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II UNIDAD
TEORIA DEL ESTADO (PRIMERA PARTE)
SUMARIO: I. Concepto de Estado; II. Evolución del Estado en la Historia; III. Origen del
Estado; IV. Primer Elemento del Estado: El Elemento Humano; V. Segundo Elemento del
Estado: El Elemento Físico; VI. Tercer Elemento del Estado: El Elemento Político; VII.
Elementos discutibles
I. Concepto de Estado
(El vocablo Estado – Definiciones)
El vocablo Estado
Se dice que la palabra “Estado” se utiliza por primera vez, por Nicolás Maquiavelo,
en su obra “El Príncipe” de 1515. En ella, se lee “Todos los Estados, todas las
dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres, han sido y son
repúblicas o principados”.
La verdad es que el concepto que tenía Maquiavelo acerca de lo que él entendía
por Estado, dista mucho de lo que hoy entendemos por tal. Para él, el Estado se
caracterizaba por el poder de dominación del soberano sobre sus súbditos, sin que ese
poder esté sometido a normas objetivas ni se trate de un poder institucionalizado. No
obstante ello, lo relevante para nosotros, es identificar a este autor como el primero que
habla de Estado.
Poco más tarde, Jean Bodin también reiteraría el uso de este vocablo en “Los seis
Libros de la República”, de 1576.
Ya se convierte en un concepto institucionalizado a partir de los Siglos XVII y XVIII,
destacando naturalmente como uno de los más notables autores en esta materia,
Montesquieu (“Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu”), y
su obra “El espíritu de las Leyes”.
Hoy esta denominación es ampliamente difundida y utilizada en todos los rincones
del orbe, salvo posiblemente Inglaterra, donde se habla de “The Crown” (la corona), como
referencia no sólo al rey, sino que al Estado inglés.
Como diría un purista, no nos interesa tanto saber qué es Estado, ya que “Estado”
simplemente es una palabra. Lo que nos importa en verdad es qué es aquello a lo que le
llamamos Estado, o sea, qué es el objeto sobre el cual recae la denominación Estado.
Por lo tanto, lo importante es centrarnos en el objeto mismo, más que en las
palabras que lo rodean. Y en esas circunstancias, nos avocaremos a revisar cómo los
autores han analizado este tema.
Los conceptos que los tratadistas nos aportan acerca del vocablo “Estado” son
posibles de clasificar en tres categorías, a saber: conceptos sociológicos o políticos,
conceptos jurídicos, conceptos deontológicos o finalistas1.
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Al respecto, hemos complementado el esquema propuesto en: CUMPLIDO CERECEDA, FRANCISCO y
NOGUEIRA ALCALÁ, HUMBERTO (1990): “Derecho Político. Introducción a la Política y Teoría del Estado”.
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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena
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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena
Estas concepciones asignan al Estado una finalidad, una razón de ser, y por el
mismo motivo, deja de ser una simple agrupación humana dotada de poder o de
organización jurídica, como ocurre con las definiciones anteriores. A su vez, debemos
aclarar que bajo una concepción deontológico o finalista, no basta que el Estado “persiga
un fin”, sino que además, ese fin debe ser un fin noble, que se dirija al bienestar de todos,
esto es, que persiga el bien común.
André Hariou, por ejemplo, el Estado es “una agrupación humana fijada en un
territorio determinado y en la que existe un orden social, político y jurídico, orientado hacia
el bien común, establecido y mantenido por una autoridad dotada de poderes de
coerción”.
De esta forma, para Hariou, el Estado sólo existe cuando concurren cuatro
elementos que, unidos, logran formarlo: una agrupación humana, un territorio sobre el que
reside este grupo; un poder que dirige al grupo; y finalmente un orden económico, social,
político y jurídico) orientado hacia el bien común.
Finalmente, citamos a Luis Sánchez Agesta, quien se refiere al Estado, como una
“comunidad organizada en un territorio servido por un cuerpo de funcionarios y definido y
garantizado por un poder jurídico, autónomo y centralizado que tiende a realizar el bien
común, en el ámbito de esa comunidad”.
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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena
Para ello, podemos recurrir a los elementos constitutivos del Estado, para lo cual
debemos señalar que algunos de estos componentes son indiscutidos, y otros discutibles,
ya que no son aceptados por todos los autores.
Indiscutiblemente, son elementos del Estado:
El elemento humano (pueblo, nación o población)
El elemento espacial o físico (el territorio)
El elemento político (la soberanía o el poder político)
Más adelante, volveremos sobre este tema para desarrollarlo con mayor detalle.
De esta manera, valiéndonos de los elementos antes señalados, podemos
encontrar un concepto utilitario de Estado, y así podemos decir que es “la organización
política de un grupo humano, establecido en un territorio determinado sobre el cual
se ejerce un poder soberano”. Si a esta definición básica, quisiéramos agregarle los
elementos jurídicos y finalistas debiéramos complementarla en el siguiente sentido: “el
Estado es la organización política de un grupo humano, establecido en un territorio
determinado sobre el cual se ejerce un poder soberano, que cuenta con un
ordenamiento jurídico que lo regula y que busca el logro del bien común”.
Esta definición pretende ser un concepto estrictamente práctico, como herramienta
de trabajo para nuestros próximos estudios.
Introducción
La Antigüedad
1.- Egipto
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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena
2.- Grecia
3.- Roma
- en cuanto al derecho, cuenta con un modelo jurídico propio, aun cuando el ámbito
de lo privado tenía una mucho mejor y detallada regulación que el ámbito público;
- en cuanto a la administración, tenía una organización compleja y ordenada, que
le permitía imponerse no sólo en la Roma central, sino que además en todas sus
colonias. Sin embargo esta transculturización que se produjo entre los romanos y
los pueblos sometidos, produjo una alteración gradual del modelo, hasta que
terminó decayendo absolutamente;
- en cuanto al desarrollo de las ideas políticas, se reconoce la figura de Polibio,
quien plantea el Ciclo Fatal de la Política, según el cual todas las culturas están
destinadas a pasar por etapas históricas, iniciándose (1) con una monarquía (ya
que todas los grupos humanos originalmente son guiados por un caudillo). El
monarca (o sus continuadores) se corrompe pasa a (2) ser una tiranía; tirano que
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La Edad Media
En general, durante estos largos mil años, no se advierten aportes a la historia del
Estado, de gran relevancia.
