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CNCCC - Sala3 - Bialolenier - Mala Praxis - Endos
CNCCC - Sala3 - Bialolenier - Mala Praxis - Endos
Reg. n° 266/23
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II. Contra esa sentencia interpusieron recursos de casación el
letrado apoderado de la querella y el defensor particular del acusado
Bialolenkier. Respecto del primero, la concesión de su recurso fue
parcial al ser declarado inadmisible por el tribunal de grado su agravio
contra la pena de inhabilitación, resolución que adquirió firmeza.
III. En el término de oficina, contemplado en los artículos
465, cuarto párrafo y 466 del mismo código, se presentaron ambas
partes impugnantes e hicieron una presentación en la que reeditaron y
profundizaron las críticas volcadas en sus recursos.
IV. En la etapa contemplada en los artículos 465, último
párrafo y 468 del Código Procesal Penal de la Nación, la defensa de
Bialolenkier introdujo un escrito de “breves notas” en el que presentó
un agravio titulado “Hechos Nuevos”, vinculado a un proceso iniciado
como consecuencia de la extracción de testimonios ordenada en el
presente, a la vez que se pronunció respecto del recurso de la querella
contra la pena de inhabilitación.
Por su parte, la defensa de Puente también presentó un
escrito en esta etapa, oportunidad en la que dio respuesta a los puntos
traídos a consideración por la querella en su recurso casatorio.
En tercer lugar, la acusación particular hizo lo propio, al
centrar su escrito en replicar los argumentos de la defensa de Puente
vertidos en su presentación en el término de oficina.
V. Tras la deliberación realizada, se arribó a un acuerdo en
los términos que seguidamente se pasan a exponer.
Y CONSIDERANDO:
El juez Alberto Huarte Petite dijo:
1. Para decidir conforme se reseñó en el exordio el tribunal
tuvo por probado “…que el 6 de febrero de 2018, entre las 17.20 y las
17.30, aproximadamente, en el quirófano N° 6 del Sanatorio La
Trinidad Palermo –sito en Avda. Cerviño 4720, de esta ciudad en el
transcurso de un procedimiento de video endoscopia digestiva alta, el
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también barotrauma de planos musculares y subcutáneos de tórax,
rostro y cuello, neumopericardio y neumotórax bilateral.
Este grave cuadro se manifestó exteriormente mediante una
brusca desaturación del oxígeno en sangre de la paciente, la que fue
advertida por la anestesióloga Puente, que le indicó a Bialolenkier
que suspendiera el estudio de inmediato.
El acusado, entonces, retiró el endoscopio, y al colocar a
Pérez Volpin boca arriba, ésta ya presentaba un marcado enfisema
en el cuello, en el labio y en el ojo izquierdo, y tenía una gran
inflamación de la cavidad bucal, lo cual dificultó el aseguramiento de
la vía aérea.
Paralelamente, se verificó que la paciente había dejado de
respirar y estaba en paro cardíaco. En seguida comenzaron las
maniobras de reanimación cardiopulmonar, que resultaron
insuficientes para revertir el cuadro, por lo cual, cerca de las 18, se
decretó la muerte de la víctima…”.
2. El recurso de casación de la defensa del imputado
Bialolenkier.
2. 1. Siguiendo el orden de exposición de la sentencia, la
defensa del imputado Bialolenkier expuso los puntos de divergencia
con las conclusiones a las que arribó a quo en cuanto a la atribución
de responsabilidad penal en el caso.
En primer lugar, la recurrente cuestionó, al menos
tangencialmente, la cita de jurisprudencia aludida por el a quo con
base analizó la prueba pericial producida en tanto, según su posición,
ella no resultaba razonable si se reparaba en que los expertos del
Cuerpo Médico Forense que se pronunciaron sobre el asunto no eran
especialistas en gastroenterología ni en prácticas endoscópicas.
Con ese punto de partida, y con el respaldo doctrinario que
citó en su apoyo, la impugnante planteó un escenario de opiniones y
dictámenes contradictorios que no fueron disipados por nueva prueba
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Así, sostuvo que “…los 2 o 3 minutos que pasaron desde que
Frías salió a buscar a la cardióloga y volvió resultan por demás
suficientes para que se haya producido un ingreso fallido al esófago
hasta la zona de la lesión … Ello se confirma con los dichos de Frías
al mencionar que, cuando entró nuevamente al quirófano, Puente
estaba intentando intubar a la paciente y con el laringoscopio en la
boca…”.
En abono a su hipótesis, la defensa precisó que “…no sería
necesario forzar, elucubrando una situación imposible (como lo sería
la perforación con un endoscopio flexible y no punzante), la
posibilidad de una perforación por parte de la Dra. Puente en la cara
anterior del esófago (hacia donde se dirige el tubo endotraqueal y en
donde quedó acreditado que no puede acceder el endoscopio, ni
anatómica ni mecánicamente…”.
En procura de la validación de su tesis, también consideró que
Puente se había manifestado con mendacidad pues “…Grismado,
Ramos, Argaña y Gazzano, y …. Bialolenkier, todos los cuales
estuvieron en el quirófano en distintos momentos mientras tenían
lugar las tareas de reanimación cardiopulmonar, dijeron que
efectivamente Puente realizó intentos de intubación introduciendo el
tubo endotraqueal en el cuerpo de la paciente…”.
A continuación, remarcó lo que consideró era otra de las
mentiras de la imputada Puente en sus declaraciones indagatorias en
el proceso al momento de mencionar la máquina de aspiración que le
solicitó a Bialolenkier, que luego dijo que no funcionaba, intentando
responsabilizar a su defendido.
2. 5. La defensa también se agravió del modo en que el juez
del debate descalificó la tesis sobre la posible intubación esofágica
por cuanto ello, a criterio del tribunal de grado, no podría haber
pasado desapercibido del resto de los que estaban en el quirófano,
desoyendo así la opinión de los expertos en el tema, sin razones
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sería que Puente coloca el laringoscopio en la boca y se queda con el
tubo endotraqueal en la mano mirando estática, sin siquiera buscar
la entrada a la tráquea con el tubo. Todo ello, durante una decena de
minutos hasta la llegada de la Dra. Gazzano…”.
2.7. Seguido a ello, la impugnante reiteró el concepto anterior,
relacionado con la opinión divergente entre los profesionales
intervinientes en el caso y los integrantes del Cuerpo Médico Forense,
y la consecuente actuación del juez sin atender a esta situación de
duda. En este punto, se refirió a la circunstancia de la desaturación de
oxigeno verificada en la víctima y afirmó que “…lo cierto es que
ninguno de los expertos mencionados desechó la posibilidad de que
alguna de las citadas causas de desaturación se hayan producido en
el caso de autos, y ninguno de ellos compartió la descripción de las
causas que hiciera el CMF…”.
Como agregado a su crítica, la defensa objetó así la ausencia
de fundamentación por parte del a quo a la hora de descartar los
dictámenes del resto de los profesionales y de atenerse a lo informado
por el Cuerpo Médico Forense, argumentación en la que recurrió al
uso de adjetivaciones, suposiciones y expresiones grandilocuentes.
2.8. En sintonía con el avance de la sentencia, la recurrente
también presentó objeciones a la valoración del parte médico
confeccionado por Bialolenkier en primer término, aspecto en el que
se agravió de lo aseverado en la sentencia en cuanto a que fue López
Laplace quien redactó el parte que le dictó el imputado, situación que
no pudo haber sucedido en atención al horario en que aquel recibió la
noticia y al tiempo que tardó en llegar al Sanatorio
Luego, cuestionó la sospecha del sentenciante por las
modificaciones del segundo informe ya que debía aclararse allí en qué
parte del tracto digestivo se presentó la distensibilidad, y tampoco
tenía sentido el ocultar algo porque la información volcada a una
historia clínica no puede borrarse ni alterarse.
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perforación esofágica en dicho lugar, por lo que no se pueden probar
hechos negativos.
En contrapartida, sostuvo que, para acreditar la imputación, el
a quo recurrió a un médico joven y nervioso en el debate (López
Laplace), y a otro muy mayor y con poca experiencia reciente (Da
Ruos); punto en el que agregó que ninguno de los trabajos
acompañados por el Dr. Cohen se refirieron al caso de autos, lo que
evidencia además la falsedad en su testimonio en contra del imputado
Bialolenkier.
A modo de cierre, la defensa concluyó acerca de los aspectos
endebles en la acreditación del hecho por el a quo: la falta de certeza
sobre la distensibilidad del tracto digestivo y sobre el tipo de herida
(punzante), todo lo cual revelaba la imposibilidad de que la injuria en
el esófago determinante de la muerte de la víctima hubiese sido
provocada por el endoscopio.
2.10. Como último punto de este género de agravios, la
recurrente señaló deficiencias en la verificación de la capacidad de
insuflación del endoscopio. Así, alegó que, ante la dicotomía de
peritaciones, el juez se inclinó en dar por válido el que “le pareció”,
sin convocar a una tercera opinión o diferirla con una investigación
técnica adicional, modo de apreciación de la prueba por demás
arbitraria en cuanto sesgó su valoración.
2.11. Subsidiariamente a todo lo ya reseñado, la recurrente
consideró errónea la aplicación del art. 84, CP, a la conducta atribuida
a su asistido atento a que, según su posición, la actividad llevada a
cabo por él no reportaba un riesgo de relevancia penal.
Luego de una introducción en la que recorrió las distintas
teorías de la dogmática penal, y en particular, los conceptos que
integran la denominada imputación objetiva del resultado, la defensa
concluyó acerca de que la producción de una lesión de 3mm. en la
cara anterior del esófago durante los cuatro o cinco minutos que duró
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Además, alegó que la omisión de haber advertido la lesión no
es pasible de reproche a su asistido en tanto sólo se pudo comprobar a
través de la autopsia y con un microscopio, que se trató de una lesión
de 3mm con una estadística de 0,006% de probabilidad de ocurrencia,
de modo que “… tratándose de una conducta omisiva (no advertir)
falta un requisito del tipo objetivo: la posibilidad material de cumplir
con la conducta debida o capacidad individual de acción… V.E.
soslayó que no era razonable que nuestro asistido advirtiera, en el
momento, la lesión supuestamente producida. No conoció la situación
generadora del deber de actuar y, por tanto, no se le puede atribuir
una omisión consecuente…”.
Asimismo, sobre lo asentado en la sentencia, objetó que no era
obligación del endoscopista controlar el monitor, sino que eso era
labor de la anestesista: “…nuestro defendido tenía el ojo en la caña
del endoscopio, y la función de controlar los signos vitales del
paciente en el monitor durante el estudio es responsabilidad de la
anestesista, que está precisamente para ello… la conducta omisiva
que V.E. adjudicó a nuestro asistido no puede reprochársele, porque
excede el estándar medio de conducta que le era exigible…”.
2.13. En sintonía con los conceptos dogmáticos expuestos, la
impugnante se volcó a explicar las aristas en derredor del denominado
“principio de confianza” y, con base en él, aludió a que el acusado
“…no era responsable de controlar el monitor. Su función era operar
el endoscopio, y durante el estudio tenía sus ojos en uno de los
extremos de la caña. No podía ni tenía que observar el monitor. Para
eso estaba la anestesista, que lo estaba mirando, y falló al asociar la
complicación con un shock alérgico…”.
En esa senda, afirmó que no existió división horizontal
(relación jerárquica de subordinados que trabajan en un mismo
equipo), porque cada uno era competente por su labor y autónomo en
el cumplimiento de sus obligaciones. No se interferían ni existía
subordinación.
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2.15. En el siguiente capítulo del recurso de casación, la
asistencia técnica del imputado retomó parte de los agravios ya
analizados y reclamó la aplicación del principio in dubio pro reo.
Luego de repasar definiciones de doctrina y jurisprudencia al
respecto, normativa y ámbito de aplicación, concretamente para el
caso entendió que no se había alcanzado la certeza en los distintos
estadios que reportó su análisis: “…Sea en lo que respecta al modo en
que se produjo la lesión (acción del endoscopista o de la anestesista),
si la lesión provocó la muerte, a través de qué mecanismo se
introdujo aire (endoscopio o tareas de reanimación), o en cuanto a la
imputación objetiva del resultado. En relación a esto último, nos
referimos a: 1) Las probabilidades de lesión en este tipo de prácticas
(riesgo permitido). 2) Las posibilidades que tuvo nuestro asistido de
advertir la lesión. 3) La insuflación de aire y la cantidad insuflada. 4)
Si la acción debida hubiera evitado el resultado. 5) El tipo subjetivo.
6) La imputación objetiva del resultado…”.
2.16. Finalmente, la recurrente se agravió por el monto de la
pena y el tiempo de inhabilitación dictados por no haber sido
consideradas para su fijación pautas atenuantes.
En ese sentido, remarcó que el hecho debía enmarcarse a todo
evento como un caso de culpa inconsciente, por lo que resulta “…el
grado menor del tipo subjetivo en general, y de la culpa en
particular…”. Agregó que el imputado intentó un curso salvador
sobre la víctima en el acto, y enfrentó y dio explicaciones a la familia;
que por ser un delito imprudente “…estamos frente a un error…” en
el que el resultado es azaroso, con mayor disvalor de resultado que de
acción; agregó también que “…cognoscibilidad, evitabilidad,
previsión, determinabilidad, relación de riesgo, son todos factores
que inciden en el hecho y el delito y operan en favor de Diego…”; y
que debía ser tenido en cuenta “…el castigo y dolor que ya le
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advertida a tiempo o con anterioridad al momento en que en definitiva
se lo hizo, pudiéndose haberse evitado así el resultado fatal.
3.2. En un segundo plano de sus críticas, la querella se refirió a
un mal diagnóstico del caso, lo que provocó la pérdida de “segundos
de oro”. En este segmento, destacó que Puente declaró que en un
primer momento pensó que la situación de Pérez Volpin se debía a
una reacción alérgica, circunstancia que el tribunal de juicio consideró
como razonable, pese a que había sido descartada por los especialistas
médicos que se refirieron a la sintomatología de una alergia.
Refirió así que Puente nunca tuvo en su previsión la
posibilidad de que se tratara de una perforación, y que ese tiempo
perdido, al contrario de lo sostenido en la sentencia, hubiese resultado
vital para el acierto del diagnóstico, y según su visión, la diferencia
entre la vida o la muerte de la paciente.
3.3. Como tercer punto, la querella se agravió de la
consideración del sentenciante en cuanto entendió que si bien Puente
obró de modo incorrecto, nada podía salvar la vida de la víctima,
desoyendo así el análisis que había efectuado durante su alegato sobre
el deber de cuidado y su posición de garante.
En esa línea, cuestionaron que el tribunal hubiese valorado lo
“abrupto” de la crisis suscitada, pues ello se concluyó a partir de lo
consignado por los propios imputados en las historias clínicas, lo cual
le restaba credibilidad a sus dichos si se tiene en cuenta que la
paciente estaba conectada y monitoreada. Así, entendió que no podía
sostenerse que lo sucedido allí hubiese sido absolutamente inesperado.
Con base en lo dicho por los doctores Gazzano y Botto, la
recurrente criticó a su vez la adecuación al caso de las maniobras
intentadas por la imputada en torno a la máscara facial y a la
intubación, por lo que resaltó la arbitrariedad del tribunal al no
contemplar sus dichos, y destacó también el tiempo que insumió la
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no haber monitoreado correctamente a la paciente, haber advertido la
situación de crisis casi de casualidad, y luego, haber completado la
historia clínica asistida por un abogado, lo que habría dificultado el
curso de la investigación.
4. El recurso de la defensa del imputado Diego Ariel
Bialolenkier.
4.1. El contexto en que se analizará la impugnación
deducida.
Los agravios presentados por el recurrente relativos a la
motivación de la sentencia en orden a la valoración de la prueba y
demás aspectos controvertidos de la sentencia respecto del hecho por
el que se condenó a Bialolenkier serán analizados por el suscripto
conforme al criterio sustentado, entre otros, en los precedentes
“López” (Reg. n° 1014/17, acápite III, voto del juez Huarte Petite del
18.10.17) y “Tévez” (Reg. n° 1148/17, acápite II b., voto del juez
Huarte Petite del 9.11.17) –a cuyos fundamentos me remito en honor
a la brevedad respecto de la doctrina adoptada por la Corte Suprema
de Justicia de la Nación en el precedente “Casal” (Fallos: 328:3329),
en lo atinente al alcance que debe asignarse al recurso de casación
contra una sentencia condenatoria, en función de lo establecido en los
artículos 8.2.h de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
y 14.5 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Cabe recordar también que, conforme se dijo en “Casal”, un
tribunal de casación debe agotar el esfuerzo por revisar todo lo que
pueda revisar, o sea, por agotar lo revisable (considerando 25 del voto
de la mayoría).
