportunidad de matarte.
Jackson se llevó el vaso a los labios, sin apartar la mirada de los ojos de Taye.
—No la tendrá porque yo lo haré primero. Nos veremos a la hora de la cena. No

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llegues tarde. Hemos preparado un concierto que estoy segura de que te gustará.
Jackson observó cómo Taye salía por la puerta y se bebió el whisky de un trago.
Hizo un gesto de desagrado al saborear el amargo licor y notar cómo le quemaba la
garganta.
—Desgraciada —susurró. Después tomó su chaqueta y se dirigió hacia la
puerta—. ¡Jeremy! —rugió—. Ensilla mi caballo. Tengo que tomar el primer tren a
Washington.
Normalmente, Jackson habría sido más cuidadoso, y no habría entrado a The
Grand Hotel por la puerta principal, donde todo el mundo podía verlo, ni habría
subido directamente a la habitación de Marie. Pero normalmente, Jackson no estaba
tan enfadado.
Aporreó la puerta.
—¡Abre!
—¿Quién es? —dijo Marie, con la voz más dulce que la miel.
—Sabes quién soy —respondió Jackson.
La puerta se abrió inmediatamente y Marie lo saludó, vestida sólo con una bata
de seda roja que dejaba muy poco a la imaginación. Estaba descalza y tenía el pelo,
negro y brillante, suelto por los hombros.
—Jackson, querido —ronroneó—. Si hubiera sabido que venías…
—¿Qué demonios te crees que estás haciendo? —le preguntó, mientras entraba
y cerraba la puerta de un portazo—. ¡Has estado extendiendo rumores de que tú y yo
tenemos una aventura! Eres una desgraciada.
—Jackson —dijo ella, haciendo un puchero—. Me ofende que pienses…
—No empieces con eso, Marie —Jackson agarró un puñado de tela roja, y la
bata se abrió, dejando a la vista sus pechos pálidos y perfectos, con los pezones
morenos y endurecidos.
Marie miró hacia abajo, hacia su propia desnudez, y después a Jackson, con los
ojos brillantes de deseo.
—Jackson —susurró.
Al darse cuenta de que no había soltado la bata, Jackson lo hizo, observando
cómo la seda roja se le escapaba de entre los dedos. La esencia seductora de Marie le
jugueteó en la nariz y le llenó la mente.
—No, Marie —dijo.
Ella se apretó contra él, casi desnuda.
—Sólo una vez más… te he echado de menos —le pidió, ofreciéndole los labios
para que la besara.
Jackson la tomó por los hombros y la apartó de él.
—Antes me amabas. Me lo dijiste. ¿Por qué no puedes quererme de nuevo,
aunque sólo sea durante unos instantes?
Él apretó los labios y apartó la mirada. El corazón se le había acelerado en el
pecho. Lo que ella le decía era cierto. No podía negarlo.
Jackson había querido a Marie. Casi una vida antes, después de dejar a
Cameron aquel verano en el que ella era una niña de diecisiete años había vuelto a la

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vida que conocía. Para intentar olvidar a la tentación sureña de pelo de fuego, se
había dedicado en cuerpo y alma al negocio naval de su padre. Había bebido, había
jugado y había disfrutado de las mujeres. Marie había sido una de ellas, pero había
sido especial desde la primera noche que la había conocido.
En aquel momento, ella estaba casada con un hombre mayor, que ya era
inválido cuando Jackson la había conocido en un casino de Atlanta. Su tórrida
aventura había durado más de cuatro años, y durante algún tiempo, él había
fantaseado con la idea de casarse con ella cuando muriera su marido.
Pero entonces, Marie se había fijado en otro hombre y se había alejado de él.
Entonces, Jackson se había dado cuenta de que nunca podría ser feliz con Marie. Su
idea del amor y del compromiso no era igual.
Y poco después, había vuelto a Elmwood y se había enamorado de nuevo de la
hija del senador David Campbell.
Y entonces, había empezado la guerra.
Jackson se obligó a concentrarse en Marie de nuevo. Se dio cuenta de que había
herido sus sentimientos. Él no quería hacerle daño. Sólo quería detenerla antes de
que pudiera destruir su matrimonio, antes de que él le hiciera daño a Cameron.
Marie era una manipuladora. Por esa razón era tan buena espía, y así era como lo
había enredado de nuevo en su red, aunque sólo fuera por muy poco tiempo.
—Tengo que volver a casa con mi mujer. Mantén la boca cerrada, ¿entiendes?
Ella se aproximó a la puerta sin molestarse en cubrir su cuerpo exuberante con
la seda roja.
—Espera. Tenemos que hablar de algo. He recibido una información. Tenemos
que ir a Nueva Orleáns y encontrarnos con un hombre que ha hablado con
Thompson en persona.
—No voy a ir a Nueva Orleáns, Marie —respondió Jackson, y puso la mano
sobre el pomo de la puerta, ansioso por salir de la habitación.
No era que no estuviera tentado por sus exquisitos pechos. Sin embargo, sentía
una tremenda vergüenza por lo que había hecho hacía más de un año. Lo que le
había hecho a Cameron.
—Tengo que irme —dijo, y abrió la puerta.
—Entonces, vete —respondió ella dulcemente—. Hablaremos en el baile.
—No se te ocurra venir, Marie —le advirtió. No podía respirar. Necesitaba
aire—. No es seguro.
—No seas tonto —se rió ella—. ¿Qué voy a decirle al congresista? Además, no
me lo perdería por nada del mundo. Espera a ver mi vestido.
Jackson bajó corriendo las escaleras y atravesó el vestíbulo. Sólo cuando estuvo
en la calle se permitió tomar aire.
La esencia seductora de Marie le llenaba la nariz.

Cameron oyó cómo Jackson entraba en la habitación. Ella estaba sentada en su


cómoda, y no se dio la vuelta mientras se quitaba los pendientes. Era más tarde de la

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medianoche, y sus invitados acababan de marcharse.


—Has vuelto a llegar tarde.
—Te he dicho que lo sentía. El tren de Washington llegó con retraso.
—Creía que estabas en el almacén, hoy —dijo ella, mirando su reflejo.
Él se inclinó para besarle la nuca.
—Surgió algo.
Cameron se levantó, zafándose de él.
—Jackson, quiero preguntarte algo.
Él se estaba quitando la chaqueta de noche.
—Taye es realmente una gran pianista. El concierto de esta noche ha sido
excelente…
—He dicho que quería preguntarte algo…
—Sin embargo, Thomas no es tan hábil al teclado como él piensa —Jackson
comenzó a soltarse el nudo de la corbata.
—Jackson…
—Maldita sea, no —soltó él, de repente, volviéndose para mirarla a la cara.
Ella le sostuvo la mirada y dejó caer las manos a los lados del cuerpo.
—¿No qué? —le preguntó, rígidamente—. Ni siquiera has oído mi pregunta.
—Ya sé cuál es la pregunta, y la respuesta es «no». No tengo ninguna aventura
con otra mujer —dijo. Tiró de la corbata y la arrojó al suelo.
—¿Y cómo sabías…? ¿Te lo ha contado Taye?
—No importa, Cam —Jackson comenzó a desabotonarse la camisa—. Lo que
importa es que no deberías escuchar lo que dicen las cotorras en las tiendas —se
quitó la camisa y la dejó caer en el suelo, junto a la corbata—. No deberías escuchar
los cotilleos maliciosos. Lo que deberías hacer es preguntarle a tu marido.
—Ya empiezas otra vez —dijo ella, irritada.
—¿A qué?
—¡A decirme lo que tengo y lo que no tengo que hacer! No soy un soldado,
Jackson, y no estoy en tu batallón. ¡No me controles!
—¿De qué estás hablando? Me has preguntado si tengo una aventura. No la
tengo. ¿De dónde voy a sacar tiempo para una aventura? —gruñó él.
Después se dio la vuelta.
Cameron se quedó mirándolo, notando cómo su enfado aumentaba. Jackson se
quedó frente a la puerta durante un momento, en silencio, y después se volvió hacia
ella de nuevo.
—Creo que será mejor que sigamos hablando de esto mañana.
—No quiero hablar sobre ello mañana. Quiero hablar ahora. No puedo vivir así,
Jackson. No puedes volver después de cuatro años y hacerte con el control de mi
vida.
—Creo que deberíamos hablar de ello después de dormir bien esta noche —
respondió él.
Caminó hacia la cama y apartó las sábanas.
—No creo —dijo ella, suavemente.

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—Sé que no lo crees, pero…


—Me refiero a que no creo que vayas a dormir aquí esta noche.
—¿Qué? —dijo él, volviéndose sobresaltado.
—Ya me has oído —dijo Cameron. Abrió la puerta y llamó a su doncella
personal, que estaba esperando en el pasillo—. Tienes que dormir en otro sitio,
Jackson. Le diré a Addy que te prepare una habitación abajo.
—¡No quiero dormir abajo!
Ella lo miró fijamente, con sus ojos de gata.
—Tú siempre quieres salirte con la tuya, y darme órdenes. Quieres que no le
haga ningún caso a los cotilleos sobre ti y sobre mí. Muy bien, si no quieres hacer las
cosas a mi manera, entonces tendrás que dormir en otro sitio. No quiero que
duermas en mi cama ahora. No, hasta que esto no se haya resuelto entre nosotros —
dijo, y se cruzó de brazos.
—Cameron… —dijo él, pero se interrumpió—. Está bien —soltó.
Tomó ropa del armario, recogió sus botas y el cinturón de las pistolas y salió
por delante de ella.
Cameron se quedó inmóvil, observándolo. No se permitió el lujo de llorar, ni de
rendirse a la fría desesperanza que amenazaba con ahogarla… con ahogar todo lo
que amaba.

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Capítulo 8

—Vamos, Taye, ¿no puedes apretar un poco más? —gruñó Cameron, apoyada
en el alféizar de la ventana de su habitación.
Aquella noche, Jackson y ella ofrecían el baile de bienvenida para los oficiales
de la Unión y sus esposas, y para Cameron, aquello no podía suceder en un
momento peor. Después de echar a Jackson fuera de su habitación, tres noches antes,
apenas habían hablado. Jackson se marchaba pronto, Dios sabía adónde, y volvía
tarde a casa.
Cameron sabía que no podían seguir así indefinidamente, pero sentía que era él
el que debía ceder y disculparse ante ella por su comportamiento. Entonces, ella
estaría dispuesta a hablar.
Sin embargo, aquélla no sería la noche. Los carruajes ya habían comenzado a
llegar, y ella tendría que bajar en pocos minutos, para recibir junto a Jackson a sus
invitados, sonriendo y murmurando bienvenidas, y fingiendo que todo iba a las mil
maravillas.
—Cameron, todavía estás muy delgada —declaró Taye, atándole el corsé a su
hermana—. Si lo aprieto más, se te saldrán las entrañas, y eso no sería una visión
muy agradable en la pista de baile.
Cameron tuvo que reírse ante la imagen que había descrito Taye.
—Está bien. No importa. Ya estoy casada. No pasa nada si me pongo gorda
como una vaca.
Taye levantó el vestido de Cameron de la cama y se lo acercó. Era igual que los
días en que su padre daba las mejores fiestas de todo Mississippi en Elmwood. A
Cameron le encantaban las cenas, bailar, ver y ser vista en aquellos bailes, pero en
aquel momento se daba cuenta de que la mitad del placer había sido prepararse para
los grandes eventos con Taye a su lado.
—Eres tonta —le dijo su hermana mientras la ayudaba a meterse en el vestido
verde de satén. Cuando lo tuvo puesto, Taye la rodeó, ahuecando la tela y colocando
bien los pliegues. Cameron se tiró de las mangas abombadas—. Todavía estás tan
delgada como cuando tenías dieciocho años. Siempre has sido la mujer más guapa de
cualquier baile, y tu marido te adora.
Cameron soltó una carcajada seca y poco femenina.
—Me adora como si fuera el frente de una chimenea. Quiere que sea algo que se
arregla y que puede enseñarles a sus amigos cuando vienen a la ciudad, y después
enviarme a la habitación cuando todo ha terminado. Si me adorara, ¿crees que
aguantaría estar durmiendo en una habitación de abajo? Si me adorara, ¿no crees que
al menos se sentaría conmigo a hablar sobre nuestra vuelta a Mississippi?

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Taye se quedó frente a ella, ajustándole la parte superior del vestido.


—Sé que no quieres oír esto —le dijo—, pero quizá en esta ocasión Jackson
tenga razón. Thomas dice que la ciudad de Jackson ha quedado destrozada por la
guerra. Las mansiones y las plantaciones han ardido hasta los cimientos, y el suelo
está sin cultivar, salvaje —Taye miró a su hermana a los ojos—. No estoy segura de si
quedará algo para ti allí.
—¿Así que te pones de su lado? —al instante de haber pronunciado aquellas
palabras, Cameron se arrepintió. No quería discutir con Taye—. Lo siento. Supongo
que todavía estoy un poco irritada porque fueras a su oficina y le contaras lo del
cotilleo.
—No me estoy poniendo de su lado en absoluto —respondió Taye sin
inmutarse, y sin hacer caso del comentario de los muelles.
Supuso que aunque Jackson hubiera admitido ante Cameron que ella había ido
a verlo, no le habría contado exactamente la conversación que habían tenido.
—Sólo te estoy contando lo que me ha dicho Thomas —continuó Taye—. Él ha
ido al sur a ver las oficinas de su padre. Dice que hay que reconstruirlas,
prácticamente. Ahora viven allí unos vagabundos. Tendrá que trabajar mucho antes
de reabrir el bufete.
A Cameron le temblaron los labios.
—¿Así que es allí donde pensáis vivir cuando os caséis? ¿Vas a volver a casa? —
le preguntó, con la voz quebrada.
—Todavía no sé adónde vamos a ir —respondió Taye con suavidad—. Además,
es demasiado pronto para hablar de esos planes. Es inadecuado. Ni siquiera estamos
oficialmente comprometidos. Tenemos que hacer el anuncio.
—Muy bien. En cuanto os ocupéis de ello, haremos el anuncio —Cameron le
tomó la mano a su hermana—. Voy a dar el baile de compromiso más grande que
Baltimore haya presenciado nunca.
Taye sonrió entusiasmada.
—Siempre he soñado con algo así.
—Y así lo tendrás —dijo Cameron, mientras se acercaba al espejo para mirarse
de pies a cabeza.
Extendió el brazo y atrajo a Taye junto a ella.
Taye se había puesto un vestido maravilloso, amarillo y azul, con un escote
muy pronunciado y manga corta.
Las dos mujeres no parecían hermanas. Cameron era más alta que Taye, y no
tenía tantas curvas. Cameron tenía el pelo caoba como su abuela paterna de Escocia,
y los ojos de color ámbar. Taye tenía rizos del color del ala de un cuervo, y unos ojos
azules exquisitos, muy inusuales para una mulata. Y su piel era perfecta, del color de
la miel. Tenía la nariz de su padre. Cameron lo veía claramente, y no entendía cómo
no se había dado cuenta antes.
Quizá porque había tenido miedo…
—Tenemos que bajar ya… —sugirió Taye, suavemente.
Sus miradas se encontraron en el espejo.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Me alegro de que estés aquí —le dijo Cameron. Algunas veces le resultaba
difícil articular sus sentimientos, pero necesitaba que su hermana supiera cuánto la
quería—. Ojalá nunca tengamos que separarnos de nuevo.
Taye se rió y le dio un beso en la mejilla a Cameron. Después se la frotó con la
mano para asegurarse de que no le dejaba ninguna mancha de carmín.
—Estás muy seria esta noche. Demasiado seria para una fiesta. Vamos, querida.
Quiero bailar y beber champán.
Cameron se volvió hacia su hermana. Taye tenía una risa muy contagiosa.
—¿Eres la misma chica a la que tenía que obligar a que se pusiera uno de mis
vestidos y bajara a mirar bailar a los demás, hace unos años?
A Taye le brillaron los ojos con aquellos recuerdos.
—Y un día le dijiste a Jackson que me sacara a bailar…
—Y tú dejaste asombrado a todo el mundo del condado… —recordó Cameron
con orgullo—, ¿No te acuerdas? Grant irrumpió en el salón de baile y acusó a Jackson
de bailar con una de sus sirvientas…
Taye apretó los labios ante la mención de Grant, y Cameron le acarició el brazo.
—Lo siento. Se supone que ésta es una noche alegre. No debería haberlo
mencionado.
De nuevo, Taye clavó sus ojos azules en los de Cameron.
—Pero tenemos que hablar de él. De lo que ocurrió en Elmwood aquella noche
—dijo.
—En otra ocasión —le pidió Cameron.
—Sí —convino Taye. Las hermanas se tomaron de la mano para salir de la
habitación—. Pero debemos hablar de ello, alguna vez.
—Lo haremos, pero no esta noche —y, del brazo, las dos bajaron la hermosa
escalinata para saludar a sus invitados.

La casa estaba abarrotada de hombres vestidos con el uniforme de gala del


ejército de la Unión y de mujeres con sus mejores trajes de noche. Por las estancias se
oían sonidos que sólo provenían de la victoria en la guerra: risas de alegría, alarde
masculino y unas cuantas lágrimas.
Y la música… aunque Cameron se había sentido irritada porque Jackson
hubiera contratado a los músicos sin avisarla, tenía que reconocer que eran los
mejores de Baltimore. En la sala de baile se oía el eco de los violines y del gran piano,
y en una habitación más tranquila, una joven tocaba el arpa.
Cameron y Taye se separaron en el vestíbulo y caminaron de habitación en
habitación, saludando a lo más florido de la sociedad de Baltimore y Washington.
Cameron sonrió a los invitados de su marido, se rió con sus bromas y pidió champán
y canapés, intentando no pensar en sus preocupaciones. La guerra había sido larga y
costosa, y la sociedad de Baltimore estaba dispuesta a tomarse un respiro y disfrutar
de las mejores diversiones que la vida. Y aquella noche, el capitán Jackson Logan se
las estaba ofreciendo.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Una hora después de que Cameron hubiera bajado las escaleras, entró a uno de
los salones y vio a Jackson. Estaba elegantemente vestido, con una chaqueta azul
oscura y unos pantalones estrechos, una camisa blanca y una corbata. Se había
recogido el pelo con un lazo azul marino de Cameron. Aquél era un detalle tan
propio de Jackson que Cameron tuvo ganas de reírse. ¿Qué hombre sobre la faz de la
tierra se atrevería a llevar un lazo de su mujer en público, si no era el capitán Logan?
¿Acaso era aquel lazo una bandera de tregua? Él estaba junto a la ventana con un
grupo de caballeros, uno de los cuales hablaba acaloradamente. En medio de todos
aquellos hombres de uniforme, parecía un halcón majestuoso entre las palomas.
Cuando ella se deslizó por la habitación, notó la mirada de su marido en el cuerpo.
Una mirada hambrienta. Era la primera vez en varios días que él la miraba así.
Se sintió como si estuviera desnuda en mitad de la estancia… y aquello la
emocionó y la irritó. La emocionaba el hecho de sentir semejante pasión por su
marido, pero también la irritaba, porque aquello significaba que él tenía control sobre
ella. Un control que Cameron no quería admitir.
Cameron le había dicho a Jackson que no volverían a dormir juntos hasta que
hubieran resuelto los problemas entre ellos. Pero no se había dado cuenta de que el
castigo sería tan duro para ella… No se había dado cuenta de que pasaría muchas
horas despierta por las noches, intentando oír el sonido de sus pasos en el vestíbulo o
el ruido de su puerta al cerrarse en el piso de abajo. Cameron podría jurar que lo
deseaba aún más que antes desde que estaba embarazada.
Lo miró y, contra su voluntad, sonrió provocativamente.
No le importaba que no fuera apropiado en público. En aquel momento sólo
estaban ellos dos en la habitación. Además, aquélla era su casa, y ella estaba casada,
¿cierto? ¿No tenía una mujer derecho a coquetear con su marido? Sobre todo,
teniendo en cuenta que todas las demás mujeres de la fiesta se creían con derecho a
coquetear con él.
Jackson dio un paso como si fuera hacia ella, y a Cameron le saltó el corazón en
el pecho. Lo echaba de menos. Pensar en que él pudiera ir a su habitación después de
la fiesta, imaginarse que pudieran escapar de la gente para estar juntos, hizo que se le
endurecieran los pezones y que se sintiera húmeda.
Entonces, la realidad cayó sobre ella como una ducha de agua fría, y salió de la
estancia. No iba a hacérselo fácil. Si la deseaba, tendría que disculparse primero.
Jackson observó cómo Cameron salía de la habitación para evitarlo, y se detuvo.
Quería ir tras ella, hablar con su mujer y terminar con sus diferencias, pero Cameron
se lo estaba poniendo muy difícil.
—Por fin te encuentro, Jackson.
Antes de volverse, Jackson ya sabía quién era. Aquella voz sedosa, aquel olor.
—Marie —dijo, volviéndose lentamente hacia ella.
—Sorpresa —Marie alzó los brazos—. ¿Qué te parece mi vestido nuevo? Es la
última moda en Europa.
Parecía una diosa griega. Llevaba un vestido blanco con metros de seda blanca
plegada que le caía desde el talle, dibujado bajo sus pechos. Estaba tan extraordinaria

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que parecía una de las diosas de mármol de la casa, que había cobrado vida. Jackson
frunció el ceño y le habló entre dientes.
—Te dije que no vinieras.
Ella sonrió majestuosamente.
—No podía decirle al congresista que no lo acompañaría, ¿no crees? Además,
tengo más información. Salimos mañana para Nueva Orleáns.
Jackson caminó hacia una mesa que se había dispuesto para que los señores se
sirvieran diferentes tipos de licores y eligió una marca de whisky.
Si alguien le señalaba a Cameron la presencia de Marie, era muy posible que
hubiera una pelea en mitad del salón de baile. Tenía que conseguir que Marie se
fuera de allí antes de que la viera demasiada gente.
—Tienes que marcharte de aquí enseguida. Si es absolutamente necesario, nos
veremos mañana por la mañana.
—¿Marcharme? ¿Y qué voy a decirle al congresista?
Él le dio la espalda.
—Me importa un cuerno lo que le digas.
—Madre mía, esta noche estás de mal genio. El caballero que ha venido hoy a
peinarme me ha contado que se dice que el capitán Logan ya no es bienvenido en el
dormitorio de su mujer. Yo no di por cierto el cotilleo, pero ahora me doy cuenta de
que hay algo de cierto…
—Marie —cortó él secamente, volviéndose a mirarla.
Ella apretó los labios rojos.
—Estás hablando en serio. Quieres que me marche.
Jackson asintió.
Ella hizo una pausa para estudiar su semblante. Era tan encantadora, que
podría cortarle la respiración a un hombre. Y arrebatarle la capacidad de razonar.
—Está bien, Jackson —dijo ella, y le acarició la mejilla con la mano
enguantada—. Tenemos que hablar. Envíame un mensaje mañana temprano. Nos
veremos en el lugar que elijas.
Jackson asintió. Se tomó el whisky de un trago y salió de la habitación.
Cameron salió de la biblioteca hacia el vestíbulo, de camino hacia la cocina,
cuando vio a Jackson. Estaba en uno de los salones.
¡Y aquella mujer! Estaba sonriendo a Jackson con coquetería. Y le acarició la
mejilla. ¿Quién era? Tenía que ser la mujer o la hija de alguno de aquellos oficiales,
pero, ¿cómo se atrevía a flirtear en público con Jackson cuando su esposa estaba
presente? Sintió un ataque de ira.
En aquel momento oyó que alguien la llamaba y se dio la vuelta. Una mujer
mayor estaba haciéndole gestos con el abanico, intentando llamar su atención.
Cameron la reconoció vagamente, pero al principio no identificó su rostro.
Entonces, de repente, supo quién era. Aquella mujer le había pedido que le
consiguiera un baile con su padre en Elmwood. Era una viuda, y había estado detrás
del senador David Campbell durante meses, como un oso detrás de la miel.
—¡Señora Fitzhugh! —Cameron se acercó a ella y abrazó a la corpulenta mujer

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

con cariño—. ¡Me alegro tanto de verla! La última vez fue en el baile de despedida de
mi padre, la noche en que fue atacado Fort Sumter. ¿Qué la trae por aquí?
—Ah, me he casado —respondió la mujer—. El señor Martin trabaja en el
departamento de guerra, en un puesto muy importante —dijo, bajando las
pestañas—. Por supuesto, no puedo decir lo que hace.
—Así que ahora es usted la señora Martin —dijo Cameron amablemente—. ¿Y
cuánto tiempo lleva en Washington?
—No mucho —respondió la señora Martin con orgullo—. Acabamos de
establecer nuestra residencia muy cerca de la Casa Blanca.
—¿Y hace mucho tiempo que no va por Jackson?
—Oh, he estado allí varias veces en los últimos meses. Mi padre murió, y he
tenido que arreglar varios asuntos.
—Lo siento mucho, señora Martin —dijo Cameron, mirando a los ojos a la
mujer—. ¿Y por… por casualidad ha pasado por Elmwood en alguno de sus viajes?
—En realidad, sí —dijo la señora, abanicándose encantada. Estaba muy
emocionada por la atención que estaba recibiendo de la anfitriona del baile—. Había
unas cuantas ventanas rotas, y la hierba estaba muy alta, por supuesto, pero estaba
bastante bien, teniendo en cuenta… —la mujer se apretó el abanico al pecho—.
Teniendo en cuenta lo que hemos pasado todos.
—Yo… lo siento… lo siento, pero tiene que estar usted equivocada —pudo
decir Cameron, con el corazón acelerado—. Elmwood se quemó en el verano del
sesenta y uno. Yo misma vi el humo y olí la madera quemada, mientras corríamos
para salvar la vida.
—No, no, estoy muy segura, querida. Elmwood todavía está en pie. La mayoría
de las construcciones de la plantación han desaparecido, como usted dice, por los
incendios. Aquellos maravillosos establos suyos… pero la casa sigue en pie, se lo
aseguro.
Cameron se sintió mareada, y por un momento pensó que iba a desmayarse.
—¿Está usted bien, querida mía? —la señora Martin tomó la mano de
Cameron—. ¿Quiere que avise a alguna doncella? ¿Quiere tenderse?
Cameron quería que la habitación dejase de girar a su alrededor. Respiró hondo
una y otra vez, pero le parecía que la atmósfera de la casa estaba demasiado cargada.
¿Elmwood estaba en pie? ¿Por qué no se lo había dicho Jackson? Él estaba allí
con ella, el día en que había huido de la plantación con Taye y las esclavas. Él
también había visto a los soldados y el humo. Habían pasado todo el día ocultos en
las ruinas de un molino, escondidos de los soldados de la Confederación que
prendían fuego a todo aquello que pudiera servirle de algo a la Unión.
¡Y Jackson había estado en Elmwood durante la guerra! El desgraciado le había
llevado un retrato de Taye, Grant y ella que se había pintado cuando eran niños,
diciendo que la pintura había sobrevivido por algún milagro.
Aquel miserable mentiroso. No quería que supiera que su casa estaba en pie.
No quería que volviera a Elmwood.
—Si me disculpa, señora Martin… el deber me llama.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

La mujer le hizo una reverencia y Cameron salió disparada hacia donde había
visto a Jackson por última vez.

Taye salió de uno de los salones hacia el vestíbulo, aguantándose las lágrimas
de frustración. Mientras caminaba apresuradamente, la música se desvanecía.
Thomas y ella habían compartido una copa de champán y habían bailado varios
valses, pero él no había hecho ningún intento de quedarse a solas con ella, ni siquiera
de hablar a solas. No parecía que quisiera conocerla mejor, y cuando Taye se
esforzaba por hablar con él sobre aquel punto, Thomas entendía lo que quería decir.
Se había sentido herido, creyendo que ella pensaba que la desatendía en
público. Y aquello no era lo que Taye sentía. Thomas era un perfecto caballero. Pero
ella quería intimidad. Quería pasión. ¿Era pedir demasiado si todavía no estaban
casados?
Con el dinero que su padre le había dejado en forma de joyas, Taye era una
mujer rica. Había invertido bien el dinero, y era independiente. No tendría por qué
casarse en absoluto. Pero quería hacerlo. Quería tener hijos. Quería una vida
apasionada junto a un hombre que la amara, una vida como la que tenía su hermana.
¿Era pedir demasiado?
Al final del vestíbulo, Taye salió por una puerta y caminó hacia el jardín. En
cuando se encontró al aire libre, se abrazó, sorprendida por el frescor de aquella
noche de junio.
Se volvió a mirar hacia la imponente casa, pensando en sí debería volver a
recoger un chai. Sin embargo, al ver las luces y oír el sonido de las voces y los
violines, supo que no quería entrar. En aquel momento no.
Daría un paseo, tomaría el aire fresco y después entraría y se quedaría junto a
Thomas, siendo la mujer que él quería que fuera.
En el cielo había luna menguante y miles de estrellas. Mientras las veía brillar
por encima de su cabeza, Taye recorrió un pequeño camino que conducía a una
fuentecilla con un ángel de piedra, una de sus piezas favoritas del jardín.
Torció la esquina de uno de los setos y se chocó contra algo sólido y cálido que
había en medio del camino. Asombrada, dio un paso hacia atrás.
—Oh, Dios mío, lo siento —dijo, aturdida.
Un hombre guapísimo, vestido con una chaqueta y unos pantalones negros, la
miró, pero no dijo nada.
Ella dio otro paso hacia atrás, estremeciéndose de miedo, y se dio la vuelta para
marcharse, pero entonces sintió su mano cálida en el brazo desnudo.
—No te marches tan rápido —dijo él, con un acento extraño. Ella no pudo
identificarlo. Su voz era cálida y líquida, como el hierro fundido—. No voy a hacerte
daño.
—Debería estar usted en el baile —respondió ella, temblando.
Su instinto le decía que corriera.
—No soy muy aficionado a las grandes reuniones —dijo él, y dejó caer la mano.

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Ella lo miró, y a la luz de la mano vio sus ojos negros y enormes, el pelo
también muy negro y largo, y una nariz bien definida. La piel del extraño tenía casi el
mismo color que la suya, aunque ella supo al instante que no era un mulato.
¿Europeo, quizá? Sí, debía de serlo. Debía de ser un nativo de aquellos países
mediterráneos, lo cual explicaría su color. Sin embargo, su acento no era italiano, ni
griego.
—Yo… he salido a tomar el aire —dijo ella, tartamudeando e intentando
recuperar la compostura—. Soy Taye Campbell —se presentó, pero no le ofreció la
mano.
Mantuvo los dedos bien agarrados a su cintura para disimular el hecho de que
le temblaban.
—Sé quién eres.
Había algo en el timbre de su voz que la tenía hipnotizada.
—¿De veras? ¿Nos han presentado? Debe perdonarme —dijo ella—. Me han
presentado a mucha gente esta noche. El capitán Logan tiene muchísimos amigos.
—No nos han presentado, pero he estado observándote toda la noche.
—¿De veras? —dijo ella, tragando saliva.
De nuevo sintió pánico.
—Eres muy diferente de tu hermana.
Ella se ruborizó.
—Somos hermanas de padre, pero no de madre —le explicó en tono cortante.
—No es eso lo que quiero decir.
Taye se mordió el labio inferior. Aquel hombre se había acercado demasiado
como para respetar las normas de la corrección. Ella percibía el olor de su pelo y de
su piel, que tenía un tono rojizo y dorado. Olía a fresco, como el bosque.
—Yo… tengo que irme.
—No.
Él la rodeó con sus brazos y la pegó a su cuerpo. Taye abrió la boca para gritar,
y el hombre misterioso le cortó la voz con los labios.

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Capítulo 9

Taye levantó los brazos para empujar al extraño, pero él era demasiado fuerte.
Sintió su boca dura y cálida, sin poder moverse ni respirar. Su calor y la esencia de su
masculinidad la envolvieron.
Contra su voluntad, separó los labios.
Él la abrazó aún con más fuerza, y su lengua la penetro, húmeda, caliente, con
sabor a buen jerez.
La mente de Taye gritaba que no, pero su cuerpo le decía que sí. Se le relajó la
boca y dejó de luchar contra él. Su sabor, y las sensaciones que le producía su cuerpo
la abrumaron.
Asombrada por su propia reacción, Taye tiró hacia atrás de repente y él la
liberó. Entonces, ella lo abofeteó con fuerza.
—Debería avergonzarse —le dijo con vehemencia—. Le diré que estoy
comprometida con otro hombre.
En sus labios sensuales se dibujó una sonrisa.
—No besas como una mujer que esté comprometida con otro hombre.
Taye se recogió la falda del vestido y salió corriendo por el camino hacia la casa.
Entró por la puerta de atrás, subió como un rayo por la escalera de servicio y no
paró hasta que estuvo encerrada en la santidad de su habitación.
Estaba jadeando. ¿Cómo se había atrevido a besarla? Ni siquiera se había
presentado. ¡Ella ni siquiera sabía cómo se llamaba!
Inconscientemente, se tocó los labios hinchados con la mano, mientras sentía
oleadas de calor. Tragó saliva con fuerza para intentar relajarse la garganta, que
notaba atenazada, e intentó no oler la esencia que tenía pegada a la piel.
Estaba horrorizada de su propio comportamiento. Una parte de sí misma había
sentido excitación. Una parte de sí misma había disfrutado de la pasión de aquel
beso.
Se sentía mortificada por su respuesta a lo que había hecho aquel hombre.
Taye se sentó en la cama, temblando. Allí estaría a salvo de aquel hombre
detestable, pero ¿estaría a salvo de sí misma?

Cameron encontró a Jackson rodeado de oficiales. ¿Dónde estaba aquella guapa


mujer vestida de blanco? Se abrió paso a través de la gente y levantó la barbilla
cuando su mirada se cruzó con la de su marido.
—¿Puedo hablar con usted en privado, capitán Logan? —le preguntó en un
tono helador.

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—Claro, señora. Caballeros, si me perdonan…


Jackson sonrió y le ofreció el brazo a Cameron para salir de la estancia.
Ella se encaminó hacia el patio delantero de la casa, iluminado por una docena
de antorchas y lleno de carruajes. No había nadie, salvo los mozos de los establos. Se
dio la vuelta y lo miró fijamente.
—Elmwood todavía está en pie —le dijo con calma.
—¿Qué? —él se quedó sorprendido.
Parecía que se esperaba que le dijera cualquier otra cosa.
—La señora Martin —respondió ella—. Antes era la señora Fitzhugh. ¿No la
recuerdas de Jackson? Siempre estaba persiguiendo a mi padre. Estuvo en el último
baile en Elmwood, la noche en la que el sur atacó Fort Sumter.
—¿Me has traído aquí para explicarme quién es la señora Fitzhugh?
—Eso no tiene importancia, Jackson. Lo que importa es que la señora Martin
dice que pasó por Elmwood hace pocas semanas y que está en pie. Me ha dicho que
mi casa no se quemó aquella noche.
—Cam… —Jackson intentó tomarla del brazo, pero ella se apartó con los ojos
llenos de lágrimas.
—Maldito seas… Me siento tan traicionada por la persona a la que más quiero
en este mundo… Primero fue ese horrible rumor que oí esta semana, y ahora esto.
¿Cómo has podido? —susurró con la voz entrecortada, y sollozó—. Sabes lo que
Elmwood significaba para mí.
—Cameron, ¿te ha dicho esa mujer que la cocina de la casa se cayó? ¿Te ha
dicho que las ventanas están hechas añicos? —le dijo él, cada vez más insensible—.
¿Te ha dicho que los soldados tomaron como refugio el despacho de tu padre y que
quemaron sus libros antiguos y los muebles para calentarse? ¿Te ha contado que las
palomas han anidado en las habitaciones y que hay murciélagos en la chimenea? ¿Te
ha mencionado todo eso en su informe?
—¡Esto no tiene nada que ver con la señora Martin! ¡Tú me has mentido!
—Yo no te he mentido. Sólo dejé que siguieras creyendo lo que ya pensabas,
porque de todas formas tu casa está en ruinas. No puedes volver allí.
A Cameron le tembló la barbilla. No le importaba la cocina, ni las palomas, ni
los libros. Lo único que le importaba era saber que Elmwood todavía estaba allí.
Estaba en pie, y ella sí podía volver a casa, a recuperar los recuerdos de su padre. Y
nadie la detendría.
Jackson apartó la mirada, con la mandíbula tensa de cólera.
—Éste no es el lugar ni el momento para hablar de esto. Tenemos a todos los
invitados en casa.
Cameron abrió la boca para responder, pero volvió a cerrarla. No volvería a
caer en su juego. Llevaba semanas intentando hablar con Jackson sobre Elmwood
para que al menos sopesara la posibilidad de volver allí. Si él no había estado
dispuesto a hablar sobre aquel tema en las tres últimas semanas, no iba a cambiar de
opinión en aquel momento.
—Está bien —respondió, fríamente.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Cameron, no seas así. Escúchame. Yo no he hecho esto para hacerte daño. Mi


única intención era protegerte. No sabes cómo está el sur. La desolación es
inimaginable. Hay epidemias de tifus, de cóleras y de tuberculosis. No es un
ambiente apropiado para una mujer embarazada.
—Yo no soy frágil, Jackson. Soy fuerte. Nuestro hijo es fuerte.
—Tú no eres inmune a las enfermedades. Y aparte de eso, Mississippi ya no es
el lugar que conocías. La gente no es como tú…
—Está claro que quieres que piense que sabes lo que es mejor para mí. Crees
que soy incapaz de tener sentido común en lo que concierne a mi vida… a nuestra
vida.
—¡Demonios, mujer! No es eso.
—¿No? —Cameron se encogió de hombros—. Debería volver a mí deber de
anfitriona. Quizá soy capaz de desempeñar ese papel, aun con mi inteligencia
limitada. Si me disculpas… —se agarró la falda y se dirigió hacia la puerta de la casa,
decidida a no dejarle ver lo mucho que la había herido.
—Cameron…
En vez de unirse a los invitados, Cameron subió corriendo las escaleras de
servicio y se retiró a su habitación.
—¡Maldita sea! —farfulló Jackson, pensando si debía ir tras ella.
Sin embargo, sabía que no podría hablar con ella en aquel momento. Tendría
que esperar a que se calmara y entrara en razón. Demonios, parecía que se había
estropeado su vuelta a casa.
¿Por qué había llegado a pensar que sería capaz de ser un buen marido y un
buen padre? ¿Cómo había llegado a pensar que tendría éxito? ¿Acaso había estado
tan cegado de amor? Y aquella mujer bella, caprichosa y nerviosa con la que se había
casado, ¿estaría alguna vez conforme con el papel de señora, esposa y madre?
Sabía que tenía que volver dentro de la casa a atender a los invitados, al menos
hablar con el general Grant, que había llegado hacía unos instantes, pero aquella
pelea con Cameron le había dejado un mal sabor de boca. Y también la atrevida
aparición de Marie en su casa. Tendría que pararle los pies o decirle a Seward que no
podía trabajar más con ella.
Miró a la enorme casa de ladrillo rojo que había sido de su padre, y un
movimiento a la izquierda le llamó la atención. Distinguió la figura de un hombre al
final del camino del jardín, y entrecerró los ojos para asegurarse de que era quien
pensaba.
—¿Cortés? —dijo.
El hombre del pelo negro se acercó a la luz de una de las antorchas.
—Jackson —le ofreció la mano y Jackson se la estrechó.
Después lo abrazó. No era su forma de saludar a los demás, pero sí a Falcon.
—Me alegro de verte, amigo. No creía que fueras a venir. Sé que no te gustan
las muchedumbres.
Jackson había conocido a Falcon Cortés en Nueva Orleáns, en el verano del año
1862. Falcon trabajaba para el ejército de la Unión como espía, y Jackson y él se

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habían vuelto envueltos en varias escaramuzas, de las que unían a dos hombres para
siempre. Jackson se figuraba que el indio le había salvado la vida dos o tres veces, y
él había hecho lo mismo por su amigo. Aunque había una gran discriminación con
los hombres como Falcon Cortés, de madre cherokee y de padre mexicano, a Jackson
no le importaba el color de la piel de los hombres. Había visto el alma de Falcon
Cortés, y por aquella alma él quería a Falcon como a un hermano para toda la vida.
—Has sido muy amable invitándome —dijo Falcon. Hablaba un inglés perfecto,
pero su voz tenía una cadencia que Jackson sólo había percibido entre los indios—.
No venir habría sido una falta de honor por mi parte.
Jackson se rió.
—Yo no entiendo de esas cosas, amigo mío, pero estoy muy contento de que
hayas venido. Vas a quedarte esta noche, ¿verdad?
Falcon asintió. Jackson señaló hacia el jardín.
—¿Estabas dando un paseo?
—¿Sabes que tienes una madriguera con crías de conejos junto a la puerta
trasera?
—No.
—¿Y una mujer muy bella junto a la estatua del ángel?
Jackson sonrió. A Falcon le gustaban las mujeres como a cualquier hombre,
pero Jackson nunca le había conocido una relación que durara más de unos días.
Durante los meses en los que habían trabajado junto a Marie, era evidente que él no
aprobaba la relación que tenían.
—¿Has encontrado una madriguera de conejos y a una mujer en mi jardín?
Parece que has tenido una noche muy completa —dijo Jackson, y se cruzó de brazos.
Estaba muy contento por tener una excusa para permanecer fuera un rato más. Con
suerte, para cuando volviera a entrar Marie ya se habría marchado y Cameron se
habría calmado un poco—. ¿Y quién ha sido la afortunada dama?
—Tiene la piel color miel y los ojos azules como topacios —dijo Falcon, con una
voz poética—. Se llama Taye.
Jackson arqueó una ceja.
—¿Taye? Es mi cuñada. Es verdaderamente guapa. Pero está comprometida a
otro hombre.
—No estoy seguro de eso —dijo Falcon, misterioso.
Jackson estudió a su amigo con atención. Sin embargo, Falcon no le dio más
explicaciones, y él no se las pidió.
—Bueno, amigo, tengo que volver dentro. Llevo mucho rato aquí fuera.
Falcon miró hacia la gran casa, de donde salían la música y las risas de la gente.
—Me preguntaba por qué no estabas dentro.
—Una pequeña pelea con mi mujer.
—Ah. Pelo de fuego, lengua de fuego.
Jackson asintió.
—Exactamente —dijo, y se metió las manos en los bolsillos—. Estás últimas
semanas ha estado un poco temperamental. Está esperando nuestro primer hijo.

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—Debes de estar muy orgulloso.


—Muy asustado, si quieres que te diga la verdad —hubo una pausa tranquila
entre ellos.
Aquello era algo que Jackson admiraba de Falcon. Estaba cómodo con el
silencio de una manera que la mayoría de los hombres blancos no concebirían.
Finalmente, Jackson le dijo:
—Vamos. Tomemos un whisky, y después te presentaré al general Grant. Ya es
hora de que conozcas al hombre para el que has estado trabajando.

Jackson caminó por el vestíbulo con las botas en la mano para no despertar a los
invitados que se quedaban a pasar la noche. El último carruaje se había marchado a
las tres, y entonces él había enviado a los criados a la cama. El baile había sido todo
un éxito, y la limpieza podía empezar al día siguiente. Todos necesitaban descansar.
Jackson subió a su habitación y llamó a la puerta. Sabía que Cameron lo
enviaría de nuevo abajo, pero quería hacer el pequeño gesto de darle las buenas
noches. Después de su discusión, sólo la había visto otra vez más, bailando con el
general Grant.
—¿Cameron? —dijo suavemente.
Oyó movimiento dentro, y la puerta se abrió.
—¿Qué quieres? —le preguntó ella.
Llevaba un camisón amarillo, tenía el pelo recogido en una coleta y los ojos
hinchados de llorar.
Jackson se puso a la defensiva inmediatamente.
—Venía a…
—¡No vas a dormir aquí, si eso es lo que crees!
—Por favor, Cam, tranquilízate. Los invitados…
—¡No me digas lo que tengo que hacer! ¡Grito si quiero!
—Muy bien —dijo él, dándose la vuelta—. Buenas noches.
—Y no vuelvas —le dijo ella—, porque la puerta estará cerrada.
—No te preocupes —murmuró él.
—¿Qué?
Jackson sabía que tenía que marcharse. Estaba muy cansado y muy preocupado
por la misión de atrapar a los Thompson's Raiders. Las últimas noticias que había
recibido habían sido bastante inquietantes, y tendría que verse con Marie al día
siguiente, quisiera o no. Tenía que enterarse de lo que ella había averiguado.
«Vete», se dijo. Pero no pudo. Se dio la vuelta de nuevo para enfrentarse a ella.
—He dicho que no te preocupes. No volveré a llamar a tu puerta en bastante
tiempo, Cameron. Le concedes demasiado valor a mi atracción por ti.
—¡Bien! —gritó ella—. ¡Porque no quiero que te acerques a mí! ¿Lo entiendes?
—No tendrás que preocuparte más, porque me voy mañana. Tengo que salir
para Nueva Orleáns, y no sé cuánto tiempo estaré fuera. Quizá tu humor haya
mejorado cuando vuelva.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¡O quizá no! —gritó Cameron, y dio un portazo—. Desgraciado —susurró


entre dientes, mientras cerraba la puerta con llave.
Se secó las lágrimas que le caían por las mejillas. Muy bien, que se fuera a
Nueva Orleáns. Que la abandonara como siempre. Ella no estaría allí cuando
volviera.
Jackson bajó al vestíbulo, pero no fue hacia su habitación. Estaba demasiado
furioso como para dormir. Fue a su despacho a tomarse una copa, y cuando llegó allí,
vio una luz encendida y se quedó agradablemente sorprendido de ver a Falcon
Cortés.
Falcon se volvió desde la ventana abierta por la que estaba mirando al jardín.
—Creía que ya te habías acostado.
Jackson se encogió de hombros y se sentó en una de sus butacas de cuero. Dejó
las botas en el suelo.
—No tengo cama a la que ir.
Falcon se rió suavemente.
—¿La puerta estaba cerrada?
—Por supuesto que no —respondió Jackson, y le dio una patada a la bota—. Sí.
Cerrada. Sospecho que se ha enterado todo el mundo a un kilómetro a la redonda —
se levantó y tomó de su escritorio una botella de whisky—. Podría entrar si quisiera.
Para empezar, ésta era mi casa, antes de que tuviera la brillante idea de casarme con
esa mocosa.
—Claro —respondió Falcon, estoicamente.
—Pero ¿quién querría entrar en esa guarida?
—Cierto. Una osa puede resultar muy peligrosa —convino Falcon—. Algunas
veces es mejor dejarlas solas. Si las provocas, pueden arrancarte la cabeza.
—O algo peor —dijo Jackson, levantando la botella para servir dos vasos—.
Cameron quiere volver a su casa, en Mississippi —le explicó a su amigo, y le tendió
su whisky—. Quiere tener allí al bebé.
—Pero el sur está devastado.
—Eso es lo que yo le he dicho —dijo, y le dio un trago a su licor—. Dice que
quiere volver a su casa, a la casa en la que nació, pero… bueno, voy a decirle que eso
es imposible. Mañana por la mañana voy a decirle que se quedará donde está a salvo,
y se acabó. No va a ir a Elmwood —continuó, con la voz alterada por el alcohol. Le
dio un puñetazo a la mesilla que había a su lado—. Después me iré a Nueva Orleáns,
para ver si la pista de Marie nos conduce a algún sitio. Y después volveré a casa. Si
dejo que Cameron se tranquilice durante una o dos semanas, al final entrará en
razón.
Falcon se limitó a asentir, pensativamente.
—Así que decidido. ¿Tú quieres venir a Nueva Orleáns?
Falcon lo estudió con aquellos ojos negros, impenetrables.
—¿Con Marie?
Jackson asintió.
—¿Y te parece que eso es inteligente, teniendo en cuenta vuestro pasado?

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—Escucha, amigo. No quiero que me den sermones con respecto a eso. Lo que
Marie y yo tuvimos en el pasado terminó. Esto es sólo trabajo. Vamos, nos enteramos
de todo y después yo vuelvo a casa con mi malhumorada mujer.
Falcon clavó la mirada en el suelo durante unos instantes, y después miró a
Jackson.
—Te dije cuando vine que estaré aquí para lo que necesites —respondió, y abrió
sus enormes manos de bronce—. Así que iremos a Nueva Orleáns.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 10

A la mañana siguiente, Taye llamó a la puerta de la habitación de Cameron.


Cuando su hermana abrió, Taye se encontró con que estaba haciendo las maletas
sobre la cama.
Jackson se había marchado al amanecer, sin hablar con su mujer, según los
sirvientes.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le preguntó, aunque sabía perfectamente la
respuesta.
Cerró la puerta para tener privacidad.
—Me voy a casa, a Elmwood —respondió Cameron con altanería—. Quiero que
vengas conmigo, aunque sólo sea unas pocas semanas, pero si prefieres quedarte con
Thomas, lo entenderé.
—Mis dudas no tienen nada que ver con Thomas —en realidad, la idea de
alejarse de él la seducía. Necesitaba tiempo para pensar en lo que le había ocurrido
con aquel hombre arrogante que se había marchado con su cuñado. No estaba segura
de poder mirar a Thomas a la cara cuando todavía le ardían los labios por el beso que
le había dado aquel extraño—. No es seguro ir sin compañía. Dos mujeres solas… no
quiero ni pensar en lo que podría ocurrir —le dijo a Cameron—. No, si es cierto todo
lo que Thomas y Jackson me han contado del sur.
—Tonterías. Sólo quieren asustarnos. Iremos en tren, y estaremos a salvo.
Además, llevo mi pistola —dijo, y se dio unos golpecitos en el bolsillo de su vestido
de viaje.
—¿Y nos vamos a ir sin decírselo a Jackson?
—¿Y cómo voy a decírselo? Se ha marchado, Taye —le dijo, enfadada—. Se ha
marchado, y no sé si volverá.
—Claro que volverá. Sólo se ha ido muy enfadado, eso es todo.
Cameron abrazó a su hermana, y Taye sintió que sus lágrimas le humedecían la
tela del vestido en el hombro.
—Pero ¿y si ha vuelto con esa horrible mujer? ¿Y si no vuelve?
—No digas tonterías. Él volverá. Pero creo que sería mejor que tú lo esperaras
aquí, antes que irte a una casa vacía. Si tiene que perseguirte por todo Mississippi
después de volver de Nueva Orleáns, se va a enfadar más aún.
Cameron se secó los ojos.
—Pues que se enfade. Si quiere que vuelva con él, si realmente quiere a su
mujer, que vuelva conmigo según mis términos.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Gracias por recibirme en domingo, señor —Jackson le tendió la mano al


secretario de estado Seward a través del enorme escritorio—. Discúlpeme por la
molestia, pero la información que me ha facilitado la señorita LeLaurie requería una
acción inmediata.
Seward le estrechó la mano.
—No tiene que disculparse. Su mensaje me ha librado de una larga tarde
escuchando otro de los interminables y aburridos sermones del vicario Wicket.
—Me gustaría presentarle a Falcon Cortés, señor secretario. Como ya le había
dicho, el señor Cortés ha sido de vital importancia para…
—Las hazañas del señor Cortés son bien conocidas en los altos círculos de
Washington. Este país le debe… tiene con ustedes dos una deuda mucho mayor de la
que nunca podrá pagar.
—Simplemente, estábamos cumpliendo con nuestro deber, señor. Falcon Cortés
nos acompañará a la señorita LeLaurie y a mí a Nueva Orleáns.
Falcon se acercó al escritorio y le estrechó la mano a Seward.
—Me alegro de conocerlo, señor secretario.
—Yo también me alegro de conocerlo por fin, Cortés. Jackson lleva años
cantando alabanzas hacia usted.
—Jackson es muy generoso, señor.
Seward hizo un gesto hacia las sillas.
—Por favor, caballeros, tomen asiento —mientras lo hacían, el secretario
continuó hablando—. Jackson, ya sabe lo importante que es detener a ese hombre y a
sus seguidores. El presidente Johnson no necesita más distracciones. Ya tiene
suficientes oponentes para el plan de reconstrucción del sur. Hay muchos que dicen
que Andrew Johnson, el hijo de un sastre, autodidacta y político por vocación, nunca
debería haber llegado a ser presidente después del asesinato. Dicen que Lincoln sólo
le pidió que se incorporara al gobierno para aplacar a los sureños que aún quedaban
en Washington. Muchos republicanos radicales ven a nuestro presidente de
Tennessee como un confederado y un enemigo, a pesar de sus palabras y sus
acciones. ¡Debemos pararle los pies a ese Thompson! Y ahora, dígame cuáles son sus
planes y adonde van a ir. Yo lo organizaré todo para que tengan casas seguras, en
caso de precisarlas. ¿Y necesitarán armas adicionales?
Jackson sacudió la cabeza.
—No, señor. Todos vamos armados, incluso la señorita LeLaurie. Sin embargo,
preferimos usar la cabeza antes de la pólvora, siempre que sea posible. Le traeremos
a esos hombres, señor. Vivos.
—Sé que lo conseguirá, Jackson. Por eso he insistido tanto en que nos ayudara,
aunque fuera por última vez —Seward abrió los brazos—. Después de esto, todo
quedará a su elección.
Jackson asintió y se levantó. Después, comenzó a retirarse hacia la puerta.
—Ya veremos, señor. Gracias por recibirnos.
—Que Dios los acompañe, Jackson, Cortés.
—Gracias, señor secretario —respondieron.

- 67 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Fuera de la oficina, Jackson cerró la puerta del despacho tras ellos.


—¿Estás seguro de que quieres hacer esto, amigo? —le preguntó Falcon.
Jackson frunció el ceño.
—No me lo preguntes de nuevo. En este momento, no puedo esperar para
marcharme de esta ciudad.

—Cameron, ¿estás segura de que es esto lo que quieres hacer? —le preguntó
Taye mientras salían del dormitorio—. ¿Estás segura de que no quieres esperar ni
siquiera un día? Es posible que Jackson se arrepienta y…
—Me voy hoy —respondió Cameron, con una bolsa de viaje en la mano. Cerró
la puerta y tomó la otra que había dejado en el suelo—. Espero que haya metido en
las maletas todo lo que necesito. No quiero montar ningún lío. Me gustaría salir de
aquí cuanto antes, sin que los sirvientes se enteren. Después les diré que me envíen lo
demás.
Taye la siguió hacia el vestíbulo, con sus propias bolsas.
—¿No quieres despedirte de Thomas?
—No. No será necesario —respondió Taye.
A Cameron le pareció que tenía un tono de voz extraño.
—¿Habéis discutido?
Taye apretó los labios y sacudió la cabeza.
Cameron supo, por la cara de su hermana, que había sucedido algo, y le pareció
extraño que Taye no se lo hubiera contado. Sin embargo, no quiso presionarla en
aquel momento. Cuando estuvieron en el vestíbulo, pasaron rápidamente frente a la
puerta de la cocina para salir por la puerta trasera. Cameron puso la mano en el
pomo y respiró hondo. En pocos segundos, estarían fuera de la casa sin que nadie se
hubiera enterado.
—¡Señorita Cameron! ¿Adónde cree que va?
Cameron se dio la vuelta como un rayo.
—¡No es asunto tuyo, Naomi! —dijo secamente—. Vuelve a tus quehaceres.
Naomi cruzó el vestíbulo hacia ellas, secándose las manos en el delantal.
—¿Dónde piensan que van con maletas y botas de viaje? ¿Mmm?
¿Escabullándose de la casa como si fueran ladronas? —el ama de llaves sacudió la
cabeza, disgustada.
—Naomi, no tenemos tiempo para discutir —susurró Cameron con aspereza—.
Cuando mi marido vuelva y pregunte adonde hemos ido, no tendrás nada que
decirle si no lo sabes.
—Se va a casa, ¿verdad, señorita Cameron? —preguntó Naomi, quitándose el
delantal.
Cameron se la quedó mirando sin decir nada, obstinadamente.
—Sé que el capitán se fue esta mañana muy enfurruñado, pero ésa no es razón
para salir así de casa—. Cameron siguió sin responder. —Sabía que era cuestión de
tiempo que usted se marchara —farfulló Naomi, y se dirigió hacia la cocina—,

- 68 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Ahora, espérenme aquí mientras hablo con mi Noah y recojo al bebé. No van a ir a
ningún sitio sin Naomi.
Taye miró a Cameron y después a Naomi, con los labios apretados.
—Eso no es necesario —dijo Cameron, en el mejor tono de dueña de la casa que
pudo—. Taye y yo somos bastante capaces de…
Naomi caminó hacia Cameron y la encaró.
—O me espera, señorita, o iré a buscar al capitán, a Nueva Orleáns o donde sea,
y se lo contaré todo.
—No lo harás —le dijo Cameron.
Naomi se mantuvo firme, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Finalmente, Cameron tuvo que ceder.
—Supongo que no nos hará ningún daño que vengas con nosotras —concedió,
gruñendo.
—Supongo que no —dijo Naomi, echando chispas por los ojos—. Ahora, vayan
al establo y díganle al mozo que prepare un carruaje. Yo iré en un momento.
Naomi observó cómo las dos mujeres salían por la puerta de atrás y sacudió de
nuevo la cabeza, muy disgustada. Había visto llegar aquello. Cameron y el capitán
discutiendo, y los rumores por toda la ciudad. Sin embargo, Cameron no podía
marcharse al sur, sobre todo teniendo en cuenta lo que le habían dicho los huesos al
preguntarles. Y si Cameron no tenía sentido común como para saber que huir no
resolvería sus problemas, al menos Taye debería tenerlo. Aquella chica se parecía
cada vez más a su hermana. Exactamente igual de obstinada y caprichosa.
Sin embargo, Naomi sabía que tenía que ir con Cameron, aunque no fuera por
su matrimonio. Los huesos no la enviaban a una a salvar un matrimonio. Naomi iría
porque sabía que, en los meses siguientes, Cameron se derrumbaría, y ella tenía que
estar allí para recogerla cuando cayera.
Subió las escaleras que conducían a su habitación. Allí encontró a Noah,
sentado en un pequeño escritorio. El bebé estaba dormido en la cuna, al lado de la
cama, con el dedo pulgar metido en la boca.
Noah tenía una vela encendida sobre la mesa, y estaba leyendo un libro de la
biblioteca del capitán, que Cameron le había prestado. Noah lo trataba como si
estuviera hecho de oro.
—Tengo que ir a Mississippi —le dijo Naomi, mientras sacaba una bolsa de
viaje del armario y comenzaba a meter algo de ropa apresuradamente—. Y me
llevaré a Ngosi, porque necesita la leche de su madre, pero…
—¿A Mississippi? —ladró Noah, volviéndose hacia ella—. ¡Y un cuerno!
Naomi continuó haciendo la maleta.
—No sé cuánto tiempo estaré fuera. Supongo que el capitán vendrá detrás de
nosotras cuando termine sus asuntos en Nueva Orleáns, así que puede que vuelva en
un mes.
Noah se levantó de la silla.
—Escúchame, mujer. Te he dicho que no vas a ir a Mississippi tú sola…
—No voy sola. Voy con la señorita Cameron y la señorita Taye.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¡Y no te vas a llevar al niño!


Naomi no se detuvo.
—Tú sigue yendo a trabajar a la ciudad como normalmente. Le diré a Addy que
te prepare la comida todos los días.
Noah le quitó a Naomi la maleta de las manos.
—¿Me has oído, mujer? He dicho que mi mujer no va a ir a Mississippi. Son
tiempos peligrosos. Están linchando a las negras como tú, ahí abajo.
Ella frunció el ceño y le quitó la bolsa de nuevo.
—Has estado escuchando las historias de esos tontos en Bayou, ¿verdad?
Bayou era una tienda y herrería, que también servía de bar para los hombres
negros libres de la ciudad. Estaba cerca del puerto, y era un lugar peligroso, donde
Naomi pensaba que su marido no debía ir. Pero tal y como decía su nombre, Noah
Freeman era libre para ser tan tonto como los demás.
—La señorita Cameron me necesita —le dijo—. Tengo que ir.
—¿Y sabe el capitán que la señora Logan se va a marchar al sur? —le preguntó
Noah.
—No. Y si se lo dices… —Naomi levantó el dedo hasta la nariz de su marido,
sin sentirse amenazada por el hecho de que él midiera cerca de dos metros— te
echaré un mal de ojo.
Él dio un paso atrás.
—¿Estás segura de que la señorita Cameron y la señorita Taye van a estar a
salvo? Me han dicho que ninguna mujer decente está a salvo allí, ni blanca ni negra
—él hizo una pausa, y luego continuó—: Podría ir contigo.
Ella sacudió la cabeza.
—Eres muy bueno por ofrecerte, pero esto es algo que tengo que hacer sola. No
te preocupes. Entre mis huesos y la pistola que sé que la señorita Cameron lleva en el
bolsillo, estaremos a salvo —le dijo. Se puso de puntillas y le ofreció los labios—. Y
ahora bésame y dame al niño. Las señoritas están esperando abajo. Creo que vamos a
tomar un tren.
Noah tomó al bebé de la cuna y se lo colocó a Naomi en el cabestrillo que se
había atado al cuello. Mientras Ngosi se acurrucaba contra el calor del pecho de su
madre, Naomi le acarició a Noah la barbilla, sin querer mirar las lágrimas que le
habían llenado los ojos a su marido.
—Volveré pronto, mi amo. Tú mantén nuestra cama caliente.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 11

Cameron Taye y Naomi tomaron un tren con destino a Richmond, pasarían allí
la noche e intentarían enterarse de cual tenían que coger a la mañana siguiente para
llegar a Jackson, Mississippi, sin embargo ningún empleado pudo decirles
exactamente como podían hacerlo. A pesar de la incertidumbre Cameron estaba
dispuesta a continuar.
Los Soldados de la Unión habían cortado a propósito muchas vías y se
tardarían meses e incluso años en arreglar los rieles y restablecer el servicio
ferroviario tal y como se había conocido antes de la guerra. Hasta ese momento los
pasajeros tendrían que conformarse.
Hasta que no llegaron a Virginia, el paisaje no empezó a cambiar. Las
consecuencias de la Guerra las rodearon. Cameron sabía de memoria los nombres de
los escenarios de los combates Manassas, Fredericksburg, Chancellorsville,
Petersburg, Wilderness, Cedar Creek. Pero aquellos lugares ya no eran meras marcas
en un mapa o tinta negra en un periódico. Los campos devastados y las tierras
quemadas se habían convertido en realidad.
Las mujeres se quedaron en silencio en el vagón casi vacío, mirando por la
ventanilla, mientras atravesaban lugares casi irreales. Nadie dijo una palabra. No
había palabras que pudieran expresar el dolor que estaban sintiendo.
Mientras el tren continuaba su camino al sur, Cameron comenzó a darse cuenta
de que, mientras los campos de Maryland estaban cultivados y eran productivos, los
campos de Virginia que no se habían quemado se habían dejado en barbecho, porque
no había semillas que plantar ni hombres sanos que las plantaran. Casi todo había
sido devorado por el fuego. Los campos, las casas y los bosques. El paisaje estaba
negro y vacío.
Y las tumbas. Las tumbas eran lo más difícil de soportar. Estaban por todas
partes. En los cementerios, en los patios de las casas abandonadas, a ambos lados de
los caminos. Por todas partes había tumbas con cruces de madera, toscas y crudas.
¿Quién lloraría a todos aquellos hombres y mujeres? ¿Quién atendería sus
tumbas?
Cuando había comenzado la guerra, cuatro años antes, Cameron entendía las
razones intelectuales por las que debía lucharse. Su padre, que había sido senador
por el sur, y que había poseído la gran plantación de Elmwood, había sido también
un acérrimo defensor del movimiento antiesclavista. Cameron había sabido que para
liberar a todos aquellos seres humanos, habría que luchar. Sin embargo, nunca, ni en
sus peores sueños, habría imaginado el alto precio que todos los norteamericanos,
del sur y del norte, tendrían que pagar por el contenido.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Para cuando llegaron a Richmond, aquella noche Cameron estaba exhausta,


mental y físicamente. Apena recordaba cómo un carruaje las había llevado a uno de
los pocos hoteles que aceptaban viajeros, y estaba agradecida porque la oscuridad de
la noche no le permitiera ver los horrores que la ciudad había experimentado.
—¿Es esto lo mejor que puede ofrecemos? —le preguntó Cameron al cochero,
que había detenido el coche frente a un destartalado edificio de dos pisos, que tenía
la puerta principal rota y algunas ventanas cubiertas con tablones—. ¿Está seguro de
que este lugar es respetable?
—Richmond House tiene colchones en las camas, habitaciones privadas para
mujeres decentes y un tejado que no tiene goteras a menos que llueva infernalmente.
No lo parece, pero también tienen pozo cubierto y un comedor. A menos que usted y
sus chicas quieran dormir a la intemperie, es mejor que acepten las camas que les
den. Las calles de Richmond no son aconsejables para nadie después del anochecer.
—Está bien —respondió Cameron—. Siempre y cuando podamos bañarnos y
tengan sábanas limpias y algo de comer… Me muero de hambre, ¿y vosotras?
El interior de Richmond House no era mucho mejor que el exterior. La única
habitación disponible era un cubículo al final de un pasillo. No tenía alfombras, las
mantas eran muy finas y tenían parches, y el papel de la pared estaba manchado. El
hotel apestaba a humedad, a grasa y a cebolla frita. Cameron no quiso comer en el
comedor del hotel, donde no aceptaban a Taye y a Naomi, y pidió que les subieran la
cena a la habitación. Allí comieron una sopa fría y aguada de jamón y coles. Después
las tres cayeron rendidas.