Con la caída del Imperio Romano de Occidente a manos de los pueblos
germánicos, Europa se divide en pequeñas unidades organizadas sobre la base de
sistemas básicos que seguían las tradiciones bárbaras.
Por lo demás, la gran influencia de la Iglesia impidió que se generara un poder civil
relevante, siendo aquélla la llamada a fomentar la unión y la trascendencia de los pueblos.
Especialmente en la Alta Media, el modelo feudal es preponderante, mientras que el
Rey, decae notablemente en su poder. Ya en el Siglo XI, con la Baja Edad Media, la
situación comienza a revertirse, reforzándose el poderío del monarca, y naciendo una
pujante burguesía, al amparo de la actividad económica y artesanal.
Dos autores que destacan especialmente en esta época de la Historia fueron San
Agustín y Santo Tomás de Aquino.
San Agustín cristaliza la línea de pensamiento conocida como “idealismo cristiano”.
En su principal obra “La Ciudad de Dios”, señala que quien gobierne deberá ajustarse a
los mandatos divinos, de manera de crear precisamente aquello: una ciudad de Dios. En
caso contrario, se creará una “ciudad mundana”, cercana a los placeres, y que la
conducirá a la perdición y al demonio mismo.
Por su parte, Santo Tomás de Aquino, nos lega entre otras muchas cosas, la
distinción de cuatro clases de leyes:
(1) la ley eterna, que es la ley universal, por la que Dios ordena todo lo creado;
(2) la ley natural, que es la impresión que deja en el Hombre esta ley eterna;
(3) la ley divina, compuesta por los diez mandamientos que conducen al ser
humano al bien; y
(4) la ley positiva, que es aquella que elaboran los hombres y que busca siempre
el bien común.
El Renacimiento
Como bien sabemos, con la caída del Imperio Romano de Oriente, se inicia la
época moderna, pero justo en este período de cambio cultural, tiene lugar el exquisito
movimiento social, cultural y artístico conocido como Renacimiento.
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La era moderna
Esta época se extiende desde la Caída del Imperio Romano de Oriente (Siglo XV),
hasta la Revolución Francesa.
Esta época se caracterizó por la existencia de un poder real incontrarrestable,
período conocido como el del Absolutismo Monárquico, donde el poder del rey era
ilimitado, y que se extendió hasta fines del siglo XVIII, salvo en Inglaterra donde se
reemplazó este sistema por el de monarquías constitucionales, con anterioridad.
El rey absoluto se alza como un soberano con poderes ilimitados, y que se ejerce
en todos los ámbitos estatales, así ejercía las potestades ejecutivas, económicas, era a su
vez legislador y juez supremo, y dirigía las fuerzas que intentaban extender los
imperialismos europeos por el mundo.
Económicamente, se vive el período conocido como mercantilismo, donde los
diferentes Estados intercambiaban sus productos, básicamente con el objetivo de
acumular riquezas. Sin embargo, esta actividad incentiva también algunos polos
industriales –como Inglaterra-, quien gana terreno frente a otras potencias, como España,
la cual sólo participa del mercado europeo vendiendo materias primas provenientes de
sus posesiones en América y otras latitudes.
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En esta época, muchos autores buscaron justificar el poder real, con diversas
teorías, destacando en este punto, el nombre de Jean Bodin, quien en “Los seis Libros
de la República” de 1576, quien desarrolla por primera vez la doctrina de la Soberanía, lo
cual realiza abordando básicamente dos grandes temas: el poder real, y la teoría de los
derechos de la majestad. Por el primero, Bodin justifica el poder absoluto de los
monarcas, y en el segundo, desarrolla el conjunto de atribuciones que se originan en
dicho poder, las cuales aparecen en su teoría como verdaderas facultades de origen
jurídico, y ya no provenientes de la mera arbitrariedad o capricho del gobernante.
Otro autor que intenta justificar el absolutismo es Thomas Hobbes, quien en su
obra Leviatán, recurre a una figura contractualista para explicar que los hombres hemos
renunciado a nuestro poder y derechos para entregarlos íntegramente a un Estado que
nos dirige. Sobre este autor, haremos referencia más adelante.
Las grandes guerras originadas en esta época, y el alto costo de los viajes y las
conquistas, exigieron a los reyes, obtener financiamiento por parte de los miembros de
una burguesía pujante, que había estado forjándose bajo el desarrollo de actividades
artesanales, industriales y mercantiles. De esta forma, se va acrecentando la influencia
de esta nueva clase, quien comienza a interesarse también en alcanzar el poder,
desplazando a una aristocracia, cada vez más corrupta y que estaba sosteniendo su
poderío solo en sus influencias con el monarca, y en sus títulos nobiliarios.
La época contemporánea
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Problema inicial
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nace en virtud de un acuerdo entre todos los miembros de una comunidad. A estas
teorías se unen muchas otras. Nosotros estudiaremos también las naturalistas y las
realistas.
Teorías Naturalistas
Estas teorías, más bien, tienen relación con la fijación del momento en que nace
en los seres humanos, la necesidad de vivir en sociedad y de organizarse políticamente.
Dentro de los autores que asumen esta teoría destacamos a Aristóteles y a Santo
Tomás de Aquino.
1.- Aristóteles
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creado, parte de ellas quedan insertas en el alma humana, las cuales se denominan Ley
Natural.
Así, Tomás de Aquino complementa la teoría de Aristóteles, señalando que este
Estado que surge producto de la sola naturaleza humana, deberá dictarse su propio
ordenamiento, al cual denomina Ley Positiva, las cuales en todo caso deberán ser
expresión de la Ley Natural, con lo que en definitiva, sigue manifestándose el orden divino
proveniente de la Ley Eterna.
