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¿De qué serviría él, una ramita sin importancia, que con el más delicado vientecillo ya se
tambaleaba de pies a cabeza?
Otros días esperaba que los pajarillos pasaran cerca dejando caer una plumita, para así
tener la ilusión de que en cualquier momento volaría como ellos y conocería el mundo.
¡Ay! Pero todos sus esfuerzos no pasaban de ser ilusiones efímeras que se iban tan rápido
como habían venido y lo dejaban sintiéndose más desdichado que antes.
¡Que difícil era llegar a ser importante!
Estaba el arbolito en este afán cuando notó que el viento hacía ruiditos al pasar entre sus
ramas...
El arbolito sintió que una nueva fuerza lo acompañaba... ¡Había aprendido a hablar!
Apenas se dio cuenta de que el viento le daba voz, el árbol (que ya había dejado de ser
una ramilla) quiso hablar con todos sus vecinos del bosque, pero el pobrecito seguía tan
acomplejado como siempre y se apenaba de hablar con otros.
Un día decidió vencer un poco su timidez: sacó fuerzas de los más hondo de sus raíces y
empezó a hablar con su compañera más cercana, la hierba.
-Hola-Susurró
-¡Vaya!- contestó la hierba con una vocecilla chillona.
-Hasta que al fin decidiste hablar, yo pensaba que eras mudo...-
-¡Ay si yo no soy mudo! Es sólo que no creí que a alguien le interesara conversar
conmigo-
-¡Tonterías!- Exclamó sorprendida la hierba
-Si no te tuviera cerca no podría lucir este lindo traje verde, y estaría toda seca, tostada
por los rayos del sol... ¿te imaginás lo fea que me vería? ¡Sos muy IMPORTANTE para
mi!
Al momento se oyó el cantar del río que corría cerca de donde estaba plantado nuestro
arbolito.
-¡Para mi también sos importante! Si no fuera por vos, que afirmás con tus raices mis
veredas, yo me desbordaría con cualquier aguacero... ¡Vos evitás que mi nombre esté
entre los que causan grandes inundaciones!-
Al ratito salió de él una ardilla a quien el árbol siempre había tomado como un castigo, ya
que se comía sus bellotas y hasta le había escarbado un hueco en su tronco.
La ardilla lo vio con sus ojitos negros y abrió la boca. Nuestro arbolito se encogió porque
pensó que lo iba a mortificar de nuevo y justo cuando el árbol estaba listo para recibir un
mordisco, ésta dijo:
-Gracias a vos, querido arbolito, mis hijitos y yo tenemos un lugar dónde vivir, nos
protegemos de los animales grandes y la lluvia, y nos alimentamos con la generosa
producción de tus semillas.-
Apenas había terminado la ardilla de dar su agradecimiento cuando levantó sus orejitas,
movió la naricilla desconfiadamente y huyó para refugiarse de nuevo en el tronco de
aquel árbol que un día creyó que no servía para nada.
El árbol se quedó quieto y a través de sus hojitas pudo ver que un grupo de niños se
acercaba bulliciosamente.
Una señora muy bonita, a la que los chiquitos llamaban “niña”, los llamó a orden con sus
palmas...
-¡A ver, a ver chicos! Hagamos un círculo alrededor de este bello almendro y
sentémonos-
Los niños aplaudieron efusivamente y uno de ellos se levantó para abrazar fuertemente el
rugoso tronco.
¡Nunca antes el árbol había conocido mayor dicha! El, que se creía tan poco, había sido
honrado con el agradecimiento de estos niños a todos los árboles del mundo.
Todavía, hasta esta fecha, el árbol recuerda ese día como el más feliz en toda su vida, y
dejó su amargura para ser cada día más feliz y generoso. La hierba, el río, la ardilla, y
sobre todo los tiernos niños le habían enseñado que “ser importante” radica en que tan
útiles seamos para con los demás y en cuán dispuestos estemos a compartir los dones que
Dios nos dio...