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Be. | fas que se levantaban en el sur—, Soy curandero y brujo, Con la rebelidn, hay cadaveres regados por todo lado, Yo Jos recojo y los quemo. ¢Sabes para qué? Elhechicero, a medida que hablaba, iba sufriendo Una transformacién. Ahora en su mirada habia bragag at dientes que a otra muchacha que no fuese Parwa le hu. biesen provocado mucho temort.,, —iInkarri! —susurr6 ella—. El Inkarri necesita €505 cuerpos para seguir creciendo, asi como nuestra Pacha- mama necesita ofrendas para que las cosechas sean, abundantes... —Dicen que eso del Inkarri no es mas que mito —buscé el hechicero la mirada de Parwa—. Y también se cuenta otra leyenda, sobre una guerrera de extraordina- ria hermosura que vendra a derrotar a los espaiioles. ;74 crees en esas historias? Sobrevino un largo silencio durante el cual Parwa yel curandero se estuvieron midiendo. Lo rompié la mucha- cha, que intuy6 en lo mas hondo de su ser que debia se- guira ese hombre. —Mi nombre es Parwa —se present6—. Quiero ofre- certe mi ayuda y pedirte la tuya... Un antiguo templo al dios Huiracocha se alzaba casi frente a Tinta, remontando un par de leguas el rio en contra de la corriente. Nazario Turpo y Parwa quemaron alli, entre las ruinas de las colosales edificaciones, mu- chos despojos humanos. Echaron a las fogatas también pieles de zorro y de puma, plumas de halcon y de con- dor, asi como sebo de serpiente. Las cenizas las esparcie- ron desde la cima de un volcan, el Kinsachata, que era el guardian del antiguo templo, Alli, en esa altura, Nazario Turpo compartio con Parwa el recéndito propésito de esas ceremonias: —El cuerpo del inca ya se ha completado. El pa- chakuti esta muy proximo. De ti depende ahora que el corazon del Inkarri empiece a latir. ;Debes unirte a los tebeldes! Escaneado con CamScanner A marchas forzadas, desandando lo andado, Parwa y Nazario Turpo volvieron a la region del lago. Los rebel- des habian tenido el cuidado de tejer una red de infor- mantes en todo el Collasuyo, regién que estaban levan- tando en armas contra los espafioles, Por ellos supieron que las fuerzas de los Tupac Amaru habian formado dos contingentes. El primero, bajo el mando de Diego Cristobal Tupac Amaru, hermano de José Gabriel, se di- rigia a Puno. El segundo, liderado por Andrés Tipac Amaru, un sobrino del inca ajusticiado, operaba al este del gran lago, en la ruta hacia La Paz. Tras arrojar sobre una pequena manta las hojas de coca, Nazario Turpo le comunico a Parwa que debian sumarse a este segundo contingente. Alcanzaron a los rebeldes cerca de una pequefia po- blacion llamada Sorata. Ocupaba la cabecera de un valle, verde todavia porque hacia pocas semanas que las Ilu- vias se habian retirado. Una imponente cumbre nevada, que los lugarenos dijeron que se Ilamaba Illampu, domi- naba todo el paisaje. Parwa, durante el trayecto, estuvo imaginando que An- drés Tupac Amaru, el jefe rebelde, seria un guerrero ex- perimentado, de unos treinta afios, como Puma Chawa. Grande fue su desconcierto cuando se vio delante de un muchacho apenas uno 0 dos afios mayor que ella. Una pequefa choza en uno de los cerros desde los que se avistaba Sorata, hacia las veces de cuartel general de Andrés y sus lugartenientes. Al comienzo los guardias permitieron el ingreso solo de Nazario Turpo. Parwa, mordiéndose de nervios la ufa del dedo menique, debio aguardar un buen rato a unos metros de la puerta. Por alli asom6 el jefe rebelde y se acerco despacio a ella. —Soy Andrés Tupac Amaru —se presento en lengua quechua—. Don Nazario Turpo, el hechicero, me ha di- cho que eres una guerrera. Es cierto? Parwa dejo caer la harapienta manta con la que se cu- bria y libero la espada que colgaba en una especie de Escaneado