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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

II UNIDAD
TEORIA DEL ESTADO (PRIMERA PARTE)

SUMARIO: I. Concepto de Estado; II. Evolución del Estado en la Historia; III. Origen del
Estado; IV. Primer Elemento del Estado: El Elemento Humano; V. Segundo Elemento del
Estado: El Elemento Físico; VI. Tercer Elemento del Estado: El Elemento Político; VII.
Elementos discutibles

I. Concepto de Estado
(El vocablo Estado – Definiciones)

 El vocablo Estado

Se dice que la palabra “Estado” se utiliza por primera vez, por Nicolás Maquiavelo,
en su obra “El Príncipe” de 1515. En ella, se lee “Todos los Estados, todas las
dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres, han sido y son
repúblicas o principados”.
La verdad es que el concepto que tenía Maquiavelo acerca de lo que él entendía
por Estado, dista mucho de lo que hoy entendemos por tal. Para él, el Estado se
caracterizaba por el poder de dominación del soberano sobre sus súbditos, sin que ese
poder esté sometido a normas objetivas ni se trate de un poder institucionalizado. No
obstante ello, lo relevante para nosotros, es identificar a este autor como el primero que
habla de Estado.
Poco más tarde, Jean Bodin también reiteraría el uso de este vocablo en “Los seis
Libros de la República”, de 1576.
Ya se convierte en un concepto institucionalizado a partir de los Siglos XVII y XVIII,
destacando naturalmente como uno de los más notables autores en esta materia,
Montesquieu (“Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu”), y
su obra “El espíritu de las Leyes”.
Hoy esta denominación es ampliamente difundida y utilizada en todos los rincones
del orbe, salvo posiblemente Inglaterra, donde se habla de “The Crown” (la corona), como
referencia no sólo al rey, sino que al Estado inglés.

 Definiciones del término Estado

Como diría un purista, no nos interesa tanto saber qué es Estado, ya que “Estado”
simplemente es una palabra. Lo que nos importa en verdad es qué es aquello a lo que le
llamamos Estado, o sea, qué es el objeto sobre el cual recae la denominación Estado.
Por lo tanto, lo importante es centrarnos en el objeto mismo, más que en las
palabras que lo rodean. Y en esas circunstancias, nos avocaremos a revisar cómo los
autores han analizado este tema.

1.- Opiniones de los tratadistas

Los conceptos que los tratadistas nos aportan acerca del vocablo “Estado” son
posibles de clasificar en tres categorías, a saber: conceptos sociológicos o políticos,
conceptos jurídicos, conceptos deontológicos o finalistas1.
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Al respecto, hemos complementado el esquema propuesto en: CUMPLIDO CERECEDA, FRANCISCO y
NOGUEIRA ALCALÁ, HUMBERTO (1990): “Derecho Político. Introducción a la Política y Teoría del Estado”.

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(a) Conceptos Sociológicos del Estado.

También se les llama “conceptos políticos” del Estado. Se caracterizan porque


ponen especial énfasis en el Estado como una forma de sociedad, dotada de un poder
central que las dirige y gobierna. Por lo mismo, se remarcan los elementos sociedad o
poder (o ambos).
Dentro de estos conceptos, encontramos por ejemplo el de Georges Burdeau,
para quien el Estado es básicamente una forma de poder político, específicamente, el
poder político institucionalizado, por lo tanto dotado de una organización establecida y
que permite dirigirlo correctamente. De esta manera, el Estado aparece como una figura
que se diferenciará con claridad de las formas pre-estatales de poder, como el poder
difuso y el personalizado (siendo el poder difuso, aquél que se ejerce entre todos o por
todos, y el personalizado el que se ejerce mediante la mera voluntad de un caudillo o
cacique).
Carré de Malberg era de la opinión que el Estado se caracteriza por el Poder de
Imperio. El Estado, según él, es una comunidad de hombres fijada sobre un territorio
determinado y que posee una organización que posee una potestad superior de mando y
coacción.
Dentro de esta misma tendencia, figuran los autores creadores del socialismo
moderno, como son Marx y Engels. Para ellos, el Estado se define como una fuerza,
poder o violencia organizada, al servicio del interés de una clase social, que impone a
través del derecho y la coerción un ordenamiento de las actividades humanas al servicio
de dichos intereses. De esta forma, el Estado, nace como producto de la división de la
sociedad en clases y constituye un fenómeno transitorio que deberá desaparecer cuando
acabe el conflicto de clases, y sean reemplazadas las relaciones de producción
capitalistas, por las relaciones de producción socialistas. A partir de este momento, no
solo desaparecerá la lucha de clases, sino que también dejarán de existir las clases
sociales mismas, y por lo tanto, desaparecerá el Estado como poder político.
En último término, destacaremos la visión de Hermann Heller, quien establece
que el Estado “es una estructura duraderamente renovada a través de un obrar común
actualizado representativamente, que ordena en última instancia los actos sociales dentro
de un determinado territorio”. El Estado, por lo tanto, aparece como un grupo capaz de
dominar un territorio, revestido de una unidad soberana de acción y decisión. El Estado
posee un solo centro de poder político, que se ubica por sobre todas las demás unidades
de poder que existen dentro del territorio. Ahora bien, cuando en los hechos y la Historia,
se levanta una nueva fuerza de poder que niega la fuerza del Estado, éste tiene
básicamente dos opciones: o se somete coactivamente a esa fuerza, o bien se la
convierte en un órgano del poder estatal. O esa, en Heller, puede cambiar la titularidad del
poder o la forma del Estado, pero en esencia, mientras exista un Poder soberano y único
dentro de un territorio, entonces, estaremos en presencia de un ente al cual podemos
llamar Estado. Lo concibe, por lo tanto, como un fenómeno de convivencia organizada,
continuamente renovado por gobernantes y gobernados.
Como se aprecia, finalmente, los conceptos sociológicos del Estado aluden a dos
focos de atención claramente definidos: el Estado como cuerpo social organizado, y el
Estado como sociedad política dotada de un poder soberano (por tanto: sociedad y poder)

Cuadernos Universitarios de la Universidad Nacional Andrés Bello. Págs 81-91

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(b) Conceptos Jurídicos del Estado

En este caso, el énfasis se pone en la regulación normativa, esto es, en el


ordenamiento jurídico que estructura al Estado. Por lo mismo, el foco de atención en las
definiciones llamadas “jurídicas” se halla en el Derecho (ordenamiento Jurídico), o bien
entendiendo que el Estado es una “Persona Jurídica”.
El máximo expositor de esta postura es Hans Kelsen, para quien el Estado no es
una entidad natural, sino que proviene del mundo de las normas o de los valores. El
Estado, por esencia, “es un sistema de normas o la expresión para designar la unidad de
tal sistema”. El autor agrega que el Estado, como orden que es, “no puede ser más que el
orden jurídico o la expresión de su unidad”. En Kelsen, por lo tanto, Estado y
ordenamiento jurídico son la misma cosa, es la personificación de este orden.
En otro sentido, pero siempre bajo una conceptualización jurídica, Jellinek plantea
que el Estado es una “corporación”, por lo tanto una entidad de naturaleza jurídica y no
meramente social. Esta corporación “está formada por un pueblo, dotada de un poder de
mando originario y asentada en un determinado territorio”.
Una de las grandes dificultades de sostener la existencia y concepto del Estado
sólo sobre la base de un ordenamiento jurídico, es que se le quita de fuerza moral, de
finalidad, de objetivos. Según esta teoría, todo ordenamiento, aun aquel que sea arbitrario
y contrario a toda ética, aun aquel que ha nacido en corrupción, da origen a un Estado, y
por lo todo Estado es un Estado de Derecho.

(c) Concepto deontológico o finalista del Estado

Estas concepciones asignan al Estado una finalidad, una razón de ser, y por el
mismo motivo, deja de ser una simple agrupación humana dotada de poder o de
organización jurídica, como ocurre con las definiciones anteriores. A su vez, debemos
aclarar que bajo una concepción deontológico o finalista, no basta que el Estado “persiga
un fin”, sino que además, ese fin debe ser un fin noble, que se dirija al bienestar de todos,
esto es, que persiga el bien común.
André Hariou, por ejemplo, el Estado es “una agrupación humana fijada en un
territorio determinado y en la que existe un orden social, político y jurídico, orientado hacia
el bien común, establecido y mantenido por una autoridad dotada de poderes de
coerción”.
De esta forma, para Hariou, el Estado sólo existe cuando concurren cuatro
elementos que, unidos, logran formarlo: una agrupación humana, un territorio sobre el que
reside este grupo; un poder que dirige al grupo; y finalmente un orden económico, social,
político y jurídico) orientado hacia el bien común.
Finalmente, citamos a Luis Sánchez Agesta, quien se refiere al Estado, como una
“comunidad organizada en un territorio servido por un cuerpo de funcionarios y definido y
garantizado por un poder jurídico, autónomo y centralizado que tiende a realizar el bien
común, en el ámbito de esa comunidad”.

2.- Un concepto utilitario

Sin desmerecer la opinión de tantos autores destacados, se nos hace necesario


encontrar un concepto útil, que nos permita trabajar con él.

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Para ello, podemos recurrir a los elementos constitutivos del Estado, para lo cual
debemos señalar que algunos de estos componentes son indiscutidos, y otros discutibles,
ya que no son aceptados por todos los autores.
Indiscutiblemente, son elementos del Estado:
 El elemento humano (pueblo, nación o población)
 El elemento espacial o físico (el territorio)
 El elemento político (la soberanía o el poder político)

A estos elementos “indiscutidos”, algunos autores agregan los siguientes elementos:


 El elemento jurídico (el ordenamiento jurídico o Derecho)
 El elemento finalista (la búsqueda del bien común)

Más adelante, volveremos sobre este tema para desarrollarlo con mayor detalle.
De esta manera, valiéndonos de los elementos antes señalados, podemos
encontrar un concepto utilitario de Estado, y así podemos decir que es “la organización
política de un grupo humano, establecido en un territorio determinado sobre el cual
se ejerce un poder soberano”. Si a esta definición básica, quisiéramos agregarle los
elementos jurídicos y finalistas debiéramos complementarla en el siguiente sentido: “el
Estado es la organización política de un grupo humano, establecido en un territorio
determinado sobre el cual se ejerce un poder soberano, que cuenta con un
ordenamiento jurídico que lo regula y que busca el logro del bien común”.
Esta definición pretende ser un concepto estrictamente práctico, como herramienta
de trabajo para nuestros próximos estudios.

II. Evolución del Estado en la Historia


(Introducción – Antigüedad – Edad Media – Renacimiento – La Modernidad –
Época Contemporánea – Últimos sucesos)

 Introducción

También será interesante revisar cómo ha evolucionado el Estado a lo largo de la


Historia. No abordaremos los fenómenos pre-estatales de las primeras civilizaciones, ya
que en verdad carecen de estabilidad y fuerza institucional. Se trataba más bien de
grupos conducidos por caudillos, a quienes regularmente se le daba un carácter divino o
semidivino.

 La Antigüedad

En el período antiguo, podemos hacer mención a tres grandes civilizaciones:

1.- Egipto

Existía un soberano, desprovisto de un ordenamiento jurídico que lo regulara, no


existía una estructura organizativa basada en principios de carácter jurídico, sino más
bien de tipo religioso. No se advierte el cumplimiento de un fin determinado, sino que lo
que une a los egipcios son el culto y respeto a un rey o faraón a quien se le seguía sin
espíritu institucional alguno.

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2.- Grecia

La antigua Grecia se encontraba organizada sobre la base de Ciudades-Estados


denominadas “Polis” (poleis), y son un evidente avance histórico, puesto que son
organizaciones que cuentan con una institucionalidad mucho más clara. Al tener un
territorio pequeño y un espacio reducido (no eran imperios de vasta extensión), la
administración del mismo se facilitaba.
Incluso, dos de sus polis se utilizan como ejemplos de modelos históricos de
gobierno. Así, la Democracia se asocia a Atenas, mientras que la Aristocracia, a Esparta.
No pueden ser consideradas jurídicamente como Estados, especialmente por el
hecho que se trataban de unidades muy pequeñas incomparables frente a una realidad
estrictamente estatal. Además, no se aprecia un ordenamiento jurídico objetivo que
constituyera una realidad normativa relevante, y tampoco estaba muy diferenciados los
ámbitos propios de lo jurídico y lo moral.
Lo que finalmente llega a ser distintivo del sistema griego es el respeto y apego a
las decisiones políticas adoptadas por sus gobernantes, lo que demuestra la enorme
cultura política de sus ciudadanos. A tal punto llega esta sensación de respeto al poder,
que Platón y Aristóteles identificaron a la política con la idea de la virtud.