Desde ese punto de vista, quien se encuentre dirigiendo al Estado se vincula por
dos vías con Dios: por una parte adquiere su poder por voluntad divina, y además resulta
ver su poder limitado por los contenidos de la Ley Natural, la cual también proviene de
Dios. En caso que así no lo haga, tal como lo vimos, nace en los subordinados, el derecho
a desobedecer y a rebelarse en contra de su gobernante.
Este autor argentino, ya en pleno Siglo XX parece reeditar las ideas aristotélico-
tomistas, agregando que no sólo el Hombre tiende hacia la vida en sociedad, sino que
además, la convivencia se politiza, ya que de otro modo, la propia sociedad se moriría, se
disolvería, producto del caos y la anarquía.
De este modo, tratando de simplificar su lenguaje, Bidart Campos agrega que la
convivencia social no puede prescindir de “de una jefatura, de una dirección, de un
rectorado”. Así, se reiteran las ideas antes estudiadas, pero se renuevan y mantienen
vivas en los términos planteados.
Teorías Realistas
Según estas doctrinas, hay Estado cuando un grupo de individuos ejerce poder
sobre otros de manera más o menos estable. O sea, el Estado nace por el solo hecho de
ejercerse un poderío o soberano de unos sobre otros.
Estas doctrinas no se ocupan de los elementos jurídicos, ni menos de la
legitimidad o auctoritas, o sea, no se indaga el por qué los miembros de la sociedad
deban obedecer a quienes detentan el poder.
Lo único que interesa es el poder político que una persona o que un grupo de
personas ejerce sobre otras personas.
Por lo tanto, el Estado dejar de ser algo “natural”, que “nazca solo” conjuntamente
con el Hombre, sino que necesariamente es una obra posterior, es una creación del
Hombre, creación que tiene su origen en el ejercicio del poder.
Dentro de estos autores, podemos mencionar a León Duguit y a Karl Marx.
Este autor entiende que en un sentido más general, la palabra Estado designa
cualquiera sociedad humana donde exista una diferenciación política, es decir, una
diferenciación entre gobernantes y gobernados.
De esta manera, el Estado nace como un hecho de fuerza, tiene un origen fáctico
basado en la existencia de un grupo o persona que ejerce preponderancia política sobre
los demás. Ahora, cómo nace esta circunstancia fáctica, no es relevante, y puede surgir
de diversos modos.
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Teorías Contractualistas
Aunque anteriores a las teorías realistas, hemos procedido a analizar al final, las
teorías basadas en el contractualismo, precisamente por su gran importancia y
trascendencia, y por ser aun consideradas vigentes en la teoría política actual.
El término “contractualismo” proviene de la palabra contrato, o sea, de un acuerdo
de voluntades entre varios sujetos, del cual se originan derechos y obligaciones.
Para los autores que analizaremos a continuación, los Hombres viven
originalmente en una vida natural, sin organización alguna, a la cual, cada uno, le llaman
“estado de naturaleza”. A partir de ello, los Estados nacen como consecuencia de
2
CUMPLIDO CERECEDA, FRANCISCO y NOGUEIRA ALCALÁ, HUMBERTO (1990), op. cit., pág. 247
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La Cláusula que contendría este contrato diría lo siguiente, según Hobbes: “Autorizo y concedo el derecho
de gobernarme a mí mismo, dando esa autoridad a este hombre o a esta asamblea de hombres, con la
condición de que tú también le concedas tu propio derecho, de igual manera”.
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a) es un acto de voluntades, donde cada uno con cada uno se obligan a designar
entre todos a un hombre o asamblea de hombres, a quien se le otorgará el
derecho a representar a todos, o sea, se convertirá en su representante;
b) es un pacto que sólo opera si todos lo aceptan, nadie puede quedar fuera;
c) significa una transferencia perpetua que los individuos hacen de todas las cosas
que se tienen producto de su libertad ilimitada original, o sea, hay una renuncia
total de sus propios derechos;
d) en virtud de este pacto, todos se obligan a respetar a las leyes que acuerden, las
cuales obedecerán siempre a la razón, las cuales tenderán esencialmente hacia el
logro de la paz;
e) se trata de una entrega total de las libertades a este representante, pero además,
se trata de un acuerdo irrevocable, o sea, no hay posibilidad de volver al estado
de naturaleza original, ya que eso significaría la desaparición del cuerpo social;
f) quien intente salir del Pacto Social, será severamente castigado, mediante el
empleo de la coacción.
Así surge entonces, el Leviatán, que no es otra cosa sino el Estado mismo, una
entidad que se forja por la unión de todos, y que es capaz de generar un terror tal, que
nadie está en condiciones de desobedecerlo. De este modo, se mantiene la paz, y la
fuerza queda monopolizada en manos de este nuevo ser que nace.
En términos relativamente similares, Emmanuel Kant plantearía en el Siglo XVII, un
estado de naturaleza también caótico, donde existe la amenaza permanente para cada
uno de los sujetos que la componen. Sin embargo, a diferencia de Hobbes, la celebración
del pacto aparece como una necesidad moral y no de supervivencia. En este pacto, las
personas renuncian a su libertad exterior, pero la recuperan cuando son capaces de vivir
en sociedad y obedecen las leyes que se han fijado.
Casi cuarenta años después, nace una nueva visión contractualista del origen del
Estado.
En su obra “Dos tratados sobre el Gobierno Civil” (específicamente en el “Segundo
Ensayo sobre el Gobierno Civil” de 1690), analiza el nacimiento del Estado, y el estado de
naturaleza en la que se encuentran los Hombres antes del origen de aquél4.
Locke asevera que en el “estado de naturaleza” o sociedad pre-estatal, reina la
más absoluta libertad. En esta libertad, cada hombre depende de la ley de la naturaleza y
no de la voluntad de otro hombre. Para él, entonces, la libertad no se trata de una licencia
absoluta, sino que consistía en obedecer la ley natural (similar en cierto punto a
Montesquieu, para quien la libertad era “el derecho de que nadie me impida cumplir la
ley”).
