Está en la página 1de 44

EN P R I M E R A

PERSONA

DIEZ RELATOS
INSPIRADORES CONTADOS
POR SUS PROTAGONISTAS
AGRADECIMIENTOS
Este libro llega a tus manos gracias a la generosidad de personas, hombres y mujeres, que
nos han abierto su corazón para contarnos en primera persona algo que cambió sus vidas de
manera significativa.

Desde aquí, por tanto, nuestro más sincero agradecimiento a María, Pedro, Nancy, Lorenzo,
Karla, Alfredo, Kepa, Dahiana, Pili y Rodrigo, cuyas historias nos han conmovido.
© Santos Tejedor & Luis Ramos
EN PRIMERA PERSONA Tampoco nos olvidamos de Aingeru, autor de la portada que acompaña el libro, de Joel,
quien, con paciencia y dedicación, ha hecho posible la revisión del texto, y de Fernando, artífice
de toda la maquetación.
ISBN: 978-84-09-25659-4
A todos ellos, gracias.
Impreso en España
Por Gráficas Parra - Pol. Valdeconsejo
Tel.: 976 421 184 - CUARTE (Zaragoza)

Redacción: Luis Ramos de Frutos


Revisión: Joel Martínez de Lagrán
Diseño de portada: Aingeru Carro
Maquetación y revisión final: Fernando Plou Fernández

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley,


no se permite la reproducción total o parcial de esta obra,
ni su incorporación a un sistema informático,
ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio
(electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros)
sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.
La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales
y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos)


si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Este libro no es apto para la venta.

2 EN PRIMERA PERSONA AGRADECIMIENTOS 3


CONTENIDO
PRÓLOGO 9

CAPÍTULO 1 • PEDRO, EL BUSCADOR DE TESOROS 11

CAPÍTULO 2 • MARÍA, ADIÓS AL TEMOR 19

CAPÍTULO 3 • LORENZO, DEJANDO ATRÁS SU PASADO 25

CAPÍTULO 4 • NANCY, UN ENCUENTRO INESPERADO 33

CAPÍTULO 5 • KEPA, UN HIJO DE SU TIEMPO 39

CAPÍTULO 6 • KARLA, EN BUSCA DE LA FELICIDAD 45

CAPÍTULO 7 • RODRIGO, EL LARGO CAMINO A LA VICTORIA 51

CAPÍTULO 8 • PILI, UNA CHICA NORMAL 59

CAPÍTULO 9 • ALFREDO, UN ALMA SEDIENTA 67

CAPÍTULO 10 • DAHIANA, PRISIONERA DE LA ESPERANZA 75

EPÍLOGO 83

4 EN PRIMERA PERSONA CONTENIDO 5


Un hecho real, bien contado, se convierte en una historia
que bien podría ser una novela.
La realidad, muchas veces, supera a la ficción.
Enric Juliana, escritor.

Dios no puede ser producto de mi imaginación,


porque para nada es lo que yo pude imaginar de Él.
C. S. Lewis

6 EN PRIMERA PERSONA 7
PRÓLOGO
Cuenta la historia que hubo un hombre llamado Saulo, originario de la ciudad de Tarso. Este
hombre se convirtió, desde el principio, en un feroz perseguidor de aquellos que abrazaban la
nueva fe en el hijo de un carpintero de Nazaret, llamado Jesús y al que las tropas romanas asenta-
das en Palestina habían dado muerte como si de un malhechor se tratara. A estos que insistían
una y otra vez en que Jesús había resucitado de los muertos, es a los que el citado Saulo perse-
guía aun fuera de sus fronteras, y fue cerca de la ciudad de Damasco donde nuestro personaje
tuvo una experiencia que lo transformó de manera radical. Pasó de perseguir a los seguidores de
Jesús a convertirse en un vocero de su realidad y, cada vez que pudo y ante aquellos que se lo
demandaban, no perdió la ocasión de darles cuenta de su propio testimonio personal.

Estimado lector, fueron historias como las de Saulo y otras muchas las que nos inspiraron
para llevar a cabo la edición del libro que tienes en tus manos y al que hemos titulado
«En primera persona», porque pensamos que el testimonio personal, contado desde la verdad y
la honestidad, tiene el poder de llegar al corazón de las personas.

