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CURSO: 5º “......

” LENGUA Y LITERATURA FECHA:

ALUMNA/AS:....................................................................................................................

Nuestra mayor debilidad radica en darse por vencido y no creer en las propias fuerzas.
La forma más segura de tener éxito es intentarlo con dedicación y empeño siempre una vez más.

Comenzaremos a trabajar con autores argentinos. En la próxima clase veremos un cuadro de los diferentes
movimientos literarios de América y Argentina y conoceremos un poco de la literatura colonial.
En este práctico, vamos a disfrutar un cuento de un escritor mendocino, que nos trae un relato situado en
nuestra provincia.

Recordaremos la diferencia entre texto literario y no literario, los géneros y practicaremos producción escrita.

TEXTO Nº1
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mayo 9, 2016

Altos Limpios: el Sahara desde Lavalle


A pocos pasos de la ruta 142, surgen casi ocultos médanos de 15 metros, en un paraje
que para muchos nada envidia al célebre desierto africano. Una postal diferente de Cuyo,
en el departamento de Lavalle.

Cuando se piensa en Mendoza las ideas apuntan enseguida al vino, las montañas y la nieve. Pero la provincia
esconde otros tesoros muy diferentes y dignos de conocerse. Entre ellos, el desierto de Lavalle con sus dunas
en constante movimiento.
Allí, a 130 kilómetros de la capital mendocina, surgen como en secreto los
Altos Limpios, que son los médanos más altos de las 20.400 hectáreas
que ocupa la reserva Faunística y Florística Telteca.
Además del hermoso paisaje acentuado en momentos en que se posa el
rojo tardecino del sol, la particularidad del lugar está dada por la falta de
vegetación en sus ondas arenosas de 15 metros. Algunos estudiosos
aseguran que ello se debe a prácticas intensas de desmonte en pocas
pasadas, pero otros investigadores creen que ello no alcanza a explicar el
asunto.
Otras versiones han aventurado que en esa zona se registra una condición particular de los vientos dominantes,
cuya mayor intensidad y direcciones variadas impediría la revegetación. Sin embargo, a pesar de estas y otras
justificaciones, por el momento el tema es un misterio.

Oasis Telteca
En cambio, como un oasis en el desierto esperan en los
intermédanos el denominado Bosque Telteca. Asombran sus árboles
centenarios parados con autoridad en el área más seca de la
provincia. El algarrobo dulce es la especie de árbol más abundante.
Depende del agua subterránea que corre a unos 10 metros de
profundidad.
Excursiones y guías llevan a recorrer las dunas, en las que
encuentran refugio aves, como catas y loros; roedores tipo cuises,
piches, ratones; y tortugas, entre otros animales.
Debido a las temperaturas extremas de hasta 42 grados centígrados
en verano y de 10 bajo cero en invierno, se aconseja visitar el lugar
durante las estaciones intermedias. Algarrobo dulce

Lavalle, tierra de presencias inquietantes

Acercarnos a Lavalle es remontar los siglos cauce adentro, hasta el corazón de la memoria: memoria de
su pasado huarpe, que tuvo en torno de las Lagunas de Huanacache su asiento privilegiado, y también
memoria del poblamiento hispánico y católico, de los misioneros que levantaron esas “catedrales del desierto”
(Capilla de La Asunción, Capilla de Nuestra Señora del Rosario) que aún perduran en medio del silencio
ancestral.

Entre lo hispano-criollo y lo indígena, la voz del desierto se hace oír aún en las leyendas, en los relatos y
poemas que todavía hoy la tradición oral atesora. Y late también en la obra de aquellos autores que han hecho
de esta zona el norte privilegiado de sus anhelos literarios, como es el caso de Draghi Lucero.

O podemos escuchar el viento en Los Altos Limpios (¿será acaso el legendario Hachador, el espíritu solo de
una tierra en sufrimiento?). Y ante la estricta desnudez de arena, comprender que existe también la belleza del
vacío, de lo inexistente… el encanto casi abstracto de un paisaje que, sin ofrecer nada a los ojos, eleva
insensiblemente el alma a la meditación del misterio…

Estos médanos, ubicados a 130 kilómetros de Mendoza capital y a solo pasos de


la ruta 142, se encuentran dentro de las 24.000 hectáreas que comprende
la Reserva Faunística y Florística Telteca, encargada de proteger la flora y
fauna de la formación de monte; alcanza una altura de hasta 15 metros de
arena sin vegetación. En ellos podremos disfrutar hermosos atardeceres, en los
que todo el lugar se tiñe de tonos rojos que van transformándose poco a poco en
los ocres y amarillos característicos del desierto.

