Está en la página 1de 10

J.N.1a. Inst. Com.

Nº 23, “Rimieri de Gulisano, Elena Susana y otros c/


Jorge González y Compañía SRL y otros s/ ordinario”, 27.03.2008

Tribunal: J.N.1a. Inst. Com. Nº 23

Fecha: 27.03.2008

Partes: Rimieri de Gulisano, Elena Susana y otros c/ Jorge González y Compañía SRL y otros s/
ordinario

TEXTO COMPLETO

Juzgado Nacional de 1ª Instancia en lo Comercial nº 23; Sec. nº 45:

Buenos Aires, 27 de marzo de 2008.

Y vistos:

Los autos "Rimieri de Gulisano Elena Susana y otros c/ Jorge González y Compañía S.R.L. y otros
s/ ordinario", expediente n° 49.495 de trámite en la Secretaría N° 45 de este Juzgado;

De los que resulta:

Elena Susana Rimieri de Gulisano, por derecho propio y en representación de su hija menor
Laura Elena Gulisano; Julia Elena Gulisano, José Luis Gulisano y Marcelo Daniel Gulisano -todos
con invocación de sus calidades de herederos de José Sebastián Gulisano- promovieron
demanda contra "Jorge González y Cía. S.A.", contra Jorge González y contra Viriato Aparicio
Marrucho.

Según explicaron, el objeto de esta acción era obtener la resolución parcial del contrato social
de Jorge González y Cía. S.R.L., como así también la liquidación de la cuota correspondiente al
socio saliente y la consignación de su importe.

Alegaron ser cónyuge e hijos respectivamente del señor José Sebastián Gulisano, quien al
tiempo de su fallecimiento -producido el día 23 de octubre de 1994- era socio gerente de la
mencionada sociedad.

Pusieron de resalto que dicha sociedad había llevado a cabo su actividad en el Mercado Central
en los espacios que indicaron, destacando que a partir de la muerte del nombrado, los
demandados –que también eran socios gerentes- habían impedido la presencia de los actores
en ese ámbito, por lo que éstos habían debido retirarse a causa de la violenta y arbitraria
conducta asumida por el codemandado Jorge González, quien había acaparado toda la gestión
social.

Adujeron que ante el referido Mercado Central se había iniciado cierto expediente
administrativo destinado al cambio de la titularidad por fallecimiento del socio, trámite que se
había extendido hasta el mes de julio de 1999 en que el citado Mercado había intimado a la

1
sociedad a entregar los espacios en los que se desempañaba por no haber cumplido con el
aludido cambio de titularidad ni prestado la garantía contractual pertinente.

Afirmaron que fue en tal marco que la sociedad fue dada de baja como operadora permanente
de tal Mercado, entidad que, no obstante, le había informado que existía la posibilidad de
continuar operando bajo un sistema de facturación diferente, para lo cual era necesario que
aquélla presentara la solicitud respectiva con anticipación debida.

Destacaron que, pese a ello, el codemandado Jorge González había maliciosamente aceptado la
aludida baja, haciendo saber a la entidad su voluntad de constituir una nueva sociedad con su
hijo para seguir trabajando en tal ámbito.

Afirmaron que los demandados habían ignorado los reclamos de los actores, negándose a
rendir las cuentas pertinentes y a liquidarles las utilidades que correspondían a su parte social.

Por tales razones estimaron que la incorporación de los demandantes a la sociedad nunca se
había perfeccionado realmente, y sostuvieron que los demandados habían incumplido con el
deber de actuar en forma diligente que pesaba sobre los administradores societarios.

En tal marco, y alegando encontrarse imposibilitados de concretar el ejercicio de sus derechos


sociales, consideraron procedente la promoción de esta acción, requiriendo, además, que los
demandados rindieran cuentas de la gestión social y les pagaran su participación a valor real.

Finalmente, solicitaron la exhibición de los libros sociales en los términos del art. 781 del
Código Procesal.

