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11 de Marzo 2024

1°u- Construcción de la ciudadanía


Prof. Carmen Dominguez.

La convivencia humana

Convivir para sobrevivir


Los seres humanos, al nacer, somos frágiles. Entramos en este mundo pero no podemos
hacer casi nada, salvo gemir o llorar para llamar la atención y para que nos atiendan.
No podemos alimentarnos ni abrigarnos ni higienizarnos ni trasladarnos de un lado a otro
por nuestros propios medios. Nuestro físico no resistiría mucho tiempo el hambre, el frío o el
calor extremo.
Por eso, para sobrevivir necesitamos de mucha protección y cuidado por parte de otros
seres humanos que ya han pasado por esa etapa de indefensión o, en otras palabras, que
ya han dejado de ser cachorros.

Cuidados y aprendizaje
Desde un punto de vista biológico, los humanos somos sumamente débiles. Y nuestra
infancia, comparada con la de otros animales, es muy prolongada. Durante la niñez,
dependemos de la asistencia y del cuidado de los y las adultos.
Tardamos meses hasta poder movernos por nosotros y nosotras mismas. Recién varias
semanas después de nacer podemos levantar la cabeza; y pasan meses hasta que
desarrollamos la fuerza para gatear y unos meses más para caminar. Y cuando ya sabemos
caminar, seguimos siendo aún vulnerables e incapaces de valernos por nosotros mismos.
Otros animales, como el león, caminan al poco tiempo de nacer y al año de vida son
capaces de cazar para conseguir su alimento. En cambio, los humanos necesitamos varios
años para valernos por nosotros/as mismos/as
Además, la comunicación de los animales no humanos parece bastante sencilla. El león
recién nacido comprende rápidamente lo que su madre u otro individuo de su grupo le
transmiten y en poco tiempo domina todos los recursos comunicacionales de su especie. En
cambio, la comunicación humana es muy compleja. Al nacer entramos al mundo y al
lenguaje de los humanos. En un primer momento, nuestro grito, nuestros llanto es
transformado por las y los otros en una llamada. Esos otras/os otorgan significación al
llanto: “tiene hambre”, “tiene sueño”, “le duele algo”, transformando nuestras primeras
expresiones en actos comunicativos. También lloramos para llamar la atención y recibir
afecto y cariño. Tardamos unos años en comenzar a hablar y nuestro lenguaje se va
enriqueciendo con el paso de los años.
Para poder hablar y aprender un lenguaje, debemos convivir con otros seres humanos que
ya hablan, que hablan entre ellas/os y nos hablan.

Convivir para existir


Con pocos días de vida, la niña y el niño intentan captar la mirada de su madre no solo para
que esta vaya a alimentarlo sino porque esa mirada en sí misma le aporta un complemento
indispensable a la alimentación lo confirma en su existencia. El niño/a solicita el
reconocimiento de la madre y la madre se encuentra ella misma reconocida por la mirada
solicitante de su hijo/a.
Esos juegos de mirada y esas necesidades de existir para otras/os seguirán vigentes a lo
largo de nuestra vida.
11 de Marzo 2024
1°u- Construcción de la ciudadanía
Prof. Carmen Dominguez.

Los seres humanos, al igual que todos los seres vivos (plantas, animales) necesitamos vivir.
Para ello debemos alimentarnos, dormir, protegernos de las inclemencias del tiempo. Es el
aspecto biológico de la vida.
Además, necesitamos existir. Vivir y existir no son términos sinónimos. En efecto, mientras
que para vivir necesitamos satisfacer nuestras necesidades biológicas, para existir
necesitamos la mirada de los otras/os. Existir es ser para otras/os, es ser reconocido por las
y los demás. Son los otros humanos los que nos dan existencia. El niño/a que busca captar
la mirada de su madre está buscando existir para ella. Y no le alcanza con ser alimentado y
arropado.
La diferencia entre vida y existencia permite admitir que se puede existir aún cuando ya no
se viva. Así, podemos reconocer la existencia de sujetos que han fallecido, pero siguen
siendo recordadas/os, siguen siendo habladas/os, siguen siendo nombradas/os, siguen
siendo relatados. Es lo que sucede cuando perdemos a un ser querido. No solo lo
recordamos. También podemos percibir que existen nosotras/os, aunque ya no viva. Esto
significa que advertimos que algunos de nuestros gestos, o ideas, o maneras de
comportarnos fueron tomados, copiados de esa persona y forman parte de nuestro ser
mismo. Es que somos, en parte, fruto de la relación con las y los otros. Somos, en parte, el
resultado de la vida en común, de la convivencia. Es decir, cada una/o de nosotras/os no es
enteramente la causa de sí mismo. Las y los otros también son nuestra causa o la razón
que explica por qué somos quiénes somos.