A mitad de la noche, Cameron se sintió muy mal. Se levantó, bebió agua de una
jarra que el dueño del hotel les había proporcionado y fue al servicio. Rogó que no
estuviera poniéndose enferma. Sin embargo, por la mañana se sentía peor, aunque
estaba decidida a llegar a Elmwood lo antes posible. Allí todo iría mejor, y no
estarían tan apesadumbradas. Tenían que llegar a casa.
—Cameron, ¿estás bien?
Taye, que estaba terminando de hacer una de sus maletas para ir a la estación
de nuevo, se volvió hacia su hermana.
Cameron estaba junto a la cama, apretándose el abdomen. La habitación le daba
vueltas. Notaba dolor en el estómago de nuevo, pero además tuvo un fuerte
calambre en el vientre. De repente, tuvo miedo de que le hubiera ocurrido algo al
bebé, y tuvo un ataque de pánico. Se le llenaron los ojos de lágrimas, y sólo pudo
pensar en Jackson.
Quería a Jackson.
—¿Cameron? —repitió Taye.
Pero Cameron apenas la oía.
—Naomi, creo que a Cameron le pasa algo—dijo Taye, con una voz que a
Cameron le sonó muy distante.
—No, no. Estoy bien —murmuró ella. Se miró el vestido para asegurarse de que

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

no estuviera manchado de sangre. No. No había sangre. El bebé estaba bien. Sin
embargo, la cabeza le daba vueltas y sentía la lengua pastosa en la boca—. Estoy…
sólo estoy un poco cansada. No he dormido bien.
Cameron vio que Taye se acercaba a ella. Entonces, su visión se tornó borrosa y
su hermana comenzó a desvanecerse. Sintió otro calambre y se dobló hacia delante.
Al mismo tiempo, el suelo sucio subió hacia ella mientras se le hundían las rodillas.
Se debió de golpear la cabeza contra el borde de la cama, porque sintió un terrible
dolor.
Después, sólo la bendita oscuridad.

Llevaban una semana de viaje en el Saint Louis, un barco casino que bajaba por
el Mississippi hacia el sur. Antes de la guerra, Jackson disfrutaba jugando, y había
pasado días y días jugando al póquer, apostando, perdiendo y ganando dinero, sin
comer y sin dormir, y nunca se había sentido tan vivo.
Sin embargo, después de aquella semana, apenas podía soportar la impaciencia.
Todavía no había obtenido ninguna información sobre Thompson y sus hombres.
Había creído que aquella noche alguien, un informante anónimo, se pondría en
contacto con él en el salón de juego. Sin embargo, nadie se había dirigido a él.
Empezaba a preguntarse si realmente había algún informante. No podía creer que
Marie se hubiera inventado toda aquella historia para tenerlo allí, a solas con ella.
Jackson suspiró, irritado. Su padre siempre le había dicho que las mujeres no
eran nada más que una espina clavada en el costado de un hombre, y estaba
empezando a pensar que había tenido razón. No se podía vivir con ellas, y no se
podía vivir sin ellas.
Jackson elevó la mirada de la mesa de juego para estudiar a todos los jugadores.
Iban bien vestidos, y todos parecían ricos. Si su contacto estaba entre ellos, ¿por qué
no se había dado a conocer todavía? Lo único que quería era acabar aquella noche e
irse a dormir, escapar a algún sitio donde no tuviera que fingir. Y donde no tuviera
que pensar en aquella belleza de cabellos rojizos que era su vida.
Jackson tiró los dados. Se había equivocado al pensar que poniendo miles de
kilómetros entre ellos podría mitigar su ira… o el dolor que le había causado su
rechazo.
Una parte de él quería volver a Baltimore y arreglar lo que se había estropeado
en su matrimonio. Pero otra parte de él, más grande, sólo sentía obstinación.
Cameron había sido la que había causado toda aquella tensión entre ellos. No estaba
satisfecha con su papel de esposa. Él había estado perfectamente feliz. Ella se merecía
haberse quedado en casa, furiosa.
—Hagan sus apuestas, señores—dijo el crupier.
Jackson tomó unos billetes de sus últimas ganancias y las arrojó sobre el tapete
sin contarlos, mientras veía cómo Marie se acercaba a la mesa con un vaso de whisky
en cada mano. Aquella noche llevaba un vestido de seda rosa que complementaba
perfectamente a su piel color oliva y su pelo negro, haciéndola aún más bella que a la

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

luz del día. Y aquellos labios de rubí… un hombre no podía apartar la mirada de
aquellos labios y de las promesas que susurraban, incluso cuando ella estaba en
silencio.
—Aquí tienes, Jackson—ronroneó ella, tendiéndole uno de los vasos.
Después se puso de puntillas con la barbilla elevada hacia él. Jackson se inclinó
para besarla y, en aquella posición, obtuvo una vista completa de sus pechos y el olor
de su perfume. Cuando le rozó los labios, Marie suspiró con coquetería.
—¿Estás ganando?
Marie lo miró a través de un velo de pestañas negras y le dio un sorbito a su
whisky.
—Yo siempre gano —dijo él, y tiró los dados.
Ganó.
Marie dejó su vaso en la mesa y aplaudió antes de tomar todo el dinero a dos
manos.
Jackson la miró.
—Creo que ya he tenido suficiente. Voy a retirarme.
—Excelente idea—susurró ella, y después le dijo al crupier, mientras se colgaba
del brazo de Jackson—Ponga las ganancias del capitán Logan en su cuenta. Se está
aburriendo con sus jueguecitos.
Después abandonaron el salón y caminaron por la cubierta hacia el camarote de
Marie. La brisa cálida y olorosa subió desde las aguas del río y le recordó a Jackson
los días en los que navegaba por el océano, cuando era sólo un joven que trabajaba
para su padre en el negocio familiar. Aquéllos eran días más sencillos.
—Esperaremos una noche más —le dijo Jackson, entre dientes—. Si tu contacto
no aparece…
—Aparecerá, te lo he dicho. Me dijo que tenía que ser cuidadoso. Mañana
amarraremos en otro puerto. Estoy segura de que embarcará allí.
—Sólo una noche más—repitió Jackson—. Después, desembarcaremos—añadió,
mientras se detenía en la puerta del camarote de Marie.
—¿No quieres entrar a tomar algo?—le dijo ella, pasándole la mano por el
brazo.
Incluso a través de la tela de la chaqueta, Jackson sintió el calor de la pasión que
aquella mujer sentía por él. Lo molestó que Marie lo deseara tanto mientras que
Cameron, su propia esposa, no lo quisiera en su cama.
Sin embargo, no iba a entrar. Marie era demasiado tentadora, y él estaba de
muy mal humor.
—Buenas noches, Marie.
Ella sonrió y le acarició la mejilla.
Él se alejó, diciéndose que todo era por las apariencias.
Todo el mundo sabía la fama que tenía de antes de la guerra, así que era más
fácil fingir que era él mismo y no otro. Había subido al Saint Louis con Marie con la
excusa de que viajaba hacia Nueva Orleáns por asuntos de negocios. Supuso que
todos pensarían que viajaba con su amante. Era el engaño perfecto. Le había dicho al

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sobrecargo que, para guardar las apariencias, la señora LeLaurie y él harían el


trayecto en camarotes separados.
—Buenas noches—murmuró ella obedientemente, deslizándose
silenciosamente en su habitación.
Jackson se encontró a Falcon esperándolo junto a la puerta de su camarote,
mirando hacia la oscuridad del río.
—¿Hay algo nuevo? —le preguntó.
—No. Me voy a la cama. Le he dicho a Marie que, si no se ponen en contacto
con nosotros mañana, terminaremos con esto y nos marcharemos a casa.
Falcon asintió.
En el camarote de Jackson había sitio suficiente para los dos, pero él prefería
dormir en un saco en la cubierta, bajo las estrellas.
—Nos veremos por la mañana, entonces.
Jackson asintió y entró en el camarote. Era espacioso y estaba bien amueblado.
Los rayos de la luna entraban por los ojos de buey y dibujaban una banda de luz
sobre la cama y la puerta.
Jackson se quitó la ropa y se tumbó desnudo en la cama. Tomó la almohada y se
la colocó plegada bajo la cabeza, mirando al techo y escuchando los crujidos de la
madera del barco mientras se deslizaba por las aguas del Mississippi. Estaba
cansado, pero sabía que no se quedaría dormido muy pronto. Las imágenes de
Cameron y de Marie le inundaban la cabeza, una superpuesta sobre la otra. Oía sus
voces, tan diferentes y tan familiares. Marie era tan flexible, era tan fácil estar con
ella… Y Cameron era a menudo tan difícil… Sin embargo, él ya no quería a Marie.
Quería a Cameron, ¿verdad?

Jackson no llevaba diez minutos en la cama cuando oyó un sonido al otro lado
de la puerta. Se quedó inmóvil, escuchando. Había alguien allí de pie, vigilándolo.
Con un rápido movimiento sacó su pistola de debajo del colchón, y para
cuando la puerta se abrió, estaba de rodillas en el colchón, apuntando al extraño.
—Dios mío, Jackson. Vaya manera de saludar a una mujer.
Ella cerró la puerta y él bajó la pistola. Le temblaba todo el cuerpo, pero no las
manos.
—Maldita sea, Marie, podía haberte disparado—gruñó él, mientras volvía a
meter la pistola bajo el colchón.
Ella avanzó hasta el haz de luz de luna, y él contuvo la respiración. Estaba
completamente desnuda.
Contra su voluntad, Jackson sintió que su cuerpo reaccionaba, y no tenía forma
de esconderlo.
—¿Cómo demonios has atravesado toda la cubierta así? —le soltó.
Ella se posó las manos en las caderas. Tenía mejores formas que Cameron. Tenía
los pechos más llenos y las caderas más anchas, y la cintura más estrecha. Se había
soltado el pelo y le caía en forma de ondas negras y brillantes por la espalda y los

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hombros. Tenía un cuerpo perfecto.


—¿Cuándo te has vuelto tan aburrido, Jackson?—le susurró ella, acercándose—.
¿Es esto lo que te ha hecho el matrimonio?
Jackson tragó saliva y se humedeció los labios, intentando pensar en otra cosa
que no fuera el triángulo de vello oscuro que había entre las piernas de Marie.
Rápidamente resolvió una ecuación matemática sencilla en silencio, y contó las vigas
que había en la habitación. Hizo un inventario de todos los pares de zapatos que
llevaba en el baúl de viaje. Lentamente, la tensión que sentía en la entrepierna fue
relajándose.
—Jackson —susurró ella.
Y sólo con aquella palabra, él volvió a excitarse. Sería sólo una noche, pensó.
Sólo una. Cameron lo había expulsado de su dormitorio. Ella le había negado sus
derechos matrimoniales. ¿Acaso no tenía derecho a buscar satisfacción en los brazos
de otra mujer? Y además, con una mujer tan bien dispuesta como aquélla.
Jackson saltó de la cama y tomó la sábana. Cuando ella se lanzó a sus brazos
abiertos, él le cubrió el cuerpo desnudo, con cuidado de no tocarle la piel.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí de esta manera, Marie?
Ella respondió besándolo. Marie lo deseaba. La determinación de Jackson se
desvaneció cuando sintió sus labios. La sábana cayó al suelo y él le tomó las nalgas
con ambas manos.
Marie gimió, apretando sus caderas contra él, seduciéndolo.
Jackson atrapó uno de sus pechos con la boca, lamiéndoselo con hambre, sin
preocuparse de si le hacía daño o no.
Marie se colgó de él, jadeando suavemente.
—Tómame —gimió, mientras deslizaba su mano hacia abajo para acariciarle el
miembro—. Por favor, Jackson, tómame antes de que me muera de deseo por ti.
Jackson le tomó la melena y tiró de ella hacia atrás para besarla. Sólo lo haría
una vez. Nadie lo sabría, se dijo. Se la merecía.
Entonces, abrió los ojos y vio unos ojos color ámbar, no negros. Cameron. Eran
sus ojos los que lo observaban.
Él había querido a Cameron desde el primer momento en que se habían
conocido. Era un amor profundo y feroz, diferente del que nunca hubiera sentido por
Marie.
Lo que sentía por Marie sólo era físico…
Era lujuria hacia ella, y cólera y resentimiento hacia Cameron. Lo sabía.
Con toda la fuerza de voluntad que poseía, empujó a Marie hacia atrás.
—No, Marie —dijo, apretando los puños a ambos lados del cuerpo, luchando
contra el deseo que le latía por dentro como una herida que no se curaba.
—No lo entiendo —dijo ella.
Parecía que se sentía herida de verdad.
—¿Qué es lo que no entiendes? No quiero.
—Pero Jackson, me has besado esta noche en el salón —dijo, con un mohín—. Y
me has besado aquí. Creía…

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—No confundas el juego que estamos jugando con la realidad, Marie. Deberías
ser más lista. Lo de ahí fuera era parte del juego.
—¿Y lo de aquí?
—Lo siento —dijo él, y dio un paso hacia atrás.
La tensión que sentía en las ingles estaba empezando a relajarse. Su mente
estaba recuperando el control sobre su cuerpo de nuevo. Marie era preciosa como un
ángel oscuro, pero no podía permitirse vacilar. Otra vez no.
—Pero yo te echo de menos. Te necesito. ¿No me deseas? —le preguntó Marie,
con la voz cálida y sensual.
—Ahora soy un hombre casado.
Ella se acercó.
—También eras un hombre casado aquella noche en Atlanta.
Jackson le dio la espalda.
—Te dije que eso fue un error.
Marie se acercó más y le acarició la espalda y las nalgas.
—Pero no fue un error. Fue lo mejor que…
—¡Marie! ¡Basta ya! —Jackson le agarró las dos manos y la apartó de sí—.
Aquello fue un error. Estaba solo. Estaba asustado. Yo…
—Tú nunca te asustas de nada, Jackson. Por eso siempre te querré —susurró
ella.
—Pues no debes. No debes hacerlo, porque yo quiero a otra. Quiero a mi mujer.
Quiero a Cameron, y no a ti.
—¡Desgraciado! —gritó Marie, y dio un paso hacia Jackson.
En aquel momento alguien golpeó suavemente la puerta.
—¿Jackson?
—Pasa —respondió él, rezongando.
Marie hizo un sonido casi inaudible de frustración y tomó rápidamente la
sábana para envolverse. No le gustaba nada Falcon, y el sentimiento era mutuo.
El cherokee apareció en el umbral, envuelto en sombras.
—He oído voces—dijo—. Quería asegurarme de que no me necesitabas.
Jackson sonrió en la oscuridad.
Su amigo era muy listo.
—Marie estaba a punto de irse. ¿Te importaría acompañarla a su camarote para
asegurarte de que llega sana y salva?
Falcon mantuvo la puerta abierta, y Marie no tuvo más remedio que salir tan
dignamente como pudo, dadas las circunstancias.
—Un día más —le dijo Jackson mientras se marchaba—. Después, me marcharé
a casa.

Dos días después desembarcaron en Baton Rouge. El contacto de Marie no


había aparecido y Jackson estaba de muy mal humor. Le parecía que había perdido el
tiempo.

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—No entiendo por qué no quieres quedarte uno o dos días más —le dijo Marie,
mientras caminaba bajo su parasol amarillo por el muelle donde había atracado el
barco—. Siempre te encantó Baton Rouge. Y Baton Rouge siempre te amó, Jackson.
Sin prestarle atención, Jackson miró a Falcon.
—En cuanto bajen nuestras maletas, iremos a la estación. Sólo Dios sabe cuándo
podremos tomar un tren hacia el norte. Las vías están cortadas por todo el sur.
Falcon asintió, observando a los vendedores que se abrían paso a codazos entre
los negros que estaban descargando el equipaje de los barcos. Las multitudes hacían
que se sintiera incómodo.
De repente, un soldado mayor, con un uniforme confederado hecho jirones y
una barba hirsuta los abordó y se lanzó hacia Jackson.
—¿Unas monedas para un hombre sediento?
Marie dio un grito de disgusto y se retiró hacia atrás para evitar que el hombre
la tocara.
—Apártese —le dijo Falcon, intentando interponerse entre Jackson y el soldado.
Jackson se metió la mano en el bolsillo en busca de algunas monedas, incapaz
de evitar retirarse al percibir el hedor que desprendía el hombre.
—Haría mejor comprándose una pastilla de jabón que un trago de whisky.
—Capitán Logan —susurró el soldado, acercando mucho su cara a la de
Jackson—. Tengo un mensaje para usted—dijo, hablando educadamente.
Jackson miró a Falcon, indicándole en silencio que se retirara.
Después volvió a mirar al soldado y se sacó un monedero del bolsillo, sabiendo
que cualquiera podría estar vigilándolos.
—¿Es que no tiene orgullo, hombre? —le dijo.
—No puedo creer que vayas a darle dinero—protestó Marie—. Los mendigos
nunca buscarán un trabajo honesto si seguimos dándoles dinero.
—¿Qué quiere decirme? —le susurró Jackson al soldado, tomándose su tiempo
para sacar las monedas—. ¿Y por qué iba a creer una palabra?
—Por Puck's Hill —respondió el veterano.
Jackson asintió, reconociendo la contraseña, una que ni siquiera Marie conocía.
Miró a Falcon, que se movió para taparle la visión a la mujer.
—Jessop, el hombre que tenía que encontrarse con usted… —susurró el soldado
con aspereza—. Ha muerto.
—¿Muerto? —Jackson miró a los ojos al soldado.
El hombre los tenía llenos de lágrimas.
—Ellos lo mataron.
—¿Cómo lo sabe?
El hombre se secó los ojos con el dorso de la mano sucia.
—Porque yo lo enterré. Jessop era mi hijo. Él se metió en eso durante un tiempo.
Cuando se dio cuenta de que era una locura e intentó retirarse, lo mataron.
—¿Quién?
—Usted lo sabe. Los hombres de Thompson.
—¿Así que existen de veras? —Jackson apretó las monedas en la mano del

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soldado.
Para cualquiera que estuviera viéndolos, parecería que él le estaba ofreciendo
algo de dinero y comprensión a un bravo soldado sureño, que ya no tenía ocupación.
—Por supuesto que sí. ¿Cuándo dejarán los yankis de subestimarnos? Los
Thompson's Raiders son reales, y cada día son más y más —rugió el soldado, entre
dientes.
—¿Para qué? —Jackson comenzó a caminar de nuevo, intentando él mismo
librarse del mendigo—. La guerra ha terminado.
—Esto no tiene nada que ver con Estados Unidos. Tiene que ver con el odio. Y
con la venganza.
—¿Dónde está Thompson?
—No lo sé. Mi hijo nunca me lo dijo. Tiene usted que ver a un hombre llamado
Spider Bartlett en Birmingham. Pero él no irá allí hasta dentro de un mes. Es uno de
los hombres de Thompson. O eso es lo que Thompson cree —el soldado hizo un
guiño.
—Bartlett, en Birmingham —repitió Jackson.
—Gracias por sus monedas. Me compraré una botella de consuelo. Lo único
que consigue que siga adelante es un buen trago. El mundo ya no es… ya nunca será
igual.
El hombre desapareció entre la multitud. Marie tomó a Jackson por el brazo,
con los ojos entrecerrados de placer.
—Era él, ¿verdad? —le susurró al oído—. Sólo ha llegado un poco tarde.
—No, no era él.
—Estás mintiendo.
—Hablaremos más tarde.
—Jackson—ella le apretó el brazo y pronunció su nombre en un tono
desagradable.
—He dicho que más tarde —respondió Jackson, sacudiéndose su mano.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Cameron con la voz ronca.


Taye le puso un vaso de agua en los labios.
—Once días.
Cameron cerró los ojos para protegerse de la luz del día que entraba a través de
las cortinas cerradas.
—¿Once días? Casi dos semanas—tomó un trago de agua y se dejó caer en la
cama, exhausta después del pequeño esfuerzo de incorporar la cabeza—. A mí me
parece que hemos llegado hace sólo unos minutos.
—Has estado muy enferma—respondió Taye.
Dejó el vaso en la mesilla, tomó un trapo húmedo y se lo puso a Cameron en la
frente.
Al recordar sus síntomas, Cameron se llevó la mano al abdomen de repente.
—¿Y el bebé? —susurró.

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Taye sonrió mientras le pasaba el trapo por la frente, las mejillas y el cuello.
—Bien. Naomi cree que ha sido el agua. Malos espíritus —le explicó Taye,
poniendo los ojos en blanco para indicarle que ella no creía en aquella superstición—.
No lo sé. Todas bebimos el mismo agua, pero Naomi dice que tú estás más débil
porque estás embarazada—apartó el trapo y lo aclaró en una palangana con agua
que había junto a la cama—. Creo que tiene la cabeza llena de tonterías de vudú —
dijo, encogiéndose de hombros—. Pero de todas formas, comenzamos a hervir el
agua y tú has mejorado. Nosotras sólo bebemos el agua hervida, también.
Cameron miró a su alrededor en la vieja habitación. Mientras ella había estado
enferma, la habían limpiado, pero el papel y las cortinas no habían mejorado. Al
menos, ya no olía tanto a humedad.
—¿Dónde está Naomi?
—Ha ido al mercado. Desde que te pusiste enferma, no nos hemos atrevido a
comer la comida del hotel. Naomi ha estado cocinando en la chimenea—dijo, y le
señaló los carbones que había en el hogar—. Da mucho calor, pero al menos nadie
más se ha envenenado.
—Y Ngosi?
—Está muy bien con la leche de su madre. Se hace más grande cada día que
pasa.
Cameron sonrió y se relajó sobre la almohada de nuevo. Quería preguntarle a
Taye si había tenido noticias de Jackson, pero aquello era una tontería, por supuesto.
Él estaba en Nueva Orleáns. Y creía que ella estaba en Baltimore, sana y salva.
—Quiero ir a casa, a Elmwood, Taye.
—En un par de días. Naomi dice que tú tienes que recuperar tus fuerzas antes
de ponernos en marcha de nuevo. Ha ido varias veces a la estación y cree que ha
averiguado cómo podemos llegar a Jackson.
Cameron tomó la mano de Taye entre las suyas.
—Muchas gracias por cuidarme —le susurró.
—No seas tonta—su hermana le estrujó la mano. Después se levantó y se llevó
la palangana a la mesa—. Tú habrías hecho lo mismo por mí.
Cameron se sentó en la cama y observó a su preciosa hermana. Una vez había
pensado que Taye era débil, pero era tan fuerte como cualquier Campbell. Quizá más
fuerte aún, por la herencia de su madre.
—Espero que eso sea verdad.
—Por supuesto que lo es. Y ahora cállate y déjame que te caliente algo de
comer. Naomi ha hecho una sopa de lentejas muy buena y quiero que la pruebes.
Cameron se recostó en la almohada, dándole las gracias a su padre por haber
amado a una mujer como Sukey y haberle dado a ella una hermana como Taye.

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Capítulo 12

Jackson llegó a Baltimore justo después del amanecer. Cuando entró en la casa,
estaba silenciosa. No vio a nadie, excepto a un sirviente somnoliento, mientras subía
a bañarse antes de ir a ver a Cameron.
El sirviente le subió agua caliente y él se afeitó, se lavó y se puso ropa limpia.
Mientras lo hacía, pensaba en el informe que le daría al secretario Seward a la
mañana siguiente. El contacto no había aparecido en el barco, y el viaje había sido
una pérdida de tiempo. No había averiguado nada nuevo de Thompson, y se sentía
frustrado.
La casa estaba relativamente silenciosa, pero mientas iba hacia su habitación,
empezó a oír sonidos que provenían de la cocina. Sin duda, Naomi ya tenía a todas
las mujeres trabajando en la casa. Era una excelente ama de llaves, quizá porque ya
no se veía a sí misma como una esclava, al contrario que la mayoría de sus
empleados.
Mientras Jackson caminaba lentamente por el pasillo, decidió que pasaría el día
con Cameron, haciendo lo que ella quisiera. Irían de compras, darían un paseo por el
parque, o podrían incluso ir a ver aquellos dichosos caballos que criaba, si aquello la
hacía feliz. Se lo debía. Quizá fuera su atención lo que necesitaba… y un pequeño
regalo.
Se detuvo en la puerta de la habitación y se sacó una pequeña bolsita de
terciopelo negro del bolsillo interior de la chaqueta. Aflojó el cordón y sacó un
pendiente de esmeraldas para admirarlo. Sabía que a Cameron le encantarían
aquellos pendientes en forma de lágrima, y que el color verde de las piedras le iría
perfectamente a su pelo rojizo.
Volvió a guardar la joya en la bolsita y llamó suavemente a la puerta.
—¿Cameron? Cameron, cariño, soy Jackson. Ya estoy en casa.
—¡Capitán! —exclamó Addy, que subía las escaleras con los brazos llenos de
ropa limpia.
Parecía que había visto a un fantasma.
Antes de abrir la puerta, Jackson se dio la vuelta y la saludó.
—Buenos días, Addy. Acabo de volver de viaje —dijo, y señaló con la cabeza
suavemente hacia la puerta—. La señora Logan todavía no se ha despertado,
¿verdad?
Addy abrió la boca, pero no pronunció una palabra.
Allí ocurría algo.
Jackson abrió rápidamente la puerta.
El dormitorio estaba vacío. Su enorme cama estaba hecha.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

No vio a Cameron por ningún sitio, y no había ninguna taza de té sobre su


mesilla de noche. Ni una prenda de ropa en el suelo, ni rastro de su mujer.
—¡Addy! —gritó Jackson.
Quería pensar que había una explicación perfectamente normal para la ausencia
de Cameron. Se había levantado temprano para montar a caballo, antes de que el sol
calentara demasiado. O tenía una cita con el peluquero.
Sin embargo, notó el estómago atenazado y supo que aquéllas no eran las
explicaciones. «Ese pequeño monstruo», pensó.
—Addy, ¿dónde está la señora Logan? —rugió.
Sabía la respuesta, pero necesitaba oírla, de todas formas.
—Se ha ido—respondió Addy, con la voz chirriante, abrazándose a la ropa
limpia.
—¡Se ha ido!
Addy se encogió como si Jackson fuera a golpearla, y Jackson apartó la mirada,
obligándose a calmarse. De repente, la cabeza le iba a estallar de la cólera. Apretó con
fuerza los puños. Sin embargo, sabía que no tenía derecho a dirigir su furia contra
otra persona que no fuera la mujer que se lo merecía.
—¿Adónde ha ido la señora Logan, Addy?
—Creemos que ha ido a Mississippi —susurró ella—. Con la señorita Taye y
Naomi.
Jackson apretó aún más los puños, pero no levantó la voz.
—¿Hace cuánto tiempo? —su mente trabajaba a toda prisa.
Quizá acabara de marcharse. Quizá pudiera alcanzarla. Quizá…
—Hace casi dos semanas.
—¿Dos semanas? ¿Y nadie me ha mandado un mensaje para avisarme?
A Addy le tembló la voz.
—No sabíamos dónde estaba, capitán. Todo el mundo decía que era un secreto.
Él se volvió de espaldas. Por supuesto, claro que nadie podía ponerse en
contacto con él. Lo había arreglado todo para que nadie supiera adonde había ido,
para fastidiar aún más a Cameron.
—Puedes retirarte, Addy—le dijo suavemente.
Jackson oyó cómo Addy bajaba apresuradamente las escaleras mientras entraba
en la habitación y cerraba la puerta. Allí solo, en su dormitorio, sacó la bolsita de los
pendientes y la estampó contra el suelo. Después la pisó con la bota, y al oír el
crujido de las piedras preciosas rompiéndose se sintió gratificado.
Sin embargo, no estaba satisfecho. Miró su cama vacía y después se observó en
el espejo de cuerpo entero de Cameron. Clavó la mirada en sus propios ojos grises,
en el reflejo.
—Desgraciada… —murmuró—. Parece que tengo que ir a Mississippi.

—No puedo decirte lo que tienes que hacer, Thomas. Sólo puedo recordarte
cómo está la ciudad en estos tiempos. La gente que vaga por las calles—mientras

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Jackson hablaba, ensillaba el caballo. A su lado, Falcon hacía lo mismo en silencio—.


Tú has estado allí, Thomas. No es lugar para mujeres decentes.
Thomas se encogía bajo su chaqueta marrón.
—Todavía no puedo creer que Taye me dejara el mensaje de que se habían ido a
Nueva York las dos. Supuse que era cierto porque tú te habías marchado para Nueva
Orleáns tan repentinamente…
—Y Cameron estaba furiosa conmigo.
—No puedo creerme que Taye me engañara así.
—Pues créetelo. Seguro que Cameron dijo —él imitó su voz y sus gestos —
«Jackson dice que no puedo ir a Mississippi. De todas formas voy a ir, porque soy
una niña de papá caprichosa y egoísta que no quiere crecer». Miró a Taye y le
preguntó: « ¿Quieres venir a Mississippi?». Y Taye se apuntó sin pensárselo dos
veces. Así es como siempre han sido las cosas con las dos hermanitas.
—Pero Taye entendía claramente mi preocupación porque ella fuera allí,
incluso después de habernos casado —Thomas tosió y sacó el pañuelo para
apretárselo contra la boca—. Es tan extraño que Taye haya sido tan irresponsable…
—No, si mi mujer estaba involucrada —dijo Jackson amargamente.
—Bueno, no sé—murmuró Thomas en el pañuelo—. Tengo una cita muy
importante esta tarde. Un hombre está pensando en contratarme para gestionar una
filial de su empresa naviera, que va a abrir en Nueva Orleáns. Sólo con el salario
inicial podría reabrir mi bufete de nuevo.
—Mira, Thomas, ¿por qué no te quedas? Ocúpate de tu negocio y deja que yo
vaya por las hermanitas a Mississippi y las traiga a casa —hizo un sonido de
frustración con la garganta—. ¡Maldita sea! ¿En qué estaría pensando? ¿Es que no se
da cuenta de que está arriesgando su propia vida, y la de Taye?
—Tenemos que irnos, amigo, si queremos tomar el tren—intervino Falcon
suavemente, subido en su caballo.
Jackson lo miró. Falcon siempre estaba tan silencioso que era fácil olvidarse de
que estaba allí. Jackson, sin embargo, se sentía agradecido y contento porque
estuviera. Contento porque lo acompañara a Mississippi. Falcon sería la voz de la
razón, como lo había sido en muchas otras ocasiones.
—Te enviaré un telegrama en cuanto las hayamos encontrado, Thomas.
Probablemente, estarán a salvo, acampadas en el salón de Elmwood, rogando al cielo
que nos hubieran hecho caso—dijo, y le estrechó la mano al abogado—. Intenta no
preocuparte. Son dos mujeres, y Naomi está con ellas. Estoy seguro de que están
bien.
Thomas dio un paso atrás para dejarle espacio a Jackson para que montara.
—Volveremos pronto —dijo Jackson, levantándose el sombrero para despedirse
de Thomas.
Jackson y Falcon salieron hacia la estación a buen paso. Si se daban prisa,
llegarían a tomar el próximo tren a Richmond.
Falcon miró hacia atrás cuando se alejaban de la casa.
—Es un buen hombre.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¿Thomas? Sí lo es —respondió Jackson—. Fue muy leal al senador Campbell,


y es muy buen amigo mío.
—Es un buen hombre, pero no es el hombre adecuado para Taye.
Jackson miró a Falcon, pero no obtuvo más explicaciones.
Por el momento, supo que su amigo no se las daría.

Taye le tomó la mano a Cameron con fuerza, obligándola a apartar la mirada de


la ventanilla del tren. Se habían acostumbrado a la vista, pero no se habían
inmunizado contra tanto horror.
—Deberíamos volver a Baltimore—le dijo Taye, firmemente.
—No voy a volver —respondió Cameron.
Por dentro sentía un gran vacío.
—Supe que esto era una mala idea desde el principio—continuó Taye—. Estaba
siendo egoísta cuando accedí a venir. Quería marcharme a toda costa, así que no tuve
en cuenta el daño que podría hacernos esto. Debería haber insistido que volviéramos
a casa cuando te pusiste enferma en Richmond.
Cameron volvió a mirar por la ventanilla de nuevo. Cuando más avanzaban
hacia el sur, veía más negros desposeídos, hombres, mujeres y niños sin forma de
ganar dinero para alimentarse y poner un techo sobre sus cabezas. Vagaban por los
caminos, buscando un pedazo de pan para comer.
También había soldados. Soldados por todas partes. Parecía que los que vestían
de azul se las habían arreglado mejor. Iban en tren o a caballo, o al menos en carretas,
de camino al norte, a casa. Sin embargo, los soldados confederados, vestidos con
jirones grises, caminaban con los zapatos rotos. Aquellos hombres tenían la mirada
perdida, de derrota, de capitulación.
Cameron pensó que había sentido tristeza muchas veces, pero escenas como las
que estaba viendo desde el tren eran desgarradoras. Jackson se había quedado corto
cuando le había dicho que el sur estaba devastado.
—¿Por qué resistió tanto el sur? —susurró Cameron—. ¿Por qué permitieron
que los soldados hicieran esto?
—¡Cameron! —Taye le dio unos golpecitos en la mano para captar su
atención—. Tienes que escucharme. No tenemos por qué ir a Elmwood. Ni siquiera
tenemos por qué bajar del tren. El revisor me ha dicho que vuelve a Richmond desde
aquí. Podemos quedarnos y…
—No—respondió Cameron—. Tengo que ir. Tengo que ver Elmwood de nuevo.
Después, no sé lo que haré.
Taye suspiró y miró a Naomi, que tenía en brazos a Ngosi y le daba palmaditas
en el trasero.
Naomi puso los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza.
—Bueno, ya estamos aquí—murmuró—. En un minuto llegaremos a la estación,
o a lo que queda de ella. Tendremos que encontrar un sitio donde quedarnos esta
noche. La señorita Cameron no debe dormir otra vez en el tren.

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El bebé continuó llorando en brazos de su madre.


—Déjamelo, Naomi —le dijo Cameron—. Descansa un minuto.
Naomi le dio al niño, envuelto en una manta blanca, a su señora, y Cameron lo
acurrucó contra ella. Sentir el calor del bebé y su peso en los brazos la reconfortó, y
pensó en su propio hijo, el que llevaba en el vientre.
Taye observó a Cameron.
—¿Estás segura de que es eso lo que quieres? ¿No crees que será peor ver
Elmwood, ahora que sabes cómo va a estar?
Cameron sacudió la cabeza. Ngosi estaba empezando a callarse.
—No. Quiero ver la casa de mi padre.
—Entonces, dormiremos en un hotel. Mañana alquilaremos un coche para ir a
Elmwood. Veremos la casa y después volveremos a la estación —dijo Taye. Hizo
caso omiso de la cara de pocos amigos de Cameron y continuó—: Y tomaremos el
primer tren hacia el norte, no importa hacia dónde vaya.
Cameron no discutió con su hermana. No había necesidad de decirle que no
tenía intención de volver a Baltimore. ¿Para qué? ¿Para encontrarse con un marido
que le mentía y que la había abandonado? Jackson podía pudrirse en el infierno. Ella
tenía su propia casa y su propio dinero. Ella y su hijo se quedarían en Mississippi.
Sonó el silbato del tren, y la locomotora comenzó a aminorar el paso. Después
se detuvo por completo, con unos cuantos tirones.
Cameron rezó porque los hoteles de Jackson fueran mejores que aquél de
Richmond. Quería tomar un baño y una comida caliente, y quería dormir sin miedo a
que las cucarachas corretearan por encima de ella durante la noche.
Sabía adónde tenían que ir. El Magnolia era un hotel respetable con un precioso
comedor, cuyos propietarios, el señor y la señora Pierre, de Atlanta, eran conocidos
de la familia Campbell. Tenían dos hijas adultas, y si no recordaba mal, Annie
acababa de casarse cuando estalló la guerra. Era una chica muy dulce, y Cameron y
ella solían hablar los domingos, cuando se encontraban a la salida de la iglesia.
Por fin, después de recoger sus cosas, comenzaron a bajar del tren junto a los
demás pasajeros.
—¿Preparada? —le preguntó Taye a Cameron.
—Sí. Estoy lista. Espero que la señora Pierre tenga algo bueno para cenar. Me
muero de hambre.
Las tres mujeres bajaron del tren a un campo abierto, donde terminaban las
vías, a medio kilómetro de la estación. Un regalo del ejército de la Unión. A Cameron
se le hizo un nudo en la garganta ante las primeras visiones de su ciudad, mientras se
abría paso entre el barro junto a los demás pasajeros. A cada paso que daba,
acercándose más y más a la estación a la luz del anochecer, no podía dejar de mirar
los destrozos que había sufrido Jackson, desde la última vez que ella había estado
allí.
Ella había seguido el avance de la guerra en Mississippi después de escapar
hacia el norte en septiembre de 1861, pero en aquel momento se daba cuenta de que
las fotografías en blanco y negro de los periódicos no habían podido transmitirle la

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

realidad.
A principios de mayo de 1863, el general Joseph Johnson fue enviado por el
secretario de guerra de la Confederación a defender Jackson. Bajo el mando de
Sherman y McPherson, el ejército de la Unión avanzaba sobre Mississippi. Johnson
sólo contaba con seis mil hombres, así que tuvo que evacuar la ciudad. Las tropas
confederadas se enzarzaron en una batalla con el enemigo y soportaron fuego de
mortero hasta que la evacuación fue completa. Entonces, a Johnson se le ordenó la
retirada. Las tropas de la Unión tomaron rápidamente la ciudad, cortaron las
conexiones ferroviarias con Vicksburg y quemaron parte de la ciudad.
El olor a madera quemada le invadió la nariz a Cameron mientras comenzaba a
caer una lluvia fina. Casi veía a los hombres de Johnson retirándose vencidos,
exhaustos, hambrientos, y a los soldados de la Unión entrando en la ciudad
victoriosos. Veía a los soldados de azul prendiéndole fuego a los edificios de Jackson.
Cameron estaba tan perdida en sus pensamientos que se tropezó. Taye la tomó
por el brazo y continuaron caminando hacia la estación. Entraron al vestíbulo
principal por un agujero que había en uno de los muros. La estación no había salido
bien parada de la guerra, pero al menos aún estaba en pie, y ya habían empezado a
reconstruir las paredes exteriores. Mientras las mujeres caminaban por el interior
para salir a la calle, Cameron intentó no pensar en el precioso edificio que había sido,
ni en lo mucho que ella había disfrutado montando en los trenes para ir de viaje a
Washington D.C. con su padre. Aquellos años se habían ido, habían quedado
relegados a la memoria.
El sol ya había desaparecido por el horizonte cuando las tres mujeres salieron a
la calle, y era mejor así. Al menos, en la oscuridad, la verdad sólo se vería en
sombras.
—El Magnolia está unas cuantas manzanas más allá —dijo Cameron, sintiendo
de repente una inyección de fuerza por dentro. Ya era hora de que tomara las
riendas, de empezar a actuar como la hija del senador Campbell que volvía a casa—.
Será muy agradable volver a ver una cara conocida.
Mientras continuaban por la calle, intentaban mirar hacia delante, sin prestarle
atención a los edificios quemados, las ventanas rotas, las marcas del fuego de
mortero que había por todas partes.
En cuanto Cameron dio la vuelta a la esquina, al ver el hotel, se detuvo. Ya no
tenía contraventanas, y el porche estaba arrasado. El edificio había quedado en pie
porque estaba hecho de ladrillo.
—No —murmuró Taye.
Cameron exhaló, frustrada.
—El Magnolia también, por favor —susurró—. Pero ¿qué me esperaba?
Caminaron hasta lo que quedaba de porche, y Cameron empujó la puerta y
entró en lo que una vez fue un elegante vestíbulo. Tenía manchas de agua y de
humo.
—¿Hola? —dijo—. ¿Hay alguien? ¿Señor Pierre?
Cameron escuchó el silencio de lo que una vez fue un hotel muy frecuentado,

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

intentado no prestarle atención a la extraña sensación que le estaba poniendo el vello


de punta.
—Espíritus—dijo Naomi, haciendo una señal de vudú con las manos.
—Tonterías—cortó Cameron—. ¿Señora Pierre?
Arriba se oyó una puerta abriéndose, y unos pasos.
—¿Hay alguien abajo? —preguntó una voz débil, y apareció alguien por la
escalera, con un farol de queroseno.
—¿Señora Pieire? Soy Cameron Campbell.
—¿Cameron Campbell?—la anciana bajó las escaleras agarrándose a la
barandilla.
Cuando se acercó lo suficiente, Cameron tuvo que hacer un esfuerzo para no
poner cara de espanto y se obligó a sonreír.
—Señora Pierre, me alegro muchísimo de verla.
La mujer, que antes de la guerra era regordeta y morena, se había quedado en
una sombra. Se le había quedado el pelo blanco y llevaba un vestido raído,
descolorido, que le colgaba del cuerpo.
La señora Pierre le tendió una mano delgada y temblorosa.
—Cameron Campbell —dijo, como si estuviera hablando con un fantasma del
pasado.
—Y mire, he traído a mi hermana Taye —dijo Cameron, todo lo alegremente
que pudo—. Y ella es Naomi, una querida amiga.
La señora Pierre miró a Naomi con desaprobación, pero Cameron no le prestó
atención. Sabía que las viejas tradiciones irían cambiando poco a poco en el sur.
—¿Dónde está el señor Pierre? ¿Y sus hijas?
—El señor Pierre murió en la batalla de Vicksburg. Que Dios lo tenga en su
gloria—dijo, y se santiguó—. Alison murió de parto, el año pasado.
—Lo siento muchísimo—susurró Cameron. Alison sólo tenía un años más que
ella—. ¿Y Annie? —preguntó, casi con miedo.
—Oh, Annie —la anciana esbozó una sonrisa cansada—. Llegará a casa dentro
de poco. Trabaja para uno de los capitanes del ejército, en la ciudad. Lava y hace la
comida. Yo tengo a mi nieto, su hijo, arriba.
—¿Tiene un hijo?
—Brett. Tiene tres años. Su padre, el marido de Annie, fue capturado y enviado
a prisión… a Fort Delaware. Un sitio horrible. Nunca volvimos a saber nada de él.
Murió, por supuesto.
Las palabras de la anciana le cayeron como una losa sobre el corazón. Una parte
de ella quiso llorar por todo lo que la señora Pierre había perdido, por todo lo que
había perdido el sur, pero no podía ser débil. Tenía una responsabilidad hacia Taye,
hacía Naomi y hacia Ngosi.
—Señora Pierre, me preguntaba si podríamos alojarnos en una de sus
habitaciones durante una o dos noches. He vuelto a Elmwood.
La mujer levantó la cabeza como si oyera sonidos que nadie más podía oír. Miró
hacia la oscuridad del hotel vacío.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Tenemos cerrado el negocio desde la evacuación. Lo que Sherman no robó, lo


quemó —dijo con amargura.
Cameron suspiró. Fuera estaba completamente oscuro, y ellas estaban agotadas.
Allí tenía que haber una habitación que pudieran ocupar.
—Señora Pierre, tengo dinero. Estamos dispuestas a aceptar cualquier cosa que
pueda ofrecernos de alojamiento y comida.
—¿Tiene dinero de la Unión, y no ese papel confederado sin valor?
—Sí, dinero de verdad. Le pagaré bien. Venimos de muy lejos, de Baltimore, y
estamos muy cansadas. Sólo necesitamos un sitio donde dormir y estar seguras por
la noche.
—La habitación será muy poca cosa, nada comparado con lo que solía ofrecer el
hotel.
—Cualquier cosa, sólo necesitamos un tejado bajo el que cobijarnos.
—Tengo una habitación, en el tercer piso, con un colchón. Quizá haya una
sábana y una manta.
—Eso será estupendo. Perfecto —respondió Cameron, aliviada.
—Pero no tengo comida. Brett y yo hemos comido los últimos nabos que
quedaban. Annie cena en casa del capitán, antes de venir.
Cameron volvió a suspirar de alivio mientras conducía a Taye y a Naomi hacia
la entrada del pasillo.
—Yo saldré a buscar algo de comer en cuanto nos hayamos instalado. Gracias,
señora Pierre. Gracias.
La señora Pierre no había exagerado cuando había dicho que la habitación sería
poca cosa. El papel de las paredes estaba roto, la madera del suelo áspera y astillada,
y por los cristales rotos de las ventanas entraba el aire de la noche. No había muebles,
excepto los restos de una silla que alguien había roto para hacer fuego en la
chimenea. La señora Pierre extendió una sábana y una manta sobre un colchón que
había en una esquina. Olía a moho y a veneno para ratones, pero al menos, no era un
banco de la estación.
—Puedo… puedo traerles una mesa —dijo la señora Pierre, evidentemente
avergonzada.
—No se preocupe, nosotras iremos a buscarla —respondió Cameron,
amablemente—. Esto es estupendo. Después de dormir sentadas en el tren, este
colchón será como las nubes del cielo —le dijo, mientras la acompañaba hacia la
puerta, mientras Taye y Naomi entraban y dejaban las maletas en el suelo.
—Ahora, vuelva con su nieto, señora Pierre. Si necesitamos algo, la llamaremos
—Cameron le puso varios billetes a la anciana en la mano.
—No creía que viviría para decir esto, pero es usted una santa, Cameron
Campbell.
—Tonterías. Que tenga buenas noches.
Después de que la señora Pierre se marchara, las mujeres salieron al pasillo y
buscaron en las demás habitaciones. Encontraron más sillas, una mesa y un cajón de
madera que le serviría de cuna a Ngosi. Cameron rebuscó en una de las bolsas, sacó

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

más dinero y se metió la pistola en el bolsillo del vestido.


—Voy a comprar algo de comer. No tardaré.
Naomi se sentó en el colchón y le dio el pecho al bebé.
—Tenga cuidado, niña.
—Claro —dijo Cameron, con una sonrisa exagerada.
Taye se acercó a ella.
—¿No quieres que vaya contigo? Todavía no llevas una semana recuperada por
completo.
—Estoy muy bien, cariño. Quiero que te quedes aquí e intentes encontrar más
sábanas. Y algunos platos —caminó hacia la puerta—. Y agua fresca. La señora Pierre
ha dicho que la bomba del agua todavía funciona, en la cocina. Saca agua y hiérvela.
No quiero que nos arriesguemos hasta que sepamos si los pozos están en buenas
condiciones aquí.
Taye la siguió al pasillo.
—¿Estás segura de que quieres ir sola?
—Nací y me crié en Jackson, Mississippi —respondió Cameron
orgullosamente—. Tengo derecho a caminar por sus calles. Además, llevo a mi amigo
aquí —dijo, dándose golpecitos en la falda del vestido—. No te preocupes más.
Volveré enseguida.
Las palabras de Cameron sonaron mucho más seguras de lo que en realidad ella
misma se sentía. Para cuando había recorrido una manzana desde el Magnolia,
estaba empezando a arrepentirse de haber salido. La calle estaba completamente a
oscuras, salvo por las luces que salían de las ventanas sucias de las casas. Los perros
hambrientos ladraban a algunas carretas que pasaban, con los conductores
agachados en el pescante.
Antiguamente, había un bar en la siguiente esquina, el O'Shea, que Cameron
supuso todavía estaría abierto. A pesar de las guerras, la muerte y la devastación, los
hombres siempre necesitarían el licor. Ella nunca había entrado, porque su padre no
lo habría permitido jamás.
Pero si todavía estaba abierto, allí podría encontrar algo de comer.
—Eh, señorita.
De reojo, vio una figura que se acercaba a ella desde un callejón.
Instintivamente, Cameron se alejó, pero no fue lo suficientemente rápida.
—¿No me oye? Le estoy hablando —dijo el hombre, mientras la agarraba por la
muñeca.
Cameron abrió la boca para gritar, pero otra mano le tapó la boca. Sintió que la
levantaba y la arrastraba por la acera hacia la oscuridad del callejón.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 13

Cameron mordió con todas sus fuerzas la mano del hombre, y oyó un gruñido
de dolor. Al mismo tiempo, le hundió el codo en el estómago. Si pudiera alcanzar la
pistola que llevaba en el bolsillo…
Oyó otro gruñido y una imprecación.
Él le dio una bofetada tan fuerte que la cabeza se le echó hacia atrás, y Cameron
tuvo que cerrar los ojos para evitar las náuseas al percibir el olor a whisky y a sudor
que desprendía aquella bestia. Cameron luchó con todas sus fuerzas mientras el
hombre la arrastraba más y más hacia el callejón, pero él era demasiado fuerte.
—¿Va a alguna parte, señor?
Cameron abrió los ojos.
—¿Jackson? —dijo, con la voz chirriante, bajo la mano de su captor.
—Suéltela si quiere seguir con vida —dijo Jackson, estoicamente.
Debía de tener una pistola. Cameron no podía ver en la oscuridad, pero el
hombre se quedó rígido y aflojó la mano.
—Si la sujeta durante un segundo más, le meteré una bala en la cabeza —le
advirtió Jackson.
El captor de Cameron la soltó de repente, tanto que ella cayó de bruces. Se
golpeó contra el barro seco, pero se levantó rápidamente.
Mientras ella se incorporaba. Jackson se lanzó contra su atacante. Cameron oyó
un crujido de huesos y cartílagos rotos cuando su marido le dio un puñetazo salvaje
en la nariz.
—¡Jackson! —gritó.
Jackson golpeó al hombre con tanta fuerza que lo derribó instantáneamente.
Después, se echó sobre él y le dio un puñetazo tras otro.
—¡Jackson! —Cameron intentó detenerlo—. ¡Lo vas a matar!
—No sería suficiente —gritó él rabioso.
Sin embargo, o la presencia o las palabras de Cameron debieron de hacerlo
entrar en razón, porque dejó de golpear al hombre.
—Cameron, muévete —le dijo—. Aléjate.
Ella se incorporó y se acercó a la pared de un edificio. Jackson se levantó,
arrastrando al hombre consigo.
—¿Estás bien?—le preguntó.
—Sí, sí, estoy bien —jadeó ella—. De verdad. Sólo me ha asustado mucho. No
me tocó. Te juro que no me ha tocado.
—Está bien —respondió Jackson. Apuntó con la pistola a la cabeza del hombre
y le dijo—Vamos hacia la comisaría. Cameron, ven detrás de nosotros. Si este hombre

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

hace un movimiento en falso, le volaré la cabeza.


Cuando salieron del callejón, Cameron siguió a Jackson y al hombre, que
caminaba con las manos sobre la cabeza. Ella veía que tenía la cara destrozada y que
estaba sangrando. ¿Lo habría matado Jackson si ella no lo hubiera detenido? ¿Era
aquél el hombre con el que se había casado?
Mientras caminaban por la calle en silencio, a Cameron le latía el corazón
aceleradamente. Estaba muy asustada de Jackson. Sabía que él nunca le haría daño.
Sin embargo, temía su ira.
Su marido tenía razón. Tenía toda la razón cuando le había dicho que el sur era
un lugar peligroso para una mujer sola. Si Jackson no hubiera aparecido, ¿qué le
habría hecho aquel hombre? La habría violado, o secuestrado, o quizá algo peor… Se
sintió mareada al pensarlo. Jackson se detuvo frente a la cárcel. A través de la
ventana, Cameron vio a varios soldados vestidos de azul jugando a las cartas en una
mesa. El gobierno había dejado soldados en todas las ciudades del sur para proteger
a sus ciudadanos y hacer que se respetaran las leyes de la Unión. Por orden del
presidente, Mississippi estaba bajo la ley marcial.
—¿Podrás esperarme un momento aquí fuera, Cameron? —le preguntó Jackson,
con la voz teñida de furia y de sarcasmo—. ¿O tengo que arrastrarte dentro para que
no te escapes?
—No. Esperaré aquí mismo —respondió ella, en un tono de valentía.
Sin embargo, era lo último que sentía. Esperó a su marido temblando, con una
mezcla de miedo y de frío que se le había metido en los huesos.
En menos de cinco minutos, Jackson salió de la comisaría.
—¿Sabes quién era ése?—le preguntó, tomándola del brazo y llevándola por la
calle con poca gentileza.
—No…, no.
—Un violador al que las autoridades llevan dos meses intentando atrapar. No
voy a explicarte las bestialidades que ha cometido, pero ibas a ser su siguiente presa.
A Cameron se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Cómo era posible que hubiera
llevado a Naomi y a Taye allí sin pensárselo dos veces?
—¿Cómo me has encontrado? —preguntó, tragando saliva.
—No fue difícil imaginar adonde habías ido, cuando llegué a casa y descubrí
que te habías escapado.
—No me escapé —lo corrigió, zafándose de su mano—. Me refiero aquí. ¿Cómo
me has encontrado en la calle?
—Por suerte. Así es como te he encontrado. Llegué a Vicksburg en tren hace
dos horas, y después cabalgué hasta Jackson. Le pregunté a alguien en la estación si
os había visto. No habéis pasado desapercibidas. Tú eres la única mujer blanca lo
suficientemente idiota como para salir a la calle de noche. Te seguí hasta el Magnolia.
—¿Y Taye y Naomi?
—Están bien, pero no gracias a ti. Falcon las ha ayudado a recoger sus cosas. No
es seguro que os quedéis en el hotel. Por Dios, Cameron, la señora Pierre ni siquiera
tiene cerraduras en la puerta. Después del anochecer, las calles están llenas de

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

miserables. Por eso están aquí los soldados de la Unión.


—¿Has dicho que Taye y Naomi estaban recogiendo sus cosas? —le preguntó,
atreviéndose a mirarlo por fin. Incluso a oscuras en la calle, Cameron veía la furia
dibujada en su rostro. Tenía los labios apretados y los ojos brillantes como dos
ascuas. A ella se le elevó la voz, esperanzadamente—. ¿Vamos a ir a Elmwood?
—¡No, maldita sea, no vamos a ir a Elmwood! —explotó él. La tomó por los
hombros y la agitó—. ¿Es que no puedes entender, meterte en esa cabeza tan dura,
que Elmwood es una mina? ¡No hay Elmwood!
Cameron se mordió el labio inferior, pero se negó a rendirse.
—La casa todavía está en pie —lo desafió.
Jackson la miró, y durante un momento ella temió su respuesta. Sin embargo, él
no pronunció una palabra. En vez de eso, la agarró por el brazo y siguió caminando
por la calle.

En el Magnolia, Cameron se despidió de la señora Pierre y le dio las gracias por


haberles ofrecido una habitación. Taye y Naomi ya se habían ido con Falcon a una
residencia que había a las afueras de la ciudad. Parecía que Jackson la había
comprado durante la guerra; otra cosa que él no le había contado. La mansión estaba
completamente amueblada e incluso tenía sirvientes.
Jackson le dio a la señora Pierre más dinero. Ella intentó no aceptarlo, pero él la
halagó como siempre halagaba a las mujeres, jóvenes o mayores, guapas o feas. Al
final, la anciana se metió el dinero en el bolsillo del vestido.
En la calle, Jackson desató su caballo.
—¿Puedes montar? —antes de que Cameron pudiera responder, él continuó—.
Y no me digas que estás bien. Taye me ha contado que estuviste enferma en
Richmond —chasqueó la lengua y añadió irónicamente—: Quizá te haya salvado la
vida ese toque de disentería. Si hubieras llegado aquí hace dos semanas… —dejó sin
terminar la frase, para que ella recordara lo que había ocurrido con aquel hombre en
el callejón.
Cameron se puso muy derecha, orgullosa.
—Estoy perfectamente. Y no he tenido disentería. Fue una pequeña molestia
estomacal. Taye debería aprender a mantener la boca cerrada. Y por supuesto que
puedo montar.
Él la levantó y la subió al caballo como si no pesara nada. Después subió
delante de ella. Para no caerse, Cameron tuvo que agarrarse a su cintura. Al principio
no quiso tocarlo más de lo necesario, pero finalmente se rindió, lo abrazó con fuerza
y apoyó la mejilla en su hombro.
Cabalgaron en silencio hasta las afueras de la ciudad, y después tomaron el
camino hacia Atkins' Way. Aunque no era una casa palaciega como Elmwood,
aquella casa de campo parecía un lugar mágico en medio de la devastación de
Mississippi. Incluso en la oscuridad, Cameron vio el espacioso jardín delantero, con
césped y setos bien podados, y la casa de dos pisos que había sido recientemente

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

pintada de blanco, con las contraventanas verdes.


Jackson llegó hasta la barandilla del porche y desmontó. Después ayudó a bajar
a Cameron. Un chico negro se apresuró a llevarse a la yegua.
—Dios mío, necesito un baño—dijo Cameron.
Se agarró las faldas y subió corriendo las escaleras, delante de Jackson.
Sin esperarlo, abrió la puerta principal y se encontró con una niña negra que se
levantó instantáneamente de una silla. Parecía que no tenía más que doce o trece
años, y que se había quedado dormida en su puesto.
—Buenas noches, señora, capitán.
—Buenas noches, Patsy. Te presento a mi esposa, la señora Logan —dijo
Jackson, resueltamente—. Por favor, acompáñala a su habitación. Sus maletas las ha
traído el señor Cortés, y estarán allí.
Patsy hizo una reverencia, agarrándose el delantal de un blanco inmaculado.
—Por aquí, señora Logan —le dijo a Cameron, mientras subían las escaleras.
La casa estaba amueblada con sencillez y buen gusto. Era una típica casa
sureña, construida para disfrutar de la vida, sin pretensiones ni artificios. Unos años
antes no habría sido nada notable. Sin embargo, en aquel lugar y en aquel momento,
Atkins' Way era un tesoro.
—Yo nací aquí, en la plantación. Mi madre, que en paz descanse, era el ama de
llaves—parloteó la niña—. Yo voy a ocupar su lugar —dijo, sonriendo con orgullo.
Cameron le sonrió mientras se agarraba a la barandilla. De repente, se dio
cuenta de que estaba agotada de verdad, no sólo física, sino también mentalmente.
Cuando llegaron arriba, Patsy empujó una puerta blanca a mitad del pasillo.
—Ésta es su habitación, señora Logan. La señora Taye me pidió que mandara
subir la bañera—dijo, mientras Cameron entraba en la enorme pero acogedora
habitación. En una de las esquinas había una gran bañera de bronce—. Me dijo que
por favor usted la avisara si necesitaba algo. El agua caliente llegará en un abrir y
cerrar de ojos. ¿Quiere que la ayude a desvestirse? Parece que está muy cansada.
—No, gracias —Cameron caminó hacia la ventana y acarició las cortinas de
terciopelo. Hacía calor aquella noche. Se le había olvidado el calor que podía hacer en
Mississippi, incluso de noche—. Sólo necesito el agua caliente y algo de comer. Un
poco de té y unas tostadas, quizá.
—Sí, señora. Ahora mismo, señora.
Patsy salió de la habitación y cerró la puerta. Cameron descorrió las cortinas
para mirar hacia fuera, a la oscuridad. Por la carretera, hacia el este, vio unas luces en
el bosque, a dos kilómetros de distancia, más o menos, y se preguntó de dónde
provendrían. Que ella recordara, no había edificios allí, tan lejos de la ciudad.
Cuando Patsy volvió con dos chicos que llevaban cubos de agua, Cameron le
señaló las luces.
—Patsy, hace casi cuatro años que me marché de aquí, y no recuerdo qué había
por allí. ¿De dónde vienen aquellas luces?
Patsy dejó a los chicos llenando la bañera y se acercó a la ventana.
—¿Aquello? Aquello es J. Town. Allí es donde viven los negros que no tienen

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

adónde ir. No es un buen sitio, señora Logan. No se puede ir allí, ni siquiera de día.
La mayoría de los hombres que viven allí no tienen trabajo, y siempre andan
buscando problemas —la niña levantó las manos con las palmas hacia arriba—. Si se
deja libres a los negros, no tienen adónde ir. No pueden volver a África. Yo le doy
gracias a Dios porque el capitán comprara Atkins' Way después de que murieran el
señor y la señora Atkins, porque así tengo un techo. No todo el mundo que conozco
ha tenido tanta suerte.
Cameron dejó caer la cortina. La niña tenía razón. Era algo que los
antiesclavistas no habían previsto. Una vez que los esclavos habían sido liberados y
descargados de sus tareas en el campo o en las casa de sus dueños, ya no tenían un
sitio al que ir.
—El baño está preparado, señorita.
—Gracias, Patsy. Y ahora, si encuentras mi camisón, puedes retirarte. Te
llamaré si te necesito —dijo.
La niña obedeció y después se marchó con los chicos y los cubos.
Cameron se desnudó, dejó la ropa y las botas en una pila en el suelo y se metió
en la bañera. El agua tibia hizo que suspirara de alivio. Se recostó, cerró los ojos y se
hundió hasta que el agua perfumada la cubrió hasta la barbilla. Se sentía tan bien que
tuvo miedo de quedarse dormida allí mismo.
Mientras se aclaraba el pelo, Cameron oyó que se abría la puerta.
—Pon la bandeja en la mesilla de noche, Patsy. Te llamaré si necesito algo más
esta noche.
—Sí, señora —respondió Jackson sarcásticamente—. ¿Algo más, señora Logan?
Cameron se incorporó sobresaltada y abrió los ojos.
Jackson entró en la habitación con la bandeja de la comida. Cerró la puerta con
el codo y dejó la bandeja en la mesilla, como le habían ordenado.
—¿Quiere que le abra la cama, quizá, señora Logan?
Cameron volvió a recostarse y a cerrar los ojos.
—Creía que eras Patsy.
—Siento decepcionarte, pero no lo soy.
Su voz era tensa. Todavía estaba enfadado con ella. Muy enfadado.
«Muy bien, que lo esté», pensó Cameron.
Él era el que había mentido con respecto a Elmwood. No le había dejado otra
elección que ir a Jackson sola.
Sin embargo, ella sentía cierta aprensión. Sabía que Jackson no estaba nada
contento por haberse tenido que marchar de Baltimore cuando estaba tan ocupado, y
sabía que la consideraba responsable por ello.
Cameron escuchó sus movimientos mientras él se preparaba para acostarse. Se
quitó la chaqueta, el sombrero, las botas y el cinturón. Acercó una silla a la bañera y
se sentó a su lado. No dijo nada, simplemente se quedó mirándola.
Cuando Cameron no fue capaz de aguantar más su mirada, abrió los ojos.
—¿Qué quieres, Jackson?
—Estoy esperando la explicación que me debes.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¿Qué explicación? —le preguntó ella, irritada—. A mí me parece que todo se


explica por sí mismo.
—Supongo que sí. Estabas muy enfadada, así que en vez de hablar del asunto
conmigo, un poco más tarde, en un momento más apropiado, como una adulta, te
largaste al momento siguiente de que yo saliera por la puerta. Te pusiste en peligro a
ti misma, y a los demás, incluyendo a nuestro hijo…
—No he puesto en peligro al niño —replicó ella rápidamente—. E intenté
hablar contigo sobre Elmwood cientos de veces —dijo, sentándose en la bañera—.
Desde el día en que volviste a casa, Jackson, no quisiste escucharme. ¿Y qué derecho
tienes a reprocharme que huyera? —le preguntó, salpicándole con el agua—. ¿Qué
hiciste tú cuando te marchaste a Nueva Orleáns para tu misión?
Jackson se inclinó hacia ella, acercándose mucho a su cara.
—No quería hablar contigo porque no estabas siendo razonable. Te estabas
comportando como la niña de papá que eres, obcecada en salirte con la tuya. Pues
bien, ya es hora de que crezcas, nenita.
—¿Cómo voy a ser una niña de papá? ¡Mi padre está muerto! —exclamó
Cameron, y le salpicó aún más en la cara.
Él se agachó hacia la bañera y le lanzó un buen chorro de agua a la cara.
—Oh —farfulló Cameron, rabiosa, enjugándose el agua de los ojos para poder
ver de nuevo—. ¿Lo ves? No se puede hablar contigo —dijo. Se puso de pie en la
bañera, y el agua se le resbaló por el cuerpo desnudo—. Me dices que soy una
caprichosa porque siempre quiero salirme con la mía, pero tú no eres muy diferente.
No escuchas a nadie. Quieres que todo el mundo cumpla tus órdenes, como si todos
fuéramos tu ejército y tú fueras el comandante en jefe. Muy bien, pues ya he tenido
suficientes órdenes, capitán Logan.
Entonces, intentó empujarlo para que se quitara de su camino, pero se resbaló
en la bañera. Jackson la agarró por los brazos y la sacó de la bañera.
—¡Bájame! —le ordenó Cameron, luchando contra él.
Jackson se sentó en la silla con Cameron encima, sin importarle que le estuviera
mojando toda la ropa, y tomó una de las toallas que estaban plegadas sobre una silla.
Cameron intentó escapar, pero él la tenía sujeta entre las piernas musculosas y no
podía moverse. Jackson la envolvió en la toalla y comenzó a secarla vigorosamente,
mientras ella continuaba retorciéndose.
—¡Suéltame! ¿Me oyes? ¡Quiero que me sueltes! ¡Márchate de la habitación en
este momento!
—No volverás a echarme de mi habitación, querida. Nunca más.
Entonces, de repente, la levantó en sus brazos y la llevó a la cama. Cuando la
soltó sobre el colchón, a ella se le escapó un grito de sorpresa. Estaba tan enfadada
con él que lo habría arañado, pero cuando Jackson se inclinó sobre ella y acercó la
cara a la suya, Cameron notó que se le aceleraba el pulso. Gruñó de frustración
mientras seguía forcejeando para liberarse del lío de la toalla húmeda en la que
estaba envuelta y de su marido.
¿Acaso siempre iba a ser así entre ellos? Primero la ira, las palabras duras, y

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después una pasión que los invadía tan repentinamente que no podían controlar su
deseo.
¡No! ¡No podía ser así!
—Jackson…
El la besó, silenciándola, cortándole la respiración. Estaba húmedo, cálido, y
olía a aquella inexplicable combinación de tabaco, masculinidad y, de alguna forma,
a salvación.
Ella consiguió liberar una de las manos y se la pasó por el hombro húmedo
hasta el cuello musculoso. Jackson estaba aún más fibroso que antes de la guerra,
más sólido, más fuerte.
Cameron no quería discutir. Ni siquiera quería hablar. Sólo quería sentir su
boca, saborear su lengua, notar su mano entre las piernas, en aquel lugar que ya le
dolía de ansia por él.
Le atrajo la cabeza hacia sí y abrió los labios para aceptar su lengua invasora.
Jackson tiró de la toalla y se la quitó. Después la tiró al suelo.
Desnuda bajo él, Cameron arqueó la espalda espoleada por la necesidad de
sentir su peso sobre ella, presionándola contra el colchón. El entrelazó sus dedos en
el pelo húmedo de su mujer y la besó una y otra vez.
Cameron tiró de su camisa mojada y metió las manos bajo la tela para sentir su
piel, los músculos del pecho. Después se la deslizó por los hombros, se la quitó y la
lanzó al suelo.
Jackson dejó escapar un gruñido, y ella le lamió el labio inferior. Él le dio un
mordisco suave y después inclinó la cabeza para besarle la garganta. Cameron
arqueó el cuello y notó que se le endurecían los pezones, incluso antes de que él los
tomara con sus labios.
Y él lo hizo. Tomó toda la areola en la boca. Finalmente jadeó de placer, y le
agarró suavemente el pelo para animar sus movimientos.
Él tomó el otro pezón, jugueteando primero, dándole suavísimos mordiscos, y
después lamiéndoselo. Ella gimió al notar que deslizaba las manos desde sus pechos
sobre su estómago y el vientre, que pronto comenzaría a crecer, y más abajo aún.
Cameron sintió que el calor fiero se intensificaba aún más entre sus piernas
mientras él pasaba la mano lentamente por su cuerpo. Separó las piernas y le tembló
el cuerpo entero de impaciencia.
Los dedos fuertes y largos de Jackson encontraron los rizos rojizos y después
los suaves pliegues de carne, y finalmente, el nudo del cual parecían emanar todas
las sensaciones.
—Cameron —susurró, mientras la acariciaba—. Si me dejaras quererte… Deja
que sea el hombre que quiero ser para ti.
Cameron cerró los ojos, abrazándolo, gimiendo. Sería tan fácil rendirse a
Jackson y darle lo que quería… y lo que ella quería, también, lo que necesitaba
desesperadamente.
Pero…
De repente, Cameron se sentó en la cama y lo empujó con ambas manos.