Sin embargo, lo único no revisable “…es lo que surja directa y
únicamente de la inmediación. Esto es así porque se imponen
limitaciones de conocimiento en el plano de las posibilidades reales y
en el nivel jurídico porque la propia Constitución no puede
interpretarse en forma contradictoria, o sea, que el principio
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máximas de la experiencia (arts. 241, 263 inc. 4°, y 398, 2° párrafo,
del C.P.P.N.); es decir, no existe una norma que imponga un modo
determinado de probar los hechos investigados en el marco de un
proceso, ni que fije un número mínimo de elementos de prueba.
De tal suerte, la fuerza convictiva del plexo probatorio reunido
no dependerá necesariamente de la existencia de un determinado
número de testigos o elementos de prueba, sino de la contundencia y
credibilidad de aquellos.
Ha sido el legislador quien ha confiado la antedicha facultad
de apreciación de la prueba al magistrado (arts. 241, 263 inc. 4°, y
398, 2° párrafo, del C.P.P.N.), y nuestro máximo Tribunal se ha hecho
eco de sus implicancias; en tal sentido ha expresado que “...el examen
de un proceso exige al juez valorar la concatenación de los actos, de
acuerdo con la sana critica racional y atendiendo a las reglas de la
lógica...” (Fallos 311:2045; 302:284, entre muchos otros).
En consecuencia, a partir de este sistema superador de los
métodos de “prueba tasada” y de la “íntima convicción”, el juez
puede admitir cualquier medio de prueba que, no habiendo vulnerado
garantía constitucional alguna en orden a su adquisición, estime útil y
pertinente para comprobar el objeto de conocimiento.
Pero ello no implica de ninguna manera un arbitrio exclusivo
del juzgador, pues fuera de aquella amplitud referida al principio de
libertad probatoria, se le impone su valoración, según ya se dijo,
conforme a los principios de la sana crítica, debiéndose basar en dicha
tarea, no en su íntimo convencimiento, sino objetivamente en los más
genuinos lineamientos que indican la psicología, la experiencia común
y las reglas de la lógica y el recto entendimiento humano.
En esta dirección, corresponde al Magistrado elaborar una
adecuada ponderación y vinculación de las pruebas reunidas en el
proceso, capaces de formar un grado de convicción tal que le permita
fallar con certeza. Esa convicción debe ser objetiva y coherente.
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cuestión: la necesidad de fundar correctamente la cuestión fáctica de
la sentencia que debe constituir un procedimiento intersubjetivo,
verificable, que permita reconstruir críticamente los pasos que
llevaron al juez a tomar su decisión. En este contexto, duda razonable
significa duda razonada, o mejor, duda justificada razonablemente,
donde ‘razonable’ equivale a carente de arbitrariedad. La
consistencia de la duda no se justifica en sí misma sino
contrastándola con los argumentos proclives a la condena; y a la
inversa, la contundencia de la hipótesis condenatoria tampoco se
mide en sí, sino según su capacidad para desbaratar la presunción de
inocencia y la propuesta absolutoria...” (conf. votos del Juez
Sarrabayrouse, de este mismo colegio, entre muchos otros, en
“Urrutia Valencia”, Reg. nº 39/15, Sala II; “Taborda”, Reg. nº
400/15, Sala II; “Marchetti”, Reg. nº 396/15, Sala II; “Castañeda
Chávez”, Reg. nº 670/15, Sala II; “Guapi”, Reg. nº 947/16, Sala II;
“Fernández y otros”, Reg. nº 1136/17, Sala II; “Díaz”, Reg. nº
132/18, Sala II).
Como también se dijo en tales precedentes, en el proceso
penal se trata de establecer a partir de las pruebas incorporadas en el
debate cuál de las hipótesis en pugna (la de la acusación, o la de la
defensa), reúne los requisitos de no refutación, confirmación y mayor
confirmación que sus concurrentes.
Todo ello conduce, en definitiva y en términos prácticos a que,
frente a dos hipótesis contrapuestas, pero igualmente aceptables, debe
resolverse la controversia en favor del imputado.
4.2. Cuestiones no controvertidas.
Ingresando a los aspectos concretos del hecho que constituye
el objeto procesal de autos, conviene destacar aquellas aristas que no
fueron materia de controversia durante la sustanciación del juicio, al
igual que en las alegaciones presentadas ante esta instancia.
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mientras que la acusada Nélida Inés Puente actuó como
anestesióloga … la video endoscopía se inició a las 17.20, y el
estudio hubo de detenerse cinco minutos más tarde, a indicación de la
médica Puente, quien advirtió un súbito descenso del nivel de oxígeno
en sangre. En ese momento, dentro del quirófano sólo estaban la
víctima, la instrumentadora Frías y los dos imputados…”.
Con excepción del horario del óbito y más allá de las
discrepancias que serán materia de estudio en los próximos acápites,
los puntos de coincidencia resultan relevantes para, a partir de allí,
poner el foco en la argumentación del a quo para determinar la
existencia de responsabilidad penal derivada de la actuación llevada a
cabo por el endoscopista Bialolenkier.
4.3. La valoración de las peritaciones incorporadas al
debate.
Remitiéndome a lo dicho en el acápite 2, para no incurrir en
una tediosa reiteración de los agravios ya resumidos en parágrafos
anteriores, la defensa del acusado ha cuestionado la valoración que
efectuó el tribunal de grado de los numerosos informes periciales que
se han producido en el caso, de los peritos propuestos por las partes
intervinientes y de los oficiales.
Con ese norte, en síntesis, su objeción transitó por la decisión
de otorgarle mayor valor al informe labrado por los integrantes del
Cuerpo Médico Forense (CMF), por sobre el resto de los que se
incorporaron al debate, en particular, los emitidos por los expertos que
la defensa había propuesto.
Cabe aclarar, de modo previo al tratamiento de las
consideraciones objetadas, que en la sentencia se efectuó (págs.
139/168), una transcripción detallada de los informes presentados de
acuerdo a los múltiples tópicos que se debieron abordar, sobre todo lo
cual se volverá en su momento, y que versaron sobre:
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publicados en Fallos 299:265, 319:103 y 327:6079, en los cuales la
Corte Suprema de Justicia de la Nación estableció cuál es la
naturaleza y el valor convictivo de los dictámenes del Cuerpo Médico
Forense: ‘[…] … […] la alzada sustentó su juicio de reproche en
una apreciación fragmentaria y aislada del material probatorio, y
prescindió sin fundamento suficiente de las categóricas y decisivas
conclusiones a que llegaron los expertos del Cuerpo Médico Forense
(Fallos: 287:463 y 306:717), importando un menoscabo al adecuado
servicio de justicia. En este sentido, cabe señalar que el citado
cuerpo integra el Poder Judicial de la Nación conforme lo prevé el
art. 52 del decretoley 1285/58 y su informe no es sólo el de un perito,
ya que se trata del asesoramiento técnico de auxiliares de la justicia
cuya imparcialidad y corrección están garantidas por normas
específicas y por medio de otras similares a las que amparan la
actuación de los funcionarios judiciales […].’…
En ese sentido, el Tribunal observa que los peritos de parte
parecen no haber tomado en consideración –o, al menos, otorgado la
debida importancia a ciertas revelaciones vinculadas al caso, y
provenientes de otras fuentes, tales como las declaraciones de
acusados y testigos, y la prueba documental…
Como digo, el Tribunal debe considerar los valiosos aportes
de todos los peritos, y relacionar éstos con otros medios de prueba,
con el objeto de obtener un panorama más exacto de lo ocurrido. El
debate teórico y las hipótesis científicas deben, pues, enfrentarse con
los datos de la realidad. Es la realidad la que ‘mide’ el valor de una
teoría o de una hipótesis, y no al revés…”.
A partir de lo transcripto, es de señalar, por un lado, que la
decisión que adoptó el a quo sobre el punto no es antojadiza, sino que
responde a una razonable aplicación al caso de los lineamientos del
máximo tribunal y que, fundamentalmente, según también se verá, fue
producto de un análisis integral con el resto de los elementos que
integraron el plexo probatorio producido en el debate, de modo que
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El planteo defensista, aun cuando puede reportar ciertas
diferencias en el horario preciso de fallecimiento, responde a variables
que, aun cuando no son dirimentes en la solución del caso, dependen
del modo en que sean ponderadas.
De los puntos no controvertidos mencionados, se consignó en
la sentencia en relación a la víctima que “…no más allá de las 18,
salió muerta de dicho quirófano…”. En este segmento, y de la
información relevada, surgen las estimaciones de la partida de
defunción (17.30 hs., firmada por el Dr. Cohen), de la historia clínica
(18.15 hs.), y de lo concluido en iguales términos por el CMF.
La recurrente pretende, a partir de estas distinciones,
establecer una suerte de patrón de errores en la sentencia, cuando, en
rigor de verdad, y, como reitero, aun frente a la escasa incidencia de
esta arista para la decisión a tomar en el sub lite, las diferencias
responden, de acuerdo a los datos obtenidos de los elementos arriba
reseñados, al instante en que la paciente entró en paro
cardiorrespiratorio y luego, el momento en que se suspenden las
maniobras de reanimación y, consecuentemente, se constata el
fallecimiento.
A partir de estas consideraciones el agravio no merece mayor
tratamiento argumental. La impugnante procuró sembrar la existencia
de diversos errores en el fallo, a través de un razonamiento inductivo
en el que no acreditó su alegación, ni fundamentalmente, su
relevancia para torcer el sentido de lo decidido, resultando así la
cuestión planteada en meras distinciones de definición médica.
4.5. Cronología.
A fin de tener por acreditada la hipótesis que sostuvo como
cierta, el juez a quo trazó una línea de tiempo desde el comienzo del
procedimiento endoscópico hasta que tuvo lugar la crisis que derivó
en la muerte de la paciente, lapso que se prolongó por escasos minutos
(5 aproximadamente), en cuyo desarrollo fue avanzando a partir de la
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la endoscopía. Los acusadores y las defensas no han discutido este
aspecto de la cuestión…”.
En tercer término se refirió a la presencia de aire en el cuerpo
de la paciente, sobre lo cual puntualizó que “…también hubo
unanimidad entre los especialistas en cuanto a que en el cadáver de
la víctima se verificó la presencia de un importante volumen de gas,
en el mediastino, en el tórax, en el peritoneo, en el pericardio, en el
cerebro y en el rostro (ver autopsia e informe de fs. 351/413)… Como
se ha consignado precedentemente, no ha existido discusión en
cuanto al modo en que se manifestó la crisis, esto es, una brusca
caída de la saturación de oxígeno de la paciente, advertida por la
anestesióloga Puente. Como también se ha visto, aquí se dividen las
versiones de los imputados…”.
Conforme a este último párrafo transcripto, es a partir de la
caída en la saturación de oxígeno en sangre de la víctima, en donde
las hipótesis en pugna comienzan a confrontar.
La secuencia descripta por el sentenciante podría sintetizarse
en que se inició el procedimiento, se produjo la lesión en la zona
esofágica de la paciente, ello desató una crisis que se manifestó con la
desaturación de oxígeno y luego se advirtió, por parte de la anestesista
(y también imputada) Puente, una inflamación (enfisema) en el cuerpo
de Pérez Volpin producto del ingreso de aire a determinadas zonas del
cuerpo que se propagó a causa de la lesión antes referida.
Como contrapunto, y a pesar de coincidir en varios segmentos
de este prieto resumen, la defensa, a partir de los dichos del propio
Bialolenkier, descalificó toda inflamación en la paciente en los
términos que describió la coimputada.
En ese sentido, cuestionó que uno de los pilares de esa
conclusión partió del resultado de la autopsia, la cual fue practicada
horas después del óbito, por lo que le quitaba respaldo probatorio. Lo
propio hizo con las declaraciones del personal médico, oportunidad en
la que detalló lo dicho por cada uno de ellos para sustentar su tesis.
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Veamos.
El tribunal de grado señaló que para dar una respuesta a tal
cuestión era necesario “…hacer un paréntesis y transportarse varias
horas hacia adelante, hasta la autopsia. Entre muchos otros
hallazgos, me interesa destacar aquí los siguientes: ‘b) Cara: Facies
enfisematosa. Al tacto crepita a nivel de los párpados y región malar
bilateral’. Y un poco más tarde: ‘e) Abdomen: distendido. Planos
musculares: sin particularidades. A la apertura del abdomen escapa
aire del mismo, lo que configura un neumoperitoneo. El aire se
encuentra libre en cavidad’…”.
Renglón seguido, agregó que “…los acusados y todos los
testigos que intervinieron en las maniobras de recuperación
coincidieron en que, más o menos, éste era el estado de Pérez Volpin
al declararse su muerte. Aunque varios han dicho que la inflamación
fue aumentando a medida que transcurría el tiempo, no todos están
de acuerdo en punto a cuándo aparecieron los primeros signos de
enfisema…”.
Recapitulando, Puente ubicó el enfisema apenas producido el
procedimiento, mientras que Bialolenkier y Frías sólo mencionaron
que ello ocurrió de manera gradual una vez suspendida la endoscopia.
Para dilucidar la cuestión, el Sr. Juez de grado recurrió a lo
dicho sobre el punto por el resto de los testigos que casi
coetáneamente acudieron al quirófano y advirtieron, en menor o
mayor medida, los indicadores referidos por Puente.
Así, destacó lo que dijeron las instrumentadoras Moronta,
Villalba y Grismado y señaló que “…como se ha visto, Frías fue a
buscar a la cardióloga, y les avisó lo que estaba ocurriendo a sus
compañeras Moronta, Villalba y Grismado. Todas llegaron al lugar
en el término de dos o tres minutos. La primera dijo que, al entrar al
quirófano, recuerda bien que vio la cara de la paciente hinchada,
pero no recuerda si vio el resto del cuerpo o el abdomen. Villalba,
por su parte, afirmó que observó que Pérez Volpin estaba un poco
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hinchada, pero era mínimo, y con el correr del tiempo se hinchó más.
Para ayudar a su memoria, se le leyó la declaración anterior, fs. 301
vta., en la que había dicho: ‘que llegó al quirófano y llamó su
atención a que estaba toda hinchada, la cara y los brazos, y que no la
reconoció’. Finalmente, Grismado señaló que cuando entró, pudo ver
a la paciente, y en ese momento estaba un poquito cianótica, pero no
era mucho; que tenía secreciones y la doctora la aspiraba, dijo que
no recuerda qué eran las secreciones, pero sí que había sangre,
aunque no recuerda de qué color era; que cuando le sacaban la
máscara facial, le veía la cara, y estaba hinchada y cianótica;
aseguró que los brazos y el abdomen estaban hinchados. También
para ayudar a su memoria, se leyó a la testigo la declaración de fs.
483 vta., en la cual había expresado: ‘que cuando ingresó a la sala,
vio a la paciente con secreciones en la boca, estaba cianótica e
hinchada o edematizada’…”.
La defensa procuró contrarrestar la incidencia probatoria de
estas declaraciones al entender que no era contundente lo aseverado.
Sin embargo, una valoración integral de este segmento de
prueba permite considerar que el tribunal de mérito ha verificado de
un modo razonable el extremo clave en discusión y, en consecuencia,
ha tenido por corroborado de manera suficientemente motivada el
relato que al respecto efectuó Puente.
En efecto, las tres testigos mencionadas, con sus
singularidades producto del recuerdo y perspectiva de aquel momento,
precisaron la hinchazón que presentaba la víctima. El dato no es
menor pues conduce a corroborar a su vez, al menos en parte, la
hipótesis acusatoria.
Adicionalmente, existió un dato más en la sentencia, de la cual
la recurrente ha omitido pronunciarse y es la declaración de la
cardióloga Agustina Ramos, quien dijo “…que, al llegar, había tres
instrumentadoras y los dos acusados. Que la paciente estaba
destapada, en decúbito dorsal y con el rostro y el cuello edematizado
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Luego de lo transcripto en el acápite precedente, el a quo
terminó de delinear los contornos de las hipótesis enfrentadas en
autos, diciendo que “…en tanto la llegada de las instrumentadoras y
de la cardióloga se verificó dos o tres minutos después de
manifestarse la crisis, y en tanto los especialistas han coincidido en
que la perforación esofágica fue instrumental, es evidente que sólo
existen dos posibilidades, que son las que se han planteado a lo largo
del debate: o la lesión fue producida por Puente en las maniobras de
recuperación, en razón de una intubación esofágica; o fue causada
por Bialolenkier durante el estudio, con el endoscopio…”.
Tal como ya se dijo, entre las partes intervinientes hubo
consenso en que la perforación del esófago fue la lesión que derivó en
el grave cuadro que derivó en la muerte de la paciente.