3.- Roma

En la época de la Monarquía (753 AC a 510 AC), se puede destacar el hecho que


sus gobernantes (reyes) eran electos por la Asamblea curiada, pero en un sistema de
doble votación: primero se aceptaba o no el nombre que había propuesto el Senado
romano. De ser votado favorablemente, debía procederse nuevamente a una segunda
votación en la misma Asamblea curiada. Si bien no se tiene muy clara la razón de esta
doble votación, se ha entendido que la primera era una decisión civil y política, mientras
que la segunda tenía por objeto obtener la ratificación de los dioses. Sólo si éstos querían,
entonces la Asamblea iba a ratificar su anterior decisión.
El poder por lo tanto tiene poco de institucional, y se asocia más bien a lo religioso,
por lo que tampoco podemos hablar de un Estado como poder político civil.
Bajo el período de la República (509 AC – 27 AC), Roma vive un sistema mixto de
gobierno –como habría dicho Aristóteles-, ya que cuenta con elementos democráticos
(Tribunado de la Plebe), aristocráticos (Senado) y monárquicos (Consulado).
Finalmente, el Imperio (27 AC – Siglo V), es el modelo que más aporta a la idea
de Estado, a saber:

- en cuanto al derecho, cuenta con un modelo jurídico propio, aun cuando el ámbito
de lo privado tenía una mucho mejor y detallada regulación que el ámbito público;
- en cuanto a la administración, tenía una organización compleja y ordenada, que
le permitía imponerse no sólo en la Roma central, sino que además en todas sus
colonias. Sin embargo esta transculturización que se produjo entre los romanos y
los pueblos sometidos, produjo una alteración gradual del modelo, hasta que
terminó decayendo absolutamente;
- en cuanto al desarrollo de las ideas políticas, se reconoce la figura de Polibio,
quien plantea el Ciclo Fatal de la Política, según el cual todas las culturas están
destinadas a pasar por etapas históricas, iniciándose (1) con una monarquía (ya
que todas los grupos humanos originalmente son guiados por un caudillo). El
monarca (o sus continuadores) se corrompe pasa a (2) ser una tiranía; tirano que

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más tarde es derrocado por un grupo de virtuosos generándose una (3)


aristocracia, los cuales son reemplazados por sus herederos a quienes sólo les
importa el dinero, transformándose en una (4) oligarquía. Ante el disgusto de la
población, ésta arrebata el poder a los corruptos e impone una sana (5)
democracia, la cual decae sola debido a que el pueblo no tiene la cultura suficiente
para sustentarla, generándose (6) demagogia y caos civil. Este desorden sólo
podrá ser resuelto por un líder que genere autoridad, iniciándose nuevamente el
ciclo, en una nueva monarquía.

 La Edad Media

En general, durante estos largos mil años, no se advierten aportes a la historia del
Estado, de gran relevancia.
Con la caída del Imperio Romano de Occidente a manos de los pueblos
germánicos, Europa se divide en pequeñas unidades organizadas sobre la base de
sistemas básicos que seguían las tradiciones bárbaras.
Por lo demás, la gran influencia de la Iglesia impidió que se generara un poder civil
relevante, siendo aquélla la llamada a fomentar la unión y la trascendencia de los pueblos.
Especialmente en la Alta Media, el modelo feudal es preponderante, mientras que el
Rey, decae notablemente en su poder. Ya en el Siglo XI, con la Baja Edad Media, la
situación comienza a revertirse, reforzándose el poderío del monarca, y naciendo una
pujante burguesía, al amparo de la actividad económica y artesanal.
Dos autores que destacan especialmente en esta época de la Historia fueron San
Agustín y Santo Tomás de Aquino.
San Agustín cristaliza la línea de pensamiento conocida como “idealismo cristiano”.
En su principal obra “La Ciudad de Dios”, señala que quien gobierne deberá ajustarse a
los mandatos divinos, de manera de crear precisamente aquello: una ciudad de Dios. En
caso contrario, se creará una “ciudad mundana”, cercana a los placeres, y que la
conducirá a la perdición y al demonio mismo.
Por su parte, Santo Tomás de Aquino, nos lega entre otras muchas cosas, la
distinción de cuatro clases de leyes:
(1) la ley eterna, que es la ley universal, por la que Dios ordena todo lo creado;
(2) la ley natural, que es la impresión que deja en el Hombre esta ley eterna;
(3) la ley divina, compuesta por los diez mandamientos que conducen al ser
humano al bien; y
(4) la ley positiva, que es aquella que elaboran los hombres y que busca siempre
el bien común.

También merece destacarse en este autor, el derecho a rebelión de los súbditos


cuando su gobernante deja de conducir al pueblo por la senda del bien común. En tal
caso, los ciudadanos no sólo pueden dejar de acatar las órdenes de su soberano,
cayendo en la resistencia o desobediencia, sino que además, se les genera la posibilidad
de derrocar al injusto, aun cuando en ningún caso está permitido el magnicidio.

 El Renacimiento

Como bien sabemos, con la caída del Imperio Romano de Oriente, se inicia la
época moderna, pero justo en este período de cambio cultural, tiene lugar el exquisito
movimiento social, cultural y artístico conocido como Renacimiento.

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En este período, la Política comienza a perder su sello religioso impregnado por la


Iglesia en la Edad Media, y comienza a convertirse en algo más pragmático.
En esta línea, quien más destaca es Nicolás de Maquiavelo, en cuya obre “El
Príncipe” (1515), analiza básicamente el fenómeno del poder, cómo obtenerlo y cómo
perdurar en él. Así por ejemplo, plantea que si bien el poder puede lograrse por armas
ajenas (como por herencia o por riquezas) o bien por armas propias (la virtud), pero
agrega que hay mucho más posibilidades de mantener el poder cuando se alcanza por los
propios medios.
Respecto de cómo mantener el poder, el autor da diversas recetas, como la
eliminación de las dinastías vencidas (el rey debe aniquilar absolutamente a quien ha
arrebatado el poder); una buena relación con el ejército (conviviendo con las tropas,
viajando a los territorios ocupados; pero por sobre todo, generando temor en sus súbditos.
El temor, dice Maquiavelo es como el amor, pero en la política es más duradero, ya que
permite mantener el poder por más tiempo. Este temor que debe propiciar no debe en
ningún caso, eso sí, llegar a obtener el odio o el desprecio de su pueblo, ya que eso
también es peligroso.
No obstante la enorme influencia de esta autor pragmático, también se levanta la
corriente Humanista, apegada siempre a la religión, pero centrada en mayor medida en el
Hombre. Destaca principalmente Tomás Moro (La Utopía), y Erasmo de Rótterdam (El
Elogio de La Locura). Por otro carril, corre también la corriente de pensamiento
protestante derivada de la Reforma, encarnándose principalmente en Martín Lutero e
Italo Calvino, como sus principales expositores. Lo relevante en el pensamiento
Humanista y Protestante fue la atención especial que se le dio al Individuo, rescatando su
dignidad y trascendencia, por lo que ambas corrientes representan un hito importante en
la historia, por ejemplo, de la protección de los Derechos Humanos.
Respecto del modelo político renacentista, se caracteriza por la presencia de un
Rey dotado de un poder importante, preocupados de reforzar su presencia territorial sobre
la base de la creación de nuevos imperios, como lo sucedido con España y Portugal. Se
produce la unificación de los Estados, en un período post feudal que significó el término
de estos micropoderes, y el alzamiento de una corona poderosa e inmensamente rica.

 La era moderna

Esta época se extiende desde la Caída del Imperio Romano de Oriente (Siglo XV),
hasta la Revolución Francesa.
Esta época se caracterizó por la existencia de un poder real incontrarrestable,
período conocido como el del Absolutismo Monárquico, donde el poder del rey era
ilimitado, y que se extendió hasta fines del siglo XVIII, salvo en Inglaterra donde se
reemplazó este sistema por el de monarquías constitucionales, con anterioridad.
El rey absoluto se alza como un soberano con poderes ilimitados, y que se ejerce
en todos los ámbitos estatales, así ejercía las potestades ejecutivas, económicas, era a su
vez legislador y juez supremo, y dirigía las fuerzas que intentaban extender los
imperialismos europeos por el mundo.
Económicamente, se vive el período conocido como mercantilismo, donde los
diferentes Estados intercambiaban sus productos, básicamente con el objetivo de
acumular riquezas. Sin embargo, esta actividad incentiva también algunos polos
industriales –como Inglaterra-, quien gana terreno frente a otras potencias, como España,
la cual sólo participa del mercado europeo vendiendo materias primas provenientes de
sus posesiones en América y otras latitudes.

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En esta época, muchos autores buscaron justificar el poder real, con diversas
teorías, destacando en este punto, el nombre de Jean Bodin, quien en “Los seis Libros
de la República” de 1576, quien desarrolla por primera vez la doctrina de la Soberanía, lo
cual realiza abordando básicamente dos grandes temas: el poder real, y la teoría de los
derechos de la majestad. Por el primero, Bodin justifica el poder absoluto de los
monarcas, y en el segundo, desarrolla el conjunto de atribuciones que se originan en
dicho poder, las cuales aparecen en su teoría como verdaderas facultades de origen
jurídico, y ya no provenientes de la mera arbitrariedad o capricho del gobernante.
Otro autor que intenta justificar el absolutismo es Thomas Hobbes, quien en su
obra Leviatán, recurre a una figura contractualista para explicar que los hombres hemos
renunciado a nuestro poder y derechos para entregarlos íntegramente a un Estado que
nos dirige. Sobre este autor, haremos referencia más adelante.
Las grandes guerras originadas en esta época, y el alto costo de los viajes y las
conquistas, exigieron a los reyes, obtener financiamiento por parte de los miembros de
una burguesía pujante, que había estado forjándose bajo el desarrollo de actividades
artesanales, industriales y mercantiles. De esta forma, se va acrecentando la influencia
de esta nueva clase, quien comienza a interesarse también en alcanzar el poder,
desplazando a una aristocracia, cada vez más corrupta y que estaba sosteniendo su
poderío solo en sus influencias con el monarca, y en sus títulos nobiliarios.

 La época contemporánea

La llamada “época contemporánea” se inicia con la Revolución Francesa de


1789, con la que se le pone término al sistema absolutista y se inicia un gobierno en
manos del pueblo, y donde las ideas de la Ilustración motivaron el nacimiento de un
ordenamiento jurídico objetivo –y no dependiente exclusivamente de la voluntad del rey-
que se origina en la razón humana, y que pasa a ser obligatorio tanto para gobernantes
como para gobernados.
La revolución francesa no solo significó una rebelión frente al Poder Político del
Rey, sino que además es un ataque al poder religioso de la Iglesia, secularizándose el
poder estatal.
Entre los autores que de alguna forma significaron un aporte a las ideas
libertarias se encuentra Montesquieu, quien con su teoría de la separación de los
poderes, advirtió la necesidad que cada uno de ellos, estuviera radicado en personas o
instituciones diferentes, y no en una sola persona como ocurría hasta entonces (“El
espíritu de las leyes”). También tuvo gran influencia, Jean Jacques Rousseau (“El
Contrato Social”), quien sostenía el poder del Estado nacía de la voluntad soberana del
pueblo, cuyos miembros voluntariamente celebraban una especie de pacto que daba
origen al Estado.
Paralelamente, en Norteamérica, también se iniciaban movimientos libertarios,
que derivaron en su Independencia (declarada el 4 de julio de 1776) basados en el
poder de las colonias, destacando figuras como la de Benjamín Franklin, y Thomas
Jefferson, todo lo cual fue narrado por el francés liberal Alexis de Tocqueville, en su
magnífica obra “La democracia en América” (1835-1840)
También en la era contemporánea se desarrollaron las dos ideologías
fundamentales que han ordenado el mundo político hasta la fecha, como son el
Liberalismo y el Socialismo. El primero, se caracteriza por un sistema donde se
atendía a la libertad de las personas en sus diferentes ámbitos (religioso, económico,
político), en el derecho de propiedad, donde entre sus grandes figuras se cuentan John

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Locke, Adam Smith y yo las citados Montesquieu, Rousseau, Tocqueville y Franklin. El


socialismo, en tanto, encarnado en Marx y Engels representaba una mayor
preocupación centrada en las clases sociales, y en la opresión de las clases altas sobre
las menores, produciéndose una alienación del oprimido, se postula la lucha de clases y
la necesidad que el proletariado tome el control de los medios de producción y del poder,
para luego hacer desaparecer el Estado, el cual solo se explica como un fenómeno de
dominación de una clase respecto de otra.
Estas dos ideologías, manifestadas en modelos reales, llevó a que el Mundo se
separara durante más de cuarenta años, en dos grandes bloques, especialmente
después de la segunda guerra mundial, generándose una carrera armamentista sin
grandes episodios bélicos entre ambas potencias (“guerra fría”). Esta bipolaridad estaba
representada por el bloque capitalista, formado por la Europa Occidental, Estados
Unidos de América y Japón, mientras que el bloque socialista estaba compuesto por
gran parte de la Europa Oriental, Rusia y China, mientras que los países que formaban
parte del llamado Tercer Mundo, normalmente se alineaban en uno u otro bando, según
diversas opciones.
Con la caída del Muro de Berlín, los grandes bloques tienden a desaparecer,
generándose aparentemente un único gran modelo político y económico a seguir, como
sería el del Capitalismo Democrático. Sin embargo, la Historia última nos ha demostrado
que en verdad existe un fenómeno multicultural que no se debe desatender, y que ha
ocasionado choques abruptos de culturas, como ha ocurrido en algunos países de
Oriente Medio, Latinoamérica (Venezuela, Cuba, Bolivia), y China.
En la actualidad, prácticamente nadie desconoce la real importancia del Estado
como organización estatal, y como modelo jurídico-político a ser implementado en una
sociedad. El Estado, por lo tanto se ha consolidado conceptualmente y como estructura
real incontrarrestable.
No obstante ello, bien vale la pena mencionar dos circunstancias que han llevado
a reconocer la existencia de un Estado, cuyo poder soberano se ha visto limitado en los
últimos tiempos. El primero, son las figuras de integración internacional, como la
Comunidad Europea o el MERCOSUR, por medio de la cual, cada Estado ha renunciado
a parte de su soberanía, delegándola en instituciones supranacionales con
competencias suficientes para decidir en materias económicas, legislativas y políticas. Y
el segundo, es el respeto por los derechos fundamentales de la persona humana,
derechos que no sólo significan una restricción al ejercicio del poder soberano, sino que
además se constituyen como el motor y fin último del Estado.

III. El Origen del Estado


(Problema Inicial– Teorías Naturalistas – Teorías Realistas
– Teorías Contractualistas)

 Problema inicial

Lo que estudiaremos a continuación no tiene que ver con identificar el momento


histórico preciso en el que nacieron o se originaron los Estados, sino más bien entender
cómo se crea un Estado en una sociedad cualquiera, vale decir cómo se produce la
circunstancia en que en un grupo humano pasa a organizarse estatalmente.
Si bien son muchas las teorías que intentan explicar este fenómeno, hoy en día las
más respetadas son las llamadas teorías contractualistas que suponen que el Estado

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nace en virtud de un acuerdo entre todos los miembros de una comunidad. A estas
teorías se unen muchas otras. Nosotros estudiaremos también las naturalistas y las
realistas.