Esta ley natural cuenta con dos postulados básicos. El primero, que nadie está
habilitado para destruirse a si mismo ni a sus posesiones (muy distinto a lo que señalaban
los romanos, donde el dueño de las cosas no sólo podía usarlas y aprovecharlas sino que
además podía destruirlas con absoluta libertad), y el segundo, que nadie puede dañar a
otro ni a sus posesiones. Cada individuo tiene el derecho a obtener que la ley natural se
cumpla, pudiendo incluso castigar al que la infrinja.
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Ver: GRONDONA, MARIANO (1986): “Los pensadores de la Libertad, de John Locke a Robert Nozick”,
Editorial Sudamericana, págs 13-27
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Por otra parte, Locke nos observa que en sus orígenes, la propiedad no era
privada, sino que común, era una especie de “propiedad colectiva”. Cuando alguien
incorpora el Trabajo (que es algo que sí le pertenece al sujeto), pueda transformar algo
que es común y de todos, en algo suyo. Vale decir, el trabajo es lo que hace que las
personas se apropien de las cosas comunes, y esto porque de esa manera extiendo la
propiedad que sobre mí tengo, a los bienes sobre los cuales dirijo mi esfuerzo, que es
algo que también es mío.
De esta manera, cualquier persona puede sembrar en un pedazo de tierra, lo que
necesite para subsistir, y lo que coseche le pertenecerá, ya que hay trabajo suyo
comprometido allí. Lo que, sin embargo, no puede ignorar es que de todos modos, deberá
dejar suficiente espacio para que otro también pueda hacer lo mismo, ya que todos tienen
derecho a alimentarse y mantener su vida. Tampoco se puede extender los dominios más
allá de lo que necesite para vivir y de lo que realmente pueda trabajar, ya que en caso
contrario, habría apropiación ilegítima de las cosas.
Toda esta situación narrada, como se aprecia, es muy diferente al estado
catastrófico de cosas que plantea Hobbes en su Leviatán. No hay caos, ni ruina, ni
tampoco figura un hombre que esté dispuesto a matar a otro, casi en forma natural. Sin
embargo, si bien no existe una guerra natural, sí hay una tendencia al conflicto, el que
se puede generar por una incorrecta interpretación de la Ley Natural (en Locke, también
existe una ley natural, como en Santo Tomás, que es expresión de la Ley Eterna
proveniente de Dios).
Específicamente, los conflictos van a surgir por los problemas que podrían
suscitarse a propósito de la determinación de la propiedad de cada uno, que, como se dijo
queda fijada solo en base al trabajo humano.
Como este estado de naturaleza, es por tanto, imperfecto y existe este germen de
disputas, surge la necesidad de un pacto entre todos los individuos que conforman la
sociedad. Este pacto tiene como objetivo primordial protegerse las personas entre sí, pero
también sus derechos y posesiones.
En él, las personas no renuncian a todos sus derechos como en Hobbes, sino solo
a esa parte de la libertad que sea necesaria para mantener con vida a la sociedad,
conservándose cada una de ellas, el resto de sus facultades.
En este acuerdo, las personas (todavía no surge el concepto de “ciudadano”, que
encuentra su sentido moderno en Rousseau), acuerdan básicamente acerca de tres
rubros:
- la ley positiva y el contenido que se le dará,
- la existencia de un juez imparcial, y
- la fijación de un poder común que aplique la ley.
El ente que se formará como producto del pacto social, será dirigido sobre la base de
las mayorías, ya que si lo fuera sobre la base de la unanimidad, generaría parálisis social,
y si lo fuera por única voluntad del gobernante, degeneraría en absolutismo, lo cual
tampoco es bueno. Sin embargo, esta mayoría también ha de estar gobernada por la ley
natural, y en ningún caso podrá excederse y vulnerar los derechos de los demás (de las
minorías), haciendo ver que no solo en una monarquía puede haber absolutismo y
despotismo, sino que una democracia también puede ser totalitaria.
Si el pacto no se cumple, entonces queda nulo, y la sociedad que había quedado
organizada por aquél, vuelve sola al estado de naturaleza.
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En 1761, Rousseau escribe su obra máxima, como es “El Contrato Social”. En este
texto, el autor describe un estado de naturaleza, donde el Hombre es esencialmente
bueno, tiene todo lo que necesita y no necesita de las guerras ni las disputas. El ser
humano, para Rousseau es por naturaleza “asocial”, y no necesita de otros para
sobrevivir. Sólo la Familia existe como sociedad natural, y ella solo se explica por las
necesidades de procreación, y para proteger a los hijos antes de su emancipación.
Cuando el hombre, que originalmente es bueno, comienza a vivir en sociedad,
sociedad rudimentaria, básica, comienzan los problemas para él. Así, surge un segundo
estado (ya no el estado de naturaleza) que es el “estado social”. Las guerras nacen
precisamente en la vida en sociedad, ya que éstas nunca se dan entre individuos, sino
entre grandes instituciones. El hombre comienza a adquirir costumbres que cuando vivía
aislado no tenía, surgen las disputas, y finalmente, pierde su libertad.
Precisamente, para recuperar esa libertad que pierde en la vida en sociedad,
Rousseau plantea que se celebra el Contrato Social. En este pacto se acuerda que cada
individuo se obedecerá a si mismo, por lo que cada cual recupera su libertad. Y esto,
porque quien dirigirá a esta sociedad organizada que se forma, no es un tercero que los
ordena, sino que es la “voluntad general”, que se caracteriza por no ser la suma de todas
las voluntades de los miembros de la sociedad (“ciudadanos”), sino que se trata de una
voluntad nueva, que a diferencia de la individual, no cae en la irracionalidad ni comete
errores.
De esta forma, las personas deberán someterse a esta voluntad general que
surge, para que la dirección de esta comunidad no caiga en irracionalidades.