«En primera persona» es una recopilación de diez historias personales, cada una de ellas dis-
tinta de la anterior. Todos sus protagonistas vienen de diferentes contextos tanto familiares
como sociales, y aun culturales y religiosos. Son historias que nos narran una parte de sus vidas,
episodios íntimos y personales, que les marcaron de manera significativa. No son, por tanto, per-
sonajes de ficción; son personas de carne y hueso, como tú o yo. Nuestra humilde pluma lo
único que ha hecho es darles forma para que su lectura sea más amena, pero siempre respetando
la esencia de lo que cada uno ha querido contar.

Conforme el lector vaya adentrándose en su lectura, seguramente percibirá el denominador


común, que, como si se tratase de un hilo de costurera, los va entrelazando. Pero de eso, si te
parece bien, hablaremos al final.

Las canciones referidas en algunos de los relatos, tienen que ver con situaciones y momentos
vividos por sus protagonistas, por si el lector está familiarizado con alguna de ellas.

8 EN PRIMERA PERSONA PRÓLOGO 9


CAPÍTULO 1
PEDRO, EL BUSCADOR DE TESOROS

10 EN PRIMERA PERSONA
Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo,
el cual un hombre encuentra y lo esconde de nuevo;
y contento por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.
(Mateo 13:44)

Eran las ocho de la tarde de un martes de febrero. Para casi todos los asistentes a aquella reu-
nión, era un día más, pero no para mí. En mis 59 años de vida, no recordaba haberme encontra-
do tan nervioso como en ese momento, salvo, quizás, en el día de nuestra boda. No había más
de veinte personas en la sala, pero eran suficientes para despertar mi miedo escénico: parecían
una multitud, todos miraban expectantes.

Siempre he sido aficionado a la fotografía y también tenía inquietudes literarias. Por eso,
aquel reto, aunque me generara cierta ansiedad, me resultaba tan estimulante… «No me llevo
muy bien con las nuevas tecnologías», exclamé con una sonrisa nerviosa. Traté de ponerme las
gafas de leer y abrir el portafolios del manuscrito al mismo tiempo. No funcionó, se me caye-
ron todas las hojas al suelo y, al tratar de impedirlo, perdí también las gafas; un desastre. Hubo
quienes se apiadaron de mí y colaboraron en recoger los desperdigados folios. Les di las gracias
ruborizado. Quise justificarme atribuyendo el desaguisado a los nervios, pero no creo que
aquella excusa resultara muy creíble. Cuando acabé de reordenar el manuscrito, sentí la necesi-
dad de aspirar profundamente, como si me faltara el aire. En aquel momento intervino Jagoba,
el profesor de aquel taller «¿Te encuentras bien, Pedro? ¿Quieres que le demos el turno a
otro?». Pensé que la imagen que estaba dando debía de ser bastante patética, reuní la suficiente
entereza como para poder retomar el control de la situación y, sonriendo, respondí que no
hacía falta, que estaba todo en orden. Volví a enfundarme las gafas y me dirigí de esta forma a
mis sufridos oyentes:

—En mi vida ha habido dos aficiones que me han acompañado desde niño: la fotografía y la
literatura. Por circunstancias, no he tenido la posibilidad de formarme académicamente en nin-
guna de ellas, pero siempre que he podido lo he ido haciendo de forma autodidacta, y así es
como me apunté a este taller de literatura. Soy consciente de mis limitaciones, por lo que puedo
disfrutar de lo que hago sin ningún tipo de presión. Por eso, también acepté el desafío que plan-
teó Jagoba, el responsable del taller, de presentar un relato breve. Entiendo que va a ser expuesto
a la crítica de la clase, y lo acepto de buen grado.

»Es una autobiografía. Espero que no os resulte pesada ni os aburra. Mi vida la dividiría en
cuatro capítulos, utilizando el símil de un largo viaje emprendido por una tribu nómada. El pri-
mero ocupa desde la más tierna infancia hasta la preadolescencia. He puesto mucho empeño en
hacerlo ameno; espero haberlo conseguido.