 Teorías Naturalistas

Estas teorías, más bien, tienen relación con la fijación del momento en que nace
en los seres humanos, la necesidad de vivir en sociedad y de organizarse políticamente.
Dentro de los autores que asumen esta teoría destacamos a Aristóteles y a Santo
Tomás de Aquino.

1.- Aristóteles

Aristóteles, en “La Política”, postulaba que el Hombre es “sociable por


naturaleza”, que necesariamente va a vivir en comunidad y que así lo ha hecho siempre.
Pero además, el filósofo griego aseguraba que el Ser Humano es “un ser político”,
vale decir, no sólo siente la necesidad de vivir con otras personas, sino que además por
su propia naturaleza, tiende a vivir en una sociedad organizada políticamente.
Por estos motivos, Aristóteles era de la idea que el Hombre estaba destinado, por
su propia naturaleza a vivir en la polis, al punto tal de afirmar que “sólo una bestia o un
dios puede vivir fuera de la polis”. O sea, para poder vivir fuera de una comunidad
organizada (Polis), o se era mucho más que un ser humano (un dios), o mucho menos
que un ser humano (una bestia).
Como se aprecia, para este autor, el Estado –la Polis, en términos griegos– no
nace por decisión de sus miembros. No es que las personas que la conforman lleguen al
acuerdo de dar forma a esta organización política.
Lo que sucede, en definitiva, es que existe una tendencia natural e irreversible en
cada Hombre en orden a organizarse políticamente.
Por este motivo, es que el pensamiento aristotélico se identifica como naturalista,
toda vez que en verdad, el Estado nace por la sola naturaleza humana, la cual
irremediablemente motivará a las personas para que generen una organización política
que los cobije.
Tal es la importancia del Estado para Aristóteles, que según él, el Estado está
naturalmente por sobre la familia y sobre cada individuo, advirtiendo que siempre el todo
es superior que la parte, ya que una vez destruido el todo, ya no hay partes. Por ello,
cuando un cuerpo se destruye, ya no hay pies ni manos, no queda nada.

2.- Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás, digno heredero del pensamiento de Aristóteles, y seguidor de sus


postulados, reitera los mismos principios por él expuestos, e insiste que el Estado nace
naturalmente, y que ello deriva de la propia condición social del Hombre.
El señala que al Ser Humano le es natural vivir en sociedad, y que es a su vez, es
necesario y natural que entre los integrantes de esa sociedad surja un gobierno que los
rija y dirija.
La gran diferencia con las ideas aristotélicas, es la carga religiosa que impregna
Santo Tomás en su obra. Dentro de las Leyes Eternas que crea Dios y que abarca todo lo

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creado, parte de ellas quedan insertas en el alma humana, las cuales se denominan Ley
Natural.
Así, Tomás de Aquino complementa la teoría de Aristóteles, señalando que este
Estado que surge producto de la sola naturaleza humana, deberá dictarse su propio
ordenamiento, al cual denomina Ley Positiva, las cuales en todo caso deberán ser
expresión de la Ley Natural, con lo que en definitiva, sigue manifestándose el orden divino
proveniente de la Ley Eterna.
Desde ese punto de vista, quien se encuentre dirigiendo al Estado se vincula por
dos vías con Dios: por una parte adquiere su poder por voluntad divina, y además resulta
ver su poder limitado por los contenidos de la Ley Natural, la cual también proviene de
Dios. En caso que así no lo haga, tal como lo vimos, nace en los subordinados, el derecho
a desobedecer y a rebelarse en contra de su gobernante.

3.- Germán Bidart Campos

Este autor argentino, ya en pleno Siglo XX parece reeditar las ideas aristotélico-
tomistas, agregando que no sólo el Hombre tiende hacia la vida en sociedad, sino que
además, la convivencia se politiza, ya que de otro modo, la propia sociedad se moriría, se
disolvería, producto del caos y la anarquía.
De este modo, tratando de simplificar su lenguaje, Bidart Campos agrega que la
convivencia social no puede prescindir de “de una jefatura, de una dirección, de un
rectorado”. Así, se reiteran las ideas antes estudiadas, pero se renuevan y mantienen
vivas en los términos planteados.

 Teorías Realistas

Según estas doctrinas, hay Estado cuando un grupo de individuos ejerce poder
sobre otros de manera más o menos estable. O sea, el Estado nace por el solo hecho de
ejercerse un poderío o soberano de unos sobre otros.
Estas doctrinas no se ocupan de los elementos jurídicos, ni menos de la
legitimidad o auctoritas, o sea, no se indaga el por qué los miembros de la sociedad
deban obedecer a quienes detentan el poder.
Lo único que interesa es el poder político que una persona o que un grupo de
personas ejerce sobre otras personas.
Por lo tanto, el Estado dejar de ser algo “natural”, que “nazca solo” conjuntamente
con el Hombre, sino que necesariamente es una obra posterior, es una creación del
Hombre, creación que tiene su origen en el ejercicio del poder.
Dentro de estos autores, podemos mencionar a León Duguit y a Karl Marx.

1.- León Duguit

Este autor entiende que en un sentido más general, la palabra Estado designa
cualquiera sociedad humana donde exista una diferenciación política, es decir, una
diferenciación entre gobernantes y gobernados.
De esta manera, el Estado nace como un hecho de fuerza, tiene un origen fáctico
basado en la existencia de un grupo o persona que ejerce preponderancia política sobre
los demás. Ahora, cómo nace esta circunstancia fáctica, no es relevante, y puede surgir
de diversos modos.

11
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

Lo realmente importante es que identificado un fenómeno de poder, entonces hay


Estado. Por ese motivo, para Duguit, el Estado es una realidad histórica, un presupuesto y
no una entidad jurídica.

2.- Karl Marx

El Estado tiene su origen en la división de la sociedad en clases 2. La autoridad del


Estado es necesaria para evitar que los conflictos entre clases no destruyan la sociedad.
El Estado, por lo tanto no es una institución que busque la unión o la coordinación entre
los sujetos, sino que su única misión es la de permitir que la clase dominante oprima a la
otra.
Para Marx (“El Capital”, 1867), no solamente el Estado es herramienta de
dominación, también lo es el control de los medios de producción, el derecho de
propiedad, e incluso la religión (“el opio del pueblo”).
Por ese motivo, el proletariado, que es la clase oprimida por la clase capitalista,
deberá apropiarse del poder por la fuerza (“lucha de clases”), y ser ahora ella la que
oprima a la burguesía hasta destruirla (“dictadura del proletariado”). Por su parte, en la
fase superior del comunismo, cuando ya el pueblo se haya hecho del poder y haya
logrado la dominación de la burguesía, entonces ya no será necesario el Estado –no
habrá nadie a quien reprimir– el cual morirá de forma natural.
Más tarde, Engels, reafirmaría esta postura, indicando que “el Estado no ha
existido eternamente. Al llegar a una determinada fase del desarrollo económico, que
estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo
que el Estado se convirtiera en una necesidad. Ahora nos acercamos con paso veloz a
una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no solo deja
de ser una necesidad, sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción.
Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la
desaparición de las clases, desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad,
reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de la asociación libre e
igual de productores, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de
corresponder: el museo de las antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce”.
Como se aprecia, en Marx y Engels (también opinaría lo mismo, Lenin más
adelante), el elemento fuerza, poder o dominación son imprescindibles para explicar elñ
nacimiento y sustento del Estado, pero a su vez, lo proponen como una organización
pasajera, ya que entienden el fenómeno social sólo como la lucha por los medios de
producción (“dialéctica real”, o sea, dialéctica de los bienes, de las cosas), o sea, centrada
esencialmente en aspectos más económicos que políticos o éticos.

 Teorías Contractualistas

Aunque anteriores a las teorías realistas, hemos procedido a analizar al final, las
teorías basadas en el contractualismo, precisamente por su gran importancia y
trascendencia, y por ser aun consideradas vigentes en la teoría política actual.
El término “contractualismo” proviene de la palabra contrato, o sea, de un acuerdo
de voluntades entre varios sujetos, del cual se originan derechos y obligaciones.
Para los autores que analizaremos a continuación, los Hombres viven
originalmente en una vida natural, sin organización alguna, a la cual, cada uno, le llaman
“estado de naturaleza”. A partir de ello, los Estados nacen como consecuencia de
2
CUMPLIDO CERECEDA, FRANCISCO y NOGUEIRA ALCALÁ, HUMBERTO (1990), op. cit., pág. 247

12
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

acuerdos o contratos celebrados entre los diferentes miembros de la sociedad, quienes,


sobre la base de intereses diferentes (según el autor específico del que se trate), asumen
el compromiso de vivir en una sociedad organizada y dan origen al Estado.

1.- Thomas Hobbes

Es el primer contractualista relevante.


Hobbes, en su obra Leviatán (de 1651), describe al monstruo, precisamente
llamado de esa forma: Leviatán. Este es un gigante enorme que está compuesto por
personas que, aglomeradas una sobre otra, le dan vida. Este engendro sólo se alimenta
de seres humanos, los cuales una vez que son ingeridos por él, lo que hacen es darle
mayor tamaño aun, y mayor ferocidad que su sola presencia inspira. Así de poderoso,
logra generar terror en la población, la cual se ordena y actúa debidamente, para no ser
devorados.
Pero este Leviatán y este orden, no surge solo.
Antes de él, el Ser Humano en sus orígenes, convive con los demás sin importarse
unos con otros, y solo interesados en el propio abastecimiento.
Esta primera fase en la que vive el Hombre (“estado de naturaleza”) está
caracterizada por la anarquía, el desorden y el caos, y por lo mismo, el ser humano
buscará fundamentalmente preservar su vida, ya que le teme a la muerte, defenderá
entonces su integridad corporal y su capacidad reproductiva.
A su vez, para defender estos bienes tan queridos por él, el Hombre gozará de lo
que Hobbes llama “derecho de naturaleza”, que consiste en la libertad que cada uno
posee, para preservar su propia vida, y para ello, podrá realizar todo lo que su propio
juicio y razón le aconseje como apropiado. Este derecho de naturaleza le permitirá al
individuo incluso, dar muerte a otro, ya que solo estará gobernado por su propia razón
pero no queda sujeto a ninguna ley externa.
Por este mismo motivo, si bien cada uno tiene el derecho a defender su propia
vida como sea, también vive en continuo riesgo y peligro, ya que cualquiera puede
arrebatarle su propia existencia. De aquí que Hobbes diga que el hombre “es el lobo del
hombre”, o sea, su propio depredador, y que no tiene ningún signo de bondad, cuando se
trata de tomar lo que quiere y le pertenece.
Pero como el Hombre está dotado de razón –que, como dijimos, es la única ley
que lo gobierna-, ésta lo guiará a descubrir ciertas Leyes Naturales, dentro de las cuales
se encuentra aquella que lo insta a buscar la paz, para su propia subsistencia, porque de
lo contrario morirá.
Producto de la razón, entonces, el Hombre buscará asociarse con los demás,
renunciando a todos sus derechos, y todo esto en la búsqueda de la Paz, que será la
única que le permitirá mantener su vida ya que, recordemos, el ser humano le teme a la
muerte.
Esta voluntad de asociarse se expresará a través de un Pacto Social, el cual será
fruto de la razón y no de la naturaleza, distanciándose pues de la tradición aristotélica que
entendía que el surgimiento de las polis era espontáneo y fruto de la naturaleza misma del
Hombre.
El Pacto Social3 del que habla Hobbes, tiene las siguientes características:

3
La Cláusula que contendría este contrato diría lo siguiente, según Hobbes: “Autorizo y concedo el derecho
de gobernarme a mí mismo, dando esa autoridad a este hombre o a esta asamblea de hombres, con la
condición de que tú también le concedas tu propio derecho, de igual manera”.

13
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

a) es un acto de voluntades, donde cada uno con cada uno se obligan a designar
entre todos a un hombre o asamblea de hombres, a quien se le otorgará el
derecho a representar a todos, o sea, se convertirá en su representante;
b) es un pacto que sólo opera si todos lo aceptan, nadie puede quedar fuera;
c) significa una transferencia perpetua que los individuos hacen de todas las cosas
que se tienen producto de su libertad ilimitada original, o sea, hay una renuncia
total de sus propios derechos;
d) en virtud de este pacto, todos se obligan a respetar a las leyes que acuerden, las
cuales obedecerán siempre a la razón, las cuales tenderán esencialmente hacia el
logro de la paz;
e) se trata de una entrega total de las libertades a este representante, pero además,
se trata de un acuerdo irrevocable, o sea, no hay posibilidad de volver al estado
de naturaleza original, ya que eso significaría la desaparición del cuerpo social;
f) quien intente salir del Pacto Social, será severamente castigado, mediante el
empleo de la coacción.

Así surge entonces, el Leviatán, que no es otra cosa sino el Estado mismo, una
entidad que se forja por la unión de todos, y que es capaz de generar un terror tal, que
nadie está en condiciones de desobedecerlo. De este modo, se mantiene la paz, y la
fuerza queda monopolizada en manos de este nuevo ser que nace.
En términos relativamente similares, Emmanuel Kant plantearía en el Siglo XVII, un
estado de naturaleza también caótico, donde existe la amenaza permanente para cada
uno de los sujetos que la componen. Sin embargo, a diferencia de Hobbes, la celebración
del pacto aparece como una necesidad moral y no de supervivencia. En este pacto, las
personas renuncian a su libertad exterior, pero la recuperan cuando son capaces de vivir
en sociedad y obedecen las leyes que se han fijado.