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—¡No! —gritó, jadeando.


Asombrado, él se echó hacia atrás, con el pelo revuelto.
—¿No, qué?
—No, no lo haré —dijo Cameron, y se apresuró a cubrirse el cuerpo desnudo
con la sábana—. No dejaré que me hagas esto. Así es como siempre te sales con la
tuya, Jackson. Aprovechándote… aprovechándote de mí —tartamudeó—. Y no voy a
jugar a tus jueguecitos nunca más.
Él se la quedó mirando fijamente, con los ojos entrecerrados.
—¿Me estás diciendo que no vas a…?
—No, no voy a hacerlo —dijo ella—. Hasta que tú y yo hayamos llegado a un
acuerdo, no.
Jackson se levantó de la cama. Cuando habló de nuevo, su tono de voz era muy
duro, hiriente.
—Sabes que esto es un derecho del hombre. Un derecho del marido.
—¿Tu derecho? —se burló ella, con desprecio—. ¿Y qué pasa con mis derechos?
—Si me niegas el derecho de acostarme contigo —murmuró él —entonces,
quizá…
Cameron se puso de rodillas, sujetando la sábana. Estaba temblando todavía,
pero ya no era de deseo, sino de rabia.
—¿Qué? —le preguntó.
El tomó la camisa del suelo y se metió una de las mangas mientras iba hacia la
puerta.
—Entonces, es posible que busque satisfacciones en otra parte.
Cameron saltó de la cama, arrastrando la sábana tras ella, pero ya era
demasiado tarde. Jackson había salido de la habitación. Cerró con un sonoro portazo
y ella se quedó inmóvil en mitad de la habitación.
—¡Adelante! —gritó, enjugándose las lágrimas que le caían por las mejillas—.
¡Hazlo! ¡Busca satisfacción en otra parte! ¡No sé quién será capaz de soportarte!

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Capítulo 14

Aquella mañana, Taye bajó las escaleras y miró hacia ambos lados en el
vestíbulo, antes de escabullirse hacia el salón. Si no hubiera tenido tanta hambre, si el
olor de las salchichas y del maíz dulce no hubiera sido tan delicioso y tentador, se
habría quedado en su habitación con una bandeja de té y galletas.
El hecho de encontrarse con Falcon Cortés en la puerta del Magnolia la noche
anterior había sido un shock. Ella sabía que Jackson iría a buscar a Cameron. Incluso
sospechaba que aquélla era una de las razones por las que su hermana se había
marchado de Baltimore tal y como lo había hecho. Taye casi tenía la esperanza de
que también Thomas fuera tras ella. ¿Pero Falcon?
Sólo con pensar en él, sintió que se ruborizaba.
Recordó el beso que se habían dado en el jardín, dos semanas antes. ¿Qué se
habían dado? Ella no se lo había dado, ¡él le había robado aquel beso!
—Buenos días, señorita Taye —dijo Patsy, que apareció en el salón con una
fuente de porcelana cubierta. La dejó sobre una mesa auxiliar que había junto a la
magnífica mesa de caoba, y continuó—: Hay velas bajo los platos para que todo se
mantenga caliente. Por favor, sírvase lo que desee. Hay más en la cocina. El capitán
Logan deja que la cocinera cocine como para el ejército de Sherman —dijo la niña,
con orgullo.
—¿No ha bajado nadie todavía?
—No, señorita Taye —respondió Patsy—. No ha bajado nadie, pero bajarán
pronto. Al capitán Logan le gusta mucho tomar un gran desayuno —mientras salía
del salón, se detuvo en la puerta—. Siempre que venía, durante la guerra, se tomaba
un enorme desayuno antes de marcharse.
Taye levantó la tapa de una de las fuentes y se sirvió huevos revueltos. Comería
rápidamente y volvería a su habitación para no encontrarse con Falcon.
Seguramente, Cameron podría explicarle por qué estaba allí aquel hombre y cuándo
se marcharía. Y cuanto antes, mejor.
Taye destapó otra fuente y encontró tortillas de trigo.
—Cuando sonríes, te brilla el semblante —le dijo una voz profunda y masculina
desde la puerta—. Siempre deberías sonreír.
Asombrada, Taye dejó caer la tapa sobre la fuente con un desagradable sonido.
—Oh, Dios mío —murmuró entre dientes. Volvió a tomar la tapa. No quería
que él le hiciera perder la calma. No tenía derecho—. Buenos días —le dijo, en el tono
de voz más anodino que pudo.
—Buenos días. ¿Has dormido bien en tu cama?
Taye se volvió hacia Falcon, que había tomado un plato y que se había acercado

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a la mesa auxiliar, junto a ella.


—No es asunto suyo si he dormido bien en mi cama, señor, y es grosero por su
parte preguntármelo.
—Los hombres y las mujeres blancos son muy extraños, ¿sabías? —le dijo.
Se sacó una navaja que tenía el mango de hueso del cinturón, la abrió y pinchó
un trozo de salchicha.
Mientras Taye lo observaba con una mezcla de fascinación y horror, se
preguntó cómo era posible que aquel hombre no se hubiera dado cuenta, de que ella
no era blanca, sino mulata.
—Hablan y hablan durante todo el día, dicen cosas que no significan nada, y sin
embargo, no son capaces de hablar de los asuntos cotidianos. Hablan, hablan y
hablan, pero nunca mencionan los asuntos más cercanos a sus corazones. ¿Te has
dado cuenta de eso, con respecto a los hombres blancos?
Lo dijo como si la excluyera de aquella observación. Así que sí había notado
que ella no era blanca. Taye se alejó un paso de Falcon y tomó una rebanada de pan
tostado, más por hacer algo que porque lo quisiera. El apetito que la había arrastrado
al piso de abajo había desaparecido de repente.
—No tengo ni la menor idea de lo que está hablando—respondió con altivez.
—Yo creo que sí—dijo él, sonriendo como si supiera un secreto de ella, mientras
levantaba el trozo de salchicha y lo mordía.
Taye se alejó rápidamente, y se sentó en una silla en el extremo más alejado de
la mesa. Tenía el pulso acelerado. Casi estaba mareada. ¿Dónde estaban Jackson y
Cameron? Rezó porque aparecieran pronto y la rescataran. No quería desayunar a
solas con aquel intruso moreno. Era maleducado, hablaba con poca propiedad y se
tomaba libertades que no tenía derecho a tomarse. Pero ella no iba a marcharse a su
habitación. No le daría a Falcon la satisfacción de saber que la había echado del
salón.
Lo miró. Él estaba de espaldas. Taye observó sus hombros anchos y sus caderas
estrechas. Tenía el pelo negro y brillante, recogido con una cinta de cuero. Llevaba
unas botas de ante altas, hasta la rodilla. Estaba completamente fuera de contexto en
aquel elegante salón de una mansión de Jackson, Mississippi.
Y sin embargo, hacía que le picara la piel de excitación… hacía que se sintiera
tan nerviosa… tan viva…

—Puedes venir conmigo a Elmwood, o puedo ir sola —le dijo Cameron a


Jackson con frialdad, mientras bajaban la gran escalinata. Se habían encontrado en el
pasillo por casualidad. Ella no sabía dónde había dormido Jackson, y no le
importaba—. Pero voy a ir, y nadie me lo va a impedir.
—Ni yo, ni el ejército de Ulysses Grant —dijo Jackson, igualmente seco—. Está
bien, iremos juntos a Elmwood. Pero primero voy a desayunar. Me muero de
hambre. Y te lo advierto, si intentas marcharte sin mí, te ataré a una silla.
Al final de la escalera, Cameron pasó por delante de él, con la cabeza alta, y se

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alejó. Jackson se detuvo, agarrándose con fuerza a la barandilla. ¡Demonios! ¿Se daría
cuenta su mujer de lo bella que estaba aquella mañana? Incluso tan enfadado como
estaba con ella, no podía negar que sus mejillas tenían un color maravilloso, ni que…
Tragó saliva y gruñó en silencio mientras recordaba lo que había sucedido la
noche anterior. Todavía percibía la esencia femenina de su cuerpo… todavía la
saboreaba. Frunció el ceño. Dios, la deseaba con todas sus fuerzas. Pero no la
forzaría. Le había dicho la verdad aquella noche. Y si ella le negaba los placeres del
lecho matrimonial, él los buscaría en otro lugar. Marie nunca se los habría negado.
Nunca.
Cameron entró al salón. De repente, se había dado cuenta de que estaba
hambrienta. Desde que se había repuesto de su enfermedad, el apetito se le había
multiplicado por dos.
—Buenos días —dijo.
Taye estaba sentada a un extremo de la mesa. A su lado estaba Cortés, el amigo
de Jackson. Cameron lo encontraba un poco desconcertante. Nunca había conocido a
un indio, y él no hablaba ni actuaba como los demás hombres a los que ella conocía.
Por lo tanto, era alguien extraño. Y Cameron prefería saber a quién tenía frente a ella.
—Buenos días —le dijo Taye, levantándose de la silla.
Su voz sonó demasiado aguda, y un poco inquieta.
—Buenos días, cariño. Señor Cortés.
Cameron asintió amablemente.
¿Se conocían Taye y Cortés? No era posible, pero sin embargo…
—Por favor—dijo Falcon, levantándose también—. Soy Falcon para mis amigos.
Cameron asintió mientras tomaba un plato.
—Falcon, entonces—Cameron comenzó a servirse beicon—. ¿Has desayunado
bien, Falcon? Espero que todo te haya gustado.
—El desayuno estaba muy bueno, gracias —respondió Falcon—. Aunque no
había carne de oso cruda.
Cameron se quedó desconcertada durante un segundo, antes de darse cuenta
de que aquel hombre tan serio estaba bromeando.
Jackson se rió primero, y después Cameron dejó escapar una carcajada.
Falcon sonrió también.
Taye se dejó caer en la silla, como si estuviera molesta.
Todavía riéndose, Cameron se llenó el plato y se sentó con los demás para
desayunar.
Después de las diez, Jackson terminó su comida y anunció que estaba listo para
ir a Elmwood. Cuando Cameron salió por la puerta principal para unirse a su
marido, frunció el ceño al ver un carruaje abierto que estaba junto al porche.
—¿No vamos a ir a caballo?
Él le abrió la puerta del carruaje.
—Pensaba que, después de lo que ocurrió anoche, al fin te habrías dado cuenta
de que quizá es hora de que te tranquilices un poco y empieces a comportarte como
una mujer casada que espera un hijo.

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—Y supongo que las mujeres casadas que esperan un hijo van siempre en
carruajes.
—Normalmente.
Cameron se cruzó de brazos.
—Debería haber salido corriendo cuando tuve la oportunidad —dijo,
secamente.
—Y yo debería haberte atado a la silla del comedor cuando tuve la oportunidad.
Ella le hizo un gesto de burla.
—¿Sabes? Que monte a caballo no le va a hacer daño al niño. El cuerpo de las
mujeres está diseñado para tener hijos. ¿Sabes que las esclavas que daban a luz por la
noche volvían al campo, a trabajar, a la mañana siguiente?
—Encomiable. Si decido cultivar tabaco, tendré en cuenta que estás disponible.
Cameron le lanzó una mirada asesina, pero aceptó la mano que él le ofrecía
para ayudarla a subir al coche.
—No creas que has ganado la batalla en esto. Ha sido sólo una escaramuza.
—Tomo nota.
Mientras Cameron se sentaba en el asiento delantero, Taye salió por la puerta
principal. Se había cambiado de ropa, y se había puesto un sencillo vestido azul de
viaje, que le quedaba espectacularmente. Era del mismo color que sus ojos.
Jackson ayudó a subir a Taye, y mientras ella se acomodaba, Falcon apareció a
caballo desde detrás de la casa. Su caballo era un espléndido semental negro.
—Es magnífico —dijo Cameron, con los ojos abiertos de par en par, volviéndose
en el asiento para mirar mejor al animal, sobrecogida por su belleza.
—Le dije a Falcon que te encantaría—dijo Jackson, mientras se sentaba en su
asiento y tomaba las riendas.
—¿Él también va a venir?—preguntó Taye, señalándolo discretamente con un
gesto de su delicada barbilla.
El comentario era tan poco propio de Taye que Cameron se la quedó mirando.
—¿Por qué?—le preguntó en voz baja. ¿Qué era lo que se había perdido en el
salón aquella mañana? ¿O habría ocurrido algo la noche anterior? Jackson le había
dicho que Falcon había acompañado a Naomi y a Taye a Atkins' Way. ¿Habría
molestado Falcon de alguna manera a su hermana?—. ¿Tienes algún problema con
Falcon?
Taye miró hacia abajo, fingiendo que se arreglaba la falda del vestido para que
no se le arrugara.
—Claro que no —respondió rígidamente.
—Es muy posible que Falcon y yo comencemos un negocio nuevo —explicó
Jackson, arreando las riendas para poner en marcha a los caballos por la carretera
polvorienta—. Va a quedarse en Atkins' Way durante varias semanas.
¿Un negocio nuevo? Cameron tuvo la tentación de preguntarle a Jackson de qué
negocio se trataba. Sabía muy bien que el único negocio que aquel hombre podía
tener con Jackson era uno de espionaje. Pero no podía imaginar lo que estaban
tramando los dos. A ella le parecía que Falcon actuaba en aquel momento de

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guardaespaldas. Iba a caballo detrás del carruaje, con dos pistolas a la cintura.
Los cuatro recorrieron el camino que llevaba a Elmwood en silencio. Cameron
vio más de lo que había visto desde el tren: casas y campos quemados, praderas
abandonadas, ventanas condenadas y jardines asilvestrados. Con la excepción de que
en aquel momento estaba en casa. En aquel momento sabía quién había vivido en
cada casa y de quién eran los campos que estaban atravesando. Para cuando llegaron
al camino bordeado de olmos que conducía a su casa, tenía el corazón atenazado.
Jackson detuvo el carruaje frente al camino de la entrada a la casa. Hacía cuatro
años era de tierra pisada, comprimida por los carruajes de las frecuentes visitas y de
los vehículos de trabajo y reparto diario. Sin embargo, ahora era una maraña de
hierbajos y matorrales.
—Creo que tendremos que entrar caminando—dijo, tirando del freno.
—Yo entraré primero y abriré un paso —se ofreció Falcon.
Cameron saltó del carruaje sin permitir que Jackson la ayudara. Una vez que
estaba allí, sólo quería correr hacia la casa, como hacía con Grant y con Taye cuando
eran niños.
Sin embargo, se dio cuenta de que ni Sukey ni su padre estarían allí, en el
porche, para recibirlos con los brazos abiertos, y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Su padre había sido toda su vida, y Sukey se había convertido en su madre cuando la
suya había muerto. En realidad, una madre mejor de lo que había sido la refinada y
distante Suzanne.
—Los árboles han sobrevivido—observó Taye mientras caminaban por el paso
que abría Falcon desde el caballo, cortando la hierba que les llegaba a la altura de la
cintura—. Por la ventanilla del tren vi que han cortado muchos árboles centenarios
de los jardines de las casas, sólo porque los soldados eran perezosos y no querían
caminar hasta el bosque para conseguir leña.
Cameron miró los olmos, que se erguían altos en el cielo azul a ambos lados de
aquel camino, ofreciendo una cubierta de hojas verdes contra el sol ardiente.
Bajo los árboles, Cameron se dejó llevar por la corriente de recuerdos que la
asaltaba. Se vio con seis o siete años, corriendo por allí, con un gatito que su padre le
había regalado. Recordó el verano en el que Jackson había ido a Elmwood por
primera vez, cabalgando por aquel camino y entrando en su vida. Después recordó
aquella terrible noche, cuatro años antes, cuando Taye y ella habían vuelto a casa y
habían encontrado a Grant despotricando y delirando, y recordó todos los
espantosos sucesos que habían seguido.
Cerró los ojos con fuerza para neutralizar el dolor de aquellos recuerdos.
—Al menos, hay algo positivo—musitó Cameron, dejando a un lado sus
pensamientos.
Tomaron la curva del camino, y la casa apareció repentinamente ante ellos,
como si surgiera de las cenizas a las que Cameron creía que había quedado reducida,
Ella se detuvo y se tapó la boca con el dorso de la mano para ahogar un grito de
horror… y de alivio al mismo tiempo.
La pintura blanca de los muros de la mansión estaba descolorida y manchada

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

de humedad. Los cristales de las altísimas ventanas estaban rotos, el porche


delantero estaba hundido bajo las columnas y el césped era una jungla de malas
hierbas. Había carretas volcadas, sin ruedas, árboles caídos y trozos de lona de las
tiendas que los soldados habían montado para acampar en el jardín. A un lado de la
casa había moscas e insectos de todas clases que revoloteaban alrededor de algo
grande y putrefacto.
Pero era su casa. Su hogar.
Taye le dio la mano, y Cameron se la apretó.
—Quiero entrar—dijo con firmeza.
—No sé si la estructura es segura—le dijo Jackson, mientras se abría camino
entre las hierbas hacia la casa—. Ten cuidado en el salón de baile. Alguien encendió
una hoguera y el suelo de la pista se quemó.
—¿Vienes? —le preguntó Cameron a su hermana.
Taye sonrió con valentía.
—Creo que voy a ir primero a la tumba de mi madre, si no me necesitas.
Cameron pensó si debía ofrecerse para acompañar a Taye a la tumba de Sukey,
pero sintió que quizá no fuera bienvenida. Sukey había muerto cuando intentaba
cruzar el Pearl River para escaparse con otros esclavos, y los esclavistas le habían
disparado. Sin embargo, las dos mujeres sabían que la vida de Sukey había
terminado antes. Su mente no había sido la misma desde que el senador había caído
desde la barandilla del porche y había muerto.
Cameron sabía que Taye necesitaba subir sola a la colina donde habían estado
las casas de los esclavos, igual que ella necesitaba entrar en el despacho de su padre.
Sabía que cada una tenía que dejar descansar a sus fantasmas.
Jackson miró a Falcon, que estaba observándolo todo desde el caballo, y
Cameron supo que él se ocuparía de que Taye estuviera a salvo.
—Vete —le susurró a Taye.
Taye le dio un beso en la mejilla, sonrió y se marchó.
Jackson le dio la mano para subir las escaleras del porche y Cameron la aceptó
por sentido común. Al cruzar el porche, vio un nido de estorninos.
—Sólo han pasado cuatro años. ¿Por qué parece que han pasado diez? —
murmuró.
En la puerta delantera, Cameron agarró el pomo y lo giró. Tomó aire, casi con
miedo de entrar.
Puso un pie tras otro, y dejó escapar una exclamación.
—Oh—dijo, cuando entró al vestíbulo.
Tenía la boca seca y el corazón le latía con fuerza.
El suelo de mármol blanco y negro estaba quemado, y el papel de la pared, de
unas magnolias majestuosas, roto y podrido por la humedad. La mayoría de los
muebles había desaparecido, y los que quedaban estaban rotos o quemados. A la
escalera le faltaba la barandilla y la madera de los peldaños estaba arañada.
Sin embargo, si Cameron cerraba los ojos, si contenía la respiración, casi podía
oír la risa de su padre desde el despacho.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Cameron abrió los ojos y tragó saliva para intentar deshacer el nudo que le
atenazaba la garganta.
—A mí me parece que todavía sigue en pie —le dijo a Jackson sarcásticamente.
—Cam…
Sin prestarle atención, caminó por el vestíbulo, deseosa de ver la casa entera,
desde el sótano hasta la buhardilla. Sin embargo, había un lugar que necesitaba ver
primero: el despacho de su padre. Pasó los dedos por el papel de la pared, por las
manchas de humo. Los soldados habían encendido hogueras en el suelo. ¿Por qué no
habían usado las chimeneas?
—A mí me parece que la casa está estructuralmente sana —continuó diciéndole,
con igual sarcasmo.
—Cam, escúchame. No sólo estoy preocupado por la casa. Maldita sea, ¿es que
acaso no te das cuenta de que no es la única razón por la que no estás segura aquí? —
Jackson la siguió por el vestíbulo—. ¿Es que no te ha parecido suficiente lo que pasó
anoche? El sur ha cambiado. Éste no es un lugar seguro para ti, ni para ninguna otra
mujer, en este momento.
Cameron apenas prestó atención a sus palabras mientras se dirigía hacia la
puerta del despacho. Cuando la abrió, se quedó inmóvil. Todas las estanterías de
caoba de su padre estaban tumbadas en el suelo, y sus libros, antigüedades de gran
valor, habían desaparecido. Quemados para hacer hogueras, le había dicho Jackson.
El gran escritorio del senador estaba en un extremo de la habitación,
bloqueando la puerta que daba al porche. Los mapas de Mississippi y de Estados
Unidos que cubrían las paredes ya no estaban.
Sin embargo, la habitación todavía olía vagamente a su padre, y sus recuerdos
le llenaron el corazón.
—Papá—susurró Cameron—. Oh —dijo, abatida de repente—. El escritorio de
mi abuela. No está —caminó hacia un lugar vacío y se quedó mirando al suelo.
El escritorio no era especialmente bueno ni tenía gran valor monetario, pero a
ella siempre le había encantado porque su abuela paterna lo había llevado a
Elmwood desde Escocia. Después de que su padre muriera, Taye y Cameron habían
descubierto en uno de sus cajones la prueba de que eran hermanas. En cierta forma,
el escritorio era la vida de Cameron, lleno de compartimentos, algunos que la hacían
muy feliz y otros que la llenaban de tristeza. Miró a Jackson, que estaba en la puerta,
y susurró de nuevo:
—Ya no está. Seguro que también lo quemaron para hacer fuego.
Jackson se acercó a ella. Parecía que estaba muy incómodo.
—Cameron, de verdad, tienes que pensar en la plantación que he comprado en
la bahía de Chesapeake. Quiero que mires los planos que tengo para ampliar la casa.
Si la vieras, sé que te encantaría.
Ella se inclinó hacia la pared y se tapó la cara con las manos, sin hacerle caso,
sintiéndose como si le hubieran quitado toda la energía. Era como si estuviera
caminando por una pesadilla.
—No me vuelvas a hablar de ese lugar.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Al apoyarse en la pared, uno de los paneles de la madera que lo cubría cedió un


poco. Cameron miró donde tenía apoyada la mano y empujó de nuevo.
—¿Qué demonios…?
—¿Qué ocurre?
—Creo que este panel se ha movido —dijo, mientras empujaba.
Jackson se acercó a ayudarla.
—No creo que… —dijo, y empujó con una mano—. Demonios, es cierto.
—Es una puerta secreta, o algo así —dijo ella, y empujó con más fuerza.
La madera crujió y el panel, del tamaño de una Biblia, se abrió como por arte de
magia. Ella metió la mano en el agujero de la pared. No veía nada, pero con las
puntas de los dedos tocó algo familiar. Era de cuero.
—¡Es un libro! —dijo.
Se estiró al máximo para poder agarrarlo y lo sacó del hueco. Se sentó en el
suelo, se lo puso en el regazo y le pasó la mano por la cubierta para quitarle el polvo
y las telarañas.
Con aprensión, lo abrió, y en la primera página reconoció la inconfundible letra
de su padre.
—Oh… —musitó, al ver la fecha—. «Siete de junio de 1817. Plantación de Elmwood,
Jackson, Mississippi. Comienzo a escribir hoy porque hoy es el día en que mi vida ha cambiado
para siempre» —leyó en voz alta. Entonces, miró a Jackson—. Creo que… creo que es
un diario. El diario de mi padre, desde 1817… entonces debía de tener sólo veinte
años y acababa de volver de la universidad. Ni siquiera se había casado aún con mi
madre —dijo. Bajó la cabeza y siguió leyendo—. «Mi vida ha cambiado hoy porque he
conocido a una mujer que me ha alegrado el corazón».
Cameron apretó los labios. Le resultaba difícil pensar en su padre a los veinte
años, aún más joven que ella y enamorado de la mujer con la que se casaría unos
años después.
En aquel momento, David Campbell tenía toda la vida por delante, su
matrimonio, sus hijos, un escaño en el Congreso de Estados Unidos…
Se mordió el labio inferior, pensativamente.
Después siguió leyendo.

«Hoy ha llegado una remesa nueva de esclavos, y papá me ha llevado a Jackson


para traerlos a casa en una carreta. Mamá está peor de su parálisis y necesita más
manos en la cocina. Yo acepté dos varones y dos hembras. Es imposible decir con
exactitud qué edad tienen, pero están entre los catorce y los veinte años, más o menos.
Por supuesto, no hay nada extraordinario en esos eventos de hoy. A menudo compramos
esclavos. Lo que es extraordinario es que hay una bellísima mujer entre ellos, llamada
Sukey. Creo que me he enamorado de ella».

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 15

Asombrada por lo que había leído, Cameron cerró el diario de golpe.


—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío.
—No sabías que tu padre conocía a Sukey desde los veinte años —dijo Jackson.
No fue una pregunta, sino una afirmación.
Cameron sacudió la cabeza, entendiendo aquello que su marido no había dicho.
Jackson sí lo sabía. Ella no comprendía cómo ni por qué, pero aquél no era el
momento de preguntar. Ni siquiera estaba segura de querer saberlo. La revelación de
que David Campbell conocía a Sukey desde que tenía veinte años hizo que se diera
cuenta de que quizá ella no había tenido una relación tan cercana con su padre como
había creído, y aquella idea era inquietante.
—Papá nunca me habló de su relación con Sukey. Y yo, evidentemente, nunca
le pregunté nada. Sabía que era su amante. Todo el mundo lo sabía. Sólo, asumí
que…
—¿Qué Sukey hacía un servicio para él?
Cameron puso cara de pocos amigos. No aceptaba su tono de voz. Y no quería
que estuviera en el despacho con ella.
—No eres del sur. No puedes entender las tradiciones. Así se hacen las cosas
aquí. No digo que yo haya estado de acuerdo con esa práctica, pero así es como se
hacía.
—¿Cameron? —la voz de Taye creó eco en el vestíbulo.
—Estoy en el despacho de papá —respondió Cameron.
Taye entró en la estancia y miró a su alrededor. Se le entristeció el semblante al
ver la habitación favorita de su padre en aquel estado.
—Su escritorio ya no está —dijo, observando el espacio vacío que había detrás
de Cameron.
—Sí, pero mira lo que he encontrado—Cameron se levantó del suelo y corrió
hacia su hermana con el diario en brazos—. Estaba detrás de uno de los paneles de la
pared. Ha estado escondido durante todo este tiempo. Taye, es el diario de papá, y
empieza aquí en Elmwood, cuando sólo tenía veinte años —le dijo, pasando las
páginas, enseñándole las fechas a su hermana—. Mira, continúa durante años y años.
—¿El diario de papá? —Taye frunció el ceño—. No irás a leerlo, ¿verdad?
—Por supuesto que sí. Escucha lo primero que escribió. Habla sobre el día en
que conoció a tu madre. ¿Sabes que sólo tenía veinte años y Sukey diecisiete cuando
ella vino a Elmwood?
Taye puso su mano sobre la de su hermana y cerró el libro.
—No deberías leerlo, Cameron. No está bien —dijo, mirando directamente a los
ojos de Cameron, preocupada—. Si él hubiera querido que lo leyeras, te lo hubiera

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dado.
—Él no sabía que iba a morir—replicó Cameron.
—No importa. No está bien leer algo tan personal.
—¿Es que no quieres saber qué hombre era nuestro padre, y cómo era su vida?
—Ya sé cómo era mi padre —dijo Taye, mientras salía del despacho—. Voy
arriba, a ver mi vieja habitación.
—Bien, pues yo voy a leerlo —dijo Cameron, y le puso a Jackson el diario en las
manos—. Lo llevaremos a Atkins' Way.
—¿Estás segura de que no vas a abrir la caja de Pandora? —le preguntó Jackson.
—Esto no puede haber sido un accidente—insistió Cameron—. Estaba escrito
que yo encontraría este diario. Es un regalo de mi padre, algo que dejó para mitigar
el vacío de su ausencia.
—Parece que Taye no está de acuerdo contigo.
—Cuando lo piense bien, se dará cuenta de que tengo que leer el diario de
papá. Él habría querido que lo hiciera.
Jackson sacudió la cabeza.
—Cameron Campbell, eres la mujer más obstinada que he conocido en mi vida.
Tomas un bocado entre los dientes y sigues adelante, sin pensar siquiera en que
podrías estar equivocada y otro podría tener razón.
—Tonterías —dijo ella—. Ten cuidado con eso. No quiero que le ocurra nada a
ese diario.
—¿Y ahora adónde vas? —le preguntó, observándola con perplejidad mientras
ella salía del despacho.
—Arriba. No voy a salir corriendo, si es eso lo que piensas. Te buscaré cuando
quiera marcharme.
Jackson se quedó en el centro de lo que había sido el despacho del senador y
escuchó los pasos de Cameron mientras se alejaba.
Debería haber sabido que ella se escaparía a Mississippi y haberlo impedido
antes de que llegara tan lejos. No se imaginaba cómo iba a poder sacarla de
Elmwood. Sabía lo que pensaba Cameron: aunque había visto el estado en que se
encontraba la casa, la ciudad, el sur entero, ella no lo entendía. A pesar de su edad, y
de todo lo que había vivido, en muchas cosas todavía era muy ingenua e
increíblemente caprichosa. Su modo de vida había desaparecido. La cuestión era,
¿cómo iba a conseguir convencer a Cameron de aquello?
Con el diario en la mano, caminó hacia una de las ventanas, ante la cual
recordaba haber estado sólo dos semanas antes de que empezara la guerra. Empujó
hacia arriba la hoja de la ventana y miró por el cristal sucio al patio. Allí, la familia
Campbell había disfrutado de las cenas las noches agradables.
Suspiró, mientras asimilaba todo lo que veía: el porche hundido, el jardín lleno
de malas hierbas, una de las carretas volcadas que los soldados habían abandonado.
Desde su punto de vista, todo le parecía igual de desesperanzador e inútil. No sólo la
restauración de Elmwood, sino de todo el sur. El presidente Johnson había jurado
que los estados del sur serían reconstruidos. Ya estaba empezando a poner en

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marcha su plan. Le había dicho al Congreso que llevaría tiempo, pero que el sur
resurgiría de sus cenizas. Sostenía que los americanos volverían a estar unidos de
nuevo bajo una nación que la Unión había restaurado. Sin embargo, al mirar aquel
patio, sabiendo cómo había sido en el pasado, Jackson se preguntó si un país que
había vivido una guerra civil y había asesinado a su presidente sería capaz de unirse
de nuevo.
Jackson echó a caminar, tan dudoso de aquello como de que Cameron pudiera
volver alguna vez a Elmwood y recuperar la vida que había tenido allí. El sur que su
mujer estaba buscando nunca volvería. Y probablemente era mejor así. Algunas cosas
del viejo sur eran demasiado corruptas como para recuperarlas.

Cameron estaba sentada en un banco de piedra de la maraña de hierbajos que


antes había sido un jardín lleno de rosas. Si cerraba los ojos, era capaz de verlo tan
bello como era cuando su padre estaba vivo.
Vio que Jackson se acercaba a ella y lo saludó con la mano.
—¿Estás lista para que nos marchemos? —le preguntó él—. Creo que Taye ya
ha acumulado demasiados recuerdos para un día. Ha estado una hora limpiando la
tumba de su madre.
—Lo sé. Sólo un minuto más—le pidió—. ¿Tienes el diario?
—Taye se lo ha llevado al carruaje. Falcon ha ido con ella, para asegurarse de
que está a salvo. No se puede saber qué tipo de canallas pueden estar ahí escondidos.
—¿Tú sabes por qué Taye se comporta de una forma tan extraña con Falcon?
No se conocen, que yo sepa.
Él se quedó de pie, rígido, frente a ella.
Cameron sabía que todavía estaba muy enfadado por todo lo que había
ocurrido, pero verdaderamente, no podía estar más enfadado que ella.
—Creo que se conocieron en el baile —respondió Jackson.
Ella frunció el ceño.
—Hay algo extraño. No es propio de Taye estar irritada con alguien al que
acaba de conocer.
—Es posible que esté inquieta —le dijo él, despreocupadamente—, Es posible
que Falcon haya flirteado con ella.
—¿Es posible? —era típico de Jackson ofrecer poca información, a pesar de lo
mucho que supiera—. ¿Qué significa eso?
—Sólo sé que se conocieron en el jardín, la noche del baile. No estaba allí, así
que no puedo decir lo que ocurrió, pero Falcon me preguntó por ella más tarde —
dijo, y se frotó la frente, como si le doliera la cabeza—. Mira, ¿tenemos que hablar
ahora de esto?
—Sí. ¿Le dijiste a Falcon que Taye está comprometida con Thomas, verdad?
—Claro.
Su respuesta le pareció sincera, pero Cameron todavía notaba que él le estaba
ocultando algo. Hablaría con Taye sobre Falcon aquella noche, y si era necesario,

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hablaría con el mismo Falcon. Taye y Thomas tenían la intención de casarse. Eran
perfectos el uno para el otro, y ella no quería que un hombre como Falcon Cortés lo
estropeara todo.
—Bien. Me alegro de que le dejaras las cosas claras a Falcon.
—Oh, claro.
Ella no supo con seguridad si Jackson estaba siendo sarcástico o no, pero no
estaba de humor para pelearse con él por aquello. Miró de nuevo el antiguo jardín y
dejó que la nostalgia la invadiera de nuevo.
—No puedo creerme que hayamos encontrado el diario de mi padre—
murmuró. Quería decir también que sólo por aquello había merecido la pena aquel
horrendo viaje, pero se mordió la lengua. No había necesidad de provocar a
Jackson.—No creo que lo lea todo seguido —dijo, casi para sí misma—. Creo que lo
leeré pasaje a pasaje, día a día, mientras reconstruyo Elmwood, disfrutando de las
palabras de papá, de sus pensamientos, de sus experiencias.
Jackson se alejó bruscamente de ella durante un momento, pero después se
volvió de nuevo.
—Cameron, quería esperar y hablar de esto en privado esta noche, pero…
—¿Pero qué? ¿De qué quieres que hablemos?
—No vamos a quedarnos —le dijo, rotundamente—. No vamos a vivir en
Jackson, y tú no vas a reconstruir Elmwood. Vas a volver a casa, a Baltimore.
Ella se levantó del banco de un salto.
—Ésta es mi plantación, mi casa—soltó, incapaz de contener su ira—. No sé por
qué, pero tenía la esperanza de que cambiaras de opinión. Creía que una vez que me
vieras aquí y supieras lo que siento por la casa de mi familia me entenderías. Pero
ahora me doy cuenta de que tú no entiendes nada, y nunca lo harás. No quieres. Tú
no tienes derecho a decirme adonde puedo ir y adonde no, Jackson.
—En eso estás confundida—dijo, fríamente—. Eres mi mujer, y tienes la
obligación legal de hacer lo que yo diga. Y, por derecho legal, todo esto pasó a ser
mío cuando te casaste conmigo. De hecho —dijo, con los ojos oscurecidos de furia—,
aunque no puedo obligarte legalmente a que me rindas tu cuerpo, sí tengo derecho a
vender este lugar si quiero.
—¡No te atreverás, desgraciado! —ella se echó sobre él, golpeándolo con toda la
fuerza de su cuerpo.
Le habría dado de puñetazos si él no le hubiera agarrado las muñecas.
Cameron estaba temblando de pies a cabeza.
—No te atreverás —repitió, abrumada por su traición.
—Lo haré, si continúas comportándote como una idiota y poniendo en peligro
tu vida y la de nuestro hijo.
Jackson la miró a los ojos, y ella se preguntó en qué momento habría pensado
que podría conseguir que aquel matrimonio funcionara. ¿Cómo había podido creer
que él la quería?
Cameron se puso muy rígida y se mordió el labio para evitar insultarlo.
—Suéltame, desgraciado.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¿Vas a comportarte como es debido?


—Suéltame.
Él la soltó, y ella echó a correr. Corrió sin mirar hacia atrás, hasta que llegó al
carruaje.
—Cameron, ¿qué ocurre? —le preguntó Taye, que estaba sentada en el asiento
trasero.
—Ya hemos terminado aquí por hoy.
Cameron se acercó para subirse al vehículo.
Falcon desmontó rápidamente para ayudarla, pero Cameron ya se había
encaramado al pescante y había tomado el látigo.
—Atrás —le dijo.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Falcon, intentando agarrar los arneses de
los caballos.
—Quítate de mi camino —le gritó Cameron, amenazándolo con el látigo.
Falcon levantó las manos en señal de rendición y se apartó del coche.
Ella les gritó a los caballos, y los animales obedecieron.
Caminaron hacia atrás hasta que llegaron al camino principal.
—Cameron, por favor —le rogó Taye—. Me estás asustando.
—Sujétate —le dijo Cameron.
—¿Adónde crees que vas? —le gritó Falcon, desde atrás—. ¿Cómo va a volver
Jackson a casa?
—No me importa —gritó Cameron en respuesta, mientras arreaba a los caballos
para que cabalgaran a toda velocidad.

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Capítulo 16

Cuando Cameron estuvo a una distancia prudencial de Elmwood, tiró de las


riendas y aminoró el paso del carruaje, hablándoles a los caballos para calmarlos.
—¿Estás bien? —le preguntó Taye.
Cameron no apartó la vista de la carretera.
—Sí, estoy bien —tomó aire y miró a su hermana—. Lo he vuelto a hacer —
murmuró, con remordimientos.
—¿Qué?
—Jackson tenía razón en una cosa. No debería haberte traído conmigo. Hice
mal en exponerte a los peligros de Mississippi, y en apartarte de Thomas. Y ahora he
vuelto a hacer algo peligroso, al tomar este coche a toda velocidad. Podríamos haber
volcado.
—Espera un momento, Cameron. Ya no somos niñas, y yo ya no soy tu
hermanita, de la que tú eras responsable.
—Pero yo te pedí que vinieras. Tú sabías que no era una buena idea.
—He venido a Mississippi por mi propia voluntad—dijo Taye—. A todo el
mundo se le olvida que Elmwood también es mi casa. ¿Y qué has dicho sobre
apartarme de Thomas? Ya han pasado dos semanas, y no creo que se haya dado
cuenta de que me he marchado.
—Oh, Taye, sabes que eso no es cierto.
—Él no ha venido a rescatarme disparado, como ha hecho Jackson contigo.
—Yo… estoy segura de que Thomas quería venir. Seguramente, Jackson le dijo
que se quedara en Baltimore, y que él te llevaría a casa.
Taye soltó una carcajada seca.
—A Jackson no lo hubieran detenido ni un par de caballos desbocados. Vino en
cuanto se enteró de que tú te habías ido.
—Taye, ¿os habéis peleado Thomas y tú?
—No. Por supuesto que no —suspiró Taye—. Es sólo que…
—¿Qué?
—No lo sé. No me siento de la forma que creía que me sentiría hacia él. Ni
acerca de nuestro matrimonio.
—¿Tiene algo que ver con Falcon Cortés?
—No tiene nada que ver con ese hombre—respondió Taye—. ¿Por qué has
pensado eso? —le preguntó a Cameron, y comenzó a arreglarse los pliegues del
vestido, que estaba cubierto de polvo de la tumba de su madre—. El señor Cortés no
significa nada para mí. Apenas lo conozco.
Cameron no estaba segura de si la creía, pero por el tono de voz de su hermana,

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que era más agudo de lo normal, habría jurado que su hermana pensaba más cosas
de las que le estaba contando.
—Bueno. Quiero que me perdones —le dijo Cameron, mientras guiaba a los
caballos hacia la carretera que llevaba a Jackson.
—¿Por qué? Ya te lo he dicho. Ya no soy una niña a la que tiene que cuidar la
hija del amo, la gran dama de la plantación.
Era la primera vez que Cameron oía a Taye referirse a su propia posición en
Elmwood. De repente, se le ocurrió que Taye podría haber sufrido por el hecho de
que, siendo también hija del senador, debido al color de su piel nadie le reconociera
el mismo estatus que le reconocían a Cameron. De repente, el corazón le dolió por la
niña que había sido Taye. Taye nunca encajó entre los demás esclavos, pero tampoco
había sido una Campbell.
—Lo que quiero decir —continuó Cameron, suavemente—, es que siento no
haber estado ahí para ti durante estas últimas semanas. Viniste a Baltimore por mí, y
yo estaba muy contenta de verte, contenta porque Thomas y tú os casarais. Después,
me hundí en mis propios problemas—dijo, en un suspiro—. Y también tengo que
admitir que estaba un poco enfadada contigo.
—¿Enfadada conmigo? ¿Por qué?
—Tenía la sensación de que habías llegado a casa y te habías hecho con las
riendas de todo. El baile, la compra de mi vestido… no estaba acostumbrada a que
fueras tan… capaz.
Taye sonrió a su hermana y le dio unos golpecitos en la rodilla.
—Bueno, pues creo que tendrás que acostumbrarte. Tu pequeña Taye ha
crecido, y creo que se parece mucho a su hermana mayor —dijo, con los ojos azules
muy brillantes de rebeldía—. Y ahora, explícame por qué demonios habéis discutido
Jackson y tú. Lo has obligado a volver a Atkins' Way en la grupa del caballo de
Falcon, como si fuera un crío.
Cameron se concentró en agarrar bien las riendas, decidida a mantener sus
emociones a raya.
—Esto no va a funcionar.
—¿Qué es lo que no va a funcionar?
—Jackson y yo.
Taye tuvo que reírse.
—¡No puede ser que todavía creas que te engaña con otra mujer!
—Ni siquiera hemos hablado de eso—respondió Cameron—. Simplemente,
creo que no va a funcionar —dijo. No podía mirar a Taye por miedo a echarse a
llorar—. Queremos cosas muy diferentes.
—Eso es lo más absurdo que he oído en toda mi vida. Jackson y tú sois la pareja
más sólida que he conocido. Él te quiere apasionadamente.
—Lo único que quiere es controlarme—replicó Cameron—. Cree que tiene el
derecho legal a decirme lo que puedo y no puedo hacer. Me ha dicho que si no lo
admito en mi cama, irá a buscar a otras mujeres que lo admitan. Muy bien, pues
tengo una noticia para él ¡puede quedarse con su otra mujer! Me da igual lo que

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haga. Yo voy a quedarme aquí, y él no me lo va a impedir.


Taye suspiró y sacudió la cabeza.
—Oh, Cameron, sólo sé que eres ferviente en tus convicciones.
—Ésta es mi casa. ¿No te parece que tengo derecho a volver?
—Lo que creo es que en cuanto volvamos a Atkins' Way, deberías darte un
buen baño, tomarte un buen vaso de limonada y descansar. Una mujer embarazada
se cansa más rápido de lo que cree.
—No estoy cansada. Y no quiero descansar. Tengo un millón de cosas que
pensar. Tengo que encontrar hombres dispuestos a trabajar para comenzar la
reconstrucción de Elmwood. Quiero que vengas a mi habitación para contarte mis
planes. Quiero que me digas lo que piensas.
Taye apartó la mirada y posó la vista sobre el paisaje. A través de los árboles,
veía el Pearl River que fluía entre los robles.
—Jackson volverá pronto—dijo, tanto para ella como para Cameron—. Y
cuando lo haga, no tengo intención de estar presente.

Cameron quería comenzar a dibujar los planos para Elmwood inmediatamente,


pero cuando llego a Atkins'Way, no se sentía bien. Quizá Taye tuviera razón: tendría
que tumbarse y descansar durante unos minutos.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó Taye mientras subían las escaleras hacia el
primer piso, tomadas de la mano.
—No lo sé. De repente, me siento débil. Un poco mareada. Debe de haber sido
el calor.
—Te dije que tenías que descansar —Taye le pasó el brazo por la cintura y la
ayudó a continuar subiendo—. Vamos a acostarte y le diré a Patsy que te suba algo
de comer.
Cameron se quedó esperando en la puerta de su habitación mientras Taye le
preparaba la cama. En aquel momento, se pasó la mano por el abdomen. Notó un
nudo en la garganta al darse cuenta de que tenía unos calambres muy parecidos a los
que sufría cuando tenía el periodo. Reprimió un grito de miedo y miró a Taye, que
estaba ocupada mulléndole las almohadas y abriéndole las sábanas. Después de que
el bebé hubiera sobrevivido a su enfermedad de Richmond, ella había pensado que
seguramente…
—Llama a Naomi —le dijo Cameron a Taye.
Taye la miró asustada.
—¿Qué?
Cameron se apoyó en el quicio de la puerta, bajó la cabeza y cerró los ojos
mientras se masajeaba el vientre. Nunca había estado tan asustada. Ni siquiera
cuando la habían perseguido los esclavistas. Ni siquiera cuando su hermano la había
apuntado a la cabeza con una pistola.
—Vamos, Taye, avisa a Naomi. Por favor, date prisa.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¿Qué significa que no puedo entrar? —preguntó Jackson, tomando a Taye por
el brazo sin ninguna gentileza—. Taye, sabes que te quiero mucho, pero no te
entrometas entre mi mujer y yo. Esta vez no. Porque esta vez, ha ido demasiado lejos.
—Jackson, escúchame —dijo Taye, sin oponer resistencia.
Al mirarla a los ojos, Jackson se dio cuenta de que los tenía llenos de lágrimas.
—¿Qué ocurre? ¿Qué pasa, Taye?
—No puedes entrar porque Naomi la está examinando.
—¿Qué dices? —rugió Jackson. Intentó avanzar hacia la puerta, pero Taye se
interpuso en su camino. Para ser una mujer tan ligera y tan sutil, era tremendamente
tenaz—. ¿Naomi está examinando a Taye? ¿Para qué?
En el mismo momento en que pronunció aquellas palabras, quiso tragárselas.
Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo detrás de aquella puerta, deseó ser capaz
de volver atrás.
—El bebé no—murmuró, dejando caer los brazos.
Taye asintió lentamente, con lágrimas por las mejillas.
—Lo siento, Jackson. Naomi dice que esto ocurre a menudo, más veces de las
que pensamos.
Jackson se apartó de la puerta, abrumado.
—No debería haber discutido con ella. No debería haberle dicho las cosas que le
he dicho. Ni ayer, ni hoy. No debería haberla hostigado como lo hice. La obligué a
huir a toda prisa en ese carruaje.
—No, no. No es culpa tuya, Jackson. No debes pensar eso—Taye lo siguió
mientras él bajaba las escaleras hacia el vestíbulo, y le tomó la mano helada entre las
suyas—. Jackson, esto no ha sido culpa de nadie. Sólo la voluntad de Dios.
—¿La voluntad de Dios? —se apartó de Taye bruscamente y le dio un puñetazo
a un espejo que había en el rellano.
La lluvia de cristales le cayó por encima.

Cameron se quedó acurrucada de costado. Las lágrimas que le caían por las
mejillas mojaban lentamente la almohada. Naomi estaba sentada a su lado, con la
mano posada en su cadera. E incluso a través de la manta, Cameron sentía el suave
calor de la mano de Naomi.
—¿Te encuentras mejor?
Cameron asintió, sin emitir ningún sonido. Su aborto había sido muy rápido. Y
después de tomar dos tazas de la infusión que le había dado Naomi, los calambres
estaban mitigándose.
—Es la forma que tiene su cuerpo de decirte que ésta no era la mejor ocasión.
Nada más. Habrá otros bebés, señorita Cameron. Se lo prometo.
Cameron no respondió, pero la idea de otro embarazo hacía que tuviera
muchas más ganas de llorar. Había deseado y querido mucho a aquel bebé. ¿Cómo
podía Naomi hablar de otro?

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—Sé que no le apetece hablar ahora, así que yo le explicaré. Después de esto,
algunas mujeres empiezan a pensar que ellas han tenido la culpa. Pero tiene que
entender las leyes de la naturaleza, querida niña. Esta alma no estaba destinada a
nacer. Por el aspecto de su sangre, ocurrió hace días, probablemente hace semanas.
Quizá antes de que se pusiera enferma en Richmond. Lo de hoy ha sido sólo la forma
de su cuerpo de limpiarse para comenzar a preparar otro nido.
—Si no hubiera tomado así el carruaje…
—Tonterías, señorita Cameron. Usted creció en una plantación. Sabe lo fuertes
que son las mujeres. Un paseo en un coche no va a hacer perder un bebé a menos que
ya hubiera algo malo. Es la forma que tiene nuestro Dios de darnos bebés perfectos,
como Ngosi.
Cameron observó a Naomi entre las lágrimas, deseando desesperadamente
creerla.
—¿De verdad piensas que ha sido así, Naomi?
—Claro que sí. Todas las mujeres pasan por eso más tarde o más temprano,
negras, blancas, verdes.
Cameron no supo cómo, pero sonrió.
—Gracias por estar aquí, Naomi. Por cuidar de mí. No sé qué habría hecho sin
ti.
Naomi la sonrió también.
—¿No le dije que mis huesos me enviaron? Yo sabía que me necesitaría.
Cameron sintió miedo.
—¿Sabías que esto iba a ocurrir?
—Por supuesto que no, señorita Cameron dijo, acariciándole el pelo—. Pero
aunque lo hubiera sabido, no hubiera podido hacer nada por evitarlo —dijo, y se
levantó de la cama—. Y ahora, ¿por qué no intenta descansar? ¿Quiere que le envíe al
capitán?
—No, no, por favor —Cameron casi se sentó en la cama. Naomi la había
ayudado a ponerse un camisón limpio y le había recogido el pelo—. No estoy
preparada para verlo. Todavía no.
Naomi le dio unos golpecitos en el hombro.
—No se preocupe, señorita Cameron. De todas formas, éste no es el lugar para
un hombre esta noche. Los hombres no tienen nada que ver con los asuntos de
mujeres.
Cameron volvió a descansar la cabeza sobre la almohada, sintiéndose
increíblemente somnolienta, y se preguntó si sería por los eventos de aquel día o por
la infusión que le había dado Naomi.
—¿Naomi? —la llamó, dejando que se le cerraran los ojos.
Naomi había empezado a limpiar la habitación.
—¿Sí, cariño?
—Por favor, no vuelvas a llamarme señorita Cameron.
—¿Quiere que la llame señora Logan? —le preguntó Naomi, con la voz aguda.
—No—susurró Cameron—. Quiero que me llames Cameron. Tenía que

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habértelo pedido hace años—abrió los ojos y sonrió—. Tú y yo hemos pasado por
muchas cosas juntas, ¿verdad?
Naomi sonrió.
—Sí. Sí.
Y después, Cameron cerró los ojos y se hundió en el sueño.

Taye caminó por el vestíbulo hacia la cocina, alumbrando el camino con un


farol de queroseno. Era más tarde de la medianoche, y acababa de dejar su puesto
junto a la cama de Cameron. Su hermana no se había despertado durante horas, y
Naomi le había dicho que no lo haría hasta por la mañana.
Taye estaba exhausta, física y emocionalmente, pero también estaba
hambrienta. Si no comía algo, no podría conciliar el sueño.
Abrió la puerta de la cocina y se quedó sorprendida al ver el brillo de una luz
dentro. Alguno de los sirvientes debía de estar despierto todavía. Sin embargo, Taye
no necesitaba que nadie le hiciera la comida. Podía hacérsela por sí misma. Dejó la
pequeña lámpara sobre la mesa y se dirigió hacia la despensa.
—Es muy tarde, y todavía estás despierta.
Taye se dio la vuelta como un rayo. Parecía que Falcon siempre estaba allí
cuando se daba la vuelta. ¿La estaba siguiendo? Por supuesto, aquélla era una idea
estúpida. El estaba en la cocina primero.
—Buenas noches.
Taye se volvió hacia la despensa de nuevo. La abrió y percibió el dulce olor de
las manzanas, de la canela y de los clavos.
—¿Qué tal está la señora Logan?
Taye apretó los labios, incómoda por tener que responderle. Las mujeres no
hablaban de asuntos tan íntimos como un aborto con los hombres.
—Está… está durmiendo. Naomi dice que se pondrá bien muy pronto —tomó
una empanada y la sacó de la despensa. Contra su voluntad, alzó la mirada y la clavó
en Falcon. Sus palabras le habían tocado una fibra sensible—. Es muy amable por su
parte preguntar—susurró.
—Sé que tiene que ser muy duro para la señora Logan. Incluso la pérdida de la
posibilidad de un alma nueva nos rompe el corazón, nos trae lágrimas a los ojos y a
los ojos de aquéllos que se fueron antes que nosotros.
Taye estudió su mirada de obsidiana. Ella no estaba acostumbrada a que los
hombres hablaran de lágrimas… ni de sentimientos.
—La lógica nos dice que estas cosas ocurren por alguna razón, y sin embargo…
—dejó la frase inconclusa.
—Y sin embargo —continuó él, rodeando la mesa para acercarse a ella—, no
podemos evitar preguntarnos quién habría sido.
Taye asintió lentamente, con la empanada en las manos. Sin dejar de mirarla,
Falcon le quitó la empanada de las manos y la puso sobre la mesa.
—Eres una buena hermana. Y una buena amiga. Espero que ella lo sepa.

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Taye no podía quitarle los ojos de encima. Estaba hipnotizada por Falcon, por
su voz, por la rica esencia que desprendía su piel.
—La señora Logan debe de estar orgullosa de tenerte como amiga —continuó
él—. Yo lo estaría.
A Taye le tembló el labio inferior. De repente, tuvo miedo de estallar en
lágrimas. Le dolía el corazón, no sólo por Jackson y por Cameron, sino por el
pequeño que nunca nacería.
—Shh… —susurró Falcon.
La tomó en sus brazos, y ella no tuvo fuerzas para resistirse. Sabía que estaba
mal permitirle que la tocara con tanta familiaridad. Pertenecía a otro nombre. Y sin
embargo, no pudo resistirse. Sus ojos negros eran como lagunas de agua oscura que
la arrastraban más profundamente, la acercaban a él cada momento que pasaba.
Taye no se dio cuenta de que Falcon iba a besarla hasta que fue demasiado
tarde. Su boca la rozó tan suavemente, que ella no se retiró. Los labios se le separaron
como si tuvieran voluntad propia, y cerró los ojos. Su calor, su olor, la sensación que
le producía su boca sobre los labios… lo saboreó, bebió de él.
Taye le deslizó los brazos por los hombros y por el cuello.
Se oyó a sí misma suspirar… no, gemir, mientras el beso se hacía más profundo.
Ningún beso de Thomas la había hecho gemir.
Falcon moldeó su cuerpo contra el de ella, presionándole con la ingle las
caderas, y a través de las capas de ropa, Taye sintió su masculinidad.
Debería haberse asustado, horrorizado. Y en vez de eso, el corazón empezó a
latirle alocadamente, y su parte más íntima irradió calor al resto de su cuerpo. Más
que calor, era casi un dolor.
Taye sintió que se desmayaba en brazos de Falcon. Antes de que estuviera lista,
él se retiró. Sus miradas se encontraron, y por un momento, ella temió rogarle que la
besara de nuevo.
Pero el hechizo se rompió. Taye dejó escapar un gritito ahogado de
mortificación y salió corriendo hacia su habitación.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 17

Jackson se quedó indeciso a la entrada de su habitación. Había pasado el


mediodía, y no había visto a Cameron desde la tarde anterior en Elmwood. Aquella
noche, Naomi y Taye no lo habían dejado pasar a verla, y por la mañana, él se había
dicho que Cameron necesitaría estar sola y descansar. Sin embargo, también sabía
que tenía que hablar con ella.
Jackson había pasado la noche sin dormir, en la biblioteca de Charlie Atkins,
compartiendo una botella de whisky e historias de la guerra con Falcon. Había
bebido demasiado, y tenía un terrible dolor de cabeza para demostrarlo.
Falcon había intentado hablar con él sobre el aborto de Cameron. Le había
dicho algo sobre la voluntad de Dios y sobre el deseo humano de controlarla, pero
Jackson lo había silenciado y había cambiado de tema.
Levantó la mano para tomar el pomo de la puerta, pero la bajó de nuevo.
Necesitaba ordenarse las ideas antes de hablar con Cameron. Tenía que prepararse.
¿Qué iba a decirle? Le parecía casi un sacrilegio limitarse a pedirle disculpas por
discutir con ella, amenazarla, decirle que se iría con otra mujer y ponerla tan enferma
que había perdido el bebé. ¿Cómo iba ella a aceptar sus disculpas?
Aquella noche, casi al amanecer, se había dado cuenta de que ya no podría
pedirle a Cameron que volviera a Baltimore. No, después de lo que había ocurrido,
después de lo que había hecho. Todavía estaba muy preocupado por la seguridad de
Cameron en Jackson, y sabía que tendría que ocuparse de su seguridad él mismo.
Haría todo lo necesario para protegerla, y conseguiría que las autoridades hicieran
de las calles de la ciudad un lugar más seguro para todo el mundo.
En pocos días tendría que ir a Birmingham a seguir la pista de Thompson, pero
después, dejaría de trabajar para el gobierno. Iría a ver al secretario Seward y le diría
que ya le había dedicado suficientes años de su vida al país. Le había llegado el turno
a otro. Y en cuanto a Marie… cuando fuera a Washington, le diría que no iba a
trabajar con ella, y que no volverían a verse jamás, para evitar futuras tentaciones.
Después de lo que le había pasado a Cameron, era lo menos que podía hacer.
Jackson levantó una vez más la vista hasta la puerta de la habitación. Tenía
miedo de entrar. Temía el momento en que tuviera que mirar a Cameron a los ojos,
sabiendo que él era el responsable de la pérdida del bebé. Pero tenía que enfrentarse
a ello. Antes de poder darse la vuelta, llamó a la puerta y abrió una rendija.
—¿Sí?
Era la voz de Cameron. Sonaba sorprendentemente fuerte, después de lo que
había pasado. Naomi le había dicho a Jackson que su mujer estaba bien y que estaría
en pie en menos de una semana, pero él necesitaba verlo por sí mismo. No era un

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cobarde, pero tenía un nudo en la garganta al entrar a la habitación.


—Jackson—murmuró Cameron.
—Buenos días —respondió él, formalmente.
Ella estaba tumbada en la cama, apoyada en una pila de almohadas, con un
camisón azul claro muy fino. Tenía el pelo, largo y cobrizo, recogido en dos trenzas.
Parecía que tenía diecisiete años de nuevo. Estaba igual de dulce y de inocente que
cuando se habían conocido.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó él torpemente.
Ella cerró el diario de su padre y lo dejó en la mesilla de noche.
—Bien, gracias —respondió, igualmente azorada.
Jackson se acercó a la cama, pero no demasiado, con las manos metidas en los
bolsillos.
—¿Te sientes mejor? —quería mirarla a los ojos, pero no podía.
No podría soportar el hecho de ver la acusación en su mirada ámbar.
—Sí, de verdad. Naomi dice que tengo que descansar durante unos días, pero
no estoy segura de cuánto tiempo resistiré en la cama.
El asintió, y ambos quedaron en silencio.
Era un silencio tenso, resultado de las palabras que se habían dicho. Aquello ya
no se podía remediar, por mucho que él quisiera. Ella era su mujer, pero en aquel
momento era una extraña para él. La intimidad que habían compartido se había
desvanecido, quizá para siempre.
Y por su culpa. Él le había hecho aquello. A los dos. ¿Sería ella capaz de
perdonarlo?, se preguntó con desesperación. ¿Y por qué iba a hacerlo? Si sentía un
vacío como el que él notaba por dentro, quizá nunca fueran capaces de arreglar lo
que él había destrozado.
—Veo que estás leyendo el diario de David —le dijo.
Ella asintió.
—Sí. Dije que sólo leería un pasaje cada día, pero no puedo. Papá era muy
poético en su juventud. Mira, escucha esto: «Es como si se me hubieran abierto los
ojos por primera vez. Es la criatura más bella que he visto en mi vida, con la piel del
color del chocolate y los ojos de alabastro pulido» —leyó lentamente. Después,
levantó la vista del libró y miró a Jackson—. En este momento, casi no le había
dirigido la palabra a Sukey. David Campbell, tímido. ¿Te lo imaginas?
Ella soltó una risa que, en vez de agradar a Jackson, hizo que se le encogiera el
corazón. Cameron tenía la risa más bonita del mundo, llena de vida y de
posibilidades. Era una risa que podría haber compartido con su hijo, si él no hubiera
sido tan idiota.
Jackson se quedó mirando al suelo.
Cameron cerró el diario y se lo apretó contra el pecho.
—¿No quieres sentarte? —le preguntó, suavemente, y pasó la mano por la
colcha—. ¿Aquí, en la cama?
Él sacudió la cabeza.
—No, no, gracias. Tienes que descansar.

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—Estoy aburrida de descansar.


