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—jLa gran rebelion? Hace unos afios ya que fue g 1
tada —respondid la mujer una vez recobrada Ja aie ae
—~Y los Tupac Amaru? Los que combatieron ene F
Pert... (Mariano, Diego Cristobal, Andrés} Ito
—Muertos todos... Ajusticiados unos, en e|
destierro los que se salvaron del verdugo.
ciste, nifachay?
—A Andrés Tupac Amaru... —confeso Parwa con Voz
temblorosa.
—De él dicen que muri6 ahogado cuando sy barco
naufrago cerca de las costas de Espana.
Parwa comprendio que esa era la razon del dolor que
le oprimia el pecho desde hacia un tiempo. Tomo del
brazo a la senora y le ayudo un buen tramo sin hacerle
mas preguntas. Fue esta mas bien quien dijo unas cuan-
tas frases cuando se separaron:
—Esperanzados en el retorno del Inkarri, marchamos
con piedras y palos contra los ejércitos realistas. Nos
guiaba una fe ciega en que en nuestros pechos rebota-
rian las balas. No fue asi, sin embargo. jEn vano miles
murieron en los campos de batalla y otros tantos, ajusti-
ciados! jRios de sangre derramamos y el Inkarri igual se
olvido de nosotros! jNo hubo madre que no Ilorara a sus
hijos! Yo soy curandera, sefialada desde nifa por el ayo.
Yo no he tenido que sufrir esa pena...
La sefiora retom6 su camino, pero apenas unos pasos
mas alla se volvio y afiadio algo:
—Se decia también que una joven guerrera bella como
una estrella nos iba a ayudar a vencer a los espafioles,
pero nadie la llego a ver...
Parwa no pudo contener las lagrimas. Al contratlo,
dejo que corriesen igual que esos hilillos de agua que Na
cen del deshielo de las cumbres nevadas. Entre tanto,
seguia haciéndose las mismas preguntas que no le deja-
ban un instante de respiro: gpor qué a las antiguas naclo”
nes del Tahuantinsuyo les habian quitado su dignidad
de seres humanos?, ¢por qué habian sido condenadas 4
Camino aj |
2108 cong.
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Escaneado con CamScannerser pisoteadas y escupidas por espanioles y criollos?, por
qué debian pasar sus dias en la suciedad y la miseria?
El eco de lejanos combates hizo que Parwa se ilusio-
nara, que creyera que estaba a punto de encarnar de
nuevo y encontrar por fin respuestas, Transcurrian dias,
semanas, meses, sin embargo, y ella seguia deambu-
lando sola en esas inconmensurables alturas. iSi por lo
menos alguien pudiera explicarle Por qué cientos, qui-
zas miles, estaban ascendiendo al Coropuna, al mundo
de los muertos!
Una de esas noches, la luna llena le mostré una si-
lueta encorvada. Alguien subia trabajosamente hacia
donde ella estaba. Recién al amanecer pudo intercam-
biar palabras con ese finado, un anciano de edad venera-
ble con el rostro sutcado de arrugas.
—Parwa, no me reconoces —le increpo el anciano
después de mirarla un rato en silencio.
—éDon Nazario? —hall6 por fin la muchacha en sus
recuerdos consonancias con esa yoz y de esa mirada.
—iFuiste muy valiente! jSacrificaste tu vida! Igual que
Katari y su hermana Gregoria...
—@De qué sirvio? En lugar de ser libres, ahora los in-
dios cargan con mas cadenas —en su voz sonaba el
desengano.
—la siguiente vez que los oprimidos levanten la ca-
beza, los Tupac Amaru y los Katari seran su bandera de
lucha... —no habia perdido la fe Nazario Turpo—. jY el
Pachakuti llegara sin falta!
—Don Nazario, zy ese estruendo de cafones que re-
tumba en la lejania? {No es el anuncio del pachakuti? 3No
deberia yo estar combatiendo de nuevo al lado de las na-
ciones indias?
—iNo te imaginas, niriachay, cuantas rebeliones mas
hubo después de la de Tupac Amaru! jDescendientes de
incas, caciques, indios del comtn se desangraron a lo
largo y ancho del Peri y del Alto Peru! Nuestros lideres
y nuestros hombres y mujeres mas valientes se han es-
Is]
Escaneado con CamScannertado sacrificando durante medio siglo! jHemos quedado
desangrados, descabezados, exhaustos! Ahora la guerra
es de los criollos contra los espafioles...
—jjgDe los criollos?!! —quedo estupefacta Parwa—.
éDe esos criollos que apoyaban a los realistas cuando no-
sotros luchabamos por expulsarlos de nuestras tierras?
—Mi corazon se parte al decirlo, Parwa, pero asi es:
nosotros hemos entregado decenas de miles de vidas
para debilitar a los espanoles y ahora seran los criollos
quienes se alzaran con la victoria. Con las riquezas y el
poder que siempre han tenido han formado ejércitos
pertrechados con fusiles y cafiones!