La voluntad general es única, ya que ninguna otra voluntad le supera ni se le
opone; es inalienable, por cuanto no puede entregarse a otro sujeto o entidad – salvo en
el caso de la delegación, pero en tal caso no se renuncia a la voluntad general sino solo al
ejercicio de la misma-; es indivisible, o sea, no es posible dividir el poder en grupos
menores (no caben por lo tanto lo que conocemos como cuerpos o grupos intermedios);
es imprescriptible, o sea, no se adquiere por prescripción, ni se pierde por el hecho de
no ejercerse; es infalible, ya que es la expresión de la máxima racionalidad (es absurdo
pensar que el pueblo busque su propio mal).
De esta forma, quien gobierna es siempre la Voluntad General que se forma en
virtud de este pacto, la cual podrá delegar en alguna autoridad específica para que actúe
conforme a los postulados de aquella (democracia representativa), sin embargo, el
sistema ideal sería el que los ciudadanos se gobernaran a sí mismos, sin intervención de
terceros (democracia directa). Por esto último, es que se plantea que Rousseau sienta las
bases para una especie de absolutismo democrático, o sea, donde el pueblo tiene todo el
poder y lo puede ejercer en forma ilimitada, ya que no comete errores y está siempre
inspirado en la razón.
Con el nacimiento del Estado, cada individuo pasa a ser su propio soberano, ya
que con su voluntad ha permitido que se genere la voluntad general, pero a su vez, pasa
a ser súbdito de ella, ya que debe obedecerla.
La teoría rousseauniana constituye un pilar fundamental para la construcción del
principio de la soberanía popular (el poder reside en el pueblo), pero además, es pábulo
para ideologías totalitarias, cuando un grupo de individuos cree ser el titular de esta
voluntad general y actuando “a nombre del pueblo”, ejerce el poder político de forma
absoluta.
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Explicación previa
Conceptos básicos
1.- La Población
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2.- El Pueblo
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3.- La Nación
Conclusión
Luego de revisados los conceptos fundamentales, debemos tratar de fijar cuál es,
en definitiva, el elemento humano del Estado.
Al respecto, citamos al profesor Jaime Guzmán, quien señalaba:
“El elemento humano es la causa material del Estado, llamada también población.
Conjunto y parte integrante del Estado. La población es un elemento constitutivo del
Estado; no hay Estado sin población”5
En efecto, debemos entender que de todos los conceptos mencionados, es la
Población la que se ajusta a la idea de ser el sustrato humano sobre el cual se sustenta el
Estado mismo.
Todo ser humano que habite en el territorio de un Estado forma parte de la
población, y por lo tanto del Estado. No parece razonable hacer exclusiones de ningún
tipo, y pretender que quienes no pertenezcan al pueblo o que no sean parte de la nación,
no integren al Estado.
5
ROJAS SANCHEZ, GONZALO; ACHURRA GONZÁLEZ, MARCELA y DUSSAILLANT BALBONTIN,
PATRICIO (1996): “Derecho Político. Apuntes de las clases del profesor Jaime Guzmán Errázuriz”. Ediciones
Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile. Pág. 77
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Ahora bien, en relación con los efectos que nacen del reconocimiento del territorio,
diremos que estos son principalmente de dos clases: una consecuencia positiva, y otra
negativa:
(a) Consecuencia Positiva: El Estado aplica todo su ordenamiento jurídico sobre
el territorio, puede usarlo e incluso puede disponer de él. El Territorio
constituye en este sentido, el espacio que le permite al Estado, desarrollarse
y ejercer sus poderes.
(b) Consecuencia Negativa: Ningún Estado puede penetrar en el territorio
correspondiente a otro Estado, sin su autorización. En este sentido, el
Territorio viene a ser un espacio inexpugnable, de intimidad del Estado, un
recinto inviolable.
De estos elementos, estudiaremos más adelante, con mayor detalle el referido al mar.
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Para definir los diferentes espacios marítimos, debiéramos consignar que ellos,
según la Convención sobre Derecho del Mar (CONVEMAR o Convención de Jamaica) de
1982, tienen en consideración o se cuentan desde las llamadas “líneas de base”. Para
fijar estas líneas de base, debemos distinguir tres circunstancias diferentes:
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Los demás Estados, por lo tanto, podrán ejercer una serie de derechos en esta
ZEE, tales como: (1) la libertad de navegación y sobrevuelo; (2) la libertad para tender
cables y tuberías; (3) parte de la doctrina establece que también puede realizarse
“maniobras navales”; (4) soberanía sobre los buques que enarbolen su bandera, salvo en
lo que respecta a la violación de los derechos que otorga la ZEE a los estados ribereños
(exploración, explotación de recursos, etc)
Conforme al art. 55 de la Convemar, el alta mar corresponde a todas las partes del
mar no incluidas en la zona económica exclusiva, en el mar territorial o en las aguas
interiores de un Estado, ni en las aguas archipelágicas de un Estado archipelágico.
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Recordemos que el Estado es, por esencia, una organización política, y que ésta
(la política) se caracteriza por la lucha del poder. No es posible entender un Estado si no
existe una organización política, y un poder que dirija esa organización.
Así, se reconoce que uno de los elementos del Estado sea el Poder Político.
Así por ejemplo, Nogueira y Cumplido señalan: “Además de la población y el
territorio, para que exista un Estado se requiere del poder como vínculo ordenador de los
habitantes y organizador de la vida social dentro del territorio acotado. Este es el
elemento que causa mayor consenso como componente del Estado, no se concibe este
último sin el poder. La única disidencia en este sentido es la posición anarquista, de
escasos seguidores y divorciada de la realidad”8.
En cuanto al concepto de poder, debemos indicar que puede entregarse una
definición en sentido amplio y otra en sentido estricto o restringido:
8
CUMPLIDO CERECEDA, FRANCISCO y NOGUEIRA ALCALÁ, HUMBERTO (1990): “Derecho Político.
Introducción a la Política y Teoría del Estado”. Cuadernos Universitarios de la Universidad Nacional Andrés
Bello. Pág 201
9
MOLINA GUAITA, HERNAN (2006): “Instituciones Políticas”, Editorial Lexis Nexis. Págs. 41
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11
CUMPLIDO CERECEDA, FRANCISCO y NOGUEIRA ALCALÁ, HUMBERTO (1990): “Derecho Político.
