nwa, manteniéndose siempre en las alturas, ¢).
el mismo rumbo durante un par de horas,
6 la razon de ese ajetreo: tropas Tealistas
avanzaban hacia el norte, seguramente a La Paz. De Pri.
mera impresion, Parwa creyo que esas fuerzas no eran de
temer, salvo quizas por su numero, superior al del con.
tingente del cacique Mullopuraca. Acortando la distan.
cia a hurtadillas, sin embargo, advirtio que detras de jos
milicianos y de los indios que traicionaban a su propia
gente marchaba un regimiento uniformado y muy bien
pertrechado de fusiles. Por su numero y Sus movimien.
tos muy bien ejercitados, Parwa comprendio de inme.
diato que eran los temibles saboyanos. jAlli estaban pues
esos soldados curtidos en decenas de batallas, tan fieros
y despiadados que habian sido bautizados como «demo-
nios comehumanos» por Katari, el lider aimara! En ver-
dad no eran mas de trescientos, pero por como marcha-
ban, todos al mismo paso y en estricta formacion, hacian
que el anima se te fuera del cuerpo.
Acercandose a un roquedal tras el que podia pasar in-
advertida, Parwa diviso a un grupo de jinetes que avan-
zaban en medio de las companias de saboyanos. El que
marchaba primero, escoltado por el resto, bordeaba los
cuarenta afios y llamaba la atencion por su palidez y su
semblante cenudo. «Debe ser Joseph Reseguin» —penso
de inmediato Parwa y por primera vez anhelo tener un
mosquete en las manos.
Cuando faltaban todavia algunas horas para el ano-
checer, Reseguin dio la orden de alto. Parwa noto que, a
diferencia de lo que ocurria entre los rebeldes, el campa-
mento mantenia cierto orden y que numerosos centine-
las partian en toda direccion, sobre todo hacia el norte.
Una hora, alo sumo dos horas de marcha separaban los
batallones de Juan de Dios Mullopuraca y los realistas
Eso significaba que al dia siguiente se produciria el com-
bate.