12 EN PRIMERA PERSONA 1. PEDRO, EL BUSCADOR DE TESOROS 13


«Deja que hable el texto y que nosotros saquemos las conclusiones, Pedro» —comentó »Hay mucha gente que no tiene estas dudas, las sabe tapar o, simplemente, se resigna a vivir
Jagoba, dejando entrever cierta impaciencia. «Tienes razón»—respondí, y, captando la indirec- con ellas, pero a mí no me resultaba tan fácil. Es cierto que me divertía a tope siempre que podía,
ta, comencé a leer: pero lo hacía de una forma relativamente sana. No consumía drogas, ni abusaba del alcohol;
tampoco era un gamberro, ni un delincuente, a pesar de mi inconformismo.
—La infancia es la etapa del color y los olores, de los sentidos, de la seguridad y los sueños,
de los juegos interminables. En ese tiempo no caminas, te llevan. El viaje resulta placentero por- »En este largo viaje de la vida, como los nómadas, que no permanecen mucho tiempo en el
que todos se preocupan de hacértelo vivir así. Tal es la fotografía que conservo de aquella época; mismo lugar, fui cambiando continuamente de asentamiento. El tercer capítulo fue el de la bús-
todavía hay aromas que me hacen revivirla. queda de respuestas, y lo emprendí con mi mejor amigo. José Pedro era un compañero de clase.
En realidad, no formábamos parte del mismo grupo, aunque a veces coincidiéramos en los
»A pesar de que fueron tiempos duros en lo económico y éramos una familia numerosa, fui recreos y en el aula.
un niño muy feliz, incluso en medio de las privaciones. La vida me parecía maravillosa y excitan-
te. Hay quien me define como una persona positiva. Seguramente la manera en que viví la infan- »Cierto día, estando en casa, alguien llamó a la puerta preguntando por mí; era José Pedro,
cia tenga mucho que ver con ello. que quería hablar conmigo. Me sorprendió su visita, pero acepté su invitación. Salí a la calle y
comenzamos a caminar en dirección a un parque cercano. No se anduvo con rodeos, fue muy
»No obstante, llegó el tiempo de las preguntas y las inseguridades, y aquí entramos en el directo; probablemente lo tenía ensayado. Me dijo que se había dado cuenta de que teníamos las
segundo capítulo: la adolescencia. Es una etapa a la que te vas incorporando casi sin notarlo. Los mismas inquietudes. «¿A qué te refieres?», le pregunté. «Quiero decir que te haces las mismas
primeros síntomas aparecen cuando empiezas a cuestionar las órdenes de tu madre. Después, preguntas que yo. Creo que no eres tan superficial como la mayoría de la gente que conozco»,
continúas con la forma de entender la vida, tu relación con otras personas, la búsqueda de una respondió. Era de noche, y, a esas horas, quedaba poca gente en la calle. La luz de las farolas y el
identidad propia… sonido de nuestros pasos daban un tono casi clandestino a aquella conversación; miré en derre-
dor antes de volver a hablar. «Te refieres a preguntas acerca de la existencia y eso, supongo». Mi
»Mis padres no estaban para mucha metafísica, ni por formación ni por ganas; bastante amigo asintió. Aquel día fue el comienzo de una sólida amistad.
tenían con hacer encaje de bolillos para sacarnos adelante a mis hermanos y a mí. Aquello fue un
verdadero choque generacional. Por un lado, ellos, que vivieron la posguerra; por otro, los de mi »Al principio leíamos algo de filosofía pero, al no tener cerca ningún apoyo que nos ayudara
generación, que no conocimos el conflicto más que de oídas y despertábamos a un mundo muy a interpretar aquello, todo nos parecía excesivamente teórico, destinado, más que otra cosa, a
diferente al que ellos habían experimentado. Costaba aceptar aquella mentalidad de subsistencia satisfacer el intelecto. Comenzamos a buscar respuestas en autores algo más sensacionalistas y
que trataban de implantarnos continuamente nuestros mayores. sencillos de entender. Devorábamos libros de parapsicología y ocultismo.