Introducción a la Política y Teoría del Estado”. Cuadernos Universitarios de la Universidad Nacional Andrés
Bello. Págs. 210-211
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Para que opere una autoridad legal-racional, se exige que quien la ejerza no sólo
haya alcanzado legítimamente el poder, sino que además, se hace necesario que se
ejerza válidamente, de acuerdo a los procedimientos y respetando los límites que el
ordenamiento constitucional haya previsto.
Complementando las anteriores ideas, debemos indicar que en un sistema
democrático, la concepción de legitimidad se basa en el consentimiento libre y voluntario
de los gobernados, se cree y se obedece a un gobernante, en atención a que ha sido
voluntaria y racionalmente ungido con dicha atribución por parte del pueblo.
De este modo, la autoridad política en un régimen democrático, según Giovanni
Sartori, es una autoridad autoritativa, en el sentido que el poder que poseen sus
gobernantes emana directamente del consentimiento o del querer de los gobernados,
diferenciándose del poder autoritario, que se impone por el temor a la fuerza que poseen
los gobernantes.
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dice que el príncipe soberano absoluto es aquél que está exento de la autoridad de las
leyes”.
También decía que el poder absoluto del soberano, consiste en “dar pura y
simplemente el poder soberano a alguien para que disponga de los bienes de las
personas y de todo el Estado a su placer, y pueda dejárselo a quien quiera, del mismo
modo que el propietario puede dar su bien pura y simplemente, sin más causa que su
liberalidad, lo cual es la verdadera donación y que no implica más condiciones una vez
hecha y realizada”.
Este poder, a quien Bodin llamaba “soberanía” era:
- supremo (no hay otro sobre él)
- ilimitado (el ordenamiento jurídico no puede restringirlo, aun cuando deberá obedecer
siempre a la ley de Dios y a la ley natural que también es de origen divino, por eso
decía “para el poder estatal no existe juez alguno sobre la tierra”.
- absoluto (opera sobre todos)
- indivisible (no se puede fraccionar entre diferentes grupos u órganos)
- perpetuo (no hay limitación temporal)
- imprescriptible (no muere por su no uso dentro del tiempo)
Este poder soberano, conferían al rey, una serie de derechos (no de atribuciones o
funciones como diríamos hoy), llamados “derechos de la majestad”. Estos derechos se
extendían a la potestad para dictar leyes, ejercer justicia en última instancia, imponer
indultos, dirigir la economía del reino, conducir las relaciones internacionales, cobrar
tributos, etc.
Como se advierte, pareciera que la tesis de Bodino es completamente ajena a las
concepciones actuales y democráticas del poder, que entienden la existencia de un poder
limitado, donde las atribuciones de los gobernantes se entienden más bien como
funciones y no como derechos, y secular lo que significa independencia del credo
religioso.
De hecho, para Bodin, el poder no forma parte del pueblo, ni del cuerpo político, ya
que incluso, según este autor, el poder “está dividido del pueblo”.
Por lo mismo, pareciera que el pensamiento de Bodin solo tuviera la importancia
histórica de utilizar por vez primera el vocablo “soberanía”, pero en verdad si entendemos
hoy que la soberanía reside en el pueblo o la nación (según la doctrina que se adopte), o
sea, que radica en las personas o gobernados y no en los gobernantes, encontramos que
el poder político del pueblo (o la nación) goza de aquellas características que alguna vez
mencionó Bodin. Especialmente, si entendemos que la soberanía popular o nacional es
suprema, o sea, no sometida a voluntad ajena.
Desde cierto punto de vista (J. Guzmán), estos poderes (o efectos) pueden ser dos
clases:
- Soberanía Interna: Los Estados tienen derecho a darse la organización jurídica y
política que prefieran.
- Soberanía Externa: Los Estados tienen derecho a representarse ante los demás
Estados en un plano de independencia y de igualdad.
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Teoría Política – Hugo Tórtora Aravena
La Titularidad de la Soberanía
Esta doctrina nace a partir del Contrato Social de Jean Jacques Rousseau, y que
estudiáramos en páginas anteriores.
Para este autor, cada persona que integra el pueblo forma parte del cuerpo
político, por lo que es detentador de una parte del poder. De esta forma, la soberanía
pertenece a cada uno de los ciudadanos en proporción a su número.
Es el pueblo quien actúa y toma las decisiones en un Estado, ya que se encuentra
compuesto por las personas que gozan de derechos políticos, cuyas intenciones se
expresan a través de la ya analizada “voluntad general”, que no es otra cosa sino la ley
misma, entendida como una orden racional y originada directamente en el consentimiento
de los ciudadanos.
La soberanía, entonces, desde el ángulo de la soberanía popular se encuentra
dividida: cada individuo es titular de una porción de ella (cada cual es soberano, en la
proporción que le corresponda), por lo que cuando se deban tomar decisiones para el
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Estado, deberá convocarse a todo el Pueblo para que se pronuncie, y como cuerpo,
escoja lo que corresponda.
La soberanía entonces, le corresponde a un ente absolutamente concreto, como
es esta unión de personas con derechos políticos, y que se llama Pueblo.
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Para este autor, el poder político no es otra cosa sino la existencia de un poder
que existe por sobre todos los otros poderes existentes, y en ese sentido es un poder
superior y absoluto.
En ese contexto, la soberanía solo sería un concepto que se relaciona con un
poder interno, que se verifica dentro de las fronteras del Estado. Por ello, en rigor, no
existe lo que otros autores denominan “soberanía externa” (como Carré de Malberg), ya
que en el plano internacional, se actúa bajo el principio de la igualdad entre las potencias,
primando la noción de la “independencia”, no así el de la autonomía.
Para él, no es que el Estado “sea el titular de la soberanía”, o sea, no es que le
pertenezca algo externo, y que eso sea de su propiedad. Lo que en verdad sucede, es
que el Estado “es soberano”, o sea, es una cualidad que pertenece a su esencia, y no que
sea de su propiedad.