—2Y las naciones indias? {Uniremos fuerzas con los
criollos? —seguia sin poder controlar su inquietud la
muchacha.
—jNo es nuestra guerra, Parwa! Por eso estas aqui, en
estas alturas, y no en el campo de batalla. Seguramente
los espafioles seran derrotados, pero nuestra suerte no
cambiara. jEste no es el pachakuti que las naciones in-
dias estamos esperando!
Un alarido que estremecio hasta el mas lejano de los
resquebrajados dominios espanoles en América fue la
respuesta de Parwa a las palabras del anciano Nazario
Turpo.
Escaneado con CamScannerCAPITULO 3
ASALTANDO LOS CIELOS
Desde donde estaba, un cerro de laderas escarpadas
surcadas por andenes, veia un pequefio poblado que se
desplegaba a las orillas de un rio poco caudaloso. El pue-
blo parecia encajonado entre el rio y las faldas de las
montafias y a esa hora de! dia, la mitad de la mafiana
mas 0 menos, se asfixiaba bajo un sol abrasador. Dos ca-
minos que serpenteaban en direcciones opuestas, uno al
norte y el otro al sur, parecian la Gnica manera de esca-
par de esa caldera.
Parwa miro a su alrededor en busca de un poco de
sombra y no encontro mas que pequefios arbustos, igua-
les a los que a sus pies tapaban por trechos los andenes.
Le daban ganas de bajar hasta el rio para refrescarse, pero
al mismo tiempo el instinto le decia que debia ser cauta,
muy cauta. ¢Donde estaba? La calma, modorra casi, que
parecia reinar en ese pueblo, era solo aparente?
Un subito rugido que le llego del camino que iba ha-
cia el sur la puso en guardia. Una especie de carruaje que
avanzaba sin necesidad de caballos era el culpable de ese
Tuido. Habia partido del pueblo al parecer y, tras cruzar
el rio, avanzaba dejando detras de si una nube de polvo.
éCuantos anos habian transcurrido desde la ultima vez
que se materializo? ,Otros doscientos anos? jTal vez mas
4 juzgar por el portento que acababa de presenciar!
Comprendiendo que por el momento no le convenia
Ser vista, decidio estudiar el pueblo desde un poco mas
Cerca. Descendio casi a gachas entre los arbustos y llego
hasta un lugar donde la pendiente era mas pronunciada
Escaneado con CamScannery la maleza, tupida. jEse seria su punto de observacion!
La plaza del pueblo estaba practicamente a tiro de fusil.
Un techo grande a dos aguas de una construcci6n que le
daba las espaldas a ella y miraba a la plaza debia ser la
iglesia. Estaba esquinada a diferencia de las que habia
visto en los pueblos del altiplano, pero lucia también la
infaltable torre con campanas.
Pocas personas transitaban a esa hora por la plaza y
por las calles que estaban mas cerca de su campo de
vista. Le intrigaba por lo mismo que a sus Oidos llegara
con toda nitidez una tonada que le recordaba a las cas-
huas de su nifiez. Buscaba avidamente al grupo de musi-
cos que la interpretaba, pero no habia senal de ellos. :Es-
tarian en el interior de una casa, aprestandose para
dirigirse a alguna chacra para la ceremonia de limpiar las
acequias?
Otro prodigio le hizo olvidar la cashua de inmediato.
jEn la plaza aparecio un carruaje pequeno que, al igual
que el anterior, no precisaba de bestias de tiro! Es mas,
una vez que se detuvo, de él descendieron cinco perso-
nas como si tal cosa y entre voces y risas se metieron a
una de las casas mas grandes. ¢Como avanzaban esas Ca-
rrozas? ¢Qué fuerza magica hacia que pudieran transpor-
tar a tantas personas sin varias mulas o caballos que ja-
laran de ellas? Era algo que escapaba totalmente al
entendimiento de Parwa y le infundia temor.
La curiosa vestimenta de un nutrido grupo de mucha-
chas y muchachos, en cambio, le arranco una sonrisa. A
primera hora de la tarde, desde una gran edificacion que
estaba casi a sus pies, se volcarona la calle y la colmaron
por unos momentos con su algarabia. Mientras se dis-
persaban en todas las direcciones, Parwa pudo apreciat
que tanto varones como mujeres vestian de gris y blanco.
Blancas eran las camisas de chicas y chicos; y grises,
unas polleras cortas de las muchachas y unas calzas
hasta los pies en el caso de los muchachos. Ella examinO
su propio atuendo, la casaca negra y las calzas de varon
Escaneado con CamScannerdel mismo color que le diera Andrés Tapac Amaru, y
comprendio que resultaba demasiado distinto. :
Aunque por culpa del hambre le sonaban las tripas,
decidio seguir en su puesto de observacian hasta el ano-
checer. Deseaba averiguar cuantos espanioles habia en
ese pueblo y qué armas portaban. Los indios, ya lo veia,
iban todos desarmados, aunque su apariencia no era tan
desarrapada y lastimera como en los pueblos del alti-
plano que habia recorrido con Andrés. Las horas fueron
pasando, sin embargo, y solo pudo distinguir a un espa-
fol y sin siquiera estar segura del todo. El tipo salié de una
de las casas de la plaza y se entretuvo conversando con
otra persona en una esquina. Parwa aguzo la vista, pero no
pudo definir si se trataba de un espafiol, un criollo o in-
cluso un mestizo. Espada, en todo Caso, no portaba.