con CamScanner bolsa de su hombro. Andrés desenvaind la suya y, tra, ponerse en guardia, descargé un par de golpes que |g muchacha frené muy bien. —jAtacau! \De veras sabes usar la espadal —se Tespon- did él mismo la pregunta que habia hecho—. Llegas ep, buen momento. Mafiana vamos a atacar Sorata. Andrés Tupac Amaru, como supo después Parwa, era hijo de una prima de José Gabriel Condorcanqui que se hallaba prisionera de los espafioles. A pesar de su juven- tud, se habia ganado el respeto de sus tropas, pues era ¢| primero en lanzarse al ataque desafiando con su pecho las balas del enemigo. Su manera de vestir era mas pare- cida a la de un espanol que ala de un indio. A diferencia de los pukakunkas, sin embargo, Ievaba el pelo largo que a veces recogia en una trenza. Sus grandes ojos negros brillaban siempre como ascuas y permanecian alertas, Los rasgos de su rostro eran todavia los de un muchacho, pero estaban marcados tanto por el dolor como por el odio. Rara era la ocasion, en todo caso, en que sus labios dibujaban una sonrisa. Parwa, como casi siempre, durmio a la intemperie, cobijada con un pellejo de llama. El grueso de las tropas rebeldes, hombres y también mujeres, pasaban la noche de la misma manera. Parecia, pues, que infinidad de bul- tos o piedras cubrian los pastos de esa ladera. Apenas empezo a clarear, uno de los lugartenientes de Andrés la Ilevo a presencia del jefe rebelde. —Atacaras junto con nosotros —le ordeno a la mucha- cha el sobrino de Tupac Amaru—. Ese que esta alli sera tu caballo —le senalo una yegua blanca. —Nunca he montado en una de esas bestias... —se Tu- boriz6 Parwa al confesar esto—. Esta vez atacaré con el grueso de la tropa. —Esta bien —la dejo ir Andrés y se volvio hacia los hombres que aguardaban sus Ordenes. Sorata, una villa pequena que era el centro de la pro- vincia de Larecaja, estaba defendida por muros de barto 1s] Escaneado con CamScanner levantados por sus pobladores en los posibles accesos. Hasta alli habfan legado en busca de refugio unos dos mil espanioles y criollos que huian de los ataques rebel- des a otros poblados cercanos al lago. Disponian de gran numero de mosquetes e incluso de un par de cafiones. Armadas en su mayoria con lanzas, cuchillos, hondas y palos, las tropas de Andrés iniciaron el ataque con las primeras luces del dia. Al frente, a caballo, iba el joven jefe rebelde seguido de un pequefio numero de jinetes, sus lugartenientes. Bajando a la carrera de los cerros que dominaban el poblado y lanzando alaridos que helaban la sangre, los rebeldes arremetieron contra las barricadas del enemigo, pero no pudieron superarlas. Los disparos de los mosquetes barrian a los combatientes mas ague- tridos y las armas de estos causaban poco dafio entre los espanioles. Parwa, calibrando rapidamente la desventaja en que se hallaban, se hizo de una honday se parapeto tras una roca que estaba muy cerca de uno de los muros de barro. Desde alli, asomando de rato en rato, empezo a lanzar pedradas, con tan buena punteria que en poco tiempo dejo fuera de combate a tres soldados enemigos. A unos cincuenta pasos de ella, Andrés, montado sobre su caba- llo y con una pistola en la mano, azuzaba a sus hombres para que redoblaran esfuerzos. Parwa comprobaba, sin embargo, que el valor que los rebeldes demostraban te- nia un costo demasiado alto en muertos y heridos de bala. Luego de un rato, Andrés también parecié com- prender eso y ordeno la retirada. —Si no podemos superar sus defensas, el hambre sera nuestro aliado —explico Andrés a sus lugartenientes la decision que habia tomado—. Cortaremos todos los ca- minos de entrada a Sorata y los pukakunkas se quedaran muy pronto sin alimentos. Entonces no les quedara mas remedio que rendirse. Parwa también asistia