Por este motivo, cada órgano del Estado, en sus propias competencias es
soberano, por la propia naturaleza de la que goza. La soberanía estaría presente en los
diferentes órganos estatales, y no en el Estado como persona jurídica, quien tiene la
calidad de ser soberano.
Ahora bien, con justo motivo nos podemos preguntar ¿cuál es la situación en
Chile?, ¿a quien se le reconoce la calidad de soberano?
Este tema se encuentra resuelto en lo dispuesto en el artículo 5° de la Constitución
Política, el cual en su inciso primero establece: “La soberanía reside esencialmente en la
Nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones
periódicas y, también, por las autoridades que esta Constitución establece. Ningún sector
del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su ejercicio”.
Como se aprecia, nuestro Constituyente optó por una noción de soberanía
nacional. Es la Nación chilena quien es la titular de la soberanía.
Sin embargo, la Nación, como vimos, es una entidad bastante abstracta, que no
posee poder real de decisión, sino que representa una comunidad de tradiciones,
culturas, intereses, visión de futuro. La nación, entonces, no se encuentra en condiciones
de adoptar decisiones ni de actuar políticamente.
Quien lo hace, pues es el Pueblo.
Por lo tanto, la soberanía que le pertenece a la nación, es ejercida por el Pueblo,
una especia de brazo armado de la nación, no en el sentido de tener armas, sino que en
el sentido de tener poder de decisión.
En efecto, lo que deba ser resuelto, la configuración del ordenamiento jurídico, la
designación de las autoridades, será un asunto que le compete al pueblo, ya que sus
integrantes (los ciudadanos) son quienes tienen los derechos y potestades suficientes
para ello.
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veraces, se reconocen algunas excepciones, las cuales serán estudiadas más adelante
en diferentes asignaturas).
Así, nace la distinción entre dos conceptos que suelen hacerse sinónimos, pero
que intrínsecamente son diferentes, como son los de “límites” y de “fronteras”. Mientras
los primeros (los límites) están representados por las líneas que permiten separar o dividir
dos Estados, o sea, que demarcan los espacios de unos y otros; las segundas (las
fronteras) representan el campo de acción o de competencia que le corresponde a cada
Estado.
Por lo anterior, son las fronteras las que permiten a cada Estado, y a cada órgano
del Estado saber hasta dónde puede llegar, no solo porque desde ahí comienza el
territorio de otro Estado, sino que básicamente porque a partir de allí, su actuación deja
de ser legítima o justa.
Ya vimos que el poder político es por esencia, de carácter temporal, y que ello
implicaba que solo puede ejercerse respecto de materias mundanas, seculares, laicas.
Vale decir, el poder político debe reconocer la existencia de otro poder, como es el
poder religioso o espiritual, que según cada religión, es un poder eterno. Ambas
realidades no debieran chocar ni interferirse. Debe quedar espacio para los órdenes
temporales y para los religiosos.
El poder político es temporal no porque sea pasajero, sino porque se ejerce en
estos tiempos, en este lugar, en este mundo. De allí los pasajes bíblicos “dad al César lo
que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, o “mi reino no es de este mundo”.
El poder temporal, a su vez, tampoco debe entenderse solo a un poder material o
que se refiera solo a cuestiones materiales. También es trascendente para asuntos
relacionados con lo espiritual, como cuando el Estado se encuentra obligado a proveer a
la Educación, o cuando debe fomentar la Cultura, o la Identidad Nacional, o como cuando
debe defender y proteger la Dignidad de los Seres Humanos. Todas estas cuestiones no
son necesariamente satisfacciones de necesidades físicas o concretas, sino más bien
espirituales, donde el Estado también debe actuar13.
13
Por este motivo, el art. 1° inciso cuarto de nuestra Constitución Política dispone: “El Estado está al servicio
de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las
condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su
mayor realización espiritual y material posible, con pleno respeto a los derechos y garantías que esta
Constitución establece”
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El elemento finalista
La pregunta acerca del fin del Estado suele tener como respuesta inmediata “el
bien común”. Incluso, nuestra propia Carta Fundamental así lo contempla en lo dispuesto
en el inciso cuarto del art. 1° -y que ya hemos citado- el cual dispone: “El Estado está al
servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual
debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los
integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible,
con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución establece”.
Quien primero expuso que una organización política tiene como finalidad el bien
común fue Aristóteles. Más tarde, aunque con variaciones, lo recogería Santo Tomás de
Aquino (el bien de la multitud). De allí, lo recogerían las doctrinas humanistas cristianas
como las de Jacques Maritain, así como la doctrina social de la Iglesia contenida en sus
Encíclicas Sociales14.
Ahora, respecto de qué es el bien común, se han vertido diferentes conceptos:
- Para Aristóteles, las constituciones y los gobiernos persiguen el bien común cuando
buscan el interés general y no el particular de quienes gobiernan, siendo el interés
general el basado en la justicia y bien de todos.
- Para Santo Tomás de Aquino, el bien común “es el bien del todo, al cual todos
contribuyen y del cual todos participan”, la ley para que sea tal, debe estar inspirada
en la razón y buscar el bien común, si no, no es ley.
- Para J. Maritain, es “la conveniente vida humana de la multitud, de personas, su
comunicación con el buen vivir. Es, pues, común al todo y a las partes, sobre las
cuales se difunde y que con él deben beneficiarse”.
14
Mater et Magistra (1961), Pacem in Terris (1963), Populorum Progressio (1967), etc. También destaca la
Exhortación apostólicca del Papa Pablo VI al Cardenal Mauricio Roy (1971)
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- Georges Burdeau indica que el bien común “es el conjunto de bienes necesarios
para la vida humana, organizados de modo proporcionar al individuo los medios que
le permitan atender, por su propia labor, su destino temporal”.
- Las Encíclicas Sociales entienden el bien común como “el conjunto de las
condiciones sociales que permiten y favorecen en los seres humanos el desarrollo
integral de su persona”.