Es en este punto en el que, como definió el tribunal de grado,
convergen las dos hipótesis en pugna pues el sentenciante tuvo por
cierto, haciendo suya la teoría del caso de las partes acusadoras a ese
respecto, que la lesión mencionada fue provocada por Bialolenkier al
manipular el endoscopio al inicio del procedimiento, mientras que la
defensa pretendió instalar otro posible escenario, consistente en que la
lesión fue realizada por Puente como consecuencia de su fallido
intento de intubar a Pérez Volpin.
En tal inteligencia, refirió el a quo que “…según la versión
del endoscopista, de la defensa, de los peritos de esa parte y del
especialista Waldbaum, la perforación pudo haberse producido en
razón del intento fallido de intubación por parte de Puente, y el
ingreso del tubo endotraqueal con mandril en el esófago de la
víctima. Esto, como se ha visto, tendría que haber ocurrido en los dos
o tres minutos que van desde la culminación de la videoendoscopía,
hasta la llegada de la Dra. Ramos y de las tres instrumentadoras…”.
4.6.1. Los argumentos del a quo sobre el punto.
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los dichos de Bialolenkier puede inferirse que la dificultad para la
intubación obedeció a la inflamación de la lengua y de la orofaringe
de la paciente, tal como lo expresó Puente, circunstancia que
difícilmente para el acusado haya podido pasar desapercibida…”.
El mencionado no resultó el único elemento sobre el cual se
sostuvo la desacreditación de la versión de la defensa, aun cuando se
exhibe correcta su apreciación a título indiciario.
En efecto, teniendo en cuenta la situación procesal de ambos,
las imputaciones que se les han dirigido y, en particular, el descargo
de cada uno, luce llamativo que el acusado no haya advertido si
Puente logró intubar a la paciente o al menos acceder a la zona
esofágica.
Si Bialolenkier estaba parado al lado de Puente y precisó que
ella decía que “…no podía entrar, no podía ver…”, razonablemente y
a diferencia de la crítica de la impugnante, puede pensarse que
efectivamente no logró ir más allá de la boca de la paciente, como de
igual manera declaró la anestesista, impedida por la inflamación y
secreciones en la boca. A ello, se suma el escaso tiempo en que estos
intentos se habrían sucedido, entre dos y tres minutos, otro motivo
que, nuevamente como indicio, da pábulo a sostener que la
perforación no ocurrió en esos momentos.
En tal inteligencia, también debe hacerse mérito de la reseña
que el Sr. Juez de grado efectuó seguidamente de los dichos de Puente
“…quien … fue completamente asertiva acerca de esta situación, al
decir que:
‘[…] está indignada por las declaraciones de su colega, que
juró por Dios y por sus hijos que estaba diciendo la verdad, y ella
pensó que iba a decir la verdad. Por eso en su declaración no contó
un pequeño detalle: cuando ella escuchó la alarma del monitor y
pensó que Débora se había sacado el dedal y al tocar su brazo y
notar el abdomen duro, levantó el brazo y la destapó y al ver ese
abdomen tan enorme le dijo ‘Diego mirá’. El giró la cabeza porque
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hipótesis que sólo podría haberse verificado en esos dos o tres
minutos en que Puente y Bialolenkier quedaron solos con la paciente
en el quirófano, hay que reiterar que absolutamente ninguno de los
que llegaron luego, ha referido que los intentos de intubación
endotraqueal realizados por la anestesióloga, hayan traspasado el
límite de la cavidad bucal de la víctima, ni que en esos intentos la
acusada haya utilizado la guía metálica denominada ‘mandril’. Debe
destacarse que Puente siempre tuvo a su lado a alguna persona, que
estaba atenta a lo que hacía: en un primer momento, el propio
Bialolenkier; inmediatamente después, la instrumentadora Frías;
finalmente, la terapista Gazzano…”.
Así, aquello que la recurrente presenta como un supuesto de
arbitrariedad en la valoración de la prueba sólo se reduce a una
interpretación parcializada de los mismos elementos que integraron el
juicio, al contrario de la valoración integral y armónica que llevó
adelante el tribunal de juicio.
4.6.3. Las dimensiones del tubo endotraqueal que empleó
Puente.
Las siguientes alegaciones de la impugnante continuaron en la
misma dirección. Así, objetó las argumentaciones en derredor del
tamaño de la longitud del tubo endotraqueal y el tiempo que habría
insumido la maniobra.
Al respecto, dijo el a quo que “…acerca de la hipótesis de la
defensa de Bialolenkier que sigue la senda trazada por los peritos
Glorio, Waldbaum, Ravioli y Lavolpe, así como los testimonios de los
endoscopistas Segal y Padín es necesario advertir que una supuesta
intubación esofágica, seguida de la ventilación señalada por los
expertos, no es un procedimiento breve ni simple, como para pasar
desapercibido a todas las personas que estaban alrededor de la
acusada Puente en ese momento. En ese orden de ideas, y sólo como
un ejemplo más, vale rememorar lo expresado en el juicio por la
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cuanto a la complejidad que demandaba la maniobra de entubamiento
en el contexto de crisis. Vale recordar que el Dr. Hugo Alberto Botto,
quien también fue convocado en medio de la emergencia y logró
intubar finalmente a la paciente manifestó, como lo precisó el Sr. Juez
de grado “…que pidió que le enchufaran la fuente de luz, tomó el
laringoscopio, sacó la máscara laríngea, aspiró material
sanguinolento y cuando vio la laringe, intubó. Que la paciente estaba
muy hinchada, llena de aire por todos lados, lo que hubiera hecho
imposible hacer una traqueotomía. […] Preguntado por el
diagnóstico que le indicaron, dijo que enfisema, que es fuga de aire
hacia el cuello, cabeza, piso de la boca y por todos lados porque el
aire busca los intersticios para escaparse. Dijo que aspiró contenido
sanguinolento de la boca para tener visión de la estructura de la
boca, lo que es muy importante sobre todo en una paciente con este
estado de hinchazón. Que la presencia de sangre indica un trauma en
la laringe, que provoca un sangrado. […] Dijo que el laringoscopio
que él utiliza tiene una particularidad que tiene una rama con el
formato de la laringe que le permite, con un movimiento de mano, ir
buscando y encontrar las cuerdas vocales, e ingresar por dentro de
las cuerdas vocales. Que ello le permite ubicarse en la vía aérea […]
Preguntado por la dificultad que tuvo para visualizar las cuerdas
vocales, explicó que cuando ocurre una efracción en la vía aérea y
hay una fuga de aire que llega por presión al cuero cabelludo, el aire
ocupa todo el plano del cuello, el piso de la boca hasta llegar al
cuero cabelludo y puede dificultar la visualización del anestesiólogo.
Cuando se hincha todo eso a veces hace dificultoso intubar para el
anestesiólogo…”.
A partir de lo declarado por quien tuvo una intervención activa
en el tramo bajo estudio y además logró la intubación mediante un
tubo con particulares característica, razonablemente puede concluirse
acerca de la complejidad de la maniobra.
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modo alguno, en que las lesiones verificadas en el esófago de la
damnificada hubiesen sido causadas por el comportamiento de Puente
en pos de conseguir intubarla.
La repetición de alegaciones ya canceladas evidencia, así, la
falta de acreditación concreta por parte de la defensa de arbitrariedad
en el razonamiento del a quo en los aspectos aquí tratados.
4.6.5. La causa de la desaturación de la paciente.
En la última parte de este segmento de agravios, la discusión
de la defensa puso el foco en torno a los posibles orígenes de la
desaturación de la paciente.
Como un denominador común de la actividad recursiva, la
defensa se agravió de la falta de fundamentación por parte del tribunal
de grado cuando vinculó la desaturación con la perforación del
esófago de la paciente.
En la sentencia se dijo que suponer que la imputada Puente
“…fue la que provocó la perforación esofágica, exigiría reconocer
una causa de desaturación distinta e independiente a la que provocó
la muerte. Sin perjuicio de las numerosas hipótesis barajadas por los
peritos Glorio, Waldbaum, Ravioli y Lavolpe, lo cierto es que
ninguna de esas hipótesis pudo comprobarse en los exámenes
realizados al cadáver de la víctima. Y alguna de ellas fue
expresamente descartada por Bialolenkier en su indagatoria.
Finalmente, hay que decir que en la autopsia no hubo hallazgos que
determinaran que la desaturación haya tenido una causa distinta al
pasaje de aire del esófago al mediastino.
En efecto, no existe ningún indicio clínico de que Pérez
Volpin sufriera un shock anafiláctico, o que el paro
cardiorrespiratorio haya tenido origen en la miocardiopatía dilatada
del ventrículo derecho, en un reflejo vasovagal, en sus antecedentes
de tabaquismo, en la medicación que venía tomando la paciente, o la
que se le administró durante su internación y en el estudio
propiamente dicho. Vale recordar aquí lo dicho por el médico forense
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de la endoscopía, y concomitantemente con el paro
cardiorrespiratorio…”.
Concluyó entonces el tribunal de grado, en orden a las
alegaciones de este tipo del impugnante que “…todas estas
suposiciones de los peritos de la defensa, están asentadas sobre el
pantanoso terreno de las hipótesis, mientras que la explicación de los
médicos forenses se afirma sobre certezas científicas, esto es, que la
desaturación ha sido el efecto del pasaje de gas al mediastino, con
las distintas consecuencias señaladas, particularmente, en el informe
de fs. 351/413. En otras palabras, la natural y razonable
consideración de lo sucedido, lleva a asociar, fuera de toda duda, al
ingreso de aire al mediastino con la desaturación...”.
De su lado, la impugnante transcribió también otros segmentos
de la decisión atacada para apuntar que el sentenciante no había
fundado sus consideraciones y había descartado sin más las alegadas
por la defensa.
No obstante, no se hizo cargo en modo alguno, no sólo de lo
reseñado en forma precedente, sino también de lo que fue respondido
al respecto por el CMF:
“…d) la causa de la desaturación de la paciente durante la
endoscopía:
Cuerpo Médico Forense:
INFORME DE FS. 351/413:
Según detallan al describir la secuencia fáctica de la crisis
(ver punto siguiente): tras la efracción de la mucosa esofágica, se
produce pasaje de gas al mediastino con neumomediastino,
neumopericardio y neumotórax bilateral; le sigue infiltración
gaseosa por barotrauma de planos musculares y subcutáneos de
tórax. Se produce una desaturación de 99% a 90%. (fs. 401).
DECLARACIÓN EN EL DEBATE:
Ratifican las conclusiones vertidas en cuanto a la secuencia
de la crisis y las causas de desaturación…”.
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resulta arbitrario, sino que responde a la falta por parte del recurrente
de una estrategia definida que contemple la secuencia completa y de
razón a las singularidades del caso.
La recurrente machaca así en lo supuestamente infundado de
la argumentación del a quo, mas equivoca el camino pues no logra
refutar la sólida motivación de la sentencia en cuanto a los aspectos
aquí tratados, y no presenta una tesis alternativa provista de un
sendero probatorio que la torne, al menos, probable.
En tal inteligencia no puede soslayarse que el sentenciante
destacó de manera atinada diversas deficiencias en la alegación
defensista al decir que “…es necesario recordar que, en su alegato,
la defensa de Bialolenkier se preguntó cómo podía suponerse que en
tan poco tiempo –los cinco minutos que duró la endoscopía se
hubiesen producido consecuencias de tamaña extensión y gravedad.
Esta es una circunstancia que verdaderamente llama la atención, y en
eso tiene razón la defensa. Lo que de seguro no ha advertido es que,
si la perforación hubiera sido obra de Puente, ese tiempo, que el
letrado reputó escaso, se vería reducido casi a la mitad, esto es, a los
tres minutos que transcurrieron desde la interrupción del estudio
hasta el arribo de Ramos y las instrumentadoras, cuando Pérez
Volpin ya tenía signos de enfisema de cuello y rostro, había dejado de
respirar y estaba en paro cardíaco. El argumento se vuelve en contra
de quien lo esgrime, pues sí como lo entiende el Tribunalquien
produjo la lesión fue Bialolenkier, el tiempo que transcurrió desde la
perforación hasta la llegada de la cardióloga ha sido de siete u ocho
minutos, aproximadamente…”.
Ello expone la fragmentación que ha hecho la defensa en
oportunidad de objetar la sentencia ya que, al lanzar críticas parciales,
olvidó lo que alegó primeramente y generó contradicciones como la
apuntada por el a quo.
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Destacó también el sentenciante la relevancia normativa de la
historia clínica al hacer alusión seguidamente a dos artículos
contenidos en el Código de Ética de la Asociación Médica Argentina:
“Art. 169.La Historia Clínica es uno de los elementos más rel
evantes en la relación Equipo de SaludPaciente. Adicionalmente es
de suma importancia por tener carácter probatorio ante la ley y por
razones económicoadministrativas…
Art. 178. La Historia Clínica completa y escrita en forma
comprensible es una de las mayoes responsabilidades del Equipo de
Salud y su redacción defectuosa es un elemento agravante en los
juicios de responsabilidad legal”.
La defensa, de su lado, pretendió quitarle el peso probatorio
otorgado por el tribunal a dicha información, y enfocar su crítica
sobre la declaración del Dr. López Laplace, quien habría
confeccionado un segundo informe (al que se hará alusión un poco
más adelante), y no el primero de ellos (el que se acaba de
reproducir), como se asentó en la sentencia a partir de un análisis
sobre los horarios reportados por López Laplace.
Para ello se tomó nota de la declaración de este último y se
dijo entonces que “…el informe fue dictado por el acusado a su jefe
Francisco Benjamín López Laplace, según éste lo indicó en el debate.
Repasemos una vez más sus dichos:
“[…] Que preguntó por el endoscopista y fue con él, tratando
de ayudar a seguir los pasos que correspondía hacer, como hablar
con la familia y completar mínimamente algún informe que, según
preguntó, todavía no se había hecho. Que él llegó a la clínica entre
las 18.15 y 18.30. Que tras ello el endoscopista le dijo que no podía
hacerlo porque estaba muy angustiado, y le pidió que lo ayudara a
tipear el informe, porque él dijo que no podía. Que le pidió entonces
su clave y le pidió que le dicte aunque sea un breve informe, y que
después hiciera uno mejor. Que así lo hicieron, y luego cerró la
historia clínica. Dijo que no intervino en el segundo informe que hizo
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17:20 hs progresando sin dificultad hasta segunda porción duodenal,
a dicho nivel se constata que la paciente intercurre con bradicardia y
desaturación, siendo las 17:25 hs se decide suspender el
procedimiento para estabilizar el cuadro hemodinámico el cual
progresa a paro cardio respiratorio iniciando de forma inmediata
maniobras de reanimación junto a personal especializado’.
Las diferencias son evidentes, y procuraron ser justificadas en
el juicio, primero por el perito de parte Glorio; luego por el acusado
en su indagatoria; y finalmente por la defensa en el alegato. En las
tres oportunidades se aludió a lo mismo: Bialolenkier realizó el
primer informe en estado de shock y escribió allí circunstancias que
no respondían exactamente a la realidad de lo sucedido...”.
No obstante ello, el tribunal dio una explicación razonable
para descartar la tesis defensista, al referir que “…esta interpretación
de los hechos no resulta convincente, no sólo porque López Laplace
manifestó que antes de escribir lo que su amigo le dictaba, le
preguntó si estaba seguro de lo que le decía, y éste le respondió que
sí; sino también porque lo que surge del informe se compadece con la
secuencia descripta por Puente, y –salvo la desmemoriada Frías por
las instrumentadoras Moronta, Villalba y Grismado y la cardióloga
Ramos, quienes entraron al quirófano apenas desatada la crisis…”.
Las consideraciones del juez a quo cancelan cualquier
hesitación que pudiese sembrarse sobre el devenir de los hechos. Aun
prescindiendo de si López Laplace colaboró en la redacción del
primero o del segundo parte, cuestión que no parece mostrar mayor
debate, lo cierto es que sólo lo volcado en el primero de los informes,
por su compatibilidad absoluta con el resto de la prueba (lo cual no
ocurre con el segundo), revela la realidad de lo ocurrido.
En tal inteligencia, como bien lo puso de manifiesto el tribunal
de grado, los datos que se pueden extraer del primer informe no son
ajenos al caso, sino que se compadecen con la información que se
validó en la sentencia y que es objetado por la defensa del imputado:
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Ciertamente, el Tribunal no puede estar de acuerdo con esa
peculiar manera de interpretar la prueba, pues considera que este
intento se refiere a un dato central para la solución del caso. La
inserción de constancias falsas en la historia clínica –o, lo que es lo
mismo, la omisión de describir la verdad es una conducta de suma
gravedad. Con todo, –y no sin mediar un gran esfuerzo esta burda
intentona podría entenderse, aunque nunca justificarse, en el caso del
imputado y sus defensores, que están procurando salvar su
responsabilidad. Pero resulta de difícil aceptación en el caso del
perito médico, que, por ser de parte, no deja de actuar como auxiliar
de la justicia.