2.- John Locke

Casi cuarenta años después, nace una nueva visión contractualista del origen del
Estado.
En su obra “Dos tratados sobre el Gobierno Civil” (específicamente en el “Segundo
Ensayo sobre el Gobierno Civil” de 1690), analiza el nacimiento del Estado, y el estado de
naturaleza en la que se encuentran los Hombres antes del origen de aquél4.
Locke asevera que en el “estado de naturaleza” o sociedad pre-estatal, reina la
más absoluta libertad. En esta libertad, cada hombre depende de la ley de la naturaleza y
no de la voluntad de otro hombre. Para él, entonces, la libertad no se trata de una licencia
absoluta, sino que consistía en obedecer la ley natural (similar en cierto punto a
Montesquieu, para quien la libertad era “el derecho de que nadie me impida cumplir la
ley”).
Esta ley natural cuenta con dos postulados básicos. El primero, que nadie está
habilitado para destruirse a si mismo ni a sus posesiones (muy distinto a lo que señalaban
los romanos, donde el dueño de las cosas no sólo podía usarlas y aprovecharlas sino que
además podía destruirlas con absoluta libertad), y el segundo, que nadie puede dañar a
otro ni a sus posesiones. Cada individuo tiene el derecho a obtener que la ley natural se
cumpla, pudiendo incluso castigar al que la infrinja.

4
Ver: GRONDONA, MARIANO (1986): “Los pensadores de la Libertad, de John Locke a Robert Nozick”,
Editorial Sudamericana, págs 13-27

14
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

Por otra parte, Locke nos observa que en sus orígenes, la propiedad no era
privada, sino que común, era una especie de “propiedad colectiva”. Cuando alguien
incorpora el Trabajo (que es algo que sí le pertenece al sujeto), pueda transformar algo
que es común y de todos, en algo suyo. Vale decir, el trabajo es lo que hace que las
personas se apropien de las cosas comunes, y esto porque de esa manera extiendo la
propiedad que sobre mí tengo, a los bienes sobre los cuales dirijo mi esfuerzo, que es
algo que también es mío.
De esta manera, cualquier persona puede sembrar en un pedazo de tierra, lo que
necesite para subsistir, y lo que coseche le pertenecerá, ya que hay trabajo suyo
comprometido allí. Lo que, sin embargo, no puede ignorar es que de todos modos, deberá
dejar suficiente espacio para que otro también pueda hacer lo mismo, ya que todos tienen
derecho a alimentarse y mantener su vida. Tampoco se puede extender los dominios más
allá de lo que necesite para vivir y de lo que realmente pueda trabajar, ya que en caso
contrario, habría apropiación ilegítima de las cosas.
Toda esta situación narrada, como se aprecia, es muy diferente al estado
catastrófico de cosas que plantea Hobbes en su Leviatán. No hay caos, ni ruina, ni
tampoco figura un hombre que esté dispuesto a matar a otro, casi en forma natural. Sin
embargo, si bien no existe una guerra natural, sí hay una tendencia al conflicto, el que
se puede generar por una incorrecta interpretación de la Ley Natural (en Locke, también
existe una ley natural, como en Santo Tomás, que es expresión de la Ley Eterna
proveniente de Dios).
Específicamente, los conflictos van a surgir por los problemas que podrían
suscitarse a propósito de la determinación de la propiedad de cada uno, que, como se dijo
queda fijada solo en base al trabajo humano.
Como este estado de naturaleza, es por tanto, imperfecto y existe este germen de
disputas, surge la necesidad de un pacto entre todos los individuos que conforman la
sociedad. Este pacto tiene como objetivo primordial protegerse las personas entre sí, pero
también sus derechos y posesiones.
En él, las personas no renuncian a todos sus derechos como en Hobbes, sino solo
a esa parte de la libertad que sea necesaria para mantener con vida a la sociedad,
conservándose cada una de ellas, el resto de sus facultades.
En este acuerdo, las personas (todavía no surge el concepto de “ciudadano”, que
encuentra su sentido moderno en Rousseau), acuerdan básicamente acerca de tres
rubros:
- la ley positiva y el contenido que se le dará,
- la existencia de un juez imparcial, y
- la fijación de un poder común que aplique la ley.
El ente que se formará como producto del pacto social, será dirigido sobre la base de
las mayorías, ya que si lo fuera sobre la base de la unanimidad, generaría parálisis social,
y si lo fuera por única voluntad del gobernante, degeneraría en absolutismo, lo cual
tampoco es bueno. Sin embargo, esta mayoría también ha de estar gobernada por la ley
natural, y en ningún caso podrá excederse y vulnerar los derechos de los demás (de las
minorías), haciendo ver que no solo en una monarquía puede haber absolutismo y
despotismo, sino que una democracia también puede ser totalitaria.
Si el pacto no se cumple, entonces queda nulo, y la sociedad que había quedado
organizada por aquél, vuelve sola al estado de naturaleza.

15
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

3.- Jean Jacques Rousseau

En 1761, Rousseau escribe su obra máxima, como es “El Contrato Social”. En este
texto, el autor describe un estado de naturaleza, donde el Hombre es esencialmente
bueno, tiene todo lo que necesita y no necesita de las guerras ni las disputas. El ser
humano, para Rousseau es por naturaleza “asocial”, y no necesita de otros para
sobrevivir. Sólo la Familia existe como sociedad natural, y ella solo se explica por las
necesidades de procreación, y para proteger a los hijos antes de su emancipación.
Cuando el hombre, que originalmente es bueno, comienza a vivir en sociedad,
sociedad rudimentaria, básica, comienzan los problemas para él. Así, surge un segundo
estado (ya no el estado de naturaleza) que es el “estado social”. Las guerras nacen
precisamente en la vida en sociedad, ya que éstas nunca se dan entre individuos, sino
entre grandes instituciones. El hombre comienza a adquirir costumbres que cuando vivía
aislado no tenía, surgen las disputas, y finalmente, pierde su libertad.
Precisamente, para recuperar esa libertad que pierde en la vida en sociedad,
Rousseau plantea que se celebra el Contrato Social. En este pacto se acuerda que cada
individuo se obedecerá a si mismo, por lo que cada cual recupera su libertad. Y esto,
porque quien dirigirá a esta sociedad organizada que se forma, no es un tercero que los
ordena, sino que es la “voluntad general”, que se caracteriza por no ser la suma de todas
las voluntades de los miembros de la sociedad (“ciudadanos”), sino que se trata de una
voluntad nueva, que a diferencia de la individual, no cae en la irracionalidad ni comete
errores.
De esta forma, las personas deberán someterse a esta voluntad general que
surge, para que la dirección de esta comunidad no caiga en irracionalidades.
La voluntad general es única, ya que ninguna otra voluntad le supera ni se le
opone; es inalienable, por cuanto no puede entregarse a otro sujeto o entidad – salvo en
el caso de la delegación, pero en tal caso no se renuncia a la voluntad general sino solo al
ejercicio de la misma-; es indivisible, o sea, no es posible dividir el poder en grupos
menores (no caben por lo tanto lo que conocemos como cuerpos o grupos intermedios);
es imprescriptible, o sea, no se adquiere por prescripción, ni se pierde por el hecho de
no ejercerse; es infalible, ya que es la expresión de la máxima racionalidad (es absurdo
pensar que el pueblo busque su propio mal).
De esta forma, quien gobierna es siempre la Voluntad General que se forma en
virtud de este pacto, la cual podrá delegar en alguna autoridad específica para que actúe
conforme a los postulados de aquella (democracia representativa), sin embargo, el
sistema ideal sería el que los ciudadanos se gobernaran a sí mismos, sin intervención de
terceros (democracia directa). Por esto último, es que se plantea que Rousseau sienta las
bases para una especie de absolutismo democrático, o sea, donde el pueblo tiene todo el
poder y lo puede ejercer en forma ilimitada, ya que no comete errores y está siempre
inspirado en la razón.
Con el nacimiento del Estado, cada individuo pasa a ser su propio soberano, ya
que con su voluntad ha permitido que se genere la voluntad general, pero a su vez, pasa
a ser súbdito de ella, ya que debe obedecerla.
La teoría rousseauniana constituye un pilar fundamental para la construcción del
principio de la soberanía popular (el poder reside en el pueblo), pero además, es pábulo
para ideologías totalitarias, cuando un grupo de individuos cree ser el titular de esta
voluntad general y actuando “a nombre del pueblo”, ejerce el poder político de forma
absoluta.

16
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

IV. El Primer elemento del Estado: Elemento Humano del Estado


(Explicación previa – Conceptos Básicos – Conclusión)

 Explicación previa

A propósito de la conceptualización del Estado, revisamos que éste está


compuesto por una serie de elementos, dentro de los cuales, algunos son indiscutidos,
como los elementos humano, político y físico.
Otros, en cambio, son más discutibles, como el jurídico y el finalista.
Comenzaremos el examen de cada uno de estos elementos, principiando por el
elemento humano.
Respecto de este último, nadie podría pensar en la existencia de un Estado sin
personas que lo conformaran. Es evidente que el Estado es una organización política,
pero lo que organiza es la vida en comunidad, o sea, organiza a un grupo humano
determinado.
Ahora bien, ¿cuál es el grupo humano que resulta organizado por la creación de
un Estado?, ¿la nación, la población, el pueblo, la sociedad?
Para poder responder esta interrogante, debemos revisar algunos conceptos
básicos.

 Conceptos básicos

En este apartado, revisaremos los conceptos de Población, Pueblo y Nación.

1.- La Población

La Población es el conjunto de personas que se encuentran y conviven dentro de


un territorio determinado.
La Población está compuesta por hombres y mujeres, por nacionales y
extranjeros, por personas que tienen derechos políticos y por personas que no tienen
derechos políticos.
Todo ser humano que resida en un territorio determinado, forma parte de la
población, sin importar su estatus o condición jurídica, política o económica.
Los miembros de la Población tienen todos, derechos civiles, o sea, derechos que
se tienen por el solo hecho de ser personas, como el derecho a la vida, a fundar una
familia, a la propiedad, a no perder su libertad sino por causas y formas legales.
Sin embargo, no todos los integrantes de la Población tienen derechos políticos,
entendiendo en una primera aproximación por tales, aquél derecho que permite a una
persona, elegir y ser elegido.
La Población es estudiada por diversas ciencias, destacando dentro de ellas la
Demografía y la Demología.
La demografía, analiza a la población en sus aspectos cuantitativos, o sea, la
mide, y la estudia en relación con su cantidad, pero también en cuanto a su distribución.
En cuanto a su cantidad, los estudios demográficos se han dividido en dos
grandes tendencias: las antipoblacionistas y las poblacionistas, teniendo como núcleo de
esta distinción, la teoría malthusiana. Esta, elaborada por Thomas Malthus en 1789,
señalaba que mientras los bienes crecían en proporción aritmética, la población lo hacía
en forma geométrica (no es lo mismo decir “tres más tres”, que “tres elevado a tres”, el
primero resulta ser seis, y el segundo, veintisiete; el primero es un crecimiento aritmético,

17
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

el segundo, geométrico). Pues bien, los antipoblacionistas o maltusianos dicen que la


gravedad de este aumento explosivo debe ser abordada con urgencia, debiéndose
contemplar por ejemplo, medidas de control de la natalidad. Los poblacionistas o
antimalthusianos, principalmente de raíces católicas (Encíclica “Humanae Vitae” de Paulo
VI, 1968) en tanto, no aceptan el control de natalidad mediante elementos no naturales.
También la demografía se ocupa de la distribución de la población en un territorio,
por lo que debe preocuparse de la conveniencia o inconveniencia de reunir a toda o gran
parte de la población en grandes centros urbanos o megalópolis. En principio, lo que
parece más razonable es la distribución homogénea de la población, evitando la
existencia de zonas de gran densidad poblacional, frente a otras, de densidad mucho más
baja.
Por su parte, la demología, estudia a la población en sus aspectos cualitativos,
vale decir, en la forma de encontrar una mejor población, y con mejor calidad de vida.
Uno de los grandes desafíos de la gemología es propender a una mejor calidad de
la población, sin caer en racismos ni ideologías excluyentes, que tiendan a eliminar una
raza o el predominio de un determinado grupo de personas por sobre las otras. Desde
ese punto de vista, la práctica de manipulación genética conocida como “eugenesia
perfectiva”, y que consiste en la alteración de la información genética de un número
indeterminado de personas, con el objeto de mejorar la raza, aparece como doblemente
peligrosa: primero, porque el conocimiento de la ciencia impide conocer cuáles pueden
llegar a ser las consecuencias finales de esta práctica, en los tiempos futuros; y segundo,
porque ataca la esencia misma del género humano, sus raíces genéticas centrales,
favorece la discriminación, se afecta la diversidad genética, y se daña el valor de la
tolerancia.
De este modo, la demología debe propender a un mejoramiento de la población y
de su calidad de vida mediante procedimientos educacionales, nutricionales, etc., pero
nunca mediante prácticas que generen la exclusión de grupos aparentemente menos
desarrollados, ya que en verdad ello no existe bajo la óptica de una concepción humanista
y de respeto por la dignidad de las personas.

2.- El Pueblo

El concepto de pueblo se diferencia del de población, aun cuando muchos,


erróneamente hacen sinónimos.
El Pueblo está compuesto por aquellos que no sólo tienen derechos y obligaciones
civiles como las que ya analizamos, sino que además, y por sobre todo tienen derechos
y obligaciones políticas.
Para muchos, el Pueblo es aquella parte de la Población que tiene derechos y
obligaciones políticos. Vale decir, está compuesto por ciudadanos, entendiendo por tales
a aquellas personas que pueden ejercer los referidos derechos y obligaciones políticas.
En el caso chileno, los derechos que específicamente pueden ejercer los
ciudadanos, y que por lo tanto, pertenecen al pueblo, son:
a. El derecho a sufragio, el cual puede ejercerse en dos casos: en elecciones
populares, y en plebiscitos en aquellos casos que la Constitución lo contempla.
b. El derecho a optar a cargos públicos de elección popular. Así por ejemplo, para
poder ser elegido Presidente de la República, Parlamentario, Alcalde o Concejal
se requiere ser ciudadano chileno.
c. Los demás derechos que confieren la Constitución y las leyes, como ser vocal de
mesa o pertenecer a un partido político.