Fuente: Los Andes y Terra


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A- ACTIVIDADES:

1- Lee con atención el texto nº 1


2- Indica con una cruz (X) la respuesta correcta:
Es un texto: Literario..............No literario.................
Narrativo...............Expositivo...............Informativo..................Instructivo.................
3- Marca los elementos del paratexto que reconozcas y que posee según la clase de texto (título, subtítulo,
imagen, etc.)
4- ¿Sobré qué lugar habla el texto? Explicar
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AHORA TE INVITO A ESCUCHAR EL CUENTO “EL HACHADOR DE LOS ALTOS LIMPIOS” DE JUAN
DRAGHI LUCERO. TAL VEZ NECESITES ESCUCHARLO MÁS DE UNA VEZ PORQUE EL LENGUAJE
PUEDE RESULTARTE COMPLEJO. ES MUY RICO EN DESCRIPCIÓN Y ADJETIVACIÓN. ¡¡¡UN
DICCIONARIO A MANO PODRÍA SERTE MUY ÚTIL!!!

El hachador de Altos Limpios (Juan Draghi Lucero) - AUDIOLIBRO

https://www.youtube.com/watch?v=opsOA1IqPH8&list=PLw4xHF5qDBqnicf_NneDyFpLS6084mEZ0

AL FINAL LES DEJO EL TEXTO

B- ACTIVIDADES:

1- Buscar las palabras desconocidas, te dejo algunas, pero puedes buscar las que necesites: tozudez,
mestizo, precolombino, recado, pellón.
2- Indica con una cruz (X) la respuesta correcta:
Es un texto: Literario..............No literario.................
Expositivo............... Narrativo...............Informativo..................Instructivo.................
Novela.......... Cuento realista............ Cuento fantástico.........Fábula..............
Según lo que investigaste anteriormente, el tipo de narrador del texto es:
3º persona, omnisciente................ 1º persona, testigo...................... 1º persona, protagonista
Los personajes que aparecen en el texto son:
Uno.................... dos.........................tres................................
Describe a cada uno brevemente.
3- ¿A qué se dedica el personaje principal?
4- ¿A dónde se dirigen y por qué?
5- ¿Qué árboles y plantas se mencionan?
6- ¿Qué personajes históricos se nombran? Realiza un esquema con los años y hechos que mencionan.
7- ¿Qué sentimientos aparecen en el narrador durante la noche?
8- ¿Qué logra ver en la oscuridad y cómo era esa visión?
9- ¿Qué simboliza esa visión?
10- Actividad individual: teniendo en cuenta lo que leíste en el texto Nº 1 debes escribir para agregar al texto “El
Hachador de Altos limpios” donde te parezca conveniente: (individual)
a- Un párrafo, para aclarar dónde queda este lugar y cómo es.
b- Un párrafo que complete el final, en el que la visión que ve el personaje, diga o haga algo para
comunicarse con él y dejarle un mensaje.