»En las noches de cielo raso, mis amigos y yo discutíamos sobre la inmensidad del cosmos. »Por aquel entonces, comencé a trabajar como recepcionista en un hotel. Cuando me toca-
Nos hacíamos muchas preguntas: «¿Hay algo más?». Cada uno daba su propia versión. Curio- ba turno de noche, como apenas había actividad, aprovechaba para leer diferentes tipos de litera-
samente, nunca se nos pasó por la cabeza acudir al párroco. A esa edad, aquella casilla estaba tura: ensayos, novelas cortas… Sobre todo ciencia ficción. Lo hacía con el afán interior de hallar
ya superada. respuestas en alguna parte.

»La versión religiosa de la vida me resultaba excesivamente infantil y ñoña, además de abu- »Una de aquellas noches de lectura, llegó a mis manos una especie de folleto que hablaba de
rrida y gris. Esto complicaba las cosas, pues en aquel entonces no existía ninguna otra alternativa un gurú que hacía figuras de arcilla a las que luego daba vida soplando sobre ellas. Al día siguien-
para una persona de mi edad: o acataba la fe católica, o era un escéptico resignado. Me sentía te se lo conté a José Pedro, hablamos de ello y decidimos ahorrar durante un año para ir a visitar
frustrado ante semejante dicotomía. Cuando observaba a las madres cuidando de sus pequeños, a este gurú.
me resistía a aceptar que todo se redujera a eso; nacer, crecer, reproducirse y morir. Entonces…
¡Qué cruel destino! Tener una vida cuyo significado no alcanzas a ver y, por si eso no fuera poco, »Viajamos hasta Nancy, una pequeña ciudad en la frontera franco-alemana, al nordeste del
preocuparte por ello… «¿Por qué te complicas tanto?», me decían en casa. país galo. El viaje fue largo y duro. Lo hicimos íntegramente en ferrocarril, aunque llevábamos