La importancia del reconocimiento de los demás


“Yo como comencé la muerte por soledad”, escribe el novelista francés Víctor Hugo (1802-
1885). Además sostiene: “la existencia puede morir, antes de que la vida se apague”. Estas
afirmaciones de Víctor Hugo muestran que, así como alguien puede existir incluso a una
vez muerto cuando es reconocido o es recordado por las y los demás, también es posible
que alguien que vive sienta muy debilitada su existencia, por considerarse excluido/a,
olvidado/a, no valorado/a, o ignorado/a por sus semejantes.
Este sentimiento puede tenerlo una persona anciana que está en un geriátrico y no recibe
visitas de sus familiares o seres queridos. Sin embargo, no es exclusivo de aquellos que se
sienten olvidadas/os por su entorno. También puede ser que lo sientan las/os niños, las/os
jóvenes e incluso las/os adultos que reclaman ser escuchadas/os, valoradas/os,
consideradas/os por las personas con las que conviven. Cuando alguien siente que su
opinión no es tenida en cuenta, también siente su existencia debilitada.
Muchos de los malestares que sufrimos en la convivencia tienen relación con la ausencia de
reconocimiento. Malestares vivenciados por sujetos que no se sienten reconocidos ni
valorados en lo que hacen. En definitiva, que no se sienten vistas/os.
Vivimos en sociedad para facilitar nuestra existencia. De esta manera es más fácil
conseguir sustento, dividirnos las tareas para poder satisfacer diferentes necesidades,
protegernos unas/os a otras/os, etc. Pero, además, buscamos que las/os otras/os nos
reconozcan, valoren y tengan en cuenta nuestra existencia.

Una necesidad humana


El pensador búlgaro Tzvetan Todorov escribió un libro llamado La vida en común (Taurus,
1995) en el que analiza la necesidad humana de reconocimiento. Para este autor, los seres
humanos siempre necesitaron atraer la mirada de las/os otras/os, ser reconocidas/os. Esta
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necesidad de reconocimiento, que puede confundirse con la vanidad, es en realidad una


“necesidad constitutiva de la especie”, lo que nos hace verdaderamente humanos.
Según Todorov, esta necesidad es de dos tipos:
1.- Queremos formar parte del grupo, queremos pertenecer, ser consideradas/os iguales a
las/os demás. Queremos ser aceptadas/os y nos da satisfacción ser semejantes, ser como
las/os otros son. No queremos ser discriminadas/os o tratadas/os como inferiores.
2.- Queremos ser aceptadas/os y valoradas/os como diferentes. Queremos que las/os
otras/os reconozcan nuestras habilidades, nuestras destrezas, o que respeten y valoren
nuestra específica manera de ser.
Es decir, no solo necesitamos ser vistos y aceptadas/os por las otras y otros, también
necesitamos ser juzgados positivamente por ellas/os y nos da satisfacción que nos digan
que lo que hacemos es interesante o valioso.
Esta continua necesidad de reconocimiento es lo que se pone en juego en cualquier
situación de convivencia humana, ya sea entre familiares, entre hermanas/os, entre
alumnas/os, entre compañeras/os de trabajo. Y puede ser, también, fuente de tensiones y
conflictos.

Los demás no están demás…


Hemos visto que nuestra necesidad de convivir es innegable. La relación con las otras y
otros no resulta indispensable para sobrevivir y para existir. Pero eso no significa que
convivir sea un asunto sencillo. La convivencia suele ser compleja, difícil y conflictiva. El
deseo de reconocimiento que todos/as tenemos puede dar lugar a disputas y peleas.
Además, nuestros intereses y gustos no tienen por qué coincidir necesariamente con los de
quienes nos rodean. Aún siendo amigas/os, podemos no querer lo mismo en una
circunstancia determinada. Las tensiones y conflictos pueden sobrevenir en cualquier
momento, incluso entre amigas/os muy cercanas/os que se quieren y respetan.
En la convivencia cotidiana en la familia, en la escuela, en los lugares de trabajo, se dan
momentos de alegría y cooperación, pero también de tristezas, broncas y enfrentamientos.
A veces, la llegada de un nuevo integrante a la familia (un hermanito) o al grupo (un nuevo
compañero/a) disloca el estado de las cosas y nos descoloca.
En principio, esa nueva incorporación nos cae bien. Incluso no fascina y alegra su
presencia, pero ¿no será una amenaza a la que hemos conseguido? ¿No nos quitará
nuestro lugar? ¿Y si llegamos a ser adversarios o, incluso, enemigos?
Necesitamos de las otras y otros. Pero, a la vez, estar con los otros y otras nos cuesta y
puede fastidiarnos. Ese fastidio puede hacernos desear que llegue el día en que no
tengamos que convivir con esas personas, y nos ilusionamos pensando en la posibilidad de
integrar otros grupos o de estar solas/os.
Queremos estar solas/os es una opción legítima que podemos elegir en determinados
momentos. Incluso, hay personas que disfrutan mucho de su soledad. Sin embargo,
seguramente, nadie quiere estar solo todo el tiempo; nadie quiere vivir aislada/o. La soledad
es necesaria y hasta deseable en algunas circunstancias, pero la condición de no sentirnos
solas y solos, a condición de saber que podemos salir de esa soledad para volver a
encontrarnos con los demás.

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