18
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

3.- La Nación

Así como respecto de la Población y el Pueblo, hemos utilizado elementos


claramente jurídicos para definirlos, tales como la titularidad de derechos civiles y
políticos, en el caso de la nación, estamos en presencia de un concepto menos jurídico y
más sociológico.
En efecto, cuando hablamos de la Nación, hacemos referencia a una entidad
compuesta por un conjunto de personas unidas por una serie de vínculos o elementos
comunes, tales como tradiciones, raza, costumbre, lengua, religión, historia, y por sobre
todo, identidad (“identidad nacional”).
Para entender debidamente a la Nación, existen dos escuelas básicas, a saber:
- La Escuela Alemana: entiende que lo determinante para definir a la nación es el
hecho de que sus miembros, tienen un origen territorial común, y un factor étnico o
racial común. Indica que los demás elementos (la identidad nacional, la historia, la
religión, el idioma, etc.) son adicionales, pero no esenciales.
- La Escuela Francesa: le da mucho mayor importancia a los elementos
relacionados con el consenso, o sea, al acuerdo que existe entre los miembros de
la nación acerca de algunos elementos comunes, especialmente por la idea de
futuro que todos tengan en común.

La nación, a diferencia de la población y del pueblo no es una simple unión de


personas. La nación es un elemento permanente, que existe con prescindencia de los
individuos que la forman, es, según el Abate Sieyés, “una unión de carácter abstracto y
permanente de todos los miembros de una sociedad política, es decir, tanto las
generaciones pasadas como las presentes y futuras”. La población y el pueblo, en
cambio, es mutable, cambia como cambian sus individuos, no goza de permanencia y sus
decisiones son variables.

 Conclusión

Luego de revisados los conceptos fundamentales, debemos tratar de fijar cuál es,
en definitiva, el elemento humano del Estado.
Al respecto, citamos al profesor Jaime Guzmán, quien señalaba:
“El elemento humano es la causa material del Estado, llamada también población.
Conjunto y parte integrante del Estado. La población es un elemento constitutivo del
Estado; no hay Estado sin población”5
En efecto, debemos entender que de todos los conceptos mencionados, es la
Población la que se ajusta a la idea de ser el sustrato humano sobre el cual se sustenta el
Estado mismo.
Todo ser humano que habite en el territorio de un Estado forma parte de la
población, y por lo tanto del Estado. No parece razonable hacer exclusiones de ningún
tipo, y pretender que quienes no pertenezcan al pueblo o que no sean parte de la nación,
no integren al Estado.

5
ROJAS SANCHEZ, GONZALO; ACHURRA GONZÁLEZ, MARCELA y DUSSAILLANT BALBONTIN,
PATRICIO (1996): “Derecho Político. Apuntes de las clases del profesor Jaime Guzmán Errázuriz”. Ediciones
Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile. Pág. 77

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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

V. El Segundo elemento del Estado: El Elemento Físico (o espacial) del Estado


(Conceptos y Elementos del Territorio – Los espacios marítimos)

 Concepto y elementos del Territorio

Según Oppenheim, el territorio del Estado es aquella parte delimitada de la


superficie del globo donde ejerce plenamente su soberanía, sin más limitaciones que las
normales.
Efectivamente, el Territorio debe entenderse como el espacio dentro del cual un
Estado ejerce su soberanía plena.
No es correcto hablar del espacio “que le pertenezca a un Estado”, ya que en rigor
el Estado no es dueño del territorio, sino que le pertenece a las personas que ejercen
derecho de dominio sobre él. La relación entre el Estado y su territorio es de carácter
político y no civil, o sea, se ejerce soberanía sobre él, no así dominio.
Por otra parte, no puede confundirse el territorio mismo con aquellos lugares donde el
Estado ejerce jurisdicción, sin que formen parte del territorio. En estas zonas, el Estado
no ejerce soberanía plena, sino que solo puede actuar respecto de asuntos muy
específicos. Estos lugares son denominados “partes ficticias del territorio”, y
corresponden a:
- embarcaciones de guerra y otros barcos públicos en alta mar;
- barcos mercantes que enarbolen el pabellón nacional del Estado al que pertenecen;
- aeronaves de guerra y públicas en alta mar;
- locales de los representantes diplomáticos en el extranjero.

Ahora bien, en relación con los efectos que nacen del reconocimiento del territorio,
diremos que estos son principalmente de dos clases: una consecuencia positiva, y otra
negativa:
(a) Consecuencia Positiva: El Estado aplica todo su ordenamiento jurídico sobre
el territorio, puede usarlo e incluso puede disponer de él. El Territorio
constituye en este sentido, el espacio que le permite al Estado, desarrollarse
y ejercer sus poderes.
(b) Consecuencia Negativa: Ningún Estado puede penetrar en el territorio
correspondiente a otro Estado, sin su autorización. En este sentido, el
Territorio viene a ser un espacio inexpugnable, de intimidad del Estado, un
recinto inviolable.

A su vez, es procedente indicar que el Territorio de un Estado se encuentra


compuesto por diferentes elementos, dentro de los cuales se encuentran:

a) La tierra firme, incluyendo el subsuelo;


b) Las aguas interiores o terrestres;
c) El mar territorial, su lecho y su subsuelo;
d) La plataforma continental en lo relativo a la exploración y explotación de recursos
naturales; y
e) El espacio aéreo que cubra la tierra firma, las aguas interiores y el mar territorial.

De estos elementos, estudiaremos más adelante, con mayor detalle el referido al mar.

20
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

 Los Espacios Marítimos

Para definir los diferentes espacios marítimos, debiéramos consignar que ellos,
según la Convención sobre Derecho del Mar (CONVEMAR o Convención de Jamaica) de
1982, tienen en consideración o se cuentan desde las llamadas “líneas de base”. Para
fijar estas líneas de base, debemos distinguir tres circunstancias diferentes:

a) Línea de base normal La línea de base normal es la línea de bajamar a lo largo


de la costa que aparece marcada en las cartas reconocidas por el Estado ribereño.
b) Líneas de base recta. En el caso de costas muy desmembradas, o cuando
existen deltas, el mar territorial puede medirse de acuerdo a las llamadas líneas de
base rectas que unen diversos puntos del continente y de las islas e islotes
cercanos al mismo. Estas líneas no siguen la línea de la costa sino la dirección
general de ella.
c) Líneas de base archipelágicas. Son las líneas de base rectas que pueden trazar
los Estados archipelágicos que unen los puntos extremos de las islas y los
arrecifes emergentes más alejados del archipiélago, según el artículo 47 de la
Convención del Mar.

Definidas las Líneas de base, debemos desarrollar los diferentes espacios


marítimos:

1.- El Mar Territorial

Corresponde a aquella franja de mar donde el Estado ribereño ejerce soberanía.


La Convención de Jamaica establece que todo Estado tiene derecho a establecer
la anchura de su mar territorial hasta un límite que no exceda de 12 millas marinas
medidas a partir de sus líneas de base6.
La línea exterior del mar territorial debe ser, por lo tanto, equidistante de las líneas
de base.
En el caso chileno, el art. 593 del Código Civil establece que el mar territorial
tendrá una extensión de 12 millas marinas contadas desde las líneas de base.
El mar territorial del Estado ribereño está sometido a la soberanía de éste, la cual
se extiende además, al lecho de dicho mar, a su subsuelo y al espacio aéreo que lo cubre.
Además, este Estado tiene el derecho a reservar para sus nacionales, la actividad de
cabotaje, esto es, el transporte marítimo entre puntos de su litoral. También cuenta con
independencia para regular el derecho exclusivo de pesca y explotación de recursos
naturales.
La principal limitación del ejercicio de la soberanía en el mar territorial es el
llamado “derecho de paso inocente”7. Este derecho consiste en que los barcos de todos
los Estados pueden navegar por el mar territorial de otro, siempre que se trate de un paso
rápido y sin detenciones. Se requiere además que el paso no sea perjudicial para la paz,
el buen orden o la seguridad del Estado ribereño (un ejemplo de paso no inocente sería
realizar actividades de pesca, o contaminar).

2.- La Zona Contigua


6
La milla marina tiene una extensión de 1.852,216 m Metros. No confundir con la milla internacional, o
simplemente “milla” de 1.609,344 metros.
7
Ver arts. 3, y 17 y siguientes de la Convemar.

21
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

De acuerdo al art. 33 de la Convemar, la zona contigua no podrá extenderse más


allá de 24 millas marinas contadas desde la línea de base.
En esta zona el Estado ribereño podrá tomar las medidas de fiscalización
necesarias para:
a) Prevenir las infracciones de sus leyes y reglamentos aduaneros, fiscales, de
inmigración o sanitarios que se cometan en su territorio o en su mar territorial;
b) Sancionar las infracciones de esas leyes y reglamentos cometidas en su
territorio o en su mar territorial.
Cabe hacer notar, finalmente que de acuerdo al ya citado art. 593 del Código
Civil chileno: "El mar adyacente, hasta la distancia de doce millas marinas medidas
desde las respectivas líneas de base, es mar territorial y de dominio nacional. Pero, para
objetos concernientes a la prevención y sanción de las infracciones de sus leyes y
reglamentos aduaneros, fiscales, de inmigración o sanitarios, el Estado ejerce jurisdicción
sobre un espacio marítimo denominado zona contigua, que se extiende hasta la distancia
de veinticuatro millas marinas, medidas de la misma manera".

3.- La Zona Económica Exclusiva (ZEE)

De acuerdo al art. 55 de la Convemar, la zona económica exclusiva es un área


situada más allá del mar territorial adyacente a éste, sujeta al régimen jurídico específico
establecido en esta parte de acuerdo con el cual los derechos y la jurisdicción del Estado
ribereño y los derechos y libertades de los demás Estados se rigen por las disposiciones
pertinentes de esta Convención.
El art. 56 en tanto, establece que en la zona económica exclusiva, el Estado
ribereño tiene:

a) Derechos de soberanía para los fines de exploración y explotación,


conservación y administración de los recursos naturales;

b) Jurisdicción, con respecto a: i) El establecimiento y la utilización de islas


artificiales, instalaciones y estructuras; ii) La investigación científica marina; y
iii) La protección y preservación del medio marino;

c) Otros derechos y deberes previstos en esta Convención.

Los demás Estados, por lo tanto, podrán ejercer una serie de derechos en esta
ZEE, tales como: (1) la libertad de navegación y sobrevuelo; (2) la libertad para tender
cables y tuberías; (3) parte de la doctrina establece que también puede realizarse
“maniobras navales”; (4) soberanía sobre los buques que enarbolen su bandera, salvo en
lo que respecta a la violación de los derechos que otorga la ZEE a los estados ribereños
(exploración, explotación de recursos, etc)

4.- El alta mar

Conforme al art. 55 de la Convemar, el alta mar corresponde a todas las partes del
mar no incluidas en la zona económica exclusiva, en el mar territorial o en las aguas
interiores de un Estado, ni en las aguas archipelágicas de un Estado archipelágico.

22
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

El alta mar no es susceptible de apropiación, por lo que no forma parte del


territorio de ningún Estado, sino que está reservada para fines exclusivamente
pacíficos y todos los Estados tienen en ella iguales derechos.
Las principales características de este espacio marítimo son las siguientes:

1. Existe libertad de navegación y sobrevuelo.


2. Existe libertad para tender cables y tuberías submarinas.
3. Existe libertad para crear islas artificiales.
4. Existe libertad de pesca.
5. Existe Libertad científica
6. Sólo puede utilizarse para fines pacíficos

VI. El Elemento Político


(El Poder Político y la Soberanía - Características del Poder Político – La legitimación del Poder
Político – La legitimación del Poder – El inicio del término “Soberanía”: la tesis de Jean Bodin –
Los poderes que concede la Soberanía – La titularidad de la Soberanía – Las doctrinas anarquistas
– Los límites a la Soberanía)

 El Poder Político y la Soberanía

Recordemos que el Estado es, por esencia, una organización política, y que ésta
(la política) se caracteriza por la lucha del poder. No es posible entender un Estado si no
existe una organización política, y un poder que dirija esa organización.
Así, se reconoce que uno de los elementos del Estado sea el Poder Político.
Así por ejemplo, Nogueira y Cumplido señalan: “Además de la población y el
territorio, para que exista un Estado se requiere del poder como vínculo ordenador de los
habitantes y organizador de la vida social dentro del territorio acotado. Este es el
elemento que causa mayor consenso como componente del Estado, no se concibe este
último sin el poder. La única disidencia en este sentido es la posición anarquista, de
escasos seguidores y divorciada de la realidad”8.
En cuanto al concepto de poder, debemos indicar que puede entregarse una
definición en sentido amplio y otra en sentido estricto o restringido:

- Definición en sentido amplio: Corresponde a una “facultad de hacer, “aptitud para


ejercer algo”, se identifica con la idea de energía, fuerza, pujanza.
- Definición en sentido restringido o estricto. Corresponde al poder entendido como
elemento constitutivo del Estado. Como en tantos otros conceptos que hemos
estudiado, cada autor entrega su propia definición. Nos parece que Lucas Verdú es
bastante claro cuando dispone: “poder es la capacidad de una persona o conjunto de
personas de imponer sus decisiones a una comunidad, determinando su obediencia y
garantizándola, si es menester, con la coerción”.9

8
CUMPLIDO CERECEDA, FRANCISCO y NOGUEIRA ALCALÁ, HUMBERTO (1990): “Derecho Político.
Introducción a la Política y Teoría del Estado”. Cuadernos Universitarios de la Universidad Nacional Andrés
Bello. Pág 201
9
MOLINA GUAITA, HERNAN (2006): “Instituciones Políticas”, Editorial Lexis Nexis. Págs. 41

23
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

Una de las características fundamentales del Poder Político, es la Soberanía.