Desde otro punto de vista, se habla que la noción del Bien Común puede ser
analizada desde dos puntos de vista diferentes: de los Fines Objetivos y de los Fines
Subjetivos:
a) Fines Objetivos. Tiene que ver con el fin del Estado, entendido como una
institución permanente, no temporal, con independencia de circunstancias
históricas y espaciales. Se relacionan con el logro de determinados que son
comunes y permanentes, como son la paz, la justicia y el bienestar. Todo
Estado perseguiría estos fines, independientemente del modelo político por el que
opte, o de la ideología que la nutra.
b) Fines Subjetivos. Indudablemente, cuando se habla de un bien común en un
sentido “objetivo”, todos los Estados buscarían lo que es “bueno” para la
comunidad, pero la pregunta que surge natural es ¿pero qué es exactamente “lo
bueno” para esta comunidad?. En este punto, se pueden dar diferentes
respuestas:
i. Doctrinas individualistas. La comunidad organizada debe encaminarse a
lograr que cada sujeto que la conforme alcance la plenitud en el ejercicio de
sus intereses más esenciales, como son la vida, la felicidad, la libertad, su
espíritu de emprendimiento, su desarrollo integral y el de su familia, etc. El
Estado, en este sentido debe permitir que las personas identifiquen sus propias
necesidades y que, entre ellas, las resuelvan y satisfagan, sin mayor
participación, sino meramente actúa supervigilando y permitiendo que los
privados mediante sus relaciones, se colaboren en el sentido señalado. En un
extremo, el Estado incluso podría no existir (teorías anárquicas), o bien tener
una participación mínima (teorías del fin estrictamente jurídico del Estado, o
regulador), pero hoy las doctrinas individualistas matizan la postura,
introduciendo un rol más activo del Estado en aquellas situaciones donde los
particulares no se encuentran en condiciones de actuar (principio de
subsidiariedad).
ii. Doctrinas socialistas. Estima que la concepción individualista conduce a
excesos que tiene que ver con un mundo egoísta y centrado en los intereses
exclusivamente personales. Desde este punto de vista, el Estado debe
propender al bien de la comunidad toda, y por lo mismo debe asumir un rol
activo. Por lo tanto, deberá ejercer una función reguladora, de no solo en el
plano jurídico sino que también en lo social e incluso en lo económico. La
atención entonces no se centra en la realización de las personas
individualmente consideradas, sino que en el de la sociedad, entendida en su
conjunto.
iii. Doctrinas transpersonalistas. Para esta doctrina, el bien del hombre se logra
sólo cuando subordina sus propios intereses al del Pueblo, la Nación, un
Partido o el Estado. Al Ser Humano no se le considera como un fin en sí
mismo, sino que se le toma como un medio para alcanzar fines superiores.
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Si bien es mayoritaria la postura del bien común, como finalidad esencial del
Estado, también es posible encontrar otras respuestas.
Así, podemos destacar:
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Según algunos autores, el Estado tiene diferentes fines, y que no tiene uno solo.
Así por ejemplo:
- Adam Smith: el Estado debe limitarse a cumplir sus fines cuales son: (1) la defensa
de la sociedad contra los actos de violencia o invasión por parte de otras sociedades;
(2) proteger a los individuos en la sociedad contra las injusticias de los demás; y (3)
crear y sostener ciertas obras públicas e instituciones que el interés privado no podría
establecer porque su rendimiento no compensaría el sacrificio exigido a los
particulares.
- Vicente Santamaría de Paredes: El Estado tiene dos tipos de fines: los permanentes
y los históricos. Los primeros se refieren a que el Estado debe realizar el Derecho,
preservando la sociedad política y su armonía interna. Los fines históricos, en cambio,
son aquellos que deben ser resueltos por la sociedad civil, y no por el Estado, pero
éste deberá actuar subsidiariamente mediante los servicios públicos.
- Georg Jellinek: Para él, el Estado tiene un fin último, como sería el de cooperar con
la evolución progresiva de sus miembros actuales y futuros, en beneficio de la
evolución de los pueblos y de la especie. Pero a su vez, persigue fines particulares,
que tienen que ver con la afirmación de su propia existencia, y que se manifiesta en la
satisfacción de las necesidades de los individuos, ya sea en forma exclusiva o
concurrente (o sea, entendiendo que determinadas acciones sólo le competen al
Estado, mientras que otras deben ser realizadas en conjunto con otras instituciones).
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propia vida, en el último término. En la doctrina liberal del Estado el momento teleológico
(de los fines) ocupa un lugar secundario, ya que se sostiene que el Estado no es una
Unidad de Fin.” 15
Jaime Guzmán, en tanto, sólo aludía a que los elementos del Estado eran la
Población, el Territorio y el Poder, dejando fuera entonces al elemento finalista.
Por su parte, Hans Kelsen había planteado que el Estado debe ser entendido
como un orden jurídico determinado, cualquiera que sea éste, y cualquiera que sea su
contenido. Para él, ni el Estado ni el Derecho tienen un contenido específico, ni tienen
valores o fines, quedando en definitiva a la decisión de cada sociedad, el definirlos en
particular. De allí que su teoría, él mismo la defina como una “Teoría Pura del Derecho” y
que sea considerado el máximo expositor del positivismo jurídico.
Desde otro punto de vista, en un tema que no ahondaremos más, puesto que lo
hemos estudiado, Kelsen postula que Derecho y Estado son lo mismo, por lo que más
que ser un elemento del Estado, el Derecho es el Estado, confundiéndose en un solo ser
conceptual.
Finalmente, es necesario señalar que esta vinculación entre Derecho y Estado ha
dado origen, a partir de mediados del Siglo XIX a un concepto del suyo relevante y que
por lo mismo, lo analizaremos más adelante con mayor detalle como es el de Estado de
Derecho.
15
QUINZIO FIGUEIREDO, JORGE MARIO y BERNALES ROJAS, GERARDO (2005): “Derecho Político”, pág.
106.
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