Ofrecieron prueba.

II. A fs. 104/11 se presentó Jorge González por sí y en su carácter de socio gerente de la
sociedad Jorge González y Cía. S.R.L.

Tras negar los hechos invocados, reconoció la existencia de la sociedad y la participación que
en ella correspondía a los actores.

Relató los antecedentes del desarrollo comercial del ente en la actividad fruti-hortícola,
destacando que, a estos efectos, la compañía había adquirido un establecimiento en la Provincia
de Corrientes.

Sostuvo que, no obstante, el emprendimiento no había tenido el resultado esperado, y cuando


aún vivía el socio José Sebastián Gulisano, la sociedad había sufrido pérdidas.

Alegó que, tras la muerte del nombrado, sus herederos habían manifestado su intención de
incorporarse al ente, razón por la cual se había iniciado en el Mercado Central el trámite
administrativo enderezado al cambio de la titularidad de la participación social.

Afirmó que ello sucedió hasta el 31 de diciembre de 2004, fecha en la cual los socios decidieron
separarse de hecho.

Sostuvo que los demandantes habían propuesto continuar solos la actividad, para lo cual
habían alquilado el referido establecimiento de Corrientes, conservando asimismo la gestión
que se realizaba en los puestos del Mercado Central.

Destacó que el precio del alquiler se había establecido en $50.000 anuales, como así también
que los actores habían comprado en $40.000 la cantidad de 25.000 envases vacíos que
pertenecían a la sociedad.

2
Es así que, según adujo, el 1 de enero de 1995, los demandantes habían iniciado solos la
explotación de ambos emprendimientos, fracasando en ellos y abandonando la actividad,
dejando deudas y omitiendo pagar lo que debían a la sociedad.

Todo esto demostraba, según adujo, que la sociedad demandada se hallaba disuelta, ya que
carecía de toda actividad y había sido dada de baja en el mercado central.

Esto obstaba, a su entender, a la procedencia de la acción, la que resultaba igualmente


improcedente en razón de que sus adversarios no habían agotado la vía societaria interna.

Sostuvo asimismo que la resolución parcial del contrato de sociedad era improcedente cuando
se trataba de una S.R.L., dado que este tipo social no se hallaba incluido dentro del artículo 90
de la citada ley, sino que tenía su propio régimen en el art. 155 del mismo ordenamiento.

Ofrecieron prueba.

III. A fs. 123/6 se presentó el codemandado Viriato Aparicio Marrucho, contestando la


demanda y solicitando su rechazo por razones similares a las recién relatadas.

Abierta la causa a prueba, se produjo la oportunamente ofrecida y se llamaron los autos para
dictar sentencia.

Y considerando:

Como surge de la reseña que antecede, los herederos de José Sebastián Gulisano demandaron la
resolución parcial de la sociedad Jorge González y Cía. S.R.L., como así también el cobro de la
cuota que correspondía al causante.

Pese a que el objeto de la pretensión quedó así acotado, varios otros fueron los temas que las
partes debatieron.

Así, por ejemplo, los contendientes disintieron acerca de los hechos que tuvieron lugar antes
del juicio, reprochándose mutuamente la comisión de enojosos comportamientos: mientras los
actores alegaron haber sido excluidos de la sociedad en forma violenta por los demandados –
quienes les habrían impedido el ejercicio de todos sus derechos sociales-, estos últimos
afirmaron, en cambio, que la gestión común había cesado de común acuerdo y que los
demandantes habían decidido continuar solos en la actividad social –para lo cual habían
alquilado y comprado ciertos bienes que no habían pagado-, todo lo cual finalmente había
terminado en un fracaso.

A mi juicio, nada de esto –sobre lo cual giró prácticamente toda la prueba de este juicio- tiene
demasiada relevancia a los efectos que aquí interesan.