Muchas veces se tienden a hacer sinónimos, pero según varios autores, eso no es
correcto, y en rigor lo que corresponde hacer es entender a la Soberanía como una de las
características del Poder, específicamente, del poder político o estatal10.
Incluso, podemos indicar que nuestra propia Constitución Política parece hacer
sinónimas las expresiones “poder político” y “soberanía”, cuando establece: “La soberanía
reside esencialmente en la Nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a través del
plebiscito y de elecciones periódicas y, también, por las autoridades que esta Constitución
establece. Ningún sector del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su ejercicio.” (art.
5° inciso primero).
Según Mario Justo López, “la soberanía es el carácter supremo de un poder;
supremo, en el sentido de que dicho poder no admite a ningún otro, ni por encima de él, ni
en concurrencia con él. Por tanto, cuando se dice que el Estado es soberano, hay que
entender por ello que, en la esfera en que su autoridad es llamada a ejercerse, posee una
potestad que no depende de ningún otro poder y que no puede ser igualada por ningún
otro poder”.
Angela Vivanco, señala que “la soberanía es el atributo esencial y la cualidad
distintiva del poder y lo podemos definir como la facultad que tiene un Estado de
organizarse políticamente y de ejercer jurisdicción sobre su territorio.”

 Características del Poder Político

La doctrina ha ido elaborando un catálogo de características del Poder Político, a


saber:

1. Es un poder soberano (o supremo). Esta característica la plantean quienes


señalan que soberanía y poder político no son cosas idénticas, sino que la
primera es un elemento característico del segundo. Que el poder sea
soberano, significa que no existe otro igual o mayor que él dentro de un
territorio determinado.
2. Es un poder originario. Vale decir, no deriva ni nace de otro poder, se origina
en la realidad misma de la sociedad. Sin poder supremo, la sociedad se
disuelve o se somete a otro poder.
3. Es un poder público. Es “público” por cuanto el fin del poder es el bien común
público, esto es, el bien de la colectividad.
4. Es un poder independiente. Sus decisiones las adopta sin ser presionado o
forzado por voluntades ajenas a él.
5. Es un poder coactivo. Puede ser ejercido, empleando la fuerza jurídicamente
organizada. Esta fuerza además, la emplea de forma monopólica, o sea, nadie
puede usarla en forma paralela. Esta condición transforma al poder político en
un poder irresistible o incontrastable, ya que no da posibilidad para que otro se
oponga, lo cual permite mantener el orden y el control de los acontecimientos
propios del Estado.
6. Es un poder racional. O sea, se dirige a la inteligencia de los súbditos,
quienes han de entender que las decisiones que se adopten deben ir en su
beneficio, y que jamás pueden ser arbitrarias o antojadizas.
10
Al respecto, ver: VERDUGO MARINKOVIC, MARIO y GARCÍA BARZELATTO, ANA MARIA (2004): “Manual
de Derecho Político”, Segunda Edición, Tomo I, pág. 126

24
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

7. Es un poder temporal. Normalmente se distingue entre poder temporal y


poder eterno. El primero es el poder mundano, el que se ejerce sobre esta
vida, y en la Tierra; mientras que el segundo se refiere al poder de carácter
religioso, que lo ejercen las autoridades de cada Iglesia. Ambos poderes deben
respetarse sin obstáculos, aun cuando hay zonas de clara intersección en
donde la definición de lo que le corresponde a uno y otro poder es más sutil.
8. Es un poder limitado. La concepción moderna del poder entiende que éste
está sometido a una serie de límites, que no puede ejercerse en forma
absoluta. Así, vamos a encontrar límites físicos, o relacionados con el respeto
por las personas, los grupos intermedios o las familias.
9. Es un poder institucionalizado. Esto quiere decir que el poder lo ejerce o
está representado por una institución determinada, con prescindencia de la
persona física que lo detente. Se obedece, pues, a la institución que lo ejerce y
no al individuo que está detrás.

 La legitimación del Poder Político

Hemos visto en la unidad anterior, la importancia de distinguir entre el poder que


se obedece solo por la fuerza estatal, y el poder que se obedece por la autoridad
(auctoritas) con la que se cuenta.
Esta ascendencia moral, o sea, esta autoridad, se obtiene de acuerdo a la
legitimidad que posea el titular del poder o de quien lo ejerce dentro de un Estado.
La legitimidad se considera la capacidad de los gobernantes o instituciones políticas para
creer y mantener una creencia generalizada en la población acerca de la propiedad,
justicia y valor moral de su existencia y funcionamiento. La legitimidad tiene así un
carácter valórico, un carácter moral.
La legitimidad tiene un carácter valorativo y puede ser asociada a diferentes
formas de organización política de la sociedad, a diferentes conjuntos de mecanismos que
sustenten un determinado orden político. Para que exista legitimidad se requiere de la
creencia de que las estructuras, los procedimientos, las decisiones, los actos y los
dirigentes y funcionarios posean la calidad de buenos, justos, correctos y adecuados.11
Si la creencia se pierde, entonces se cae en una crisis de legitimidad, la cual
puede afectar a los regímenes políticos, o a los gobernantes que los encarnan, o a ambos
a la vez, según el caso.
La legitimidad debe ser entendida en dos momentos:
a) Legitimidad de Origen: tiene que ver con el hecho que quien ejerce el
poder, lo alcanzado por medios legítimos, o sea, de la forma prevista en el
mismo ordenamiento jurídico.
b) Legitimidad de Ejercicio: el poder sólo es legítimo si los procedimientos que
se utilizan para ejercerlo son también legítimos.
Sobre el particular, es útil la distinción que formula Max Weber, quien señala que
la autoridad puede ser de tres tipos (“tipos puros de autoridad”), aun cuando estos pueden
ir combinados en diferentes situaciones.
Los tipos puros de Max Weber son:

11
CUMPLIDO CERECEDA, FRANCISCO y NOGUEIRA ALCALÁ, HUMBERTO (1990): “Derecho Político.
Introducción a la Política y Teoría del Estado”. Cuadernos Universitarios de la Universidad Nacional Andrés
Bello. Págs. 210-211

25
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

- La autoridad tradicional. Descansa en la creencia de la conveniencia de mantener las


tradiciones que han regido en una sociedad por largo período, y los procedimientos
usados en virtud de esas mismas tradiciones.

- La autoridad carismática. Se basa en la ciencia relativa a la santidad, heroísmo o


ejemplaridad de una persona, y en la legitimidad de los procedimientos, estructuras o
actos, creados o desarrollados por dicha persona.

- La autoridad legal-racional. También se le conoce como autoridad moderna, y basa


su legitimidad en un acuerdo pactado entre todos, expresado en la Constitución o
Carta Fundamental, que dirige la delimitación de las relaciones políticas, como
también en los procedimientos para asumir los roles que permiten adoptar las
decisiones en la sociedad y el conjunto de instituciones políticas.

Para que opere una autoridad legal-racional, se exige que quien la ejerza no sólo
haya alcanzado legítimamente el poder, sino que además, se hace necesario que se
ejerza válidamente, de acuerdo a los procedimientos y respetando los límites que el
ordenamiento constitucional haya previsto.
Complementando las anteriores ideas, debemos indicar que en un sistema
democrático, la concepción de legitimidad se basa en el consentimiento libre y voluntario
de los gobernados, se cree y se obedece a un gobernante, en atención a que ha sido
voluntaria y racionalmente ungido con dicha atribución por parte del pueblo.
De este modo, la autoridad política en un régimen democrático, según Giovanni
Sartori, es una autoridad autoritativa, en el sentido que el poder que poseen sus
gobernantes emana directamente del consentimiento o del querer de los gobernados,
diferenciándose del poder autoritario, que se impone por el temor a la fuerza que poseen
los gobernantes.

 El inicio del término “Soberanía”: la Tesis de Jean Bodin

Es un hecho histórico reconocido que el primer autor en hablar de “soberanía” es


el francés Jean Bodin (o Juan Bodino), quien en su principal obra “Los seis Libros de la
República” (1576), acuña este término.
Para Bodin, la República “es el recto gobierno de varias familias y de lo que es
común con el poder del soberano”, y a su vez, entendía por soberano, “el que tiene el
poder de decisión y de dar leyes, sin recibirlo de otro”, o sea, no sujeto a leyes escritas.
A su vez, el medio principal de una República para conseguir un grado de
perfección es el grado de felicidad que alcanzan los ciudadanos en ella. Este objetivo se
consigue mediante el gobierno recto, apoyado por virtudes contemplativas, acciones
políticas y provisiones necesarias para mantener y defender la vida de los súbditos12.
Así nace, para Bodin, un soberano de poder ilimitado y absoluto. Este poder, en
manos del soberano, era el que le permitiría ejercer dominación, sin obstáculos, sobre los
gobernados.
“Es necesario- dice Bodin- que quienes son soberanos no estén de ningún modo
sometidos al imperio de otros y puedan dictar leyes, anularlas y enmendarlas; esta acción
sólo no puede realizarla por quien está sujeto a las leyes o a otra persona. Por ello, se
12
HUESBE LLANOS, MARCO ANTONIO (1999): “Institucionalización del Estado Moderno”. Editorial EDEVAL,
Valparaíso. Págs 1 – 7.

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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

dice que el príncipe soberano absoluto es aquél que está exento de la autoridad de las
leyes”.
También decía que el poder absoluto del soberano, consiste en “dar pura y
simplemente el poder soberano a alguien para que disponga de los bienes de las
personas y de todo el Estado a su placer, y pueda dejárselo a quien quiera, del mismo
modo que el propietario puede dar su bien pura y simplemente, sin más causa que su
liberalidad, lo cual es la verdadera donación y que no implica más condiciones una vez
hecha y realizada”.
Este poder, a quien Bodin llamaba “soberanía” era:
- supremo (no hay otro sobre él)
- ilimitado (el ordenamiento jurídico no puede restringirlo, aun cuando deberá obedecer
siempre a la ley de Dios y a la ley natural que también es de origen divino, por eso
decía “para el poder estatal no existe juez alguno sobre la tierra”.
- absoluto (opera sobre todos)
- indivisible (no se puede fraccionar entre diferentes grupos u órganos)
- perpetuo (no hay limitación temporal)
- imprescriptible (no muere por su no uso dentro del tiempo)

Este poder soberano, conferían al rey, una serie de derechos (no de atribuciones o
funciones como diríamos hoy), llamados “derechos de la majestad”. Estos derechos se
extendían a la potestad para dictar leyes, ejercer justicia en última instancia, imponer
indultos, dirigir la economía del reino, conducir las relaciones internacionales, cobrar
tributos, etc.
Como se advierte, pareciera que la tesis de Bodino es completamente ajena a las
concepciones actuales y democráticas del poder, que entienden la existencia de un poder
limitado, donde las atribuciones de los gobernantes se entienden más bien como
funciones y no como derechos, y secular lo que significa independencia del credo
religioso.
De hecho, para Bodin, el poder no forma parte del pueblo, ni del cuerpo político, ya
que incluso, según este autor, el poder “está dividido del pueblo”.
Por lo mismo, pareciera que el pensamiento de Bodin solo tuviera la importancia
histórica de utilizar por vez primera el vocablo “soberanía”, pero en verdad si entendemos
hoy que la soberanía reside en el pueblo o la nación (según la doctrina que se adopte), o
sea, que radica en las personas o gobernados y no en los gobernantes, encontramos que
el poder político del pueblo (o la nación) goza de aquellas características que alguna vez
mencionó Bodin. Especialmente, si entendemos que la soberanía popular o nacional es
suprema, o sea, no sometida a voluntad ajena.

 Los poderes que concede la Soberanía

La soberanía concede diferentes poderes a sus titulares.

Desde cierto punto de vista (J. Guzmán), estos poderes (o efectos) pueden ser dos
clases:
- Soberanía Interna: Los Estados tienen derecho a darse la organización jurídica y
política que prefieran.
- Soberanía Externa: Los Estados tienen derecho a representarse ante los demás
Estados en un plano de independencia y de igualdad.

27
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

La visión más tradicional (A. Vivanco) ha hablado de:

- Soberanía Autonomía: Es la cualidad de un Estado de determinar libremente su


organización, y vivir según ella, dentro de sus límites o fronteras físicas. Implica la
obediencia al Estado de toda la población que habita su territorio.
- Soberanía Independencia. Está representada por la posibilidad de exigir de los demás
Estados que se les reconozca su propia independencia, por lo tanto, que les respete
en cuanto a una convivencia en igualdad de condiciones dentro de la convivencia
internacional. En este aspecto, el principio de la no intervención es fundamental.

Como se advierte, en verdad ambas tesis no son contrapuestas. En rigor, lo que en


alguna nomenclatura se le llama soberanía interna, en la otra, se le llama autonomía, y lo
que se le llama soberanía externa, también se le denomina independencia.