TEXTO N° 2
EL HACHADOR DE ALTOS LIMPIOS

Campos de etnología y folklore. Arenales dormitando en la soledad y hoy conllevados al desvelo ante el paso
del Hombre. Brisas errantes con imágenes redivivas de un doloroso pasado… Y una pasión aleteando en dolida
inquietud.
La marcha de mi mula, acallada por el arenal, me traía el sueño; mas la empresa acometida y la figura del jinete
que iba delante, me enfrentaban a los vaivenes del tentado. Caí en la tentación de «ir y ver» a los Altos Limpios
después de oír, primero desganadamente y luego con desatado ardimiento, la corta y trunca relación de mi
compadre. Alcanzó a decirme en voz baja y desviada: En los Altos Limpios mora el alma quejosa del Viento…
No; es como si se hiciera manifiesta una voluntad descuartizada, o, tal vez, sea el aparecer de una fuerte
sombra en sufrimiento…
Nunca me había hablado así mi compadre Azahuate. Con estas algaradas sobre lo misterioso despertó en mí la
lumbre descaminadora que me llevaba. Ante mi creciente curiosidad ni quiso decirme más el cabrero llanista, ni
hizo otra cosa que encerrarse en celado silencio para mi creciente porfía y tozudez.
Conozco este silenciar caudaloso de los mestizos y criollos de los campos más apartados. Sospecho a dónde
van y qué persiguen cuando se concentran en su cavilar arisco y hunden el sediento mirar en sospechada
lejanía. «Siguen» una pasión que dentro del silencio bate campanas y centellea espadas.
Ellos «ven y oyen» algo que solamente alcanzo a presentir, después de refinar mi espíritu occidentalizado en lo
que me resta del aliento precolombino. Esto me desasosiega y me descentra al no poderme explicar a dónde
quiero ir y de dónde ansío venir al allegarme a estas auras de la vecindad del trance.
Sigo al paso de mi mula… Recuerdo que ayer caí sorpresivamente al rancho de mi compadre con la novedad
que quería ir, en su compaña, a los Altos Limpios. Mudo se quedó el pobre y tanto él como su mujer, la buena
de mi comadre, me hablaron con calma y remanso en el alma. Querían meterme en el entendimiento que yo era
pasto del «Tienta» (así apellidan al Tentador o Demonio) Mas yo, apelando a todos los recursos que debe lucir
el bien centrado, expliqué con elegida calma y decires del conllevamiento que se trataba de una simple
curiosidad y tanto y tanto porfié, que mi compadre se vio obligado a complacerme. Y el pobre, que me quiere y
considera, se avino a emprender el viaje. Ya en marcha los dos, yo veía que él iba venciendo duras resistencias
en un tremendo pelear interior. Su luchar se hacía patente en su cara con violentas contracciones y en un
continuo dar poderes y desmayos a sus miradas y ademanes. Hablando solo iba.
Y vamos y vamos. Se suceden los algarrobales y chañarales y otros torturados árboles indios. Nuestras sufridas
mulas sostienen la marcha a lo largo de las soledades anegadas de arena. Siempre al naciente por sendas de
cabras y animales cimarrones, en procuras de un lugar del que todos se alejan y apartan.
El sol de por la mañana es llevadero, mas en llegando la hora de la siesta se vuelve trasminante. Al fin nos
allanamos a buscar un reparo a la sombra de un corpulento algarrobo. Nuestras mulas sufren la sed y no
apetecen los pastos resecos. Nosotros mascamos ramitas de amarga jarilla para olvidar al agua, de la que
apenas nos queda un resto en la caramayola. Nos aplasta tanta soledad, tanto arenal quemado. Los ojos
ardidos se entrecierran y se solazan al recuerdo del sueño reparador. Pasan con detención las horas de la tarde
recalentada. Por fin se ladea el sol y, ya más sufrible su quemar, ensillamos nuestras mulas y proseguimos la
marcha. Esto es la travesía.
Va mi compadre delante, siempre puntero en el camino, pero bien comprendo su silencio y su empaque. Sé
que habla solo y que levanta duras palabras contra mi porfía incrédula. Sé que me sospecha en abierta
disidencia con su religión y con impertinente actitud de sabihondo ante los misterios de la Vida. Sé que me sabe
un atrevido y audaz sondeador de cosas que para él están bien en los resguardos y que soy capaz, en mi
descaro, de querer levantar el velo de lo escondido en las penumbras por disposición divina; y sé, por último,
que me sospecha «masón» y por tanto, según su creer, practicante de ritos prohibidos, condenados por la
Iglesia y pasibles de tremendos castigos.
Pero yo voy en un ir en goce de inhabitual realidad. Cansado de dar clases de historia y geografía, voy en
Geografía e Historia gustando de una acre verdad. Sé que estos campos, hoy en soledad, tuvieron su grávida
pre y protohistoria y que esta geografía ostentó muy otra interpretación en el sentir de los hombres primitivos
que aquí asentaron. Sé que la Etnología y Folklore registran documentos inhallables para los investigadores de
