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según un óleo de raymond realizaron campañas para avanzar sobre territorios indígenas. las tierras
Quinsac monvoisin. conquistadas quedaron en manos de grandes terratenientes bonaerenses.
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frente a las demandas de las otras jurisdicciones. Conocido como el Restau-
rador de las Leyes, porque pudo establecer cierto orden luego del conflictivo
proceso que se abrió con la revolución y la independencia, Rosas era también un
patrón respetado por sus peones, por sus conocimientos del campo y el ganado,
sus habilidades de jinete y sus cualidades en las tareas de la estancia. Gracias
a tales destrezas, Rosas no sólo fue representativo de su grupo de hacendados-
saladeristas, sino que también supo establecer un lazo de fidelidad muy sólido
con los sectores populares de Buenos Aires.
Juan Manuel de Rosas, como Martín Miguel de Güemes en Salta o Fa-
cundo Quiroga en La Rioja, fueron algunos de los principales caudillos del Río
de la Plata. Estas figuras, que contaban con apoyo popular, eran resistidas por
las élites letradas de Buenos Aires. A Rosas se lo acusaba de “tirano” y “bár-
baro”, en oposición a lo que para estos sectores ilustrados era “la civilización”.
Es conocido el enfrentamiento y enemistad de Rosas con Sarmiento y otros
hombres de la “generación del 37”, todos ellos admiradores del modelo social
y cultural de Europa o de los Estados Unidos que pretendían imponer en las
provincias rioplatenses.
Además de estos conflictos culturales, en términos políticos, el conflicto
de fondo pasaba por las diferencias entre distintos sectores de la sociedad de
la época acerca de la forma en que debía organizarse el territorio rioplatense.
De manera esquemática, puede decirse que hubo dos grandes vertientes: el
movimiento federal proponía que las provincias fueran relativamente autóno-
mas y que todas tuvieran el mismo poder y peso, es decir, que ninguna pudiera
imponerse por sobre el resto. Por otro lado, los unitarios proponían justamente
lo contrario: que el poder estuviera centralizado en una provincia. La mayoría de
ellos creía que esa provincia debía ser Buenos Aires.
Desde 1820, cuando se disolvió el Directorio, hasta mediados del siglo XIX
estos dos proyectos y los intereses que cada uno representaba, se enfrentaron
mediante las ideas y también con el uso de la violencia. Durante un tiempo,
los caudillos federales establecieron una alianza que fue liderada por Rosas.
Avanzada la década de 1840, las diferencias entre el gobernador bonaerense y
otro federal, Justo José de Urquiza, gobernador de la provincia de Entre Ríos,
derivaron en un enfrentamiento. Con el apoyo del imperio de Brasil, de Uruguay
y de las provincias de Corrientes y Entre Ríos, Urquiza venció a Juan Manuel de
Rosas en la batalla de Caseros en 1852.
En 1853 representantes de las distintas provincias se reunieron en Santa
Fe y sancionaron la Constitución Nacional. Sin embargo, ello no significó el fin
de la discordia y la unidad de todas las provincias. Los enfrentamientos recrude-
cieron y, como resultado de estos, las provincias argentinas quedaron separadas
en dos organizaciones políticas: por un lado, el Estado de Buenos Aires, y por el
otro, la Confederación Argentina, liderada por Urquiza y conformada por trece
provincias que se negaban a someterse al poder de Buenos Aires. La separación
duró prácticamente una década en la que ambas unidades políticas se enfrenta-
ron en distintas ocasiones, utilizando diversos medios. Finalmente, en 1861, las
fuerzas bonaerenses comandadas por Bartolomé Mitre vencieron a las fuerzas
de la Confederación encabezadas por Urquiza, en la batalla de Pavón.
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Un nuevo intento de construcción del Estado nacional se iniciaba. Nacía
marcado por el predominio de Buenos Aires sobre las demás provincias y daba
comienzo a un período que se conoce en la historia como la etapa de la “orga-
nización nacional”.
la “Organización naciOnal”:
la fOrmación del estadO naciOnal
BaJO Un mOdelO OligárQUicO
En 1862, Bartolomé Mitre, prestigioso político de la élite porteña, fue ele-
gido presidente de la Nación. Inmediatamente se abocó a la tarea de sofocar las
resistencias del federalismo que, en distintas provincias, se levantaban contra el
poder de Buenos Aires. Según establecía la recientemente sancionada Constitu-
ción, su mandato duró hasta 1868, año en el cual fue elegido Domingo Faustino
Sarmiento quien gobernó hasta 1874, seguido por Nicolás Avellaneda, que pre-
sidió el país hasta 1880. Durante estas tres presidencias, se creó el entramado
de las instituciones que componen el aparato estatal.