 La Titularidad de la Soberanía

Habiendo estudiado a la soberanía, corresponde preguntarse quién es el titular de


la misma en un Estado democrático (dejamos fuera por tanto de este análisis la
posibilidad de considerar que la soberanía resida en una persona o en un grupo reducido
de personas, ya que ambas fórmulas son ajenas a nuestras realidades políticas
occidentales).
Tampoco abordaremos la noción de una soberanía o poder político de origen
divino, la cual tampoco se ajusta a nuestros tiempos. Estas teorías de origen divino del
poder tenían a su vez, dos grandes tendencias: del poder ilimitado y del poder limitado.
En las primeras, de origen romano, el soberano ejercía el poder porque había sido
otorgado por Dios, pero no tenía sujeción alguna a ningún tipo de orden, como
representante de Dios, su poder no tiene fronteras. En las segundas (Santo Tomás, Jean
Bodin), el soberano se encontraba en el deber de tener que respetar un ordenamiento
superior, precisamente emanado de Dios, debía cumplir pues, con la Ley Natural, de
origen divino que marcaba el recto actuar de los gobernantes.
Es evidente que la soberanía reside, por lo tanto en el conglomerado humano que
reside en un Estado, pero debemos ser más específicos, para lo cual, la doctrina
tradicionalmente ha entregado tres respuestas, las cuales reseñamos a continuación:

1.- La doctrina de la Soberanía Popular

Esta doctrina nace a partir del Contrato Social de Jean Jacques Rousseau, y que
estudiáramos en páginas anteriores.
Para este autor, cada persona que integra el pueblo forma parte del cuerpo
político, por lo que es detentador de una parte del poder. De esta forma, la soberanía
pertenece a cada uno de los ciudadanos en proporción a su número.
Es el pueblo quien actúa y toma las decisiones en un Estado, ya que se encuentra
compuesto por las personas que gozan de derechos políticos, cuyas intenciones se
expresan a través de la ya analizada “voluntad general”, que no es otra cosa sino la ley
misma, entendida como una orden racional y originada directamente en el consentimiento
de los ciudadanos.
La soberanía, entonces, desde el ángulo de la soberanía popular se encuentra
dividida: cada individuo es titular de una porción de ella (cada cual es soberano, en la
proporción que le corresponda), por lo que cuando se deban tomar decisiones para el

28
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

Estado, deberá convocarse a todo el Pueblo para que se pronuncie, y como cuerpo,
escoja lo que corresponda.
La soberanía entonces, le corresponde a un ente absolutamente concreto, como
es esta unión de personas con derechos políticos, y que se llama Pueblo.

2.- La doctrina de la Soberanía Nacional

Pocos años después, hacia 1789, año de la Revolución Francesa, el sacerdote


Emmanuel Joseph Siéyes (“abate Siéyes”), elabora su teoría relativa a la Soberanía
Nacional, en su obra “El Tercer Estado”.
En ella, postula que la soberanía es un concepto único e indivisible, que no admite
ser repartido entre diferentes personas. Agrega que es un fenómeno permanente y no
cambiante ni pasajero, por lo que quien sea su titular también deberá reunir las mismas
características de unidad, indivisibilidad y permanencia.
Para Siéyes, tales condiciones no están presentes en el pueblo, grupo humano
esencialmente voluble, que cambia conforme cambien sus integrantes, y donde la
soberanía solo se explica si se le entiende dividida o repartida entre los distintos
ciudadanos que la integran.
En ese contexto, surge la convicción de que la soberanía debiera residir en la
Nación, entendida ésta no como una mera agrupación de personas, sino que
derechamente como una institución permanente, indivisible, y que se caracteriza por una
idea y visión de futuro común.
La Nación, entonces, como persona moral que es, y que además es anterior al
Estado mismo (ya que el Estado se formaría por la organización política de la nación),
reúne las condiciones suficientes como para ser la titular de la soberanía.
Entonces, la soberanía, que es un concepto intrínsecamente abstracto le
corresponde a una entidad también abstracta como es la Nación.

3.- La doctrina de la Soberanía Estatal

La tercera posición de importancia es la de la soberanía estatal.


Según algunos autores, quien es verdaderamente el soberano no es el pueblo ni la
nación, elementos diferentes al Estado, sino que es este último quien es realmente el
titular del poder.
Para esta doctrina, quien es el único soberano es el Estado mismo, y sus
argumentos, dan origen a dos grandes sub-tendencias:

a) La posición de Gerber y Jellinek (escuela alemana)


Estos autores postulan que el Estado es un sujeto del derecho y que sus
potestades o facultades están expresadas por el poder político. Por lo tanto, el poder
político solo puede explicarse en el Estado, y no como un fenómeno que se ejerce por
entidades diversas a él.
El Pueblo (o la Nación) cuando se organizan, nace en ese mismo momento el
Estado, y con él, se origina también el poder político, nunca antes.
Para estos autores, la soberanía no está expresada en la idea de un poder
absoluto o ilimitado, sino que en la posibilidad de autodeterminarse, de fijarse sus propias
normas (ordenamiento jurídico), y eso solo lo posee el Estado.

b) La posición de Jean Dabin

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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

Para este autor, el poder político no es otra cosa sino la existencia de un poder
que existe por sobre todos los otros poderes existentes, y en ese sentido es un poder
superior y absoluto.
En ese contexto, la soberanía solo sería un concepto que se relaciona con un
poder interno, que se verifica dentro de las fronteras del Estado. Por ello, en rigor, no
existe lo que otros autores denominan “soberanía externa” (como Carré de Malberg), ya
que en el plano internacional, se actúa bajo el principio de la igualdad entre las potencias,
primando la noción de la “independencia”, no así el de la autonomía.
Para él, no es que el Estado “sea el titular de la soberanía”, o sea, no es que le
pertenezca algo externo, y que eso sea de su propiedad. Lo que en verdad sucede, es
que el Estado “es soberano”, o sea, es una cualidad que pertenece a su esencia, y no que
sea de su propiedad.
Por este motivo, cada órgano del Estado, en sus propias competencias es
soberano, por la propia naturaleza de la que goza. La soberanía estaría presente en los
diferentes órganos estatales, y no en el Estado como persona jurídica, quien tiene la
calidad de ser soberano.

Ahora bien, con justo motivo nos podemos preguntar ¿cuál es la situación en
Chile?, ¿a quien se le reconoce la calidad de soberano?
Este tema se encuentra resuelto en lo dispuesto en el artículo 5° de la Constitución
Política, el cual en su inciso primero establece: “La soberanía reside esencialmente en la
Nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones
periódicas y, también, por las autoridades que esta Constitución establece. Ningún sector
del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su ejercicio”.
Como se aprecia, nuestro Constituyente optó por una noción de soberanía
nacional. Es la Nación chilena quien es la titular de la soberanía.
Sin embargo, la Nación, como vimos, es una entidad bastante abstracta, que no
posee poder real de decisión, sino que representa una comunidad de tradiciones,
culturas, intereses, visión de futuro. La nación, entonces, no se encuentra en condiciones
de adoptar decisiones ni de actuar políticamente.
Quien lo hace, pues es el Pueblo.
Por lo tanto, la soberanía que le pertenece a la nación, es ejercida por el Pueblo,
una especia de brazo armado de la nación, no en el sentido de tener armas, sino que en
el sentido de tener poder de decisión.
En efecto, lo que deba ser resuelto, la configuración del ordenamiento jurídico, la
designación de las autoridades, será un asunto que le compete al pueblo, ya que sus
integrantes (los ciudadanos) son quienes tienen los derechos y potestades suficientes
para ello.

 Las doctrinas anarquistas

La Historia de las Ideas Políticas reconoce dos grandes doctrinas que


desconocen la existencia o necesidad de un poder político.
La primera doctrina ya la hemos estudiado, y corresponde al Marxismo, para la
cual, el poder político, tal como el Estado, debe asumirse como una situación idealmente
pasajera, que no debiera eternizarse en el tiempo, toda vez que el Estado solo puede
entenderse como un fenómeno de dominación, y que debiera tender a desaparecer
cuando en definitiva, el proletariado venza y destruya por completo a la clase capitalista.

30
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

La segunda doctrina la revisaremos con algo más de profundidad, ya que no la


hemos estudiado aun, y corresponde al Anarquismo. Recordemos que el origen
etimológico de la palabra anarquía es del griego an (sin) arkho (jefe), o sea “sin jefe” o
“sin gobierno”.
En las teorías anarquistas, se reconocen dos tendencias bastante claras: la
francesa y la rusa. Mientras la primera cuenta con Pierre Joseph Proudhon (1809-1865)
como su principal expositor, en la segunda destacan Miguel Bakounin y el príncipe
Kropotkyne (1814-1876, y 1842-1921 respectivamente).
De todos ellos, mencionaremos con especial detalle la teoría de Proudhon. Para
él, las colectividades debieran ser más bien pequeñas, defendiendo lo que él denomina
“mutualismo” o “federalismo”, basadas en la fórmula de la autogestión. O sea, cada
comunidad, en atención a su tamaño, puede dirigirse por sí misma, sin la necesidad de un
poder que dirija a todas las personas que las conforman.
Hasta cierto punto, Proudhon también postula una teoría que pudiéramos llamar
contractualista, en el sentido que la organización social también se funda u origina en
virtud de un contrato o de un acuerdo. La diferencia con los demás autores que
estudiamos a propósito del contractualismo tradicional es que mientras éstos postulan que
en virtud del pacto social, los individuos dan origen y forman al Estado, Proudhon señala
que este pacto tiene una finalidad distinta.
En efecto, el pacto no da origen al Estado, sino que debiera tratarse de un acuerdo
en orden a generar obligaciones recíprocas, mediante el cual cada individuo se
compromete a no agredir a la persona o a los bienes del otro, así como también acuerdan
colaborarse mutuamente, para procurarse productos, servicios, etc.
La base del pensamiento anarquista arranca en la dignidad y la libertad de las
personas, y no en el desorden social. Por el contrario, esta red de compromisos y
acuerdos dan origen, según su autor a un perfecto orden social, sustentado en los
principios recién reseñados.
El pacto social, denominado “mutualidad”, de allí que esta doctrina se le conociera
como del “mutualismo”, hace innecesaria la existencia de un poder, y permite la creación
de pequeños Estados, autogestionables, basados en este acuerdo al interior de cada uno
de ellos, pero a su vez, en pactos celebrados entre cada uno de ellos, unidos en virtud de
un “pacto federal internacional”.

 Los límites de la soberanía

En la actualidad, solo podemos entender a la soberanía, como un poder limitado.


Los límites de la soberanía, son básicamente de tres categorías, a saber:

1.- Los límites físicos de la soberanía


Naturalmente, la soberanía solo puede ejercerse válidamente dentro de las
fronteras del Estado.
Las relaciones internacionales se rigen por el principio de no intervención, lo que
implica que ningún Estado puede atentar en contra de la independencia de otro,
respetando sus propios espacios de soberanía.
Por lo tanto, el territorio es por sí mismo un límite a la soberanía de un Estado: no
puede ejercerse fuera de él, ni desconociendo el poder supremo de otro Estado.
Por este motivo, la aplicación de las leyes internas de un Estado, se rige por el
principio de territorialidad de la ley, o sea, por la exigencia que las normas estatales solo
puedan ser aplicables en su propio territorio y no fuera de él (aun cuando, para ser

31
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

veraces, se reconocen algunas excepciones, las cuales serán estudiadas más adelante
en diferentes asignaturas).
Así, nace la distinción entre dos conceptos que suelen hacerse sinónimos, pero
que intrínsecamente son diferentes, como son los de “límites” y de “fronteras”. Mientras
los primeros (los límites) están representados por las líneas que permiten separar o dividir
dos Estados, o sea, que demarcan los espacios de unos y otros; las segundas (las
fronteras) representan el campo de acción o de competencia que le corresponde a cada
Estado.
Por lo anterior, son las fronteras las que permiten a cada Estado, y a cada órgano
del Estado saber hasta dónde puede llegar, no solo porque desde ahí comienza el
territorio de otro Estado, sino que básicamente porque a partir de allí, su actuación deja
de ser legítima o justa.

2.- Las materias temporales

Ya vimos que el poder político es por esencia, de carácter temporal, y que ello
implicaba que solo puede ejercerse respecto de materias mundanas, seculares, laicas.
Vale decir, el poder político debe reconocer la existencia de otro poder, como es el
poder religioso o espiritual, que según cada religión, es un poder eterno. Ambas
realidades no debieran chocar ni interferirse. Debe quedar espacio para los órdenes
temporales y para los religiosos.
El poder político es temporal no porque sea pasajero, sino porque se ejerce en
estos tiempos, en este lugar, en este mundo. De allí los pasajes bíblicos “dad al César lo
que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, o “mi reino no es de este mundo”.
El poder temporal, a su vez, tampoco debe entenderse solo a un poder material o
que se refiera solo a cuestiones materiales. También es trascendente para asuntos
relacionados con lo espiritual, como cuando el Estado se encuentra obligado a proveer a
la Educación, o cuando debe fomentar la Cultura, o la Identidad Nacional, o como cuando
debe defender y proteger la Dignidad de los Seres Humanos. Todas estas cuestiones no
son necesariamente satisfacciones de necesidades físicas o concretas, sino más bien
espirituales, donde el Estado también debe actuar13.

3.- El respeto por los Derechos Fundamentales de las Personas

En conformidad al artículo 5° de la Carta Fundamental, en su inciso segundo, “El


ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales
que emanan de la naturaleza humana. Es deber de los órganos del Estado respetar y
promover tales derechos, garantizados por esta Constitución, así como por los tratados
internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes.”
Desde ese punto de vista, la Nación, o su expresión netamente política, como es el
Pueblo, podrá realizar todo lo que quiera dentro de un Estado, por algo “es soberano”,
pero tiene una limitación que es clara y fundamental, como es el respeto por los derechos
esenciales que emanan de la naturaleza humana.

13
Por este motivo, el art. 1° inciso cuarto de nuestra Constitución Política dispone: “El Estado está al servicio
de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las
condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su
mayor realización espiritual y material posible, con pleno respeto a los derechos y garantías que esta
Constitución establece”

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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

Por la trascendencia de este tema, lo abordaremos más adelante en un apartado


especial.

VII. Los elementos discutibles del Estado


(El elemento finalista – El elemento jurídico)

No existe unanimidad en doctrina acerca de si estos elementos deben estar


presentes o no dentro de un Estado. Por ese motivo, vamos a revisarlos bajo la
denominación de “elementos discutibles del Estado”: estos elementos son el finalista y el
jurídico.

