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La convivencia humana
Cuidados y aprendizaje
Desde un punto de vista biológico, los humanos somos sumamente débiles. Y nuestra
infancia, comparada con la de otros animales, es muy prolongada. Durante la niñez,
dependemos de la asistencia y del cuidado de los y las adultos.
Tardamos meses hasta poder movernos por nosotros y nosotras mismas. Recién varias
semanas después de nacer podemos levantar la cabeza; y pasan meses hasta que
desarrollamos la fuerza para gatear y unos meses más para caminar. Y cuando ya sabemos
caminar, seguimos siendo aún vulnerables e incapaces de valernos por nosotros mismos.
Otros animales, como el león, caminan al poco tiempo de nacer y al año de vida son
capaces de cazar para conseguir su alimento. En cambio, los humanos necesitamos varios
años para valernos por nosotros/as mismos/as
Además, la comunicación de los animales no humanos parece bastante sencilla. El león
recién nacido comprende rápidamente lo que su madre u otro individuo de su grupo le
transmiten y en poco tiempo domina todos los recursos comunicacionales de su especie. En
cambio, la comunicación humana es muy compleja. Al nacer entramos al mundo y al
lenguaje de los humanos. En un primer momento, nuestro grito, nuestros llanto es
transformado por las y los otros en una llamada. Esos otras/os otorgan significación al
llanto: “tiene hambre”, “tiene sueño”, “le duele algo”, transformando nuestras primeras
expresiones en actos comunicativos. También lloramos para llamar la atención y recibir
afecto y cariño. Tardamos unos años en comenzar a hablar y nuestro lenguaje se va
enriqueciendo con el paso de los años.
Para poder hablar y aprender un lenguaje, debemos convivir con otros seres humanos que
ya hablan, que hablan entre ellas/os y nos hablan.
Los seres humanos, al igual que todos los seres vivos (plantas, animales) necesitamos vivir.
Para ello debemos alimentarnos, dormir, protegernos de las inclemencias del tiempo. Es el
aspecto biológico de la vida.
Además, necesitamos existir. Vivir y existir no son términos sinónimos. En efecto, mientras
que para vivir necesitamos satisfacer nuestras necesidades biológicas, para existir
necesitamos la mirada de los otras/os. Existir es ser para otras/os, es ser reconocido por las
y los demás. Son los otros humanos los que nos dan existencia. El niño/a que busca captar
la mirada de su madre está buscando existir para ella. Y no le alcanza con ser alimentado y
arropado.
La diferencia entre vida y existencia permite admitir que se puede existir aún cuando ya no
se viva. Así, podemos reconocer la existencia de sujetos que han fallecido, pero siguen
siendo recordadas/os, siguen siendo habladas/os, siguen siendo nombradas/os, siguen
siendo relatados. Es lo que sucede cuando perdemos a un ser querido. No solo lo
recordamos. También podemos percibir que existen nosotras/os, aunque ya no viva. Esto
significa que advertimos que algunos de nuestros gestos, o ideas, o maneras de
comportarnos fueron tomados, copiados de esa persona y forman parte de nuestro ser
mismo. Es que somos, en parte, fruto de la relación con las y los otros. Somos, en parte, el
resultado de la vida en común, de la convivencia. Es decir, cada una/o de nosotras/os no es
enteramente la causa de sí mismo. Las y los otros también son nuestra causa o la razón
que explica por qué somos quiénes somos.