El Tribunal no puede menos que verse sorprendido de que
varios peritos –es el caso de Glorio, Waldbaum, Ravioli y Lavolpe
hayan soslayado, o directamente ignorado, un dato de tanta
relevancia, cual es la propia expresión del acusado en la historia
clínica, relativa a los motivos que lo llevaron a suspender el estudio.
Esta sorpresa es todavía mayor, si se tiene en cuenta que la realidad
descripta por Bialolenkier coincide, de acuerdo a lo que se ha visto,
con lo dicho por Puente, Grismado, Moronta, Villalba y Ramos,
quienes entraron al quirófano tres minutos después de que la crisis se
manifestara.
¿Cómo es posible elaborar teorías y proponer hipótesis
acerca de un asunto de tamaña trascendencia, sin partir de los datos
que surgen con toda evidencia de la historia clínica y del expediente?
¿Qué clase de diagnóstico de la situación puede hacerse, si se
pretende suprimir, como si no existiera, el síntoma descripto con
manifiesta claridad por ambos imputados y por cuatro testigos
presenciales?.
El Tribunal cree descubrir en esta negación de un dato fáctico
de innegable relevancia, el propósito de sostener una visión
idealizada o teórica de los hechos, que de otro modo –esto es,
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a concluir en la imposibilidad fáctica de que el endoscopio hubiese
causado las lesiones aludidas.
Respecto de este tópico, que de modo sustancialmente análogo
sostuvo en el debate el impugnante, cabe hacer las siguientes
consideraciones iniciales.
El Sr. Juez a quo ha reconocido, en diversos pasajes en los que
se refirió a este punto, que la lesión producida por un endoscopio es
un caso de “carácter excepcional”. “Extraño” y hasta “exótico”
fueron las locuciones utilizadas. De este modo, pareciera que la
recurrente parte de esa base para concluir sobre la imposibilidad de
que ello efectivamente sucedió en el caso.
No obstante, un acercamiento que nos da la pauta sobre la
eventual posibilidad de que se verifique una perforación en una
práctica como la aquí tratada es, como se señaló en la sentencia, que
“…entre los dos únicos riesgos puntualizados en el consentimiento
informado, uno de ellos sea, precisamente, la perforación…”.
Sin perjuicio de todo ello, cabe destacar ahora que el tribunal
de grado no soslayó la problemática apuntada por el recurrente y, en
primer lugar, describió con claridad las razones por las que la defensa
sostuvo su postura sobre el punto en el debate, a saber:
“…la lesión es punzante, y el endoscopio es de punta roma y
sin aristas. la lesión es de 3 mm., mientras que el extremo distal del
endoscopio mide cerca de un centímetro.
la lesión está ubicada en la cara anterior del esófago, zona
que por el modo de realizar la práctica, y por la estrechez del
órgano el endoscopio jamás podría enfrentar y dañar.
no existe en la bibliografía mundial ningún caso de
perforación de un esófago sano, en la cara anterior del órgano, a 4,5
cms. de la horquilla epiglótica…”.
Luego de ello, brindó las razones por las cuales no coincidía
con la postura del recurrente.
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Yendo a lo que entendió como probado en el caso, dijo a
continuación que “…en el informe de fs. 351/413, los médicos
forenses se refieren expresamente al tema, afirmando que la presión
consiste en aplicar tensión sobre un punto de fijación del órgano que
sea; y acuden al ejemplo de un endoscopista que intenta avanzar el
endoscopio con fuerza. La perforación y las cuatro contusiones
longitudinales que están por debajo de aquélla, son demostrativas de
la insistencia de Bialolenkier en seguir adelante por el esófago,
mientras insuflaba aire, pese a los claros signos de resistencia
encontrados, los cuales –dicho sea de paso se compadecen con la
‘distensibilidad dificultosa del tracto digestivo’ aludida por el
nombrado en el parte quirúrgico –el resaltado me pertenece.
Como se observa, lo transcripto guarda estrecha relación con
aquello volcado en el primer parte médico por el propio Bialolenkier.
Esto es, a la luz de lo reseñado, la dificultad informada por el
imputado (distensibilidad dificultosa del tracto digestivo),
razonablemente puede ser considerada, al igual que como lo hizo el
tribunal de grado, la causa que motivó la insistencia en su accionar
por el imputado, y la consecuente presión que resultó en la lesión
antes detallada.
Cabe destacar en ese orden de ideas, que la injuria no sólo
constó de una perforación sino, también, de contusiones en línea
longitudinal, lo cual permite reforzar la idea de una presión indebida
de parte del imputado.
En tal inteligencia, razonó de manera adecuada el a quo, con
correcta cita de datos extraídos de la prueba incorporada, que “…la
aptitud lesiva de un endoscopio ha sido finalmente reconocida por
todos los especialistas, y corroborada por la bibliografía y las
estadísticas referidas por aquéllos, lo que permite concluir que, junto
a la presión mecánica mencionada por los Médicos Forenses, la
punta del endoscopio es capaz de generar una perforación de las
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de carácter excepcional. Acerca de este aspecto del asunto, resulta
desconcertante que el perito endoscopista Waldbaum, tras descartar
casi de plano la posibilidad de que la punta del endoscopio pueda
provocar una lesión, haya dicho en el juicio que:
[…] La ubicación más frecuente de esta complicación es el terc
io distal del esófago, en
este caso la lesión está presente en el esófago cervical y a ese nivel la
s lesiones iatrogénicas se
ubican en la cara posterior del esófago, al contrario de lo sucedido e
n este caso, pues este tipo de
exámenes endoscópicos se realizan con el paciente recostado sobre s
u lado izquierdo y el
eje de la introducción del endoscopio se dirige de adelante hacia la c
ara posterior, pues la cara
posterior del esófago contracta con la rigidez de la columna vertebral
y la cara anterior lo
hace con la porción membranosa de la tráquea cuya elasticidad, sum
ada a la propia del
esófago hace menos probable la génesis de una perforación instrume
ntal. La cara anterior del esófago al nivel de la lesión hallada es
poco accesible a la exploración endoscópica, en particular al ingreso
del endoscopio. En esa región, el endoscopio se encuentra en una
posición inestable
dado que su extremo distal, el más flexible, se encuentra parcialmente
introducido en el
esófago y una gran proporción del mismo de ubica en la orofaringe
que resulta una cavidad mayor y de gran movilidad. en la autopsia,
se describe la presencia de múltiples efracciones lineales en la cara
anterior de la región faringo esofágica que preceden a la perforación
puntiforme del esófago, las que de haber sido provocadas por el
endoscopio deberían originarse por múltiples pasajes del mismo,
situación sólo posible si hubiese sido dificultosa la introducción del
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que la alegada imposibilidad de causar una lesión a esa altura,
obedecía a la presencia de la columna vertebral sobre la cara
posterior, y la del cartílago cricoides en la cara anterior…”.
Sin embargo, a continuación se hizo mérito en la sentencia de lo
afirmado por otros profesionales y en tal sentido se precisó que era
“…difícil soslayar la reveladora declaración del endoscopista López
Laplace –testigo propuesto por la defensa de Bialolenkierquien, con
claridad meridiana, dijo lo siguiente:
‘…Preguntado por la causal de una perforación en un
procedimiento endoscópico dijo que las posibilidades son bajas pero
es instrumental, con el endoscopio, ya sea con la punta o con la caña.
A preguntas de la fiscalía sobre si puede ocurrir que en un ingreso
dificultoso el endoscopio roce o toque las paredes del esófago, dijo
que sí. Explicó que las caras del esófago se tocan constantemente con
el endoscopio porque se ingresa a un órgano que no es rígido sino
colapsable y tiene cierta morfología y, depende de lo que uno hace
con el endoscopio, va avanzando y va tocando sus partes’…”.
También se consideró por el a quo lo manifestado por el perito
Ernesto Da Ruos, quien en su declaración durante el debate, al
explicar el procedimiento endoscópico, afirmó “…que el endoscopio
pasa hacia la parte posterior del esófago con el paciente recostado,
pero si se hacen maniobras que no corresponden se puede lesionar la
cara anterior. Preguntado si de producirse una lesión, cómo sería
ésta, dijo que depende de la maniobra que haga el endoscopista para
pasar, porque el endoscopio es flexible. Dijo que efracción es la
ruptura de una parte de tejido. Preguntado por el tipo de lesión que
produciría la punta del endoscopio, dijo que tiene un protector que
puede no haber sido puesto o que se haya caído, y es para que no
produzca lesiones. Pero si uno presiona e insiste en la presión,
perfora. Y reiteró que la insistencia, si rompe el tejido, pasa y hace
un canal que constituye una perforación; una punción con esfuerzo
que provoca la perforación…”.
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Cuerpo Médico Forense, y en tal inteligencia dijo que “…el
imputado, la defensa, sus peritos y sus testigos, han reiterado
insistentemente que en la literatura médica mundial, no se han
reportado casos de perforación endoscópica de la cara anterior del
esófago, unos centímetros por debajo del cartílago cricoides. La
defensa de Bialolenkier criticó severamente las citas bibliográficas
realizadas por los Médicos Forenses, señalando que, pese a haber
consultado la totalidad de los libros y artículos mencionados por el
perito Cohen, en ninguno de ellos había encontrado datos de
perforación en la cara anterior del esófago cervical.
Sin embargo, de la consulta realizada por el Tribunal –que,
por evidentes razones de tiempo, no incluyó la totalidad de las obras
citadas han surgido las constataciones que a continuación se
detallan.
Jones y Ginsber (CURRENT REVIEW: “Esophageal
Perforation: A Continuing Challenge”, p. 536), por su parte,
sostienen que ‘las perforaciones cervicales se producen con mayor
frecuencia en la cara posterior, donde la pared del esófago es más
delgada’, afirmación de la cual se infiere que la perforación de la
cara anterior se produce con menor frecuencia, pero se produce.
Putcha y Burdick (‘Manejo de la perforación iatrogénica’,
Gastroenterology Clinics of North America, 32:12891309, 2003),
sostienen que la perforación se produce en la pared más débil de un
órgano colapsado o no dilatado, de lo que se colige que la
perforación se puede producir en las dos caras (anterior y posterior)
indistintamente.
Pasricha, Fleischer y Kalloo (“Endoscopic perforations of the
upper digestive tract: a review of their pathogenesis, prevention and
management”, American gastroenterogical Association, 1994, 106,
787202), dicen que ‘el sitio más común de perforación instrumental
durante una endoscopia alta es el esófago’. Señalan, en un aspecto
que resulta de interés para nuestro caso, que ‘La gravedad de una
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del instrumento provocó la fatal perforación de la cara anterior del
esófago cervical, y el pasaje de aire a presión hacia el mediastino.
Los efectos producidos por las maniobras ejecutadas por el acusado,
permiten conocer que su causa ha sido el ejercicio excesivo de fuerza
ejercida con el endoscopio, mediante el cual procuró progresar en el
tracto digestivo, cuando la resistencia del órgano era evidente. La
desmedida presión aplicada por Bialolenkier se ha visto reflejada,
asimismo, en la infiltración hemática que abarcó 11 cms. del esófago,
y en las cuatro lesiones contusas verificadas en ese tramo, todo lo
cual afectó el 80% de la circunferencia del órgano, de acuerdo a lo
informado por la médica forense Matoso en el debate…”.
Frente a la sólida motivación brindada en el decisorio, la
defensa no ha traído argumentos que acrediten su arbitrariedad pues
más allá de sus alegaciones, no se ha hecho cargo de la
incontrovertible situación de hecho descripta por el sentenciante, con
base en prueba que articuló con apego a las reglas de la sana crítica
racional, en orden a que, en síntesis, el único instrumento médico que
se acreditó que se introdujo en el cuerpo de la víctima con
anterioridad a que se desate la crisis que derivó en su fallecimiento
fue el endoscopio a cuyo cargo estaba Bialolenkier, que este objeto
tenía clara idoneidad para producir una lesión como aquella que
finalmente causó la muerte de su paciente, y que la única explicación
posible como génesis de tal injuria era el inadecuado empleo del
endoscopio por parte de aquél.
No obstante ello, cabe ahora avocarse a otras de las cuestiones
traídas por la defensa.
4.6.8. La imposibilidad de que los gases detectados en el
cuerpo de la víctima durante la autopsia hayan tenido por fuente
exclusiva el endoscopio.
La alegación de la defensa se vinculó con la limitada
capacidad de insuflación de aire del endoscopio utilizado y la gran
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escaso volumen de insuflación mencionado por Waldbaum, Glorio,
Segal y Padín, y sí podría lograrse con un endoscopio que insuflara
un litro de aire por minuto, como dijeron Ravioli y Lavolpe…”.
A la vista de lo reseñado, parece obvio que, si atendemos
únicamente a los datos transcriptos, éstos no nos muestran un camino
claro que permita establecer la capacidad de insuflación del
endoscopio.
Ello no fue ajeno al razonamiento del a quo, quien frente a tal
situación fue claro en decir que “…el Tribunal, no obstante, no puede
conocer qué cantidad de aire insuflaba el endoscopio utilizado en el
estudio, sencillamente porque no sabe –como se verá si el
instrumental aportado por las autoridades del Sanatorio de la
Trinidad, en verdad es el que se usó en la video endoscopía
practicada a Débora Pérez Volpin…”.
Empero, en la sentencia se brindaron a continuación buenas
razones, de las que no se hizo cargo el impugnante en forma alguna,
para concluir en que los gases detectados en la autopsia en el cuerpo
de la víctima habían provenido del empleo del endoscopio.
Dijo así el tribunal de grado que el dato relativo a la cantidad
de aire que el endoscopio podía llegar a insuflar no era de absoluta
relevancia, y a continuación explicó que le bastaba “…la
comprobación (obtenida por otros medios de prueba) de que el
endoscopio utilizado por Bialolenkier insufló un volumen de aire
suficiente para, al menos, provocar la abrupta descompensación
inicial sufrida por la paciente, en razón del pasaje de gas a presión
por la perforación esofágica hacia el mediastino, que primeramente
se manifestó con el enfisema de cuello y rostro detectado por la
anestesióloga…”.
Para arribar a tal aserto, se valoró que “…en ese sentido, el
informe médico forense de fs. 351/413 alude a que la autopsia y el
informe histopatológico revelaron la existencia en el esófago de una
‘solución de continuidad transmural (perforación) en el tercio
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orificio de 3 mm. ubicado en la cara anterior del esófago cervical, así
como las posteriores perforaciones producidas en el estómago –
según los Médicos Forenses en un período perimortal.
La imposibilidad de brindar otra explicación a este fenómeno
quedó en evidencia, fundamentalmente, en el interrogatorio realizado
al perito Glorio tras su exposición en el debate. Es sugestivo que este
perito haya eludido la respuesta a tan crucial interrogante, como
también lo es que el perito Waldbaum y los endoscopistas Segal y
Padín, hayan soslayado o minimizado una explicación que, hasta
para los legos en la materia, resultaba plausible, y que fue
expresamente introducida al juicio por el perito Ravioli en su
declaración en la audiencia.
Recordemos que Glorio, Waldbaum, Segal y Padín dijeron
que era inverosímil que tanta cantidad de gas pasara por un orificio
tan pequeño, sobre todo teniendo en cuenta que el excedente de gas
en el aparato digestivo, tenía la alternativa de salir por la boca o por
el ano. Tuvo que llegar el nombrado Ravioli –quien, pese a haber
actuado como perito de parte, se ha pronunciado con innegable
honestidad intelectual; tuvo que declarar en el juicio Ravioli, digo,
para ilustrar al Tribunal y a las partes acerca de una verdad que –tal
lo adelantado los legos podíamos sospechar, pero no enunciar
científicamente, a saber: que el mediastino tiene presión negativa
respecto del aparato digestivo, y que ante una perforación esofágica,
el gas contenido en éste pasa a aquella cavidad al modo de una
aspiradora…”.
Al aporte que destacó el tribunal por parte del perito Ravioli,
adicionó también una cita de bibliografía científica como ratificación
de lo expuesto por aquel al decir que el hecho de que ante una
perforación esofágica el gas contenido en este último órgano pasa al
mediastino al modo de una aspiradora era un dato que “…surge de la
citada obra de Jones y Ginsberg, quienes afirman que “[…] los
primeros signos de perforación esofágica cervical incluyen rigidez en
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del hallazgo de aire en el cuerpo de la víctima en el curso de la
autopsia y en tal sentido señaló que “…es posible, como lo afirmaron
los médicos forenses y los demás peritos, que parte del aire
encontrado en el cadáver de Débora Pérez Volpin, haya tenido su
origen en las maniobras de recuperación. Sin embargo, aún antes de
que Puente haya conectado la máscara facial, la crisis que culminó
con la muerte de la víctima –y que, como se dijo, se evidenció
primeramente en el enfisema de cuello y rostro ya estaba en pleno
curso, toda vez que había hecho cesar la respiración y la paciente
entró en paro cardíaco de inmediato.