gabinete. Sé que entre las sinuosas divisiones de estas ciencias, alienta un espíritu de los campos que es
comprendido y degustado más por el iletrado de mi compadre que por mí; pero, con todo, yo entresaco y me
adhiero a esta entrevista «pasión» antiquísima de resollantes aristas, al tiempo que recrimino la ceguedad de
mis colegas, los profesores del ramo en la Universidad.
Luchando, vamos luchando, mi compadre delante y yo detrás por el mismo camino. Me allega a él mi audacia
de autodidacto que me permitió sesgar muchas pruebas tan académicas como adocenadoras, y conseguir
resguardar, en recónditos aljibes, mis reservas sobre sospechados caudales extracientíficos. —Yo sé a dónde
voy, compadre —le digo en mi monologar al mestizo Azahuate—. Yo voy tras un norte que no es el
simplemente empírico de usted y de los suyos, ni la «seguridad científica» de mis colegas, los profesores. Hago
pie en una Sospecha, amamantada en muchísimas sospechas, trasegadas de lecturas de entrelineas, de la
oposición que he percibido entre Historia y Folklore, y, sobre todo, del sopesamiento de las soledades
palabreras de estos campos «que han sido», es decir, que anidaron al Hombre en sus episodios cruciales.
Quería pardear la cayente tarde. Una sabedora paz se retrataba en el despedirse de los pájaros cantores al
anunciar la dulce muerte del día. Mi compadre detuvo su mula en lo alto de un ramblón y me señaló,
emocionado, un lugar que sobresalía en los llanos.
—Allá se divisan los Altos Limpios. Usted dirá compadre, si seguimos o no.
—¡Apuremos el paso! —le reclamé taloneando y animando a mi cabalgadura. Seguimos la marcha a paso
sostenido. Ya en las vecindades del mentado sitio, se me representó la azarosa historia comarcana. Me dije:
—Por aquí pasaron Francisco de Villagra y sus 180 hombres destinados a la guerra de Arauco, por mayo de
1551, cuando descubrieron la región de Cuyo. Por estas vecindades debió andar el padre Juan Pastor, el
documentado primer misionero de las lagunas de Huanacache, allá, por 1612. Para acá vinieron a resguardarse
durante el coloniaje muchos tránsfugas españoles que constituyeron los primeros troncos del resentido
mestizaje lugareño. Por esta misma senda pudo haber pasado José Miguel Carrera y su gente antes de ser
vencido en la Punta del Médano, en 1821, y entregado a las autoridades que lo fusilaron y lo descuartizaron en
la Plaza de Armas de Mendoza. Estas soledades se alborotaron y encresparon con el resonar de los cascos de
la caballería llanista de Juan Facundo Quiroga. Por estos mismos arenales anduvo en sus extrañas aventuras la
huesuda y varonil, doña Martina la Chapanay. Estas arenas vieron pasar al Chacho con sus huestes en marcha
para la guerra criolla y por estos mismos campos galopó el gran caudillo lagunero, el más célebre hoy en día,
don José Santos Huallama…
—Ya vamos llegando —me interrumpió mi compadre.
Alejáronse los fantasmas de la historia comarcana y apareció la concreta realidad terrena. Frente a nosotros se
alzaban unas barreras más altas que los médanos comunes. Estas alturas cortaban a los llanos en forma
novedosa… Desmonté para allegar, me a pie. ¡Los Altos Limpios! Ahora comprendía la razón de su nombre. Allí
no crecía ni una hierbecita. Cesaba bruscamente toda vegetación a muchos pasos antes y las eminencias de
arena se empinaban, en una plataforma de yermo. Sí; mas al pie mismo de la más grande altura se levantaba,
como relictus, un solitario y coposo chañar. Parecía un templo vegetal… A mi alrededor me atrajeron unos como
cantaritos que parecían de barro cocido. Los examiné y me recordaron a trozos de caracolas, pero muy luego
reparé que el piso de arena estaba sembrado de estos «restos». ¿Quién pudo haber hecho tales laboreos y
para qué?
Caía el anochecer. Con angurriento apuro quise mirarlo todo para formarme un cuadro orgánico do aquello, mas
en ese instante sentí la llegada de brisas arrastradas. Miré al suelo al reparar que algo serpenteaba y vi,
asombrado, inquieto, que las arenas «caminaban» hacia arriba, y en la pulimentada superficie se dibujaban
vivas rayas torcidas, libra, das por manejos intrusos. Me di en pensar que aquellas caracolas truncas las
modelaba un viento caviloso, artesano. Era un desgobernado viento maniobrero, discursivo, entretenido. Me
agaché, desconfiando de mis ojos y de la avanzante obscuridad, y palpé el suelo y «sentí» que ese suelo se
movía. Huían los granitos de arena en desgobernado rodar, uno por uno, procurando subir a los altos de la
empinada barrera, como solicitados por el imán. —¿Cómo puede suceder esto?— me preguntaba y cuando
quise verificar en diversos sitios el movimiento y caminar de las arenas, noté que la obscuridad me
descaminaba. Todo se envolvía en el obscuro poncho llanista. Acongojado, sediento de investigación y de