Es que lo que aquí hay que decidir es, como dije, si los actores tienen o no derecho a retirarse
de la sociedad por la vía de resolver parcialmente el contrato respectivo.

Y a estos efectos carece de trascendencia esa historia previa –narrada por ambos adversarios
con invocación de versiones fácticas tan diversas-, puesto que el único supuesto de resolución
parcial del contrato de sociedad que se funda en la conducta del socio es el supuesto de
exclusión (art. 91 L.S.), en el que es necesario indagar si existe o no "justa causa" que habilite tal
temperamento.

Es claro que este no es el supuesto que se ha planteado en autos, dado que los actores no
pretenden excluir a los demandados, sino que, en cambio, lo que buscan es lo contrario, esto es,
retirarse ellos del seno de la sociedad munidos del valor que corresponde a su participación
social.

3
Por tales razones, resulta abstracto que la suscripta se expida acerca de las diversas versiones
que sobre el punto han planteado dichos contendientes, dado que, reitero, la única cuestión
sometida a mi decisión es decidir si asiste o no derecho a los demandantes a la aludida
resolución.

Pues bien: los demandados resistieron tal pretensión con sustento en una primera alegación,
cual fue que la resolución parcial del contrato social era improcedente en razón de que la
sociedad de la que aquéllos pretendían retirarse ya se había extinguido por acuerdo de todos
los socios.

A mi juicio, la defensa es jurídicamente improcedente.

Es que, creada tal sociedad –ésa, o cualquiera otra de naturaleza comercial- los socios no
pueden darle fin del modo en que aquí los demandados pretendieron, sino que deben
someterse al procedimiento que, mediante normas de orden público, establece la ley 19.550 al
efecto.

Doctrina virtualmente unánime –que comparto- coincide en señalar que el contrato de


sociedad, tal como ha sido regulado por la ley 19.550, es un contrato plurilateral de
organización que apareja esta consecuencia: para canalizar la finalidad que los guía, los
contratantes no asumen la obligación de realizarse prestaciones entre sí, sino de realizarlas en
favor de un nuevo sujeto.

Resultado de ese contrato es, por ende, el nacimiento de ese nuevo sujeto, creado en el acto
constitutivo.

La sociedad es, en consecuencia, un contrato.

Pero, sin duda, es también más que eso: es un sujeto de derecho con vida propia, que expresa
su propia voluntad, y tiene autonomía patrimonial.

Y esto descarta que los socios puedan extinguir ese sujeto –que es diverso a ellos- sin acudir al
procedimiento de disolución y liquidación de la sociedad previsto en los arts. 101 y ss. de la ley
19.550.

Lo que está en juego es la extinción de una persona que ha operado con terceros en el tráfico
comercial.

Por eso es que, en tanto inspirada en esos terceros que tienen prioridad, tales disposiciones son
de orden público, razón por la cual, reitero, la sociedad no puede considerarse extinguida como
los nombrados pretendieron.

No obsta a ello que, según también éstos sostuvieron, el ente carezca hoy de actividad, puesto
que si bien tal carencia podría configurar un supuesto de disolución social (art. 94, inc. 4° L.S.),
tal supuesto no encuadra dentro de aquellos que producen dicha disolución de pleno derecho
(v. gr. vencimiento del plazo para el cual se constituyó el ente).

Para considerar jurídicamente disuelta a la sociedad por tal motivo es necesario, en cambio,
que los socios declaren en asamblea la verificación de esa causal.

Y para la "extinción" de tal sociedad, no basta con que esté disuelta, pues, al ser la disolución
sólo el paso del ente a la etapa de liquidación de sus bienes, debe procederse a tal liquidación,
tras la cual corresponde cancelar la matrícula en la Inspección General de Justicia que es la que,
en rigor, produce finalmente esa extinción.

Nada de ello ha sucedido en el caso, por lo que descarto que exista ese pretendido obstáculo
para la admisibilidad de la demanda.