Con posterioridad al pasaje de aire a través de la perforación
esofágica hacia el mediastino –como una ‘aspiradora’, según
Ravioli el cual provocó el colapso de Pérez Volpin, evidenciado por
el enfisema de cuello y rostro y el paro cardiorrespiratorio, es
posible que el masaje cardíaco practicado haya movilizado hacia
arriba el aire contenido en el estómago, y que ese gas –nuevamente
por la presión negativa haya pasado al mediastino, provocando el
aumento del enfisema que todos los testigos han mencionado, y que se
verificó en la autopsia. En el debate, el perito Waldbaum aludió
específicamente a esta consecuencia, cuando dijo que ‘el masaje
cardíaco posibilita que el aire ascienda hacia el cerebro.’
Estas mismas maniobras pueden haber contribuido al
barotrauma en el estómago. Debe aclararse, sin embargo, que dicha
circunstancia no parece haber sido apta para agravar el cuadro,
pues para ese momento la suerte de la paciente estaba echada, de
acuerdo a lo que surge del informe médico forense, el cual revela que
las efracciones del estómago se produjeron en un período
perimortal…”.
Frente a todo lo dicho por el tribunal, la defensa no ha
planteado en modo alguno un escenario alternativo con sustento en la
prueba susceptible de refutar la aseveración de aquél en cuanto a que
el ingreso de aire al mediastino e inmediatamente después a otras
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(conf. Navarro, Guillermo Rafael y Daray, Roberto Raúl, “Código
Procesal Penal de la Nación –Análisis doctrinal y jurisprudencial”,
Tomo 2, pág. 399, Hammurabi, 5º edición actualizada y ampliada,
Buenos Aires, 2013).
Sobre tales bases, surge con claridad de todo lo transcripto de la
sentencia bajo escrutinio, que el tribunal de grado, en todos los casos,
efectuó una crítica razonable y motivada de algunas de las conclusiones
periciales y de los dichos vertidos por cada uno de los expertos durante el
juicio, y que para ello acudió a su contraste con otros informes periciales,
elementos de juicio y dichos de los expertos vertidos en autos, que lo
llevó a considerar como relevantes para su decisión sólo aquéllas
conclusiones que resultaban compatibles con las pruebas incorporadas.
Así lo hizo, en particular, a través de un prolijo cotejo de lo que
se desprendía de las peritaciones con los informes médicos
confeccionados luego del fallecimiento de la víctima por el imputado
Bialolenkier, con los propios dichos de éste, con lo expuesto por los
demás testigos que declararon en autos e incluso, con la cita de
bibliografía científica que acompañaba las conclusiones a las que fue
arribando en cada caso.
Fue así que, al final de sus consideraciones sobre el mérito de la
prueba, pudo aseverar de manera motivada que conforme a la doctrina
emanada de los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que
había citado (lo cual ya fue reseñado en el precedente acápite 4.3.), había
tenido particularmente en cuenta para la solución del caso “…los
valiosos dictámenes producidos por los especialistas del Cuerpo Médico
Forense…”.
Y en ese sentido, consideró “…que una suerte de corolario del
criterio de los peritos oficiales, es lo manifestado por el Dr. Roberto
Víctor Cohen al finalizar su exposición en el debate, al describir la
secuencia fáctica de los hechos:
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pulmonar y encefálico que vimos durante la autopsia fueron la expres
ión final de la falla
cardíaca y la misma se produjo por mecanismo de barotrauma en tór
ax y abdomen. La causa del barotrauma sería de origen instrumental
y podemos decir en esta instancia que el tiempo de producción de
esta secuencia fáctica fue de muy pocos minutos. ¿Qué hemos
concluido con todo esto en nuestro estudio de autopsia? Primero: que
las causales de fallecimiento de la señora Débora Denise Pérez
Volpin están en relación directa a una perforación instrumental del
esófago torácico seguido de insuflación que provocaron
neumomediastino, neumopericardio, nuemotórax bilateral y enfisema
subcutáneo de cara y cuello. Segundo: las lesiones del estómago son
consecuencia del barotrauma intragástrico, producto de las
manobras endoscópicas, de las maniobras de reanimación
cardiovascular o de su accionar conjunto. Tercero: no se han
detectado patologías preexistentes, porque las hemos buscado a ver
si había una preexistencia que pudiera predisponer a que esto
ocurriera. No encontramos enfermedades inflamatorias, infecciosas,
vasculares o neoplásicas que fueran idóneas para producir o
contribuir con la muerte. Cuarto: los
hallazgos de autopsia nos permitieron inferir que las maniobras de
reanimación
básicas y avanzadas que se realizaron eran las indicadas para el
caso, si bien las mismas no resultaron
efectivas. No se pudo, por la gravedad del caso, revertir el resultado
muerte. Quinto:
la congestión, el edema pulmonar y encefálico han sido la expresión
final de la falla
cardíaca. Sexto: el tiempo de sobrevida estimado luego de producido
el barotrauma fue menor a diez minutos, teniendo en cuenta que ha
habido hipoxia generalizada y un
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las lesiones se produjeron cuando, al encontrarse con una
distensión dificultosa del tracto digestivo, el acusado Bialolenkier
avanzó haciendo fuerza con el endoscopio.
En definitiva, el Tribunal concluye que esta actuación
imprudente y negligente del endoscopista Diego Ariel Bialolenkier
fue la causa de la muerte de Débora Denise Pérez Volpin…”.
La defensa, por su parte, no ha logrado refutar los claros y
precisos conceptos vertidos por el perito oficial Kohen y si bien ha
presentado una hipótesis alternativa, lo ha hecho sin el respaldo de
datos objetivos que la avalen, a contrario del razonable y motivado
desarrollo del tribunal a fin de justificar su admisión de la hipótesis de
condena.
En ese orden de ideas, el impecable resumen del informe
pericial efectuado por el perito Kohen clausuró cualquier resquicio
que pudiese avizorarse ante la falta de acreditación de los puntos clave
de la hipótesis de la defensa.
Pues dados los términos en que se manifestó el sentenciante,
se ha comprobado de conformidad con las reglas de la sana crítica
racional el modo en que se desencadenó el fatal episodio, a través de
un razonamiento en que el a quo, sin fisuras en cuanto a su logicidad,
transitó las distintas etapas en que se fue manifestando el cuadro de
crisis.
La defensa de Bialoelenkier atacó tales conclusiones porque,
en definitiva, evidenciaban una valoración distinta a la propia, y la
teoría del caso por ella construida, plausible ante la arbitrariedad que
procuró acreditar en la argumentación del tribunal de grado, debía ser
admitida, al menos, por imperio del principio del favor rei.
Sin embargo, su construcción fáctica, como se dijo, no
encontró apoyatura en los elementos de prueba incorporados. Las
críticas presentan errores en su construcción al cuestionar
apreciaciones valorativas del juez de mérito mediante alegaciones de
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incidencia para la acreditación de la actuación que se le atribuye, que
ya han sido tratadas en forma precedente.
Sin perjuicio de ello, cabe poner de manifiesto que el
recurrente no se hace cargo, siquiera mínimamente, de fundar las
razones normativas por las cuales, en la instancia prevista en el art.
468 citado, debería admitirse en el particular caso de autos la
consideración de elementos de prueba eventualmente distintos a los
valorados en la sentencia recurrida.
En razón de todo lo expuesto, su planteo no será atendido.
5. Agravios de la defensa sobre la calificación legal del
hecho y la responsabilidad penal del imputado.
Subsidiariamente a las críticas que ya fueron analizadas en los
acápites anteriores, la defensa de Bialolenkier ha cuestionado la
adecuación típica del comportamiento que se le atribuyó en los
términos del art. 84, CP.
5.1. La creación de un riesgo penalmente relevante (o no)
por parte del imputado en el curso de la práctica médica.
Como primer agravio, entendió el recurrente que la actividad
endilgada a su asistido se inscribía en el ámbito del “riesgo permitido”
que involucra la actividad desarrollada por un endoscopista, por lo
cual no podía imputarse objetivamente a su comportamiento el
resultado lesivo verificado en autos y, por lo tanto, debía ser absuelto.
Durante el debate, en la sentencia y consecuentemente en el
recurso ante esta instancia, se ha suscitado un intercambio de
posiciones de tinte académico en relación a la dogmática penal y las
diversas corrientes que se han ocupado de analizar el amplio campo
del delito imprudente y, en particular, la verificación en el caso de una
infracción a un deber de cuidado, atendiendo además a las
consideraciones que pueden merecer los denominados “riesgos
permitidos” en la actividad médica.
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al igual que en otras actividades, se acepta la existencia de riesgos
para los bienes jurídicos que podrían catalogarse como permitidos.
En tal sentido en su ya clásica obra “La Imputación Objetiva
en el Derecho Penal”, Editorial Ad Hoc, Buenos Aires, primera
edición, mayo de 1996, Günter Jakobs, quien sostiene que en un
sistema de imputación lo esencial es que concurra el quebrantamiento
de un rol (pág. 25), explica seguidamente que “…no forma parte del
rol de cualquier ciudadano eliminar todo riesgo de lesión de otro.
Existe un riesgo permitido.
Cuando las leyes determinan cómo ha de estar diseñado un
automóvil o un avión para que sea seguro en el tráfico, o cuándo
cabe reconocer lo que es un buen standard de comportamiento
médico, esto significa al mismo tiempo que el riesgo residual que
subsiste está permitido, al menos en los casos normales. Y es que la
sociedad no es un mecanismo cuyo único fin sea ofrecer la máxima
protección a los bienes jurídicos, sino que está destinada a posibilitar
las interacciones, y la prohibición de cualquier puesta en peligro, sea
de la índole que sea, haría imposible la realización de cualquier
comportamiento social, incluyendo también los comportamientos de
salvación.
No obstante, en determinados ámbitos, la necesidad de un
riesgo permitido en modo alguno es contradictoria con la protección
de bienes jurídicos: para poder hacer uso de los bienes, es necesario
poner en peligro estos u otros bienes. Simplemente, quien sale a la
calle se pone en peligro, y quien llama a un médico para que le
atienda en su casa no puede ser, al menos de modo coherente,
contrario a todo tipo de tráfico rodado. No se trata, sin embargo, de
introducir por la puerta trasera el llevar al máximo la protección de
los bienes jurídicos. Numerosos supuestos de riesgo permitido se han
generado sencillamente por aceptación histórica: estos riesgos
constituyen costumbres. Por ejemplo, los riesgos de una intensa
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todos, Ártico, Juan Cruz, “El riesgo permitido en el derecho penal:
fundamentos y determinación”, pág. 8, y las notas 16 y 17, con
profusa cita de doctrina, Revista Pensamiento Penal versión digital).
Teniendo en cuenta todo ello, cabe señalar ahora que la
defensa ha trazado su propia interpretación de lo sucedido al entender
que la perforación esofágica, de pequeñas dimensiones (3 mm.),
integraba el grupo de riesgos aceptados de la práctica endoscópica
realizada por lo cual, en atención a que una eventual perforación
estaba mencionada, inclusive, en el consentimiento informado que
prestó la paciente, correspondía eximir de todo reproche penal a su
asistido.
El planteo de la defensa presenta deficiencias que
determinarán su rechazo.
En primer lugar, de conformidad con lo dicho al respecto por
el sentenciante ante un planteo sustancialmente análogo durante el
debate, se trata de una alegación parcial de la impugnante, quien ha
omitido incluir a la insuflación de aire como integrante de un mismo
comportamiento contrario al deber de cuidado que el a quo atribuyó al
imputado.
Precisó al respecto el tribunal de grado que “…el Dr. Cúneo
Libarona, por otra parte, dijo que, aun aceptando hipotéticamente
que la perforación del esófago hubiera sido producida por su
defendido, el riesgo creado por éste fue sólo el de lesión, pero que de
ninguna manera este riesgo fue el que se concretó en el resultado
muerte. Señaló distintas situaciones, y fue descartando en cada caso
la imputación objetiva del resultado muerte al riesgo creado por
Bialolenkier.
Sobre el punto, no puedo más que decir que el letrado ha
omitido un dato central cuando analiza el riesgo creado por su
defendido. Porque dicho riesgo no se limitó, como hemos visto
largamente, a la lesión esofágica. Hay otro ingrediente fundamental
del riesgo, que es la insuflación de aire a través del endoscopio luego
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Como se pudo concluir a partir de la prueba rendida en el
debate (a cuyo análisis se dedicó todo el precedente acápite 4., y
destacó con justeza el a quo), la víctima no murió exclusivamente a
causa de la perforación esofágica, sino que a ello se le sumó, de modo
prácticamente simultáneo, la insuflación de aire de modo continuo por
parte del imputado que terminó por dirigirse al mediastino y provocó,
finalmente, el paro cardiorrespiratorio.
A lo dicho por el a quo, que el impugnante no ha refutado en
absoluto, cabe agregar que en actividades como la médica es
necesario establecer algún tipo de límite para poder diferenciar un
riesgo permitido de uno jurídicamente desaprobado.
Para ello se recurre a la habitualmente denominada lex artis.
Al respecto se ha dicho que en el ámbito del ejercicio de la
medicina “…juegan un papel fundamental los conocimientos debidos
para la realización de la actividad medica en general y cada una de
las labores en particular. Por eso, a partir de la existencia de la
formalidad básica del título médico, la especialización, etc., el deber
de cuidado se configura –según cada situación merced al
conocimiento exigido por la actividad que se emprende. Aquí la
discusión que se establece en los temas médicos es definir cuál debe
ser la medida o baremo de medición de los conocimientos exigidos.
Habitualmente se distinguen distintos niveles de exigencia. Se
comienza obviamente determinando un primer baremo general o
paradigmático que se refiere a lo que un hombre prudente y diligente
haría en esa situación. En este nivel, la referencia es una persona
cuidadosa y consciente, conforme el sector al que pertenece el sujeto
y en relación con la expectativa social de su rol dentro de la
convivencia. Un segundo nivel está constituido por la actividad
profesional específica. En este caso el baremo de medición es un
modelo profesional constituido de acuerdo con exigencias de
conocimiento propias de la actividad y que no siempre son reducibles
a reglas administrativas o jurídicas. En muchos casos, la actividad
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culpa como ‘la omisión de la diligencia debida según la naturaleza
de la obligación y las circunstancias de las personas, el tiempo y el
lugar’.
El art. 1275 del mismo ordenamiento normativo complementa
la idea, al establecer lo que sigue:
ARTICULO 1725. Valoración de la conducta. Cuanto mayor
sea el deber de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las
cosas, mayor es la diligencia exigible al agente y la valoración de la
previsibilidad de las consecuencias.
Con particular referencia a la actividad médica, el Código de
Ética de la Asociación Médica Argentina dispone que:
´’Art. 62. La responsabilidad profesional legal de un miembro
del Equipo de Salud se da en los siguientes casos: …
Inc. b) Cuando por negligencia, impericia, imprudencia o
abandono inexcusable causa algún daño’.
Pero todavía existe una regulación más específica de la lex
artis endoscópica. Se trata del Código de Ética de la Asociación
Endoscopistas Digestivos de Buenos Aires (ENDIBA). Tres artículos
de dicho ordenamiento se refieren a la conducta que debe guardar un
médico de esa especialidad:
2.1 En todas sus actuaciones el endoscopista cuidará de sus
enfermos, ateniéndose a su condición humana. No hará distinción de
nacionalidad, de religión, de raza, de partido o de clase; sólo verá al
ser humano que lo necesita…
2.4 El endoscopista tiene la responsabilidad de asegurar la
calidad de la endoscopia, cualquiera fuese el ámbito de su trabajo…
3.1 El centro de toda atención del endoscopista será el
paciente. Deberá actuar en beneficio del mismo con el máximo de
celo y con su mejor capacidad profesional…”.
Concluyó entonces el tribunal, de conformidad con lo que
había fundado de modo suficiente con anterioridad y se destacó en
acápites precedentes, que “…la realización de una video endoscopía
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social y personalmente. Como dice Jakobs, cuando cabe identificar lo
que es buen estándar de comportamiento médico, ello significa al
mismo tiempo que el riesgo residual que subsiste está permitido, al
menos en el caso normal, pues la prohibición de cualquier puesta en
peligro haría imposible el comportamiento social, incluidos los de
salvación. Aquellos comportamientos que generan un riesgo
permitido no tienen por qué estar inscritos en un contexto especial
para ser tolerados socialmente, sino que son tolerados de modo
general. No es que hayan de ser justificados cuestión de
antijuridicidad sino que no realizan tipo alguno…” (Yacobucci, op.
cit., págs. 137/8).