sospechas, volví a tantear el suelo a mi lado. Me parecía entrever que invisibles dedos modelaban botijuelas y
volutas pequeñas de un remoto palacio de barro cocido… En la noche el viento arrastrado enhebraba voces
bajitas, susurrantes, lejanas. Se entreoía el rodar de lamentos perdidos…
La voz de mi compadre, austera y prevenciosa, dio su recto pensamiento.
—Antes que se haga noche cerrada, vamonos a dormir al Balde de la Vaca.
—No, compadre. Yo dormiré aquí mismo. —¡Miren la ocurrencia! Pero no voy a dejarlo solo, compadre. Me
allanaré a acompañarlo, aunque ¡no estoy conforme! —Siguió a las medias hablas mientras desensillaba las
mulas. Luego se apartó con los dos animales y los largó maneados para que pastaran en la vecindad. Al rato
volvió, siempre murmurando y con unas leñitas. De mala gana, hizo fuego, puso una tira de asado al calor de
las llamas, echó la última agüita que nos restaba a la tetera y la arrimó al fuego. Muy en silencio comimos un
bocado y tomamos un matecito. Tendimos los recados a la mortecina lumbre del fueguito y nos acostamos
sobre los pellones. Observé que mi compadre rezaba mucho, con entregada devoción y se encomendaba a su
Ángel de la Guarda. Yo me tapé hasta la cabeza con mi poncho y solicité el sueño con miras de levantarme
tempranito a seguir con mi porfía investigadora.
El desvelo con su carga de penumbrosas imágenes me zarandeó en su vaivén de penas. Comencé a sentir
oleadas de miedo y de arrepentimiento. Fui sopesando las resistencias y prevenciones de mi compadre
Azahuate… Sopesaba su actitud. ¿Qué temía mi compadre? ¿Qué reservas encerraba esa tozuda resistencia a
venir a este lugar? ¿Por qué bajaba la voz y esquivaba hablar de los Altos Limpios? ¿Qué era aquello que quiso
decirme y lo calló, arrepentido? La soledad llanista, el lastimante aullar de los silencios me acosquillaban a
puntazos hasta desembocar en el tembladeral de las inquietudes… Desde muy adentro me lamía un preguntar
asaltante, inacallable, ganchudo, arañador. Con encrespadas rebeldías se levantaban mil sospechas
acechantes. Retenidas voces pugnaban por levantar gritos como si los devaneos del viento y los alentares del
lugar despertaran a alguien que dormitaba en mí. En los lindes del terror sofrenado, atiné a refugiarme
mentalmente al lado de mi buen compadre. Pedí su cristiana ayuda a través del lazo que me unía a él y así fui
gustando de alguna tranquilidad. Pedí el sueño, el soñar manso…
Tal vez dormí hasta la medianoche. De pronto me sentí remecido por un forcejear intruso. Me sorprendí a mí
mismo sentado en los pellones del recado hecho cama. ¿Estaba bien despierto? Hice esfuerzos por atesorar mi
cabal conciencia. Sí… Ahora sí estaba con mis ojos y oídos alertas y me llegaban claramente los retumbos de
un hacha… Hachaban el tronco de un árbol, ahí, a pocos pasos. Conseguí gritarme en voz acallada que estaba
bien despierto y hasta logré orientarme. Inquirí hacia el chañar solitario y pude distinguirlo como saliéndose de
la noche en un resplandor blanquecino y, a su lado y hachando su tronco, a un hachador. Miré con todas mis
fuerzas a los mantos engañosos; penetré con el filo de mi refinado mirar a las negruras y conseguí ver de lleno
al hachador de la noche… Era un mocetón alto, fornido, moreno. Calzaba ojotas, vestía chiripá; sin camisa,
mostraba el torso brilloso de sudor. ¿Y la cara? Una huincha le ceñía la frente y le sujetaba la abundosa
melena. Lo remiré buscándole los ojos, pero el hombre del hacha trabajaba afanosamente con la cara en
sombras, como esquivándola. Volví a inquirir con mi sediento escudriñar y caí a la sospecha ¡que el hachador
no tenía ojos! Una espesa negrura le caía bajo las cejas. De vuelta de los remecidos miedos, llegué al acuerdo
que el mocetón hachador tenía las cuencas vacías. ¡Mi compadre me lo dijo! Era «una fuerte sombra en
sufrimiento». Sí, ahora de frente al penante de los Altos Limpios yo debía, en los lindes de la locura, dar una
lección de mi saber «extracientífico»… Sí, el hachador revivía un quehacer simbólico anudado entre el folklore y
la historia. El hachador luchaba y su hacha era la suma de todas las armas de la guerra nativa y el tronco del
árbol herido, la inmensa llaga de todos los encuentros sufridos por la carne de un pueblo mal llevado.
Comprender el mensaje de ese penar… Y desfilaron los caudillos de los llanos de otrora. Pasaron con furia las
caballerías en el trance terrible de la carga. Ver el choque de los mil hachazos y entreoír los lloros de Catuna y
de otros mocetones ensangrentados y en derrota. Un mirar más y comprender, con las lágrimas del alma, que el
hachador sin ojos era la suma del dolor al revivir a los tiranos y caudillos que hacha, ron el árbol de la patria…

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