4
Sentado ello, paso a ocuparme del fondo de la cuestión, cuyo tratamiento exige precisiones.

En efecto: la circunstancia de que la sociedad sea –como dije- un contrato del que nace un
sujeto de derecho con vida propia, determina que al contrato plurilateral respectivo no se le
aplique el régimen común de resolución contractual previsto en la ley para la extinción de los
contratos de cambio.

Un socio, por ende, no puede invocar los incumplimientos de otro para obtener o decidir –
siquiera parcialmente- dicha resolución.

Tal resolución, en cambio, procede únicamente en los casos previstos en la ley, la cual, a
diferencia de lo que sucedía en el antiguo art. 419 del Código de Comercio, no admite la
renuncia al estado de socio como válida causal de resolución parcial (salvo los supuestos de
receso, y sin perjuicio de lo que pudiere interpretarse en caso de que tal causal fuera
incorporada al estatuto en los términos del art. 89 de la misma ley).

Para decidir la cuestión que me ocupa, por ende, no basta con comprobar que los actores se
"quieren ir" de la sociedad, sino que hay que dilucidar si en la especie ellos han invocado o no
alguno de los aludidos supuestos de resolución parcial legalmente habilitados.

Pues bien: el art. 90 de la L.S. no contempla a la S.R.L. entre aquellos tipos en los que la muerte
de un socio resuelve parcialmente el contrato.

¿Significa esto que en tales sociedades los herederos quedan automáticamente incorporados?

El asunto ha sido objeto de encontradas interpretaciones doctrinarias.

Así, mientras algunos sostienen que la sociedad se resuelve parcialmente cuando un socio
muere sin que en el estatuto respectivo se haya previsto la continuidad con los herederos en los
términos autorizados por el art. 155 de la misma ley; otros autores consideran que deben
aplicarse las normas generales del derecho sucesorio, por lo que los herederos pasan a ocupar
el lugar que en la sociedad tenía el causante, sin que -por ende- el contrato se resuelva.

Dos razones principales podrían hallarse para avalar esta última solución.

Por un lado, la ya aludida omisión del citado art. 90 de incluir a la S.R.L. entre los supuestos que
dan lugar a la resolución parcial de la sociedad por muerte de un socio.

Y, por el otro, el hecho de que, cuando ese art. 90 prevé la incorporación obligatoria de los
herederos por haber sido así pactado en los tipos allí previstos, deja expresamente a salvo el
derecho éstos de condicionar tal incorporación a la transformación de su parte en
comanditaria.

Esto último demuestra que el legislador ha querido evitar que quien deviene socio "a la fuerza"
quede sometido a responsabilidad ilimitada y solidaria, por lo que, si esa responsabilidad se
descarta -lo que sucede precisamente en la S.R.L.- el socio debería entenderse incorporado.

Tal interpretación -según la cual, a falta de disposición en contrario, el heredero de un socio en


la S.R.L. queda automáticamente incorporado- resulta coherente, asimismo, con otro aspecto
fundamental del sistema.

Me refiero al régimen de transmisibilidad de las cuotas sociales que se aplica al tipo, el que, tras
la reforma introducida a la ley 19.550 por la ley 22.903, reconoce a la libertad en tal
transmisión como nota típica, bien que morigerada por la posibilidad de que esa libertad sea
limitada por vía de cláusulas contractuales y por la posibilidad -que la ley reconoce a los socios-
de oponerse a la incorporación de uno nuevo cuando existe justa causa (ver E.M. ley 22.903).

5
Tal nota reviste una enorme significación en el diseño del tipo, toda vez que le resta un
elemento esencial de las sociedades personalistas cual es aquel según el cual la participación
social no es transmisible salvo acuerdo unánime.

En tal marco, si las cuotas de una S.R.L. son libremente transmisibles por voluntad de las partes,
no parecería existir ninguna razón que obste a admitir que el cambio en el elenco de socios se
produzca, no ya por cesión voluntaria de cuotas, sino por su transmisión hereditaria.