Volviendo al caso del sub lite, respecto al agravio de la defensa
cabe señalar que el mero hecho de que el riesgo de perforación
hubiese sido incluido en el consentimiento informado, no exime de
responsabilidad al acusado desde la perspectiva de que debería
considerárselo como un supuesto de riesgo permitido.
Concluir que tal circunstancia, de por sí, conduciría a tornar
atípico el hecho en análisis, implicaría reducir el accionar del
imputado a la simple consecuencia de un infortunio, cuando, por el
contrario, las aristas relevadas en autos dieron cuenta de un
comportamiento que en modo alguno es posible encuadrar en los
estándares de una adecuada, necesaria y proporcional actuación
médica.
En tal sentido fue muy claro el a quo cuando señaló que “…la
fuerza que ejerció para avanzar con el endoscopio, en el marco de un
acceso a la vía digestiva de la víctima con ‘distensibilidad
dificultosa’, Diego Ariel Bielolenkier provocó la perforación
transmural y el resto de las lesiones esofágicas ya consignadas. Y sin
advertir esa circunstancia, continuó insuflando aire en el organismo
de Pérez Volpin durante cerca de cinco minutos. Tal lo expuesto al
analizar la prueba, el aire en cuestión pasó al mediastino, y de allí se
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2º) Las posibilidades técnicas de controlar el peligro
inherente a la actividad. Será riesgo permitido siempre que la
conducta sea útil y no exista otro medio o forma de llevarla a efecto.
3º) En este punto se tienen en cuenta los costes que la
evitación de todos los riesgos posibles conllevaría para la sociedad
en general, para la empresa, en particular, o para los trabajadores.
El mayor o menor riesgo que se considere permitido
dependerá pues de la utilidad y de las posibilidades de exigir medidas
de cuidado, es decir, de los medios que la técnica ofrece para el
control de los riesgos, junto a los costes de estas medidas. En
general, la frontera entre el riesgo permitido y no permitido hay que
buscarla en una valoración ex ante de los intereses en juego. Para
determinar el ámbito del riesgo permitido se ponderarán, por un
lado, la utilidad social de la actividad en que se desarrolla la
conducta y, por otro, la amplitud y proximidad de la lesión del bien
jurídico: grado de probabilidad de lesión y clases de bienes jurídicos
amenazados…” (Corcoy Bidasolo, Mirentxu, “Imputación objetiva y
principio de lesividad”, pág. 16).
Con base en todo ello, es claro que el obrar de Bialolenkier no
se ha caracterizado por el cuidado y la atención que exigía su
actividad debido a la singularidad (distensibilidad dificultosa), que él
mismo se ocupó de precisar en el primer parte médico, lo cual, desde
el punto de vista de la utilidad de la conducta, pone de manifiesto la
exorbitancia de su actuar con respecto a los estándares del buen
comportamiento médico.
En efecto, de haber actuado de conformidad con las
singularidades y dificultades que presentaba el ingreso al tracto
digestivo de la víctima, como con justeza apreció el tribunal de grado,
el resultado lesivo no hubiese ocurrido. Lo propio cabe predicar en el
segundo e inmediato segmento de su accionar, es decir, la continua
insuflación de aire que habría evitado el pase al mediastino desde el
punto de vista del control del eventual peligro generado, cuya no
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relativas a la fundamentación brindada por el a quo a fin de tener por
acreditada la conducta atribuida al imputado por las partes acusadoras,
se vincularon con datos estadísticos y, además, derivados de las
características del instrumento utilizado, todo lo cual lo llevó a
sostener la tajante imposibilidad de la ocurrencia de una perforación
esofágica en el sitio donde se verificó en el curso de una práctica
endoscópica.
No obstante su posición en aquel pasaje de su recurso, ahora y
desde otra perspectiva, instaló de manera subsidiaria la “remota
posibilidad” de la perforación como una circunstancia posible en el
hecho, pero que debía ser considerada dentro del ámbito del riesgo
permitido de la actividad médica.
Sin perjuicio de reconocer que en el ejercicio de su labor la
asistencia técnica no puede sino agotar todos aquellos argumentos y
agravios que considere pertinentes para el mejor resguardo de los
derechos de su cliente consagrados en normas constitucionales, en
cuyo marco el acudir a planteos subsidiarios es absolutamente válido,
no dejan de llamar la atención las eventuales contradicciones que
generan tales formas de litigar.
El juez Sarrabayrouse ha tenido oportunidad de pronunciarse
sobre una situación análoga en la que afirmó, en razonamiento que se
comparte, que “…si bien ya en otros precedentes, se ha señalado que
el recurso de casación debe resolver todos los agravios verosímiles
planteados por la defensa del condenado, lo cierto es que, en algunos
casos como el presente, la estrategia de los diferentes recurrentes
pueden resultar contradictoria y debilitar su posición frente al caso.
Así, se ingresa en la llamada lógica del ‘agravio múltiple’ donde se
sostiene que el imputado no realizó el disparo homicida para luego
plantear que, si se afirma que lo hizo, debe considerarse que no
existió dolo…” (Reg. n° 405/17, Sala II, del 30.5.2017, Sala II, con
cita de Carolina Ahumada, Litigación en la etapa de impugnación,
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‘[…] el cumplimiento del deber de información no exonerará
al profesional de toda aquella responsabilidad en la que pueda llegar
a incurrir por culpa, aun cuando la práctica fue autorizada por el
paciente, ya que la obtención del consentimiento informado no
legitima bajo ningún punto de vista los actos negligentes en que
pueda incurrir el facultativo […]’…”.
No puedo más que coincidir con lo señalado sobre el punto
por el sentenciante, cuya carencia de motivación no ha sido
demostrada por el impugnante, en la medida que este último pretende
asignarle al consentimiento informado prestado por un paciente (en
definitiva, en todos los supuestos o en la abrumadora mayoría de
ellos), un alcance que en modo alguno puede serle asignado sin
atender a las circunstancias del caso concreto.
El argumento de la defensa se abstrae de los hechos
acreditados debidamente en autos y su alegación sólo puede
inscribirse en un plano completamente alejado de lo acontecido aquí
pues, sin desmerecer la incidencia que cabría asignar al
consentimiento del paciente en determinados supuestos
(sustancialmente, en los de resultados imprevisibles), lo dirimente en
el sub lite ha sido la evaluación que se hizo del comportamiento
atribuido al aquí acusado, las características especiales del riesgo
creado a partir de su inobservancia de los concretos deberes de
cuidado que le competían, su concreción en el resultado típico y la
certeza de que este último no se hubiese producido de haberse llevado
adelante la práctica con la debida diligencia de su parte.
Al respecto se ha dicho, en línea con lo sostenido por el
tribunal del juicio, que “…El consentimiento de la víctima por sí
solo tiene una vigencia muy restringida, sobre todo cuando se trata
de bienes vinculados con la existencia de la persona, como la vida,
la salud y la integridad corporal. La situación cambia en el ámbito
médico —en operaciones salvadoras en general– precisamente por
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Aplicando esta última doctrina al sub lite, entiendo claro que,
aun cuando entre los riesgos informados al paciente estuvo el de una
perforación como la finalmente ocurrida, en el caso dicha perforación
no ocurrió, aún pese a la buena práctica, sino que, inversamente, se
verificó a raíz de una mala práctica.
Al aporte doctrinario de mención cabe adicionar algunas
reflexiones que refuerzan lo antes afirmado.
Por estrictas razones valorativas, no puede soslayarse la
especial consideración que merece en el caso el bien jurídico puesto
en juego en la práctica médica en análisis que, en función de lo que
aconteció en su transcurso, es ni más ni menos que la vida humana.
Cabe recordar que las normas constitucionales que por imperio
del art. 75, inc. 22, CN, rigen en cuanto a la vida humana son
absolutamente claras en orden al respeto irrestricto que aquella
merece.
Así, el art. 4.1., de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos establece que “toda persona tiene derecho a que se respete
su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a
partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de su
vida arbitrariamente”.
De modo sustancialmente análogo en lo que aquí interesa, el
art. 6.1. del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
dispone que “el derecho a la vida es inherente a la persona humana.
Este derecho estará protegido por la ley. Nadie podrá ser privado de
la vida arbitrariamente”.
No es extraño entonces que, incluso antes de su entrada en
vigencia para el orden jurídico nacional de las disposiciones de
mención, se “…hubiese condicionado la eficacia del consentimiento
a que recaiga respecto de acciones que lesionan bienes jurídicos
disponibles”.
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alguna contribuye con ello a la protección de este supremo bien
jurídico” (op. cit., Tomo I, pág.529, nro. 35).
Volviendo al caso de autos, va de suyo que en momento alguno,
en el contexto del consentimiento informado que prestó la paciente,
esta última aceptó siquiera la posibilidad de perder la vida en el
transcurso de la práctica médica a la que voluntariamente se expuso.
Y no lo hizo, en particular, respecto de toda negligencia o
imprudencia en que pudiese incurrirse por parte de alguno de los
profesionales intervinientes, en los cuales depositó su confianza y una
razonable expectativa (defraudada con el devenir de los hechos), de
que llevarían a cabo el acto médico de acuerdo con la lex artis.
El acreditado comportamiento negligente e imprudente que el
tribunal del debate atribuyó al imputado, y del cual se derivó su
fallecimiento, no puede entonces ser considerado sino como una
arbitraria privación de su vida en los términos de las disposiciones
constitucionales mencionadas, esto es, como una muerte que tuvo su
génesis, conforme a la acepción castellana del vocablo arbitrario en
lo que aquí interesa, en un acto sujeto al capricho antes que a la ley o
a la razón.
De esta manera, frente a la protección jurídica que conforme el
mandato constitucional debe otorgarse a la vida, el consentimiento
informado que se prestó en el caso, no puede excluir de ninguna
forma la ilicitud del comportamiento atribuido al acusado.
En definitiva, no resulta razonable y por el contrario, es
contrario a la inteligencia que cabe asignar a las normas
constitucionales en juego, concebir a la mentada manifestación de la
voluntad de la paciente en el caso como una completa “transferencia
de riesgos”, al estilo de quien asume un actuar a propio riesgo que
conduciría a considerarla como la única competente para evitar que el
riesgo se concrete en el resultado.
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terceros cumplirán con los deberes asignados a sus cargos, roles o
desempeños.
El principio de confianza hace posible el trabajo en equipo, el
reparto de tareas, la especialización y en definitiva, en la medicina
moderna, el desenvolvimiento básico de la mayoría de los
emprendimientos en temas de salud. Así, el cirujano confía que el
anestesista, la instrumentadora, la enfermera, el técnico que conecta
los tubos de oxígeno, etc., hayan cumplido con sus obligaciones.
Si ello no ocurre y se produce un resultado lesivo debe
entonces ponderarse hasta dónde había obligación del profesional a
cargo de controlar y vigilar las tareas de terceros. En definitiva,
habrá que analizar el reparto de tareas, los ámbitos de incumbencias
y las relaciones de subordinación o coordinación que vinculan a los
intervinientes entre sí.
Un primer caso está constituido por la llamada medicina en
equipo, cuyo exponente más acabado se da en los casos de equipos de
cirugía, aunque el esquema suele repetirse en técnicas de diagnóstico
por imágenes, cuidados intensivos, etc.
Ya se dijo que la división de funciones en todos los campos y
especialmente en el de la medicina obedece al proceso de
especialización y complejidad que resulta necesario para afrontar
nuevas cuestiones. En tal sentido la labor mediante equipos de
trabajo supone un avance indiscutible pero, a la vez, esa delegación
de tareas y reparto de roles y competencias llevan en sí mismos un
riesgo. Todo riesgo, ya lo explicamos, exige en nuestro tiempo un
garante o responsable de que no se concrete en resultados
disvaliosos. Es por eso que el saber penal se ocupa de reflexionar
sobre los criterios que deben acompañar esa moderna asignación de
responsabilidades…” (Yacobucci, op. cit., págs. 143/5).
El mismo autor continuó diciendo que “…en la medicina en
equipo se ve de manera intensiva la importancia del principio de
confianza como regla de análisis pues en estos casos más que en
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segunda cuestión es considerar hasta dónde y de qué manera se
ejerce este contralor residual que puede resultar una excepción al
principio de confianza. Se trata pues de la extensión de la garantía y
control del responsable del grupo que como tal siempre tendrá bajo
su responsabilidad vigilar la adecuada división de tareas. En este
sentido parece indudable que, residualmente, siempre estarán bajo su
contralor la debida cualificación de los integrantes del equipo, el
análisis de sus niveles de experiencia para el caso y el debido
cumplimiento de los requerimientos básicos de cada una de las áreas,
sobre todo cuando le es manifiesto algún comportamiento ajeno al
compromiso funcional de los miembros.
Es por eso que para concretar estas cuestiones se recurre a
una distinción en el campo de la división del trabajo. Por un lado se
habla de una modalidad de tipo horizontal que se verifica cuando los
encargados de las tareas no están subordinados entre sí, sino en un
mismo campo de responsabilidad. Se trata en estos supuestos de un
vínculo de coordinación, en el que ciertamente puede jugar un papel
importante la dirección del jefe de equipo…
A modo de ejemplo, se entiende que existe una relación de
tipo horizontal o coordinada entre el cirujano y el anestesista. Por el
principio de confianza, el cirujano asume que el anestesista será el
encargado del preoperatorio, vigilará las funciones del paciente
durante la intervención y tendrá a su cargo la recuperación
inmediatamente después. Sin embargo, esa coordinación en cierto
punto no es suficiente para restar significación a la dirección dentro
del equipo y, en este sentido, es el cirujano quien en última instancia
debe velar por el normal desarrollo de las funciones que presta el
anestesista. Por esa razón, él es quien garantiza que el anestesista
desenvuelva su labor con monitoreo, no se aleje dela sala de cirugía,
etc…” (op. cit., págs.. 145/6).
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Con lo cual, en el sub lite, es claro que nos encontramos frente
a un trabajo de equipo en términos de coordinación en el cual, a su
vez, era el endoscopista quien tenía a su cargo, con exclusividad, la
realización de la tarea que justificaba el estudio, de modo que es
razonable concluir en que Bialolenkier ostentó también el rol de jefe
de equipo en los términos precisados por la doctrina transcripta y por
lo tanto, debía atender tanto al adecuado cumplimiento de las labores
propias de su especialidad, como a la prestación correcta de lo que
debía hacer la anestesista Puente.
Así las cosas, el argumento de la defensa pone el foco en la
actividad desarrollada por la imputada Puente, quien resultó absuelta,
cuyo accionar durante la práctica fue considerado por el tribunal de
mérito como cumplido en el marco de la lex artis exigida por el caso,
y no concluyó, entonces, en que aquella hubiese realizado un accionar
típico en los términos del art. 84, CP.
Sin perjuicio de lo que se dirá oportunamente sobre la
situación de Puente, respecto de quien la querella recurrió su
absolución, los agravios del aquí impugnante consistieron, como se lo
anticipó, en sostener en que la nombrada, de adverso a lo concluido
por el tribunal de juicio, había incumplido (por las razones que
expuso), con los deberes propios de su rol y que era a ella a quien
debía imputarse objetivamente el resultado.
Pues Bialolenkier se había dedicado a la realización de su
tarea como endoscopista y como sostuvo sustancialmente durante
todo el debate, no podía concluirse en que hubiese incurrido en alguna
infracción a sus deberes al respecto. En tal sentido, aquél confió en
que Puente se hallaba desarrollando su tarea de forma adecuada, y no
pudo advertir en modo alguno deficiencias en su accionar sino hasta
que se precipitó la crisis que culminó en el resultado fatal, sea que se
considere que hubiese sido el jefe de equipo o no. Por lo cual, el
principio de confianza lo amparaba.
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conjunto, pudieran haber sido la causa del enfisema subcutáneo de
cuello y rostro que, como se verá, es un síntoma que se verificó con
anterioridad a la culminación de la endoscopía, y concomitantemente
con el paro cardiorrespiratorio…”.
Como se observa, en base a lo expuesto por el tribunal de
grado, es razonable concluir en que no existió vinculación causal
alguna entre el cuadro sufrido por la víctima que derivó en su
fallecimiento, y el error inicial en el diagnóstico en el que incurrió
Puente al entender que la crisis que desencadenaba podía tratarse de
una alergia.
En consecuencia, más allá del equivocado diagnóstico al
respecto, ello no exonera de responsabilidad al recurrente.
Lo mismo cabe predicar en orden a otro de los aspectos de la
actuación de Puente objetados por el recurrente, vinculado con la
insuflación de aire en el cuerpo de la paciente.