—Yo sólo quería decirte que vamos a quedarnos en Jackson —le dijo, pero no la
miró para observar su reacción—. Tengo varios negocios en la ciudad, que compré
durante la guerra. Y también tengo algunas propiedades repartidas entre Jackson y
Vicksburg—no le dijo que desde allí sería mucho más fácil perseguir a los
Thompson's Raiders, sobre todo si actuaban en el área de Birmingham.
No había necesidad de preocuparla. Aquélla sería su última misión para el
Departamento de Estado.
—¿Y qué ocurrirá con tus barcos de Baltimore? —le preguntó Cameron—. Creía
que necesitabas estar allí.
—Josiah puede encargarse de todo. Yo tendré que ir a Alabama, después
volveré a Baltimore a dejarlo todo organizado. Supongo que iré la semana que viene.
Después, volveré —le dijo. Entonces, se atrevió a mirarla. Sin embargo, ella no
levantó la cabeza para mirarlo a él—. También quería decirte que hay un arquitecto,
el señor Jasper, que está dispuesto a tener una reunión contigo para ayudarte a
reconstruir lo que se destruyó en Elmwood. Es un experto en seguridad estructural,
así que si los muros o el tejado necesitan refuerzos, él te lo indicará.
—Gracias —respondió ella, suavemente.
Jackson se quedó mirando por la ventana. Estaban entreabiertas, y la brisa
suave y húmeda entraba en la habitación. Se preguntó cómo era posible que aquella
habitación fuera tan cálida y alegre, y él pudiera tener tanto frío y estar tan abatido.
Se metió las manos en los bolsillos de nuevo.
—Debería irme. Descansa, y hablaremos esta noche.
A Cameron se le hizo un nudo en la garganta cuando vio salir a Jackson de su
cuarto. Había estado esperándolo durante todo el día, e incluso había pensado
pedirle a Patsy que fuera a buscarlo. Y finalmente, cuando había ido a verla, había
actuado como un extraño, agradable pero distante. Ni siquiera había mencionado al
bebé.
Se abrazó al diario de su padre y reprimió un sollozo mientras él cerraba la
puerta y la dejaba sola. No sabía si quería esconderse debajo de las sábanas o salir
tras él y golpearlo con algo.
Sabía que la culpaba del aborto. ¿Por qué, si no, no la había mirado a la cara ni
una sola vez?
—Lo siento, Jackson—susurró, mientras las lágrimas se le caían por las
mejillas—. Lo siento muchísimo.

—Jackson, tengo que hablar contigo—le dijo Taye, acercándose a él en el


establo.
Jackson se volvió hacia su cuñada, y ella vio la preocupación reflejada en su
cara. Sabía lo disgustado que estaba por la pérdida del bebé. Sólo esperaba que
Cameron y él fueran capaces de superar todo aquello y consiguieran que aquel
percance fortaleciera su matrimonio, y no que lo debilitara.

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—Tengo que volver enseguida a Baltimore —le dijo mirándolo a los ojos con
decisión—. Tengo que ver a Thomas.
—¿Ocurre algo malo?
—No, claro que no. Es sólo que me marché sin decirle la verdad, y quiero
arreglarlo. No estuvo bien por mi parte, y quiero pedirle perdón.
Realmente, aquello no era mentira. Tenía que arreglar las cosas con Thomas,
pero no era necesario que Jackson supiera que también necesitaba recordarse a sí
misma quién era, y que necesitaba alejarse de Falcon.
Realmente, lo sentía. Sentía haber besado a Falcon como lo había hecho. Por
dentro, Taye temblaba. Estaba muy confundida.
Durante los últimos cuatro años, sólo había pensado en estar con Thomas. En
verlo de nuevo, en casarse con él. Y cuando por fin se habían reunido, ya nada era
igual que antes. Las cosas no eran como cuando se sentaban, a la luz de la luna, en la
cubierta del barco de Jackson y se tomaban las manos. Los sentimientos no eran los
mismos.
Al principio, Taye había pensado que quizá fuera Thomas. Thomas era distinto
a como ella lo recordaba. Aquello era lo que fallaba. Sin embargo, si era sincera
consigo misma, tenía que admitir que él no había cambiado. Seguía siendo el mismo
caballero tranquilo y estudioso. Era ella la que había cambiado.
Así que todo aquello era culpa suya, y tenía que arreglarlo. Si pudiera estar con
Thomas de nuevo, sabía que lo conseguiría. El beso que había compartido con Falcon
la noche anterior… sabía que había sido impulsivo. Taye estaba agotada
emocionalmente, y era vulnerable. Aquel hombre se había aprovechado de ella.
—No tienes por qué ir a Baltimore, Taye —le dijo Jackson—. Él va a venir.
Posiblemente, ya esté de camino.
—¿Va a venir? ¿Va a venir por mí?
—Bueno, para verte, por supuesto. Y tú sabes que también está sopesando la
posibilidad de reabrir el bufete de su padre, aquí en la ciudad. Nosotros, Cameron y
yo, nos quedaremos durante una temporada, y he supuesto que tú querrías quedarte
con ella. Le he enviado un telegrama a Thomas esta mañana, sugiriéndole que
viniera con nosotros y que comenzara a trabajar en su bufete. Por lo que he oído en la
ciudad, la gente está desesperada por conseguir asesoría legal en este momento. A
este lugar le vendría bien un buen abogado como Thomas.
—Así que viene —dijo Taye, suavemente.
—Lo siento, Taye. Creo que el gran baile de compromiso que te prometimos en
Baltimore no podrá celebrarse. Dadas las circunstancias, es mejor que nos quedemos
en Jackson. Cameron necesita tiempo para recuperarse, y yo creo que Elmwood es su
mejor medicina. Espero que lo entiendas.
—Por supuesto—respondió Taye rápidamente—. Tienes toda la razón—en
realidad, se sentía casi aliviada.
La idea de hacer un anuncio público de su boda con Thomas casi la asustaba.
Taye le acarició a su cuñado la manga de la chaqueta. Al ver su semblante
entristecido, dejó de pensar en sus cosas.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Me alegro de que cambiaras de opinión sobre quedarte aquí. Entiendo tu


posición, pero estar aquí le vendrá muy bien a Cameron para recuperarse.
—Haré cualquier cosa que la haga feliz dijo él, alejándose—. Cualquier cosa.

Cameron permaneció en la cama durante cuatro días más.


Al quinto, se vistió con ayuda de Patsy y bajó a tomar el té al salón. Aquella
noche no había dormido bien. Se había pasado horas mirando al techo, recordando
todas las discusiones que había tenido con Jackson desde que él había vuelto de la
guerra.
Él le había pedido que se calmara. Quería que dejara de actuar como la mujer
atrevida e independiente que había sido y que se comportara como la mujer casada
que se suponía que era. Cameron no se culpaba a sí misma por el aborto. Lo que
Naomi le había dicho tenía sentido para ella. Sin embargo, sabía que Jackson no lo
entendería. Sabía que él sí la culpaba. De lo contrario, ¿por qué había tardado tanto
en ir a verla desde que había perdido el niño? ¿Por qué no la había mirado a los ojos
ni una sola vez cuando había ido a verla a su habitación? ¿Y por qué no se había
acercado a ella ni había mencionado al niño?
Cameron se miró al espejo y se pellizcó las mejillas para que se le colorearan.
No sabía qué hacer con Jackson. ¿Debería enfrentarse a él? ¿Debería decirle que el
aborto no había sido culpa suya y que habría más bebés? ¿O simplemente debía
dejarlo tranquilo durante una temporada?
Desde que Jackson había vuelto de la guerra, ella había tratado a su marido de
una manera agresiva en lo que concernía a sus preocupaciones, pero no había
funcionado. Cuando le había preguntado sobre los rumores de que había otra mujer,
aquello sólo había servido para distanciarlos. Quizá si ella se retiraba, él volvería.
Quizá si le daba tiempo para pensar, se daría cuenta de que ella quería a aquel bebé
tanto como él. Aquello no había sido culpa suya.
Mientras, se concentraría en Elmwood. Sólo el hecho de pensar en reconstruir la
casa de sus ancestros hacía que el dolor por la pérdida del bebé fuera un poco menor.
Mientras cruzaba la habitación para bajar al salón, luchó contra el miedo a que
Jackson no volviera a ella, tal y como esperaba, a que buscara consuelo en brazos de
otra mujer. De aquella otra mujer. Tenía miedo de que, tal y como le había dicho a
Taye, su matrimonio no funcionara y se rompiera. Pero Cameron no iba a pensar en
eso. Tenía el diario de su padre para consolarla, e iba a reunirse aquella tarde con el
arquitecto en Elmwood. Estaría ocupada durante todo el día.

Unos días después, antes de ir con Naomi a la estación a recibir a Thomas, Taye
fue a la ciudad acompañada por Moses, un chico de quince años que Jackson había
contratado para que pasara a formar parte del servicio de Atkins' Way. Le había
prometido a Cameron que buscaría telas para reemplazar las tapicerías y las cortinas
de Elmwood, la mayoría de las cuales habían desaparecido o estaban destrozadas.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Mientras caminaba por la acera, esquivando la basura que todavía bloqueaba el


paso en algunas partes, se dio cuenta de las miradas que atraía.
Blancos y negros se quedaban boquiabiertos al verla, y durante un instante se
preguntó si se le había desabotonado el vestido o si había ocurrido algo embarazoso.
Entonces supo por qué la estaban mirando. Antes de la guerra, todo el mundo
conocía al senador David Campbell, y sabían que Taye era la hija mulata de su ama
de llaves y que tenía que ser tratada con el mismo respeto que su hija. Sin embargo,
la gente que iba por la calle en aquel momento eran extraños.
Aquella gente se preguntaba por qué una mujer de piel oscura como ella iba
vestida tan elegantemente. Se preguntaban cómo era posible que hubiera alcanzado
aquella posición tan rápidamente. Y de inmediato, desconfiaban de ella.
Aquello nunca le había ocurrido en el norte, pero mientras caminaba recordó
cómo era vivir en el sur. Nadie se había atrevido a hablarle con malas formas porque
temían la ira del senador, pero nunca la habían considerado una dama de la sociedad
de Mississippi, como a Cameron. Nunca había sido otra cosa que la curiosidad
mulata del senador.
Taye vio la tienda de telas de Madeline y suspiró de alivio. Entró por la puerta y
oyó una campanilla que sonaba sobre su cabeza. Al ver a la señora Madeline Portray,
se sintió contenta.
—Señora Portray —dijo, saludándola con la mano.
Durante un instante, la mujer observó a Taye sin reconocerla.
—Soy Taye. Taye Campbell, de Elmwood.
Los ojos de la mujer se encendieron.
—Oh, Dios mío —exclamó, y se acercó a ella apresuradamente—. Me alegro
mucho de verla, querida. Habíamos oído al principio de la guerra… oh… no sé quién
—tartamudeó, y finalmente sacudió una mano en el aire—, que el senador la había
reconocido en su lecho de muerte.
No había sucedido exactamente así. La muerte de su padre había sido…
repentina. Taye y Cameron no habían descubierto hasta meses después que ella
también era hija suya. Sin embargo, Taye no vio la necesidad de explicárselo a la
propietaria de la tienda. Lo que importaba era que la considerara lo que era, una
Campbell.
—¿Ha vuelto también la señorita Cameron? —preguntó la señora Portray.
—Sí. Vamos a volver a Elmwood. Cameron va a reconstruir la casa.
—Nos enteramos también de que se casó con el guapísimo capitán Logan. Dios
mío, no murió en la guerra, ¿verdad? Yo perdí tres hijos, y al señor Portray le
amputaron la pierna izquierda.
—Lo siento muchísimo, señora Portray. No. El capitán no murió en la guerra. Él
también está aquí, en Jackson. Compró la casa de los Atkins. Allí es donde vivimos
por el momento.
—Bueno, estoy muy contenta de saber que las mejores familias de la ciudad
están empezando a regresar—la señora Portray miró con atención más allá de Taye, y
ella se volvió con curiosidad.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Había una chica negra, joven, tocando algo del mostrador.


—¿Puedo ayudarla, señorita? —le preguntó la señora Portray,
desconfiadamente.
—No. Sólo quería comprar unos cuantos botones —la chica, que llevaba un
vestido de color lila descolorido y un sombrero, iba mejor vestida que otras negras
que Taye había visto por la calle, aunque su ropa estuviera gastada.
—¿Comprarlos o robarlos? —refunfuñó la señora Portray.
La mujer se acercó a la propietaria y Taye la reconoció al instante.
—¿Efia?
La chica la miró. Era guapa, y llevaba los labios pintados de rojo. Sin embargo,
tenía un ojo morado.
—¿Señorita Taye? —gritó la chica, sin dar crédito.
Taye se acercó a abrazarla.
—Efia, ¡no puedo creer que seas tú!

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Capítulo 18

Taye abrazó a la joven de la que Naomi se había hecho amiga justo después de
que la guerra comenzara. Efia y su hermana gemela, Dorcas, ambas esclavas, habían
intentado llegar a la seguridad del norte y habían acompañado a Taye, a Cameron y
a Naomi durante una buena parte del camino.
La señora Portray dio un paso hacia atrás.
—¿Usted conoce a esta joven?
—Sí—Taye apretó a la delgada muchacha entre sus brazos, contenta de que
estuviera viva y aparentemente bien. Se habían separado una noche, en un campo en
mitad de Maryland. Efia y Dorcas se habían ido a Delaware a reunirse con algunos
familiares, mientras que Taye había ido con su hermana y Naomi a Baltimore—. Y yo
respondo por su honestidad —dijo Taye, mirando a la señora a los ojos.
—Bien…—la mujer supo que si quería conseguir los ingresos que le
proporcionaría el tener a las hermanas Campbell como clientas, lo mejor sería
retirarse—. Muy bien, entonces miren a su antojo, y avísenme, por favor, si necesitan
algo—dijo, y se marchó detrás del mostrador.
—¿Qué tal estás? —Taye se echó hacia atrás y tomó las manos de Efia entre las
suyas, notando que las tenía muy ásperas de trabajar—. ¿Cómo es que has vuelto a
Jackson? Pensaba que vivías en Delaware.
Ella se encogió de hombros y miró a Taye de arriba abajo mientras hablaba.
—Las cosas no me fueron bien allí, así que volví a casa. Conseguí un hombre
que cuida de mí de verdad—dijo, y sonrió, enseñando un diente roto—. Estoy segura
de que lo conoce. Es Clyde Macon. Era el capataz de la plantación de los Filbert.
Taye se quedó espantada, pero mantuvo la sonrisa. Sí conocía a Clyde Macon,
un blanco de Florida, aunque sólo por su reputación. Antes de la guerra, se lo
consideraba un capataz brutal e injusto y se creía que era el responsable de la
desaparición de más de una esclava joven. Corría el rumor de que le gustaba el sexo
con las niñas.
Sin embargo, Efia parecía contenta, y aquello sólo eran rumores.
—Entonces, ¿te va bien? —preguntó Taye.
Efia se encogió de hombros de nuevo.
—Lo suficiente. Mejor que a la mayoría de las negras, eso seguro. Al menos
tengo un tejado sobre la cabeza y comida que llevarme a la boca.
Taye asintió.
—Ha sido horrible volver y ver lo que le ha ocurrido a la ciudad. A Elmwood.
—Creo que será mejor que me vaya —dijo Efia, comenzando a moverse hacia la
puerta—. A Clyde no le gusta que salga mucho.

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—Me alegro mucho de haberte visto —le dijo Taye mientras la chica salía de la
tienda—. Sé que Cameron y Naomi se alegrarán también de saber que estás bien.
Estoy segura de que nos veremos de nuevo por la ciudad.
Taye observó a Efia por el escaparate de la tienda hasta que desapareció de su
vista. Estaba preocupada por el ojo morado y el diente roto de la chica. Conociendo
la reputación de Clyde, aquello era bastante sospechoso. Sin embargo, Efia parecía
feliz, así que probablemente se estaba preocupando por nada.
—¿Qué puedo mostrarle, señorita Taye? —le preguntó la señora Portray,
acercándose desde el mostrador—. Tengo una seda adamascada preciosa, del color
de sus ojos, esperando a convertirse en un vestido de noche.

Clyde era un hombre feo, medio calvo, gordo y con manchas amarillas
perpetuas de tabaco en los dedos y en la boca. También era malo. Malo con los
hombres que trabajaban para él, con sus vecinos y especialmente con Efia. Algunas
veces, Efia deseaba ser la perra de caza que tenía en el porche. Él le demostraba más
cariño a la perra que a ella.
Cuando había vuelto a Mississippi, huyendo de la ley en Delaware, Clyde la
había acogido. Al principio, ella había pensado que sería un arreglo de negocios:
pensaba que cocinaría y limpiaría para él y sus hombres, y que él le pagaría. Había
sido muy ingenua al creer que aquéllos serían los únicos servicios que él le exigiría.
Efia se apresuró por el camino lleno de barro que conducía hacia la casa, con
dos enormes bolsas de comida en cada mano. Hacía mucho calor y había más de dos
kilómetros desde la ciudad a la casa. Sabía que si tardaba mucho más, Clyde se lo
haría pagar caro. Solía satisfacer todas sus necesidades con ella, y uno de sus
impulsos más comunes era la violencia.
Aquella noche, después de cocinar y limpiar durante todo el día, después de
soportar los abusos de aquel hombre brutal, pensó en Taye. Taye, con su piel morena
y sus ojos azules, con la sombrilla a juego con el vestido y el sombrero. Y con un
nuevo apellido, Campbell. El mejor de todo el condado, quizá el mejor de todo
Mississippi. ¿Qué había hecho Taye para merecer todo aquello? ¿Y qué era lo que
había hecho ella para no merecérselo?

Después de una deliciosa comida, y de la conversación entre Jackson, Falcon y


Thomas, Taye estaba deseando escaparse. Cameron había cenado en su habitación
debido al cansancio, pero había insistido en que ella cenara con Thomas y los otros
hombres. Cameron no quería que se perdiera la oportunidad de estar con Thomas en
su primera noche juntos.
Taye habría preferido cenar con Cameron en la privacidad de su habitación. Le
había resultado muy difícil estar allí sentada con Falcon y Thomas, fingiendo que no
había pasado nada entre el cherokee y ella.
Durante toda la cena, Taye se había concentrado en Thomas y había intentado

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

no prestarle ni la más mínima atención a Falcon. Pero había sido difícil no prestarle
atención, cuando él había estado todo el tiempo mirándola. Taye sólo podía rogar
que los otros hombres no se hubieran dado cuenta.
—¿Te gustaría dar un paseo fuera? —le preguntó Taye a Thomas mientras él le
apartaba la silla para que se levantara de la mesa.
—¿Fuera?
Thomas se quedó sorprendido.
Taye bajó la voz.
—Hace una noche muy agradable y… podríamos estar solos durante unos
minutos. Te he echado de menos.
Y lo había echado de menos, verdaderamente. Thomas se había convertido en
un gran amigo con el transcurso de los años. Ella confiaba en sus opiniones y
disfrutaba conversando con él, algo que muchas mujeres no podían decir de sus
futuros maridos. Sólo deseaba haberlo echado de menos como Naomi había echado
de menos a Noah.
En la estación, el comportamiento de Naomi y Noah había sido completamente
inapropiado. Él había saltado del tren antes de que se detuviera y había salido
corriendo por el andén para tomar a Naomi entre sus brazos. Se habían besado
apasionadamente delante de todos, y se habían reído juntos como si estuvieran solos
en el mundo.
Thomas le había dado a Taye un beso en la mejilla, como si fuera una pariente
lejana, y le había preguntado por su salud. Ni siquiera le había reprochado que se
hubiera marchado de Baltimore tan repentinamente, sin decirle la verdad.
Taye sabía muy bien que Thomas no era el tipo de hombre que haría una escena
en un lugar público. Sólo deseaba que, al menos, quisiera tomarla en sus brazos, que
le dirigiera una mirada hambrienta. Con sólo eso, ella se habría quedado satisfecha.
—Por favor—susurró Taye—. Vamos a dar una vueltecita por el jardín. Han
pasado muchas cosas esta semana. Quiero contártelas.
—Supongo que podemos ir a dar un paseo —dijo él, mirando con indecisión en
dirección a Falcon y a Jackson, que se estaban retirando al despacho con una copa de
coñac, hablando acaloradamente sobre la reconstrucción de las líneas ferroviarias,
necesarias para levantar de nuevo el sur.
Taye se dio cuenta de que Thomas quería ir con los hombres y participar en la
conversación, y le hizo daño que la longitud de las vías del tren pudiera derrotarla
con tanta facilidad.
—Sólo un paseíto —presionó, acariciándole la manga de la chaqueta—. Y te
dejaré que vayas con tus amigos para hablar sobre los planes de la reconstrucción del
sur del presidente Johnson.
Él sonrió amablemente.
—El aire fresco me vendrá bien. ¿Quieres que mande que te traigan un chai?
Ella se rió.
—Por Dios, no. ¿Es que se te ha olvidado el calor que hace en Mississippi en
julio, incluso por la noche?

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Tomados del brazo, salieron al jardín y comenzaron a caminar.


—Quería decirte que siento mucho haberme marchado de Baltimore sin decirte
que venía a Mississippi —Taye lo agarró con fuerza por el brazo para evitar que se
apartara de ella si lo intentaba—. No debería haberte mentido.
—No te preocupes. Sé que Cameron es muy impulsiva, y sé también lo
persuasiva que puede llegar a ser.
—Sí. Por eso vine. Por Cameron —llegaron hasta un macizo de flores y ella
inhaló su fragancia—. Pero debería haberte avisado. Después de todo, vamos a
casarnos. Y pronto, espero.
—Sí, bueno… Teniendo en cuenta las circunstancias, Jackson y yo hemos
pensado que no habrá un baile de compromiso formal.
—Sí, yo también le he dicho que estoy de acuerdo. No me importa. De verdad.
De hecho, lo prefiero. Deberíamos casamos discretamente, con Jackson y Cameron
presentes.
—Voy a estar muy ocupado durante los próximos meses, Taye. Los edificios de
mi padre están en ruinas, y ya he recibido mensajes de dos caballeros que necesitan
mis servicios. No hay prisa, ¿verdad?
Taye se detuvo en el camino y se volvió para mirarlo. Había notado algo en su
tono de voz que la había inquietado. ¿Habría cambiado de opinión? Y si era así, ¿por
qué? Quería preguntárselo, pero no se atrevió. Quizá porque una diminuta parte de
ella suspiró de alivio, y aquello hacía que se sintiera muy culpable.
Quizá Thomas no hubiera cambiado de opinión en absoluto. Quizá sólo fuera
que estaba muy ocupado. No tenía tiempo para pensar en una esposa, ni en
establecer su casa.
—Por supuesto, no hay prisa—dijo ella—. Lo que tú creas más conveniente.
Él sonrió y volvió a besarla en la mejilla, en vez de en los labios.
—Jackson me ha invitado a quedarme en Atkins' Way mientras se limpia y se
repinta la casa de mi familia, pero quería hablar contigo primero. No quiero que te
sientas incómoda, estando yo tan cerca. Sé que estaba quedándome en la misma casa
que tú en Baltimore, pero esto podría durar meses.
—No, no, será estupendo—dijo ella, rápidamente. «Me mantendrá la mente
alejada de Falcon», pensó, sintiéndose culpable de nuevo. Sólo con pensar en él, se
sentía excitada y le ardían las mejillas—. Sé que estarás ocupado en la ciudad, pero
podremos vernos por las mañanas, quizá, y para cenar.
Él comenzó a caminar de nuevo, guiándola por el camino.
—Me temo que no puedo hacerte promesas. Estaré muy ocupado, pero haré
todo lo que pueda para no dejarte a un lado.
Taye asintió sin decir nada. Temía que la desilusión se le notara en la voz. No
quería solamente que no la dejara a un lado. Quería que Thomas quisiera estar con
ella. Quería que le cubriera la cara de besos, que la acariciara, o que al menos
fantaseara con acariciarla.
—Cuéntame cuáles son tus planes para la nueva oficina de la ciudad —dijo
Taye, apartándose aquellas ideas de la cabeza—. ¿Crees que tendréis que poner un

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tejado nuevo?

Cameron estaba sentada en el borde de la cama, a la luz del farol de la mesilla


de noche, y escuchó el sonido de los pasos de Jackson mientras caminaba por el
pasillo, en dirección contraria a su habitación.
Había ido a preguntarle si necesitaba algo, pero después no había demostrado
ningún deseo por quedarse. Ni siquiera había cerrado la puerta cuando había
entrado a hablar con ella. Después, se había retirado a una de las habitaciones de
invitados, y Cameron supo que dormiría sola de nuevo.
Sabía que ella había sido la que había echado a Jackson de la habitación, pero
quería que él deseara estar con ella de nuevo, aunque no pudieran hacer el amor. Sin
embargo, no podía obligarlo a que se quedara, y no estaba dispuesta a pedírselo.
Con un suspiro, se tumbó en la cama y abrió el diario de su padre para
continuar leyendo.

«Hace tres días desde que traje a los nuevos esclavos a Elmwood. Papá me ha
puesto a cargo de los nuevos. Tengo que asegurarme de que se instalan bien, de que
comen y comienzan su trabajo. Él me ha dicho que hay que tratar bien a los esclavos,
porque al fin y al cabo, son inversiones caras y propiedades muy valiosas.
Yo he tenido ganas de decirle que también son seres humanos que se merecen
compasión y decencia, pero no he hablado por miedo a que retrasara mi partida. Tenía
intención de comprobar qué tal estaban los nuevos, y después Sukey. Dejaría lo mejor
del día para el final.
La encontré junto al río, lavando ropa. Cuando me oyó llegar, se dio la vuelta y me
miró. Yo le sonreí. Ella me devolvió una sonrisa titubeante, y supe que ella también
sentía que había algo entre los dos. Una chispa.
—Hola —dije desde lejos, con cautela. No quería asustarla.
—Hola —respondió ella, sonriendo más.
Y entonces supe que, con el tiempo, ella me querría».

Cameron cerró el diario y lo abrazó durante un instante. Casi le parecía que


estaba abrazando a su padre. Miró el reloj. Era ya tarde. Sabía que debía dormirse,
pero no tenía sueño. Sólo otro día más, se dijo.

«Hoy he aprendido una lección sobre el temple de Sukey. Me la encontré por


casualidad. Estaba inspeccionando a caballo los campos de caña de azúcar y vi a tres
mujeres de pie, alrededor del señor Wright, uno de los capataces. Oí la voz de Sukey
incluso antes de verla.
Hablaba lentamente, pero con la voz fuerte y desafiante. Estaba reprendiendo al
capataz, diciéndole que debería avergonzarse de lo que estaba haciendo.
Estaba sentado a horcajadas sobre otra de las esclavas y le sujetaba las manos

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sobre la cabeza. Inmediatamente, desmonté y le grité. Todas las mujeres me llamaron, y


yo me acerqué rápidamente. Estaban muy alteradas y casi no entendía lo que me estaban
diciendo, así que le pedí a Sukey, la única que permanecía calmada, que me explicara lo
que sucedía.
Ella me explicó que el señor Wright había intentado aprovecharse de Silgar, la
chica que estaba en el suelo. A pesar de la intensidad de la situación, no pude evitar
darme cuenta de que Sukey ya no hablaba como los demás esclavos. Su habla había
mejorado rápidamente desde su llegada. ¿Sería por nuestras charlas cuando íbamos a
pasear por el bosque, por las noches? ¿Habría estado estudiando sin que yo me enterara?
Si era cierto, aprendía a toda velocidad, y la mente que había detrás de aquella preciosa
cara era más rápida de lo que yo había sospechado.
Por supuesto, el señor Wright se enfureció con Sukey por atreverse a contármelo,
y porque yo le preguntara a una esclava en vez de a él, un hombre blanco. El señor
Wright llamó a mi Sukey perra mentirosa y le dijo que se callara su negra boca. Sin
embargo, Sukey no se acobardó. Me miró, y yo sentí al instante que me estaba poniendo
a prueba. Quería ver si yo era el hombre que pretendía ser.
Miré al capataz, y después a la aterrorizada chica que estaba en el suelo,
temblando de miedo. Tenía el vestido roto y se le veían los pechos, pequeños y firmes. No
tendría más de catorce años. Sentí cólera. Tuve ganas de pegar al hombre, de hacerle
tanto daño como él les había hecho a aquellas mujeres indefensas. Le ordené que dejara a
Silgar ponerse de pie y que se disculpara con ella.
Él protestó, y yo no pude controlarme más. Lo tomé por el brazo y tiré de él, tan
fuerte que cayó de espaldas. Sukey se agachó inmediatamente para ayudar a la niña a
levantarse.
Me volví hacia el señor Wright de nuevo, exigiéndole una explicación.
Inmediatamente, comenzó a dar excusas, diciendo que había enviado a aquellas
holgazanas al campo para quitar bichos de las plantas, y que Sugar había intentado
escaparse. Dijo que había agarrado a la mujer para que no lo consiguiera, nada más.
Sukey sacudió la cabeza. Abrazando a su amiga, dijo sin titubear que el señor Wright
estaba mintiendo. Dijo que era cierto que las había enviado a quitar bichos, pero que
después había llamado a Sugar y se la había llevado lejos del campo. Sukey había oído los
gritos de Sugar y las mujeres habían acudido en su ayuda. La habían encontrado
luchando con el capataz. Mientras lo contaba, estaba llorando. Las lágrimas eran
exactamente iguales a las de las demás mujeres, sinceras, de tristeza. Y al darme cuenta,
no pude por menos que aceptar que ellas eran seres humanos tan merecedoras de
humanidad como yo mismo.
Le recordé al capataz que mi padre no toleraba aquella clase de abusos con las
esclavas. Mientras hablaba, no podía evitar sentirme más y más indignado. ¿Qué habría
ocurrido si hubiera sido Sukey la que hubiera sufrido aquel ataque? Temí que si aquello
hubiera sucedido, le hubiera pegado un tiro al señor Wright, y aquélla era una parte de
mí que nunca había visto antes.
El capataz comenzó a protestar, a defender su inocencia acaloradamente,
preguntándome si yo iba a creer a aquella negra antes que a él. Miré al hombre a los

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ojos, y supe que mentía. Y supe que tenía miedo. Le dije que fuera a ver al capataz jefe al
instante para que lo cambiaran a la zona de los hombres inmediatamente. Me acerqué a
él y le clavé el dedo en el pecho, diciéndole que si volvía a verlo cerca de alguna esclava
otra vez, lo echaría, y no volvería a encontrar trabajo, ni en Elmwood ni en ninguna
otra plantación del condado. Le grité, y le ordené que se marchara de mi vista.
Las mujeres permanecieron agrupadas, muy juntas, hasta que el señor Wright se
fue. Me volví hacia Sukey, que había puesto a su amiga en brazos de las otras mujeres.
Le hablé en voz baja, porque no quería que nadie oyera mi tono de voz al dirigirme a ella,
y le dije que había sido muy valiente. Ella me contestó, con el semblante solemne, que
ella no era valiente, que sólo había hecho lo que era correcto. Cuando sus ojos negros se
clavaron en los míos, el corazón me dio un salto. Supe que ella creía que yo era el
valiente.
Y mi corazón siguió saltando, cantando»

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Capítulo 19

Cameron bajó a desayunar al comedor. El sol y el olor de la tierra recién


removida de la huerta entraban por las ventanas. Se le había olvidado lo mucho que
amaba el aroma de la rica tierra de Mississippi, cómo la llenaba de vida.
Se sirvió huevos revueltos y tostadas y se sentó a la mesa, observando a
Jackson, que estaba absorto en la lectura del periódico. Asombrada, observó que a la
luz del sol se le notaba en el pelo algunos toques de gris. Entonces, se recordó a sí
misma que Jackson era doce años mayor que ella. Mientras se sentaba a la mesa,
frente a él, pensó que aquel gris lo hacía aún más atractivo.
—¿Qué noticias hay? —le preguntó.
Jackson no levantó la vista del periódico.
—El general Hoffman, comisario general de prisioneros, ha accedido a enviar
una expedición de hombres al campamento de prisioneros de Andersonville, en
Georgia, para intentar identificar y marcar las tumbas de los soldados de la Unión
enterrados allí. A los sureños no ponían lápidas, como podrás suponer, sino que los
metían en fosas comunes. Pero al menos hay registros con los nombres ordenados de
los hombres a los que se enterraron, y el secretario de guerra piensa que quizá se
puedan identificar algunas tumbas —le explicó.
Después, volvió a su periódico.
Cameron asintió, mientras mordía una tostada sin demasiadas ganas.
—Taye me ha dicho que mañana tienes que irte a Birmingham —le dijo ella,
después de unos minutos de silencio.
—Sí —dijo, sin levantar la vista del periódico—. Falcon ha accedido a quedarse
aquí para protegeros —volvió de página—. Hace dos días, una banda de hombres
entró de noche a la granja de Coverdale, a tres kilómetros del límite oeste de
Elmwood. Robaron a punta de pistola todo lo de valor y violaron a la mujer y a la
hija de dieciséis años.
Horrorizada, Cameron se apretó la servilleta contra la boca. Si su marido había
querido asustarla, lo había conseguido. Pero si lo que quería era desanimarla para
que no siguiera adelante con la reconstrucción de Elmwood, sus esperanzas eran en
vano. Ella estaba hecha de un material más duro, y la violencia sin sentido ya no le
era ajena. Los años de guerra le habían fortalecido la voluntad como el acero.
Era posible que fuera una muchacha cuando su padre cayó desde la balconada
de Elmwood y murió, pero ya no lo era. Era una mujer inteligente que sabía cuándo
luchar sus batallas. En realidad, no quería que Falcon la siguiera cada vez que ella
ponía un pie fuera de la casa. Necesitaba recuperar su independencia. Sin embargo,
no era tonta, y la realidad del hogar al que había vuelto la estaba golpeando con
fuerza. Las noticias del periódico local también la preocupaban.

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Sólo cuatro años antes, Jackson era una ciudad segura, donde las mujeres,
blancas o negras, podían caminar a salvo por las calles. En aquel momento, tenía que
enviar a Naomi con acompañamiento a la compra.
—He pensado que podríamos ir en carruaje a Elmwood, esta mañana —le dijo.
Aún no se sentía lo suficientemente fuerte como para cabalgar—. Me gustaría saber
lo que piensas de los planes del arquitecto, y de los míos.
Él levantó la cabeza del periódico y la miró a los ojos por primera vez desde que
había perdido al niño. Ella no pudo descifrar la expresión de su cara, pero al menos,
la miraba.
—Está bien. Si quieres, podemos ir.
No hubo sonrisa. No hubo entusiasmo en su voz.
Cameron pinchó un pedazo de tortilla y se la metió en la boca. Después se
levantó de la mesa.
—Voy a tomar los lápices y el papel, y mi sombrero. Nos veremos fuera.

El viaje de Atkins' Way a Elmwood fue tranquilo. Cameron y Jackson no


hablaron demasiado, y cuando lo hicieron fue sobre asuntos triviales. Pero, al menos,
él le dirigía la palabra de nuevo.
Jackson estuvo de acuerdo en que Noah dirigiera a los hombres a los que ella
estaba contratando para hacer las obras de la casa. También le preguntó si tenía
instrucciones para el servicio de Baltimore, y si quería que le enviaran ropa o algún
objeto desde allí. Le pidió que le hiciera una lista y él se la daría a Addy para que ella
se ocupara de meterlo lodo en baúles. Después lo embarcaría en Saratoga hacia
Mississippi.
Cuando llegaron al camino flanqueado por los olmos, Jackson pudo llevar el
coche hasta la casa. Había contratado hombres para que limpiaran el camino y todo
el terreno que rodeaba la casa y las construcciones que todavía estaban en pie. El
maravilloso establo donde vivían los caballos árabes ya no estaba, claro. Era lo que
Cameron y Jackson habían visto arder la noche que habían huido de los soldados. Sin
embargo, el arquitecto había escuchado la descripción que le había hecho Cameron y
tenía confianza en que podría diseñar otro establo como el anterior.
Jackson tiró del freno, y Cameron esperó a que la ayudara a bajar. Casi se había
recuperado físicamente por completo, pero emocionalmente se sentía débil, como si
se le fueran a caer las lágrimas a cada momento. Tan sólo el roce de los dedos de
Jackson mientras la ayudaba a bajar del coche le resultó reconfortante.
Sus miradas se cruzaron accidentalmente mientras ella ponía los pies en el
suelo, y Cameron se quedó inmóvil, queriendo desesperadamente decir algo,
cualquier cosa que pudiera acabar con el abismo que se había formado entre ellos.
Pero, finalmente, no supo qué decir y pareció que él no tenía ni interés ni voluntad
por decir nada, tampoco.
Cameron se volvió y caminó hacia el porche de su casa, hablando en un tono
ligero del tema que tenían entre manos.

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—Todos los pilares, salvo éste, se pueden conservar —dijo, apoyando la mano
en una de las columnas. Parecía que los soldados habían estado practicando el fuego
de mortero con ella como diana—. Habrá que remplazarla, una vez que se haya
apuntalado la balconada del segundo piso.
Jackson asintió y siguió a Cameron por la casa mientras ella le señalaba las
ventanas rotas, las contraventanas que faltaban y una de las chimeneas, que también
estaba dañada por fuego de mortero. Mientras avanzaban, él hizo unos cuantos
comentarios, pero no parecía estar demasiado interesado por la conversación.
Cameron se recordó a sí misma que, al menos, estaba allí, y aquello le dio esperanzas.
—La cocina es el obstáculo más grande —le dijo, mientras se abría camino entre
los escombros ennegrecidos, por donde había estado el pequeño jardín de hierbas
aromáticas, junto a la puerta trasera de la cocina—. El arquitecto me ha dicho que es
un milagro que el fuego no se extendiera al resto de la casa. Al parecer, mi abuelo
construyó los muros de la cocina de ladrillo, y eso impidió que el incendio avanzara
más. Dice que lo más fácil sería quitar lo que queda de la cocina y reconstruirla por
completo—cuando llegaron, abrió los brazos—: Pero mira qué horror. Se tardará
semanas en limpiarlo todo.
—Lo que queda de la estructura se puede quemar, o enterrar —le dijo
Jackson—. Y una vez que ya no esté, reconstruirla será fácil.
Cameron caminó entre los restos quemados y levantó un pedazo de mesa, sobre
la cual las sirvientas hacían pasteles y galletas. Bajo ella, encontró un plato,
milagrosamente de una pieza. Se sacó un pañuelo de la manga y lo limpió, dejando a
la vista los lirios morados de la porcelana.
—¡Oh, Dios mío! ¡Mira! Es uno de los platos de la vajilla de desayuno de mi
madre.
Algo cayó en el suelo, justo delante de ella, y Cameron miró hacia arriba,
sorprendida. ¿De dónde habría caído? No había tejado. Miró entonces a sus pies, y
vio una pequeña piedrecita de río, de las que Taye, Grant y ella coleccionaban
cuando eran niños. Después miró a Jackson, pero él estaba moviendo una viga
ennegrecida para tomar algo de debajo.
Cameron frotó el resto del plato para limpiarlo, y vio otro lirio Clac. En aquella
ocasión, la piedra golpeó lo que quedaba de mesa con un sonido inconfundible. Ella
miró a Jackson. Él también lo había oído.
Levantó la mano para advertirle con un gesto que se quedara donde estaba. De
repente, sus sentidos se habían agudizado y estaban en alerta. Dejó el plato que tenía
en la mano en el suelo de nuevo y se sacó la pistola del cinturón.
Cameron se quedó inmóvil. No se le había ocurrido que pudiera haber alguien
en Elmwood, cuando todo el mundo de la zona sabía que Taye y ella habían vuelto a
su casa.
—¿De dónde venía? —le preguntó Jackson, en voz baja.
—No estoy segura—susurró ella—, pero creo que de allí —dijo, y señaló hacia
el hueco donde había estado la puerta que conectaba la cocina con el vestíbulo de la
casa.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Jackson dio un paso hacia delante, y una piedra lo golpeó de lleno en mitad del
pecho.
—¡Ay! Desgraciado… —tomó a Cameron por la muñeca y la puso detrás de
él—. ¿De dónde demonios vienen? —Con la mirada fija en la puerta, le dio un
empujón a su mujer—. Quiero que me esperes en el coche.
—No —protestó ella, en voz alta—. Quiero saber quién está en mi propiedad —
dijo.
Rodeó a Jackson a la velocidad del rayo y salió corriendo hacia el hueco.
—¡Cameron, maldita sea! ¿Es que quieres que te maten? —gritó Jackson,
corriendo tras ella.
Cameron se detuvo antes de salir al vestíbulo.
—¿Con piedras? —le preguntó ella, más molesta que asustada—. Si alguien
quiere hacernos daño de verdad, ya lo habría hecho —añadió—. ¿Hola? ¿Quién está
ahí? Soy Cameron Campbell, y ésta es mi casa. Quiero saber quién…
Junto a la mejilla le pasó otra piedra, que impactó en Jackson de nuevo. En
aquella ocasión, soltó una imprecación en francés.
Cameron vio un atisbo de color y salió corriendo por el vestíbulo. Los pasos
sonaban por delante de ella, hacia la escalera, pero el intruso le llevaba una buena
ventaja. No consiguió verlo.
—¡Párate! —le dijo ella, y siguió hacia la escalera—. No vamos a hacerte daño.
—¡Cameron, ven aquí! —le gritó Jackson.
—¡Espera! —continuó ella—. ¡Sólo quiero hablar contigo! —vio una tela azul
brillante en el rellano de la escalera.
Era la falda de una mujer, que se volvió a mirar quién la perseguía.
Entonces, Cameron se dio cuenta de que era una niña. Tenía el rostro casi
escondido entre una mata de pelo rubio rojizo. Jackson adelantó a Cameron subiendo
los escalones de dos en dos.
—¡Tú, detente! —le gritó.
—Ten cuidado —le dijo Cameron, agarrándose las faldas para seguirlo más
deprisa—. ¡No le hagas daño!
—¿Qué no le haga daño? —gruñó Jackson por encima del hombro—. ¡Casi me
saca un ojo!
La niña no se detuvo. Siguió corriendo, y cuando llegó al primer piso, corrió
por el pasillo en dirección a las habitaciones de los invitados. Cameron oyó el ruido
de una puerta que se cerraba, seguida por los pasos de Jackson y el ruido de la
madera que se rompía.
—¡Jackson, no le hagas daño!
La habitación era uno de los desvanes de la casa. Incluso antes de la guerra,
hacía años que Cameron no entraba allí. Sólo entraba luz por una de las ventanas
cuyas cortinas estaban entreabiertas, y a Cameron le costó un momento que los ojos
se le acostumbraran a la penumbra.
Entonces, vio que la niña había colocado una mesa y dos sillas en mitad de la
estancia, y que más allá había un colchón con una manta.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Sé que estás aquí —dijo Jackson—. Te tenemos atrapada, así que será mejor
que salgas.
Cameron miró todos los objetos, y vio otra silla más, una mecedora y una pila
de cajas de sombreros. Un pequeño movimiento bajo la mesa le llamó la atención.
Se volvió y sonrió.
—Demonios, Cameron, te dije que volvieras al coche. No deberías haber subido
las escaleras a esa velocidad.
Mientras Jackson protestaba, ella dio unos pasos todo lo sigilosamente que
pudo y se agachó junto a la mesa, agarrándose al borde para mantener el equilibrio.
La mirada de Cameron se encontró con otra.
La niña parpadeó.
—No pasa nada —dijo Cameron suavemente—. No vamos a hacerte daño —
dijo, y le ofreció la mano—. ¿Por qué no sales de ahí para que podamos verte?
Después de un momento, la niña tomó la mano de Cameron, tímidamente. Era
evidente que no lo hacía porque quisiera, sino porque sabía que estaba atrapada.
—Muy bien. Sólo tienes que salir para que te veamos —le dijo Cameron con
calma, como si la niña fuera un potrillo asustado—. Sal a la luz.
La niña obedeció y salió de debajo de la mesa. Cameron la condujo hacia la luz
que entraba por la ventana. Tenía la cara sucia de días, y también el vestido. Tenía las
rodillas muy delgadas y manchadas de verdín.
—Cielo Santo, ¿cuántos años tienes? ¿Diez, doce? —le preguntó Cameron,
agarrándola fuerte de la mano mugrienta.
Incluso a la débil luz, se le notaban las clavículas y las mejillas hundidas.
La niña se alejó lentamente, con la mirada clavada en Cameron.
—¿Puedes decirme cómo te llamas? —preguntó Cameron, haciendo
movimientos lentos para que no se asustara.
—Lacy —respondió la niña, indecisa. Parecía que todavía no sabía si debía salir
corriendo de nuevo o no. Pero, finalmente, se apartó un mechón enredado de pelo de
la cara y se quedó valientemente donde estaba—. Me llamo Lacy Campbell.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 20

Cameron se quedó mirando la cara de la niña. ¿Lacy Campbell? Por supuesto,


que tuvieran el mismo apellido tenía que ser una coincidencia. Sin embargo, una fría
puñalada de intuición en el estómago le sugirió que no era así. Había algo en aquella
niña… su forma de hablar, su forma de estar, la ponía muy nerviosa.
—¿Qué has dicho?
—¿Estás sorda? —le respondió la niña, poniéndose las manos en las caderas.
En una de ellas, llevaba un tirachinas que se había hecho con la rama en forma
de «v» de un árbol. De repente, su timidez se había transformado en bravuconería,
pero Cameron sabía que no era verdadera.
—Eh —le gruñó Jackson a Lacy—. Sé respetuosa.
La niña ni siquiera lo miró.
—¡He dicho que soy Lacy Campbell! —repitió, mirando a Cameron a los ojos,
con una actitud de desafío pueril—. Y ésta también es mi casa.
—Quiero que recojas tus cosas y te marches—le dijo Jackson—. Si no lo haces,
avisaré a las autoridades para que te arresten —se acercó a ella y la agarró por el
brazo.
La niña tiró para zafarse.
Los ojos de Lacy, grandes y de mirada inteligente, eran del color de la hierba,
con manchitas doradas. Aquellos ojos cautelosos tenían algo inquietantemente
familiar.
—Jackson, no —dijo Cameron, y se interpuso entre ellos para separarlos. Sin
dejar de escrutar el rostro de la niña con atención, le habló con suavidad—. Estás
equivocada. Ésta es mi casa. Es mía y de mi hermana. Mi padre nos la dejó cuando
murió.
Lacy sacudió la cabeza, mirándola con obstinación.
—Es posible que sea tuya, pero también es mía.
Cameron le ofreció su mano de nuevo.
—Me llamo Cameron Campbell. Era Campbell antes de casarme, pero ahora
soy Logan.
—Sé quién eres.
Lacy movió su mata enredada de pelo rojizo, y no hizo ademán de aceptar el
saludo de Cameron.
—¿De verdad?
Lacy asintió.
—Sí. Te veía en la ciudad, antes de la guerra. A ti y a la mulata. Siempre
llevabais vestidos y sombreros muy bonitos.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Cameron frunció el ceño. Estaba segura de que nunca había visto a aquella
niña, pero en realidad, en cuatro años podría haber cambiado mucho. Es posible que
fuera muy diferente.
—¿Crees que yo te conozco?
—No creo.
—¿Y dices que tienes derechos sobre Elmwood? Eso es imposible. El hecho de
que nos apellidemos igual es pura coincidencia. Mi hermana Taye y yo somos las
últimas Campbell en Mississippi. En todo Estados Unidos. No tenemos parientes
aquí. Habría que tomar un barco e ir a un lugar llamado Escocia para encontrar a los
familiares de mi padre.
Lacy se cruzó de brazos.
—Yo sé lo que sé.
Cameron pensó durante un momento. Se daba cuenta de que lo que decía la
niña no era cierto, claro. Si Lacy las había visto a Taye y a ella en Jackson antes de la
guerra, probablemente era un recuerdo nostálgico. Pero había algo en aquellos ojos
verdes y dorados que le decía que todo aquello era algo más que la invención de una
niña. Y Cameron se temía que no quería conocer aquella historia.
—¿Tienes hambre? —le preguntó Cameron, cambiando de tema.
—Claro. No hay nada en el jardín. Sólo he podido sacar unas cuantas cebollas y
judías de la vieja huerta de los esclavos. Algunas veces he podido cazar un pájaro o
una rata.
Cameron se estremeció.
—Está bien. Vamos abajo, y te daré algo de comer. He traído comida, y la
compartiré contigo.
—Cameron —Jackson la tomó por el brazo e hizo que se girara hacia él y lo
mirara. Le habló en voz muy baja—. No deberías hacer esto. Entiendo que te dé pena,
pero hay chicas en su situación por todo el sur. Deberíamos darle algo de dinero y
echarla de aquí. No puede traernos más que problemas, y más problemas no es
precisamente lo que necesitamos en este momento.
Cameron le lanzó a Jackson una mirada asesina, preguntándose qué quería
decir exactamente. Sin embargo, no dijo nada. Aquello no tenía nada que ver con
ellos, ni con sus problemas. Era algo sobre aquella golfilla medio muerta de hambre,
sin casa, que no era más que una niña. ¿Dónde estaba el corazón de su marido?
Cameron tiró del brazo y se zafó de la mano de Jackson.
—Vamos abajo —le dijo a Lacy—. Hará más fresco fuera.
Cuando bajaron, Cameron le dijo a Jackson:
—Hay una cesta de comida en la parte de atrás del carruaje. ¿Puedes traerla al
porche?
—Cam, sólo son las once…
—Podemos comer aquí. Traeremos una mesa y algunas sillas. Papá y yo
siempre comíamos en el porche.
Él se quedó inmóvil en mitad del vestíbulo, mirándola.
—No voy a dejarte sola con esa pilla. Podría hacerte daño.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¿Con su tirachinas?
Cameron le quitó por sorpresa el arma de la mano a Lacy.
—¡Eh! —protestó la niña.
—Sólo quiero guardártelo. Te lo devolveré —le prometió Cameron,
guardándose el tirachinas en el bolsillo. Después miró a Jackson—. ¿Por favor?
Para cuando Jackson volvió, con cara de pocos amigos, del carruaje con la cesta
de comida que les había preparado Naomi, Cameron y Lacy habían sacado al porche
una mesa de madera y tres sillas disparejas que habían encontrado dentro de la casa.
—Yo no tengo hambre —gruñó Jackson, mientras dejaba la cesta en el suelo,
frente a Cameron—. Necesito volver a la ciudad.
—Si tienes que irte —respondió ella—, vete. Llévate el coche. Después, manda a
alguien a que venga a recogerme.
—¡No voy a dejarte aquí sola con ella!
Cameron arqueó una ceja.
—Entonces, ¿vas a esperar a que comamos?
Jackson se alejó, caminando hacia la puerta abierta de la casa, y las miró
enojado.
Cameron no le hizo caso.
—Veamos lo que hay aquí —dijo, y sacó de la cesta varios paquetes envueltos
en papel—. Pollo. Queso. Peras. Ah, y la limonada de Naomi. Te va a encantar.
Lacy se sentó en una silla y miró boquiabierta las maravillas que Cameron
había puesto sobre la mesa.
—Por favor, come —le pidió Cameron—. A menos que quieras lavarte primero
—dijo.
Sin embargo, vio cómo las manos de la niña se movían como rayos. Lacy se las
arregló para tomar un trozo de pollo en cada mano, y una pera.
—No necesito lavarme —respondió Lacy entre dos mordiscos.
Cameron tomó una pera y la lanzó al aire. Después la recogió y le dio un
mordisco.
—Así que dices que Elmwood es tuyo. ¿Y cómo es eso?
—No parece que seas tonta. Ya te lo he dicho. Porque también soy una
Campbell.
Jackson hizo un sonido de desprecio por detrás de ellas.
Cameron miró, asombrada, cómo la niña tiraba al suelo frente al porche el
hueso del trozo de pollo que acababa de devorar. No sabía quién había criado a la
pobre niña, pero no había recibido muchas indicaciones sobre modales.
—Así que eres una Campbell. Supongo que una prima lejana mía, o algo así…
Cameron torció los labios, divertida, al ver que Lacy no respondía.
Probablemente, la niña habría oído que la heredera de los Campbell había vuelto e
iba a restaurar la casa de su familia. Entonces, habría ido allí para ver lo que podía
sacar.
—No—dijo, y le dio un mordisco a la pera, y después otro al segundo trozo de
pollo—. Eres mi tía.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Cameron estuvo a punto de atragantarse. Realmente, no se esperaba que la niña


dijera aquello.
—No esperarás que me crea que soy tu tía.
Lacy asintió. El jugo de la pera se le caía por la barbilla, y tenía los labios
grasientos.
—¿Vas a comerte el resto del pollo? —le preguntó, mirando la comida—. Está
muy bueno.
Cameron había perdido el apetito. Dejó en la mesa la mitad de la pera.
—Sírvete —le dijo, inclinándose hacia ella, estudiándola—. ¿Cómo vas a ser mi
sobrina?
—Soy la hija de Grant Campbell.
Cameron se recostó bruscamente en el respaldo de la silla, como si el fantasma
de su hermano hubiera aparecido en el porche. Respiró hondo, para intentar librarse
de la extraña sensación que le producía la mención de ese nombre.
Lacy estaba mintiendo, por supuesto. Grant no había tenido hijos.
—Mi hermano murió sin descendencia —dijo Cameron, fríamente—. No tuvo
hijos, ni legítimos ni ilegítimos.
—Ninguno que tú supieras —dijo Lacy, y tiró otro hueso de pollo por encima
de su hombro—. Pero el otro señor Campbell sí lo sabía.
Cameron se levantó de un salto.
—¿El otro señor Campbell? ¿De qué señor Campbell estás hablando?
—De tu padre.
—Creo que ya he oído suficiente—intervino Jackson—. Tiene que irse,
Cameron.
Cameron levantó la mano para indicarle a Jackson que se callara.
—No. Eso es imposible —le dijo a Lacy—. Mi padre no sabía nada de que
tuviera una nieta. Estás mintiendo.
Lacy sacudió la cabeza. Terminó la pera, comiéndose incluso el corazón.
—Mamá me dijo que tú dirías que era una gran mentirosa. Pero no lo soy —su
mirada dorada, que de repente era igual que la de Grant, se clavó en los ojos de
Cameron—. Por dentro, tú ya sabes que no lo soy.
Cameron se apretó la mano contra la boca.
—¿Quién era tu madre? —le preguntó—. ¿Cuántos años tienes?
—Cumpliré catorce a finales de este año, y mi madre se llamaba Maureen.
Maureen Matthews. Trabajaba en el DogEar Saloon.
Cameron recordaba aquel sitio vagamente, aunque había cerrado hacía años,
cuando el propietario había muerto en un tiroteo. Era un lugar lleno de jugadores, de
borrachos… y aparentemente, había diversiones de otro tipo.
—Entonces, tu madre era…
—Una limpiadora —dijo Lacy, mirando a Cameron a los ojos, desafiándola a
que dijera algo más.
La niña tenía agallas, más de las que pudiera esperarse para su edad.
—Mi madre limpiaba para el viejo Cárter, pero él no le pagaba mucho. Mamá

- 140 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

decía que el señor Campbell era agradable con ella, al menos al principio. Le
compraba bisutería bonita.
—¿Te refieres a Grant? ¿Mi hermano?
Lacy asintió.
—Mamá me contó que entonces era joven, que cojeaba y que quería compensar
aquello. Se creía que era todo un semental.
Cameron palideció. Grant tenía cojera. Se había caído de un caballo a los doce
años, y se había roto la pierna por varios sitios. No había sanado bien, y se le había
quedado más corta que la otra. Después de su herida, la personalidad de su hermano
había cambiado para peor. Siempre había intentado tapar aquella debilidad física
maltratando a los demás, intimidándolos.
Lacy se limpió la boca grasienta con el dorso de la mano, y la mano con el
vestido.
—Por supuesto, perdió interés en mi madre en cuanto empezó a crecerle la
barriga. Mamá me dijo que dejó de ir a verla. Le dijo que parecía una vieja puerca.
Cameron no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo era posible que Grant
hubiera engendrado un niño y lo hubiera ignorado? Sin embargo, ella sabía la clase
de hombre que había sido su hermano, y las cosas que había hecho.
—Si eso es cierto, aunque no estoy diciendo que te crea. ¿Por qué nunca vino tu
madre a vernos? ¿Por qué yo no sabía nada de ti?
—Sí vino. Vino a esta casa cuando yo todavía era un bebé. El señor Cárter la
había echado por culpa de que yo lloraba. Mamá no podía trabajar. Pero Grant
Campbell la echó sin contemplaciones de aquí—dijo, sin intentar disimular su odio—
. Pero el buen señor Campbell, el senador, como mamá lo llamaba —continuó, con la
cara iluminada—, vino a vernos al DogEar y nos dio dinero. Nos alquiló un buen
lugar donde vivir, encima de la botica. Nos traía dinero todos los meses, durante
años, hasta que…
Cameron se agarró a la espalda de la silla, perdida durante un momento en
aquella terrible noche de Elmwood.
—Hasta que murió —murmuró ella.
Lacy asintió.
—Al principio, mamá pensó que se había olvidado de nosotros, por la guerra y
todo eso. Él era un hombre muy importante. Pero después nos enteramos —dijo, y
bajó la mirada hasta la mesa—, Y lo sentimos mucho, porque era un buen hombre.
A Cameron se le llenaron los ojos de lágrimas. David Campbell había sido un
buen hombre, y aquella niña era una de las pruebas.
—¿Qué le ocurrió a tu mamá? —preguntó Cameron.
—Jesús —ladró Jackson—. ¿Te crees toda esta basura?
Cameron se sentó de nuevo frente a Lacy, esperando a que respondiera.
—No pudo encontrar trabajo cuando empezó la guerra. Ya no podíamos
quedarnos más en la casa de la botica, así que empezamos a dormir por ahí. Cuando
llegaban soldados a la ciudad, azules o grises, le daban comida a cambio de que les
lavara la ropa o se la cosiera —la mirada de la niña estaba llena de tristeza—.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Algunas veces, tenía que hacerles otros servicios. Cosas de hombres.


Cameron se echó a temblar. La madre de Lacy había vendido su cuerpo para
darle de comer a su hija. Para darle de comer a la nieta del senador David Campbell.
Era una historia asombrosa, tan asombrosa que, en lo más profundo de su alma,
Cameron supo que era cierta. Tenía que serlo. Todo encajaba. Grant había sido padre
de una niña cuando tenía quince años, y para proteger el nombre de los Campbell, el
senador se había hecho cargo de la madre y de la niña. Y si aún viviera, todavía
seguiría cumpliendo con su obligación hacia ellas.
—¿Dónde está tu madre ahora?
Lacy se miró las manos sucias en el regazo.
—Se puso enferma. Las tripas no paraban de funcionarle. Le salieron llagas por
todo el cuerpo. Yo intenté ayudarla lo mejor que pude. Intenté conseguir comida, e
incluso robé algo de té y una tetera, pero al final murió —terminó la niña,
suavemente.
—¿Y has estado sola desde entonces?
Lacy asintió.
—Vine aquí en marzo. Antes de que mi madre muriera, me tumbaba junto a
ella y las dos inventábamos historias sobre que vivíamos aquí, en esta gran casa, y
que bebíamos limonada en el porche, como ahora —le explicó, irguiendo sus
hombros delgados con importancia.
Después soltó una risa llena de nostalgia.
—Por eso viniste después de que muriera.
La niña se encogió de hombros.
—No tenía otro sitio a donde ir.
—¿Y has estado viviendo aquí desde entonces?
—Sí. Me instalé en el desván. Buscaba comida por ahí. Si venía alguien, me
escondía hasta que se iba.
—Pero entonces, yo volví a casa.
—Sí, y de repente este sitio se llenó de gente. Los obreros, yendo y viniendo, y
tú y tu marido, gritando.
Cameron notó que le ardían las mejillas. ¿Habría estado viéndolos Lacy el día
en que Jackson y ella habían discutido?
—Ya es suficiente —intervino Jackson de nuevo, desde la puerta—. Me voy a la
ciudad, y tú te vienes conmigo, Cameron. No me importa adonde vaya ella.
Cameron se tomó su tiempo mientras recogía las cosas y volvía a meterlas en la
cesta. Cuando terminó, colocó la silla bajo la mesa.
—Recoge tus cosas del desván y baja al carruaje —le dijo a Lacy, mientras se
volvía hacia Jackson, desafiante—. Vas a venir a casa conmigo.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 21

Cameron bajó al salón y se encontró a Taye y a Thomas sentados uno frente al


otro, absortos cada uno en un libro. Jackson había abierto las puertas del porche y
estaba fuera, apoyado en la barandilla, mirando hacia la oscuridad.
—Sólo Dios sabe por qué tenía miedo de dormir sola en una de las habitaciones
—dijo Cameron, sin dirigirse a nadie el particular—. Estaba durmiendo en Elmwood
sola en el desván, por Dios. Naomi le ha puesto un colchón en el suelo, en el cuarto
de la hija de una de las cocineras, y por fin las dos niñas se han quedado dormidas.
Taye levantó la mirada de su libro.
—Me alegro de que Lacy se haya instalado por fin. Ahora siéntate y pon los
pies en alto. Has tenido un día muy largo.
—Me siento muy bien, gracias. Mañana tendremos que ir a la ciudad a
comprarle ropa a Lacy.
—Yo iré, si quieres—dijo Taye, sonriendo.
Cameron se acercó a su hermana y le dio un golpecito en el hombro.
—Sabía que podía contar contigo, al menos —le dijo, mirando a Jackson, que no
le prestó atención.
—No te preocupes. Tengo que hacer otros recados, así que no me costará
trabajo —dijo, mientras se levantaba y salía al porche.
Cameron salió también, pero fue hacia Jackson y se quedó junto a él. Echó la
cabeza hacia atrás para sentir la brisa húmeda, cálida, e inhaló la bendita fragancia de
la madreselva en el aire.
—¿Dónde está Falcon? —le preguntó, intentando elegir un tema neutral para
hablar con su marido.
—No lo sé. Se marchó después de la cena.
—Con una mujer, probablemente —comentó ella, a la ligera.
Él ni siquiera sonrió.
—No creo. Falcon es muy reservado.
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, Falcon es libre de ir y venir cuando quiera. Y verdaderamente, yo no
creo que necesitemos un guarda aquí en casa.
—Yo no estaría tan seguro, Cameron. Ha habido otro asalto en una granja
cercana, hace dos noches. Los desgraciados quemaron el establo, se llevaron los
caballos y las gallinas del hombre y mataron y destriparon a su cerda, que estaba
preñada. Todo eso, delante de sus hijos y su mujer.
Cameron sacudió la cabeza.
—Jackson, la guerra ha terminado. ¿Por qué…?

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Esos hombres creen que se los ha empujado a ello. Creen que la guerra no les
ha dado otra opción. No hay trabajo, no hay dinero…
—¿Acaso los estás defendiendo?
—No, por supuesto que no. Esos hombres, y otros de su calaña, deben ser
detenidos si queremos que el sur se recupere. Sólo estoy diciendo que es más
complicado de lo que cree la mayoría de la gente —hizo una pausa, y añadió —:
Mañana salgo para Baltimore.
Cameron lo miró con un nudo en el estómago.
—¿Tan pronto?
—No me necesitas aquí, y yo tengo asuntos que atender.
Cameron lo entendió todo y fue incapaz de controlar su ira.
—Así que es Washington de nuevo, ¿verdad? Cuando hablamos de que nos
quedaríamos aquí, Jackson, entre otras cosas entendía que no habría más misiones
para el Departamento de Estado.
—Pero no siempre conseguimos lo que queremos, ¿verdad, Cameron?
Ella dejó escapar un gruñido de frustración.
—Si me estás hablando de Lacy, ¿por qué no dices a las claras que no quieres
que esté aquí? Es una Campbell, Jackson. No podemos echarle la culpa de que sea la
hija de Grant.
Cameron suspiró, mirando hacia la oscuridad. Sabía que Jackson estaba muy
enfadado por aquel asunto, pero no iba a ceder. Sabía, en lo más profundo de su
alma, que aquella niña era la hija de Grant, y por lo tanto, su propia sobrina. El
senador hubiera querido que ella la acogiera. Jackson, por supuesto, pensaba que no
tenía ninguna prueba, pero ¿cómo iba a explicarle que la prueba estaba en los ojos de
la niña, en la tristeza mezclada con el orgullo que Cameron había percibido en su
tono de voz cuando había mencionado a su abuelo, el senador?
—Lacy está mintiendo, Cameron.
—¡No es posible! Sabe demasiadas cosas como para que se las esté inventando.
—Cualquiera que viva en esta ciudad sabría las cosas que ella te ha dicho sobre
Grant y tu familia.
—No. Todo es propio de mi hermano, cruel y egoísta como él. Es cierto.
—No voy a discutir contigo sobre esto, Cameron. Esta noche no.
—Bien, porque la discusión ha terminado. Lacy se queda.
—No sé cuánto tiempo estaré fuera. He hecho una transferencia de dinero a la
cuenta del banco de la ciudad.
—No necesito tu dinero. Tengo el mío.
—Falcon ha accedido a quedarse a protegeros —continuó, sin hacer caso de sus
comentarios—. Taye y tú no vais a salir de las puertas de la plantación sin que os
acompañe Thomas o alguien más designado por él mismo.
Cameron abrió la boca para protestar, pero él la tomó del brazo con fuerza.
—No es un deseo. Es una orden. Falcon tiene sus instrucciones. Si me
desobedeces, te encerrará en casa y no saldrás. Créeme, lo hará. Él es leal hacia mí, no
hacia el apellido Campbell.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Deja de tratarme como a una niña.


—Cuando dejes de actuar como tal.
Cameron buscó en sus ojos grises algún brillo del amor que había visto en ellos
sólo hacía unas semanas, pero no lo vio.
Jackson le soltó el brazo y Cameron apretó los labios, llena de ira, de dolor.
—Si eso es todo lo que tienes que decirme, supongo que me iré a la cama. Te
veré cuando vuelvas.
—Te enviaré un telegrama para decirte cuánto tardaré. Puede que sean dos
semanas.
Cameron quería decirle que él era su marido, y que su sitio estaba allí, con ella.
Sin embargo, recordó que sólo había accedido a quedarse allí para consolarla por la
pérdida del bebé.
Salió del salón sin decir una sola palabra más, y se retiró a su habitación. Al
menos, allí podría encontrar consuelo en las palabras de su padre.