 El elemento finalista

Se ha discutido desde hace mucho tiempo acerca de si el Estado tiene o no un fin


determinado, y a su vez, quienes opinan que sí lo tiene, aportan diversas opciones acerca
de cuál sería precisamente ese fin.
Por estos motivos, hablaremos de diferentes doctrinas:

1.- Teorías del Bien Común


2.- Teorías que asignan un fin diferente al Bien Común
3.- Teorías del Fin Múltiple del Estado
4.- Teorías de la inexistencia de finalidad del Estado

1.- Teorías del Bien Común

La pregunta acerca del fin del Estado suele tener como respuesta inmediata “el
bien común”. Incluso, nuestra propia Carta Fundamental así lo contempla en lo dispuesto
en el inciso cuarto del art. 1° -y que ya hemos citado- el cual dispone: “El Estado está al
servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual
debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los
integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible,
con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución establece”.
Quien primero expuso que una organización política tiene como finalidad el bien
común fue Aristóteles. Más tarde, aunque con variaciones, lo recogería Santo Tomás de
Aquino (el bien de la multitud). De allí, lo recogerían las doctrinas humanistas cristianas
como las de Jacques Maritain, así como la doctrina social de la Iglesia contenida en sus
Encíclicas Sociales14.
Ahora, respecto de qué es el bien común, se han vertido diferentes conceptos:
- Para Aristóteles, las constituciones y los gobiernos persiguen el bien común cuando
buscan el interés general y no el particular de quienes gobiernan, siendo el interés
general el basado en la justicia y bien de todos.
- Para Santo Tomás de Aquino, el bien común “es el bien del todo, al cual todos
contribuyen y del cual todos participan”, la ley para que sea tal, debe estar inspirada
en la razón y buscar el bien común, si no, no es ley.
- Para J. Maritain, es “la conveniente vida humana de la multitud, de personas, su
comunicación con el buen vivir. Es, pues, común al todo y a las partes, sobre las
cuales se difunde y que con él deben beneficiarse”.
14
Mater et Magistra (1961), Pacem in Terris (1963), Populorum Progressio (1967), etc. También destaca la
Exhortación apostólicca del Papa Pablo VI al Cardenal Mauricio Roy (1971)

33
Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

- Georges Burdeau indica que el bien común “es el conjunto de bienes necesarios
para la vida humana, organizados de modo proporcionar al individuo los medios que
le permitan atender, por su propia labor, su destino temporal”.
- Las Encíclicas Sociales entienden el bien común como “el conjunto de las
condiciones sociales que permiten y favorecen en los seres humanos el desarrollo
integral de su persona”.

Desde otro punto de vista, se habla que la noción del Bien Común puede ser
analizada desde dos puntos de vista diferentes: de los Fines Objetivos y de los Fines
Subjetivos:

a) Fines Objetivos. Tiene que ver con el fin del Estado, entendido como una
institución permanente, no temporal, con independencia de circunstancias
históricas y espaciales. Se relacionan con el logro de determinados que son
comunes y permanentes, como son la paz, la justicia y el bienestar. Todo
Estado perseguiría estos fines, independientemente del modelo político por el que
opte, o de la ideología que la nutra.
b) Fines Subjetivos. Indudablemente, cuando se habla de un bien común en un
sentido “objetivo”, todos los Estados buscarían lo que es “bueno” para la
comunidad, pero la pregunta que surge natural es ¿pero qué es exactamente “lo
bueno” para esta comunidad?. En este punto, se pueden dar diferentes
respuestas:
i. Doctrinas individualistas. La comunidad organizada debe encaminarse a
lograr que cada sujeto que la conforme alcance la plenitud en el ejercicio de
sus intereses más esenciales, como son la vida, la felicidad, la libertad, su
espíritu de emprendimiento, su desarrollo integral y el de su familia, etc. El
Estado, en este sentido debe permitir que las personas identifiquen sus propias
necesidades y que, entre ellas, las resuelvan y satisfagan, sin mayor
participación, sino meramente actúa supervigilando y permitiendo que los
privados mediante sus relaciones, se colaboren en el sentido señalado. En un
extremo, el Estado incluso podría no existir (teorías anárquicas), o bien tener
una participación mínima (teorías del fin estrictamente jurídico del Estado, o
regulador), pero hoy las doctrinas individualistas matizan la postura,
introduciendo un rol más activo del Estado en aquellas situaciones donde los
particulares no se encuentran en condiciones de actuar (principio de
subsidiariedad).
ii. Doctrinas socialistas. Estima que la concepción individualista conduce a
excesos que tiene que ver con un mundo egoísta y centrado en los intereses
exclusivamente personales. Desde este punto de vista, el Estado debe
propender al bien de la comunidad toda, y por lo mismo debe asumir un rol
activo. Por lo tanto, deberá ejercer una función reguladora, de no solo en el
plano jurídico sino que también en lo social e incluso en lo económico. La
atención entonces no se centra en la realización de las personas
individualmente consideradas, sino que en el de la sociedad, entendida en su
conjunto.
iii. Doctrinas transpersonalistas. Para esta doctrina, el bien del hombre se logra
sólo cuando subordina sus propios intereses al del Pueblo, la Nación, un
Partido o el Estado. Al Ser Humano no se le considera como un fin en sí
mismo, sino que se le toma como un medio para alcanzar fines superiores.

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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

Finalmente, ¿nuestro sistema político chileno se inclina por alguna de estas


doctrinas? Lo primero que debiéramos mencionar es que desde un punto de vista
objetivo, la finalidad del Estado de Chile es “promover el bien común”, por lo que se le
reconoce este elemento finalista. Ahora bien, desde un prisma subjetivo, se asume una
visión individualista, ya que es deber del Estado crear las condiciones sociales que
permitan “a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor
realización espiritual y material posible”, con pleno respeto a sus derechos y garantías
(revisar art. 1° inciso cuarto de la Constitución Política).
Por su parte, el bien común individualista se encuentra confirmado, pero matizado
a su vez, por el reconocimiento del principio de subsidiariedad, toda vez que si bien los
individuos deben procurar la satisfacción de sus derechos e intereses más importantes, el
Estado le cabe una participación activa, desarrollando las actividades que los sujetos y
más específicamente, los cuerpos intermedios no puedan realizar: “El Estado reconoce y
ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la
sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus propios fines
específicos” (art. 1°, inciso tercero de la Carta Fundamental).

2.- Teorías que asignan al Estado, un fin diferente al Bien Común

Si bien es mayoritaria la postura del bien común, como finalidad esencial del
Estado, también es posible encontrar otras respuestas.
Así, podemos destacar:

- Teoría de Locke: el Estado nace fundamentalmente para proteger las libertades y el


derecho a propiedad privada. No analizaremos con mayor detalle el pensamiento ded
Locke, de quien ya hemos hecho referencia en páginas anteriores.
- Teoría de la “Divinidad del Estado” de Hegel. En su “Filosofía del Derecho” (1821),
Hegel postula que el Hombre “debe honrar al Estado, como un elemento divino sobre
la tierra”. Agrega que el Estado, entidad gobernada esencialmente por la razón, “es
divino en sí y por sí”, criticando duramente a quienes pretenden destruirlo así como a
“su autoridad absoluta y su majestad”. Es un error pensar que este autor haga
apología de gobiernos absolutistas o totalitarios, sino que lo que trata de demostrar es
que sólo en el Estado, la persona puede realizarse, que fuera de él, la persona
actuaría según sus propios intereses, y finalmente se perdería la libertad. Esa es la
importancia del Estado, y por lo mismo tanto el Estado como el Ser Humano son fines
en si mismos, sin el primero los sujetos no podrían desarrollar su vida, y
especialmente, no podrían desenvolver “su vida espiritual”. El Estado, en definitiva, si
bien es un fin, y por ello debe ser venerado, lo que ha de buscar es servir a la “vida
de los individuos”, procurando los bienes suficientes para su subsistencia, pero
también, a la “vida espiritual de los seres humanos”, expresada por la ciencia, el arte,
la filosofía o la religión.
- Teoría Fascista. En un célebre discurso proclamado por Benito Mussolini en la Scala
de Milán en 1926, declaró “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada en contra
del Estado”. Esta visión totalitaria entiende que el Estado “es la verdadera realidad del
individuo”. El Estado es lo absoluto ante lo cual los individuos y los grupos no son
más que relativos. Individuos y grupos no son concebibles más que en el Estado, por
lo que éste pasa a ser un fin en sí mismo.

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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

- Teoría Nacional-socialista. Hitler en “Mi Lucha” (1927) plantea que el mundo se


encuentra dividido en razas, cuyo valor no es igual. Sostiene que la raza superior es
la “raza aria nórdica”, y que el pueblo alemán es el que la posee en mayor proporción,
por lo que se hace necesario que asuma el rol protagónico y preponderante que le
cabe, para lo cual deberá reconquistar “su espacio vital”. Así, el Estado se
instrumentaliza en favor de la realidad social que en verdad es la fundamental, como
sería el Pueblo (Volk). Los individuos no tienen derechos en su calidad de tales, sino
solo como miembros de la comunidad y solo en la medida de asegurar los intereses
propios de esta comunidad (“tú no eres nada, tu pueblo es todo”). El Estado se
transforma entonces en un instrumento en la búsqueda de este fin superior como es
la de lograr la recuperación de los espacios que merece el pueblo alemán.
- Teoría Marxista. El Estado es también un instrumento: mediante él, una clase logra
dominar a la otra. En una sociedad capitalista, la clase privilegiada domina al
proletariado mediante el Estado; luego que éste tome el poder, podrá reducir y acabar
con la clase originalmente poderosa, también mediante el poder político que nace en
el Estado, hasta que este termine por desaparecer al perder utilidad.

3.- Teorías que reconocen un fin múltiple del Estado

Según algunos autores, el Estado tiene diferentes fines, y que no tiene uno solo.
Así por ejemplo:

- Adam Smith: el Estado debe limitarse a cumplir sus fines cuales son: (1) la defensa
de la sociedad contra los actos de violencia o invasión por parte de otras sociedades;
(2) proteger a los individuos en la sociedad contra las injusticias de los demás; y (3)
crear y sostener ciertas obras públicas e instituciones que el interés privado no podría
establecer porque su rendimiento no compensaría el sacrificio exigido a los
particulares.
- Vicente Santamaría de Paredes: El Estado tiene dos tipos de fines: los permanentes
y los históricos. Los primeros se refieren a que el Estado debe realizar el Derecho,
preservando la sociedad política y su armonía interna. Los fines históricos, en cambio,
son aquellos que deben ser resueltos por la sociedad civil, y no por el Estado, pero
éste deberá actuar subsidiariamente mediante los servicios públicos.
- Georg Jellinek: Para él, el Estado tiene un fin último, como sería el de cooperar con
la evolución progresiva de sus miembros actuales y futuros, en beneficio de la
evolución de los pueblos y de la especie. Pero a su vez, persigue fines particulares,
que tienen que ver con la afirmación de su propia existencia, y que se manifiesta en la
satisfacción de las necesidades de los individuos, ya sea en forma exclusiva o
concurrente (o sea, entendiendo que determinadas acciones sólo le competen al
Estado, mientras que otras deben ser realizadas en conjunto con otras instituciones).

4.- Teorías de la inexistencia del Fin del Estado

Como dijimos al principio, la Finalidad es un elemento discutible, y es así por


cuanto muchos autores estiman que en verdad no debe ser considerado como un
elemento integrante del Estado.
Así por ejemplo, el autor nacional Jorge Mario Quinzio, advierte que si nos
ubicamos dentro de un Estado Liberal, como es el nuestro “no se entiende o justifica la
finalidad del Estado; sino que son los individuos los que determinan los objetivos de su

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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena

propia vida, en el último término. En la doctrina liberal del Estado el momento teleológico
(de los fines) ocupa un lugar secundario, ya que se sostiene que el Estado no es una
Unidad de Fin.” 15
Jaime Guzmán, en tanto, sólo aludía a que los elementos del Estado eran la
Población, el Territorio y el Poder, dejando fuera entonces al elemento finalista.
Por su parte, Hans Kelsen había planteado que el Estado debe ser entendido
como un orden jurídico determinado, cualquiera que sea éste, y cualquiera que sea su
contenido. Para él, ni el Estado ni el Derecho tienen un contenido específico, ni tienen
valores o fines, quedando en definitiva a la decisión de cada sociedad, el definirlos en
particular. De allí que su teoría, él mismo la defina como una “Teoría Pura del Derecho” y
que sea considerado el máximo expositor del positivismo jurídico.

 El elemento jurídico o normativo

Previo a explicar este elemento, debemos hacer una precisión terminológica:


nosotros hemos separado el elemento político y el elemento jurídico o normativo,
entendiendo que el primero se relaciona con la existencia y el uso del poder político, y que
el segundo se refiere a la existencia de un ordenamiento jurídico (Derecho). Así también
lo plantea Angela Vivanco.
Jaime Guzmán, en tanto, señalaba que el elemento jurídico del Estado es el
poder político, lo cual no nos parece correcto, ya que en verdad el poder político no
siempre se ajusta a Derecho, por lo que entender que uno y otro son lo mismo, no parece
apegado a la realidad.
Para quienes estiman, como Vivanco, que el Derecho es un elemento integrante
del Estado, relacionan al Estado y al Derecho en dos sentidos:

- El Estado define al Derecho: el Derecho es creado por el Estado, y además determina


su contenido, inspirado en los valores propios del mismo Estado. La manifestación
más importante es la ley.
- El Estado sanciona el Derecho: es el Estado el llamado a ejecutar el Derecho y
obtener su cumplimiento por parte de sus integrantes. Para ello, cuenta con sus
órganos judiciales y con la fuerza pública quien deberá hacer efectivas las órdenes
emanadas por aquéllos.

Desde otro punto de vista, en un tema que no ahondaremos más, puesto que lo
hemos estudiado, Kelsen postula que Derecho y Estado son lo mismo, por lo que más
que ser un elemento del Estado, el Derecho es el Estado, confundiéndose en un solo ser
conceptual.
Finalmente, es necesario señalar que esta vinculación entre Derecho y Estado ha
dado origen, a partir de mediados del Siglo XIX a un concepto del suyo relevante y que
por lo mismo, lo analizaremos más adelante con mayor detalle como es el de Estado de
Derecho.

15
QUINZIO FIGUEIREDO, JORGE MARIO y BERNALES ROJAS, GERARDO (2005): “Derecho Político”, pág.
106.

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