La crítica parte de una hipótesis (que la existencia de dicho
aire obedeció a las incorrectas maniobras de reanimación llevadas
adelante por Puente), que, como se apreció también al momento de
efectuar un escrutinio sobre el mérito que la prueba ofreció al tribunal,
no fue acreditada.
En definitiva, el impugnante no se hace cargo en modo alguno
de que la imputación del resultado a su comportamiento no se sustentó
en que, en su condición de endoscopista (y por tanto, como ya se dijo,
a cargo en general de toda la práctica), habría omitido controlar el
desempeño de la anestesista Puente, por lo cual podría invocar el
principio de confianza en su favor en la medida en que no habría
tenido motivos para no confiar en que aquella estaba cumpliendo de
modo adecuado su tarea.
La asistencia técnica omitió considerar en tal sentido que el
fundamento de la imputación consistió, conforme lo tuvo por cierto el
a quo, en el inadecuado manejo del endoscopio exclusivamente a su
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calidad de agravantes o atenuantes, una errónea aplicación de las
respectivas normas sustantivas, o una vulneración a garantías
constitucionales que puedan incidir en la determinación del quantum
de pena, tornándola inusitada o desproporcionada.
En el caso, la recurrente no ha demostrado vicio o defecto
alguno de esas características. Por el contrario, de la lectura de la
sentencia se advierte que, para arribar al monto de pena fijado, se han
empleado argumentos que le otorgan suficiente motivación y permiten
considerarlo adecuado a las circunstancias del hecho y a las
condiciones personales del imputado.
En efecto, el colega de la instancia anterior ha considerado
razonables parámetros objetivos y subjetivos, provenientes del suceso
juzgado en esta causa.
Concretamente, luego de dividir la escala penal del delito
imputado (de 1 a 5 años de pena de prisión), en tres segmentos:
menor, media y suma gravedad, se puntualizó que “…a mi juicio, el
episodio que he tenido por probado de ninguna manera puede ser
catalogado como de menor gravedad, sino que debería situarse en el
límite entre el segundo y tercer estadío. La primera consecuencia que
se extrae de esta comprobación es que la pena debe alejarse
sensiblemente del mínimo legal y acercarse, al menos, a los tres años
y ocho meses de prisión, que marcan la separación entre los hechos
de gravedad media y gravedad suma…
En ese sentido, tengo particularmente en cuenta que la
conducta de Diego Ariel Bialolenkier, catalogada como de naturaleza
culposa, abarca dos modalidades de esa clase de delitos, a saber, un
primer momento en el que el énfasis debe ponerse en la imprudencia,
y un segundo momento, en el cual prima la negligencia. En efecto, el
acusado es un experimentado endoscopista –aludió en su indagatoria
haber realizado cerca de cuatro mil estudios de ese tipo de manera
que es imposible considerar que no conoce su especialidad. Aquí es
donde se verifica la aludida imprudencia: Bialolenkier ingresó con el
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No se ha dicho cuál es la modalidad de trabajo de Bialolenkier. Tal
vez sea de aquellos endoscopistas que, como algunos de los
especialistas indicaron en el debate, prefieren llegar hasta el último
órgano accesible en una video endoscopía digestiva alta –en el caso,
el duodeno para luego regresar haciendo las observaciones que sean
necesarias, filmando o tomando fotos –si es que el equipo lo
permite…
Esta grave falta de atención de Bialolenkier fue la que
terminó de sellar el destino de Débora Pérez Volpin. En efecto, si el
acusado hubiese advertido la perforación provocada apenas iniciado
el estudio, no habría seguido introduciendo el aire que, a través de la
lesión transmural, pasó a presión hacia el mediastino, y generó el
colapso de la paciente. Si hubiese estado atento, es probable que la
perforación en cuestión no hubiese pasado a mayores. Pero no lo
hizo, y todo el aire –o buena parte de él que el endoscopio insuflaba
para distender los órganos del aparato digestivo, era literalmente
absorbido por la presión negativa del mediastino, a través de la
pequeña perforación, que en reposo tenía 3 mm. de diámetro, pero en
la dinámica del proceso de transferencia gaseosa aumentó su
tamaño, tal como lo indicó en el debate el perito Ravioli…
Esta conjunción fatal de imprudencia y de negligencia, es la
que autoriza a considerar que el hecho, sin ser de los más graves,
debe ser ubicado dentro del segundo segmento de la escala…”.
Vale destacar la tarea del sentenciante, quien trajo a
consideración razonables apreciaciones respecto de la imputación que
pesaba sobre el acusado. Su explicación, que incluyó la valoración
simultánea de conductas imprudentes y negligentes, con sustento en el
hecho que tuvo por cierto, sirvió de base y respaldo para entender por
qué ubicaba la determinación de la pena en el estadio medio.
Los argumentos brindados por el a quo se inscriben así,
principalmente, en la consideración de la naturaleza de la acción como
elemento de trascendencia a ponderar (art. 41, inciso 1º, Código
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En dicho contexto, el impugnante no explicó de modo
suficiente las razones por las cuales no correspondía asignar al hecho
atribuido una gravedad, como la precisó el sentenciante, de carácter
medio.
En lo atinente a las pautas que conducían a atenuar la entidad
del juicio de reproche, el juez del caso dijo, también de modo
sumamente detallado, que “…en el aspecto personal, tomo en
consideración, como circunstancias atenuantes, lo que surge del
informe socio ambiental del acusado, en particular, la carencia de
antecedentes. Asimismo, valoro que Diego Ariel Bialolenkier es un
hombre relativamente joven 37 años, que está casado desde hace
más de diez años con su actual mujer, con quien formó una familia
propia y tiene dos hijos menores de edad que están a su cargo.
Además, considero que proviene de un hogar constituido y de un
sector socio económico de medianos recursos; que durante su niñez y
adolescencia no tuvo necesidades básicas insatisfechas y que creció
junto con sus padres y tres hermanos. Además, que completó la
escuela primaria y secundaria, que comenzó a trabajar a los
dieciocho años, mientras cursaba los estudios universitarios, los que
finalizó; y que hasta el inicio de la causa continuaba con su
desempeño laboral, a raíz del cual percibía ingresos que,
conjuntamente con los de su mujer, le alcanzaban para cubrir las
necesidades de su grupo familiar. Finalmente, en este aspecto, tengo
en cuenta que tiene un entorno social activo, pues concurre
periódicamente al Club Hebraico junto con su familia y juega al
fútbol con amigos semanalmente…
En esas condiciones, y atendiendo a las pautas objetivas
valoradas precedentemente, debería imponerse al acusado una pena
que se ubique, como lo dije, en las cercanías del límite entre el
segundo y tercer segmento, esto es, alrededor de los tres años y ocho
meses de prisión. Sin embargo, al monto mencionado deberá restarse
un lapso que refleje las circunstancias atenuantes antedichas. En ese
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simultánea, las atenuantes valoradas debieron haber tenido un impacto
mayor en el monto discernido por el a quo.
La ausencia de indicación de motivos plausibles que denoten
una arbitrariedad en la dosimetría de la sanción impuesta evidencian
que la objeción de la recurrente se reduce a una mera discrepancia con
el monto de pena determinado pues, además, y de acuerdo a la escala
media de gravedad en la que se manejó el sentenciante, los
indicadores de atenuación han sido relevantes para que la pena no
exceda de los tres años de pena privativa de libertad y posibilite así la
aplicación de los arts. 26 y 27, CP.
En ese orden de ideas, cabe agregar algunas precisiones más.
La querella había solicitado la imposición de una pena privativa de
libertad de cuatro años y cinco meses mientras que la Fiscalía postuló,
para igual especie de pena, cuatro años.
Si bien las peticiones en tal sentido de las partes no son
vinculantes para el juzgador, entiendo que sí son un punto a tener en
cuenta a la hora de efectuar una evaluación integral sobre los
pormenores que llevaron al quantum de pena fijado.
Lo propio cabe predicar en torno a la pena de inhabilitación
pues las partes acusadoras pidieron la máxima posible (diez años), y
el a quo, haciendo un razonamiento paralelo con la pena de prisión,
decidió situarla en los siete años y seis meses. Dijo al respecto que
“…con relación a la graduación de la pena de inhabilitación especial
para ejercer la medicina, prevista como sanción conjunta por el art.
84 del Código Penal, considero que deben tenerse en cuenta idénticos
parámetros que los señalados para discernir la pena de prisión. En
ese sentido, en tanto la sanción de tres años se ubica exactamente en
el medio de la escala del art. 84 del Código Penal, otro tanto debe
ocurrir, a mi juicio, con la pena de inhabilitación que, según la
misma norma, va de los cinco a los diez años. El término medio,
como fácilmente podrá advertirse, es siete años y seis meses, que es
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ante juez o tribunal superior’ (confr. Art. 8°, párrafo 2°, inc. h, de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos). Por consiguiente,
es voluntad del constituyente rodear a este sujeto de mayores
garantías sin que sea posible concluir que esta diferencia vulnere la
Carta Magna, pues es una norma con jerarquía constitucional la que
dispone tal tratamiento…”.
Es evidente, entonces, que el pronunciamiento de la Corte en
“Arce” deja en claro que la situación del imputado es sustancialmente
distinta a la de las restantes partes del proceso, lo que conlleva la
necesidad de que los acusadores, si pretenden recurrir en casación una
sentencia absolutoria, sorteen en su caso los límites previstos en los
arts. 458 y 460, CPPN y, también, demuestren la presencia de un
motivo de casación de los comprendidos en el art. 456 del citado
código de forma o, en su caso, de un agravio que suscite una cuestión
federal en los términos de la doctrina del precedente “Di Nunzio,
Beatriz Herminia” (Fallos: 328:1108).
La decisión del Alto Tribunal adoptada con posterioridad en
“Juri” (Fallos: 329:5994), resulta compatible con la doctrina
previamente reseñada.
En especial, teniendo en cuenta lo dicho en el considerando 9º)
del voto de la mayoría en el que se reconoció expresamente el derecho
a recurrir de la víctima del delito o de su representante a partir de las
normas internacionales sobre garantías y protección judicial previstas
en los arts. 8, ap. 1° y 25 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, que no debía ser cercenado indebidamente con una
aplicación de los arts. 458 y 460, CPPN, al margen del texto legal
(como había ocurrido en dichos autos).
Pero además, sin perjuicio de ello, se ratificó la doctrina de
“Arce” en cuanto a que la disposición del art. 8.2.h de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos no se aplicaba a las partes
acusadoras.
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federal en los términos de la doctrina del precedente “Di Nunzio,
Beatriz Herminia” (Fallos: 328:1108).
En efecto, las argumentaciones que la parte impugnante
presenta bajo el ropaje de arbitrariedad de sentencias se ciñen a
promover la revisión de cuestiones de hecho y prueba; en tal
inteligencia, corresponde reiterar lo ya expuesto en el sentido de que
el acusador no tiene habilitada una vía a ese fin y sólo podría obtener
un examen frente a alegaciones de falta absoluta de fundamentación
fáctica, omisión de apreciación de pruebas dirimentes para la solución
del caso, contradicciones insalvables en la síntesis valorativa o
afirmación de hechos no apoyados en ningún elemento de prueba,
extremos cuya concurrencia no se demuestra en el caso.
Por el contrario, la acusadora particular se ha limitado a
expresar su disconformidad con la conclusión absolutoria a la que
arribó el tribunal oral sobre la base de una distinta valoración de los
testimonios que reseñó en su recurso, pero no ha fundado
suficientemente la existencia de defectos en el iter lógico de la
sentencia, o que ésta no resulte de una derivación razonada del
derecho vigente con aplicación a las circunstancias comprobadas del
proceso, de modo que pueda ser descalificada como acto
jurisdiccional con base en la doctrina de la arbitrariedad.
Previo a ingresar al análisis detallado de las objeciones
presentadas por la acusación particular, conviene recordar cuáles
fueron las concretas violaciones a sus deberes de cuidado atribuidas a
Puente por el Ministerio Público Fiscal y por la querella en lo que fue
su actuación en el marco del procedimiento endoscópico, los que han
sido reproducidos por el tribunal en la página 209 de la sentencia en
crisis, al momento de tratar en particular la situación de la nombrada,
a saber:
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Dijo al respecto el a quo que “…los acusadores aluden a que
la anestesióloga no conectó a la paciente al monitor
electrocardiográfico, ni estuvo atenta a los valores multiparamétricos
durante el estudio, circunstancia que la habría llevado a notar
tardíamente la desaturación de oxígeno y el enfisema facial sufridos
por la víctima.
En cuanto a lo primero, las testigos Frías, Grismado,
Moronta, Villalba y Balceda, indicaron en el debate que el monitor
de la mesa de anestesia estaba encendido, y el oxímetro de pulso y los
electrodos estaban colocados…”.
Luego de ello, el sentenciante circunscribió y reseñó tales
relatos al consignar que “…la instrumentadora Miriam Eliana Frías
expresó al respecto que: ‘[…] el monitor estaba del lado derecho de
la anestesióloga, pues la mesa de anestesia estaba a su derecha y el
monitor tiene un brazo que se regula. Estaban conectados el
oxímetro, el monitoreo cardíaco y el tensiómetro. El monitoreo
cardíaco se conecta en el pecho de la paciente […].’…
Érica Grismado, otra de las instrumentadoras que llegó al
quirófano apenas desatada la crisis, afirmó que: “[….] A los cinco
minutos vino su compañera a buscar a farmacia un tubo y pidió que
la ayudaran con el carro de paro, la valija de intubación dificultosa y
a llamar a una cardióloga […] Que la mesa de anestesia tiene los
cables para conectar a la paciente, monitor y todos los indicadores, y
una mesita con cajones. Que el monitor estaba encendido y mostraba
valores. Que la paciente estaba conectada con el electro para el
corazón y el saturómetro. Que los conectores de electro son varios y
se ponen en el cuerpo, y los vio en la parte de adelante pero no
recuerda la zona exactamente […]…
Patricia Soledad Moronta, quien llegó con las demás al lugar,
afirmó en el juicio lo siguiente: ‘ […] Preguntada si la paciente
estaba conectada, dijo que tenía los electrodos puestos y estaba
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Sanatorio de la Trinidad. La restante, que es factible que los
electrodos, que casi todas las testigos mencionadas han dicho que
estaban colocados, en el marco de las tareas de reanimación, se
hayan desprendido y, de ese modo, hayan dejado de registrar la
actividad cardíaca de la paciente…”.
Agregó a todo ello el tribunal que “…la acusada Puente
manifestó en su indagatoria que las conexiones de la mesa de
anestesia eran las habituales y correctas, circunstancia acerca de la
cual dejó constancia en el parte incorporado a la historia clínica. En
otro capítulo se ha transcripto dicho parte en su totalidad, de modo
que aquí se mencionan sólo los párrafos pertinentes:
06/02/18 23:33 hs Dra. Nélida Inés Puente 104630
Anestesiología). Parte anestésico.
[…]
Preparación del paciente: Se conectó al paciente a monitor de
ECG. Se conectó al paciente a monitor de Presión Arterial. Se
conectó al paciente a saturometría de pulso. Se realizó chequeo de la
mesa anestésica. Se utilizaron los accesos vasculares: acceso venoso
periférico (humeral izquierdo). Se utilizó anestesia: sedación,
utilizando cánula nasal. Ingreso del paciente a quirófano 06/02/18
17:15 hs. Monitoreo intraoperatorio: valores medidos FC 76 lpm, FR
10 rpm, PA 90/50, sat 99%. Fármacos utilizados en la inducción: 5
min Propofol 120 mg. Fármacos utilizados en el mantenimiento: 7
min Propofol 40 mg. Otros fármacos: 7 min Dexametasona 8 mg.
Fluidos administrados 5 min ClNa 0,9% 50 ml.
Eventos ocurridos durante el procedimiento: Sin antecedentes
patológicos en visita preanestésica. La misma se realizó previo
ingreso de la paciente a quirófano. Se verifica ayuno (mayor de 6 hs)
y estudios complementarios previos. Se explica el procedimiento y sus
riesgos, la paciente aceptó realizar el procedimiento. Signos vitales
al ingreso dentro de rango fisiológico. Se realiza inducción con la
droga descripta, con buena respuesta manteniendo signos vitales, con
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violación de un deber de cuidado por parte de la imputada en los
aspectos aquí tratados no resulten admisibles.
7.2.2. El equivocado diagnóstico por parte de Puente sobre
lo que estaba aconteciendo y las maniobras intentadas por ella,
contrarias a las que exigía el deber de cuidado en el caso para
evitar la muerte de la paciente.
La secuencia mencionada en el precedente epígrafe consiste, en
definitiva, en una hipótesis formulada por la querella en abstracto,
desprovista de una razonable consideración, conforme a la prueba
producida ante el tribunal de grado, del contexto y del cuadro de
emergencia en el que se suscitó el hecho, al igual que del escaso
margen de posibilidades de actuación en el que se vio inmersa la
acusada.