Protegida por las sombras, se puso de pie con inten-
cion de bajar al rio para beber unos sorbos de agua. Lo
haria en un meandro que estaba a unas dos leguas del
pueblo. Alli mismo, en la orilla, pensaba dormir unas
horas para luego, en plena oscuridad, seguir el curso de
las aguas para llegar hasta las primeras casas y buscar
algo de comida en una huerta, una despensa o una co-
cina. Desentumecio sus piernas estirandolas un buen
Tato y en el preciso momento en que iba a echar a andar
ocurrio un nuevo hecho milagroso. En la plaza y en las
calles que la rodeaban se encendieron de pronto unas
teas que formaron a su alrededor pequefas islas de luz.
iEra un espectaculo a la vez extrano y maravilloso que le
corto el aliento!
Cual si estuviese embrujada, Parwa empezo a bajar al
Pueblo. Tropezo varias veces, pero ni asi agachaba la ca-
beza para ver donde pisaba. Tenia los ojos fijos en esas
luces que ni siquiera centelleaban como las antorchas.
Recobré en parte el juicio cuando sus pies pisaron la pri-
mera calle y las luces quedaron escondidas tras las casas.
En lugar de escapar de inmediato, sin embargo, se pegd
al lado mas oscuro de la calle y enfild hacia donde sabia
Escaneado con CamScannerque quedaba la plaza. Al desembocar alli, a los pocos mj-
nutos, no pudo reprimir una exclamacion de asombro;
jlas luces coronaban unos postes altos y delgados y no
parecian fuego! En todo caso, daba la impresién de que
el fuego habia sido encerrado en una especie de globo,
mo podia ser esol!
—jAmiga, amiga! —le tocd alguien el hombro provo-
candole un nuevo sobresalto. Descubri6, al darse vuelta,
que se trataba de un muchacho de aproximadamente su
edad que la miraba de manera muy amistosa.
—Amiga, zestas fumada? —le pregunto bajando la
voz—. Hace media hora que miras ese foco. {No deberias
fumar! jEso esta bien para los hippies! jNo para gente
como nosotros!
Parwa se quedo mirando al muchacho con la misma
cara de pasmo con la que antes miraba la luz. Else habia
dirigido a ella en espafiol, eso estaba claro, pero {qué ha-
bia querido decirle exactamente? ¢Fumada? ¢Foco? éHip-
pies? Qué diablos significaban esas palabras?
—Qué has fumado, amiga? —insistio el muchacho—.
jEstas colocadaza! jRigchari yau!
Estas Ultimas palabras, en quechua, obraron el mila-
gro de devolverle el habla a Parwa
— Hablas quechua? —pregunto en esa lengua y en
quechua transcurrio a partir de ese momento la conver
sacion—. :Ddnde estoy?
—jUy, amiga! éNi eso sabes? TU no has fumado. TU te
has metido acido seguro. {Desde cuando estaras asi? jVa-
mos, vamos, tomaras un café para que se te pase!
El muchacho condujo a Parwa a una de las casas de la
plaza, cerca de la iglesia. Se detuvo en la puerta, abierta
de par en par, e hizo una sefial con la mano para que ella
entrase primero. Parwa, sin embargo, retrocedio un paso
como si hubiese visto a un demonio: en el interior de es
vivienda, a pesar de que era de noche, jse veia como 4
plena luz del dia!
—jNo puede ser! —exclam6 Parwa.
ill
Escaneado con CamScanner—Amiga, tranquilizate, no pasa nada. Esta es la pen-
sion. De repente también seria bueno que comas algo.
¢Tienes plata?
Parwa denego con la cabeza. ;Pensién? Desde donde
estaba veia varias mesas pequenas de un color chillon
que definitivamente no era el de la madera. Dos o tres
estaban desocupadas y en el resto unas personas tenian
la vista fija en sus platos de comida. La luz, ahora se per-
cataba, provenia de unos pequefios globos que colgaban
del techo.
—Vamos, vamos. Voy a pedirle fiado a la duefia. Es
amiga de mi mama.
El chico puso la mano en la espalda de Parwa y empu-
jando suavemente la hizo avanzar hasta una de las me-
sas que estaba libre. Retiré un poco una silla y tomé
asiento al tiempo que le hacia una sefia a ella para que lo
imitara. Parwa se acomodo y empezo a mirar con recelo
a su alrededor hasta que de pronto algo llamo poderosa-
mente su atencion: jjjde una especie de caja colocada
sobre una repisa salian voces!!!
—