Todas estas razones, reitero, avalan la importante doctrina nacional que considera que, en caso
de que nada al respecto se haya dicho en el contrato, el heredero adquiere a título derivativo la
condición de socio que correspondía a su causante.

Sin desconocer la fuerza de tales argumentos, tengo para mí que existen elementos de mayor
peso para sostener lo contrario, esto es, que la muerte de un socio en la S.R.L. resuelve
parcialmente el contrato en esas condiciones (esto es, cuando nada se ha previsto).

Así resulta del sentido que, según mi ver, corresponde atribuir a los términos en que está
redactado el art. 155 de la misma ley, el que dispone que "…si el contrato previera la
incorporación de los herederos del socio, el pacto será obligatorio para éstos y para los
socios…".

De esta norma resulta algo obvio: cuando el contrato así lo establece, procede la incorporación
forzada de los socios.

Y esto es tanto como decir que si, en cambio, el contrato nada dice al respecto, los herederos no
pueden considerarse forzadamente incorporados a la sociedad.

Nótese que el único artículo que se ocupa del asunto es el citado el art. 155 L.S., que se acota a
establecer lo dicho, esto es, que si el contrato prevé la incorporación de los herederos, el pacto
será obligatorio para éstos y para los socios.

No se ocupa de decir qué pasa cuando el contrato nada prevé, pero viene implícito: en tal caso
hay que descartar tal incorporación forzosa.

Una interpretación contraria conduciría a dejar a la norma completamente vacía de contenido.

¿Qué sentido tendría que la ley se hubiera encargado de aclarar que la incorporación era
obligatoria cuando había pacto que así lo establecía, si tal incorporación se entendiera
igualmente obligatoria aun sin él?

Esto revela que la circunstancia de que el art. 90 no mencione a la S.R.L. entre los tipos que
determinan la resolución parcial del contrato por muerte de un socio, es irrelevante para
fundar la tesis contraria a la que aquí sostengo.

Y esto, por algo obvio: esa omisión del art. 90 sólo significa que el legislador se ocupó del
asunto en tal artículo, sino que lo hizo en el art. 155, oportunidad en la que -como dije- dejó
aclarado que los herederos del socio de una S.R.L. continuaban en la sociedad siempre y cuando
esa obligación resultara de un pacto estatutario.

Y lo dejó aclarado en una disposición aparte por razones metodológicas que aconsejaban tratar
en forma autónoma a la S.R.L. a fin de englobar en un solo artículo otras cuestiones que,
directamente relacionadas con el asunto, sólo se presentan en tal sociedad y no en las demás
que menciona el referido art. 90.

Nótese que, interpretado como sostengo, el citado art. 155 aparece reproduciendo la solución
del art. 90 para los tipos allí previstos, pero allí no se agota, dado que trata también otros
aspectos de la cuestión que, relacionados con el propósito legislativo de facilitar la cesión de las

6
cuotas de los herederos que quedan "atrapados" en la sociedad de su causante, explican por
qué el legislador trató a la S.R.L. en forma autónoma.

Sólo en ella, reitero, había que dar respuesta a esa problemática específica cual es la vinculada
con la circulación de las cuotas, problemática que no se reedita en los demás tipos societarios
contemplados en el art. 90.

La relación entre los dos primeros párrafos del citado art. 155 confirma esta interpretación.

Según el primero, los herederos deben continuar en la sociedad si así fue pactado.

Según el segundo, ellos cuentan -en tal caso- con ciertas facilidades para liberarse de tal
continuidad.

En efecto: ese segundo párrafo tiende a facilitar la posibilidad de que los herederos cedan las
cuotas heredadas, para lo cual establece que les son inoponibles las eventuales limitaciones -
establecidas por vía estatutaria- que rigieran la transmisibilidad de las cuotas.