Al respecto, el a quo ha señalado diversas circunstancias que
describieron de modo razonable y adecuado a las pruebas que valoró
las aristas que debían ser evaluadas al suscitarse el episodio y el
ínfimo tiempo que transcurrió desde que se produjo la lesión en el
esófago hasta el fallecimiento de la paciente.
Así, no se ha controvertido que fue Puente, quien a partir de
notar la desaturación ocurrida en la paciente, puso en alerta sobre el
cuadro de crisis, al que describió, a su vez, como “abrupto”, esto es,
conforme a su acepción en lengua castellana,
“áspero, violento, rudo, destemplado”.
Dijo al respecto el a quo que “…tanto la acusada cuanto el
imputado Bialolenkier y la instrumentadora Frías, han indicado en el
debate que Puente fue quien advirtió al endoscopista acerca de la
desaturación, y le dijo que suspendiera el estudio. Fue ella, también
quien observó primeramente el enfisema de cuello y rostro de Pérez
Volpin, y ordenó a Frías que fuera a buscar a un cardiólogo…”.
Luego de ello, en línea con lo aseverado anteriormente, afirmó
el tribunal que “…ninguna de las pruebas oídas en el juicio ha sido
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perforación sino que la víctima había dejado de respirar y, tal como
lo constató la cardióloga Ramos al entrar al quirófano 2 ó 3 minutos
después de constatada la crisis, también estaba en paro cardíaco, de
modo que la recuperación de la vía aérea y el masaje torácico eran
tareas que no admitían demoras, sea cual fuere la causa del paro…”
–el resaltado me pertenece.
El a quo entendió así que el acierto sobre el diagnóstico en
cuanto al origen del paro cardíaco no resultaba una información
dirimente para la solución del caso, sino que la urgencia demandaba
poner el foco de atención sobre las vías respiratorias de la paciente y
la eventual recuperación del pulso cardíaco a través del masaje
torácico.
Es aquí en donde el análisis se realiza por el tribunal de grado
de modo razonable, de acuerdo al contexto probatorio y no en
términos abstractos, pues conforme se señaló en la sentencia “…
ciertamente, fuera de la situación de emergencia, y con el
conocimiento adquirido gracias a la autopsia y los posteriores
exámenes médicos, es más sencillo opinar acerca de cuál debería
haber sido el procedimiento correcto de todos los que procuraron
salvar a la víctima. De cualquier manera, aun cuando Puente –y
todos los demás médicos que participaron de las maniobras de
reanimación cardiopulmonar hubiesen dado con el diagnóstico
correcto, parece claro que todo procedimiento de salvataje era ya
inidóneo pocos minutos después de la manifestación de los primeros
signos de la crisis.
En el mismo orden de ideas, a fs. 679 los Médicos Forenses
informaron que ‘el drenaje de tórax es una maniobra avanzada
indicada en el colapso pulmonar. La gravedad del caso (neumotórax,
neumopericardio, neumomediastino y neumoperitoneo) no permite
afirmar que la realización de la misma resultara efectiva’…”.
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bilateral. Era un neumotórax bilateral más todo esto que estoy
describiendo ¿Era un elemento más que podía servir? Sin lugar a
dudas. También podía haber sido, como se puede pensar, una
traqueostomía. Para hacerle una traqueostomia a la paciente había
que tener reparos anatómicos. Traqueostomía no la hace cualquiera,
es una práctica quirúrgica que debe hacer una persona entrenada en
traqueostomías ¿Pero acá qué pasaba, además? No tenía reparos
anatómicos dado el cuadro de enfisema subcutáneo. Entonces, todos
estos elementos, hacen que todas esas chances, pequeñas chances tal
vez por el cuadro catastrófico como acabamos de declarar, hubiesen
sido coadyuvantes, pero no pensamos que hubiesen sido la solución
[…]…”.
A partir de lo transcripto se aprecia el yerro de la querella en
la hipótesis que presenta, pues no emprende ninguna crítica atendible
a tales razonamientos, ni a la relevancia que el a quo dio a los
elementos de juicio que valoró, de manera que no demuestra, en el
aspecto aquí tratado, que la sentencia carezca de fundamentación
suficiente.
Ello, más allá de las críticas que efectuó, pues aun con la cita
de lo expuesto en el juicio por otros profesionales de la salud,
tampoco acreditó que debía otorgarse, fuera de toda duda,
preeminencia a lo expuesto por aquellos en detrimento del contenido
de los dichos que valoró de modo expreso el sentenciante.
En la misma línea, el tribunal de grado explicó que existían
maniobras eventualmente efectivas para paliar el cuadro
cardiorrespiratorio, pero que podían ser advertidas –nuevamente,
bajo un marco ex post y sin considerar la urgencia y escaso tiempo
con que se contaba.
Dijo así el Sr. Juez de la causa: “…Los médicos forenses
estimaron que la posibilidad de sobrevida después de producido el
barotrauma, era de menos de diez minutos (ver fs. 351/413,
conclusión N° 6). Si se tiene en cuenta que la perforación se produjo
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particulares circunstancias del caso, contaba con una clara capacidad
de hecho para llevarlas a cabo.
Vale mencionar también otro argumento del tribunal, tampoco
refutado de manera suficiente por la querella, que lo llevó a descartar,
en lo analizado ahora, el incumplimiento de algún deber objetivo de
cuidado en el accionar de Puente.
En efecto, señaló el a quo que “…a ninguno de los médicos
que entraron al quirófano en la emergencia, se le ocurrió la
realización de otra maniobra distinta a la ventilación que estaba
intentado Puente –y luego la cardióloga Ramos y los terapistas. Se
trataba de médicos especializados en emergencias, que, ante una
paciente en paro cardiorrespiratorio, atinaron a instrumentar el
mismo procedimiento que estaba llevando a cabo la anestesióloga, al
punto que veintiocho minutos después de desatada la crisis, se
convocó al especialista en endoscopía infantil, Hugo Alberto Botto, el
cual, utilizando un laringoscopio especial, consiguió intubar a la
víctima.
El nombrado se refirió a los pormenores de dicho
procedimiento y, particularmente, a sus dificultades:
‘[…] Que pidió que le enchufaran la fuente de luz, tomó el
laringoscopio, sacó la máscara laríngea, aspiró material
sanguinolento y cuando vio la laringe, intubó. Que la paciente estaba
muy hinchada, llena de aire por todos lados, lo que hubiera hecho
imposible hacer una traqueotomía. […] Preguntado por el
diagnóstico que le indicaron, dijo que enfisema, que es fuga de aire
hacia el cuello, cabeza, piso de la boca y por todos lados porque el
aire busca los intersticios para escaparse. Dijo que aspiró contenido
sanguinolento de la boca para tener visión de la estructura de la
boca, lo que es muy importante sobre todo en una paciente con este
estado de hinchazón. Que la presencia de sangre indica un trauma en
la laringe, que provoca un sangrado. […] Dijo que el laringoscopio
que él utiliza tiene una particularidad que tiene una rama con el
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Sobre el punto se dijo en la sentencia que “…es evidente que
la circunstancia de que Bialolenkier no le haya hecho mención
alguna a una posible perforación en el procedimiento endoscópico, es
un elemento a tener en cuenta para quitar responsabilidad a la
anestesióloga. En efecto, aquí sí entraría a jugar el principio de
confianza, según el cual cada uno de los intervinientes puede suponer
que los restantes cumplirán debidamente su tarea. Es decir, frente al
silencio del endoscopista, sea que supiera que se había producido la
perforación, sea que no lo supiera (y no puedo afirmar que
efectivamente lo supiera), lógicamente, y aun cuando forme parte de
los riesgos propios de la endoscopía, Puente no sólo no debió
imaginarse una posible perforación, sino que, con toda razón, pudo
descartarla. Si quien está realizando una endoscopía con visión
directa de lo que va haciendo, no advierte a la anestesióloga que se
ha producido una perforación, ésta puede, con toda lógica, descartar
esa posibilidad…”.
La acusación particular, en contraposición a ello, alegó que los
profesionales que estudiaron el caso advirtieron que la sintomatología
era propia de una perforación.
Ahora bien, en similar andarivel argumental al que se hizo
alusión en los párrafos precedentes, la querella reincide en un análisis
ex post sin rebatir de manera fundada por qué no debería aplicarse el
principio aludido, cuestión que, de manera razonable se abordó en la
sentencia si se repara en la actividad que desempeñaba cada uno.
Esto es, endoscopista y anestesista, con el significado y la
implicancia que de ello podía derivarse en cuanto a la asignación del
carácter de jefe de equipo al primero, conforme se explicó en el
precedente acápite 5.4..
Por lo cual, en los términos planteados, Puente podría esperar
de manera atendible el cumplimiento del rol asignado a su colega y,
en todo caso, que le avisara si hubiese alguna complicación.
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que el cuadro que en pocos minutos llevó a la muerte a Débora Pérez
Volpin, se generó con la perforación esofágica y el inmediato ingreso
de aire a presión al mediastino, durante los minutos posteriores al
inicio de la video endoscopia, y antes de que la crisis se hiciera
manifiesta, es decir, cuando, como es evidente, la anestesióloga no
había realizado ningún intento de ventilación.
De acuerdo a lo que también han dictaminado los Médicos
Forenses, una vez manifestada la descompensación, era virtualmente
imposible revertir el severo cuadro que presentaba la paciente, de
modo que es factible afirmar que, aun cuando la imputada Puente
hubiese adoptado todas y cada una de las medidas recomendadas por
los peritos, igualmente la muerte se habría producido. Al prestar
declaración en el debate, los citados peritos oficiales fueron tajantes
al afirmar:
‘[…] que el cuadro se instala abruptamente y que el
procedimiento se tuvo que suspender por desaturación, bradicardia
que evoluciona al paro, lo que motiva el inicio de las maniobras de
reanimación. Sostienen que cuando aluden a que ocurrió de manera
brusca, que todo se hincha a un mismo tiempo (la cavidad torácica,
la cavidad periorbital, el subcutáneo) y en ese proceso entre aire al
cerebro. La describieron como una cascada fatal, que gana incluso al
orden de pensamiento de quien tiene que reanimar: cuando quiere
actuar, ya está instalado el aire en el cuerpo Y afirman: la
descompensación, desaturación y el paro fueron previos a las
maniobras de reanimación […]’…”.
De todo lo expuesto la recurrente no se ha hecho cargo en modo
alguno, en tanto, como ya se explicó, se limitó a insistir en plantear
una situación fáctica distinta a la verificada en autos con arreglo a la
prueba producida, y no ha conseguido refutar, en su análisis, la
pertinencia de los fundamentos brindados por el a quo para
reconstruir, con motivación adecuada, la real y por demás crítica
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para las partes acusadoras (CSJN, “Di Nunzio” –Fallos: 328:1108, y
en particular, “Valentini Rubén y Otros c/ s/calumnias e injurias
causa n° 4012”, V. 1097. XXXVIII. RHE, rta. el 27/12/2005).
En consecuencia, considero que corresponde, y así propongo
al acuerdo, declarar inadmisible el recurso de casación interpuesto por
la querella; sin costas (arts 444, 2do párrafo, 456, incs. 1º y 2º, 470 y
471–estos tres últimos a “contrario. sensu”–, 530 y 531 del CPPN).
8. Por los motivos expuestos, extiendo mi voto al acuerdo en
miras de rechazar los recursos de casación presentados por la defensa
del imputado Diego Ariel Bialolenkier y por la querella, y confirmar
la resolución impugnada en todo cuanto fue materia de recurso, sin
costas en esta instancia (artículos 470, 471, ambos a contrario
sensu, 530 y 531 del Código Procesal Penal de la Nación).
El juez Mario Magariños dijo:
I
En primer lugar, adhiero a la solución propuesta por el juez
Huarte Petite respecto del recurso de casación interpuesto por la
querella pues, tal como señala el colega, los agravios sólo trasuntan
una discrepancia con el pronunciamiento recurrido en punto a la
valoración de la prueba efectuada por el a quo, lo cual remite a
cuestiones no comprendidas en los motivos de casación del artículo
456 del Código Procesal Penal de la Nación. Por otra parte, no se
advierte, ni tampoco el recurrente logra demostrar, la arbitrariedad
alegada con respecto a la sentencia; al contrario, la resolución
impugnada cuenta con fundamentos razonables y suficientes.
Por ello, dado que el recurso que la ley procesal concede al
acusador, en lo relativo al aspecto aquí considerado, posee el alcance
establecido en el artículo 456, inciso segundo, del Código Procesal
Penal de la Nación, corresponde concluir que la impugnación
interpuesta debe ser considerada inadmisible (artículos 444, segundo
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observancia por parte del condenado de las exigencias impuestas por
las reglas que gobiernan la realización de la práctica médica, bajo
condiciones de estricta seguridad (en especial a partir de la
constatación de las características y de la zona en que se produjo la
primera lesión, así como también de las restantes heridas internas que
presentaba la víctima, lo cual da cuenta del proceder brusco en la
manipulación del endoscopio a pesar de las dificultades presentes al
introducirlo en el tracto digestivo, de la falta de atención a la pantalla
del monitor al tiempo que se avanzaba en la introducción del
endoscopio a través del esófago, y de la insuflación de aire luego de
provocada la perforación), se hace evidente en el caso el
quebrantamiento de aquellas condiciones de seguridad, de cuyo
cumplimiento dependía que la práctica médica se mantuviese en el
ámbito normativo de una actividad no prohibida (riesgo permitido).
Además, es ese conjunto de condiciones prohibidas por el
artículo 84 del Código Penal, introducidas por el comportamiento del
autor, el único con capacidad de explicar normativamente la
producción del resultado de muerte. En efecto, si se examina y
encierra a la totalidad de condiciones del resultado verificadas, desde
la perspectiva natural, y se reemplazan, de modo hipotético, sólo
aquellas normativamente prohibidas por las exigencias prescriptas por
la regla legal aplicable, la conclusión ineludible sería la no producción
del resultado (cfr. Jakobs, Günther, “Concurrencia de riesgos: curso
lesivo y curso hipotético en Derecho penal”, en Estudios de Derecho
penal, Civitas, Madrid, 1997, pp. 271 y ss.).
En cuanto a la pretensión de la defensa orientada a discutir la
atribución de responsabilidad a su asistido con base en una supuesta
inidónea ejecución de un curso salvador por parte de la médica
anestesista (cuestión correctamente descartada desde el aspecto
probatorio tanto en la sentencia del tribunal oral, como en el voto
precedente), conviene señalar que, al contrario de lo pretendido, ello
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Derecho Procesal Penal, RubinzalCulzoni, 20132, p. 243 y ss.; y José
Ipohorski, Inviolabilidad de la defensa de la persona y de los
derechos, en AA.VV. “Comentarios de la Constitucioń de la Nacioń
Argentina”, Jurisprudencia y doctrina: una mirada igualitaria”,
Editorial La Ley, T. II., p. 452).
Allí se sostuvo, sucintamente, que no es función de esta
instancia casatoria revisar cuestiones de hecho en aquellos casos en
los que la jurisdicción es promovida por el acusador, sea público o
privado, como sí lo es respecto del imputado, quien goza de un
derecho de rango constitucional a una revisión amplia e íntegra de la
sentencia condenatoria (arts. 8.2.h CADH y 14.5 PIDCyP; art. 75.22
CN; Observación General n° 32 del Comité de Derechos Humanos;
CIDH, “Herrera Ulloa c/Costa Rica”, del 2/4/04, y CSJN, “Arce”,
Fallos 320:2145, “Casal”, Fallos: 328:514, y “Duarte, Felicia”, del
5/8/14).
II. Asimismo, coincido con los magistrados preopiantes en
que los elementos de convicción colectados en el debate, prolijamente
descriptos y adecuadamente valorados en la sentencia, permiten
sostener con certeza apodíctica la reconstrucción histórica del hecho
juzgado y la participación del imputado, conforme los parámetros
desarrollados a partir de la causa nº 11375/2013/TO1/CNC1 de esta
Sala, caratulada “Mansilla, Pablo y otro s/ lesiones leves” (Rta.
16/7/2015, Reg. n° 252/2015), por lo que adhiero en lo sustancial a
sus consideraciones.
III. Por último, en punto a la motivación del juicio de la
sanción aplicada, considero que ese tramo de la sentencia también
luce adecuadamente fundado en circunstancias objetivas y subjetivas
específicamente previstas en el ley sustantiva –según se destacó en el
voto que abre el acuerdo–, a la vez que ha respetado la pretensión del
representante del Ministerio Público Fiscal (cf. causa “Sánchez
Villar”, reg. n° 1399/2019, y citas: L. Ferrajoli, Derecho y razón,
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Ante mí,
GUIDO WAISBERG
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