«—David, no —dijo Sukey, suavemente—. No debemos. Yo la agarré de la mano


y la guié por el bosque, junto al río. La luz de la luna nos iluminaba el camino. Sabía
que nadie nos echaría de menos, porque la jornada de trabajo había terminado para ella,
y mis padres estaban en un baile en una de las plantaciones vecinas.
Me volví a mirarla y atisbé su preciosa cara redonda. La visión de sus ojos negros
me aceleró el corazón.
—Casi hemos llegado. Espera a ver qué árbol.
A cincuenta metros del río había un ciprés centenario cuyas ramas habían crecido
hasta alcanzar el suelo del bosque, formando un refugio perfecto.
—Está muy oscuro —susurró ella.
Aparté las ramas y entré.
—He traído unas velas, y algo de comer —dije, y me di la vuelta.
Al hacerlo, me topé con ella, que me seguía. De repente, estábamos nariz con
nariz. Noté su respiración dulce en la cara.
—Sukey —susurré.
Ella me acarició el pecho. Yo sabía que no debía continuar, pero no pude
contenerme. Si no la probaba en aquel momento, me moriría. Incliné la cabeza y la besé
con suavidad. Casi me esperaba que hubiera relámpagos.
Y ocurrió, pero no de la forma que yo esperaba.
A ella le temblaron los labios. También sabía que aquello estaba prohibido.
—David —susurró.
—Shh —dije yo.
Entonces, ella separó los labios y me aceptó ansiosamente. Y supe, entonces, que
no había vuelta atrás».

Efia supo que Clyde había vuelto porque oyó ladrar a la perra. Eran más de las
doce de la noche, y ella ya estaba acostada.

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—¡Efia!—gritó Clyde.
Ella no quería salir de la cama. Estaba agotada, y le dolía la espalda de
descargar cajones de una carreta y meterlos en una casa abandonada, lejos de la
ciudad, en la carretera de Vicksburg. No sabía qué había en aquellos cajones y no
quería saberlo. No quería saber lo que Clyde y sus hombres hacían ni para qué
usaban aquella casa.
—¡Efia! —volvió a gritar Clyde—. ¿Dónde estás? ¡Haznos algo de comer!
Estaba borracho. Apartó la cortinilla que separaba su cubículo del resto de la
casa y Efia se incorporó como por un resorte, intentando taparse los hombros
desnudos con la sábana. Llevaba un camisón viejo y raído, y no quería que los
hombres de Clyde la vieran así. Uno había puesto una lámpara de queroseno sobre la
mesa. Todos estaban borrachos. Otro tenía en la mano una botella de whisky, y otro,
uno especialmente malo, llevaba una chaqueta que parecía buena y nueva.
—¿Dónde has estado, Clyde? —le preguntó suavemente, pegándose contra la
pared—. ¿Qué has estado haciendo? El sheriff y algunos soldados han estado en
Jackson esta semana.
—¡No es asunto tuyo! Vamos, haznos algo de comer.
—Al menos, déjame vestirme.
—No necesitas vestirte —le dijo, y tiró de ella. Después le dio un azote en el
trasero—. No hay nada que mis chicos no hayan visto ya —dijo, riéndose, y los
demás lo corearon.
—Y ahora, vamos —le ordenó Clyde—. Antes de que te dé con la bota en el
trasero. Haznos carne con verduras. Tenemos hambre.
Efia se apresuró a obedecer. Tomó una cacerola oxidada de un cajón que había
contra la pared. Mientras tomaba las verduras de una cesta, miró a los hombres
disimuladamente. Algunos se habían puesto a jugar a las cartas en la mesa, con
Clyde. Los otros habían salido al porche.
En la mesa, un hombre llamado Bucky llevaba un sombrero negro que Efia
había visto en un escaparate de la ciudad. Mientras echaba carbones en la cocina para
encender los fogones, le llamó la atención algo brillante que llevaba alrededor del
cuello. Parecía el collar de una mujer.
Efia no se atrevió a preguntar de dónde había salido todo aquello. En la ciudad,
había oído hablar de unos ladrones que estaban aterrorizando al condado. Ella no
sabía de dónde habían salido la ropa ni las joyas que llevaban, pero no era cosa suya
decir lo que estaba bien y lo que estaba mal. Sabía que si hablaba no conseguiría nada
más que ir a la tumba.
Efia se volvió hacia la cocina. Mientras removía las verduras en el agua con un
palo, recordó a Taye Campbell. No sabía por qué pensaba en la guapísima mulata,
pero se preguntaba qué estaría haciendo en aquel momento. Probablemente, dormir
con un camisón bueno en una cama grande, con sábanas limpias que olerían a rayos
de sol.
Clyde le levantó el borde del vestido lentamente, enseñándoles a los hombres el
trasero desnudo de Efia.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Ella se volvió y movió el palo ante él, con mucho cuidado de no golpearlo. Si lo
golpeaba, él la tiraría al suelo de una patada y probablemente le rompería otro
diente.
Los hombres estallaron en carcajadas y Clyde volvió a tirarle del borde del
camisón. Siempre era así, un matón. Nunca se cansaba de la misma broma estúpida.
La repetía una y otra vez, sin importarle cuánto daño le hacía.
—Bueno, voy a salir a orinar —dijo Clyde, evidentemente para que los demás lo
oyeran—. ¿Crees que podrías sujetarme las cartas?
Le metió la mano bajo el camisón e intentó insertar las cartas entre sus nalgas.
Los hombres volvieron a reírse ruidosamente.
Clyde habría conseguido lo que se proponía si ella no se hubiera echado a un
lado en cuanto sintió que las cartas le tocaban la piel.
—Ten cuidado—le dijo, agarrando la cacerola—. El agua de las verduras está
hirviendo. No quiero que te quemes.
Clyde dejó las cartas en la mesa y fue hacia la puerta, riéndose por sus propias
gracias. Efia lo vio de pie al borde del porche, observando orgullosamente cómo su
chorro dibujaba un arco en la oscuridad.
Efia había oído en la ciudad el rumor de que Taye Campbell estaba
comprometida con un abogado, Thomas Burl. Un hombre blanco. Efia también tenía
un hombre blanco, pero suponía que el de Taye no se orinaba desde el porche en sus
flores. A Efia no le sentaba nada bien aquello. Nada bien.

Jackson estaba sentado en una taberna de Birmingham, Alabama, tomándose


una jarra de cerveza.
Sintió una punzada de culpabilidad por estar allí en vez de en Mississippi. Su
deber era estar junto a Cameron mientras se recuperaba, pero estaba claro que no lo
quería allí. Ni siquiera había parpadeado cuando él le había dicho que tenía que irse.
Si le hubiera pedido que se quedara, o al menos hubiera protestado, él habría estado
dispuesto a enviar a Falcon en su lugar a encontrarse con Spider Barlett. Pero
Cameron no había dicho nada. Simplemente, había asentido y se había despedido.
Así que allí estaba, bebiendo cerveza caliente, vestido con ropa de uno de sus
criados, esperando a un contacto.
Un hombre negro se acercó a su mesa.
—He oído que está buscando a Spider. ¿Quién es usted?
Jackson atisbo el mango del cuchillo que el hombre llevaba escondido entre los
pliegues de la camisa sucia y polvorienta.
Él llevaba una pistola en la cintura del pantalón, en la espalda, y un pequeño
revólver en la bota, que podría alcanzar rápidamente si se encontraba en peligro.
—¿Y quién lo pregunta?
El hombre sonrió.
—Esto será mucho más rápido si confiamos el uno en el otro.
Jackson tomó la jarra de cerveza con más calma.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Es usted el que lleva el cuchillo, amigo. ¿Le apetece beber algo?
El hombre miró a su alrededor, se aseguró de que nadie le estaba prestando
ninguna atención y se sentó frente a Jackson.
—¿Cree usted que un negro libre también puede hacer algo por su país,
capitán?
Jackson lo miró por encima del borde de la jarra.
—Éstos son tiempos peligrosos. Un hombre tiene que tomar sus precauciones.
—Y si es negro, más aún. Me llamo Spider.
—Entiendo, Spider, que tiene usted información sobre cierto soldado.
—¿De nombre?
—Thompson.
—¿Quiere unirse a él?
Jackson miró al hombre atentamente. Aquél era siempre el quid de sus
conversaciones con los informadores. A veces, tenía que hacer un doble juego para
obtener la información que buscaba. Jackson no sabía si Spider estaba con Thompson
o contra él, pero respondió acertadamente.
—Quiero detenerlo antes de qué cometa alguna estupidez.
Spider sacudió la cabeza, y tomó la jarra de cerveza de Jackson.
—Tiene muchos hombres a su lado. Y hay mucha gente que ayuda a esos
hombres, les da comida, los esconde, los ayuda a reunir armas y munición. No sólo
en Alabama, sino en Mississippi y en Virginia, también.
—Necesito saber qué pretende hacer con el ejército que está formando.
Spider sonrió y se llevó la jarra a los labios.
—Quieren recuperar su honor, quieren que caiga el gobierno…
—¿Están planeando un asesinato?
Spider encogió sus enormes hombros.
—Podría ser, pero no creo. Son demasiados hombres. Estamos hablando de un
ejército.
—¿Cree que quieren marchar hacia Washington? ¿Van a atacar?
Un joven de pelo rubio, con una horrorosa cicatriz en la mejilla, apareció de
entre la oscuridad de la taberna.
—Spider, tiene que irse de aquí —susurró Jackson con urgencia, mirando tras
él—. Sabe que no pueden atraparlo aquí, codeándose con los demás. Lo lincharían
antes del amanecer.
Spider le dio el último trago a la cerveza y dejó la jarra sobre la mesa.
—Gracias.
—No, gracias a usted —Jackson deslizó la mano por la mesa y la levantó junto a
él, para enseñarle una pila de monedas.
Spider miró el dinero durante unos instantes.
—Yo no soy de esa clase de hombres.
Jackson le miró la camisa sucia y rota, y los zapatos gastados.
—Quizá su familia…
—Mi familia está muerta. Hago esto porque creo en el gobierno que tenemos en

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Washington. Y porque tengo que hacerlo —dijo, e inclinó el ala de un sombrero


imaginario, a modo de saludo—. Veremos qué puedo hacer por usted, capitán.
Jackson se medio levantó de la mesa mientras Spider desaparecía en la
oscuridad.
—¿Cómo puedo encontrarlo?
Hubo una risa.
—Ah, capitán Logan, nosotros lo encontraremos.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 22

—No tardaré —le dijo Taye a Cameron al bajar del coche—. Sé que Thomas está
muy ocupado, y solamente quiero pasar a verlo y ver cómo están progresando las
obras de su oficina.
—Tómate el tiempo que necesites —le dijo su hermana—. Lacy y yo estaremos
en la tienda de vestidos, y mandaré el carruaje a que te recoja.
Lacy estaba sentada junto a Cameron, con una espléndida sonrisa, emocionada
por montar en un coche.
—Oh, no es necesario —respondió Taye rápidamente mientras abría el
parasol—. Puedo ir andando. Es una distancia muy corta.
Falcon frunció el ceño y Cameron lo vio.
—Enviaré el carruaje por ti, Taye —insistió—. Que lo pases bien.
—Que lo pases bien, tía Taye —repitió Lacy, practicando sus modales.

Aquella mañana, Taye había estado diez minutos escuchando durante el


desayuno cómo Cameron le enseñaba a la niña a decir «buenos días» correctamente.
A Taye, la idea de que Cameron enseñara modales a Lacy le parecía irónica. Cuando
eran pequeñas, era Cameron la que se había rebelado contra el decoro, y Taye la que
siempre había intentado conducirla en la dirección correcta.
Taye miró a la niña, con la ferviente esperanza de que su hermana supiera lo
que estaba haciendo. La niña era salvaje y tenía el temperamento de una osa.
Cameron insistía en que era hija de Grant. Taye esperaba que su hermana tuviera
razón, y no hubiera dado un bocado más grande de lo que podía masticar.
En aquel momento, por supuesto, Lacy estaba sentada junto a Cameron
comportándose perfectamente, con las manos dobladas sobre el regazo, tal y como le
habían dicho. Quizá sólo necesitara una guía, tal y como Cameron había sugerido.
Taye observó cómo el carruaje se marchaba, e intentó ignorar a Falcon. Si él
quería mirarla fijamente en público de aquella manera, ella no tenía intención de
animarlo.
Se ajustó bien el sombrero y pasó sobre las tablas que se habían colocado para
los clientes y abrió la puerta del bufete de Thomas. La primera habitación era la
recepción, que acababan de pintar de color melocotón claro y que todavía olía a
pintura fresca. Había alguien clavando clavos en alguna parte del edificio, y también
se oía el ruido de una sierra.
—¿Thomas? —dijo ella.
Oyó una tos y un carraspeo. Él había estado tosiendo mucho desde que había

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

llegado a Jackson, y si aquello no cesaba pronto, Taye iba a insistir en que fuera a ver
a un médico.
—Aquí estás —le dijo, siguiendo un estrecho pasillo hacia lo que ella sabía que
sería su despacho, una vez que el muro trasero, que había derribado la artillería de
Sherman, fuera reconstruido.
—Thomas —dijo ella alegremente, cuando lo vio junto a una nueva ventana.
Tenía un visitante, un señor moreno de aire distinguido que tenía un pequeño
mostacho.
—Taye —dijo Thomas, limpiándose la boca con pañuelo. Se lo guardó en el
bolsillo y sonrió—. Qué detalle que hayas venido a verme.
Ella sonrió también, pensando que parecía que se había alegrado por su visita
de verdad.
—Espero no interrumpir.
—Por supuesto que no. Te estaba esperando. Señor Gallier, permítame que le
presente a la hija del senador David Campbell, Taye Campbell.
Taye se quedó helada. ¿La hija del senador? ¿Así iba a presentarla Thomas?
¿Cómo la hija del senador, y no como su prometida?
El señor extendió la mano para saludarla, pero de repente se detuvo y se quedó
mirándola. Pasaron varios segundos embarazosos antes de que parpadeara y
continuara amablemente.
—Discúlpeme, mademoiselle, es que me ha recordado usted a otra persona. A
alguien que perdí. Es un placer conocerla —dijo, con un marcado acento francés
criollo.
—Oui, también es un placer para mí conocerlo —dijo ella.
Le permitió que le besara la mano enguantada, obligándose a sí misma a
continuar sonriendo amablemente, aunque el corazón se le hubiera hundido. ¿Por
qué Thomas no la había presentado como su prometida?
—El señor Gallier es un futuro cliente, Taye. Conoció a Jackson en la guerra. Ha
sido muy amable por su parte pasar por aquí a ver cómo van las obras, ¿verdad?
Taye mantuvo la sonrisa en los labios.
—Verdaderamente amable.
—Bien, ahora tengo que irme, pero volveré la próxima vez que pase por
Jackson, ¿le parece, Monsieur Burl? Así podremos estudiar a fondo mis opciones.
—Sí, sí, claro, por supuesto —Thomas le tendió la mano con entusiasmo—.
Estoy deseando volver a verlo. En cuanto me envíe esos documentos, empezaré a
trabajar inmediatamente.
El señor Gallier le hizo una suave reverencia a Taye y se puso de nuevo el
sombrero.
—Au revoir.
—Bien —dijo Thomas, cuando el señor se marchó—. ¿Estás teniendo un buen
día?
Ella escrutó su rostro, con la esperanza de que hubiera malinterpretado sus
palabras. Quizá sólo hubiera estado nervioso por tener un nuevo cliente y se hubiera

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

aturullado en la presentación. Después de todo, Thomas nunca había sido muy


proclive a la conversación social. Quizá se había dado cuenta de su error, pero no
había sido capaz de pensar en un modo airoso de corregirlo. Cualquiera de esas
pequeñas faltas habría sido perdonable. Lo que no podría perdonarse sería que
Thomas no hubiera mencionado su relación porque ella lo avergonzaba.
—Estaba teniendo un día muy bueno hasta que he llegado aquí —le dijo Taye,
claramente.
Él frunció el ceño.
—¿A qué te refieres? —le preguntó Thomas, pasándose la mano por la calva
con nerviosismo.
Ella se acercó a él y le habló en voz baja, para que los obreros no escucharan la
conversación.
—Me has presentado al señor Gallier como la hija de David Campbell.
—Bueno, sí. La mayoría de la gente se enteró durante la guerra. Son viejas
noticias, Taye. Sinceramente, dudo que…
—Me has presentado como la hija de David, y no como tu prometida.
El se puso rojo al instante, y aunque Taye tenía la esperanza de haberse
equivocado, por su reacción supo que no había sido así. Se le cayó el alma a los pies.
—Thomas, ¿por qué lo has hecho?
—Yo… no lo sé —confesó—. Tenía en la punta de la lengua decir que eres mi
prometida. De veras… —entonces, empezó a toser y se sacó el pañuelo del bolsillo.
El ataque se prolongó durante un minutó. Era una tos convulsiva, incontrolable,
que le salía directamente del pecho.
Ella esperó hasta que se calmó.
—¿Pero no lo dijiste?
Él se retorció. Finalmente, se limpió la boca con el pañuelo.
—Lo siento, Taye. Ha estado muy mal por mi parte. Es sólo que acabo de volver
a Jackson, y aquí hay gente que ha sufrido mucho. Están intentando
desesperadamente retener lo que puedan de sus antiguas vidas y…
—¿Y no piensan que un hombre blanco deba casarse con una negra? —lo
desafió ella.
—No, no, no es eso. Es sólo que… —Thomas dejó caer la cabeza—. Sí, supongo
que es eso —susurró—. Lo siento.
Parecía que se arrepentía de verdad, pero aquello no mitigó el dolor que Taye
sentía en el pecho.
—Deberías avergonzarte —le dijo.
Quería llorar, pero contuvo las lágrimas.
—Me avergüenzo de veras, Taye. Ha sido un error de juicio. De verdad te
quiero.
—¿Y aún quieres casarte conmigo? Porque si no quieres, Thomas, deberías
decírmelo ahora —él tardó un momento largo en responder, un momento más largo
de lo que a ella le hubiera gustado.
—Por supuesto que quiero casarme contigo —dijo. Se metió el pañuelo en el

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

bolsillo y le tomó la mano—. Pero, de verdad, está siendo mucho más difícil de lo
que yo pensaba.
Ella se echó hacia atrás. No quería que la tocara.
—¿Qué es más difícil?
Él no la miró a los ojos.
—Estar aquí. Hablar con gente que ha perdido tantas cosas. Sé que está mal,
pero ¿te das cuenta de que culpan a los esclavos liberados por todo lo que les ha
ocurrido?
—Pero, Thomas, ¿qué tiene que ver eso conmigo? —le preguntó Taye—. Mi
padre nos liberó a mi madre y a mí hace muchos años. ¡Yo no empecé esta guerra!
—Lo sé—Thomas sacudió la cabeza con tristeza—. Lo sé. Por favor, no te
enfades conmigo, Taye. No soportaría que te enfadaras. Pero… tú eres mucho más
fuerte que yo… yo soy débil —murmuró—. Es tu sangre Campbell, supongo.
—No, Thomas. Estás equivocado. No eres un hombre débil —al mismo tiempo
que intentaba convencerlo a él, intentaba convencerse también a sí misma—. Piensa
en todas las cosas que hiciste en la guerra. Eres un hombre valiente. Un héroe.
—Jackson —susurró Thomas—. Lo hice todo por Jackson, y con Jackson. Yo no
tengo agallas.
Taye suspiró, abatida. Tenía razón. Taye no quería que la tuviera, pero era así.
—Has sido valiente para decirme que el color de mi piel te preocupa —le dijo
suavemente.
—Por favor, deja que te compense—le rogó Thomas—. No te marches
enfadada.
Ya no sentía cólera, pero en su lugar había un dolor que conocía muy bien. Taye
había esperado que Thomas lo mitigara, pero se dio cuenta de que él nunca podría
hacerlo.
—Creo que deberíamos hablar de esto más tarde, cuando los dos hayamos
tenido tiempo para pensar —le dijo amablemente.
Él asintió. Parecía que estaba aliviado de que ella se marchara.
—Tienes razón. Por supuesto, tienes razón. Nos veremos esta noche. Quizá
debiéramos ir a dar un paseo después de cenar.
Taye se volvió y salió del despacho. Se sacó el pañuelo del bolsillo y se secó los
ojos humedecidos. Siempre había estado segura de que lo que quería era casarse con
Thomas, pero en aquel momento se sentía como un barco a la deriva. A medio
camino del pasillo, casi se chocó con Falcon.
—¡Oh! —exclamó Taye—. No me había dado cuenta de que habías entrado —le
dijo. Sus miradas se cruzaron, y ella se dio cuenta de que Falcon habría oído, al
menos, la última parte de su conversación con Thomas—. ¡Estabas escuchando! —lo
acusó.
—Estaba esperándote, tal y como me dijo Cameron.
Taye siguió caminando hacia la salida, totalmente mortificada porque Falcon
hubiera oído lo que había ocurrido entre su prometido y ella… si todavía era su
prometido.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Cuando llegaron al carruaje, Falcon la tomó por la cintura y la subió antes de


que ella tuviera tiempo para protestar. Taye cayó sobre el asiento y al instante se
deslizó para hacerle sitio.
—Lo siento —le dijo él, suavemente, mientras soltaba el freno y arreaba a los
caballos para que se pusieran en marcha.
—¿Por qué? —le soltó ella secamente, disimulando el dolor que sentía con ira,
tal y como había visto hacer a Cameron muchas veces—. Tú no has hecho nada malo.
—Siento que en este lugar se juzgue a una persona por el color de su piel. Mi
gente ha sufrido mucho por esos prejuicios.
Taye se volvió hacia él, y por primera vez se dio cuenta de que, de toda la gente
a la que conocía, Falcon era la única persona que realmente podía entender su
situación.
—Jackson me contó que tu madre es cherokee —dijo ella, en un tono suave.
Él asintió.
—Está muerta.
—Lo siento.
Él la miró, y Taye se sintió como si tropezara y cayera en aquellas lagunas
negras.
—Sé que lo sientes —dijo, y le cubrió la mano con la suya.
Mientras avanzaban por la calle, con la mano bajo la de Falcon en medio del
banco, Taye se preguntó qué iba a hacer. Y se preguntó también cuál sería su
elección, y qué papel jugaría Falcon en ella.

Thomas se quedó en mitad del despacho vacío, mirando la puerta por la que
Taye acababa de salir, sin poder creerse lo que le había hecho. ¿Cómo podía haber
sido tan débil y tan miserable?
Taye siempre había sido buena con él. Le había ofrecido su amor una noche en
el golfo de México, en la cubierta de un barco. Era la primera mujer que lo había
amado. ¿Y él iba a pagárselo así?
Comenzó a toser de nuevo, y tuvo que sacar el pañuelo. Tosía tan fuerte que se
dejó caer en una silla, en una esquina de la habitación. Estaba empeorando. Había
probado con diferentes preparados que le habían dado en boticas de Baltimore,
brebajes de sabor y olor desagradables, pero los síntomas no habían desaparecido.
Siguió tosiendo hasta que creyó que los pulmones iban a estallarle. Se limpió la
boca con el pañuelo, intentando pensar qué le diría a Taye aquella noche cuando
fueran a pasear.
Quizá debiera mudarse a la casa de sus padres. Ya habían limpiado y arreglado
varias habitaciones, y estaban habitables. Vivir apartado de Taye le daría tiempo para
pensar. Él le había dicho que se casaría con ella, y si eso era lo que Taye quería, él
cumpliría su promesa. Pero después de haber visto el tipo de hombre que era,
esperaba que Taye pensara mucho en aquella proposición. Y si Taye decidía que no
se casaría con él…

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Miró el pañuelo blanco, manchado de sangre. Quizá aquello fuera lo mejor.

—Siento molestarlo en su casa, señor —dijo Jackson, mientras entraba en la


biblioteca del secretario Seward, tendiéndole la mano—. Su secretario personal me
dijo que no tenía usted intención de ir a su despacho en un par de días, y yo
necesitaba hablar con usted. He recibido una información esta misma mañana, y
tengo que marchar lo antes posible a Chattanooga.
—Jackson, por favor, no se disculpe más. Por favor, siéntese. ¿Cómo puedo
ayudarlo? Si necesita ir a Chattanooga, sabe que tiene hombres y dinero a su
disposición. No tenía que pedirme permiso.
—En realidad, señor, he venido para eso. Necesito su permiso para ir solo.
Falcon Cortés se ha quedado en Mississippi para proteger a mi mujer y…
—Ah, ahora entiendo. Hablamos de la señorita LeLaurie —dijo Seward, con la
expresión seria.
Jackson miró la lujosa alfombra oriental que había bajo sus pies. Durante la
última semana, no había hecho otra cosa que pensar en aquel asunto de Marie. Sabía
que no podía volver a verla. Era lo menos que podía hacer por Cameron. Y, aunque
Jackson no quería que sus asuntos personales interfirieran con los asuntos de estado,
sabía que no podía seguir en contacto con Marie.
Seward encendió su pipa.
—Así que los rumores…
—Will —dijo Jackson, dirigiéndose al secretario con todo respeto—. Mi esposa
ha tenido un aborto hace muy poco tiempo. Ya sabe lo dañinos que pueden ser los
cotilleos. Un rumor no tiene por qué ser cierto para herir a los demás.
Seward observó a Jackson durante un momento, y después asintió.
—La señorita LeLaurie será apartada de la misión.
—Si usted lo prefiere, puedo ser yo el que se retire. Yo…
—Jackson, seré franco. Usted no es el primer caballero que ha tenido
dificultades para trabajar con la señorita LeLaurie. Es un excelente operativo, pero
digamos que disfruta haciendo que las misiones se conviertan en algo más personal
de lo que deberían ser. Usted no es el primer hombre que ha acudido a mí con esta
preocupación. Y, aunque ella tiene muchos y muy buenos contactos, ésta fue una de
mis grandes dudas al contratarla para que nos ayudara al principio de la guerra. Su
reputación con los hombres casados la precedía.
Jackson notó que la vergüenza le encendía las mejillas. ¿Él no era el único
hombre que había caído en la red de Marie? Aquello hizo que se sintiera un poco
mejor. No era una excusa, pero le aligeró la conciencia. No quería hacerle daño a
Marie, pero mejor a ella que a Cameron.
—En realidad, ya tengo otra misión para ella. Irá a Nueva Orleáns de nuevo.
Jackson se dio cuenta de que a Seward no le gustaba demasiado Marie. Y, casi
sobresaltado, se dio cuenta de que a él tampoco le había gustado demasiado. Las
relaciones sexuales con ella habían sido buenas, pero… nunca había sentido con ellas

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

las mismas cosas que había sentido con Cameron.


Había sido débil. Había dejado que la necesidad y las circunstancias
comprometieran su sentido del bien y del mal. No había forma de cambiar la verdad.
Y tampoco se podía cambiar las cosas que ya habían sucedido. Nunca más se
mezclaría con Marie, se juró en silencio.
Seward carraspeó, con la pipa en la boca.
—¿Hay algo más que pueda hacer por usted, Jackson? Siento oír que su mujer
no se encuentra bien.
Jackson sacudió la cabeza.
—Está mucho mejor. Me marcharé para Chattanooga en uno o dos días —dijo,
y se levantó para marcharse. Se sentía como si se le hubiera quitado un gran peso de
los hombros—, Gracias por recibirme, señor.
—Me pondré en contacto con la señorita LeLaurie y la informaré personalmente
del cambio de planes.
—No —dijo Jackson—. Yo… tengo que hablar con ella yo mismo. Si le parece
bien, señor. Le diré que ha cambiado de misión y que debe dirigirse a usted para
obtener información.
—Muy bien. Cuídese, y cuide a su esposa. Es una mujer bella e inteligente, y
usted es muy afortunado por tenerla a su lado.
—Gracias, señor. Estoy de acuerdo con usted. Buenas noches.

—Jackson, mi amor —dijo Marie, mientras entraba en el despacho de la


mansión de Jackson en Baltimore.
Estaba tan espléndida como siempre, vestida para la ópera. Llevaba un vestido
de seda dorada y un tocado de plumas diminutas y cuentas doradas en el pelo de
ébano. Era como una diosa.
—He venido tan rápidamente como he podido, en cuanto he recibido tu
mensaje.
—Puedes irte, Addy —dijo Jackson.
La criada, que había acompañado a Marie, tenía el ceño fruncido. Estaba claro
que toda su lealtad era para Cameron.
Retrocedió dos pasos y salió.
—Pero deja abierta la puerta.
Addy abrió la puerta de par en par, mirando a Marie con cara de pocos amigos,
y se marchó.
—Cielos—comentó Marie—. A estos negros se les ha subido a la cabeza la
décimo tercera enmienda, verdaderamente. Antes de que nos demos cuenta estarán
pidiendo el voto.
Jackson se levantó de la silla de su escritorio, estudiando el precioso rostro de
Marie. Mirándola en aquel momento, se dio cuenta de que tenía una dureza que no
había visto antes. ¿Habría estado siempre allí?
—Siento haberte molestado, Marie. Sé que vas a la ópera —le dijo fríamente.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Por ti, Jackson —ronroneó ella—, caminaría por el desierto, escalaría…


—Marie —la interrumpió él. No estaba de humor para sus manipulaciones—,
no será más que un momento.
—¿Has tenido noticias de Thompson? —preguntó ella, mirándolo con atención.
Parecía sorprendida por su tono de voz, insegura de lo que iba a oír—. Puedo estar
preparada en dos horas.
—Marie, te han asignado otra misión—dijo él, y bajó la mirada hacia el
escritorio, lleno de papeles, que antes había sido de su padre.
—¿Otra misión? ¿Qué quieres decir, Jackson?
—Lo que he dicho. Yo continuaré investigando a los Thompson's Raiders. El
secretario Seward tiene otra misión para ti.
—No puede cambiarme de misión. Hablaré con él… —le dijo, mientras se
acercaba al escritorio.
—Marie… esto no ha sido idea de Seward. Ha sido mía.
Ella se detuvo en seco, con los ojos muy abiertos.
—¿Qué?
—Le dije a Seward que no quería volver a trabajar contigo.
—Oh, Dios, Jackson, no me digas que tu mujer…
—Deja a mi mujer en paz —cortó él, cada vez más irritado—. No quiero trabajar
más contigo porque no soporto verte.
Ella retrocedió. En el primer instante, el dolor se le reflejó en la mirada, pero
después se le endureció la expresión de la cara.
—No puedes hacerme esto —dijo entre dientes—. Los hombres no se deshacen
de Marie LeLaurie.
—¿No? Yo sí. Mañana me voy de Baltimore, y no creo que vuelva.
—Espera un momento. Yo no tengo por qué aguantar que me trates así. No
acabaremos hasta que yo diga que hemos acabado, y si no recapacitas, yo…
—¿Qué? —le preguntó él, en un tono glacial.
—Se lo diré a tu mujer.
Jackson había supuesto, al llamar a Marie aquella noche para que fuera a verlo,
que ella podría amenazarle con algo así. Pero casi estaba seguro de que no viajaría a
Mississippi para hablar con Cameron. Por lo que Seward había dicho, Jackson
supuso que Marie tenía a otros hombres casados a los que perseguir.
—Será mejor que no lo hagas—le advirtió él, mirándola a los ojos.
—¿O qué? —le preguntó ella, gritando—. ¿Qué me harás?
Él se acercó a la puerta de su despacho.
—No es a mí a quien tienes que temer —le dijo, mientras salía—. Es a Cameron
Campbell. Addy—llamó—. Por favor, acompaña a la señorita LeLaurie a la puerta.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 23

—Hemos visto a Efia hoy, en la ciudad —le dijo Cameron a Taye.


Taye levantó la vista de los poemas de Longfellow que estaba leyendo. Había
releído la misma página tres veces.
—¿Sí?
—Nos preguntó por ti —dijo Cameron.
Estaba sentada en una butaca, con Lacy frente a ella, sentada en un escabel.
Cameron estaba intentando deshacerle con un cepillo los enredos que tenía, de
meses, en el pelo rubio rojizo.
—Es una chica muy amable —dijo Cameron, distraídamente.
Thomas le había mandado un mensaje, aquella tarde, diciendo que no podría ir
a cenar con ellas. Tenía mucho trabajo, según decía antes de disculparse
profusamente. Lo que más le molestaba a Taye era que no se sentía terriblemente
desilusionada. Se sentía culpable. No quería ser mala ni desagradecida. Quería ser lo
que su madre había querido que fuera, y para lo que la había educado. Sin embargo,
por dentro, su verdadera personalidad pugnaba por salir. Y ella no estaba segura de
quién era.
Y, para empeorar las cosas, aquella noche en la que Thomas no había podido ir
a cenar Falcon había accedido encantado a acompañarlas. Había bajado con una
chaqueta roja de franela, con los botones plateados y brillantes, que a cualquier otro
le habría sentado ridículamente. Sin embargo, él estaba muy guapo.
Después de comportarse como un perfecto caballero sureño, escoltando a las
mujeres al salón y apartando las sillas para que se sentaran, había entretenido a
Cameron y a Lacy con historias sobre el oeste, donde había cabalgado entre manadas
de búfalos y había escalado por paredes verticales de precipicios para visitar
antiquísimas viviendas excavadas en la roca por sus antepasados indios.
Falcon era un hombre seguro de sí mismo y muy divertido cuando quería.
Hablaba apasionadamente de sus aventuras, y su entusiasmo era contagioso. A pesar
de lo mucho que Taye intentaba ignorarlo, cuando él hablaba, ella no podía evitar
quedarse fascinada con cada una de las sílabas. Cuando él se la describía, no podía
evitar sentir la arena caliente del desierto bajo los pies, ni oír el retumbar de las
pisadas de los búfalos mientras corrían por la cresta de una colina.
Y, cuando su mirada negra se clavaba en ella desde el otro lado de la mesa, no
podía controlar el fuego que se encendía en su interior. Con sólo una mirada o una
palabra de Falcon, Taye sentía una energía que no sabía identificar. Casi no podía
estarse quieta en la silla, y se movía más nerviosamente que Lacy. Apenas podía
comer. Sólo podía pensar en los besos que Falcon y ella se habían dado, y en la

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sensación que le producía la mano de aquel hombre sobre la suya, cuando habían ido
juntos en el carruaje. Él había sido comprensivo y la había consolado sin juzgarla, y
ella no podía evitar sentirse agradecida por la amabilidad que le había ofrecido.
Taye apartó sus pensamientos de Falcon y se concentró en lo que le estaba
diciendo Cameron. Estaba charlando alegremente, y Taye se daba cuenta de que cada
día que pasaba era más ella misma.
—Ha sido realmente extraño —estaba diciendo Cameron—. Efia me preguntó
por Thomas. También me preguntó cuándo ibas a casarte, y dónde vivirías.
—Supongo que tendría curiosidad —dijo Taye, forzando una sonrisa—.
¿Quieres que te ayude con el pelo de Lacy? —le preguntó para cambiar de tema
enseguida.
—¡No! —exclamó la niña. Se levantó del escabel con el cepillo colgándole del
pelo, con los ojos verdes muy abiertos, salvajes—. Lo hará Cameron.
—Muy bien —dijo Taye amablemente—. Está bien, Lacy. Sólo quería ayudar,
eso es todo. Cameron lo hará, y yo sólo miraré.
—Siéntate—le dijo Cameron a Lacy, y la empujó con suavidad por el hombro
para que volviera a sentarse—. O si no, te arrancaré el pelo de la cabeza.
Lacy miró a Taye cautelosamente, pero volvió a sentarse.
Lacy no tenía miedo de Taye, ni de las demás mujeres de la casa, pero estaba
claro que su preferida era Cameron. Con los hombres, sin embargo, era algo
diferente. Era evidente que no se fiaba de ellos. Cuando Jackson había intentado
ayudarla a bajar del carruaje, el día en que habían llegado de Elmwood a Atkins'
Way, había querido morderlo. Había hecho falta que Cameron, Naomi y Taye la
convencieran de que saliera de debajo del carruaje, donde se había retirado cuando
Jackson la había soltado, con una gran barra de caramelo.
Taye supo inmediatamente que la niña, fuera quien fuera, había sufrido abusos
por parte de los hombres. No estaba molesta por la desconfianza de Lacy hacia ella.
Era normal que se sintiera vinculada a Cameron, porque era ella quien la había
encontrado. Y Taye no podía evitar pensar que aquello era justo lo que su hermana
necesitaba en aquel momento.
—Creo que Longfellow y yo nos vamos a dormir —dijo Taye. Cerró el libro y se
levantó—. Nos veremos por la mañana —añadió, mirando a Lacy—. Jovencita, tú y
yo tenemos una reunión después del desayuno, para empezar con tu primera lección
de lectura.
Lacy abrió la boca para protestar.
—Bueno, bueno—dijo Taye dulce pero firmemente—. Nos sentaremos a la
mesa, en el despacho, mientras Cameron trabaja. Así podrás estar con ella. Pero
necesitas aprender, y aprenderás —le dijo, moviendo el dedo índice—. Y deja que te
diga que seguro que preferirás mis métodos a los suyos. No tiene ninguna paciencia.
Es una profesora malísima.
Cameron se rió, mientras pasaba el cepillo por uno de los rizos recién liberados
de la niña.
—Taye tiene razón en eso, Lacy.

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Lacy le dedicó una sonrisa tímida a Taye.


—Gracias. Buenas noches… tía Taye.
—Buenas noches, cariño —respondió Taye.
Les lanzó un beso a las dos y salió, con el libro bajo el brazo, hacia las escaleras.
Casi había llegado a su habitación cuando notó una mano en el hombro.
Estuvo a punto de gritar del susto.
—¡Falcon! Me has asustado —dijo, con el corazón acelerado.
—Lo siento.
—No deberías acercarte a la gente tan silenciosamente —lo reprendió,
abrazándose a su libro.
—Lo siento. Sólo quería saber cómo estás —le dijo. La estudió con atención,
mirándola a los ojos, sin que ella pudiera apartar su mirada—. Él no ha venido a
casa.
—No pasa nada. Lo entiendo. Él…
No pudo terminar. Notaba que estaba temblando. No sabía si era por las
emociones del día, o por tener a Falcon tan cerca. Estaba muy confundida.
Confundida por sus sentimientos hacia Thomas y por sus sentimientos hacia aquel
hombre al que apenas conocía, pero con el que soñaba todas las noches.
Falcon le tomó la mano y ella se calmó de inmediato. Lo miró, hipnotizada,
mientras él se la llevaba a los labios, y le besaba la yema de todos y cada uno de los
dedos. Con cada beso, una chispa de placer le recorría la mano, bajaba por el brazo y
ascendía hacia su torso. Al tercer dedo, él le había encendido una hoguera en el
vientre.
Taye temblaba. No entendía nada. ¿Cómo era posible que aquel hombre le
hiciera sentir todo aquello, simplemente besándole los dedos?
Falcon terminó en el pulgar, y después se llevó la mano a su cara. Perdida en las
profundidades de sus ojos, se vio acariciándole la mejilla, deleitándose con el calor de
su carne.
Él guió los dedos de Taye por su mejilla, por la barbilla y por los labios
sensuales, recordando cómo era sentirlos sobre su boca.
Le pareció natural que él se inclinara hacia ella, y que ella inclinara la cabeza y
elevara la barbilla para que él la besara. Mientras Falcon hacía el beso más profundo,
Taye seguía acariciándole la mejilla. Sin poder evitarlo, dejó escapar un suave
suspiro.
Taye notó que se le tensaba el cuerpo de una suave impaciencia mientras Falcon
la rodeaba entre sus brazos, la acunaba contra su calor y su fuerza. Cuando notó su
mano en la cintura, no se apartó. No le importaba nada, excepto su sabor. Nunca
podría conseguir suficiente de él. Y entonces, antes de que ella pudiera pensar, antes
de que pudiera detenerlo, Falcon le acarició el pecho.
A Taye se le cortó la respiración. Iba a protestar, pero en vez de eso, sólo emitió
un gemido.
Incluso a través del vestido y de la ropa interior, sintió el calor de la palma de
su mano sobre el pecho. Notó que se le endurecía el pezón, y de repente, la suavísima

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seda de su camisola le pareció áspera como una lana vieja contra la piel.
Falcon sólo la acarició durante unos segundos, antes de liberarla.
Pero Taye quería más. Notaba el calor del azoramiento en las mejillas. ¿O sería
algo más, sería el fuego desmedido que le ardía en las entrañas?
No sabía qué decir. Sólo sabía que si no se alejaba de Falcon en aquel momento,
lo seguiría a su habitación. Y entonces, no sabía de lo que sería capaz, completamente
atrapada en su hechizo tal y como estaba.
—Taye —susurró él, y su nombre le pareció algo exótico.
Algo amado.
Taye levantó una mano para acallarlo.
—Por favor. No digas nada—murmuró—. Esta noche no.
Y entonces, con el libro en la mano, entró en su habitación y cerró la puerta.
Durante unos minutos, se quedó apoyada en la puerta, con los ojos cerrados,
mientras esperaba a que el corazón aminorara su ritmo. Escuchó la respiración de
Falcon al otro lado de la puerta. Después, oyó sus pasos.
Y sólo cuando se desvaneció aquel sonido, se permitió abrir los ojos.
—Oh, Dios —dijo, en un suspiro—. ¿Qué estoy haciendo?
Aquella noche, sus sueños volvieron a estar poblados de imágenes de aquel
hombre moreno, de sonrisa espléndida y manos mágicas.

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Capítulo 24

Dos semanas después, Taye esperaba al final de la escalinata a que Thomas


bajara de su habitación. Cada mañana de aquellos quince días, exactamente a las
ocho en punto, él había bajado la escalera y había salido de la casa sin hablar con
nadie. Se iba directamente a su despacho, y no volvía hasta que había pasado la hora
de la cena. Cuando veía a Taye, sin duda por casualidad, siempre le hablaba con
amabilidad y le preguntaba por su salud, pero nunca había cruzado la línea de algo
remotamente personal. Y, por supuesto, no mencionó el incidente con el señor
Gallier.
Taye estaba cansada de esperar a que él iniciara la conversación que debían
tener. Si él no iba a hacerlo, ella lo haría.
Lo oyó toser en el piso de arriba, y después sus pasos ligeros sonaron en el
pasillo. Cuando bajó los escalones, ella salió de su escondite.
—¿Taye?
Thomas se quedó tan sorprendido de verla, que por un instante, Taye pensó
que iba a volver a subir corriendo.
—Thomas —le dijo sonriendo, intentando calmarlo—. Buenos días. Me estaba
preguntando si tenías unos minutos. Podría hacerte algo de desayunar.
—No, no, gracias. No tengo mucha hambre.
—Entonces, quizá una taza de café. ¿O té?
Él sacudió la cabeza, mirando la puerta principal. Taye sabía que estaba
intentando pensar en alguna excusa para escapar de ella.
—No, muchas gracias. Tengo que irme. Va a venir un cliente a las nueve al
despacho, y tengo que estar completamente preparado.
Taye estuvo tentada de dejar que se marchara. Sin embargo, no quería
preocuparlo más. Él estaba tan cansado de aquella situación que estaba empezando a
quedarse amarillento y delgado.
—Thomas —le dijo, con firmeza—. Esto sólo será un minuto, pero es necesario
que hablemos.
Finalmente, él la miró de mala gana.
—Es cierto —convino con suavidad.
Ella asintió.
—Los dos hemos tenido tiempo para pensar, y me preguntaba si… si habías
reconsiderado tus intenciones.
Él la miró con aprensión, y después apartó la mirada.
—Tienes dudas, y no te culpo. Lo entiendo —respondió, rápidamente.
Y Taye se quedó sorprendida por su respuesta. ¿Él le iba a atribuir dudas a ella?

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Él era el que había admitido que tenía dudas sobre su herencia.


—Ahora no estamos hablando de lo que quiero yo, Thomas. Estamos hablando
de lo que quieres tú.
Si Thomas le hubiera declarado su amor en aquel momento, Taye se habría
prometido a sí misma que haría todo lo que estuviera en su mano para hacerlo feliz.
Haría que su relación funcionara porque él era un buen hombre, y porque aquello
habría complacido mucho a su padre, y también a Cameron, a la que ella adoraba.
Pero Thomas no respondió inmediatamente, y Taye notó que se le encogía el
estómago al darse cuenta de que sus miedos no habían sido infundados. Y aquella
idea la entristeció. Sin embargo, al mismo tiempo notó alivio.
—Thomas —le dijo suavemente.
—Creo que los dos necesitamos más tiempo—dijo él. Se sacó el pañuelo del
bolsillo de la chaqueta y se secó la frente sudorosa—. Hoy mismo quería decirte que
voy a trasladarme a casa de mi familia. Ahora está… habitable —dijo, y se limpió
también la boca—. Por supuesto, te veré siempre que tenga un rato.
Tenía un aspecto tan triste que Taye no pudo obligarlo a que tomara en aquel
momento una decisión que los afectaría durante el resto de sus vidas. Bajó la cabeza.
—Está bien. Si tú piensas que es lo mejor… nos daremos más tiempo.
—Muy bien. Ahora que todo está arreglado, será mejor que me marche —dijo,
inmensamente aliviado.
—Thomas, espera —le pidió ella, agarrándolo por la manga—. ¿Has ido al
médico para que te digan el motivo de esa tos?
—Sí, claro, y me ha dicho que no tengo nada de lo que preocuparme. Es sólo el
cambio de clima —aseguró, y le dedicó una rápida sonrisa—. Tengo que marcharme.
Que tengas un buen día, querida—se despidió.
No hizo ni un solo movimiento para darle un beso, ni en la mejilla, ni en la
mano.
Taye se quedó allí sola, observando cómo Thomas salía por la puerta, deseando
estar en cualquier otro sitio menos allí.

—¿Por qué demonios estás haciendo tanto ruido, mujer? —Clyde apartó la
cortina y salió de la cama, subiéndose los pantalones.
—Lo siento —respondió Efia, bajando la cabeza, sumisa—. Pensé que quizá te
apetecería un buen desayuno —dijo, y le dio la vuelta al beicon que estaba friendo en
una sartén—. Te he hecho huevos con beicon, y te guardé unas galletas de ayer por la
noche —lo informó con una sonrisa—. ¿Por qué no te sientas y me dejas que te sirva
un café?
Clyde la observó mientras se dejaba caer en una de las sillas de la cocina.
—¿Qué te ha pasado?
—Nada —respondió Efia. Le sirvió una taza de café fuerte y se la llevó a la
mesa, con cuidado de no derramarlo en la mesa. Él odiaba que derramara el café—.
Aquí tienes el azúcar —deslizó una pequeña bolsita de papel con una cuchara por la

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mesa, hasta ponérsela enfrente.


Volvió a los fogones y sacó las tres gruesas lonchas de beicon de la sartén.
Después fue echando cuatro huevos con habilidad en la sartén, y la grasa borboteó.
En la mesa, Clyde se puso una tercera cucharada de azúcar y sorbió
ruidosamente el café mientras observaba cómo Efia le hacía el desayuno. Cuando los
huevos estuvieron hechos, ella los sirvió junto al beicon con cuidado para no romper
la yema. Después le puso el plato delante.
—Sal.
Ella fue hacia una de las estanterías de la cocina y tomó el salero. Después se lo
dio.
—Más café.
Efia volvió al fogón, tomó la cafetera y le rellenó la taza. Después, se apartó y
observó cómo comía. Él eructó ruidosamente, y sorbió el café.
—Estaba pensando, Clyde… —dijo, con la esperanza de haber escogido bien el
momento.
—¿Mmm?
—Tengo que ir a la ciudad a hacer un recado, y me estaba preguntando… —
hizo una pausa. No quería que le pegara, y quizá debiera tener la boca cerrada. Pero
quería aquel sombrero con todas sus fuerzas—. Me estaba preguntado si quizá
podrías darme unos cuantos céntimos, después de que he lavado toda la ropa de los
chicos y les he hecho la comida, y ellos te están pagando por ello…
—¿Qué estás diciendo? —Clyde se dio la vuelta en la silla para mirarla—. ¿Me
estás pidiendo dinero?
Ella asintió.
Entonces él se levantó con tanta fuerza que la silla se cayó hacia atrás con un
gran estruendo.
Efia se estremeció, pero no se movió. A Clyde le encantaba asustar a la gente,
pero si uno se enfrentaba a él, a veces se podían conseguir cosas.
—Necesito veintidós céntimos —le dijo con valentía—. El resto lo he ahorrado
yo.
Él se acercó hasta que le tocó la nariz con la suya, echándole en la cara su
apestoso aliento.
—¿Para qué?
—Quiero comprarme un sombrero. Un sombrero azul.
—Demonios, tú no necesitas un sombrero, Efia —le dijo, y la empujó hacia
atrás, pero no con tanta fuerza como para tirarla—. Ya eres muy guapa. No necesitas
un sombrero —repitió.
Su perra entró en la cocina, y él se inclinó hacia ella para acariciarle la cabeza y
rascarle las orejas.
—Pero lo quiero —dijo Efia suavemente, mirándole la espalda, deseando tener
las agallas suficientes como para tomar el cuchillo de partir la carne y hundírselo
entre los omóplatos.
—He dicho que no te voy a dar los veintidós céntimos, y que no te vas a

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comprar el sombrero. ¿Verdad que no? —le preguntó a la perra, con dulzura—. Y
ahora, deja que se enfríe esa grasa del beicon y dásela a Sally para que la lama.
Porque es una buena chica, ¿verdad? —le dijo al animal.
Le hablaba mejor a la perra que a ella.
Efia tomó la sartén y obedeció. No dijo nada más del sombrero azul, pero pensó
en él. Pensó mucho en él, y se imaginó a sí misma en una bonita calesa, llevando
aquel sombrero.

—No entiendo por qué no puedo ir sola —dijo Taye, exasperada, mientras se
movía por el asiento del coche para dejarle sitio a Falcon.
¿Acaso aquel hombre tenía ojos en la espalda? Ella sólo quería escabullirse e ir a
visitar a la señora Pierre y a su hija.
Falcon sonrió.
—Sabes por qué no puedo permitir que vayas sola. Mi amigo ha confiado en mí
para que te proteja.
—Pero podrías enviar a alguno de los hombres. No es necesario que vayas
conmigo cada vez que voy a la ciudad. Ya le has dejado claro a todos los hombres,
mujeres y niños de Jackson que tienen que tratarme como si fuera una reina. Dios
mío, creo que todo el mundo tiene miedo de decirme hola.
Falcon condujo a los caballos hacia la carretera.
—Sé que podría enviar a otro, pero no quiero—dijo, y la miró de reojo—.
Quiero acompañarte porque deseo sentarme a tu lado. Quiero oír tu voz y oler la
esencia de tu pelo.
Aquellas palabras hicieron que Taye sintiera una súbita calidez por todo el
cuerpo. Intentó ignorarlas.
—¿Quieres decir que disfrutas siguiéndome de tienda en tienda, llevándome las
bolsas? —dijo, mientras se ajustaba el sombrero azul nuevo y se colocaba el velo
blanco que le caía sobre la melena de ébano por la espalda.
Él volvió a mirarla.
—Te llevaría a ti, de tienda en tienda, si me lo pidieras.
Ella se rió al imaginárselo. Aquel enorme cherokee llevándola en brazos desde
la tienda de telas al almacén, y después al banco.
Él arqueó una de sus negrísimas cejas, evidentemente, sin entender lo que era
tan divertido.
—Lo siento —dijo Taye, riéndose todavía—. No me estoy riendo de ti, Falcon —
le acarició la manga de la chaqueta como si fuera la cosa más natural del mundo; sin
embargo, por la expresión de su cara, aquel roce inocente no había pasado
desapercibido.
Ella apartó la mirada tímidamente, pero no apartó la mano de su brazo.
Estaba ocurriendo algo entre ellos. Era algo que ella sentía, pero no podía
explicar. Era algo profundo. El hombre que estaba sentado a su lado estaba
empezando a llenar una necesidad profunda que ella ni siquiera sabía que existía.

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Falcon estaba conquistándola activamente, pero no de una forma con la que ella
estuviera familiarizada. Él no le hacía cumplidos ni alababa sus dotes para la música,
ni su habilidad en los juegos de mesa. Tampoco estaba interesado en los libros que
leía ni en las lenguas que hablaba. No había coqueteos tontos, ni insinuaciones
atrevidas. Él hablaba muy poco en comparación con otros hombres que estuvieran
cortejando a una mujer. Sin embargo, cuando lo hacía, sus palabras eran
alarmantemente sinceras, y siempre le salían del corazón. Le hacía regalos, pero no
eran jabones perfumados ni partituras. Una noche, le dejó una preciosa pluma roja en
la almohada, y otra vez, una piedra negra y brillante.
Falcon Cortés no era nada que ella hubiera pensado que quería en un hombre. Y
sin embargo, lo era todo.

—¿Qué miras? —le ladró Clyde a Efia—. ¡Súbete a la carreta, o te dejaré aquí!
Efia se había quedado helada junto al carro, mirando a Taye Campbell pasar en
su preciosa calesa, con aquel guapo piel roja que la llevaba adonde ella quisiera ir.
¡Llevaba el sombrero azul! ¡Su sombrero azul! ¡El que ella había visto en el
escaparate!
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Se las secó rápidamente, furiosa, mientras
veía pasar el carruaje.
—¿La conoces? —le preguntó Clyde, al verla pasar a su lado—. Es una buena
hembra, ¿eh?
Efia se enjugó las lágrimas de nuevo mientras subía a la carreta.
—Tú también la conoces. La recordarías si tuvieras cabeza, idiota.
Él se volvió para darle una bofetada, pero ella lo esquivó. Sabía que se iba a
ganar una buena. Había estado todo el día comportándose descaradamente con él,
pero a ella ya no le importaba.
—Es Taye Campbell, la hija mulata que el senador Campbell tuvo con su ama
de llaves.
—Demonios —comentó Clyde, observándola mientras su calesa se detenía—.
Yo no la habría reconocido.
Efia vio cómo el indio la ayudaba a bajar a la acera. El sombrero azul le iba tan
bien a sus ojos, que Efia se puso enferma.
Si aquel desgraciado de Clyde le hubiera dado el dinero, ella sería la que
llevaría aquel sombrero, y no Taye.
—Yo sí. Yo sé un par de cosas de la señorita Taye que dejarían asombrado a
más de uno —farfulló.

Jackson observó el almacén que había en el otro lado de la calle, en la oscuridad.


Estaba custodiado por dos soldados de la Unión, un sargento y un soldado raso. El
sargento se había ido a la letrina hacía una hora, y no había vuelto. El soldado estaba
haciendo un solitario con las cartas, a la luz de un farol.

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El muchacho, de dieciocho años, no lo sabía, pero estaba vigilando un almacén


lleno de municiones y explosivos que iban a ser enviados de vuelta a Nueva York.
Había material suficiente como para volar Atlanta. Jackson no sabía qué estaba
haciendo todo aquello en Tennessee, pero tenía que sacarlo de allí. Spider le había
pasado la información de que los hombres de Thompson iban a asaltarlo para robar
munición.
Con suerte, el cargamento saldría en un tren al día siguiente hacia el norte, y los
Thompson 's Raiders no conseguirían ponerle las manos encima.
Sin embargo, Jackson estaba seguro de que atacarían aquella noche.
—No viene nadie, jefe —se quejó uno de los hombres que estaba tras él, un
oficial—. Llevamos aquí más de cuatro horas y…
—Shh —siseó Jackson, al oír un ruido que venía del otro lado de la calle—.
Saque su pistola.
Jackson miró a cada uno de los postes de la calle en los cuales sus hombres
estaban escondidos. Rezó porque todos estuvieran despiertos con las armas a mano,
porque sabía que había llegado el momento.
Un caballo relinchó en la calle. El sonido de sus pasos, amortiguado por los
trapos que le habían atado a los cascos, sonó como un eco en la mente de Jackson.
Casi veía cómo se aproximaban las carretas en la oscuridad. La única luz que había
en toda la calle era la de la garita de vigilancia del guarda.
Jackson estaba preocupado por el muchacho. Esperaba que, cuando fuera
preciso, pudiera llegar hasta él antes de que lo hicieran los hombres de Thompson.
La misteriosa desaparición del sargento sugería que era uno de ellos.
Por el rabillo del ojo, Jackson vio la primera carreta aproximándose por un
callejón. Tras ella, creyó ver un segundo vehículo. Antes de que se diera cuenta, un
hombre salió de la oscuridad que rodeaba las puertas del almacén y caminó hacia la
luz de la linterna.
Las cartas se le cayeron al soldado de la mesilla cuando su atacante lo tomó por
el cuello y se lo rebanó con un cuchillo. El cuerpo del chico cayó al suelo. En aquel
momento, Jackson dio un fuerte silbido y sus hombres salieron de todas las esquinas.
Habían tenido que atacar antes de lo que él hubiera querido, pero no quería que
hubiera más muertes sin sentido, si él podía evitarlo.
Los disparos sonaron por todas partes, llenando el aire de la noche de
fogonazos y del olor acre de la pólvora. Los hombres de las carretas, vestidos con
uniformes grises harapientos, abandonaron sus puestos y salieron corriendo,
disparando hacia atrás.
—Quiero que atrapen a cuantos sea posible. ¡Los quiero vivos! —gritó, mientras
corría por la calle hacia el muchacho caído en el suelo.
Los disparos sonaron a su alrededor, impactando en el almacén, mientras él se
arrodillaba para buscarle el pulso. No tenía.
Jackson se levantó y apuntó con el rifle a un hombre que se había escondido
entre el muro del almacén y de un edificio abandonado.
—Ponte de rodillas, con las manos en la cabeza, y no te dispararé.

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—¡Larga vida a los Thompson's Raiders! —gritó el hombre, y salió corriendo.


Jackson apuntó y le disparó. Le acertó en la espalda, y el hombre cayó al suelo
fulminado.
El fuego ya había cesado. Sus hombres estaban obligando a tumbarse a los
ladrones. Además del soldado raso, habían perdido a otro hombre, y había heridos.
Jackson supuso que en el fondo no había sido una mala noche, teniendo en
cuenta la cantidad de gente que podría haber muerto si Thompson hubiera
conseguido robar aquellos explosivos. Sin embargo, incluso dos vidas eran un precio
muy caro, cuando la guerra había costado ya tanto.
Jackson se limpió la boca en su hombro, en la tela de la camisa. Estaba cansado
de aquel trabajo. Asqueado de tanta muerte. Sólo quería volver a casa, con Cameron.
Si acaso todavía le quedaba una casa a la que volver.

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Capítulo 25

Volvía a casa. Por fin, Jackson volvía a casa. Cameron se quedó junto a la oficina
de telégrafos, releyendo el telegrama que tenía entre las manos. Después de semanas
de secretismo y de recibir telegramas impersonales desde lugares como Chattanooga
y Memphis, él le había enviado uno diciendo que estaría allí a finales de semana. Sin
embargo, con su regreso tan cerca, Cameron ya no sabía si se moría de impaciencia o
de temor.
—Mi marido nos concederá pronto la gracia de su presencia, Taye —murmuró
con ironía, mientras metía el telegrama en su bolso.
Taye la tomó del brazo y caminaron aprisa por la acera.
—Eso es maravilloso. ¿Ves? Te dije que volvería pronto. Vamos, Falcon dice que
tenemos que darnos prisa. Está oscureciendo, y quiere que estemos en casa para
cuando anochezca.
Cameron frunció el ceño, mientras le permitía que la guiara hacia el coche.
—Falcon —gruñó—. Ese hombre exagera un poco, ¿no te parece? —le comentó,
mirándola atentamente a la cara, con la esperanza de descubrir algo de la relación
clandestina que, según sospechaba, había entre Taye y el cherokee.
Taye apartó la mirada.
—Ha habido otro ataque en una granja. Violaron a la mujer y le dieron una
paliza. No sobrevivió —dijo, muy seria.
—No entiendo cómo es posible que los soldados no atrapen a esos miserables.
Acaban de destinar aquí a un capitán. Creía que él se ocuparía de esto —dijo
Cameron, con los ojos brillantes de cólera—. ¿Es realmente tan difícil encontrarlos?
Cuando llegaron al coche, Falcon ayudó a subir a las dos mujeres.
—Probablemente ya lo sabes —le dijo Cameron—pero Jackson vuelve a casa.
—Eso está bien —dijo Falcon, con la suave cadencia de su voz—. Ya era hora de
que Jackson volviera a sus responsabilidades. Un hombre no puede reparar las cosas
tan lejos de su hogar.
Cameron vio que las miradas de Taye y Falcon se cruzaban y establecían una
comunicación silenciosa. Se preguntó si habrían estado hablando de Jackson y de ella
a sus espaldas. Tendría que hablar con Taye de aquel asunto. ¿Por qué estaría Taye
hablando con Falcon de asuntos tan personales? ¿Cuál era exactamente la relación
que había entre ellos dos? Ella iba a casarse con Thomas, supuestamente. Aunque
parecía que aquella unión también estaba en el aire. Thomas se había mudado a casa
de sus padres, y lo veían sólo de vez en cuando. Taye raramente lo mencionaba, pero
cuando se la presionaba, decía que aún estaban comprometidos. Cameron no sabía lo
que había en la cabeza de Taye, y aquello no le gustaba nada.

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Taye era todavía ingenua en muchos sentidos. Cameron no entendía cómo un


hombre como Falcon Cortés podría hacer que una joven desprevenida se descarriara.
Y, cuanto más vigilaba, más evidente era para ella que había algo entre su hermana y
el cherokee. Afortunadamente, Jackson volvería a casa el viernes y podría contarle
sus preocupaciones. Quizá ya hubiera llegado el momento de que Falcon Cortés se
marchara.

Jackson se dio cuenta, mientras bajaba del tren, de que estaba nervioso. Había
vuelto a casa con su mujer, así que ¿por qué estaba tan preocupado? Había
terminado lo que tuviera con Marie, y Cameron nunca se enteraría. Seguramente, ella
habría tenido tiempo de pensar durante aquellas semanas en las que él no había
estado. Mientras su cuerpo se recuperaba, seguramente habría conseguido
perdonarlo por lo que había hecho.
Mientras caminaba por la estación con su bolsa de viaje, Jackson tenía la
esperanza de que Cameron hubiera ido a esperarlo allí. Se imaginó que abriría los
brazos y ella correría hacia él, y pensó en cómo sería volver a Atkins' Way para
compartir una cena íntima a la luz de las velas, y después llevársela a la cama y
hacerle el amor durante toda la noche.
Era un deseo tonto, claro. Él ni siquiera había dicho en su telegrama en qué tren
llegaba, ni siquiera de qué ciudad.
Sin embargo, cuando vio a Falcon en la puerta de salida de la estación, no pudo
evitar sentir cierta desilusión.
—Falcon —le dijo, ofreciéndole la mano.
Falcon lo abrazó, y Jackson se quedó entre asombrado y azorado por el nudo de
emoción que se le hizo en la garganta. No se había dado cuenta de que un hombre
podía reconfortar a otro de aquella forma.
—Amigo —dijo Falcon, simplemente.
Jackson dio un paso atrás, incómodo por su respuesta emocional ante el abrazo
de Falcon.
—Me alegro mucho de verte.
Falcon asintió, mirándolo fijamente con sus ojos de obsidiana llenos de
sabiduría.
—He venido en la carreta, para recoger algunos barriles para Naomi. Espero
que no te importe el medio de transporte.
Jackson se rió.
—Parece que Naomi tiene a toda la casa bajo control.
—Verdaderamente. Y Noah se ha hecho cargo de la reconstrucción de la cocina
de Elmwood. Son buena gente.
Jackson puso cara de pocos amigos. No pudo evitar pensar que era Elmwood, la
maldita plantación, la que había causado todos aquellos problemas. Si los soldados
confederados hubieran quemado la casa, él estaría en Baltimore con su mujer, y
ambos estarían esperando al hijo que habían perdido.

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Jackson echó la bolsa de viaje en la parte trasera de la carreta y se subió en el


asiento, junto a su amigo.
—Tengo mucho que contarte. Sé que mis mensajes han sido crípticos. Tenían
que serlo, claro.
—¿Estás cerca de encontrar a Thompson y a sus hombres? —le preguntó
Falcon, soltando el freno de la carreta.
—Más cerca que nunca, pero ese Thompson es más listo de lo que creíamos. Y
los sureños tienen un sentido de la lealtad por su causa perdida que va más allá de lo
que podemos entender los del norte. La gente esconde a esos hombres, buena gente
que debería tener más sentidos común. Hemos atrapado a algunos de los Raiders
cuando intentaban robar en uno de los almacenes de munición de la Unión. Esperaba
que alguno pudiera darnos información útil, pero no ha sido así.
—Si encontramos al capitán Thompson… ¿crees que eso será el fin de todos los
que lo siguen?
—Eso creo. Spider es un buen contacto. Por lo que él me ha dicho, muchos de
los hombres que sirvieron con Thompson durante la guerra son más leales al hombre
que a la causa. No puedo evitar pensar que muchos de ellos probablemente están
deseando que el gobierno consiga ponerle fin a todo esto para poder volver a casa.
—Dime lo que necesitas que haga. Lo haré.
Jackson sonrió.
—¿Sabes? Serías muy buena esposa.
Falcon se rió, agitando las riendas.
—Tú no eres el tipo de hombre con el que me casaría, lo siento, amigo.
Los dos se rieron y siguieron con la conversación. Falcon le contó a Jackson lo
de la banda de ladrones dé la ciudad, que parecía cada vez más osada en sus
fechorías. Le habló del número de gente que trabajaba en Atkins' Way, cada vez más
grande, ampliado por hombres y mujeres que antes eran esclavos, y por soldados sin
hogar. Ninguno de los dos hombres mencionó a las mujeres que ambos sabían que el
otro tenía en la mente.

