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LA ENVIDIOSA, Y EL ARBOL DE MANZANO

Había una vez una joven llamada María vivía en una bonita
casa de paredes blancas y tejado colorado, situada en las
afueras de la ciudad.
La vivienda estaba rodeada de jardines llenos de flores,
hermosas fuentes de agua, y un enorme huerto gracias al cual
disfrutaba todo el año de verduras y hortalizas de excelente
calidad.
María era una niña privilegiada que lo tenía todo, pero
curiosamente se sentía frustrado por no haber podido cumplir
uno de sus grandes sueños: llenar su propiedad de árboles
frutales. Durante meses había intentado cultivar distintas especies empleando todas las técnicas
posibles, pero por alguna extraña razón las semillas no germinaban, y si lo hacían, a las pocas
semanas las plantas se secaban. Con el paso del tiempo el hecho de no tener un simple limonero
le produjo una sensación de fracaso que no podía controlar.
El huerto de María estaba delimitado por un muro de piedra tras el cual vivía Lucia, su vecina y
amiga de toda la vida. Ella también tenía una casa muy coqueta y un terreno donde cultivaba un
montón de productos del campo. Podría decirse que ambas propiedades eran muy parecidas salvo
por un ‘pequeño detalle’: Lucia tenía un hermosísimo árbol de manzano que despertaba en María
sentimientos de rabia y celos.
– ¡Qué fastidio! Lucia tiene el árbol de manzano más
impresionante que he visto en mi vida. Si la calidad de nuestra
tierra es igual y regamos con agua del mismo pozo, ¿por qué
en mi huerto no prosperan las semillas y en el suyo sí?… ¡Es
injusto, exclamo María!
Lo que era impresionante María tenía toda la razón. El árbol
superaba los quince metros de altura y era tan frondoso que sus
verdes hojas ovaladas daban en verano una sombra magnífica.
Ahora bien, lo más bonito era verlo cubierto de flores en
primavera y cargadito de frutos los meses de verano. Si todas
las manzanas del árbol eran fantásticas, las de ese manzano no
tenían comparación: una vez maduras eran tan grandes, tan rojas, y tan dulces, que todo aquel
que las probaba las consideraba un auténtico manjar de los dioses.
Por fortuna Lucia era dueña de una obra de arte de la naturaleza,
pero su amiga María, en vez de alegrarse por él, empezó a sentir
una profunda amargura, y se llenaba de tristeza en lo más profundo
de su corazón. Tan fuerte y corrosiva era esa emoción, que en un
arrebato de envidia decidió destruir el maravilloso árbol.
– ¡Hasta aquí hemos llegado! Contaminaré la tierra donde crece ese
maldito árbol de manzano. Sí, eso haré: echaré tanta porquería
sobre ella que las raíces se debilitarán y eso provocará que el tronco se vaya destruyendo
lentamente hasta desplomarse. ¡Lucia es tan inocente que jamás sabrá que fui yo quien se lo
hecho a perder!
Así pues, una noche de verano en la que salvo los grillos cantarines todo el mundo dormía, se
deslizó entre las sombras, trepó por el muro cargando con un saco lleno de basura, avanzó
sigilosamente hasta el árbol y vació todo el contenido en su base. Cometida la fechoría regresó a
casa, se metió en la cama y durmió a pierna suelta sin sentir ningún tipo de remordimiento.
A partir de ese momento la vida de María se centró en una sola cosa: conseguir derribar el
esplendoroso árbol de su amiga. El plan era malvado, miserable a más no poder, pero él se lo
tomó como algo que debía hacer a toda costa y no le dio más vueltas. Cada atardecer recogía
deshechos como las cascaras de las papas, las escamas de los pescados que comía, las cacas que
las gallinas desperdigaban por todas partes. ¡Todo acababa en el saco! Al llegar la noche, como
si fuera un ritual, saltaba el muro y lanzaba los apestosos despojos a los pies del árbol.
– ¡Hala, aquí tienes, todo esto es para ti!
De regreso a su hogar se acostaba con una sonrisa dibujada en el rostro. En ocasiones los nervios
le impedían dormir y permanecía despierto durante horas por que sentía culpa por hacer lo que
estaba haciendo con el árbol de su amiga.
– La muerte de ese detestable manzano está muy cerca. Será genial ver cómo se pudre y acaba
devorado por las termitas ¡Je, je, je!
¡Qué equivocado estaba la envidiosa María! Al llevar a
cabo su macabro plan se le pasó por alto que cada vez
que echaba estos restos de comida o excrementos sobre
la tierra la estaba abonando, así que el resultado de su
acción fue que el árbol ni se pudrió ni se secó, sino que
al contrario, creció todavía más sano, más fuerte, más
hermoso. En pocas semanas alcanzó un tamaño nunca
visto para un árbol de su especie, sus ramas se llenaron
de hojas verdes y flores, y lo más increíble, empezó a
dar manzanas gigantes como sandías. Su dueña,
consciente de que eran únicas en el mundo, pudo venderlas a precio de oro y se hizo rica.
Durante años y a pesar de la evidencia, María siguió cometiendo la torpeza de echar desperdicios
sobre las raíces del árbol de manzano. ¡Ella muy confiada seguía convencida de que algún día lo
vería desparecer! Como te puedes imaginar nunca logró su propósito y su amiga Lucia vivió
cada vez mejor.
FIN

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