En lo que aquí interesa, la norma aclara que tal inoponibilidad se aplica "…en estos casos…", es
decir, a los casos tratados en la norma, que no son otros que aquéllos en los que hay previsión
estatutaria de incorporación forzosa de los herederos.

Así resulta de la E.M. cuando, a fin de justificar lo dispuesto en el art. 155 segundo párrafo -en
cuanto establece la aludida inoponibilidad-, los legisladores expresamente refirieron que esta
era una facilidad que se otorgaba al heredero para viabilizar su egreso cuando, "…vinculado por
la cláusula de un contrato en el que no [había sido] parte…", esa facilidad se presentaba como la
"…contrapartida a la posición de socio que se le [imponía]".

¿Es posible imaginar que fue intención del legislador proteger de tal modo sólo a los herederos
obligados por pacto estatutario a permanecer en la sociedad, dejando desprotegidos a los que
se les impondría la condición de socio pese a no haber tal pacto?

Es claro que no: la ley se refirió sólo a aquéllos, porque son los únicos sobre los cuales pesa esa
obligación, puesto que, si no hay tal cláusula estatutaria, esa condición de socio no se hereda.

El art. 155 establece, por ende, un régimen autosuficiente y separado del previsto en el art. 90;
régimen a resultas del cual el principio es que la muerte resuelve el contrato, salvo expreso
pacto estatutario en contrario.

Así se confirma, reitero, a poco que se vea que, aun en este último caso, consciente el legislador
de la dificultad práctica que tal asociación forzosa podría aparejar, no la impuso sin más, sino
que se encargó de facilitar la "salida" de los socios así incorporados, permitiéndoles ceder sus
cuotas sin tener que respetar eventuales restricciones estatutarias.

Y no sólo eso, sino que, haciéndose nuevamente eco de la necesidad casi elemental de tutelar en
estos tipos la composición personal del ente, reforzó tal posibilidad por otro lado, concediendo
también a los socios supérstites la posibilidad de que fueran ellos quienes adquirieran las
cuotas en vías de ser cedidas.

Por estas razones es que, según mi ver, asiste razón a quienes sostienen que, ante la falta de
toda previsión estatutaria, la muerte de un socio en la S.R.L. importa la resolución parcial del
contrato (ver Nissen Ricardo, Incorporación y exclusión de herederos en "Las sociedades
comerciales y su transmisión hereditaria", 1993, Ed. Ad-hoc, p. 91; Filippi Laura El
fallecimiento del socio en las sociedades de responsabilidad limitada, J.A., t. 2000-II, p. 989 y ss.;
Nissen en Las sociedades frente a la transmisión hereditaria, Revista del Notariado, n° 826, año
1991, p. 740 y ss.).

7
Ello así, con mayor razón, si se atiende a que no sólo no existe óbice jurídico para esta
conclusión, sino que, ponderada la cuestión desde una perspectiva económica, la imposición
forzosa de la condición de socio carece de toda justificación.

Hay quienes sostienen que tal imposición coadyuva al mantenimiento de la sociedad -y, por
ende, de la empresa que subyace bajo su estructura-, desde que la supervivencia de ésta podría
verse en riesgo si la sociedad debiera desembolsar al heredero el valor de la participación que
correspondía al causante.

Pero, aun cuando así fuera, el argumento ignora otra realidad -de cuya existencia dan cuenta
los repertorios jurisprudenciales-, cual es que el componente personal en este tipo de
sociedades es de enorme relevancia, lo que redunda en la inviabilidad práctica de la sociedad
formada entre quienes carecen de la recíproca intención de asociarse.

En tal marco, y si bien hoy por hoy el mantenimiento de la empresa es designio que inspira
fuertemente todo nuestro derecho, la pretensión de alcanzar tal propósito por la vía de una
"sociedad obligatoria" no parece consultar la realidad que indica que, tras constituirse en un
semillero de problemas que se refleja en enojosos juicios entre los socios y contra el ente, dicha
sociedad termina inexorablemente en la disolución que mediante tal interpretación se quiso
evitar.