Efia fue a la comisaría con su mejor vestido. A través de la ventana, vio a dos
soldados de uniforme gris bebiendo café en tazas. No oía lo que decían, pero sí sus
risas. ¿Por qué su vida era así, como si ella siempre estuviera fuera, sola, mientras los
demás estaban dentro, riéndose felices?
Efia no era tonta como para creer que el dinero era lo único que podía
proporcionarle la felicidad a una persona. Sabía que el color de su piel sería una
desventaja para el resto de su vida. Sin embargo, el color de la piel de Taye Campbell
era casi tan oscuro como el suyo, y a ella le había ido muy bien.
Efia se acordó una vez más del sombrero azul, y entró en la comisaría.
Había un soldado rubio con un mostacho, leyendo el periódico sentado a una
mesa. Ni siquiera la miró.
—¿En qué puedo ayudarte?

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Efia miró hacia atrás, hacia la puerta, agarrando su bolso con fuerza. Si se
marchara en aquel momento, nadie se daría cuenta.
—¿En qué puedo ayudarte? —repitió el soldado, mientras levantaba la vista y
la miraba de arriba abajo, juzgándola.
—Sí… Me preguntaba si…
—¿Cómo? —dijo, prestándole toda su atención—. Tienes que hablar un poco
más alto.
Efia apretó los labios y miró a la cara al soldado.
—¿Pagan por información?
—¿Qué tipo de información?
—Sobre crímenes. Sobre gente que comete un crimen pero no la atrapan.
—¿Qué tipo de crímenes? —preguntó, y se dio la vuelta—. Capitán Grey,
¿podría venir un momento? —se volvió de nuevo hacia Efia—. Puede contárselo a
nuestro capitán.
Efia sacudió la cabeza.
—No. Quiero saber cuánto pagan, primero.
—Eso depende de lo grave que sea el crimen del que estás hablando. Si es el
robo de unas gallinas, no tenemos tiempo para eso. Si estás hablando de un crimen
de verdad… —se acercó a ella por encima de la mesa y terminó en un susurro—: Se
puede arreglar.
—Me refiero a un crimen grave —dijo ella, inclinándose también hacia él—: A
un asesinato.

En Atkins' Way, Falcon dejó a Jackson en la entrada principal y después


condujo la carreta hacia la parte de atrás para descargar los barriles que le había
encargado Naomi.
Jackson subió las escaleras del porche y entró en el vestíbulo. Subió la gran
escalera y, mientras andaba a buen paso por el pasillo, tuvo que reprimir el deseo de
llamar a Cameron ¿Y si ella no quería verlo, o, peor aún, lo insultaba y le gritaba? No
tenía ganas de que toda la casa se enterara de sus problemas. En la puerta de la
habitación, se detuvo. Estaba entreabierta, pero no oyó ningún ruido.
—¿Cameron? —abrió la puerta.
El cuarto estaba vacío.
Jackson suspiró. Por supuesto. Ella no estaba. Seguramente, estaría en
Elmwood. ¿En qué otro sitio iba a estar? Había sido un idiota por pensar que ella lo
estaría esperando en casa, cuando tenía su precioso Elmwood.
Bajó las escaleras de dos en dos y cuando llegó abajo se encontró con Taye.
—Jackson, me alegro tanto de que estés en casa —le dijo sonriendo, y le dio un
beso en la mejilla. Al apartarse y mirarlo a la cara, frunció el ceño—. Oh, querido,
Cameron… lo siento. Quería estar aquí cuando llegaras, pero ha tenido que ir a
Elmwood. Ha habido un…
—Claro —la interrumpió él, secamente.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Jackson, ¿adónde vas?


Taye se quedó allí petrificada, mientras él salía corriendo. Sus pasos resonaron
por todo el vestíbulo.
Abrió de par en par la puerta principal. Así no era como había imaginado su
vuelta a casa.
—¿Adónde crees tú?

—¿Estás seguro de que todo el mundo está bien? —preguntó Cameron,


llevando trabajosamente un cubo de agua que acababa de sacar del pozo, para dar de
beber a los trabajadores sucios y cansados.
Mientras caminaba por encima de unas tablas recién cortadas, el agua le
salpicaba el vestido verde que se había puesto, el preferido de Jackson. El agua
estaba fresca y era muy agradable, teniendo en cuenta el calor que hacía.
—Todo el mundo está bien, señorita Cameron —le dijo Noah, que estaba sin
camisa, levantando varias tablas del suelo, y apilándolas en orden—. No se preocupe
más. Jake se ha roto una pierna, y Pouty se ha hecho daño en el cuello. El resto no
tiene nada más que rasguños y un susto de muerte. No es nada que Naomi no pueda
arreglar.
Cameron se detuvo y posó el cubo en el suelo. Los trabajadores estaban
levantando el muro sur, cuando una pieza de madera se había partido, y toda la
estructura se les había caído encima. Cuando uno de los chicos había llegado
corriendo a Atkins' Way para contarles lo que había sucedido, nadie sabía lo grave
que había sido el accidente. Noah había mandado avisar a la señora rápidamente.
Cameron suspiró de alivio cuando vio al último de los trabajadores subido en la
carreta en la que Noah iba a llevarlos a casa. Naomi estaba sentada atrás, lavándole la
rodilla a un obrero.
Cameron hundió la mano en el cubo y se la pasó por la nuca, disfrutando de la
sensación de frescor que le producía el agua deslizándose por su espalda sudorosa.
Había ido a Elmwood a caballo, galopando a toda velocidad. Era la primera vez que
montaba desde el aborto.
El sonido de otro caballo a galope hizo que Noah y ella se volvieran para ver
quién se acercaba.
—Oh, no —gruñó Cameron, al reconocer al jinete. Intentó arreglarse el moño,
que se le había deshecho—. Es el capitán Logan. Se me olvidó por completo, con el
accidente. Su tren debe de haber llegado ya.
Al ver a Jackson acercarse por los corrales del nuevo establo, a Cameron se le
quedó la boca seca, y sintió un cosquilleo de nerviosismo por la espalda.
—Buenas tardes, capitán —le dijo Noah, levantándose el sombrero mientras
caminaba hacia la carreta con su caja de herramientas.
—Ya era hora de que volviera a casa —farfulló Naomi.
—Shh, mujer —le dijo Noah, moviendo el sombrero hacia ella—. No seas
descarada.

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Jackson sacudió la cabeza mientras desmontaba.


—Me han dicho que los dos estáis haciendo un buen trabajo.
Noah sonrió mientras rodeaba la carreta.
—Sólo hacemos lo que debemos, capitán. ¿Estás lista. Naomi?
—Sí. Vamos a llevarnos a estos chicos a casa.
Cameron se quedó a unos metros, observando a Jackson mientras la carreta se
daba la vuelta y salía hacia el camino principal, dejándolos solos. Quería agarrarse
las faldas y salir corriendo hacia él, echarse a sus brazos y decirle lo mucho que
sentía todo lo que había ocurrido. Pero los pies no se le movieron del sitio.
Le pareció que transcurría una eternidad hasta que Jackson finalmente se volvía
hacia ella. Lentamente, los dos se acercaron el uno al otro.
—Estás en casa —dijo Cameron, suavemente.
—Falcon fue a recogerme a la estación.
Ella asintió.
—Yo… quería estar en casa cuando llegaras, pero…
—Estoy seguro —dijo él, con sarcasmo.
La tímida sonrisa de Cameron se desvaneció, y se puso a la defensiva al
instante.
—¡Sí! —respondió, con los ojos encendidos—. ¿Sabes? He tenido muchas
responsabilidades aquí, mientras tú recorrías todo Tennessee, Alabama y Dios sabe
qué más sitios, haciendo Dios sabe qué.
Jackson parpadeó y miró hacia abajo, con los labios fruncidos.
—Podría decirte que yo no habría estado en ninguno de esos lugares y tú no
habrías estado aquí si no te hubieras marchado corriendo de Baltimore —replicó, e
hizo una pausa—, Pero no voy a decirlo.
Cameron tuvo la tentación de agarrar el cubo de agua y echárselo a la cara. Sin
embargo, se limitó a quedarse inmóvil, mirándolo.
Oyó que soltaba una maldición entre dientes.
—Cameron…
Él la miró los ojos. Tenía la mirada tormentosa, pero había algo más…
—Jackson…—susurró ella.
Jackson la tomó entre sus brazos y ella no se resistió.
—Cameron, ¿qué estamos haciendo? ¿Es así, realmente, como queremos que
sean las cosas entre los dos? —le preguntó—. ¿Es que vamos a dejar que todo
termine así?
Ella no respondió. No podía.
Y entonces, Jackson le levantó la barbilla y la besó.

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Capítulo 26

Jackson tomó a Cameron por la cintura y la pegó contra su cuerpo. La presión


de sus labios y la fragancia de su piel eran tan intoxicantes que se sintió mareado,
como si hubiera bebido varios litros de whisky.
—Jackson —susurró ella.
Él quería decirle que sentía lo que había hecho, pero las palabras no le salieron
de la boca. Sólo podía murmurar su nombre.
—Cameron. He echado de menos esto.
¿La había echado de menos a ella, o tenerla en sus brazos?, se preguntó
Cameron. Sabía que eran dos cosas diferentes. Se lo habría preguntado, pero Jackson
la invadió con su lengua y cerró los ojos, deleitándose con su sabor. En aquel
momento, lo tomaría de cualquier forma que pudiera tenerlo.
Jackson extendió la mano por su cadera y la cerró alrededor de su delgada
cintura. Era difícil para él pensar que había llevado a su hijo en el vientre. ¿Podría
atreverse a esperar que aquello sucediera de nuevo?
Cameron se apoyó en él, animándolo, y Jackson deslizó la mano hacia arriba
para tomarle un pecho.
Ella gimió.
En muchos sentidos, Jackson no entendía a aquella mujer que era su esposa,
pero entendía su cuerpo. Entendía sus necesidades, quizá porque eran muy
parecidas a las suyas propias. Le acarició el pecho por encima de las capas de ropa, y
ella metió una de sus largas piernas entre los muslos de su marido.
Y fue Jackson el que gimió cuando ella frotó suavemente la rodilla contra el
bulto de sus pantalones, que crecía a cada segundo.
—¿Quieres entrar en la casa? —le preguntó él jadeando, seguro de que no
podría esperar a volver a Atkins' Way para consumar aquella pasión.
—No tenemos por qué. Aquí estamos solos. Ámame, Jackson —susurró.
—Siempre —respondió él, y le besó la barbilla, el cuello, el valle húmedo y
cálido que había entre sus pechos.
Jackson tenía la sensación de que era algo correcto hacerle el amor a Cameron
allí, en el lugar donde se reconstruiría el establo. Aquello era lo que Cameron había
sido, lo que siempre sería, sin importar adonde fuera o lo que hiciera.
Su vestido estaba mojado de agua, y él lo notó fresco contra la mejilla, al
contrario que su piel caliente cuando tiró de la tela hacia abajo y le bajó el escote.
Cameron movió los brazos a su espalda y comenzó a desbotonarse el vestido
para ofrecerle el camino directo a sus pechos, y él le besó la carne blanca con ansia.
Mientras Jackson seguía acariciándola con la boca y con la cara, ella liberó uno

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de sus pezones rosados y él se lo lamió. Cameron gimió y arqueó las caderas contra
él.
Le tiró de las solapas de la chaqueta y se la quitó, tirándola descuidadamente a
la hierba. Después le sacó la camisa de los pantalones y metió las manos bajo la tela
de lino blanca. Le acarició la espalda, causándole un cosquilleo de placer en la piel
desnuda.
Entonces, casi perdió el equilibrio en sus brazos.
—Nos vamos a caer —le dijo.
—No… —respondió él.
Oyó su risa y abrió los ojos para mirarla.
Cameron se puso de rodillas y tiró de él para que bajara con ella.
El sol se estaba poniendo al este, sobre las copas de los olmos y los robles, pero
la hierba estaba caliente todavía, y a Jackson le pareció que aquel calor se le metía en
los huesos. Inclinó la cabeza hacia Cameron y se hundió en sus ojos de color ámbar.
Una a una, le fue quitando las horquillas del pelo, hasta que los rizos le cayeron
como una cortina de terciopelo rojo sobre los hombros y la espalda.
Ella apoyó la frente en su barbilla, y deslizó una mano por su muslo,
lentamente. Él gruñó de placer al sentir las puntas de sus dedos en la ingle.
—Has dicho que me habías echado de menos —le dijo ella, mirándolo a los
ojos—. ¿Es esto lo que has añorado?
—Sí…
—¿Y esto? —entonces, deslizó la mano hacia abajo y después hacia arriba, para
tomarle en la palma el bulto hinchado, haciendo que le temblara todo el cuerpo.
De repente, Jackson pensó que si no tenía cuidado, podría suceder que todo
aquello terminara antes de que Cameron disfrutara y saciara sus necesidades. Se
obligó a apartarle la mano y se tumbó de espaldas sobre su chaqueta, atrayéndola
hacia él.
Cameron se tendió sobre su cuerpo y se frotó suavemente contra sus caderas.
—Provocadora —le dijo él, y, en un solo movimiento, se dio la vuelta y se
colocó sobre ella.
Cameron se estiró como una gata, mirándolo con los ojos entrecerrados. Tomó
puñados de hierba, los arrancó y los lanzó por encima de ellos, y los dos quedaron
bajo una lluvia de hojitas verdes. Una le cayó a Jackson en el pelo, y ella lo tomó
entre los dedos, riéndose.
—Así —le dijo él, en voz baja—, con el pelo suelto, con esa sonrisa traviesa en
los labios —dijo, mientras le recorría la boca con el dedo índice—, parece que tienes
otra vez diecisiete años.
—Pero sé muchas más cosas que cuando tenía esa edad —ronroneó Cameron.
Le tomó el dedo entre los dientes y mordió con suavidad, juguetonamente.
Con un gruñido de deseo, Jackson le tomó los brazos y se los apretó contra la
suave hierba que había sobre su cabeza. Mientras le sujetaba ambas muñecas con una
mano, con la otra le bajó el vestido hasta la cintura y tomó uno de sus pezones
endurecidos entre los dientes. Se lo mordisqueó suavemente y le lamió la punta una

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

y otra vez.
El deseo, una corriente de calor, corrió por las venas de Cameron al instante,
desbocado. Se zafó de la sujeción de Jackson y le pasó los dedos por el pelo para
guiarle la cabeza y la boca a su otro pecho. Entonces, él se puso de costado y la
arrastró hacia él. La besó con pasión, mientras ella le pasaba un dedo por el pecho y
por el estómago hacia la cintura de sus pantalones. Recorrió con la yema la oscura
línea de vello que desaparecía bajo la tela.
—Acaríciame, Cameron —la animó él, mirándola a los ojos.
En ellos encontró una ternura que necesitaba desesperadamente. Sin apartar la
mirada de él, Cameron le desabrochó los pantalones y metió la mano bajo la tela. Él
se estremeció cuando ella lo agarró con firmeza, con la mano cálida y segura. Jackson
cerró los ojos.
Cameron lo acarició rítmicamente, aminorando la fricción cuando a él se le
aceleraba la respiración, y acelerando las caricias de nuevo cuando él se había
calmado. Jugueteó con las sensaciones de Jackson hasta que sus propios sentidos
estuvieron desbocados, hasta que no pudo soportar un momento más sin querer
tenerlo dentro de ella.
—Jackson —susurró.
Él sabía lo que quería. Con suavidad, le apartó la mano y metió los dedos bajo
la falda de su vestido, recorriéndole la parte interior del muslo. Cameron creyó que
iba a derretirse sobre la hierba. Contuvo el aliento mientras él se acercaba al lugar
que latía, húmedo de deseo por él.
Por fin, Jackson cubrió el lecho de ricillos rojizos con la palma de la mano y ella
alzó levemente las caderas para favorecer sus caricias.
—Entra en mí —le rogó con la voz ronca, separando las piernas.
Jackson se tendió sobre ella y, al sentir la fuerza de su miembro desnudo contra
las piernas, Cameron gimió. Él la tomó con un solo movimiento. La atravesó un
escalofrío y gritó, apretándole los hombros con los dedos. Con una sola embestida,
ella ya había alcanzado las cimas del placer.
Jackson se quedó inmóvil unos segundos, permitiéndole que recuperara el
aliento y se adaptara. Después, comenzó a moverse de nuevo, sabiendo lo que a ella
le gustaba. Varió el ritmo y la longitud de sus embestidas, jugando con ella,
seduciéndola, hasta que se encogió bajo él una vez más.
Él arqueó la espalda y tomó uno de sus pezones, erectos y duros, entre los
labios. Ella volvió a gritar al sentir un clímax incluso más intenso que el anterior.
Cameron notó que todos los músculos del cuerpo se le tensaban, y después se le
relajaban mientras las pulsaciones de placer recorrían todas y cada una de las fibras
de su ser.
Jackson bajó la cabeza y le besó las mejillas, mojadas de lágrimas. Le apartó un
rizo de la frente y le besó el lugar donde había descansado.
Cameron abrió los ojos y se bebió su sonrisa. Después, levantó las caderas y él
comenzó a moverse de nuevo. Sin apartar la mirada de sus ojos grises, ella se alzó
una y otra vez, notando lo cerca que él estaba de llegar a lo más alto, escuchando su

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respiración. Cameron intentó contenerse, pero no pudo. Le rodeó el cuello con los
brazos y lo atrajo hacia sí, más, y más profundamente.
Entonces gritó mientras su cuerpo entero explotaba y se hacía miles de dardos
de luz y placer brillante. Oyó a Jackson gruñir cuando por fin alcanzó el orgasmo y se
estremeció mientras las ondas del éxtasis lo recorrían.
Después de unos momentos de estar abrazados, sin moverse, Jackson salió de
su cuerpo y se tumbó de espaldas, abrazándola. Había oscurecido rápidamente, y
ella ya no veía la estructura de madera del establo, que estaba junto a ellos.
Jackson le besó de nuevo las mejillas, la punta de la nariz, la boca. Ella le
acarició la mejilla.
—Bienvenido a casa —murmuró.

—¿Estoy presentable? —le preguntó Cameron a Jackson mientras intentaba, sin


éxito, alisar las arrugas del vestido. Él la había ayudado a recuperar las horquillas,
dispersas entre la hierba, y Cameron se había rehecho el moño. Estaba preocupada
por no tener la oportunidad de entrar en Atkins' Way sin que la vieran.
—Estás preciosa —le aseguró Jackson.
—¿Y tú qué sabes? Un hombre que acaba de conseguir lo que quería de su
mujer, al aire libre, es capaz de decir cualquier cosa —replicó Cameron, sonriendo.
—Puede ser —bromeó él—. Sobre todo, cuando tiene la esperanza de volverlo a
conseguir antes de la cena.
El rubor que Cameron notó en las mejillas la sorprendió agradablemente.
Jackson había sido capaz de conseguir que se ruborizara una vez. Si podía
conseguirlo de nuevo, quizá todavía existiera la posibilidad de volver al punto en el
que se habían distanciado, y recuperar su relación.
—Voy a mi habitación a cambiarme. Si quieres, podemos vernos en el salón
para tomar una copa de vino antes de la cena.
Él la besó y le abrió la puerta.
—Me encantaría.
Jackson miró a ambos lados mientras entraban en el vestíbulo y Cameron salía
corriendo hacia la escalera.
—¿Estás segura de que puedo entrar sin peligro de que nadie me ataque con un
tirachinas?
Ella se dio la vuelta, en la mitad de los escalones.
—Jackson, por favor, creía que no íbamos a hablar sobre Lacy esta noche. Tú lo
has sugerido, ¿no te acuerdas?
Habían vuelto a Atkins' Way cabalgando tranquilamente, disfrutando del
paseo. Habían hablado brevemente sobre Lacy, y después habían convenido que
seguirían estando en desacuerdo por el momento en cuanto a la niña. Ninguno de los
dos había mencionado sus discusiones antes de que él se marchara ni el bebé que
habían perdido. Mientras se acercaban a la casa, también habían decidido que, por
aquella noche, habría tregua. A la mañana siguiente verían lo que les deparaba el día.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Jackson sonrió feliz, y levantó los brazos en señal de rendición.


—¿Chardonnay o borgoña, cariño?
—Elige tú —dijo Cameron, mientras seguía subiendo las escaleras—. Bajaré
enseguida —dijo.
Jackson entró al salón y después salió al porche. Se apoyó en la barandilla y
sonrió en la oscuridad. Estaba contento, al fin, con su llegada a casa. Cameron no
había dicho nada, pero él había sentido que, aunque era posible que todavía no lo
hubiera perdonado por lo que había sucedido, estaba en camino. Tomó aire. Si
Cameron lo perdonaba, quizá él pudiera perdonarse también.
—Buenas noches, capitán.
Jackson se volvió y vio a Patsy en la puerta.
—Buenas noches, señorita.
Ella sonrió tímidamente.
—Hay alguien que quiere verlo, capitán. El capitán Grey. Ha traído soldados de
uniforme.
Jackson frunció el ceño. Conocía vagamente a John Grey. Era un militar de
carrera de Nueva Jersey a quien habían destinado recientemente a Jackson, al mando
de la cárcel. Sin embargo, no tenía ni idea de por qué querría verlo.
Salió al vestíbulo.
—John —le dijo, tendiéndole la mano, y observando a los dos soldados que lo
acompañaban.
—Capitán Logan, me alegro de verlo, señor.
—¿Qué puedo hacer por usted? —le preguntó Jackson—. No me diga que por
fin ha decidido aceptar mi invitación para tomar un whisky en mi porche.
El capitán se sacó un papel del bolsillo de la chaqueta y lo miró, muy serio. Era
evidente que, fuera cual fuera su misión, no estaba cómodo con ella.
—Siento decirle que vengo en misión oficial, señor. Tengo una orden de arresto
para Taye Campbell.
—Lo siento —dijo Jackson, creyendo que había entendido mal—. ¿Cómo dice?
El capitán Grey tomó aire y lo repitió.
—Tengo órdenes de arrestar a Taye Campbell, la hija del senador David
Campbell.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Cameron, que bajaba las escaleras en aquel momento.
Jackson se volvió a mirarla.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó ella, acercándose a toda prisa.
Se había puesto un precioso vestido beige y blanco que le dejaba los hombros al
descubierto y marcaba las preciosas formas de su cuerpo.
—No lo sé —respondió Jackson. Se volvió hacia el capitán y le habló con
calma—. Creo que hay un error, señor. Estoy seguro de que podremos arreglarlo.
—No, capitán —respondió Grey—. Sólo hay una Taye Campbell, de Elmwood
Plantation de Jackson, Mississippi.
—¿Arrestar a Taye? —dijo Cameron, alterada—. Eso es una estupidez. ¿Qué ha
hecho? ¿Comprarse demasiados sombreros? ¿Dar de comer a demasiada gente

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

hambrienta que acude a nuestra casa por la puerta de atrás?


El capitán mantuvo la mirada fija en el papel que les tendía.
—Señora, va a ser arrestada por el asesinato de su hermano, Grant Campbell.
Taye estaba paralizada en el pasillo de arriba, con la espalda pegada a la pared.
No podía respirar, y pensó que iba a desmayarse de miedo.
—¿Taye? —Falcon se acercó a ella por el corredor, con la chaqueta roja que ella
adoraba en él—. Parece que has visto a un espíritu. ¿Qué te ocurre?
Ella le tapó la boca con la mano, por miedo a que los soldados lo oyeran.
—Soldados… —susurró.
Él frunció el ceño. Le quitó la mano de su boca y murmuró:
—No lo entiendo. Ven a mi habitación y explícame qué ocurre. Yo lo arreglaré,
si puedo.
Ella apretó los labios, con los ojos llenos de lágrimas, y sacudió furiosamente la
cabeza.
Entonces, Falcon le deslizó un brazo por la cintura.
—Dímelo.
Taye tembló mientras buscaba las palabras. ¿Cómo iba a contárselo a Falcon?
¿La odiaría cuando supiera lo que había hecho? Y ella no podría soportarlo.
—Hay soldados abajo. Han venido a arrestarme—le dijo al oído.
Él le tomó las manos y la miró fijamente.
—¿Por qué?
—Por el asesinato de Grant, el hermano de Cameron… nuestro hermano.
—Eso es absurdo. No tienes por qué preocuparte. Bajaremos y les diremos a
esos hombres que han cometido un error.
A ella se le cayeron las lágrimas por las mejillas y volvió a sacudir la cabeza.
—No puedo bajar.
—¿Por qué?
—Porque yo maté a Grant Campbell. Y si tuviera que hacerlo, le dispararía de
nuevo.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 27

Cameron se quedó mirando al capitán Grey durante un instante, perdida en los


recuerdos. Taye había disparado a su hermano Grant. Era algo que Taye y ella
habían intentado olvidar.
Taye lo había matado en una calurosa noche de agosto cuatro años antes, y
Cameron y Jackson habían enterrado su cuerpo en el cementerio de Elmwood, junto
a su padre. No se había celebrado ningún funeral ni se habían derramado lágrimas.
Sólo había habido alivio por sentirse seguros de nuevo.
Después de que Taye y Cameron hubieran huido al norte, Jackson había ido
extendiendo la noticia de que Grant había muerto y estaba enterrado. Había
encargado dos lápidas, una para él, y otra para Sukey, y había mandado que las
colocaran en sus tumbas. Nadie de la ciudad había apreciado a Grant lo suficiente
como para preguntar cómo había muerto.
A Cameron le tembló el labio inferior y se lo mordió hasta que sintió el sabor de
la sangre. Miró al capitán Grey. El no sabía nada de Grant Campbell. No sabía nada
del hombre malvado y vil que había sido su hermano.
Jackson sostenía que Grant había pasado a la otra vida de una manera
demasiado fácil.
No había aceptado que los esclavos de Elmwood fueran liberados y que su
lujosa vida se viera alterada, y había empujado a su padre desde la balconada del
segundo piso de Elmwood, hacia la muerte. Después había vendido a todos los
esclavos y había enviado a los cazadores de esclavos a perseguir a los que se habían
escapado. Sukey, la madre de Taye, el amor del senador David Campbell, había
recibido un disparo y había muerto desangrada a orillas del Pearl River, intentando
huir de los hombres a los que había contratado Grant.
Y, no satisfecho con todo el mal que había hecho, Grant había intentado
subastar la virginidad de Taye en un prostíbulo de Baton Rouge. ¿Quién pensaría
que Grant Campbell no merecía la muerte por todo aquello?
Sin embargo, Taye no lo había matado por venganza, ni por los crímenes que ya
había cometido. Lo había hecho por salvar a Cameron. Y Cameron sabía que Taye no
lo hubiera matado por ningún otro motivo. Todavía veía a su hermano con la pistola
de su padre en la mano, con los ojos llenos de locura. Le había disparado desde el
mismo balcón por el que había tirado a su padre. Había errado el primer disparo,
pero Cameron sabía que no habría errado el segundo. Estaba dominado por el odio,
por la avaricia, por los celos, y quería matar a su propia hermana.
Taye debía de saber que Grant no cejaría hasta que Cameron descansara junto a
su padre y a Sukey, en el cementerio. Había salido de la oscuridad y le había

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

disparado una vez, matándolo en el acto.


—¿Cómo se atreve a venir a mi casa, capitán? —le espetó Cameron,
reaccionando por fin—. ¿Cómo se atreve a decir esas mentiras?
—Señora, yo sólo hago mi trabajo. Ésta es una acusación muy grave, y debe
hacerse justicia. Sobre todo, cuando se pretende que los estados recuperen…
—¡Una acusación grave! En vez de perseguir fantasmas, ¿por qué no están
ustedes intentando atrapar a los hombres que aterrorizan el condado? ¿A cuántas
mujeres habrán violado? ¿Cuánta gente más tendrá que morir antes de que muevan
ustedes sus tra…?
Jackson tomó a Cameron por el brazo con firmeza y consiguió silenciarla.
—¿Puedo preguntar cómo es esto? Grant Campbell falleció en el verano de
1861. Eso ocurrió hace cuatro años.
—Sólo puedo decirle que hay pruebas, señora —respondió Grey, y miró a
Jackson—Si avisa a la señorita Campbell, nos la llevaremos, capitán. Nos ocuparemos
de que ocupe una celda privada. Y, si me permite indicárselo, señor, debería
contratar a un abogado para la señorita inmediatamente.
—¿Un abogado? —a Cameron se le abrieron mucho los ojos al oír el insulto—.
Déjeme decirle, señor…
—Cameron —dijo Jackson, mirándola significativamente—. Por favor, sube y
trae a Taye.
—¿Me estás diciendo que se la entregue? —le preguntó, mirándolo con
incredulidad.
Jackson sabía que Taye había matado a Grant, pero también sabía el hombre
que había sido su hermano.
—El capitán Grey no es el responsable de la acusación —respondió Jackson—.
No podemos echarle la culpa. Ahora, trae a Taye, o estos hombres tendrán que
registrar la casa. ¿Es eso lo que quieres?
Aquellas palabras la dejaron helada. Su primera reacción había sido de cólera
hacia los soldados y hacia Jackson, pero sabía que tenían razón, y controló su furia.
Una vez que había sido acusada, Taye tenía que enfrentarse a su acusador, fuera
quien fuera.
Jackson le puso la mano en la espalda y le dio un pequeño empujón, y ella
obedeció.
—La acompañaré abajo—dijo Cameron suavemente, y subió las escaleras.
Tendrían que encontrar un buen abogado rápidamente. No permitiría que Taye
languideciera en la cárcel.
¿La defendería Thomas? ¿La defendería sabiendo que era culpable?
En el piso de arriba, Cameron se detuvo ante la puerta cerrada de la habitación
de Taye y dejó escapar un gran suspiro de angustia.
—¿Taye? —la llamó.
—¿Tía Cameron? —respondió Lacy desde dentro.
—¿Lacy? ¿Dónde está la tía Taye? —Cameron abrió la puerta y se encontró a
Lacy vestida con uno de los vestidos favoritos de su hermana, de seda azul.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—La tía Taye me dijo que podía ponerme uno de sus vestidos, si tuviera las
manos limpias —dijo, y se giró para enseñárselo. La falda del vestido se abrió como
una flor en el aire.
—Si tenía las manos limpias —la corrigió Cameron—. ¿Dónde está Taye?
La niña siguió girando por la habitación, sin tener cuidado de no pisar el bajo
del vestido, que se arrastraba por el suelo.
—La tía Taye me está enseñando a bailar el vals —dijo, y sonrió a su compañero
de baile invisible, con los ojos brillantes de entusiasmo—. ¿Quieres bailar conmigo,
tía Cameron? Mi madre bailaba muy bien.
—Lacy, escúchame —Cameron se acercó a ella y la detuvo, tomándola por los
hombros—. Necesito que me digas dónde está Taye.
Lacy apretó los labios.
—¡Lacy Campbell!
—Puedes torturarme si quieres, colgarme de los pulgares, pero no voy a decirlo.
—Escúchame, Lacy. Esto no es un juego. Necesito saber dónde está en este
momento.
—Prometí que no lo diría.
Cameron exhaló. Se dio cuenta de que aquél no era el mejor camino para tratar
con Lacy.
—Lo siento —dijo, y pasó los brazos por los delgados hombros de su sobrina—.
Es sólo que han venido unos hombres que quieren hablar con ella y…
—Son soldados, y han venido a arrestarla. Ella ha sido muy lista en marcharse,
porque ellos no van a escuchar nada de lo que diga una negra como ella.
—¡Lacy! Taye no es…
Cameron se contuvo. Taye era medio africana, y Cameron sabía que, aunque
aquello no debería importar en un tribunal, sí importaría. Sin embargo, ella quería
que Lacy creciera con el convencimiento de que el color de la piel no importaba, ni
tampoco las circunstancias del nacimiento de las personas. Era lo que su padre le
había enseñado, y lo que le habría enseñado a su nieta si estuviera con ellas.
—No es cierto, Lacy. Taye tiene derecho a un juicio justo. Será inocente, a
menos que puedan demostrar que es culpable.
—Bueno, no sé si es ella quien ha matado a mi padre o no, pero yo te digo, tía
Cameron, que no habrá chicas negras como ella en el jurado de ese tribunal. Y
tampoco habrá mujeres. Yo he vivido en las calles. Y sé para quién es tu justicia y
para quién no. No es para una negra que ha disparado a un blanco.
Cameron abrazó a Lacy con fuerza. Sabía que la niña, demasiado sabia para su
edad, había dicho la verdad.
—Lo siento —susurró—. Tu padre murió aquella noche de la que hablan, pero
ellos no conocen las circunstancias.
Lacy no le devolvió el abrazo, pero tampoco intentó escapar.
—No estoy enfadada por eso, tía Cameron. Mamá decía que era un desgraciado
que se merecía morir con la cosa podrida.
Si hubieran estado en otro lugar y en otro momento, Cameron se habría reído.

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—De todas formas, lo siento. ¿No puedes decirme adonde ha ido Taye? —le
susurró.
Lacy sacudió la cabeza.
—Ni con quién se ha ido.
Y con aquello, Cameron supo que su hermana había huido, y con quién lo había
hecho.
Fue corriendo hacia la puerta.
—Tengo que bajar. No te muevas de aquí —le dijo a Lacy.
—¿Puedo ponerme un poco de esa cosa roja en las mejillas? —le pidió Lacy,
mientras ella se marchaba.
—¡No! —Cameron cerró la puerta y bajó corriendo las escaleras—. Lo siento,
señores, pero estaba confundida. Mi hermana no está en casa.
El capitán Grey miró a Jackson y frunció el ceño.
—¿Qué significa esto, Logan? He venido de esta forma, después de que
anocheciera, para no causarle a la señorita Campbell más angustia aún. Pero no
quiero que jueguen conmigo. Estoy aquí para cumplir mi deber.
Jackson se volvió hacia Cameron.
—¿No está, querida?
Cameron sacudió la cabeza, mirándolo a los ojos. Y entonces, se dio cuenta de
que él sabía algo antes que ella, probablemente antes de que hubiera subido las
escaleras buscando a Taye.
—No sé dónde puede estar, pero preguntaré a los sirvientes. Verá, señor —dijo
Cameron, sonriendo dulcemente—. El capitán Logan acaba de regresar a Mississippi
en el tren de esta tarde. Él y yo estábamos inspeccionando Elmwood, la casa de mi
padre, y acabábamos de volver cuando usted llegó. Yo suponía que mi hermana
estaba aquí, pero todavía no había tenido tiempo de hablar con ella.
—Tendremos que registrar la casa—dijo el capitán Grey, fríamente.
—Claro —dijo Jackson, haciéndoles un gesto con el brazo para que entraran—.
Dos pisos. Los cuartos de los sirvientes están sobre la cocina, y también hay hombres
viviendo sobre los establos. Si podemos ayudarlos en algo, por favor, díganlo.
—Si no le importa, señora, ¿podría preguntarles a los sirvientes si saben dónde
podría estar su hermana?
—Sí, capitán —dijo ella, sonriendo.
Se marchó hacia la cocina. Sabía que tenía que hablar con Naomi, pero no sobre
Taye, sino sobre la noche en que había muerto Grant.
Cameron tomó la delgada mano de Naomi en la suya y la sacó fuera de la
cocina, a la oscuridad de la pequeña huerta de hierbas aromáticas.
—No sé adónde ha ido —dijo Naomi, secándose las manos en el delantal—. Así
que no necesitas preguntar.
—No quiero saber adónde ha ido. Al menos, por ahora —Cameron miró a los
negrísimos ojos de Naomi—. ¿Sabes por qué están aquí esos soldados?
Naomi se encogió de hombros ligeramente.
—La cocina no está tan lejos del vestíbulo.

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—Naomi, necesito que pienses en la noche que murió Grant.


—Una de las mejores noches de mi vida, disculpa que te lo diga.
—Necesito que lo recuerdes. ¿Dónde estaban Dorcas y Efia aquella noche?
—No lo sé, pero no creo que fueran a la casa después de oír los disparos.
—Yo tampoco lo creo.
—Sin embargo, sé que esa chica, Efia, ha vuelto a la ciudad.
Cameron asintió.
—Tiene que ser ella la que ha ido con el cuento. Sabía que esas chicas no eran
más que basura. Y eso de que Efia esté con Clyde Macon, después de lo que le ha
hecho a tantas muchachas… —dijo, chasqueando la lengua—. Es como dormir con
Satanás.
—No sé qué pensar… sé que Taye está asustada, pero no debería haber huido.
Así parece culpable.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Naomi.
—No lo sé, Naomi. No lo sé. Cuando los soldados se hayan ido, Jackson y yo
vamos a ir a ver a Thomas. Después iremos a buscar a Taye e intentaremos
convencerla para que vuelva—dijo, abatida—. Teniendo en cuenta que Taye es la hija
del ama de llaves y que Grant era el hijo del senador, un jurado sureño no va a ser
benevolente. Hay mucha amargura en esta ciudad contra tu gente. Mucha ira, que la
gente no sabe a quién dirigir.
—Y no importa la razón por la que lo mató, ni si se lo merecía o no —susurró
Naomi.
Cameron le puso la mano a Naomi en el hombro.
—Voy a entrar. No quiero que sospechen.
—Y yo voy a ir a J. Town a hacerle una visita a una joven.
Cameron la tomó de la mano.
—No puedes ir a J. Town, y mucho menos sola de noche. Dicen que ninguna
mujer está a salvo allí.
Naomi sonrió con picardía.
—¿Has visto a mi hombre, niña? Tiene dos metros de altura y los brazos como
dos troncos de árbol —dijo con orgullo—. No conozco a nadie que quiera meterse en
problemas con él.
—Está bien. Ve y averigua lo que puedas. Gracias —dijo Cameron.
Le apretó la mano, y después se la soltó y se dirigió hacia la puerta de atrás.
—No hay nada que Naomi no hiciera por sus chicas.
Cameron sonrió, agradecida una vez más por haber encontrado a aquella
amiga.

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Capítulo 28

Aquella noche, cuando uno de los soldados intentó registrar la habitación de


Taye, Lacy le dijo que no podía pasar. Cuando el joven lo intentó, la niña comenzó a
gritar y le lanzó la jarra de agua, dirigida a la cabeza. Al oír el estruendo, Cameron
subió corriendo las escaleras y consiguió calmar a Lacy. Después se disculpó ante el
joven por el comportamiento de la niña y se llevó a Lacy a su habitación, mientras
Jackson se ocupaba de los soldados.
Mientras la ayudaba a quitarse el vestido de Taye y a ponerse uno de sus
camisones, Cameron la reprendió suavemente.
—Tienes que comportarte mejor, Lacy. Las mujeres Campbell no se suben
gritando a las camas y tiran jarras y vasos a la cabeza de las personas.
—¡Me preguntó si podía entrar, y le dije que no, demonios!
Cameron tuvo que esconder la sonrisa.
—Las mujeres Campbell, además, no dicen palabrotas. Voy a llamar para que te
suban la cena en una bandeja, y después quiero que te acuestes rápidamente —le
dijo, señalando su enorme cama.
A Lacy se le iluminó la cara.
—¿Vas a leerme? ¿Vas a leerme cosas del diario de mi abuelo?
Durante las últimas semanas, por las noches, Lacy se acurrucaba junto a
Cameron y ella le leía algunas cosas. A veces leía la Biblia, porque la niña no había
recibido ninguna educación religiosa, y otras veces le leía libros de la biblioteca. De
vez en cuando leía para ella fragmentos del diario de su padre. Taye todavía insistía
en que ella no tenía derecho a escuchar cosas de la vida privada de su padre y de su
madre, pero Lacy, igual que Cameron, estaba fascinada con el diario.
—Ya veremos.
Cameron sacó la cabeza por la puerta para llamar a Patsy y vio que Jackson se
acercaba por el pasillo.
—¿Necesitas algo? —le preguntó.
—Estaba buscando a Patsy. Quiero que le traiga la cena a Lacy.
Él le puso la mano en la cintura.
—Tú también deberías comer. Estás muy delgada.
—¿Se han ido los soldados? —le preguntó, en vez de responder a su
observación.
—Están a punto de hacerlo. Grey está bastante irritado. Esperaba venir a casa y
llevársela pacíficamente.
—Taye ha debido de oír la conversación desde arriba.
Él asintió.

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—¿Crees que se ha ido sola? —le preguntó, casi segura de que ya sabía la
respuesta.
Él sacudió la cabeza.
Entonces, Cameron suspiró y se frotó las sienes con los dedos.
—Ésta es una de las cosas que quería hablar contigo, Jackson. Como ya te había
comentado, Thomas ha estado comportándose de una forma muy extraña. No es sólo
que haya vuelto a la plantación de su familia. Ni Thomas ni Taye me han contado
nada, pero sé que se han distanciado —le explicó—. Además, creo que él está
enfermo. Su tos ha empeorado mucho.
—¿Y Falcon?
De nuevo, Cameron suspiró.
—Ni Taye ni Falcon me han dicho nada, tampoco, pero me parece que hay algo
entre ellos. Me he dado cuenta de cómo se miran cuando piensan que no los veo.
—Pensé que podría ocurrir algo como esto.
—¿Y no dijiste nada? ¿No intentaste impedir que Taye arruinara su vida?
Él la miró a los ojos con una expresión solemne.
—Cuando tú decidiste que me conquistarías, ¿podría haber logrado alguien que
cambiaras de opinión?
La forma en que lo dijo conmovió a Cameron. Parecía que los dos sufrían por lo
que se les había escapado. ¿O quizá sólo lo habían perdido momentáneamente?
Ella apretó los labios y miró al suelo.
—No. Supongo que no.
—Bueno, pues por si no te habías dado cuenta, Taye es mucho más Campbell
de lo que nadie hubiera pensado.
—Sencillamente, no quiero que cometa un error. No quiero que se haga daño.
—No creo que nadie quiera eso.
—Y Thomas… me siento tan mal por él… Fue leal a papá, y ha sido muy bueno
con nosotros.
—Pero eso no significa que tengamos que entregarle a Taye como si fuera una
recompensa.
Ella volvió a mirarlo. Nunca lo había pensado de aquella manera.
—Supongo que no. De todas formas, tenemos que conseguir que Falcon y Taye
vuelvan. Huyendo, Taye sólo consigue parecer culpable.
—Es culpable.
—¡No digas eso! —susurró ella con fiereza, mirando hacia abajo para
asegurarse de que nadie los había oído.
—Maldita sea, Cameron, no quiero decir que ella sea la responsable de lo que
ocurrió. Si yo hubiera estado allí, le hubiera volado la cabeza a aquel desgraciado por
mucho menos.
—Bueno, ya no podemos remediarlo. Pero tenemos que traerla de vuelta a casa.
—Voy a hablar con Thomas en cuanto los soldados se hayan marchado.
—Iré contigo —dijo, y se volvió hacia su habitación para tomar un chai.
Él la tomó por el hombro y la detuvo.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—No. Deja que vaya solo. Tengo que decirle a Thomas que Taye se marchó con
Falcon. No hay necesidad de que estés allí para verlo. Quédate aquí por si vuelve
Taye. Además… —añadió, haciendo un gesto hacia la puerta de la habitación—. Creo
que ya tienes suficiente.
—Oh, Jackson, si le dieras a Lacy una oportunidad… —le pidió suavemente—.
Creo que le tendrías cariño —dijo, titubeando—. Veo muchas cosas de mí misma en
ella.
—Tu madre no era una prostituta, y tú sabes quién era tu padre.
—Hay algo más de lo que tenemos que hablar. Le pedí a Thomas que hiciera
algunas investigaciones cuando tú te marchaste. Me dijo que había hablado con
algunas personas que conocían a Maureen. Él cree que Lacy sí puede ser hija de
Grant. Todo lo que nos ha dicho la niña es cierto. Es verdad que vivió en el salón, y
que su madre perdió la vivienda que ocupaban encima de la botica.
—¿Puede alguien demostrar que es innegablemente la hija de Grant?
Cameron sacudió la cabeza.
—No, pero…
Él le apretó el dedo sobre los labios.
—Hemos acordado que no hablaríamos de ello esta noche. Tengo que ir a ver a
Thomas.
Cameron agarró el pomo de la puerta, deseando poder ir con él. Sin embargo, el
sentido común le dijo que era mejor quedarse. Hubo un silencio entre ellos. Ella
estaba buscando la sensación de intimidad que había tenido en Elmwood aquella
tarde, pero Jackson tenía una misión, y estaba completamente concentrado en ella.
—Te esperaré despierta. Quiero saber lo que piensa Thomas de esto.
Él asintió. Durante un momento, pareció que iba a darle un beso de despedida,
o quizá abrazarla. Sin embargo, se dio la vuelta y se alejó por el pasillo.
Cameron tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

«Hoy comienza la siembra de primavera. Es difícil creer que Sukey ya ha estado


aquí casi un año. Y es asombroso lo rápido que pasa el tiempo cuando uno es feliz»

Cameron estaba leyendo en voz alta. Miró por encima del borde del diario y vio
a Lacy profundamente dormida. Su pelo rojizo estaba extendido por la almohada en
la gran cama.
Cameron sonrió, y después miró el reloj de la chimenea. Casi medianoche.
Jackson llevaba mucho tiempo fuera. Volvió a las páginas del diario de su padre. Le
había leído aquella parte a Lacy porque no tenía nada inapropiado que la niña no
pudiera oír. Sin embargo, una vez que Lacy estaba dormida, ella estaba ansiosa por
retomar la lectura en el punto donde la había interrumpido la noche anterior.

«No sé cómo sucedió. No he sido tan cuidadoso como hubiera debido. Ni tan
paciente. Papá me ha sorprendido escabulléndome de la casa para ir a ver a Sukey.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Cuando me preguntó adónde iba, no pude mentirle, y le confesé mi relación con


Sukey».

Cameron se mordió el labio inferior, intentando imaginar cómo se habría


sentido su padre aquella noche, dividido entre la lealtad a su padre y la lealtad a la
mujer a la que amaba y a la que nunca le permitirían tener de verdad.

«Papá me dejó sorprendido. No me reprendió por ir con una de las esclavas. Sólo
me sugirió que fuera más discreto. Me dijo que mi madre se disgustaría si se enterara de
que su hijo ya había crecido y que tenía las mismas necesidades que los demás hombres.
Yo quise preguntarle a mi padre si había habido en su vida alguna esclava, o alguien
prohibido a quien hubiera amado, pero él cambió de tema con tanta rapidez que no tuve
la oportunidad.
Después de darme permiso para dormir con Sukey, me anunció
despreocupadamente que había llegado a un acuerdo con otra familia de Mississippi…
para cerrar un contrato de matrimonio entre su hija y yo. Mientras me relataba los
detalles, se me rompía el corazón. Voy a casarme con Katherine Parnell en menos de un
año…»

Cameron cerró el diario y apretó los párpados para impedir que se le cayeran
las lágrimas. En las palabras de su padre había podido sentir su dolor, y de alguna
forma, una parte de aquel dolor se convirtió en el suyo propio.

Jackson recorrió de puntillas el oscuro pasillo. Había vuelto mucho más tarde
de lo que creía, y la casa estaba silenciosa. Había estado mucho tiempo hablando con
Thomas. Thomas había accedido al instante a defender el honor de Taye, y había
insistido en que encontraría al mejor equipo de abogados del condado para
defenderla.
A Jackson le había parecido que Thomas casi se había sentido aliviado al
enterarse de que Taye se había marchado con Falcon. Después, le había dicho algo a
Jackson que ahora le pesaba en la mente y en el corazón.
Jackson miró a la puerta cerrada de su habitación. Le había prometido a
Cameron que cuando volviera a casa le contaría lo que Thomas le había dicho, pero
en aquel momento, lo único que quería era meterse en la cama y dormirse con ella en
los brazos. Sabía que el hecho de que hubieran hecho el amor aquella tarde no
resolvería sus problemas, pero esperaba que al menos fuera un bálsamo que
comenzara el proceso de curación. Si Cameron pudiera perdonarlo, quizá podrían
reparar el daño y comenzar de nuevo.
Giró el pomo y entró en el dormitorio. Había una lamparilla encendida junto a
la cama.
Sonrió al ver a Cameron dormida en su lado de la cama, con el diario de su

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

padre en el regazo. Sin embargo, su sonrisa se disipó y frunció el ceño al ver otra
forma durmiente en la cama. Lacy.
Apretó los dientes. No entendía por qué Cameron no veía que aquella niña sólo
estaba intentando aprovecharse de ella. No era hija de Grant Campbell. Cameron
tenía buen corazón, y no veía a aquella niña como la aprovechada y lista muchachita
que era.

Sabiendo que no podría sacar a Lacy de la habitación sin una conmoción,


Jackson miró a Cameron de nuevo, con nostalgia. Necesitaba desesperadamente
tumbarse a su lado y abrazarla. Pero no quería despertarla. Se acercó a su lado y le
quitó el diario del regazo. Lo dejó en la mesilla, apagó la lamparilla de un soplido y
salió de la habitación silenciosamente.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 29

A la mañana siguiente, Cameron se despertó y se quedó quieta durante unos


momentos, disfrutando en aquel agradable estado entre el sueño y la conciencia,
donde todos los bordes de la vida parecían menos afilados. Somnolienta, recordó el
olor de la hierba bajo ella y el arco de la estructura del establo sobre su cabeza,
mientras Jackson y ella habían hecho el amor la noche anterior. Al recordar sus
caricias y sus besos, sonrió y se estiró perezosamente.
Mientras abría los ojos, sin embargo, la realidad de la noche previa la
sobresaltó. La visita de los soldados y la desaparición de Taye.
Con un suspiro, se levantó. Un millar de pensamientos le invadieron la mente
mientras se vestía. Se puso un sencillo vestido azul y amarillo y se hizo un moño
bajo.
Quizá Jackson ni siquiera hubiera llegado todavía. Quizá se hubiera quedado
con Thomas, que estaría abrumado por la noticia de la acusación contra Taye. O
quizá la situación hubiera cambiado durante la noche. ¿Qué ocurriría si los soldados
habían atrapado a Taye y a Falcon mientras intentaban salir de la ciudad?
Abajo, Cameron encontró a Jackson en el porche, tomándose un café. Él la miró
por encima del periódico cuando ella salió. Llevaba unos pantalones oscuros y una
camisa blanca, sin chaqueta ni corbata. Parecía mucho más joven que sus cuarenta
años, con el pelo moreno todavía húmedo del baño y recién afeitado.
Sin embargo, no se levantó para darle un beso de buenos días, y Cameron se
puso inmediatamente a la defensiva.
¿Por qué no había ido a dormir a su cama la noche anterior? Si quería comenzar
a dormir con ella de nuevo, ¿no habría ido a su habitación? Si realmente quería
dormir con ella, ¿acaso se lo hubiera impedido una niña de catorce años? Antes, ni
una manada de caballos salvajes, ni un regimiento de soldados, ni una guerra civil se
lo hubieran impedido.
Se sentó frente a él, sin estar segura de si estaba enfadada, o sólo dolorida.
Tomó la servilleta de hilo que había en la mesa, y en aquel momento, apareció Patsy.
—El capitán dice que no quiere desayuno, señorita Cameron. Dice que sólo hay
que hacerle el desayuno a usted y a la niña. ¿Quiere que diga en la cocina que
empiecen a moverse?
Cameron sacudió la cabeza mientras observaba cómo Patsy le servía el café en
una taza de porcelana.
—Sólo quiero unas galletas y mermelada, Patsy.
—Sí, señorita Cameron.
Cameron se puso azúcar en el café y después le dio un sorbo, mirando a

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Jackson por encima del borde de la taza.


—¿Estuviste ayer con Thomas?
Él asintió.
—Quiere defender a Taye. Cree que hay más posibilidades de que el jurado la
encuentre inocente si su propio prometido la defiende, y más siendo un hombre
conocido en todo el condado —dijo, y dejó el periódico sobre la mesa—. Tiene
intención de ponerse en contacto con sus compañeros, para formar un equipo de
abogados.
Ella arqueó las cejas.
—¿Es que piensa que hay que darle importancia a esta ridícula acusación?
—Cree que, debido a que la Reconstrucción está empezando, el gobierno querrá
tratar un tema como éste con toda pulcritud—dijo, dubitativamente—. Cam… la
verdad es que me he enterado de que han puesto precio a la cabeza de Taye…
quinientos dólares por la esclava que mató a su amo, viva o muerta.
—¡Eso es una bestialidad! Mi padre liberó a Sukey y a Taye muchos años antes
de morir.
—Lo sé.
—Grant nunca fue el amo de Taye.
—También lo sé.
—Es completamente injusto hacia Taye.
—Cameron, yo no estoy expresando mi opinión, sino lo que es probable que
diga un jurado de Mississippi. Lo que dirían los periódicos sureños y los
republicanos conservadores. Por Dios, yo no estoy contra Taye. Grant intentó vender
su virginidad al mejor postor en un prostíbulo. Lo difícil es saber por qué no lo mató
antes.
—No lo mató por eso —replicó ella, acaloradamente—. Nunca lo habría hecho
si él no me hubiera estado disparando a mí. ¿Y ahora me dices que su vida está en
peligro por salvar la mía?
—Cam, es una tontería discutir por esto cuando los dos estamos de acuerdo.
Los dos sabemos que fue una forma de defensa propia, porque Taye te estaba
defendiendo a ti. Lo único que quiero decirte es que debemos proceder con mucha
cautela, porque es muy posible que el jurado no vea las cosas de la misma forma que
nosotros en este momento.
—¿Y cómo va a saber el jurado lo que ocurrió? Allí sólo estábamos Taye y yo.
—Taye, tú, Naomi, y las hermanas Efía y Dorcas. Se te olvidan esas hermanas.
—No se me han olvidado. No las he mencionado porque ellas no estaban allí.
No pudieron ver lo que ocurrió. Naomi fue a ver a Efía anoche, para preguntarle.
—Yo ya he hablado con Naomi esta mañana. Efectivamente, las dos teníais
razón en vuestras sospechas. Naomi me ha dicho que, aunque la chica lo negó todo,
se dio cuenta, por sus reacciones, de que fue la que le contó el cuento al capitán Grey.
—¿Por qué? ¿Por qué le ha hecho eso a Taye? Nosotras hicimos mucho por esas
dos chicas.
—No sabemos por qué. Pero el sur está lleno de hombres y mujeres

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

desesperadas que matarían a sus propios hermanos por algo de dinero. Tenemos que
encontrar a Taye y a Falcon antes de que lo hagan otros.
—Falcon la protegerá.
—Con su vida. Pero es sólo un hombre. Si no solucionamos esto ahora, es
posible que Taye tenga que pasarse el resto de su vida huyendo. Tenemos que
encontrarlos, pero con discreción y cautela. No sabemos cómo fundamentará Thomas
el caso, y no debemos entorpecer sus esfuerzos.
—Tenemos que ir a buscarla hoy mismo.
Jackson sacudió la cabeza.
—¿Por qué no? Está en peligro de que la asesinen… Tenemos que…
—Quiero darle tiempo a Thomas para que piense y organice un plan.
—¿Y qué haremos cuando la encontremos? ¿La traeremos aquí para que se
someta al juicio? ¿Quién nos asegura que aquí no le ocurrirá algo terriblé?
—Cuando la encontremos, yo la protegeré. Te lo prometo.
—¿Cómo?
—No lo sé aún, pero pensaré en algo. Esto es para lo que estoy entrenado,
Cameron. De un modo u otro, estará segura —hizo una pausa y añadió—: Tengo una
idea de adonde pueden haber ido.
—¿Adónde?
—Cuantas menos personas lo sepan, mejor. En cuanto tengamos un plan, iré y
la traeré.
—¿Irás sin mí?
A él se le dibujó una ligera sonrisa en los labios, al recordar sus primeros años
juntos.
—Tengo la sensación de que podría intentarlo, pero no tendría éxito.
Cameron también sonrió y, por un momento, sintió una chispa entre ellos.
Durante aquel instante, se encontró de nuevo muy cerca del hombre al que había
amado más que a su vida.
Jackson se apartó de la mesa y el momento se desvaneció.
—Tengo que decirte algo más. Es importante que lo mantengas en secreto, pero
le dije a Thomas que te lo contaría en su nombre.
Cameron frunció el ceño.
—¿Qué?
—Thomas se está muriendo —le dijo, directamente.
—¿Cómo?
—Se está muriendo.
Cameron no pudo decir nada. Tenía el corazón encogido.
—Creo que lo sabe desde hace tiempo —continuó Jackson—. Ha probado con
varios tratamientos, pero no han tenido éxito. Me imagino que se habrá estado
negando la realidad durante semanas, quizá meses.
Cameron no podía creerlo. Thomas era un hombre joven, más joven que
Jackson. Había estado en su vida durante muchos años, sólido, digno de confianza.
Por la relación que había tenido con su padre, Cameron sabía que siempre estaría allí

- 193 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

para ella. Y ahora, ya no lo estaría.


—Tiene tuberculosis.
Cameron se estremeció. De repente, sintió mucho frío. Recordó los ataques de
tos de Thomas. Recordó lo delgado que se había ido quedando. ¿Cómo podía haber
estado tan ciega? Incluso le había preguntado, recientemente, si había ido a ver al
farmacéutico. Sin embargo, él lo había achacado todo al exceso de trabajo que tenía.
¿Por qué no se le había ocurrido a ella que estaba gravemente enfermo?
La respuesta le llegó rápidamente, desde lo más profundo de su alma.
«Por la misma razón por la que no has podido ver que Taye ya no estaba
enamorada de Thomas».
—No.
Cameron no quería escuchar nada más. Agarró la taza y le dio un sorbo al café,
intentando recuperar la compostura.
—¿Lo… lo sabe Taye?
Antes, Taye se lo contaba todo a Cameron. Sin embargo, desde que habían
vuelto a estar juntas en Baltimore, ella sabía que había secretos entre las dos.
«Porque dejaste de pensar en su felicidad. Sólo podías pensar en ti misma, más
que en Taye, más que en Jackson, más que en tu propio bebé. Tenías que salirte con
la tuya».
—Ella no lo sabe, y Thomas me ha pedido que no se lo digamos.
—¡Pero ella tiene que enterarse!
—Thomas quiere ser quien se lo diga —dijo, y se levantó de la silla—. Tiene ese
derecho. Y tiene el derecho a decidir cuándo quiere decírselo.
Cameron miró las anchas maderas del suelo del porche. Se sentía
profundamente culpable por no haber sido más perceptiva.
—¿Y yo… puedo hablar con él?
—Todavía no. Dale unos cuantos días. Estaba muy disgustado. No creo que le
haya dicho a nadie lo de su enfermedad, y ahora, lo de Taye…
—¿Así que no puedo hacer otra cosa que esperar aquí mientras el estado
prepara el caso contra mi hermana por disparar a Grant?
—Volveré a casa esta noche —dijo, y salió del porche.
Cameron no pudo mirar cómo se marchaba.

Una semana más tarde, Jackson se detuvo de camino al banco y le ofreció la


mano a un hombre al que había conocido durante la guerra. Ambos poseían negocios
navales, y su camino se había cruzado varias veces con el de Antoine Gallier. Jackson
sabía que estaba en la ciudad porque Thomas estaba trabajando para él. En medio de
la conmoción por la acusación contra Taye y algunos viajes que Jackson había tenido
que hacer para investigar una pista sobre los Thompsons' Raiders, no había tenido
oportunidad de ver a su viejo amigo.
—Antoine, me alegro mucho de verte.
—Y yo también —respondió el señor Gallier, y le estrechó la mano a Jackson

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afectuosamente—. Tengo que darte las gracias por enviarme a ver a monsieur
Thomas. Me está prestando una ayuda inestimable. Tiene grandes conocimientos del
derecho de navegación internacional.
—Me alegro de oír eso. Te dije que Thomas no te decepcionaría. ¿Vas a estar
mucho tiempo en la ciudad? A mi mujer y a mí nos encantaría que vinieras a cenar
una noche a casa.
—Estaré aquí hasta finales de semana, y después tengo que ir a Nueva Orleáns,
antes de volver a casa, a Baton Rouge.
—¿Qué te parece esta noche, entonces?
—Merci, Jackson. Eres muy amable. Debes saber lo horrible que puede llegar a
ser cenar solo cuando uno tiene que viajar con tanta frecuencia.
—¿A qué hora te parece bien? —le preguntó Jackson, asintiendo—. ¿A las siete?
¿A las ocho?
Gallier se sacó el reloj del bolsillo.
—Deja que vea qué hora es…
El retrato que llevaba dentro de la tapa del reloj le llamó la atención a Jackson.
—Demonios, Antoine, ¿quién es?
Gallier volvió el reloj hacia Jackson, para que su amigo pudiera ver mejor la
miniatura.
—Mon dieu, ésta es mi querida sobrina, Minette —dijo, y se santiguó—. Que
Dios la tenga en su gloria.
Jackson miró asombrado el retrato de la joven. Era igual que Taye Campbell.
—Siento oír eso, Antoine. Tengo que decirte que se parece tanto a mi cuñada
que te creería si me dijeras que es ella.
El hombre cerró el reloj.
—Oui, tuve el placer de conocer a la señorita en el despacho de Thomas. El
parecido me resultó inquietante. Es una señorita encantadora.
A Jackson le funcionaban los engranajes de la mente a toda velocidad. Estaba
ideando algo un tanto absurdo.
—¿Podrías decirme cuándo falleció su sobrina?
—Fue en mayo de 1861, justo antes de que estallara la guerra. Uno de mis
barcos, en el que viajaba ella, se hundió en el golfo, en una espantosa tormenta.
Murieron todos los tripulantes y los pasajeros. Fue muy trágico. Mi mujer se quedó
destrozada. Aún no lo ha superado.
—Siento mucho tu pérdida, Antoine —Jackson le dio unas suaves palmadas a
Gallier en el brazo, con la cabeza llena de posibilidades. Su idea no podía ser viable.
Era algo absurdo, tan absurdo que no podría funcionar—. Escucha, Antoine, ¿tú me
harías en enorme favor? Es el favor más grande que ningún hombre debiera pedirle a
otro.
—Ya sabes que haría cualquier cosa por ti, Jackson. Si no fuera por ti, mi
negocio se habría hundido durante la guerra, y mi familia se habría muerto de
hambre.
—Mi petición no sería completamente legal. Tengo que explicártelo desde el

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principio—le advirtió Jackson—. Pero te juro que es por una buena causa. Significaría
mucho para la familia de mi mujer. Y para mí.
Antoine sonrió astutamente.
—No sería la primera vez que hago algo ilegal, ¿eh, ami?