a esa reunion, pero se mante- nia un tanto al margen, en segunda fila. Habia experi- Escaneado con CamScanner mentado por primera vez en carne propia la enorme ventaja del atmamento de los espafioles y estaba pensa_ tiva, Algunas tacticas habia que encontrar para que Jos mosquetes enemigos no causaran tantas bajas en ¢] campo rebelde! Mientras se prolongaba el cerco de Sorata, Andrés de- cidié ensefarle a Parwa a montar a caballo. Antes le ofre- cié gran cantidad de vestidos de damas espanolas, pero, después de probarselos, ella los rechaz6. Prefirié unos pantalones hasta las rodillas como los que usaban los varones y también una casaca similar a la que vestia An- drés. Y por primera vez en su vida calzo también unos botines Unas cuantas lecciones y largas cabalgatas fueron su- ficientes para que Parwa se entendiera a las mil maravi- llas con Chaska, la yegua blanca que Andrés le habia dado. El siguiente paso fue aprender, con los jinetes mas entrenados, a usar la espada, la lanza o incluso la honda en una carga a caballo. Se le brindo 1a oportunidad in- cluso de hacer algunos disparos con pistola, pero las municiones eran escasas y habia que cuidarlas como oro en polvo. Acompafiando a Andrés a pasar revista a los destaca- mentos que controlaban los caminos, tuvo ocasion también de conocer mas sobre la época que estaban vi- viendo. —Cémo se llama el virrey? —fue una de las primeras preguntas que le hizo a su amigo. —Agustin de Jauregui —respondio este. —El orden6 que ajusticiaran a tu tio José Gabriel y a su esposa Micaela? —inquirid recordando el papel ju- gado por Francisco de Toledo en la muerte del primer Tupac Amaru, el joven inca capturado en el Antisuyo. —Hubo un juicio en el Cusco, pero si, se puede decir que el virrey fue quien movio los hilos desde Los Reyes. iLos jueces y visitadores fueron solo sus titeres! Escaneado con CamScanner Alas preguntas que hizo sobre el primer Tupac Amaru y el virrey Toledo, Andrés no supo bien qué responder. Tuvo que pedir auxilio a algunos de sus consejeros, hombres ya mayores y mejor versados en lo ocurrido en tiempos pasados Esos amautas, que sab{an consultar los libros de los espafioles, le contaron que desde el gobierno del virrey Toledo habian transcurrido mas de doscientos afios. Parwa quiso saber cudntos incas podrian haber reinado en ese lapso y los consejeros respondieron que quizas quince, quizas veinte. Era muchisimo tiempo en todo caso, innumerable cantidad de lunas Ilenas que habian visto lo mismo al remontar el cielo: la esclavitud y la mi- seria cada vez mayores de las naciones del antiguo Ta- huantinsuyo y los abusos desmedidos de encomende- ros, sacerdotes, corregidores y jueces. —Esa es la razon por la que el segundo Tupac Amaru se rebelo? —les pregunto Parwa. —Si, por eso estamos luchando, porque queremos re- cobrar nuestra libertad —le respondieron los amautas. jParwa ardia de impaciencial! Los espafoles y criollos que se habian amurallado en Sorata pasaban penurias, pero no daban visos de querer rendirse. Andrés, desespe- rado, planeaba intentar un nuevo ataque. —jLas victorias son la lefia que atiza una rebelion! jSi no hago algo, mis hombres van a regresar a Sus casas y me dejaran solo! —dijo para justificarse. —jSolo sembraras de nuevo los campos de muertos! —trato Parwa de impedir que cometiera ese suicidio. fstaban en las faldas del Illampu, el imponente ne- vado que alimentaba los tres rios que, juntandose en uno, cruzaban la villa. Los caballos descansaban unos pasos mas alla y levantaron las cabezas al escuchar sus voces. Era la primera vez que discutian y terminaron dandose la espalda el uno al otro. Parwa, intentando cal- marse con la contemplacion del panorama, de pronto tuvo una idea. Escaneado con CamScanner —jAndrés, Andrés, los rfos! —exclamo. —/Qué tienen los rios? —pregunto el joven con una mueca de fastidio. —jLos tres se unen para atravesar la ciudad! (Si los re- presamos en la parte alta y luego soltamos el agua al mismo tiempo, podremos barrer las defensas de los pukakunkas! Andrés miro en la misma direcciOn que Parwa y no tard6 mucho en concederle la razon. —jPuede resultar! ;Por supuesto que puede resultar! jArrasaremos con Sorata! En su ataque de entusiasmo, Andrés abrazo a Parwa y, levantandola, le hizo dar varias vueltas en el aire. La mu- chacha, turbada por el contacto con el cuerpo de su amigo, sintio que la sangre le afluia a la cabeza. —iVamos, vamos! jNo perdamos tiempo! —no encon- tro mejor manera de esconder su turbaci6n que correr en busca de Chaska. Empezaron dias de febril actividad en el campamento rebelde: mientras unos se encargaban de recorrer el curso de los rios buscando donde represarlos, otros se dedicaban a conseguir piedras y troncos. Luego, entre canticos, como si se tratara de las faenas de limpieza de las acequias, cientos de hombres y mujeres empezaron los trabajos de represamiento cuidando de no secar del todo el cauce de los rios. Andrés y sus capitanes, entre tanto, iban de aqui a alla, supervisando los embalses y alistando el ataque. Parwa ponia todo su empeno en esto ultimo e instruia al destacamento que, a caballo, irrumpiria en Sorata como una descarga de rayo una vez desbaratadas las defensas del enemigo. Tres explosiones que quebraron el silencio de la ma- drugada fueron la senal. Miles de rebeldes empezaron a bajar desde las colinas que dominaban Sorata, pero se detuvieron antes de que las armas de fuego de los realis- tas pudieran causarles dano. Las campanas a rebato en la Escaneado con CamScanner villa sitiada y el ulular de los atacantes fue lo Gnico que se escuch6 durante un rato, pero pronto un pavoroso es- truendo ahog6 todos los demas sonidos: jera el aluvion desatado por las explosiones! Las aguas, como supuso Parwa, barrieron los muros que habjan levantado los defensores de Sorata y tras de ellas llegaron sucesivas oleadas de atacantes: los jine- tes con Andrés y Parwa a la cabeza y luego centenares de guerreros armados de lanzas y de hondas. jEn un par de horas cientos de cadaveres quedaron regados por las calles y las plazas de esa pequefia villa! En el campo re- belde, en cambio, las bajas resultaron minimas. jLa vic- toria fue total y Parwa y Andrés la celebraron estrechan- dose en un fuerte abrazo! —jHan pagado caro la matanza con la que desbarata- Ton nuestro primer ataque! {Dos, tres realistas muertos por cada uno de nuestros guerreros? —pregunto Andrés. —iTres pukakunkas por cada uno de nuestros guerre- ros Caidos en Sorata! —respondio Parwa y se quedo buen rato sumida en sus pensamientos—. Andrés, nunca crei que iba a decir algo asi, pero la verdad es que siento una opresion en el pecho al ver tanta sangre derramada —confeso lo que la atormentaba en ese momento. —jEsta mal, muy mal! —le recrimino Andrés—. jNo debes tener piedad de nuestros enemigos! jEllos no la tienen con nosotros! jNo la tuvieron con mi tio! jLo des- cuartizaron! —iTienes razon! |Debemos ser inclementes! —se aver- gonzo atin mas Parwa. La noticia sobre la estratagema de los rebeldes en So- rata corrid de boca en boca por todo el Alto Peru. Si la llama de la rebelién ya estaba prendiendo en varios luga- res, la esperanza en que era posible librarse del yugo es- pafiol fue como el viento que hace cundir el fuego en un pajonal. Emisarios de Tupac Katari, el rebelde que habia intentado tomar La Paz, llegaron al campamento de An- drés en busca de una alianza. El mayor de ellos, un he- Escaneado con CamScanner contd la leyenda que corria sobre los Otigenes chicero, {der aimara: ‘ 16 react del nan inca TUPAC Katari nacido en Sica Sica, una «, villaen el camino de La Paza Potosi —comenzg equena Vi jano—. El dfa que vino al mundo, dos su relato el] anc ag, mallkt, revolotearon en el ciel Tite eondores eaanonitat mas alta. Al salir a verlos, con 9) bade a su madre casi tropezo con una serpiente, Ce pene en lugar de salir corriendo 0 de atacar Be Se einpletiente Jevant6 la cabeza. Los sabios de} ite eaneuitados sobre estas sefiales, dijeron que los mallku simbolizaban a las grandes naciones quechua y aimara. iLa serpiente saludo a uno de los hombres que guiaria a estos pueblos a su libertad...! ; Mientras escuchaba este relato, Parwa recordo lo su- cedido hacia muchisimo tiempo, los augurios de signo totalmente opuesto que definieron su destino. Remo- vida hasta lo mas hondo por esa extrafia coincidencia, no dudo en aconsejarle a Andrés que sellara una alianza con Tupac Katari para juntos derrotar a los ejércitos realistas. —jCon sus mosquetes y cahones resultan casi inven- cibles para nosotros! ;Solo una enorme superioridad en numero podria inclinar la balanza a nuestro favor! —ar- gumento. —Tienes mucha razon, pero no me ha gustado nada eso de los dos condores —retruco Andrés—. Hace tiempo que estoy haciendo averiguaciones sobre el tal Tupac Ka- tari, al menos desde que sitio la ciudad de La Paz. {Y sa- bes qué he indagado? jEl verdadero nombre de Tupac Katari es Julian Apaza y es un indio del comun! jEs un atrevimiento que se reclame inca! jPor sus venas no co- Tre ni una gota de sangre de los incas del Cusco como es mi caso! Parwa no dudo en darle la razon a Andrés. En tiem- Pos del Tahuantinsuyo, jay de quien se hubiese atrevido a llamarse inca sin serlo! jTal osadia le hubiera costado Escaneado con CamScanner la peor de las muertes y luego sus despojos hubiesen alimentado a las fieras! Con todo, aprovechando la as- cendencia que habia ganado ante el lider rebelde, no paro hasta convencerlo de que pactara un encuentro con Katari. En el mes que despierta la Pachamama, agosto para los espanoles, los lideres rebeldes se reunieron en un lu- gar de las alturas que dominan La Paz. Desde el primer momento, Parwa pudo comprobar que Katari, en efecto, era de rasgos toscos y apariencia descuidada, un indio del comin, en suma. Qué diferencia con Andrés, cuyo solo porte bastaba para infundir Trespeto! Encima, el ai- mara cojeaba ligeramente al caminar y tenia las manos un tanto deformes. ;Donde quedo ese elegido al que los condores saludaron? Esa desfavorable impresion se fue borrando a medida que Katari expuso las razones por las que consideraba urgente unir los dos ejércitos rebeldes. Durante cien dias habia sitiado la ciudad de La Paz, con lo que habia con- denado a sus mas de veinte mil pobladores a alimen- tarse de perros, gatos y mulas para no morir de hambre. Los rebeldes incluso habian logrado derrumbar parte de las murallas que defendian la ciudad, pero la artilleria realista igual les impedia adentrarse en sus calles. Opta- ron entonces por aprovechar las noches mas oscuras para escalar los muros, matar centinelas y causar todo el dafio que podian en las filas enemigas. Las calles queda- ron asi sembradas de cadaveres y las plagas se convirtie- ron en un aliado mas de los rebeldes. En su desespera- cion, las fuerzas realistas intentaron romper el cerco sacando el maximo partido de sus armas de fuego, pero las tropas de Katari pusieron el pecho y obligaron a los espafoles a retroceder. —AI comienzo del sitio yo tenia mas de diez mil sol- dados bajo mi mando y en los cien dias que duro he per- dido la mitad —resumio el lider aimara—. Y justo cuando los residentes de la ciudad estaban a punto de Escaneado con CamScanner

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