Por lo hasta aquí expuesto, es mi conclusión que asiste razón a los actores en su reclamo, en
tanto la muerte del socio en cuestión produjo de pleno derecho la resolución parcial del
contrato social.

Esto resta, según mi ver, toda trascendencia a la circunstancia de que la intención inicial de
aquéllos haya sido la de incorporarse a la sociedad, dado que no hay pruebas de que esa
intención haya pasado de ser otra cosa que eso, esto es, una mera intención que no alcanzó a
concretarse.

Descarto la posibilidad de admitir que, como sostuvieron los demandados, los actores hayan
ejercido todos los derechos que les correspondían en cuanto socios.

Y lo descarto, por una razón obvia: esa alegación carece de todo respaldo en los libros sociales,
los que no fueron aportados a la causa para acreditar ni ésa, ni las demás alegaciones que los
nombrados realizaron en su defensa.

Es claro que la prueba testimonial no puede, en sociedades regulares como la que me ocupa,
sustituir la eficacia probatoria de los aludidos libros, respecto de los cuales no existe siquiera
una explicación comprobable que justifique su ausencia.

Esto pues, como es sabido, al comerciante demandado en juicio -la sociedad demandada lo es-
no le basta con negar lo pretendido, sino que debe respaldar sus negativas en registraciones
practicadas en libros contables llevados en legal forma (art. 43, 44, 51, 63 y cc del c.com.).

Pero, además de lo dicho, existe otro elemento que me convence de que los actores no
alcanzaron a incorporarse a la sociedad, tal como pretendieron.

Me refiero al hecho de que, como fue reconocido por ambas partes y probado en esta causa, en
el ámbito del Mercado Central se inició cierto expediente administrativo destinado a lograr el
cambio de la titularidad por fallecimiento del socio, trámite que no fue continuado por los
demandados -que eran los legitimados, dada su calidad de gerentes-, pese a que su culminación
tenía tanta importancia que, precisamente, su abandono motivó que la sociedad fuera dada de
baja como operadora permanente de tal Mercado.

8
Semejante desidia susceptible de generar tan grave resultado para el ente (seguida de la
constitución de otra sociedad por uno de los codemandados para actuar en el ámbito de ese
mismo Mercado), sólo puede explicarse –a falta de toda otra explicación razonable
proporcionada por éstos- si admite que, en rigor, jamás hubo intención de que los actores se
incorporaran como socios ante tal Mercado.

La sociedad se dejó caer: su viabilidad operativa desapareció, junto con la pérdida de los
espacios que para la explotación de su actividad tenía en tal Mercado; todo, sin que los actores
se hubieran incorporado, como debo concluir a la luz de la total carencia de documentación que
compruebe lo contrario.

No ignoro que a otra conclusión podría arribarse a la luz del derecho sucesorio.

Pero lo cierto es que, como surge de lo expuesto más arriba, las normas de ese derecho ceden
frente a la específica disposición contenida en el art. 155 de la L.S.; norma que, apartándose de
los principios generales que según el Código Civil gobiernan la materia, los herederos no
suceden de pleno derecho al causante en la propiedad de las cuotas de una S.R.L., sino que la
muerte produce otro efecto: la resolución parcial del contrato social y, por ende, la necesidad
de que la eventual decisión de los herederos de incorporarse a la sociedad, sea canalizada
mediante un nuevo pacto con los socios supérstites, el que en la especie no fue concretado.

La demanda, en consecuencia, ha de prosperar, por lo que el contrato de sociedad deberá


tenerse por parcialmente resuelto el día 23 de octubre de 1994 en que falleció el Sr. José
Sebastián Gulisano.