—No lo entiendo —le dijo Cameron a Jackson. Sin embargo, mientras hablaba,
empezó a echar ropa sobre la cama para meterla en la bolsa de viaje—. ¿Cómo vamos
a salvar a Taye trayéndola a casa para que la juzguen? Tú mismo has dicho que no la
van a tratar con justicia. ¿Y qué tiene que ver ese señor Gallier con todo esto? Nunca
te había oído hablar de él.
—Todavía no lo he pensado todo, pero Thomas y yo tenemos una reunión en su
despacho dentro de una hora. Sabré más una vez que Thomas nos explique las
ramificaciones legales.
Cameron arrojó ropa interior, medias y un corsé sobre la cama. No le estaba
prestando atención a la ropa que elegía. Quería darse prisa para estar preparada
cuando Jackson dijera que había que salir de la ciudad.
—No lo entiendo. Al menos, dime adónde vamos. ¿Dónde está Taye?
—Tengo el presentimiento de que Falcon y ella están en Nueva Orleáns.
—¿Nueva Orleáns? ¿Y por qué allí? No conocemos a nadie en Nueva Orleáns.
Él sacudió la cabeza. Estaba claro que tenía otras cosas más importantes en que
pensar.
—No importa. Lo que importa es que tenemos que traerla rápidamente.
—Estaré lista en una hora. No tardaré en hacer la maleta de Lacy.
Jackson se volvió hacia ella.
—No. Sólo tú. No quiero llevarme a esa pequeña bestia.
—Jackson…
—Eso no es negociable —la interrumpió, antes de que Cameron pudiera darle
argumentos—. La chica se quedará aquí con Naomi, o si lo prefieres, quédate tú. Yo
no voy a viajar con ella. No tengo tiempo para tratar con sus ataques.
Cameron abrió la boca para discutir, pero al mirar bien a Jackson, se dio cuenta
de que no iba a ganar aquella batalla. Tenía que decidir si dejaba a Lacy en manos de
Naomi o tomaba la oportunidad de ir a buscar a su hermana, y, además, de pasar
unos días a solas con su marido.
Cameron apretó los labios y miró a Jackson a los ojos.
—Estaré lista en unos minutos.
—Tómate el tiempo que necesites. Probablemente, no saldremos de aquí hasta
por la mañana. No estoy seguro de si iremos en tren, en barco o en coche. O en los
tres. Sólo quiero que estés lista.
—Lo estaré —susurró ella, mientras salía hacia el pasillo.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 30

—¿Quieres comer algo más? —le preguntó Falcon a Taye, al otro lado de la
mesa para dos que estaban compartiendo en el patio de su hotel en Nueva Orleáns.
Había velas sobre las mesas y en los árboles, y desde una de las balconadas del
edificio, unos músicos cantaban y tocaban música creóle.
—¿Algo más? —Taye miró a Falcon y se rió—. Esta noche me has rellenado de
jambalaya, ostras y gambas. Creo que no quiero nada más —dijo, y tomó la copa de
vino que acababa de servirle la camarera.
Miró a la chica a los ojos azules, tan parecidos a los suyos, y le habló en francés.
Charlaron unos instantes y, después, la muchacha sonrió y se marchó.
—No sabía que hablabas el idioma de los criollos —comentó Falcon,
observando a Taye a la luz de las velas.
Ella levantó un poco la copa, observando el vino deslizarse hacia un lado del
cristal.
—Hablo cuatro idiomas —le dijo—. El francés de Cameron es pasable, pero
nuestro tutor siempre dijo que a mí se me daban bien los idiomas.
—¿Y por casualidad es uno de esos idiomas el de mi madre?
—¿El cherokee? Me temo que no. Pero sí hablo la lengua de tu padre, el
español.
—Entonces, si vienes a California conmigo, podrás hablar con mi padre a mis
espaldas. Yo no hablo la lengua de mi padre.
—¿Por qué no?
Él se encogió de hombros.
—Crecí entre los cherokee. El padre de mi madre era mi padre. No era nuestra
costumbre.
—¿Así que no conocías a tu padre de niño?
—No. Era un muchacho cuando lo vi por primera vez.
Ella le dio un sorbo al vino, concentrada en sus pensamientos.
—Entonces, en cierto modo, tú te pareces mucho a mí. Yo también crecí sin
padre. Sólo que él estaba allí, aunque nunca lo supe.
—¿Y eso te causa ira?
—No. No se podía remediar. No era nuestra costumbre —dijo ella, sonriendo—.
Pero ahora añoro lo que sé que me perdí.
Falcon señaló con la cabeza a la chica que les había servido la cena.
—Yo sólo hablo un poco de francés. ¿Qué te ha dicho?
—Le he dicho que tenía unos ojos muy bonitos, y ella me ha respondido que yo
también —respondió Taye, tímidamente.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Tiene razón —dijo, sin dejar de mirarla—. Parece que estás muy cómoda
aquí. Pensé que lo estarías.
Falcon tenía razón. A Taye le pareció raro que pudiera sentirse como en casa en
un lugar tan alejado de su hogar. Pero allí, en Nueva Orleáns, había muchos hombres
y mujeres de diferentes mezclas de razas, y por una vez, no se sentía fuera de lugar.
Falcon se había dado cuenta de lo mismo cuando había visitado aquella ciudad
durante la guerra. Le explicó a Taye que aquella era una de las razones por las que la
había llevado allí, para enseñarle lo diferente que podría ser la vida para ella.
Una canción dulce y triste comenzó a sonar, y las parejas se levantaron para
bailar. No era un vals, ni ninguna otra música que Taye conociera. Los hombres y las
mujeres se balanceaban suavemente, se dejaban llevar por la música en brazos de sus
parejas. Era algo muy atrevido, pero seductor al mismo tiempo.
Mientras Taye bailaba con la mejilla apoyada en el hombro de Falcon, bajo la
luz de la luna y de las velas que había en los árboles, casi olvidó que estaba allí
porque estaba huyendo para salvar la vida.
—¿Sabes lo que quiero? —le susurró.
—Los deseos no deben compartirse —le murmuró él al oído—. Sólo con el cielo,
sólo con la madre tierra.
—Bueno, éste es uno que quiero compartir contigo —dijo ella, y levantó la
cabeza para mirarlo a los ojos—. Ojalá pudiera bailar contigo, en tus brazos, para
siempre.
Falcon la besó en los labios, suavemente.
—Ven al oeste conmigo y bailaremos todas las noches bajo las estrellas.
Ella sacudió la cabeza.
—He estado pensando en todo esto, Falcon. No puedo hacerlo. No puedo
abandonar a mi hermana. Ni siquiera le he dicho adiós.
¿Y Thomas? ¿Cómo iba a abandonarlo sin liberarlo de su promesa? No podía
hacerle algo así. Lo había dejado todo inacabado, y se sentía como si no pudiera dar
un paso adelante, pero tampoco pudiera volver atrás.
La canción terminó, y volvieron a la mesa. Allí, Taye recogió su bolso.
—Vamos a la habitación —dijo, suavemente.
En la semana que llevaban en Nueva Orleáns, habían recorrido la ciudad,
habían paseado por los parques, habían escuchado música en las calles y en los
restaurantes e incluso habían apostado en las mesas de juego. Después, todas las
noches, habían regresado al hotel de Royal Street donde estaban alojados. Falcon
había dicho que sería más fácil y seguro que viajaran como marido y mujer, y Taye le
había permitido tomar aquella decisión. Pero, cada noche, cuando se retiraban, ella
dormía sola en la gran cama, cubierta por la mosquitera, y él dormía en el suelo,
junto a la puerta.
Aquella noche sería diferente. Al mirar a los ojos de Falcon, Taye supo que tenía
que volver a Mississippi y enfrentarse a sus acusadores. Sabía que podrían ahorcarla
por lo que había hecho, pero no le importaba. Volvería a hacerlo de nuevo, si tenía
que salvar a Cameron.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Sin embargo, debía poner final a la vida que había dejado atrás, si quería tener
la posibilidad de explorar una nueva existencia con Falcon. Hasta que no hubiera
logrado la paz con Grant y con Thomas, no podría encontrar la felicidad verdadera
en brazos de Falcon.
Cuando llegaron a la suite del Three Sisters Hotel, Falcon cerró la puerta tras
ella y dejó su sombrero en una silla.
Entonces se acercó a Taye y le tomó las manos.
—Taye—le dijo suavemente—. Te tomaría como esposa ahora mismo, aquí
mismo, pero tú debes venir a mí por tu propia voluntad, sin arrepentimiento. Sabes
que podría llevarte muy lejos de aquí, donde nadie te encontraría nunca.
Ella sacudió la cabeza.
—Tengo que volver, Falcon. Sé que no lo entiendes, pero tengo que liberar a
Thomas de su promesa de casarse conmigo. Y debo responder a los que me acusan
en el tribunal.
Él frunció el ceño.
—Entiendo la importancia de una promesa, pero dejar que te arresten… —
sacudió la cabeza—. Me temo que no encontrarás justicia en un tribunal blanco. Te
juzgarán por el color de tu piel y no por tus actos, como ha ocurrido siempre. Como
sé que te ha ocurrido a ti.
Taye notó las lágrimas en los ojos. Se temía que él pudiera enfadarse con ella,
pero no le importaba. Sabía lo que tenía que hacer.
—Tengo que volver.
Entonces, para su sorpresa, él sonrió.
—Eres una mujer valiente, Taye Campbell. Lo suficientemente valerosa como
para ser una doncella cherokee.
La tomó entre sus brazos y la besó.
Se habían besado varias veces desde la noche en que habían huido de Atkins'
Way, pero había algo diferente en aquel beso. Algo que Taye sintió por dentro.
Tendría que someterse a un juicio, y era posible que la declararan culpable por
matar a Grant Campbell, pero tendría aquella noche, decidió. Tendría aquella noche
perfecta con el hombre con el que quería pasar el resto de su vida.
Taye le pasó los brazos por el cuello a Falcon y lo atrajo hacia sí. Notó que se le
aceleraba el pulso cuando le introdujo la lengua en la boca y lo saboreó. Su sabor, su
esencia, tenían algo de salvaje, algo que la excitaba más allá de nada que hubiera
experimentado en su vida.
Falcon posó una mano en sus costillas, y ella se la tomó y la apretó contra su
pecho, lentamente. Entonces, Falcon le mordisqueó el labio inferior y le frotó el
pezón con el dedo pulgar. Ella dejó escapar un gemido.
Quizá debería estar avergonzada, pero no lo estaba. Deseaba desesperadamente
que la acariciara, y acariciarlo. Echó la cabeza hacia atrás para que Falcon pudiera
apretarle los labios contra el cuello y, al mismo tiempo, se atrevió a posarle la mano
en el muslo y a deslizaría hacia arriba.
Mientras lo acariciaba, fascinada por la forma en que su sexo se endurecía bajo

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las puntas de sus dedos, él deslizó los labios por su cuello y le besó el pecho por
encima del vestido. A los pocos instantes, Falcon le agarró la mano y detuvo sus
caricias.
—Taye… —susurró él—. Taye, lo siento. Te doy las gracias por el regalo que me
ofreces, pero no puedo tomar lo que está destinado a otro hombre, al hombre con el
que pasarás el resto de tu vida.
Taye tenía la respiración entrecortada y tardó en responderle.
—Falcon… sé lo que estoy haciendo. No importa lo que me pase, sé que eres tú
el que ha de tomar mi virginidad.
Él sonrió. En sus labios se dibujó una sonrisa que era dulce y triste al mismo
tiempo. Levantó la mano de Taye y se la llevó al pecho, donde ella pudiera sentir
cómo le latía el corazón.
—Tus palabras me conmueven, pero debo negarme, porque todavía tienes una
promesa que te ata a Thomas.
Ella bajó la cabeza, desilusionada y avergonzada al mismo tiempo. Lo deseaba
con todas sus fuerzas, pero no podía obligarlo si él no la deseaba.
—¿No quieres hacer el amor conmigo, aunque yo esté dispuesta?
Él le alzó la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Yo no he dicho que no fuera a hacer el amor contigo. Pero no tomaré tu
virginidad hasta que puedas concedérmela libremente.
Taye sonrió, insegura. Seguramente, había formas en las que los dos podían
darse placer el uno al otro, de manera que ella no dejara de ser virgen, pero…
Aquella noche, mientras se desnudaban lentamente el uno al otro y Falcon le
enseñaba los secretos del placer, aprendiendo lo que a ella le agradaba, Taye sintió
que el corazón se le llenaba de amor por él.
Antes de dormirse, cansada y satisfecha en brazos de Falcon, supo que, pasara
lo que pasara, podría morir feliz.

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Capítulo 31

Mientras el barco discurría por las aguas turbulentas del Mississippi, Cameron,
apoyada en la barandilla de cubierta, aspiró el aire de la noche, perdida en los
recuerdos que le traía aquel olor.
—Oíd Miss—murmuró—. Amo tanto este río…
¿Cómo podía esperar Jackson que viviera en Washington o en Maryland,
cuando era hija del viejo sur? Destrozado por la guerra, hecho jirones, todavía era su
hogar, y ella adoraba su tierra y su gente con todo su corazón.
Volvió la cabeza y observó la silueta de Jackson a la luz de la luna, al otro lado
de la cubierta, también apoyado en la barandilla. Era evidente que quería estar solo.
De lo contrario, ¿por qué había elegido un lugar tan aislado del barco? ¿Debería ella
volver a su camarote?
Después de un momento de indecisión, Cameron recorrió la cubierta para
acercarse a él. Agarró la barra de madera pintada de la barandilla y se quedó
inmóvil, titubeante.
Jackson la miró, y después volvió a mirar al agua oscura y ondulante del río.
Había estado igual de pensativo desde que habían embarcado en el Magnolia Queen,
el día anterior, en Vicksburg.
—Siento que no tengas un alojamiento más cómodo —le dijo, sin mirarla.
No había podido conseguir un camarote privado con tan poca antelación, así
que Cameron tenía que compartir camarote con la señorita Fanny Motterbee y su tía
abuela, Francés Motterbee. Eran un par de cotorras incansables, así que Cameron
había salido para escapar de su constante parloteo.
—El camarote es muy cómodo —le dijo—. Incluso tiene una pequeña ventana
—añadió, queriendo continuar la conversación—. ¿Cómo es el camarote de los
hombres?
—Está abarrotado —respondió Jackson, y la miró con una media sonrisa.
Cameron percibió una chispa del hombre que había sido antes de la guerra—. Lleno
de humo. Ruidoso.
Cameron aprovechó la oportunidad y deslizó la mano por la barandilla para
cubrir la mano de Jackson. Quería hacer las paces con él desesperadamente, sobre
todo en aquel momento en el que la vida de Taye estaba en peligro. Simplemente, no
sabía cómo saltar aquel abismo.
—Quizá en Nueva Orleáns podamos compartir una habitación, solos tú y yo,
sin Fanny, Francés y tus doce nuevos amigos —dijo ella, dulcemente.
Jackson se volvió hacia ella, y a la luz de la luna, Cameron percibió arrugas en
su rostro, arrugas que no tenía antes de la guerra. Sintió una oleada de ternura. Ojalá

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pudiera ella borrar aquellas arrugas, borrar todas las tragedias que Jackson había
presenciado y de las que rara vez hablaba. Sin embargo, Cameron sabía que no podía
cambiar el pasado. No podía borrar la guerra, ni la pérdida del bebé, ni las cosas que
le había dicho cegada por la ira y el dolor. Lo único que podía hacer era no seguir
haciéndolo, intentar arreglar las cosas que tenían arreglo y aceptar las cosas que no lo
tenían.
Jackson le tomó la mano y se la llevó a los labios, mirando al Mississippi.
—Háblame—le dijo, con voz ronca—. Cuéntame que has estado haciendo para
pasar el tiempo.
—He estado leyendo el diario de mi padre.
—¿Aún? —él sonrió, y le frotó suavemente la mano contra la mejilla.
Jackson no se había afeitado aquella noche, antes de ir a cenar al camarote del
capitán, y tenía la piel un poco áspera. Cameron no se atrevía a respirar, a decir nada
que pudiera romper el hechizo del momento. Aquél era el primer momento de
intimidad real que sentía con Jackson desde hacía semanas, quizá meses.
—Pensaba que ya lo habrías acabado—continuó él—. Si hubiera sido el diario
de mi padre, no habría podido contenerme hasta qué lo hubiera terminado por
completo.
—Estoy intentando disfrutar de las palabras de mi padre—dijo ella,
suavemente—. Mientras leo, no sólo lo veo a él, sino a mí también.
—Cuéntame lo que has leído hoy.
—Era acerca de la boda de mis padres. Ya sabes que fue arreglada.
—Por encima de todo, tu abuelo era un hombre de negocios—dijo él, con
sarcasmo.
—Mi padre no estaba enamorado de mi madre. Apenas la conocía. Pero hizo lo
que su padre le pidió, y se casó con ella de todas formas.
—Es lo que hacen los hombres del sur —comentó Jackson.
—Sin embargo, una semana antes de la boda llevó a Sukey a casa, para
enseñarle a ser ama de llaves. En el diario cuenta que habló abiertamente con mi
abuelo de esa cuestión, y que mi abuelo sólo le pidió que fuera discreto.
Cameron levantó la cabeza para mirarlo. La estaba observando fijamente,
prestándole toda su atención, tan fascinado por la historia como ella misma.
—Mi padre y mi madre se casaron, y Grant nació un año después.
—Y después naciste tú. La hija que todo hombre desea secretamente.
Ella sonrió para sí misma, sintiendo tristeza. Se preguntó si Jackson hubiera
deseado que aquel hijo que habían perdido fuera un niño, o él también hubiera
querido una niña pelirroja.
Se volvió hacia él.
—Jackson…
Entonces, él la besó, tomándola por sorpresa y silenciando sus palabras. La
tomó en sus brazos, la atrapó entre su cuerpo y la barandilla y la besó
profundamente.
Cameron sintió el calor del deseo al instante. Deslizó las manos bajo la chaqueta

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

de Jackson y extendió las palmas sobre su pecho. Jackson le quitó el aliento con aquel
beso, y después le deslizó los labios por la barbilla, el cuello y el torso, cubriéndoselo
de besos hambrientos. Ella metió suavemente el muslo entre sus piernas y lo acarició
con la rodilla.
Jackson dejó escapar un gruñido.
—Demonios, ojalá tuviéramos un camarote para los dos solos.
Cameron arqueó la espalda y sintió que se le estaba clavando la barandilla en la
espalda, pero no le importó. La boca de Jackson sobre el pecho era algo demasiado
delicioso. Su mano, que la acariciaba a través del vestido y de la ropa interior, le
producía sensaciones demasiado gozosas como para moverse.
Sus bocas se encontraron de nuevo, y cada beso caliente y húmedo intensificaba
más y más sus necesidades.
Jackson tomó el bajo del vestido azul de noche de Cameron, apretándola aún
más contra la barandilla.
Cameron se rió, y le susurró con la voz ronca al oído:
—Jackson, estamos en un lugar público. Nos van a ver.
—¿Y qué verían? —le susurró él—. ¿A un hombre que tiene en brazos a su
mujer? ¿Qué daño estamos haciendo? Eres mi esposa, y es mi deber demostrarte mi
afecto.
De nuevo, ella se rió. Se sentiría avergonzada si alguien los sorprendiera, pero
en realidad, él tenía razón. Estaban en la cubierta, era un lugar aislado, y no había
nadie. Todo el mundo que aún estaba despierto en el barco estaba ocupado jugando
y bebiendo en el salón.
Jackson le tomó la mano y se la colocó en la parte delantera de sus pantalones.
—¿Ves? Te necesito desesperadamente, Cam.
Ella lo acarició, seriamente tentada. Estaba claro que una mujer de su edad no
debería estar retozando en la cubierta de un barco, pero tal y como él había dicho,
eran una pareja casada.
—Si nos sorprenden—le dijo, estremeciéndose de excitación al pensar que iban
a hacer algo tan atrevido—, te prometo que te tiraré por la borda.
Él se rió y volvió a besarla, mientras Cameron le desabotonaba los pantalones.
El beso fue largo y profundo, y ella se quedó sin aliento de nuevo. Lo deseaba tanto
como él, evidentemente, la deseaba a ella.
Jackson gruñó y apoyó la barbilla en el hombro de Cameron mientras ella le
acariciaba la carne dura y caliente. Entonces, Cameron lo sorprendió, y a sí misma
también, cuando se agarró el vestido y se puso de rodillas.
—Cameron —protestó él—. No tienes que…
—Shh —lo calmó ella—. No me digas que esto no te gusta…
Él le acarició los hombros.
—Si viene alguien…
—No nos verán, y si nos ven, no se darán cuenta—susurró Cameron—. He
tirado mi pañuelo al suelo, y parecerá que me he agachado a recogerlo.
—Cameron, no puedes…

- 203 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Ella le deslizó la lengua por la piel sedosa de su miembro, silenciándolo hasta


que los sonidos que emitieron sus labios fueron guturales.
—Dios mío —murmuró Jackson.
A Cameron se le aceleró el pulso mientras le pasaba la punta de la lengua por
allí… Después le levantó los suaves sacos de su carne y se los acarició con cuidado.
Jackson jadeó, agarrándose con fuerza a sus hombros, y mientras su deseo se
multiplicaba, el de ella también. Lo acarició con la boca y las manos, jugueteando con
él hasta el punto de hacer que explotara, y retirándose hasta que su respiración se
calmó ligeramente.
Cameron tenía la intención de excitarlo hasta que no hubiera vuelta atrás, pero
cuando casi lo había conseguido, Jackson la tomó por los hombros y la levantó.
—Cam, basta —gruñó—. Me vas a matar.
—Matarte no era lo que tenía en mente —murmuró ella, sonriendo contra sus
labios. Bajó la mano hacia su miembro de nuevo—. ¿Te parecería bien qué…?
—No, no me parecería bien —respondió él, entendiendo perfectamente lo que
ella quería decir.
Le tomó la mano, se la apartó y la empujó contra la barandilla de nuevo.
Estaba muy oscuro en la cubierta, pero a la luz de la luna ella se dio cuenta de
que la estaba mirando a los ojos. Aquellos globos grises estaban demasiado
oscurecidos por el deseo como para poder leer sus pensamientos en ellos, pero notó
una ternura en él. Realmente, todavía la quería como antes.
Jackson comenzó a levantarle el vestido y la combinación, sin dejar de mirarla a
los ojos, y ella le quitó las capas de tela de las manos y elevó las caderas. Cuando los
dedos de Jackson encontraron sus pliegues húmedos de deseo, ella no pudo evitar un
gemido.
—Jackson…
Sosteniéndola en los brazos contra la barandilla, él penetró en su cuerpo. Ella se
mordió el labio inferior y dejó caer a su alrededor las faldas para que los ocultaran.
Jackson la rodeó con los brazos y se balanceó contra ella. Cameron se agarró con
fuerza a sus hombros y cerró los ojos con fuerza al sentir las olas de placer que la
invadían. Jackson respiraba en su oído, y su aliento, cálido y jadeante, sólo servía
para incrementar el ardor que sentía. Él comenzó a moverse más y más rápido,
acercándose al clímax, y Cameron abrió más los muslos, tomándolo tan
profundamente como podía.
Ella emitió un grito de éxtasis y él apretó los labios contra su boca para que no
se escapara el sonido. Con un último gemido, Jackson se quedó inmóvil.
De repente, Cameron no era capaz de sostenerse. Le temblaban las rodillas y la
cabeza le daba vueltas. Jackson se salió de ella y le colocó las faldas. Después,
rápidamente, se abotonó los pantalones. Después abrió los brazos, y ella se pegó a él.
Cambiaron de posición en la barandilla, para que él se apoyara en la madera y ella
contra él.
Cameron posó la mejilla en su pecho y escuchó cómo el ritmo de los latidos de
su corazón se aminoraba poco a poco. Él le besó la frente húmeda y le apartó un rizo

- 204 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

de la mejilla. Cameron sintió un estremecimiento de felicidad y le puso la mano en el


hombro. Por una vez, no tenía nada que decir. Jackson la besó con ternura, y ella se
quedó satisfecha.

—Querría una habitación —le dijo Jackson al recepcionista que había tras el
espléndido mostrador de madera tallada del Three Sisters Hotel de Nueva Orleáns.
Cameron paseó la mirada por el elegante vestíbulo, y a través de una puerta
arqueada, vio un precioso patio, donde los huéspedes estaban tomando limonada y
dulces. Estaba oscureciendo, y los magnolios habían tomado un aire de elegancia a la
luz tenue del atardecer.
—¿Cuánto tiempo se quedarán? —preguntó el hombre, con un marcado acento
criollo.
—No lo sabemos. Dos o tres noches.
Cameron miró a Jackson. La noche anterior se habían abrazado en la cubierta
después de hacer el amor, y habían hablado durante horas. Jackson le había
explicado su idea para salvar a Taye. Era algo casi imposible, pero en aquel
momento, tenían que encontrar a Taye y llevarla a Mississippi para poner en marcha
el plan.
—Muy bien, señor —respondió el recepcionista.
Jackson se apoyó en el mostrador.
—¿Podría decirme si hay algún huésped en el hotel llamado Falcon Cortés?
—Lo siento, señor, no—respondió el recepcionista, sonriendo—, ¿Podría
decirme su nombre, o dejarme su documentación?
Jackson frunció el ceño.
—Soy el capitán Jackson Logan, y ella es mi esposa.
El criollo arqueó las cejas.
—Qué extraño, señor. Ya tenemos a un capitán Logan en el hotel. Es un hombre
muy alto con una esposa bella y delgada. ¿Son parientes?
—Parece que los hemos encontrado —sonrió Cameron.
Jackson y Cameron se detuvieron en la puerta de la habitación que estaba justo
debajo de la suya. Ella llamó. Detrás de la puerta, oyeron sonidos. Cameron
reconoció la voz de Taye, aunque no entendía lo que decía. La voz de Falcon era un
sonido mucho más grave.
Después de un largo momento, la puerta se abrió.
Falcon miró a Jackson y después a Cameron, y se apartó de la puerta para
cederles el paso.
—Para ser un cherokee, no te escondes muy bien, amigo —le dijo Jackson,
abrazándolo.
—Me conoces muy bien —respondió Falcon.
Dentro de la habitación, Cameron vio el pequeño baúl de Taye abierto sobre la
cama. Miró a Taye.
—¿Ibas a alguna parte, hermanita?

- 205 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Al ver a Cameron, Taye fue corriendo a sus brazos.


—¿Cómo habéis venido tan rápido? Os enviamos el telegrama ayer por la
mañana.
Cameron se abrazó con fuerza a su hermana, y después se retiró un poco para
mirarla.
—No hemos recibido tu mensaje, pero hemos venido a buscarte. Taye, hay una
recompensa para quien te lleve a Mississippi, viva o muerta —Taye palideció
mientras Cameron continuaba—. Pero no te preocupes. Jackson tiene un plan —dijo,
y miró a Falcon, todavía con un sentimiento de inseguridad hacia él. Sin embargo,
sabiendo lo enfermo que estaba Thomas, se sentía contenta de que hubiera alguien
más en la vida de Taye—. Jackson y Thomas creen que pueden arreglar este terrible
lío, pero tienes que volver con nosotros a Jackson —y le dijo a Falcon—: Y tú tienes
que esconderte hasta que todo esto acabe. Después —terminó, mirando a Taye de
nuevo—… supongo que podréis hacer lo que queráis.
—Lo que Taye ha dicho es verdad —dijo Falcon—. Ayer os enviamos un
telegrama, diciendo que ella volvería a Jackson a enfrentarse con sus acusadores—
hablaba con la lenta cadencia que a Cameron le parecía incluso atractiva, después de
meses de escucharla—. Contadme ese plan.
Taye se agarró con fuerza a los brazos de Cameron, con los ojos llenos de
lágrimas.
—No, ahora no podemos hablar sobre mí. Todavía no.
Cameron la tomó de la mano y la llevó hacia la cama.
—Por favor, Taye, no te disgustes. Creo que el plan de Jackson…
—No, por favor. Escúchame —dijo, con las mejillas llenas de lágrimas—.
Necesito decirte… quiero decirte cuánto siento lo que hice.
Jackson carraspeó.
—Falcon, quiero fumar, y quizá tomar un refresco. ¿Bajamos y les concedemos a
las señoras algo de privacidad?
—Espera un momento, cariño —le dijo Cameron con ternura a su hermana.
Siguió a Jackson hasta la puerta y le acarició el brazo—. Gracias. Creo que después de
un rato a solas, se encontrará mucho mejor.
—Sólo quiero que tú seas feliz —murmuró Jackson—. Es lo que siempre he
querido.
Al percibir la sinceridad que había en aquellas palabras, a Cameron se le hizo
un nudo en la garganta. Jackson le dio un beso en la frente y salió de la habitación
con Falcon.
Cameron volvió a la cama y se sentó junto a Taye. Le tomó la mano. A pesar del
calor que hacía aquella tarde, tenía la piel fría.
—¿Quieres agua?
—No. Sólo quiero decirte que lo siento. No maté a Grant para vengarme de lo
que nos hizo a todos—dijo, entre sollozos—. Sólo apreté el gatillo para que no te
matara.
—Oh, Taye —dijo Cameron, abrazándola fuertemente—. Nunca te he culpado.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Él mató a nuestro padre, a tu madre, y me habría matado a mí, y a ti también —


Cameron sonrió a través de sus propias lágrimas, y le secó a Taye las mejillas con las
palmas de las manos—. No quiero volver a oír una palabra más de esto. Yo nunca te
he culpado. Nunca—repitió, mientras se sacaba un pañuelo del bolsillo—. Sécate las
lágrimas. Voy a ir un minuto a nuestra habitación, porque quiero que escuches algo.
Cameron volvió unos minutos después con el diario de su padre en las manos.
—Ya te he dicho que eso era privado —dijo Taye, mientras se apretaba el
pañuelo, hecho una bola, contra los ojos hinchados de llorar.
—No me importa. Quiero que oigas esto —respondió Cameron, y abrió el
libro—. Pero primero voy a ayudarte a que te pongas el camisón y a que te metas en
la cama. Parece que no has dormido desde hace días.
Por una vez, Taye permitió que Cameron la cuidara. Cuando estuvo en
camisón, se tumbó en la cama. Cameron también se quitó la ropa y se tumbó junto a
ella. Colocó la mosquitera y encendió la lamparita de la mesilla. Después, abrió el
diario.
—Escucha…
Taye apoyó la cabeza en la almohada y la miró.
—«Hoy, Sukey dio a luz a una niña —leyó Cameron en voz alta—. Y no puedo dejar
de llorar como si fuera un viejo tonto. Sólo puedo estar en la pequeña habitación, con mi hija
en brazos, observando sus diminutos pies, sus deditos perfectos. Siempre supe que quería
tener hijos y que los querría. Y quiero a mi Cameron y a mi Grant. Pero este bebé, hija de mi
carne, nació del amor. Y por este regalo, le doy las gracias a Dios Todopoderoso. Sólo espero
que ella crezca para experimentar la mitad de la alegría que ella me ha dado a mí esta noche.
Sukey y yo la llamaremos Taye».
Cuando Cameron levantó la vista del diario, Taye estaba llorando de nuevo,
pero en aquella ocasión, era de felicidad.
Cameron cerró el diario y apagó la lamparita de un soplido. Después se recostó
de lado y abrazó a su hermana, como cuando eran pequeñas en Elmwood, y dormían
en la misma cama.
—Ahora duérmete, cariño, y por la mañana, todo será mucho mejor.
Taye cerró los ojos.
—No me dejes.
Cameron le besó el hombro.
—No lo haré. Te lo prometo. Ni esta noche, ni cuando volvamos a Jackson. Vas
a pasar esto, y después vas a tener una vida feliz. Lo sé.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 32

—No puedo hacerlo —susurró Taye.


Le temblaban las manos mientras se ponía unos guantes de color beige.
—Por supuesto que sí puedes —respondió Cameron, ajustándole a su hermana
el nuevo sombrero y alisando el lazo azul, del mismo color que la camisa de seda que
llevaba bajo el canesú del vestido. También era igual que el color de los ojos de Taye,
lo cual hacía que estuviera aún más preciosa. Exactamente, lo que Cameron tenía en
mente cuando había elegido aquel conjunto.
Taye sacudió la cabeza mientras se mordía el labio inferior.
—No soy actriz. Se darán cuenta enseguida.
—Habla todo el francés que puedas—le dijo Cameron—. Dudo que el capitán
Grey sepa francés. Es de Nueva Jersey.
Habían llegado dos días antes a Meridian, Mississippi, de Nueva Orleáns. El
tren y los trayectos en coche de caballos habían sido agotadores, pero Jackson había
insistido en que eran necesarias para que la estratagema fuera perfecta. Nadie podía
saber que Taye había vuelto a Mississippi hasta que su plan estuviera en marcha. La
noche anterior, el señor Gallier habían llegado también a Meridian y en secreto, se
había reunido con Jackson y Cameron.
Aquella mañana, Taye y Gallier tomarían el tren del mediodía hacia Jackson.
Cameron y Jackson volverían a casa de su viaje a Nueva Orleáns en un coche
alquilado, y de aquella manera llegarían a la ciudad por caminos diferentes.
Una vez que Taye y Gallier llegaran a Jackson, irían al Magnolia Hotel, que se
estaba renovando gracias a cierto benefactor… allí serían los primeros huéspedes
desde la guerra. La señora Pierre ni siquiera había parpadeado cuando Jackson le
había pedido que abriera las puertas del hotel antes de la fecha que tenía planeada.
Y, además, la buena señora no había hecho ni una sola pregunta.
—Debes concentrarte en comportarte como si nunca hubieras estado en Jackson
—le dijo Cameron a Taye—. No debes reconocer a nadie, ni siquiera a mí.
—Lo sé, lo sé —dijo Taye, y le tomó las manos a su hermana—. Conozco el
plan. Sólo ruego que alguien nos vea salir de la estación y comience la charada. El
señor Gallier y yo sabemos exactamente lo que tenemos que decir. Y lo que tenemos
que hacer.
—Bien.
Cameron intentó apartarse, pero Taye la sostuvo.
—Cameron, escúchame. Quiero que sepas que… si esto no funciona, no es
culpa tuya.
Cameron le besó a Taye las manos antes de que la soltara.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—No seas tonta. Funcionará.


—Cameron —Jackson abrió un poco la puerta y dijo —Tenemos que irnos. No
deberíamos habernos quedado tanto tiempo.
Cameron le dio un beso en la mejilla a Taye.
—Haz esto, y después tendrás un gran futuro en los escenarios de Nueva York
—le dijo—. Nos veremos pronto, cariño.
Cameron se obligó a caminar lentamente hacia la puerta para dar la impresión
de que se sentía totalmente segura del plan. Sin embargo, los latidos de su corazón
indicaban lo contrario.
Taye sonrió dulcemente, agarrada del brazo del señor Gallier mientras
caminaban por la calle hacia el Magnolia Hotel. Intentaba pensar como si no fuera
Taye Campbell, sino una joven francesa que había llegado recientemente al país.
Cuando habían salido de la estación, el señor Gallier había pagado a un mozo
para que les llevara las maletas al hotel, y después había rechazado el ofrecimiento
de alquilar un coche de caballos, explicando en voz alta, para todo el que quisiera
escucharlo, que a su sobrina y a él les vendría muy bien dar un paseo y tomar el aire.
Jackson había insistido en la importancia de que los viera la mayor cantidad de gente
posible cuando llegaran a la ciudad.
—Il fait chaud, onde —dijo Taye, intentando distorsionar un poco su voz, tal y
como le había dicho Cameron.
El señor Gallier había sonreído y le había dado unos golpecitos en el brazo.
—mit plus chaud que Barón Rouge, si c'est possible.
—Disculpen —un oficial del ejército cruzaba la calle hacia ellos, seguido por
dos soldados rasos.
A Taye se le cortó el aliento, y tuvo que obligarse a sí misma a permanecer en
calma. Estaba segura de que aquel hombre era el capitán Grey. Ella no había llegado
a verlo nunca, porque había tenido mucho miedo de asomarse por las escaleras
cuando había ido a arrestarla a Atkins' Way, pero Jackson y Cameron se lo habían
descrito.
—Buenas noches, señor —dijo Gallier, exagerando su acento francés.
Grey se detuvo frente a Taye y Gallier.
—¿Es usted Taye Campbell? —preguntó.
Ella fingió que se sorprendía, y miró asombrada al capitán.
—Non. Soy Minette Dubois dijo, pronunciando con acento francés.
—Es ma niéce, mi sobrina —dijo Gallier, con las cejas arqueadas—. ¿Podemos
ayudarlo, señor? —preguntó con altivez.
—¿No es usted Taye Campbell, la hermana de Cameron Campbell? —le repitió
Grey, evidentemente, muy confuso.
Taye sacudió la cabeza.
—Non. Yo he… ¿cómo se dice? —dijo, mirando a Gallier—. Yo he accompagné…
—Acompañado—le dijo Gallier.
—Acompañado—repitió ella—mon onde a la ciudad por sus negocios.
El oficial la observó otro momento más, y después miró en dirección a la cárcel,

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

visible desde donde ellos estaban. Los dos soldados esperaban sus instrucciones.
—¡Cabot!
—¿Señor?
—Vuelva a la cárcel. Traiga a esa mujer.
—Sí, señor.
—Lo siento —dijo Grey, con una ligera sonrisa, pero sin apartarse del camino
de Taye y Gallier—. Soy el capitán Grey, del ejército de Estados Unidos. Estoy
destinado aquí en Jackson, al mando de la cárcel. Creo que hay un caso de identidad
equivocada. Estamos buscando a una mujer que coincide con su descripción. Si no le
importa esperar unos momentos, estoy seguro de que podremos resolver esto.
Taye miró a Gallier. No era difícil aparentar que estaba incómoda. Estaba
temblando sobre los tacones de sus zapatos nuevos.
—Onde, je ne comprends pas. Que veulent-ils?
—Preferiría que hablara inglés, señorita. Yo no hablo francés —le dijo el capitán
con aspereza.
Taye tuvo que contener una sonrisa.
Ellos tenían la esperanza de que el capitán Grey no hablara francés.
—Je pense qu'il mardie.
—Minette, querida —dijo Gallier—. El señor quiere que hablemos en inglés, y
no en francés.
—Oui, sí —dijo Taye, parpadeando al mirar a Grey—. Por supuesto, señor.
Disculpe.
—Mi sobrina acaba de llegar de Francia—explicó Gallier—. Ha recibido clases
de inglés, por supuesto, pero no ha tenido muchas oportunidades de practicar, como
le habría gustado, antes de venir con mi mujer y conmigo a Nueva Orleáns.
Taye sonrió encantadoramente, siempre agarrada del brazo de Gallier.
El capitán Grey la miró.
—¿Acaba de llegar de Francia?
—Oui. Sí.
Los tres se volvieron a mirara al cabo, que se acercaba con Efia por la calle.
—¡Por supuesto que es ella!
Taye tuvo que contener todas las emociones que surgieron en ella. Tenía que
seguir con su papel, si no quería ser acusada de asesinato. Si no quería que la
colgaran.
—¡Es Taye Campbell! —repitió Efia, señalándola—. ¿No la ve? ¡Le dije que
estaba andando por la calle, más orgullosa que un pavo real con ese sombrero!
Taye miró a Gallier. Sus ojos oscuros le transmitieron una extraña sensación de
calma. Ella podía hacerlo. Después de todo, era una Campbell, ¿no?
—Je ne comprends… no entiendo —dijo Taye, en su mejor inglés afrancesado.
—¿Estás segura de que es ella?
—¡Claro que sí! —escupió Efia—. Mírela. Vestida como una blanca, pero todos
sabemos de qué color es su piel. Es negra como el barro de Mississippi, como el resto
de los pobres negros.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Taye estaba completamente asombrada del odio que estaba oyendo en la voz de
Efia. Era un odio que no entendía. ¿De dónde había salido, y por qué? Cameron y
ella habían sido buenas con Dorcas y Efia. Apretó los dedos en el brazo de su onde.
Grey miró a Taye.
—¿Y usted dice que no es Taye Campbell?
—Non… —respondió ella, inocentemente—. Soy Minette Dubois. Acabo de
llegar de la Sorbonne de París.
—Esto es absurdo —dijo el capitán Grey, frotándose la frente sudorosa.
—No sé qué demonios está diciendo en francés —gritó Efia, sacudiendo una
mano—, pero sé que es ella. ¡Es la que mató a Grant Campbell a sangre fría! Yo lo vi
todo.
Estaban empezando a atraer público. La gente se había arremolinado a su
alrededor, y el capitán solucionó la situación inmediatamente.
—Está bien —dijo. Levantó ambas manos y se interpuso entre las dos mujeres—
. Señorita, lo siento, pero tengo que pedirle que nos acompañe a la cárcel. Sólo hasta
que las cosas se aclaren.
—¿Mi sobrina está arrestada? Esto es completamente absurdo.
—Señorita… Por favor.
—¿Onde? —murmuró Taye, patéticamente.
Abrió mucho los ojos, intentando parecer un conejillo asustado.
—Tout va bien. No pasa nada, querida —le dijo Gallier, moviendo el mostacho—
. Avisaré a mi abogado para que vaya a la cárcel inmediatamente. Estoy seguro de
que él podrá arreglar esto.
Grey le cedió el paso a Taye para que caminara delante de él.
—¿A su abogado, señor? —le preguntó, cautelosamente a Gallier—. ¿Tiene
usted que venir a Jackson con su abogado?
—¡Por supuesto que no! —respondió Gallier, con su mejor tono de
indignación—. He venido a Jackson porque es aquí donde mi abogado lleva los
asuntos de mi negocio. El señor Thomas Burl me asiste. Es un experto en leyes de
navegación internacional.
Grey miró a Taye, perplejo. Y quizá escéptico.
Era bastante conveniente que el señor Gallier, de Baton Rouge, tuviera un
abogado en Jackson. Cameron y Jackson habían hablado sobre si Thomas debería
actuar como el abogado de Minette o no, cuando se suponía que estaba
comprometido con Taye. Sabían que podría resultar sospechoso. Finalmente, Jackson
había vencido, diciendo que el beneficio de que Thomas la representara en el juicio y
dijera que aquélla no era su prometida era mucho mayor que el riesgo de sospechas.
Taye se obligó a mantener la respiración pausada mientras caminaba
delicadamente junto al capitán Grey hacia la cárcel, sin prestarle atención a Efia, que
les seguía gritando acusaciones para que todo el mundo pudiera escucharla.
Los hombres y las mujeres de la calle se quedaban mirándolos. Algunos
conocían a Taye y se quedaban muy confundidos. Ella lo veía en sus caras y lo oía en
sus susurros. Ella mantuvo baja la mirada, fingiendo que no conocía a nadie. Sólo le

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

pedía a Dios que aquello funcionara.


—¡Cabot!
—¿Señor?
El soldado se adelantó para hablar con su capitán.
—Quiero que Tatterwaw y usted vayan a Atkins' Way y traigan al capitán
Logan aquí. Seguramente, él podrá identificar a esta mujer y decirnos si es su cuñada
o no.

Cameron estaba tumbada en la cama, leyéndole a Lacy, cuando oyó a una de las
sirvientas abrirle la puerta al soldado Cabot, en el piso de abajo. Sabía perfectamente
por qué estaba allí, así que se levantó para vestirse.
Cuando estuvo arreglada, le dijo a Lacy que se sentara a escribir unas cuantas
letras sin manchones de tinta y le dio un beso en la cabeza:
—Ahora tengo que irme—le dijo, despidiéndose con la mano—. Cuando hayas
terminado, puedes ir a jugar con Ngosi.
—¡Bien! —dijo Lacy.
Bajó de la cama y fue corriendo a tomar su libro del alfabeto.
Cameron salió al pasillo justo cuando Jackson la estaba llamando.
—¿Señora Logan? Por favor, ¿podría bajar?
—¿Sí, capitán? —dijo ella, bajando por las escaleras—. ¿Qué ocurre?
—Siento molestarte, cariño, pero este joven dice que es posible que hayan
encontrado a tu hermana.
Cameron se agarró a la barandilla y se apresuró a bajar.
—¿Está bien? Oh, gracias a Dios. Me temía que ese espantoso piel roja le
hubiera hecho daño.
—El capitán Grey me ha pedido que vaya a la cárcel a identificarla, y sabía que
tú querrías venir. Parece que hay una confusión.
—Por supuesto que iré. Iba a Elmwood —dijo, señalándose el sombrero—. Pero
estoy ansiosa por acompañarlos, caballeros.
Jackson se volvió hacia el soldado.
—La señora Logan y yo iremos directamente, soldado.
—Sí, señor —respondió el soldado, y cerró la puerta después de salir.
Jackson le ofreció el brazo a Cameron, sonriendo.
—Buena actuación, señora Logan. Siempre pensé que tenías talento para la
interpretación.
Ella le tomó el brazo, sonriendo también.
—Usted tampoco ha estado mal, capitán Logan.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 33

—¡Capitán Grey! —exclamó Cameron mientras entraba corriendo a la cárcel,


delante de Jackson—. Gracias a Dios que ha encontrado a mi hermana. ¡Cuando mi
marido empezó a sospechar que el piel roja había secuestrado a Taye, me temí lo
peor!
—Señora Logan—dijo él—. Capitán Logan… Me disculpo. No era mi intención
que la señora Logan tuviera que venir a la ciudad en mitad del calor del día.
—El capitán sabía que estoy ansiosa por ver a mi hermana —dijo, mirando en
dirección al pasillo de las celdas—. ¿Puedo verla ya, por favor?
Nervioso e inseguro de sí mismo, el capitán Grey condujo a Cameron a través
de una puerta de madera, reforzada con otra de barrotes de hierro.
—Cielos—murmuró ella, abanicándose—. Mi pobre hermana. No puedo
imaginar por todo lo que ha pasado.
El capitán se hizo a un lado para cederle el paso a Cameron.
—¿Taye? —dijo Cameron, acercándose a una de las celdas, cuya puerta estaba
abierta. Taye estaba sentada en una silla de madera. En cuanto Cameron la vio, el
estómago le dio un vuelco, pero se mordió el labio inferior y abrió mucho los ojos,
fingiéndose totalmente sorprendida—. Oh, cielos. ¿Quién… quién es usted?
El capitán Grey se acercó a la celda.
—¿No es su hermana?
Cameron miró a Taye de nuevo.
—Hay un ligero parecido, pero… —Cameron miró al capitán, y en voz muy
baja, le dijo —: ¿Es que usted no sabe que mi hermana es medio negra?
El capitán Grey esperó.
Cameron bajó la voz aún más.
—Esta bella señorita no es africana, señor.
Él miró a Taye.
—¿No es ésta su hermanastra, señorita?
—Non —respondió Taye—. Yo nunca he visto a esta mujer, señor.
—Jesús —murmuró el capitán entre dientes—. Capitán Logan, ¿no es ella su
cuñada?
Jackson se acercó a la celda, miró a Taye y después se volvió hacia el capitán.
—Muy guapa, pero no es Taye.
—¿Puedo irme entonces, señor? —preguntó Taye.
El capitán Grey miró a Taye largamente, y después salió de la celda y recorrió el
pasillo hacia la sala, seguido de Jackson y Cameron.
Antes de que Cameron se marchara, las miradas de las dos hermanas se

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

cruzaron durante un instante. Cameron no se atrevió a decir nada por miedo a que
alguno de los hombres de vigilancia las oyera, pero vio amor y la preocupación en
los ojos de Taye.
—¿Así que no ha encontrado a mi hermana? —preguntó Cameron, cuando
estuvieron fuera del pasillo de las celdas.
—Francamente, señora Logan, no sé quién es ella. La mujer, Efia, dice que es
Taye Campbell —dijo, señalando en dirección a la celda.
—¿Y va a creer a una mujer de J. Town antes que a mí? ¿Por qué, capitán Grey,
es que no sabe quién soy? ¿No sabe quién era mi padre?
—Lo siento —dijo Grey, mirando a Jackson—. Llegaré al fondo de esto. Me
disculpo por haberlos hecho venir.
—No se preocupe, capitán. Entiendo que cumple con su deber —Jackson se
puso el sombrero—. Continúe buscando a mi cuñada. Nos tememos lo peor,
sabiendo que el señor Cortés también ha desaparecido.
—Gracias de nuevo —dijo Grey—. Si oigo algo, capitán, se lo haré saber.
Oportunamente, Thomas entró en la cárcel con el señor Gallier justo cuando
Jackson y Cameron salían.
—Oh, Thomas—exclamó Cameron, sacándose un pañuelo de la manga del
vestido—. No hay necesidad de que entres. No es Taye.
—Por supuesto que no es Taye —dijo Gallier, indignado—. Es mi sobrina, a la
que tienen retenida sin ningún derecho.
Thomas le dio un beso a Cameron en la mejilla, y ella se dio cuenta de lo
delgado, frágil y pálido que estaba. Cameron se dio cuenta de cuan débil estaba y
parpadeó evitando llorar, Luego Miró a Logan, tendiéndole la mano.
—De repente, no me encuentro bien, Jackson.
—Lo siento—dijo Thomas, haciéndose a un lado.
—Vas a hacer que el capitán Grey se dé a la bebida.
—No me importa —susurró Cameron—, siempre y cuando deje libre a Taye
primero.
—Señorita Dubois.
Taye se levantó de la silla para saludar a Thomas y le hizo una ligera
reverencia.
—Mi abogado—dijo el señor Gallier, presentándoselo a Taye—, el señor
Thomas Burl. Y me ha asegurado, querida, que puede arreglar este asunto en horas.
—Oh, eso espero, onde —murmuró Taye, para que lo entendieran el capitán y el
otro soldado.
Thomas se volvió hacia Grey.
—Me gustaría ver a solas a mi cliente—dijo.
—Por supuesto, señor Burl. Tómese el tiempo que necesite. El juez Mortimer no
está en la ciudad, pero tengo entendido que vuelve esta semana.
—¿Y tiene intención de retener a mi cliente hasta entonces?
—Ella… la señorita Campbell —se corrigió— ha sido acusada de asesinato. No
sé quién va a resolver este lío, pero creo que no voy a ser yo, señor —dijo, y se

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

marchó junto al soldado, que cerró la puerta.


Cuando Taye oyó el portazo, dejó escapar un suspiro de alivio.
—Oh, Thomas —susurró. Dio un par de pasos hacia él y lo abrazó, pero él
volvió la cara hacia otro lado y ella se retiró, temiendo que se le cayeran las
lágrimas—. Tienes todo el derecho a estar enfadado conmigo y a odiarme, pero deja
que…
—Señor Gallier, esto es privado —dijo Thomas, rígidamente—. ¿Le importaría
dejarnos a solas?
—Por supuesto—dijo el hombre, y salió de la celda—. Esperaré junto a la puerta
para asegurarme de que nadie entre.
Taye esperó hasta que Gallier desapareció antes de hablar de nuevo, en voz
baja.
—Thomas…
—No tenemos mucho tiempo —la interrumpió él.
—Pero tengo que decirte…
Él le tomó las manos y la miró a los ojos.
—Taye, te libero de nuestro compromiso. Sabes que, cuando todo esto termine,
tendrás que irte lejos de aquí, ¿verdad?
Ella apretó los labios, luchando por contener las lágrimas, y asintió.
—Tendrás que vivir en un lugar donde estés segura. Tendrás que cambiar de
nombre y hacerte pasar por una francesa o una criolla. El señor Gallier ha ofrecido
que uses el nombre de su querida sobrina. Quiero que busques un lugar donde la
vida sea más fácil para ti. Me temo que el sur tardará mucho en estar preparado para
aceptarte—Thomas miró hacia abajo y después, a Taye de nuevo—. Deberías ir con
él.
Taye sabía a quién se refería. A Falcon. Sintió una mezcla de orgullo y de dolor.
Thomas la quería, pero no de la manera que ella necesitaba.
—Oh, Thomas, querido Thomas, yo no quería que esto sucediera…
—No podemos controlar de quién nos enamoramos—dijo él, con una sonrisa—.
Además, tú y yo no estábamos destinados a casarnos, y los dos nos dimos cuenta
hace tiempo, ¿no?
Taye quería contradecirlo, pero no pudo. Él tenía razón. Sin embargo, la verdad
le hacía daño.
—Y ahora—dijo Thomas, cambiando de tema—, ya conoces el plan. Yo no sabía
que el juez estaría fuera de la ciudad, así que es posible que tengas que pasar esta
noche aquí. No creo que el capitán Grey crea a Efia, pero es lo suficientemente listo
como para darse cuenta de que aquí hay una extraña coincidencia. No va a tomar
una decisión que podría costarle el exilio al oeste, donde tendría que luchar con los
indios.
—Está bien—dijo ella—. Quiero agradecerte que hayas pensado en todo esto.
—¿Yo? —Thomas se rió—. A mí nunca se me habría ocurrido semejante plan.
Sólo Jackson podría pensar en semejante estratagema.
—¿Crees que funcionará?

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Creo que sí. Sobre todo, cuando el señor Gallier aparezca con sus
documentos, y con el retrato de su sobrina que tiene en el reloj.
—Pero es absurdo—murmuró ella, sin poder creérselo—. ¿Cómo puedes
demostrar que no soy quién soy?
—Es así como funciona el sistema legal de Estados Unidos. Las autoridades
tienen que demostrar que eres Taye Campbell.
—Y si soy la sobrina del señor Gallier, ¿qué pasa con Taye Campbell? ¿No
seguirá buscándola la justicia?
—Jackson tiene muchas influencias. Me ha asegurado que, con el tiempo,
convencerá a las autoridades de que Taye Campbell ha muerto. Déjanoslo a nosotros.
Taye. Déjanos… —entonces, Thomas comenzó a toser y se sacó el pañuelo del
bolsillo de la chaqueta.
Taye se quedó horrorizada al ver cómo se convulsionaba por la tos.
—Disculpa —dijo Thomas, con la voz ronca, cuando por fin dejó de toser.
Se limpió la boca con el pañuelo lo dobló y volvió a limpiarse de nuevo.
Entonces, Taye vio las manchas de sangre en el algodón blanco.
—¡Thomas! —exclamó, e intentó agarrarle la mano para cerciorarse de lo que
había visto, pero él se metió el pañuelo al bolsillo rápidamente—. Estás enfermo —le
dijo, con los ojos llenos de lágrimas—. Muy enfermo.
El bajó la cabeza. Cuando por fin habló, no la miraba.
—Lo siento. Debería habértelo dicho.
Taye conocía los síntomas de aquella enfermedad. Tuberculosis.
—Oh, Thomas.
—Lo siento. No tuve agallas.
—¿Has ido a ver al médico? ¿Has ido a la botica?
Él levantó la cabeza, al fin.
—No se puede hacer nada, y lo sabes. De todas formas, es lo mejor. No habría
podido casarme contigo de ninguna manera.
Taye se acercó a él, y Thomas intentó retirarse.
—No, no debes.
—¿No debo qué? —dijo ella, llorando—. ¿Abrazar a un viejo amigo? —apretó la
cara contra su chaqueta, inspirando profundamente, intentando fijarse su olor en la
memoria.
Él la empujó hacia atrás y consiguió soltarse cuidadosamente de los brazos de
Taye.
—Tengo que irme. He de hablar con Gallier, y además Jackson ha llevado a
Cameron a mi despacho. Tengo que mandarlos a Atkins's Way, para que no parezca
que están interesados en el destino de Minette Dubois.
Taye asintió, secándose las lágrimas con su pañuelo.
—Ojalá supiera cómo ayudarte, Thomas. No sólo por esto, sino por todo lo que
has sido para mí, para Cameron, para mi padre…
Él la miró a los ojos.
—Sonríeme —le pidio.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Ella sonrió, aunque apenas pudiera hacerlo.


—Con eso, es suficiente —le dijo, y se marchó.

—¿No tienes hambre? —preguntó Jackson.


Cameron sacudió la cabeza y apartó el plato. Había pedido que le llevaran una
cena ligera al porche, con la esperanza de que corriera la brisa, pero no había sido así.
El aire nocturno era sofocante.
Jackson se había quitado la chaqueta y se había remangado la camisa, y
Cameron se había quitado los zapatos y las medias y las había dejado en el
dormitorio, asombrando incluso a Lacy, que ya estaba acostada.
—No, no tengo hambre —dijo Cameron.
Tomó un vaso de agua, en el que se balanceaba un precioso trozo de hielo.
De alguna manera, Jackson se las había arreglado para comprar una carreta
cerrada llena de hielo, empaquetado en serrín, y lo habían almacenado en la hielera
del sótano, cubierto con más serrín. No podría haberle hecho a Cameron mejor
regalo, aunque se hubiera presentado ante ella con diamantes y esmeraldas.
Ella le dio un sorbito al agua, deleitándose con la frescura del líquido.
—¿Realmente crees que esto va a funcionar? —le preguntó suavemente.
—No te preocupes más. Claro que va a funcionar —Jackson también alejó su
plato, empujándolo por la mesa—. Cuando vuelva el juez y vea las pruebas, dejará
libre a Taye.
—Y después, ¿qué?
—Después, ella tendrá que irse —dijo Jackson, con toda la ternura del mundo—
. Pero tú ya lo sabías, ¿no? Y Taye también lo sabía, cuando eligió volver, en vez de,
simplemente, huir con Falcon.
De pronto, inesperadamente, a Cameron se le llenaron los ojos de lágrimas.
Según sus cálculos, se había quedado embarazada la noche después de que Jackson
volviera a casa, y de aquello sólo hacía un poco más de dos semanas. El periodo sólo
se le había retrasado unos cuantos días, y aun así sabía, por sus cambios súbitos de
estado de ánimo, que llevaba un niño en las entrañas de nuevo.
—Ah, Cam —murmuró Jackson.
Se acercó a ella y la abrazó. Cameron se acurrucó en sus brazos, sin importarle
el calor que hiciera. Sólo quería sentir su roce.
—Ella quiere irse con él —le dijo, apoyando la mejilla en el hombro de su
marido.
—Pero eso no es lo mismo que querer separarse de ti.
—Voy a echarla mucho de menos.
—Por supuesto que sí. Pero tienes Elmwood—le recordó él—. Y a Lacy —
añadió.
Sorprendida, Cameron se incorporó y lo miró a los ojos.
—¿Eso significa que puede quedarse?
Él no respondió, pero ella supo que su silencio era una afirmación.

- 217 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Yo creo que de verdad es hija de Grant —dijo Cameron acariciándole la


clavícula con un dedo—. No puedo explicarte por qué… algunas veces, es por su
forma de hablar, y otras, por su forma de mirarme…
Él suspiró.
—Ya que la familia se ha hecho tan grande, ¿qué más da una mujer
malhumorada más?
Ella le sonrió.
—¿Así que ya no la odias?
—Nunca la he odiado. Sólo es una niña. Es ella la que me odia a mí…
—¿Y?
—Y… tengo que confesar que estaba un poco preocupado por el tiempo que me
iba a robar contigo.
Cameron no pudo evitar sonreír mientras lo miraba fijamente. Justo cuando
creía que lo sabía todo de aquel hombre, acababa de aprender algo más. Nunca se le
había ocurrido que pudiera estar inseguro de su amor por él.
—¿Estabas celoso de una niña?
—Por supuesto que no.
Ella se rió y lo besó en la boca.
—Yo nunca he querido que pensaras que ella era más importante… no hay
nada más importante en el mundo que tú —dijo, pensando en Elmwood—. Pero tú
llegaste a Baltimore y comenzaste a darme órdenes, a decirme lo que podía hacer y lo
que no, después de haber estado lejos tanto tiempo.
Él le metió un rizo detrás de la oreja.
—Quizá Taye tenga razón. Hace falta tiempo para adaptarse a la vida de
casados.
Cameron pensó en su secreto. Quería decírselo, pero tenía miedo. ¿Y si
comenzaba a sangrar? ¿Qué ocurriría si no era cierto? Tenía que esperar unos
cuantos días más.
Cameron tomó el vaso de agua fría de la mesa y, al darle un sorbo, una gota se
le resbaló por la barbilla.
Jackson atrapó la gota con el dedo índice y se la extendió por el cuello. Ella se
arqueó: el frío era una sensación deliciosa en la piel ardiente.
—Oh… —susurró Cameron—. Sería capaz de bañarme en una bañera de agua
helada, en este momento.
Él le quitó el vaso de la mano, le dio un sorbo y después besó a Cameron.
Cuando ella separó los labios, el agua fría pasó de la boca de Jackson a la suya.
Cameron gimió de placer cuando sus lenguas se encontraron.
Jackson hundió los dedos en el agua y le dejó caer gotas de agua entre los
pechos. Cameron se rió y volvió a arquearse hacia atrás, para darle acceso libre a su
pecho húmedo. Jackson aceptó la invitación y se inclinó para besarle la piel fresca.
—Mmm. —gruñó Cameron—. Esto es muy agradable.
Volvieron a besarse, y él pescó el trozo de hielo del vaso y se lo pasó a Cameron
por la mejilla, por el cuello y por el valle entre sus pechos. El hielo, helado y duro, le

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produjo escalofríos de placer.


—Jackson—ella le rodeó el cuello con los brazos—. ¿No crees que deberíamos
subir a la habitación?
—Me estaba preguntando cuándo se me permitiría entrar de nuevo.
—Sólo tenías que pedirlo.
Él la besó una vez más, y la levantó de su regazo para poder levantarse. Dejó el
hielo de nuevo en el vaso.
—¿Te parece que suba mi hielo?
Ella caminó descalza por el porche, y lo llamó desde la entrada a la casa.
—Por supuesto, capitán—dijo, mirándolo con los ojos brillantes—. Por
supuesto.

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Capítulo 34

Tres días después, Cameron se despertó al oír el sonido de la puerta de la


habitación. Abrió los ojos y vio a Jackson entrando en el dormitorio, con la cara
iluminada por el sol de la mañana.
—Buenos días —le dijo alegremente, eufórica por tenerlo de nuevo con ella.
Jackson le devolvió la sonrisa.
—Buenos días.
Llevaba unos pantalones de lona y una camisa de algodón tosco. Tenía las
mangas arremangadas y debía de haberse bañado ya, porque tenía el pelo húmedo y
peinado hacia atrás, recogido en una coleta. Aquella indumentaria tan simple lo
hacía más joven, y parecía más despreocupado de lo que era, por su edad y sus
responsabilidades.
—Estaba en el establo. Una de las yeguas ha tenido un cólico.
Ella se sentó inmediatamente en la cama, preocupada.
—¿Tengo que bajar?
—No, no, la yegua ya está bien. Se ha levantado y ha comido de nuevo. Creo
que se había deshidratado por el calor. Cameron… tengo que hablar contigo.
Su tono de voz hizo que ella se pusiera rápidamente alerta. Se quedó
mirándolo, esperando.
—Tengo que irme a Memphis esta noche.
A Cameron le dio un vuelco el estómago.
—¿Por qué? —le preguntó suavemente, apartando la mirada.
—No puedo decírtelo.
—No, claro.
—Cameron, tienes que creerme cuando te digo que ésta será la última vez. Una
vez que haya terminado esta misión, le presentaré al secretario de estado mi
dimisión. Pero esta mañana he recibido un mensaje de Falcon, diciéndome que ha
interceptado una información. Es la oportunidad que habíamos estado esperando, y
tengo que ir. Ahora.
—¿Ahora? ¿Y qué pasa con Taye? —soltó ella, con toda la ira que había
sustituido a su alegría y a la ternura que había sentido por él hacía unos instantes—.
El juez vuelve mañana a la ciudad, y Thomas cree que todo podría decidirse mañana,
o al día siguiente. No puedes dejarnos ahora. No puedes.
—No te estoy dejando—respondió el con firmeza—. Sólo estaré fuera unos días.
Si hubiera alguna manera de evitarlo, lo haría. Pero tengo que hacerme cargo de este
asunto.
—¿Y no me vas a decir qué es?

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—No puedo —le dijo, con su voz de capitán.


En aquello no había emociones, sólo negocios.
Cameron apenas podía soportar la idea de que Jackson se marchara. ¿Acaso
aquellos últimos días de felicidad que habían compartido no significaban nada para
él? Incluso se había sentado con Lacy en el suelo, la tarde anterior, y le había
enseñado a jugar a las canicas. Cameron pensaba que la niña era demasiado mayor
para aquellos juegos tan infantiles, pero al ver que Jackson era tan paciente con ella,
Cameron no estaba dispuesta a interrumpirlos por nada del mundo.
Ellos dos habían hablado de verdad, como lo hacían antes de la guerra, cuando
todavía no estaban casados.
Y él iba a dejarla de nuevo.
—No quiero que te marches, Jackson.
—Y yo no quiero irme, Cameron. Demonios, no quiero.
Intentó tomarle la mano, pero ella la retiró. Era tonto por su parte sentirse tan
dolida, pero así era como se sentía. .
—Tengo que irme —repitió Jackson, levantándose de la cama—. Prometí servir
a la Unión y al presidente.
—¿Y qué pasa con la promesa matrimonial que me hiciste a mí?
Cameron no sabía por qué se sentía tan afectada, pero algo le decía, por dentro,
que él no debía irse.
Cameron se levantó de la cama y se puso la bata. Mientras se ataba los lazos a la
cintura, sentía cada vez más ira. ¿Debía decirle a Jackson que creía que estaba
embarazada de nuevo? ¿Quería que se quedara por ella, o por el bebé? ¿Por los dos?
—Cameron, escúchame. Esta misión es relativa a la seguridad de la nación. Te
lo explicaré todo cuando vuelva. Te juro que lo haré. Pero de verdad, ahora tengo
que irme.
Cameron tuvo que hacer un tremendo ejercicio de fuerza de voluntad para no
volverse y decirle que, si la abandonaba en aquel momento, más valía que no
volviera a casa. Pero inconscientemente, había percibido algo en su tono de voz que
hizo que lo creyera. O quizá sólo quería creerlo para darle una segunda oportunidad.
Para dársela a los dos.
—Está bien —murmuró—. Vete. Ocúpate de nuestro país; Taye y yo estaremos
bien.
Él se quedó tras ella en silencio durante casi una eternidad. Después, Cameron
oyó que se daba la vuelta.
—Me he ocupado de que, una vez que el juez desestime el caso, Taye se quede
tranquilamente en el Magnolia con Gallier, hasta que Falcon y yo volvamos —le dijo
desde la puerta—. Será mejor que ella se marche de la ciudad directamente. Después,
supongo que Falcon y ella tendrán planes.
Cameron se apoyó en el alféizar. Estaba mareada.
—Volveré en cuanto pueda, Cam.