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la Guerra del Paraguay o de la triple alianza
Fue un conflicto bélico desatado durante la presidencia de Mitre que se ex-
tendió entre 1865 y 1870. Fue pensado por Mitre como un instrumento para
lograr la unificación del país detrás de una convocatoria nacional. Sin em-
bargo, la guerra generó fuertes resistencias en el interior del país, particu-
larmente las lideradas por el caudillo federal Felipe Varela.
En la guerra se enfrentaron la Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay.
Paraguay había formado parte del Virreinato del Río de la Plata y desde su
independencia declarada en 1811 había logrado consolidarse como Estado y
desarrollaba un crecimiento económico autónomo con respecto a las poten-
cias europeas. A su vez, quienes gobernaban el Paraguay impidieron el de-
sarrollo de una oligarquía terrateniente y, alentaron, en cambio, a la pequeña
propiedad en una forma de tenencia de la tierra compartida entre el Estado
y los campesinos.
Pero toda la potencialidad que tenía Paraguay fue frenada por la brutal
guerra. Buena parte de los combatientes paraguayos eran campesinos que
peleaban en defensa de su propia tierra. La mayoría de ellos murió en com-
bate. El incipiente desarrollo industrial se detuvo y desapareció el modelo de
país paraguayo, un modelo distinto al del resto de los países vecinos por su
apuesta a la autonomía. En la segunda mitad del siglo XIX, en pleno auge del
imperialismo, este modelo de autonomía tenía poco espacio para sostenerse
y prosperar.
Un signo del cambio que implicó la guerra es que, al momento de su inicio,
el Paraguay no tenía deuda externa con ninguna potencia. En 1870, el país en
ruinas se vio sometido a tomar el rumbo de dependencia económica y social
que ya habían adoptado los países vecinos, sus vencedores.
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las montoneras
Las así llamadas “montoneras” fueron organizaciones militares
no formales, es decir, formadas por los pobladores de una misma
localidad que seguían a un líder o caudillo. En nuestro país, algunas
montoneras fueron lideradas por caudillos de gran apoyo popular
como Ricardo López Jordán (Entre Ríos), Felipe Varela (Catamarca) o
Ángel Vicente “el Chacho” Peñaloza (La Rioja), quienes luchaban por
mejores condiciones de vida para las poblaciones de sus provincias y
la construcción de una nación federal.
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esta ley mostraba la preferencia por los trabajadores provenientes del viejo con-
tinente por sobre los de origen criollo o nativo. Ni gauchos ni indígenas tenían
lugar en el ordenamiento en marcha: en la conquista de la Patagonia y el Chaco,
emprendida por el Ejército nacional, fueron masacradas las comunidades indí-
genas. Los sobrevivientes fueron sometidos a servidumbre.
La creación de escuelas y otras instituciones educativas apuntaron a
“educar al soberano” en un conjunto de conocimientos indispensables para des-
empeñarse en las distintas actividades económicas, así como en valores que
justificaran el orden en construcción.
En 1880, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda, se federalizó la ciudad
de Buenos Aires, es decir, se la designó como capital del Estado argentino. Al
doblegar la resistencia de algunos grupos porteños a la federalización de su
ciudad, el Estado nacional terminó de consolidarse, al poder ejercer una auto-
ridad indisputada en todo el territorio reivindicado como propio a través de un
conjunto diferenciado e interrelacionado de instituciones (jurídicas, impositivas,
educativas, entre otras).
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la “generación del 80”
Cuando hablamos de “élite”, no sólo nos referimos al mundo acotado de
los terratenientes bonaerenses sino que esta clase dominante se extendía en
todo el país. Formaban también parte del grupo privilegiado, escritores, perio-
distas, políticos y científicos de tradición liberal. Cada uno, desde sus lugares,
aportaba a la construcción del “régimen conservador”. Este grupo de personas
es conocido como la “generación del 80” por el protagonismo que tuvo durante
esta época, en la política, pero también en la literatura, en las ciencias, en la
escultura o en la arquitectura. Admiradores de la cultura europea, se inspiraban
en sus expresiones artísticas y científicas, en sus teorías políticas, así como en
la manera en que sus élites concebían el mundo. Como vimos, su lema, hacia
fines del siglo XIX, era Orden y Progreso. La idea de “progreso” se expresaba en
el avance científico, la razón y el desarrollo. El “orden” iba de la mano del pro-
greso, ya que era considerado imprescindible para hacer efectivo el progreso. El
Estado sería el encargado de garantizarlo.
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