Los actores tendrán derecho a cobrar una suma de dinero que represente el valor real de la
participación que al nombrado correspondía en la sociedad al día de su muerte (art. 92 inc. 1º,
aplicable por analogía, art. 16 c.civ.).

A efectos de determinar ese valor, y dado que los demandados no han presentado libros
sociales susceptibles de determinar cuál era el importe del pasivo que eventualmente pudiere
haber pesado sobre la sociedad en ese tiempo, forzoso es descartar que la posibilidad de que tal
pasivo sea computable a estos efectos.

Se computarán en consecuencia sólo los derechos que a la sociedad correspondían sobre los
espacios que explotaba en el Mercado Central, estimados a valor real y actual.

Esto último en razón de que, además de la dificultad que encierra una estimación a valores
históricos, lo cierto es que no puede soslayarse el hecho de que, si la sociedad perdió esos
espacios, fue por la inexplicable conducta de los demandados más arriba reseñada.

Por esta misma razón, el llamado valor llave deberá ser calculado a la luz de los mismos
parámetros, esto es, estimando el valor inmaterial que, oculto detrás de esos activos, se hubiera
presentado como promesa de lucro futuro si la sociedad los hubiera conservado, otorgando
valor actual a las "superutilidades" futuras con las que, en esas condiciones, ella hubiera
contado.

Sobre el importe que resulte de computar aquellos activos más este último rubro, los actores
tendrán derecho a cobrar la tercera parte.

No obstante, no he de reconocerles derecho a cobrar intereses, dado que, además de que la


cuestión aquí decidida implicó la necesidad de tomar partido sobre una cuestión en extremo
controvertida -que bien pudo llevar a los demandados a creerse con derecho a resistir el
reclamo-, lo cierto es que tal solución resulta equitativa si se atiende a que la liquidación de la
participación social que me ocupa habrá de realizarse sin consideración de las eventuales

9
deudas sociales (cuya fehaciente determinación, al no existir libros ni documentación,
resultaría imposible).

Dado que no hay constancias en el expediente que permitan determinar la magnitud de los
valores en cuestión, ellos deberán ser estimados por la vía de juicio sumarísimo en el que se
designarán los siguientes peritos: a) perito tasador a efectos de que determine el valor que
corresponde atribuir a los espacios del Mercado Central más arriba referidos; y b) perito en
administrador de empresas, contador u otro (v.gr. banco de inversión) que la actora estime más
idóneo en valuación de empresas, a efectos de que determine el importe del valor actual de las
superutilidades futuras que hubiera correspondido reconocer a la sociedad en cuestión si ella
hubiera mantenido los activos que tenía al día 23 de octubre de 1994.

La demanda prosperará contra los tres codemandados en forma solidaria, dado que, si bien el
sujeto pasivo legalmente legitimado para recibir este tipo de pretensión es sólo la sociedad, los
restantes codemandados en autos no interpusieron ninguna excepción en tal sentido, lo cual,
sumado a las demás circunstancias ya reseñadas, me convencen de la procedencia de decidir en
el sentido adelantado.

Por lo expuesto, y disposiciones legales citadas, FALLO: haciendo lugar a la demanda deducida
por Elena Susana Rimieri de Gulisano, por derecho propio y en representación de su hija menor
Laura Elena Gulisano; Julia Elena Gulisano, José Luis Gulisano y Marcelo Daniel Gulisano contra
"Jorge González y Cía. S.A.", contra Jorge González y contra Viriato Aparicio Marrucho, a quienes
condeno a pagar a los primeros en los términos que resultan de las consideraciones que
anteceden, la suma que resulte del juicio sumarísimo que la parte actora deberá promover
según las mismas consideraciones. Costas a los demandados, en razón del principio objetivo de
la derrota. Difiérese la regulación de honorarios hasta tanto exista base patrimonial cierta para
la aplicación de los coeficientes arancelarios. Notifíquese por Secretaría. Regístrese.

JULIA VILLANUEVA. JUEZ.

10

También podría gustarte