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Jackson mantuvo la cabeza agachada, con el rostro escondido bajo el ala del
sombrero, mientras caminaba lentamente tras el cortejo fúnebre. El asfixiante calor de
Alabama caía sobre la triste procesión, haciendo aún más penoso el camino.
Cuando llegaron a la puerta del camposanto, cuatro hombres, incluido el
conductor del coche fúnebre, tomaron a hombros el ataúd de madera de cerezo y lo
llevaron junto a la tumba. Lo posaron cuidadosamente sobre unos caballetes y se
retiraron para dejar paso a los que iban a decirle un último adiós.
Jackson reconoció a Thompson, flanqueado por dos mujeres jóvenes vestidas de
negro de pies a cabeza. Los informes decían que tenía dos hermanas. Una de las
mujeres comenzó a llorar, y Thompson le rodeó la cintura con el brazo para que se
apoyara en él.
Jackson miró en dirección a las lápidas más grandes y los panteones que los
rodeaban. Aunque no veía a Falcon y a la otra docena de hombres que había llevado
con él, sabía que estaban allí.
Jackson, todavía con la cabeza baja, se abrió paso suavemente entre el grupo de
amigos y familiares que habían acudido a despedirse de Cora Thompson, amada
esposa y madre. Tras él, Jackson oyó suspiros suaves y ahogados. Deslizó la mano
dentro de la chaqueta y agarró la culata de su revólver. Estaba justamente detrás de
Thompson. Una de sus hermanas se había arrodillado y había apoyado las manos y
la cara en el ataúd. La otra muchacha estaba intentando consolarla.
Jackson se sacó la pistola de la chaqueta y se inclinó hacia delante para hablarle
al oído a Thompson. El hombre, de pelo rubio, de unos treinta y cinco años, se puso
muy rígido al sentir el cañón de la pistola en la espalda.
—Puede salir de aquí en silencio, dignamente, o puede salir con las manos a la
espalda, esposadas —le dijo Jackson, suavemente—. Usted elige, capitán Thompson.
—No creo que quiera hacer eso, señor —murmuró Thompson, sin apartar la
vista del ataúd de su madre.
—¿No? —preguntó Jackson.
—No —respondió una voz detrás de él.
Jackson también sintió la presión del cañón de una pistola en la espalda. En los
labios se le dibujó una media sonrisa al mirar a las lápidas que había frente a ellos.
Falcon y otros tres hombres, vestidos de negro, salieron de detrás de las tumbas, con
los rifles apuntándolos. El hombre que había tras Jackson bajó el arma.
—Maldita sea —susurró Thompson—. ¿Es usted capaz de arrestar a un hombre
en el funeral de su madre?
—Yo arrestaría a un hombre en su propio funeral —respondió Jackson,
pinchando a Thompson con la pistola—. Y ahora, camine hacia atrás lentamente.
Tengo a otro grupo de hombres detrás de aquellas tumbas, y a otros seis junto al
coche fúnebre. Compórtese, y sus hombres podrán marcharse. No los queremos a
ellos. Sólo lo queremos a usted.
Mientras Thompson comenzaba a caminar hacia atrás, lentamente, una de sus
hermanas lo llamó llorando, pero él sacudió la cabeza.
—Cuida de Alma —le dijo, señalando a la otra muchacha con la cabeza.

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Los demás asistentes observaron asombrados cómo Jackson conducía a


Thompson por el corto camino que había hasta los carruajes y el coche fúnebre.
—¿Adónde me llevan? —preguntó Thompson.
—A la estación. Una docena de soldados lo escoltará a Washington, D.C., donde
se lo juzgará.
—Yo no traicioné a mi país —dijo él, amargamente—. Mi país me traicionó a
mí.
—Tendrá ocasión de expresar su opinión—dijo Jackson, y le hizo un gesto a uno
de los soldados que apareció desde detrás del coche funerario—. Y ahora, vamos. Lo
conduciremos a la ciudad. Usted tiene que tomar un tren, y yo me marcharé a casa.

—Un momento. No sé si lo entiendo bien.


Le dijo el juez Mortimer a Thomas, mientras estudiaba los documentos que
tenía sobre el escritorio.
Taye estaba sentada junto al señor Gallier en el despacho del juez, intentando
mantener la calma. Dado que el magistrado no había llegado cuando se esperaba,
Taye había permanecido en la cárcel una semana entera. Y ahora que por fin iba a
tomarse una decisión sobre ella, estaba aterrorizada.
—Estamos buscando a Taye Campbell —dijo el juez Mortimer—. Y esta joven
ha sido identificada por un testigo del crimen como la citada señorita Campbell.
—Eso es correcto, señoría —respondió Thomas.
—La testigo conoce bien a la señorita Campbell —explicó el fiscal—. La idea de
que ella no sea Taye Campbell es absurda, señoría.
—Lo que es absurdo, señor Johnson —replicó el juez, sin levantar la vista de los
documentos—, es que tenga el despacho lleno de casos y usted me haga perder el
tiempo—rebuscó entre los papeles una vez más y tomó una de las hojas para leerla—
. ¿Señor Gallier?
—¿Señor? —dijo Gallier, que estaba frente al juez con el sombrero entre las
manos.
—¿Es ésta su sobrina, la señorita Minette Dubois? —le preguntó, señalando a
Taye con un gesto de la mano.
—Oui, señoría.
—Entonces, ¿no es Taye Campbell?
—Con todo mi respeto, señoría —dijo Gallier—. No sé quién es esa señorita. He
venido a Jackson a atender mis negocios con mi abogado, y he traído a mi sobrina
conmigo para que vea algo más de este precioso país que el cuarto de plancha de mi
mujer.
Mortimer sonrió ligeramente y después miró a Thomas y al fiscal.
—Señores, de acuerdo con toda esta documentación, y con la fotografía que me
ha facilitado el señor Gallier, no tenemos ninguna causa contra esta mujer, porque no
es Taye Campbell.
—Pero, señoría—protestó Johnson—. Esta documentación está en francés. No sé

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lo que dice. No he tenido suficiente tiempo de conseguir un traductor.


El juez clavó la mirada en el joven abogado.
—Yo hablo francés, señor Johnson. ¿Qué quiere demostrar?
—¿Cómo sabemos si toda esta documentación es legal, o falsa?
El juez recogió los papeles de su escritorio, los ordenó y se los tendió a Thomas,
mientras miraba directamente a Johnson.
—Joven, ¿conocía usted, por casualidad, a Grant Campbell?
—No, señor.
—Entonces, es usted un hombre afortunado. Señor Johnson, al interrogar a su
testigo, la mujer que ha acusado a la señorita Campbell, he descubierto que ella no
presenció la muerte de Grant Campbell, realmente. No sabemos cómo murió porque
no hubo testigos. La señora Logan informó a las autoridades de la muerte de su
hermano a su debido momento, y no hizo ninguna denuncia de asesinato, tal y como
declara su testigo.
—Pero, señoría…
El juez alzó un dedo para silenciar al abogado.
—Si no tenemos más declaraciones, aparte de la de su testigo, de que Grant
Campbell fue asesinado, entonces no tenemos caso contra Taye Campbell —dijo, y
miró a Taye—, ni contra la encantadora señorita Dubois. Mademoiselle —dijo.
Taye se levantó, agarrándose las manos para que nadie viera que le temblaban.
—Le pido mil disculpas por haberla retenido durante tantos días en la cárcel.
Espero que su alojamiento no fuera demasiado horrible.
A Taye se le aceleró el corazón. El juez iba a desestimar la acusación contra ella.
¡Iba a dejarla libre!
—Puede marcharse, mademoiselle. Por favor, disfrute de su estancia en Jackson,
y de nuevo, disculpe por todos los inconvenientes que hayamos podido causarle.
—Merci, gracias, señoría —dijo Taye, con un marcado acento francés.
Hizo una ligera reverencia y aceptó el brazo de Gallier.
El juez Mortimer observó al fiscal Johnson.
—Puede marcharse, señor, y en el futuro, le sugiero que estudie con más
minuciosidad los casos que me presenta. No me gusta que me hagan perder el
tiempo.
El abogado, dándose cuenta de que tenía que rendirse, metió sus documentos
en una cartera y se despidió.
—Gracias, señoría. Que tenga un buen día, señoría—dijo, y se marchó
apresuradamente.
Thomas, el señor Gallier y Taye también comenzaron a andar hacia la puerta,
pero el juez les hizo un gesto para que se detuvieran.
—Por favor, quédense un momento —dijo, y esperó a que la pesada puerta de
madera de su despacho se cerrara tras el fiscal—. Lo que voy a decirles, por
supuesto, es confidencial. Si lo repiten, lo negaré, y ustedes tres acabarán entre rejas
por un motivo u otro. Sin embargo…
Taye se agarró con fuerza al brazo de Gallier.

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—No sé lo que ocurrió la noche en que murió Grant Campbell. Por lo que a mí
respecta, ocurrió lo mejor. Por el momento, no hay ninguna acusación contra Taye
Campbell. La justicia no la reclama —dijo el viejo juez, mirando a Taye a los ojos—.
Pero algún día, en el futuro, Dios sabe si podría aparecer alguien haciendo de nuevo
acusaciones, falsas o verdaderas —continuó, y miró a Thomas—. Creo que sería
mejor si Taye Campbell no residiera en el estado de Mississippi.
Thomas asintió.
—Lo entendemos, señoría. En caso de que encontremos a Taye Campbell, le
haré saber su recomendación.
El juez tomó una pila de documentos de su escritorio, despidiéndolos con un
gesto.
—Que tengan un buen día.
Hasta que no salieron del despacho del juez, Taye no se atrevió a respirar.
—Gracias —le susurró a Thomas.
Él le sonrió amablemente.
—Mi actuación ha sido buena, ¿verdad?
—¡Magnífica! —le soltó el brazo a Gallier y se puso de puntillas para darle a
Thomas un beso en la mejilla—. Me quedaré en el Magnolia unos cuantos días más
—le dijo—. A mi tío y a mí nos gustaría invitarte a cenar con nosotros esta noche.
Creo que también voy a invitar a una mujer que he conocido. Ha sido amabilísima
conmigo, desde que se enteró de mi detención. Una tal señora Logan. Creo que es
familiar de un amigo tuyo.
Thomas sonrió.
—Será un honor aceptar su invitación, mademoiselle—le tomó la mano
enguantada e hizo una elegante reverencia para besársela.
Después, se fue, y Taye se dio cuenta de que tenía una vida entera por delante
de nuevo. Y no podía esperar más para empezar a vivirla.
—¡Efia! —gritó Clyde, cuando Efia llegaba a casa, casi después de anochecer.
Era evidente que estaba furioso—. ¡Efia!
Ella aceleró el paso y subió al porche.
—¡Voy, voy! —le gritó, mientras llegaba—. ¿Qué ocurre?
—¿Qué demonios te ocurre a ti, idiota? Esta tarde ha venido un capitán del
ejército, diciendo que la mujer a la que acusaste de asesinato era inocente. ¿Para qué
demonios has ido a llevarles cuentos a los soldados, y traerlos a mi casa? —el tono de
Clyde era más desagradable de lo habitual.
—Sabía que no me creerían. Pero ella lo mató —murmuró Efia—. Lo juro por
mi madre.
Clyde se acercó a ella y le dio un bofetón en la mejilla.
—¡A mí qué me importa! ¡Yo tengo asuntos aquí, idiota! Tengo una manera de
hacer dinero de verdad. ¡No puedo permitir que los soldados metan la nariz en mi
casa! Ese capitán ha dicho que te va a vigilar de cerca, porque hay rumores de que
has estado robando en la ciudad.
—Lo siento —dijo Efia, con la cabeza gacha.

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—Y más lo vas a sentir —la agarró por el pelo y tiró con fuerza—. ¡Recoge tus
cosas y márchate!
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas. No tenía ningún sitio al que ir.
—Clyde, por favor…
—¿No me oyes? —él le soltó el pelo y lanzó la pierna para darle una patada.
Entonces, Efia se echó hacia atrás para evitar el golpe y, sin querer, pisó a la
perra de Clyde. El animal soltó un quejido.
—¡Desgraciada! —explotó Clyde—. ¡Si le haces daño a mi perra, te voy a matar!
Efia se tambaleó hacia atrás y notó que la barandilla del porche se le clavaba en
la espalda. Mientras Clyde se lanzaba hacia ella, Efia cayó de espaldas por encima de
la barandilla.
—¡Ven aquí, desgraciada! —le gritó Clyde, mientras bajaba los peldaños del
porche para atraparla.
Efia aterrizó en el suelo de espaldas, pero rápidamente se levantó y, sin mirar
hacia atrás, salió corriendo.
—¡Si vuelves por aquí, te mataré! ¿Me oyes? —le gritó Clyde, rabioso.
Efia siguió corriendo hacia el bosque para salvar la vida.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 35

—¿Qué significa que no vas a quedarte a cenar? —le preguntó Taye a Cameron,
tomándole las manos.
—Yo… no me encuentro muy bien.
Las dos estaban en una pequeña sala adyacente al salón del Magnolia Hotel,
donde se estaba celebrando una fiesta por la liberación de la sobrina del señor
Gallier.
—¿Estás enferma? —Taye puso una mano fresca sobre la frente de su hermana.
—Por supuesto que no —dijo Cameron, y se apartó de la misma forma que
cuando eran pequeñas y Taye intentaba comportarse maternalmente con ella—. Sólo
que en este momento pensar en comida me revuelve el estómago.
En realidad, se encontraba perfectamente, pero necesitaba estar a solas. Una vez
que el peligro de que se acusara a Taye de asesinato había pasado, Jackson había
ocupado por completo su mente. Se arrepentía de no haber sido más comprensiva
cuando Jackson se había marchado para cumplir su misión, y durante todos aquellos
meses. Ella siempre había estado orgullosa de cómo Jackson servía al país, orgullosa
de que su marido desempeñara un papel importante para preservar el estado de la
Unión. Y qué orgulloso habría estado también su padre, pensó Cameron con tristeza.
Su propio padre, el senador David Campbell, le había enseñado a su hija, a base de
dar ejemplo, a dar servicio a su país. ¿Por qué había pensado que Jackson podría tirar
todo aquello por la borda sólo porque ella lo necesitara? ¿Por qué había pensado que
ella era más importante que todo el país? Cameron estaba empezando a darse cuenta
de lo egoísta que había sido desde que Jackson había vuelto de la guerra, y estando
embarazada de nuevo, necesitaba dejar a un lado todo aquel egoísmo. En las últimas
semanas, el hecho de tener a Lacy a su lado y cuidarla le había proporcionado una
fuerza y una felicidad que no sabía que podría acarrearle la responsabilidad por otra
persona.
Miró a Taye.
—No te preocupes, no es nada que no se cure en nueve meses.
—¿Estás embarazada otra vez? —preguntó Taye, entusiasmada, abrazándola—.
Oh, Cameron, ¡qué feliz soy por ti! ¿Ves? Te dije que todo saldría bien. ¿Y qué ha
dicho Jackson? Debe de estar muy emocionado.
Cameron bajó la vista y la clavó en la alfombra, deseando habérselo dicho antes
de que se marchara.
—No lo sabe.
—Bueno, ya tendrás tiempo de decírselo cuando vuelva. Falcon me ha enviado
un mensaje diciéndome que es posible que vuelvan mañana. Y después, él y yo

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tendremos que irnos—dijo Taye, con ternura—. A pesar de mi nuevo hombre, y de la


intención de Jackson de dejar que Taye Campbell descanse en paz lo más pronto
posible, Thomas cree que debo seguir el consejo del juez y dejar el estado
inmediatamente.
—No puedo soportar la idea de que te marches, pero estoy muy feliz por ti —
Cameron sonrió con ternura—. Jackson dice que Falcon es un buen hombre, que te
quiere, y que te cuidará bien.
Taye le acarició el brazo a Cameron con los ojos brillantes de entusiasmo.
—Hemos hablado de ir al oeste. Dice que debería ver a los búfalos antes de que
desaparezcan. Y allí, las cosas son diferentes, la gente es diferente. No importará que
mi madre fuera una esclava y mi padre el señor de la plantación—dijo, dando
palmaditas de alegría—. Falcon dice que me llevará a ver el océano Pacífico. Vamos a
la hacienda de su padre, en California.
—¿Y os casaréis?
—Él me lo ha pedido—admitió Taye—. Tengo que pensar en ello, pero sí, creo
que nos casaremos.
—Un brindis por mi sobrina—dijo el señor Gallier desde el salón—. ¿Dónde
está esa sobrina mía, Minette?
—Un brindis —repitió Thomas.
Taye miró en dirección al salón y se puso de puntillas para darle un beso a
Cameron en la mejilla.
—Vete a casa, y descansa. Te veré mañana por la mañana.
—Buenas noches —le dijo Cameron.
Taye se detuvo en la puerta, y se volvió.
—Oh, querida. Hemos enviado a Noah de vuelta a Atkins' Way. No iba a volver
por ti hasta las diez. No deberías ir sola a casa a estas horas. Le diré a la señora Pierre
que mande contigo a uno de sus sirvientes.
—No—Cameron sacudió una mano—. Entonces, alguien tendrá que
acompañarlo de vuelta. No está oscuro todavía. Si me doy prisa, no habrá ningún
problema.
Taye le dijo adiós de nuevo y Cameron salió de la sala privada y fue hacia el
vestíbulo del Magnolia. Estaba poniéndose los guantes de montar cuando una mujer
se acercó a ella.
—Discúlpeme, ¿es usted la señora Logan?
Cameron alzó la vista y vio a una mujer alta, asombrosamente guapa, con el
pelo negro y brillante y los ojos de ébano. Llevaba un precioso vestido de viaje de
color vino. Cameron supo inmediatamente que aquella mujer no era de la ciudad,
pero sin embargo, le resultaba vagamente familiar.
—Sí, soy Cameron Logan —dijo, mientras se ponía el segundo guante,
intentando ponerle identidad a la cara exquisita de aquella mujer—. ¿Qué puedo
hacer por usted?
La exótica mujer le ofreció la mano, llena de anillos de brillantes.
—Soy Marie LeLaurie.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Mientras Cameron le estrechaba la mano, aquel nombre le sonó en la mente.


Miró a la mujer a los ojos y retiró la mano como si la hubiera picado una avispa.
—Usted estaba en la fiesta de oficiales de mi casa de Baltimore—la acusó,
recordando que la había visto con Jackson, acariciándolo.
Marie continuó sonriendo, pero no con una sonrisa de amabilidad.
LeLaurie. Cameron sabía que había oído aquel nombre, pero ¿dónde? Entonces,
se acordó de las dos viejas cotillas a las que había escuchado en la tienda de
sombreros, en Baltimore. La mujer de la que hablaban se llamaba Marie LeLaurie.
A Cameron se le encogió el estómago. ¡Aquélla era la mujer con la que decían
que Jackson tenía una aventura! Aquel mentiroso desgraciado…
—Creo que conoce usted a mi marido —murmuró Cameron, notando que la
furia le subía del estómago hasta la cara, haciendo que le ardieran las mejillas.
—Sí, así es —respondió Marie, mirando a Cameron—. Me causa placer decir
que lo conozco bastante bien.
No se necesitaban más explicaciones. Cameron supo con seguridad que Jackson
y aquella mujer habían tenido una aventura, y quizá todavía la tuvieran. Durante un
instante, el dolor que le causaba la traición de Jackson fue tan grande que casi no
pudo respirar. Una parte de ella quería salir corriendo, pero ella era una Campbell, y
las mujeres Campbell no corrían.
—¿Quería decirme algo? —le preguntó Cameron, en un tono helado.
—Oh, no—Marie se rió alegremente, con la voz ronca y triunfante—. Sólo
pasaba por Mississippi, y quería conocer en persona a la mujer del capitán Logan.
Jackson y yo hemos trabajado juntos. Es una pena que no hayamos coincidido, pero
tengo una misión del Departamento de Estado en Nueva Orleáns, así que estoy
segura de que lo veré pronto. Muy pronto.
Lo que quería decir estaba claro: su aventura con Jackson iba a continuar.
Cameron observó a aquella belleza morena, con el corazón acelerado. Y pensar
que ella se había estado reprendiendo a sí misma por la forma en que se había
comportado con Jackson desde que había llegado, y él la estaba engañando con
aquella… aquella…
—Tú, vulgar prostituta —le dijo Cameron suavemente, con los ojos ardiendo de
ira—. ¿Cómo te atreves?
Se acercó a Marie y Marie se echó hacia atrás, sorprendida por su reacción. Era
evidente que no se esperaba que Cameron la respondiera.
—¡Cómo te atreves a venir aquí a hablarme! —le dijo Cameron, clavándole el
dedo en el pecho—. Deja que te diga algo: si vuelves a hablar con mi marido, te
atraparé y te arrancaré la cabellera pelo a pelo. ¿Me entiendes? Y después iré a hablar
con el secretario Seward, y le pediré que te eche de tu trabajo gubernamental y te
haga caer en desgracia por ser la furcia de vida baja que eres. Y él lo hará, porque
conocía a mi padre. ¡Porque el secretario Seward es un hombre que respeta la
decencia!
—¿Cómo te atreves a hablarme así?
Marie le dio un bofetón a Cameron en la mejilla. Durante un momento,

- 229 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Cameron se quedó tan asombrada que sólo pudo mirarla.


—¿Se siente mejor, señorita LeLaurie? Pues entonces, váyase de aquí antes de
que me enfade de veras —le ordenó Cameron.
Marie se dio la vuelta y subió las escaleras.
—¡Cameron! Cameron, ¿estás bien?
Cameron oyó que se hermana la llamaba desde el pasillo, pero no pudo darse la
vuelta para mirarla, al darse cuenta de que Taye debía de haberlo oído todo.
Cegada por la ira, Cameron rodeó el mostrador de la entrada, y atravesó una
cortina. Después, salió por la puerta de atrás hacia los establos.
—¡Cameron! —gritó Taye, persiguiéndola por el vestíbulo.
—Taye, deja que se marche —le dijo Thomas, poniéndole la mano en el
hombro.
—Pero tú has oído lo que le ha dicho esa horrible mujer—dijo muy nerviosa—.
Por favor, dime que no era esa LeLaurie. Le arrancaré la melena yo misma —dijo,
casi sin aliento—. Oh, Dios, tengo que ir con Cameron.
—Deja que se vaya, Taye —le repitió Thomas, con firmeza—. Dale algo de
tiempo para estar sola. Si habla contigo ahora, sólo conseguirá sentirse peor.
Taye se secó las lágrimas de los ojos.
—¿Tú sabías la existencia de esa… esa bruja, y no me lo habías contado? —le
preguntó.
Él la miró fijamente.
—Marie está mintiendo.
—Esto no puede ser una invención. Hay demasiados…
—Taye —dijo Thomas, secamente—. Yo no tengo libertad para hablar de la vida
personal de Jackson contigo, pero sé que él no ha tenido ninguna relación con Marie
desde que volvió de la guerra. Sospecho que ése es el motivo de esta visita.
—¡Entonces, tenemos que ir a buscar a Cameron! ¡Tenemos que decirle la
verdad!
—Ella no nos va a escuchar. No va a escuchar a nadie en este momento. Dale
tiempo, y entonces iremos a Atkins' Way a verla, aunque creo que sólo Jackson
puede arreglar esto en este momento —dijo Thomas y le ofreció el brazo a Taye—. Y
ahora, ven, vamos a celebrar tu libertad, Minette.

Cameron recogió el carruaje en los establos y, en dos minutos, estaba fuera de la


ciudad.
Jackson la había engañado. Aquel miserable le había mentido. Su matrimonio
era un cuento, y estaba acabado. Estaba temblando de pies a cabeza, tan furiosa que
no sabía si podría controlarse.
Entre las lágrimas, vio que llegaba a una bifurcación en el camino, y pensó qué
camino tomar.
Cuando había dejado a Taye, tenía la intención de volver a Atkins' Way. Estaba
oscureciendo, y sabía que las carreteras no eran seguras después de que se pusiera el

- 230 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

sol. Pero cuando vio el camino que llevaba a Elmwood, no pudo evitar tomarlo.
Dios Santo, ¿qué iba a hacer? Su matrimonio había terminado. Jackson quería a
otra mujer. Taye se marchaba. Y ella iba a tener un bebé… sola, sin su marido. ¿Cómo
podría salir adelante?
Sólo podía ir a un lugar: a Elmwood.

—Está bien, chicos —dijo Clyde, escupiendo al suelo el tabaco que había
mascado—. ¡Escuchad!
El grupo había cabalgado hasta el bosque y estaban bien escondidos detrás de
unos matorrales que olían a madreselva. Hacía que Clyde se sintiera bien, como
cuando acariciaba a su perra con la mejilla en la panza.
—¿Me estáis escuchando, idiotas? —esperó un momento hasta que todos los
ojos lo miraron, y continuó—. Ésta es la idea. No es nada difícil, así que deberíais
poder hacerlo.
A medio camino hacia Elmwood, los caballos del carruaje de Cameron se
asustaron de repente y se alzaron sobre los cuartos traseros. El coche se balanceó
violentamente, y ella tuvo que tirar fuerte de las riendas para evitar salirse del
camino.
—Tranquilos, tranquilos —los calmó, mirando fijamente el matorral junto al
que acababan de pasar.
¿Por qué se habrían asustado tanto los caballos?
De repente, unos hombres salieron del matorral con sacos en la cabeza, y
Cameron gritó.
Uno de ellos agarró el arnés de los caballos, y los animales se echaron hacia
atrás de nuevo. Cameron tuvo que agarrarse con fuerza para no caerse. Cuando
volvieron a posar las patas delanteras en el suelo, ella arreó las riendas con tanto brío
como pudo.
—¡Arre! —gritó, intentando que los horrorizados caballos avanzaran.
Sin embargo, los hombres estaban bloqueando el camino. Los animales estaban
bien domesticados, y nunca atropellarían a un hombre. Otro hombre agarró al
segundo caballo, y Cameron tomó el látigo del coche. Lo hizo restallar sobre la
cabeza de su atacante, intentando asustarlo. La segunda vez que lo hizo, le dio en la
parte superior del saco que le cubría la cabeza, y el hombre gritó de dolor.
Otro hombre consiguió subirse al carruaje e intentó agarrarla. Cameron soltó las
riendas y se puso de pie en el asiento, tratando de guardar el equilibrio. Se agarró las
faldas y saltó por el otro lado, pero cuando aterrizó, la falda se le enganchó en la
rueda, y cayó de bruces a la hierba.
Cayó con fuerza, pero el suelo estaba blando, así que se recuperó rápidamente
del golpe. Se puso de rodillas e iba a levantarse y salir corriendo cuando otro tipo la
agarró del moño.
—¡La tengo! —gritó—. ¡La tengo, Clyde!
De detrás del matorral salió otro hombre, también con la cara tapada.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¡No me llames por mi nombre! —le dijo, y se agachó junto a Cameron, que
estaba de rodillas.
—Parece que hemos atrapado algo bueno, ¿eh, chicos? —dijo, entre risas—. ¿No
sabéis quién es, idiotas? La señorita Cameron Campbell, la hija del senador.
—Me apuesto algo a que darán mucho dinero por ella —dijo otro.
Cameron percibió el olor del whisky en el aliento de Clyde. Alcohol, sudor y
dientes podridos. Sintió náuseas, pero no apartó la mirada. Siguió mirándolo con
odio a los ojos, a través de los agujeros de la tela del saco.
Clyde sonrió y se levantó.
—Atadla. Después desenganchad a los caballos y nos los llevaremos. Dejad en
el carruaje la nota que he escrito, para que sepan lo que hay.
El que la tenía agarrada tiró del moño hacia arriba para que se levantara y se
sacó una cuerda de la parte de atrás de los pantalones.
—Jefe, ¿nos vas a dejar que nos divirtamos con ella?
—Ésta es de la realeza de Mississippi. Si alguno se la va a beneficiar, seré yo.
Cameron se estremeció de dolor mientras su captor le ataba las manos a la
espalda. Mientras lo hacía, miró a Clyde pensando que, si la violaba, sería la última
mujer a la que agrediera, porque ella le cortaría el miembro por la raíz.

Jackson le dio de comer a su caballo en Atkins' Way. El establo estaba tranquilo,


y era reconfortante estar allí en la oscuridad. Después de haber entregado a
Thompson, Jackson estaba libre de su trabajo para el gobierno, y volvía a casa con su
mujer.
Al ser tan tarde, había insistido en que Falcon se quedara a pasar la noche en
Atkins' Way. Se acostaría en una de las habitaciones que había sobre los establos para
que nadie lo viera, y podría salir antes del amanecer a caballo a una casa segura que
el gobierno les proporcionaba a veinte kilómetros de la ciudad. Allí esperaría las
instrucciones que le enviaría Jackson, diciéndole dónde debía encontrarse con Taye.
Después se casarían e irían al oeste, si Taye lo aceptaba. Jackson detestaba el hecho
de que su mejor amigo se fuera tan lejos. Era posible que no volviera a ver al
cherokee. Sin embargo, se sentía feliz por él. Falcon quería de verdad a Taye, y
parecía que ella estaba dispuesta a abrazar la vida que él le ofrecía.
Después de un rato, Jackson fue hacia la casa. Subió al porche y tomó el pomo
de la puerta, girándolo silenciosamente.
—¡Señorita Cameron! Nos ha dado un susto de muerte… —Patsy voló hacia la
puerta desde la silla en la que estaba esperando, y se quedó mirando a Jackson
anonadada—. ¿Capitán?
Jackson frunció el ceño y entró en el vestíbulo.
—¿Por qué pensabas que era la señorita Cameron? Es muy tarde. ¿Ella no está
aquí?
Patsy sacudió la cabeza, horrorizada.
—No la encontramos.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¿Cómo que no la encontráis? —bramó Jackson.


Patsy explotó en llanto.
Se abrió la puerta del pasillo de los sirvientes, y Naomi se acercó a Jackson
apresuradamente.
—Gracias a Dios que ha llegado ya —dijo, sombría.
—¿Qué ocurre?
—Cameron no está. Noah acaba de volver de la ciudad hace un minuto. Se
suponía que tenía que volver al Magnolia por ella a las diez. Allí estaban celebrando
que Taye ha conseguido su libertad. Pero Taye le ha dicho a mi Noah que ella se
había marchado horas antes.
—¿Y nadie la ha visto?
Naomi sacudió la cabeza.
—Noah está reuniendo a los hombres para recorrer de nuevo la carretera, pero
dice que ella no estaba allí cuando él volvía del hotel. No ha visto el carruaje.
Jackson notó una punzada de dolor en el estómago, un miedo tan fuerte que
casi no lo dejaba pensar. Sólo veía a Cameron tirada en alguna carretera, herida,
quizá muriéndose.
—Capitán —dijo Naomi suavemente, dándole una palmadita en el brazo—.
¿Me ha oído? Noah está reuniendo a los hombres en la cocina. Va a ir con ellos,
¿verdad?
Jackson miró la cara oscura y preciosa de Naomi, y vio el miedo en sus ojos,
también.
Respiró hondo.
—Iré con ellos. Falcon también vendrá.
Naomi arqueó una ceja al oír mencionar al cherokee desaparecido que
supuestamente había secuestrado a Taye, pero no dijo nada.
—¿Y Noah ha dicho que Taye estaba segura de que Cameron venía
directamente a casa? —preguntó Jackson, mientras caminaba hacia la cocina por el
pasillo.
Naomi tenía que correr para seguirlo.
—Taye le dijo a Noah que ella se marchó del hotel sobre las siete y media. Dijo
que se encontraba mal del estómago, y que venía a casa a dormir.
—¿Se encontraba mal del estómago? —Jackson se detuvo y agarró a Naomi por
el antebrazo—. ¿Está embarazada de nuevo? No me mientas, Naomi. En esto no.
Naomi sonrió.
—Ella no me ha dicho nada, pero yo la he visto con una niña en los brazos. Lo
he leído en los huesos. Y los huesos nunca mienten.
Jackson se sintió como si le estuvieran estrujando el corazón. Siguió andando
con Naomi por el pasillo.
—Tenemos que encontrarla, Naomi, rápidamente.
Tras ellos, Jackson oyó que se abría la puerta principal y sonaban voces. Patsy
habló, y Taye respondió. Después Thomas.
—¡Aquí! —les gritó Jackson—. ¡En la cocina!

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Allí, Noah estaba organizando a los hombres en grupos pequeños para que
cada uno cabalgara en una dirección distinta. Todos irían a caballo.
—Quiero que recorráis todas las carreteras, los caminos, los campos… buscad
incluso por el río —dijo. Se sacó el reloj del bolsillo y miró la hora. Eran más de las
once—. Noah establecerá un lugar a la salida de la ciudad, donde podréis ir a avisar
si encontráis algo, alguna pista. Siempre irán juntos dos hombres. No quiero que
nadie cabalgue solo.
Observó las caras de los hombres, y vio en sus ojos una preocupación
verdadera. Aquello le levantó el espíritu. De todas las formas posibles, Cameron
había representado una diferencia beneficiosa en las vidas de aquellos hombres. Les
había dado trabajo, un tejado, comida. Veía en sus semblantes que la respetaban, que
la estimaban.
—Muy bien —dijo Jackson, con la voz ronca por la emoción—. Vamos.
Jackson vio a los hombres salir en fila, y se volvió hacia Taye.
—¿Estás segura de que salió del hotel a las siete y media, y de que venía hacia
aquí?
Ella asintió, y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los oía.
—Pero ha ocurrido algo. Tengo que contártelo…
—¿Qué? —le preguntó, al ver que ella titubeaba—. Taye, tengo que irme.
—Marie LeLaurie ha estado aquí.
—¿Aquí?
—En el hotel. No sé de dónde ha salido. Thomas dice que ya se ha ido, pero…
—Se lo dijo a Cameron—terminó él.
—Le dio a entender que tenía una aventura contigo y que continuaría.
—¡Pero eso no es cierto!
—Tienes que decírselo a Cameron—susurró ella.
Él se cubrió la cara con la mano.
—Si la encuentro a tiempo.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Capítulo 36

Taye estaba sentada en el último de los escalones de la escalinata, temblando a


pesar del calor. Jackson, Thomas, Falcon y los demás hombres acababan de irse a
caballo. Ella sólo podía esperar.
—No ha venido, ¿verdad? —preguntó Lacy, acercándose a Taye por las
escaleras, silenciosamente.
Taye se dio la vuelta para mirarla.
—No, no ha venido.
Lacy siguió bajando los peldaños, como si fuera una versión mucho más joven
de Cameron, con el pelo pelirrojo suelto y rebelde, y la barbilla hacia delante, en un
gesto de determinación. Los pies descalzos le asomaban por debajo del suave
camisón amarillo.
—Entonces, ¿por qué estamos aquí sentadas? —le preguntó a Taye, sentándose
a su lado.
—¿Qué por qué? Bueno, porque tenemos que esperar a que los hombres la
encuentren. No lo sé… supongo que porque Jackson lo ha dicho.
—Él no es mi jefe —dijo Lacy, y se levantó—. Ningún hombre va a decirme
nunca lo que tengo que hacer —se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras de
nuevo.
—¿Adónde vas, Lacy?
—Arriba, a vestirme y ponerme las botas.
—¡No vas a ir a ningún sitio, jovencita!
—Voy a ir, a menos que me ates al poste de la cama. Voy a buscar a la tía
Cammy. ¿Vienes conmigo?
Taye sopesó la espantosa idea durante un segundo, y después se agarró el bajo
del vestido y salió corriendo escaleras arriba.

Jackson estaba observando el carruaje abandonado de Cameron, con la nota


arrugada en el puño. Estaba tan furioso que no podía hablar. Falcon estaba a su lado,
en silencio. Conocía muy bien aquel humor de su amigo.
Thomas iba de un lado a otro entre los matorrales que había junto a la carretera,
tosiendo y limpiándose la boca.
—Deberíamos hacer lo que piden, Jackson, e ir a casa por el dinero —sugirió.
—Mira la nota. ¡Este desgraciado no sabe escribir! —exclamó—. ¿Cuánto
tiempo crees que estará a salvo con… —se interrumpió, mirando las pisadas
mezcladas que había en el suelo— con hombres como ésos?

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Falcon se agachó y contempló las huellas, siguiéndolas con la mirada.


—Son hombres demasiado estúpidos como para disimular su propio rastro —
dijo—. Los seguiremos.
Jackson saltó al caballo, y antes de meter los pies en los estribos le dio la orden
de marchar. Thomas los alcanzaría.

Taye y Lacy cabalgaban lentamente hacia Elmwood, evitando la carretera


donde Noah había establecido el punto de reunión. Lacy conocía muy bien la zona, y
parecía que estaba asombrosamente cómoda en la silla.
—¿Y si no está en Elmwood? ¿Y si los hombres ya han estado allí y no la han
encontrado? —preguntó Taye—. ¿Qué haremos entonces?
—No lo sé. Mi madre siempre decía que había que dejarse llevar por el instinto.
Y yo te digo que el instinto me lleva por aquí —dijo Lacy. De repente, tiró de las
riendas—. Tía Taye, ¿ves eso?
—¿Qué?
—Allí, detrás de aquel árbol.
Sin esperar la respuesta, Lacy bajó de un salto del caballo y echó a andar
silenciosamente hacia un roble. Entonces, Taye vio un movimiento, y Lacy salió
corriendo como un rayo hacia la sombra.
—¡Lacy!
Taye bajó de su yegua justo cuando Lacy se tiraba encima de una mujer y se
ponía sobre ella a horcajadas, amenazándola con un puño. A la luz de la luna, Taye
vio que era Efia.
—¿Dónde está? —le preguntó Lacy.
—¿Quién? —preguntó Efia, forcejeando.
—¡Mi tía Cammy!
—No sé de qué estás hablando, loca. ¡Déjame en paz! —respondió Efia, y miró a
Taye, con los ojos desorbitados—. No sé de qué está hablando. Lo juro.
—Es medianoche. Nadie que vaya solo por esta carretera tan tarde puede estar
tramando algo bueno.
Efia sacudió la cabeza.
—No, no es nada de eso. Yo… no tengo adonde ir. Eso es todo. Sólo estaba
caminando, lo juro.
Taye se dio cuenta de que Efia estaba muy asustada, y supo que no mentía.
—La señorita Cameron ha desaparecido, Efia. ¿La has visto?
—¿Desaparecido? ¿Qué quiere decir?
Lacy entrecerró sus ojos verdes de Campbell.
—Quiere decir que si no nos dices dónde está mi tía Cammy, voy a hundirte la
cabeza en la tierra —le explicó a Efia, amenazándola de nuevo con el puño.
Efia se las arregló para soltarse una mano y protegerse la cara. El miedo que vio
en sus ojos conmovió a Taye, incluso después de todo lo que le había hecho.
—Lacy —dijo suavemente—. Deja que se levante.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—No hasta que no nos haya dicho la verdad —murmuró Lacy—. Haré que
vomite todo lo que sepa.
Taye tomó a Lacy por los hombros y la levantó de encima de su cautiva.
En vez de levantarse y salir corriendo, Efia se quedó allí, llorando.
—Clyde te ha echado, ¿no? —le preguntó Taye.
Efia se sentó, secándose las mejillas sucias, y asintió.
—¿Y no tienes adonde ir?
—No.
—Levántate y te llevaremos a Atkins' Way. No estás a salvo, tú sola por el
bosque, a estas horas.
—¿De… de verdad? —Efia miró a Taye como si no hablaran la misma lengua.
—Sí. Quizá podamos encontrarte un trabajo, o al menos, darte algo de comer y
ropa decente.
Efia continuó mirando a Taye, como si fuera un fantasma, o un ángel.
—¿Haría eso?
Taye asintió.
Efia miró a Lacy, y de nuevo a Taye. Después de un momento, habló
entrecortadamente.
—¿De qué está hablando? ¿Qué le ha pasado a la señorita Cameron?
—No lo sabemos—Taye le ofreció la mano a Efia y la ayudó a levantarse—. Se
marchó a las siete y media desde la ciudad hasta Atkins' Way, pero nunca llegó allí.
Nadie sabe dónde está.
Efia parpadeó, temblando de miedo.
—Me parece que sé… dónde puede estar.

Clyde, todavía con el saco en la cabeza, le dio un trago a la botella de whisky.


—Debería dejarme libre. Si no me deja marchar, mi marido lo torturará y lo
matará en cuanto llegue aquí—dijo Cameron. En realidad, ni siquiera sabía si Jackson
estaba en Mississippi, o en Alabama, o en algún lugar de Estados Unidos, pero Clyde
tampoco lo sabía—. Mi marido le bajará los pantalones y…
—¡Por Dios, mujer! ¿Es que nunca cierras la boca?—le gritó Clyde, escupiéndole
saliva y licor.
Cameron cerró los ojos ante la arremetida.
La mayoría de los hombres estaban muy borrachos o dormidos. Si pudiera
soltarse las manos, tendría una buena oportunidad de escapar. Si pudiera levantarse
de aquella silla, cuando Clyde se durmiera podría salir sigilosamente de la cabaña,
llevándose a los caballos con ella.
Y después, ¿qué? Si sobrevivía a aquella noche, ¿qué haría con el resto de su
vida?
Aquella noche, al salir del Magnolia Hotel, pensaba divorciarse de Jackson.
Mientras conducía el coche, el dolor y la ira la habían roído por dentro hasta que lo
único que había querido era vengarse, aunque le costara su propia felicidad. Sin

- 237 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

embargo, todo había cambiado en apenas dos horas. Había cambiado en el mismo
momento en que aquel hombre sucio le había puesto las manos encima. Entonces
había sabido que quería sobrevivir, y que quería que su bebé naciera. Quería a
Jackson. Lo amaba. Si Jackson estaba dispuesto a recuperar el amor y la confianza
que una vez habían sentido el uno por el otro, si dejaba a Marie y volvía a ella, ella lo
aceptaría. Lo había amado desde que tenía diecisiete años, y sabía que nunca podría
amar tan profundamente como amaba a aquel hombre. Ningún otro conseguiría
acercarse tanto a su alma como Jackson.
Cameron retorció las manos, decidida a soltarse. No moriría allí.

Jackson, Thomas y Falcon siguieron las huellas. Según el cherokee, en total


había ocho caballos, dos de ellos sin jinete, y uno que llevaba dos.
A unos cuantos kilómetros de Jackson, las huellas conducían a la carretera
principal. Cuando los hombres divisaron lo que parecía ser una granja abandonada
en la distancia, desmontaron.
A unos cuantos metros de la casa, Thomas comenzó a toser. Falcon se detuvo,
preocupado porque si los secuestradores estaban dentro, oirían el ruido.
—Deberías quedarte aquí y cuidar de los caballos —le dijo, en un susurro.
Thomas bajó la cabeza y se tapó la boca con el brazo, para amortiguar el sonido
de las toses.
—No. Quiero ayudar. Quiero hacer esto por el senador.
Jackson se acercó a él y le pasó un brazo por los hombros. Cuando notó que su
amigo no era más que huesos, notó que la pena le atenazaba el estómago.
—¿Tienes tu pistola?
Thomas asintió, con el pañuelo apretado a la boca.
—Quédate aquí, guardando los caballos—le dijo Jackson, con firmeza—. Porque
vamos a necesitarlos para salir de aquí corriendo. Si se acerca alguien más por la
carretera, grita para avisarnos. Cúbrenos las espaldas —le pidió, y después lo liberó.
Thomas se quedó allí, con los hombros hundidos, abatido.
Jackson se tragó el nudo que tenía en la garganta, y siguió a Falcon de nuevo.

Taye y Lacy continuaban lentamente por el camino. Efia iba a la grupa de Lacy.
Cuando llegaron a la carretera principal, Lacy insistió en que desmontaran y
siguieran a pie.
—Tenemos que ser muy sigilosas —susurró, mientras se deslizaban entre los
pinos hacia el sitio donde Efia les había dicho que estaba la guarida de Clyde. Allí
escondían lo que robaban hasta que pudieran traficar con ello.
Caminaron hasta la casa entre los árboles, y la rodearon hasta la parte de atrás,
donde estaban los caballos.
—Clyde está ahí —dijo Efia, con amargura—. Huelo su hedor.
Mientras se arrastraban para acercarse más, todo estaba en silencio, pero Taye

- 238 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

vio, a través de la ventana, la luz de una vela que brillaba débilmente.


—Deberíamos irnos a avisar a los hombres—susurró.
—Miserable canalla—dijo Efia, acercándose más—. Siempre cocinando, lavando
y trabajando para él, y ¿qué conseguí?
—Efia, no —susurró Taye, intentando detenerla, pero la chica se incorporó y
caminó hacia la casa como si fuera sonámbula.
Taye tomó a Lacy de la mano.
—Lacy, cariño, tenemos que irnos.
Entonces, al oír la voz de Cameron, las dos se quedaron petrificadas, mientras
Efia continuaba andando hacia la construcción ruinosa.

—¡Si yo fuera usted, no querría que amaneciera! —exclamó Cameron, en un


tono de voz fuerte—. No querría que se viera sin sus partes, o con ellas hechas una
masa sangrienta. Dicen que los hombres se desangran por ahí y mueren, al final.
—¿Me has oído? —dijo una voz masculina—. ¡Te he dicho que te calles, o te
callaré yo!
Taye oyó una sonora bofetada y supo que el hombre había golpeado a
Cameron.
—Tenemos que ir por ayuda —dijo, desesperadamente.
Sin embargo, Lacy echó a andar tras Efia. Al oír que el hombre seguía
golpeando a Cameron las dos mujeres corrieron hacia un hueco donde antes había
habido una puerta trasera.
Jackson y Falcon acababan de esconderse detrás de los matorrales que había
junto al porche delantero, cuando oyeron los gritos de una mujer. Habían estado
oyendo a Cameron reprender a su secuestrador durante cinco minutos seguidos, sin
parar, pero aquélla no era su voz, sino la de otra persona.
—¿Qué demonios…? —murmuró Jackson.
—¡Efia, no! —gritó Cameron.
Jackson y Falcon saltaron al porche y echaron abajo la puerta. Jackson vio a
Cameron atada a una silla, y a su lado, Efia tenía acorralado a uno de los
secuestradores con un cuchillo de cocina oxidado.
Por la izquierda percibió movimiento. Se volvió y disparó. Un hombre cayó al
suelo fulminado, y Jackson volvió a disparar otra vez y otra, matando a dos hombres
más.
—¡Cameron, tírate al suelo! —le gritó.
Falcon disparó también, y el hombre que iba a agarrar a Taye cayó de espaldas.
—¡Maldito seas, Clyde! —Efia dio una cuchillada al hombre y le hizo un corte
profundo en el brazo, pero él le tomó la muñeca, le quitó el cuchillo y se lo clavó en el
pecho, con un gesto de desprecio en el rostro.
—¡No! —gritó Cameron.
Finalmente, había conseguido soltarse de la silla, y se lanzó hacia delante para
agarrar a Efia antes de que cayera al suelo. El vestido roto de la muchacha estaba

- 239 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

lleno de sangre.
Jackson intentó llegar hasta su esposa, pero otros tres bandidos armados
entraron en la granja. Falcon derribó a dos de ellos y uno de los faroles que había
sobre la mesa saltó en dardos de cristal, mientras el aceite ardiendo se extendía por la
mesa.
—¡Cameron! —Jackson apenas podía respirar, por el hedor del humo, la
pólvora y la sangre.
—¡Jackson! —gritó Cameron—. ¡Tienen a Lacy!
Él se volvió hacia atrás y vio la forma de un hombre encapuchado que
arrastraba a Lacy por el suelo hacia el pasillo trasero. Falcon disparó, y el asaltante de
Lacy cayó hacia atrás, se golpeó contra la pared y de deslizó hasta el suelo, muerto.
Lacy se arrastró por el suelo, sollozando y gimiendo el nombre de Cameron.
En medio del caos, Clyde agarró a Cameron y le enredó los dedos en el pelo.
Tiró con fuerza para que se pusiera de pie y la colocó de escudo, por delante de él.
—Tengo un cuchillo—advirtió, y le puso el cuchillo contra la garganta—. Si
alguien hace un movimiento, la mataré —dijo, y se la llevó hacia la puerta delantera.
—Cam… —Jackson dio involuntariamente un paso hacia delante, y Clyde
apretó el cuchillo contra el cuello de Cameron. Ella soltó un grito de dolor.
—¡Atrás he dicho, o la mato! Podéis matarme a mí, pero ella no sobrevivirá
tampoco.
A Cameron le brotó sangre del cuello blanco, y sus ojos petrificados se clavaron
en Jackson mientras Clyde la arrastraba hacia la oscuridad.
Falcon caminó sigilosamente por la habitación.
—Yo iré por la parte de atrás y los seguiré. No me verá, Jackson. Tu mujer
vivirá.
—No… no… —los gritos de Cameron resonaron fuera de la casa—. ¡Jackson!
—¡Cameron!
Jackson salió por la puerta y vio a Cameron de rodillas en el suelo. Había dos
figuras luchando sobre ella. Una cayó al suelo, y Jackson disparó, derribando a la
otra.
—¡Taye! —gritó Cameron, sollozando, mientras Jackson corría hacia ella.
Cameron tenía a Thomas en brazos. El cuchillo de Clyde estaba clavado en su
pecho delgado, y la sangre brotaba y le empapaba la chaqueta.
Taye apareció de la oscuridad y cayó de rodillas junto a Cameron.
—Oh, Thomas, Thomas… —sollozó.
Cameron dejó con cuidado la cabeza de su amigo sobre el regazo de Taye.
Los ojos de Thomas se clavaron, sin vida, en los ojos azules que siempre amaría.

A media tarde, Cameron se despertó y abrió los ojos.


—Hola, dormilona.
Ella sonrió a Jackson.
—Hola—dijo, somnolienta.

- 240 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Y después cerró los ojos de nuevo, durante un momento, recordando todo lo


que había ocurrido la noche anterior.
—¿Y Taye? —susurró.
—Con Falcon, en el jardín. Y será mejor que empieces a llamarla Minette. En
pocos días se expedirá un certificado de defunción para Taye. La pobre chica fue
atrapada por una banda de ladrones y asesinos, y anoche murió entre ellos.
Cameron apretó los labios.
—¿Y qué pasa con el cuerpo?
—Nadie reclama a la pobre Efia. Al menos, tendrá un entierro decente.
—¿Y Lacy?
—En la cocina, jugando con Ngosi.
Cameron abrió de nuevo los ojos, llenos de lágrimas.
—No puedo creer que Thomas esté muerto. No puedo creer que se sacrificara
por Falcon. ¿Sabía que Taye se había enamorado de él?
—Thomas era un buen hombre. Un buen hombre que se estaba muriendo. En
vez de morir en una cama, tosiendo, murió como un héroe —le dijo él, y le apartó
con ternura un rizo de la frente—. Cameron… Taye me dijo que Marie estuvo aquí.
De repente, Cameron sintió miedo.
—¿Todavía la quieres?
Él sacudió la cabeza.
—Cameron, amor mío, yo te quiero a ti, y siento mucho haberte hecho daño.
Tienes que creer lo que te digo: yo sólo he estado con Marie una vez, hace dos años.
Me equivoqué, y lo siento…
—Oh, Jackson —sollozó Cameron. Le rodeó el cuello con los brazos y apoyó la
cara en su hombro—. Yo también lo siento. Siento todo lo que te dije, todo lo que he
hecho. Podría darte un millón de excusas, pero sólo serían eso, excusas. Por favor,
dame otra oportunidad. Danos otra oportunidad.
—Cameron —dijo Jackson, con la voz ronca por la emoción—. Tenías razón en
muchas de las cosas que dijiste. Es cierto que cuando llegué a Baltimore comencé a
darte órdenes por doquier. Y después me sentí celoso de Elmwood, de Lacy, incluso
del diario de tu padre. Lo siento. Y te juro que ya he terminado mi trabajo para el
gobierno. Vuelvo a ser un civil.
Cameron estaba llorando y riendo al mismo tiempo.
—Quiero ir a casa —susurró.
—Cariño, faltan meses aún para que Elmwood sea habitable.
—No, Jackson, a casa. A Baltimore. Yo ya no pertenezco a este lugar. Ahora me
doy cuenta. Nuestros niños no son de aquí.
—¿Nuestros niños? —él le acarició la barbilla con la punta del dedo índice.
Ella sonrió. Le tomó la mano y la extendió sobre su vientre.
—No te lo había dicho porque no quería que te desilusionaras. No quería que
me culparas de nuevo, si ocurría algo.
—¿Qué te culpara de nuevo? —Jackson se quedó asombrado—. Yo nunca te he
culpado, Cameron. Yo me culpaba a mí mismo.

- 241 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—¿Por qué? ¿Cómo ibas a haberme provocado tú el aborto?


—Por la forma de gritarte aquel día en Elmwood. Las cosas crueles que te dije.
—Oh, Jackson —dijo ella—. Qué tontos somos los dos. Yo creía que ésa era la
razón por la que no venías a nuestra cama, y por la que siempre te ibas.
—Y yo creía que ya no me querías —confesó él.
Ella se rió, al pensar en su propia tontería y en la de Jackson.
—Prométeme que, a partir de ahora, nos contaremos lo que pensamos.
—Te lo prometo, si tú me lo prometes también —dijo él, y le besó la palma de la
mano con ternura—.¿De veras quieres volver a Baltimore? Porque si no quieres…
Ella lo acalló con un beso.
—Me dijiste que habías comprado una plantación en la bahía de Chesapeake…
Ése es un lugar perfecto para criar a nuestro hijo.
—O quizá nuestra hija—puntualizó él, y la besó en los labios.
—Deberíamos levantarnos—dijo ella—. Deberíamos hablar con Taye. Tiene que
irse rápidamente. Estoy segura de que el capitán Grey vendrá de nuevo, y querrá
hablar con todos nosotros.
—No creo que se marchen hasta que anochezca. Y yo ya me he encargado del
capitán Grey. Le dije que hoy estarías descansando, pero que iríamos a verlo a
primera hora de la mañana. Tiene en custodia a los hombres que quedaron vivos, y
creo que eso es lo que más le importa.
—Bien… entonces… —Cameron se deslizó al otro lado de la cama para hacerle
sitio— ¿quieres tumbarte conmigo?
Él arqueó una ceja, irónicamente.
—Estoy seguro de que necesito una siestecita.
—Una siesta no es lo que tengo en mente, capitán Logan —murmuró ella, y
abrió los brazos para recibirlo.
Mientras sus labios se unían y ella lo saboreaba, Cameron supo, en lo más
profundo de su corazón, que algunas cosas podrían arreglarse, y otras habría que
dejarlas atrás, simplemente.

—¿Cuándo viene? —preguntó Lacy, corriendo y botando con sus zapatos


nuevos—. Es la primera vez que voy en tren —dijo, entusiasmada.
Cameron la miró, desde el banco de madera del andén, y sonrió. El ver a Lacy
tan contenta hacía que se sintiera bien.
Taye y Falcon se habían ido una semana antes, inmediatamente después del
funeral privado que se celebró por Thomas en Elmwood. La ausencia de Taye le
hacía daño a Cameron, pero sabía que su hermana estaba a salvo y era feliz de
verdad.
—¿No viene ya? —preguntó Lacy, botando hacia Jackson, que estaba de pie
junto al equipaje.
Cameron abrazó el diario de su padre y sonrió cuando vio a su marido tirarle
suavemente de una trenza a Lacy. Todavía tenían que acostumbrarse el uno al otro,

- 242 -
ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

pero estaban encontrando el camino.


Cameron miró a Patsy, que estaba sentada en el banco que había frente a ella.
Estaba tan nerviosa por tomar el tren como Lacy. La muchacha iba con ellos a
Baltimore, para trabajar como doncella personal de Cameron.
Naomi, Noah y Ngosi se quedarían en Mississippi. Naomi decía que los huesos
le habían revelado que la tierra la necesitaba.
Cuando Jackson le había preguntado a Cameron qué iban a hacer con
Elmwood, si ponerlo a la venta o, sencillamente, cerrarlo, Cameron había decidido
regalarles la plantación a Naomi y a Noah. La casa, los establos, la finca. Ellos, a su
vez, dividirían la tierra en parcelas y se las alquilarían a los antiguos esclavos. Las
familias tendrían la oportunidad de ir comprando las parcelas a un precio razonable
y también tendrían el asesoramiento de Noah y Naomi.
Jackson había dicho que estaba loca, pero después había ido a la ciudad a
comenzar con el papeleo necesario.
Era extraño, recordó Cameron, lo fácil que le había resultado mirar a Naomi a
los ojos y decirle que la tierra era suya. Le había parecido un pequeño pago en
compensación por todo lo que Grant les había hecho a los esclavos de Elmwood.
Sonriendo, Cameron abrió el diario de su padre. Sólo le quedaban unas cuantas
páginas. Su padre había dejado de hacer anotaciones diarias, y los fragmentos se
dispersaban en el tiempo. A veces habían transcurrido meses, a veces años, entre
unos y otros.

29 de noviembre de 1855
Hoy he ido a la ciudad a ver a mi nieta.
Es una criatura deliciosa. Inteligente, preguntona.
Ojalá Grant quisiera tomar parte activa en su vida. Él no entiende la alegría que
dan los hijos. Incluso los hijos que han nacido fuera del matrimonio, como mi Taye.

Cameron pasó la vista sobre las palabras, casi sin leerlas, avanzando a toda
prisa. Por fin, lo encontró y miró hacia arriba.
—¡Jackson! ¡Lacy! ¡Venid! —se deslizó a un lado del banco para hacerles sitio—.
Escuchad esto —dijo, y leyó en voz alta—:

«Mientras mi situación precaria no me permita traer a la niña a casa, continuaré


manteniéndola a ella y también a su madre. Y en cuanto haya terminado la inestabilidad
política y pueda retirarme, la traeré a Elmwood. Es mi deseo que Lacy tome el apellido
que le corresponde: Campbell».

Cameron miró a Lacy con los ojos llenos de lágrimas.


—Eres mi sobrina —murmuró.
—Claro —dijo Lacy, con naturalidad—. Te lo había dicho, tía Cammy —y
después, se levantó y se alejó.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

—Entonces, dilo —dijo Jackson, junto a ella—. Díselo a todo el mundo —repitió,
de buen humor.
Cameron cerró el diario y lo dejó descansar en su regazo.
—¿Qué?
—Que ya me lo habías dicho.
Ella sonrió.
—Puedes persuadirme de que no lo haga.
—¿Cómo?
—Con un beso.
—¿Sólo un beso como castigo?
—Sólo uno—respondió ella, en un susurro.
Él la besó.
—Y yo que estaba pensando en darte mil…

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Epílogo

Cinco años después.


Day's End Plantation, Maryland.

—Jackson, ¿estás sordo? —le preguntó Cameron burlonamente, mientras


caminaba hacia él por el bosquecillo de manzanos, esquivando las ramas.
Llevaba la última carta de Taye, desde California, en la mano.
Los árboles estaban empezando a florecer, y las abejas iban de flor en flor
libando néctar.
Jackson miró hacia ella desde el banco en el que estaba sentado.
—Ya vamos.
—¿De verdad? ¿De verdad? —preguntó Cameron, arrodillándose frente al
banco para hacerles cosquillas a sus dos niñas en las barriguitas.
Las gemelas, sentadas una a cada lado de su padre, estallaron en carcajadas,
moviendo a toda velocidad las piernecitas bajo los vestidos verdes de montar a
caballo.
—¡Mamá! —gritó Abby, muerta de risa.
Katie extendió el brazo para tocarle la mejilla a Cameron.
—¡Mamá! ¡Hemos montado en los ponys!
—¿De verdad? ¡Dios mío! Y yo me lo he perdido. Después de cenar tenéis que
montar de nuevo para que yo os vea.
Cameron se metió la carta bajo el brazo y tomó a sus dos hijas de la mano. Era
la mujer más feliz de la Tierra. Durante los últimos cinco años, se habían cumplido
todos sus sueños. Su vida con Jackson y las niñas era lo mejor que nunca habría
podido imaginar.
Cameron se había dado cuenta de que no sabía lo que era querer hasta que
Naomi, de visita desde Mississippi, le había puesto a sus dos hijas en los brazos el
día que nacieron. Ni había sabido lo que era amar a un hombre de verdad hasta que
había visto las lágrimas en los ojos de Jackson, arrodillado a su lado, dándole las
gracias.
—¿Qué tienes ahí, cariño? —le preguntó Jackson.
—Una carta de… —estuvo a punto de decir «Taye», pero se contuvo—. Minette
—Cameron soltó las manitas de las niñas y le alargó las hojas. Echaba muchísimo de
menos a su hermana, pero aun así, estaba feliz por ella. Minette y Falcon se habían
labrado una buena vida en California, mejor de la que nadie podría haberse
esperado—. Puedes leerla. Falcon y ella están muy bien, y… Taye está embarazada
—terminó, entusiasmada.

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

Jackson sonrió.
—Falcon es un hombre afortunado.
Ella lo miró a los ojos, y se perdió durante un instante en aquellas
profundidades grises.
—Mamá —dijo Katie, tirándole de la mano—. ¿Ha terminado Lacy de estudiar?
¿Va a venir a vemos montar en pony también?
—Sí ha terminado, y tenemos que ir a cenar todos. Patsy nos regañará si
llegamos tarde a la mesa —dijo Cameron.
Jackson se levantó del banco y ayudó a las niñas a bajar.
—Creo que deberíamos echar una carrera —propuso Katie, y le tiró de la
manga a Jackson—. ¿Eh, papá?
—No sé —dijo Jackson, sacudiendo la cabeza con dramatismo—. Mamá
siempre nos gana.
—Preparados… listos… —dijo Abby, poniendo un pie por delante, y
subiéndose la falda, casi hasta la cintura.
—¡Ya! —chilló Katie.
Y las niñas salieron corriendo por el bosquecillo. Cameron se volvió hacia
Jackson. No podía dejar de sonreír.
—¿Qué tal ha ido la lección de equitación?
—¿Sinceramente? —él le rodeó la cintura con el brazo y los dos siguieron a las
niñas relajadamente—. Bueno, sólo se han caído tres veces entre las dos. Un buen día,
diría yo.
Cameron se rió y cerró los ojos mientras él la besaba.
—¡Mamá! ¡Papá!
—¡Mamá! ¡Papá oso!
De repente, estaban rodeados de pequeñas niñas pelirrojas que les tiraban de la
ropa.
—¡Habéis dicho que íbamos a echar una carrera!
Jackson suspiró y soltó a Cameron.
—Niñas, no creo que vuestra madre quiera…
Cameron se levantó las faldas y echó a correr.
—¡El último que llegue a cenar es un sapo feo!
Las niñas comenzaron a chillar, medio encantadas, medio horrorizadas, y
corrieron tras ella.
—¡Esperadme! —dijo Jackson, echando también a correr.
—¡Tienes que alcanzarnos! —respondió Cameron, riéndose.
Y los cuatro corrieron por el bosquecillo de frutales, hacia casa, hacia la
felicidad que habían construido allí.

***

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

ROSEMARY ROGERS
Nació en una familia adinerada en el esplendor colonial de
Ceilán, ahora Sri Lanka. Propensa a soñar y tener fantasías desde
la niñez, escribió la primera novela con sólo ocho años, y en su
adolescencia escribió poemas románticos al estilo de sus
escritoras favoritas.
Rosemary empezó su carrera como escritora mientras
trabajaba como secretaria para el Departamento de Parques de
California. Madre divorciada con cuatro hijos, Rosemary se
esforzaba por criar a sus hijos con el sueldo de una secretaria. En las
horas de la comida y por la noche, después de que los niños se
hubieran dormido, Rosemary ponía la pluma sobre el papel, plasmando las fantasías
románticas que salían de su imaginación.
Daba mucha importancia a los detalles. Rosemary escribió su primer manuscrito
veintitrés veces, esforzándose por la máxima precisión hasta límites insospechados. Hasta que
un día su hija adolescente se encontró el manuscrito en un cajón, y la animó a que lo enviara a
una editorial. Las horas de revisión le sirvieron para que su espontáneo manuscrito fuera
aceptado para su inmediata publicación.
Su novela, Sweet Savage Love, subió como un cohete en las listas de éxito, y se
convirtió en una de las novelas históricas más populares. A lo largo de su carrera, Rosemary
ha escrito más de dieciséis novelas, ha vendido millones de copias por todo el mundo, y sus
novelas se han traducido a once idiomas.

VUELVE A MI
Después de la guerra de Secesión, el país había alcanzado una paz muy frágil, pero la
tensión continuaba en los corazones de aquellos que habían luchado por su tierra…
Para la bella Cameron Campbell el fin de la guerra sólo significaba una cosa: el regreso
del gallardo capitán Jackson Logan después de cuatro años de separación. Sin embargo tenía
algunos planes a los que no estaba dispuesta a renunciar por un hombre, quería regresar a la
plantación que su familia tenía en Mississippi y que debía recuperar. El oficial era todo un
héroe de guerra capaz de liderar a muchos hombres, pero ahora tendría que vérselas con una
esposa tan testaruda y obstinada como él mismo… Aunque Jackson amaba a su bella esposa,
un oscuro peligro lo arrastraba a una última misión por su país.

SERIE LOGAN (LOGAN DUOLOGY)


1. An honorable man / Amor en la guerra
2. Return to me / Vuelve a mi

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ROSEMARY ROGERS VUELVE A MÍ

© 2003 Rosemary Rogers


Título original: Return to me
Traducido por: María del Carmen Perea Peña
Editor Original: Mira Books,
Diciembre 2003

© Editorial: Harlequin Ibérica


Junio 2005
Colección: Mira, 132
ISBN: 978-84-671-2694-5

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