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El genocidio armenio: de la negación al habla

Por Pablo Salvador Fontana


Guerra entre pueblos, esgrimieron los turcos. Ataque en legítima defensa. Deportación por cuestiones
estratégicas. El genocidio fue negado desde el primer día en que comenzó. Y a lo largo del siglo
XX Turquía se encargó de cuidar y mantener su maquinaria del olvido. La intención era clara: borrar las
huellas de la existencia armenia, por todas las vías posibles. A la muerte tangente, real, vino a sumarse
entonces la muerte simbólica: aquí no ha ocurrido nada, no hay nada que transmitir. Arando cementerios,
deportando a los niños en edad de recordar, imponiendo leyes totalitarias que restringen el acto mismo del
habla, el Estado turco quiso llevar el negacionismo al extremo. No dejar rastros.
Lejos, diseminados por Europa, América y Asia, los sobrevivientes, que llevaron con ellos la memoria,
callaron. Llevados a comenzar una nueva vida, con sus familias desintegradas, mutiladas, muertas, no
tenían a quién contar. Así, el duelo de todo un pueblo nunca pudo ser hecho, porque para eso es necesario
decir. Un testigo que hable y uno que esté dispuesto a escuchar. Creer en lo que se escucha y autentificar de
esa forma la vivencia. Recién entonces, el duelo podría hacerse efectivo.
El escribano Gregorio Hairabedian, cuya familia paterna y materna fue diezmada en el genocidio inició una
«Causa por el Derecho a la Verdad y el Derecho contra el Estado de Turquía». […]
Dice Hairabedian: «…encontré que había un paralelo entre las motivaciones que los genocidas tuvieron allá
por 1915 y las que tuvieron acá en 1976. Hay una matriz común que es la de extirpar, la de exterminar un
pueblo determinado. Eso me hizo pensar que era posible llevar a juicio el exterminio de cientos de miles de
personas entre los cuales se encontraban todos mis ancestros, calculados en más de cincuenta personas.»
Luego de una primera resolución negativa que fue apelada, el juez Norberto Oyarbide hizo lugar al pedido
del escribano y emitió exhortos a todos los países involucrados en la causa para que abrieran sus archivos
y enviaran a la Argentina las pruebas necesarias.
Al poco tiempo, su hija Luisa Hairabedian se convirtió en su abogada y, cuando las respuestas favorables de
los primeros países empezaron a llegar, los dos entendieron que iba ser necesario viajar a
Europa para buscar personalmente las pruebas y seguir adelante con el juicio. Entonces iniciaron gestiones
con cancilleres, embajadores, abogados y juristas, y lograron despabilar el adormecido sistema jurídico
internacional que se empecinaba en olvidar lo ocurrido. Varios documentos provenientes de
Estados Unidos, Francia, Alemania y España fueron llegando de a poco. Luisa murió en un trágico accidente
de autos. Y acá es cuando entró a escena Federico Gaitán, su hijo de 23 años, que pasó a convertirse en la
voz cantante del juicio y en recopilador de testimonios orales. Para darle aún un sustento más sólido a su
trabajo, abuelo y nieto decidieron crear una Fundación que llevara el nombre de
Luisa («Luisa Hairabedian») y tuvieron los mismos desafíos que ella tenía en vida. Así, casi sin
proponérselo, lograron algo que hasta entonces parecía imposible: sumar a todas las instituciones
armenias a la causa, que trascendió la historia de la familia para devenir causa de toda una comunidad. […].
Mientras la Unión Europea evalúa el ingreso de Turquía a la mega-alianza económica, ese país continúa
rigiéndose bajo una ley cuyo Código Penal establece que la sola mención del genocidio es punible con un
castigo que va de los tres a los diez años de cárcel. Los intelectuales armenios siguen siendo perseguidos
por su armeneidad, y los poquísimos turcos que se animan a tener una visión opuesta a la del gobierno
deben exiliarse, como sucedió con el Premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk. Con respecto a la causa
argentina, el gobierno turco respondió a los exhortos diciendo simplemente que no le correspondía
informar ni abrir archivos. Pero, pese a todo, los Hirabedian siguen firmes en su lucha, alentados por los
logros que obtuvieron hasta el momento.
Mientras tanto, Turquía continúa con la postura negacionista, y los actuales gobernantes son encubridores,
lo cual también los inculpa. Si hubo un delito, se debe mostrar en una instancia judicial, por eso la tarea es
obligar a Turquía a ir a un juicio. Y la familia Hirabedian piensa en positivo al respecto, dicen: «…sabemos
que vamos a llegar a Europa. Y si no llego yo, llegará mi nieto: nos guían las dos grandes banderas que la
humanidad tiene siempre que levantar: la de la verdad y la de la justicia.
Porque además sabemos que desde nuestra particularidad armenia estamos también trabajando en la
lucha por la verdad y la justicia en cualquier rincón del mundo».

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