14 EN PRIMERA PERSONA 1. PEDRO, EL BUSCADOR DE TESOROS 15


sendas bicicletas para desplazarnos por la zona una vez llegáramos. Con todo, sufrimos con »Una lluvia torrencial había aparecido en mi vida en el momento más inesperado; a las pre-
buen ánimo todas las penalidades de aquel periplo, ilusionados con la idea de poder conocer al guntas se les había añadido el desengaño. Tenía el alma anegada y no veía ningún refugio donde
gurú del folleto. Sin embargo, no dimos con él, pues no había rastro de su presencia. Así pues, guarecerme. Me reincorporé a la vida cotidiana con un gran sentimiento de fracaso.
decidimos aprovechar el tiempo para movernos por aquella zona hasta que nos quedara el dine-
ro justo para poder regresar. Esta fue solo una de las muchas búsquedas infructuosas que tuvi- »Pasó un tiempo y, aunque la sensación de vacío continuaba, las heridas se habían transfor-
mos que experimentar. mando en profundas cicatrices. Cuando ya me había cansado de buscar, alguien vino a buscarme
a mí. Fue un encuentro fortuito. Estaba dando una vuelta por un parque junto a José Pedro cuan-
»Visitamos grupos pertenecientes a sectas, como los rosacruces y otros por el estilo, hasta do vimos un corro de personas escuchando a alguien que hablaba. Nos acercamos a curiosear. Se
que finalmente conocimos al líder de un grupo que se reunía en un piso en nuestra ciudad. trataba de un chico de nuestra edad aproximadamente. Estaba hablando de Dios, de la Biblia y de
Comenzamos a asistir al mismo, congregándonos en una gran sala, sentados todos alrededor del la vida de Jesús. Me llamó la atención que, aunque casi todo lo que decía me resultaba familiar, mi
cabecilla, en el suelo. Su discurso nos resultó muy interesante. Hablaba de cosas trascendentes y impresión era como de frescura; no me sentía predicado. Su manera de presentar a Dios era muy
parecía responder a algunas de nuestras preguntas vitales. Aquel personaje era un miembro de cercana y real. Nos informamos de dónde se reunían y decidimos hacerles una visita.
los Hare Krishna. No tardamos mucho tiempo en tomar la decisión de integrarnos en una
comuna que tenían en la zona centro. Nos despedimos de nuestras respectivas familias y amigos, »He de reconocer que íbamos con una actitud muy escéptica; no pretendíamos arriesgar
cogimos algo de ropa, mi equipo fotográfico, y emprendimos otro viaje más. nada. Cuando llegamos a la dirección que nos habían dado, vimos que se trataba de un bajo de
unos 150 metros cuadrados que habían acondicionado para que pareciera una capilla. Era aco-
gedor, aunque nada sobrecargado. No había imágenes, ni crucifijos, tan solo una cruz en la pared
»La vida dentro de la comuna era muy estricta. Mucha actividad, poco sueño y casi ninguna del fondo, detrás del púlpito.
proteína (salvo la leche, todo era de origen vegetal). Cada día, sin importar la época, nos levantá-
bamos a las 3:30 de la madrugada y nos duchábamos con agua fría. Repetíamos el mantra de la »No me enteré de casi nada durante la reunión; mi cabeza estaba llena de pensamientos que
secta muchísimas veces al día. Además, teníamos prohibido elucubrar mentalmente, es decir, iban y venían. Solo al final, cuando el pastor tomó la palabra, conseguí centrarme. Su mensaje no
cuestionar cualquier cosa sobre el grupo o los líderes; aunque nos costara entenderla o aceptarla, era nada convencional; hablaba de que Jesús había venido a buscar y a salvar a los que se habían
no debíamos siquiera planteárnosla. perdido. Sus palabras estaban cargadas de convicción. Hablaba de un Dios real, personal y cerca-
no; solidario con las angustias humanas. Finalmente, dijo que Jesús era el camino, la verdad y la
»He de reconocer que yo nunca llegué a abrirme al cien por cien, y eso, tal vez, fue mi salvación. vida. Me di cuenta de que precisamente en esos tres conceptos era en los que yo había estado
tropezando: En todo ese tiempo, no di nunca con el auténtico camino; no hallé la verdad, solo
mentiras; y, hasta entonces, no había descubierto el sentido de la vida.
»En cierta ocasión, me llegó una notificación para que volviera a mi ciudad a sellar la cartilla
del paro. Avisé a José Pedro para que me acompañara, y aprovechamos para quedarnos unos »Aquel día entendí que la respuesta que proponía aquel hombre era Jesús. Regresé a mi casa
días allí. Los líderes no vieron ningún problema en ello, porque nos seguíamos reuniendo con el dándole vueltas a todo aquello, y, una vez a solas en mi habitación, recuerdo que oré a ese Dios
grupo de nuestra ciudad. Pero allí las cosas iban a dar un giro de 180 grados. más o menos así: «Si Tú existes, si lo que he oído de ti es verdad, cambia mi vida, quita este
enorme vacío que siento y perdóname por haberte ignorado todo este tiempo».
»Uno de los días en que nos solíamos reunir, el líder apareció con un ejemplar de una cono-
cida revista. Con gesto serio, nos pidió que leyéramos un artículo en el que se hablaba de los »Aquella noche no oí a Dios, pero sentí de una forma enormemente real su voz hablando a
Hare Krishna. Era una noticia fiable y, en ella, se mencionaba que los líderes de la secta estaban mi corazón. Lloré mucho, pero eran lágrimas de alegría; estaba seguro de que por fin había
siendo investigados por delitos y crímenes muy graves. Aquello fue devastador para José Pedro y encontrado el sentido de la vida. Parecía como si de mis hombros cayesen unos grandes y pesa-
para mí. Pasamos una larga temporada en un profundo estado de duelo. Hay una canción que dos sacos negros. Me sentía enormemente aliviado. Hasta mi habitación parecía diferente; y el
solía escuchar y que resume muy bien mi estado de ánimo en aquellos momentos: Have you ever paisaje y todo lo que me rodeaba. Acababa de tener un encuentro con mi Creador y todo mi ser
seen the rain?, de los Creedence Clearwater Revival. lo había notado.

16 EN PRIMERA PERSONA 1. PEDRO, EL BUSCADOR DE TESOROS 17


»Desde aquel momento mi vida ya no ha sido igual. En realidad, soy una persona como
cualquier otra, pero siento a Dios muy cerca de mí. He cambiado para bien, pues, cuando uno

CAPÍTULO 2
está en calma, se nota en todo cuanto hace. Sé que estoy en paz con Dios, y eso me aporta una
seguridad tan grande que ni siquiera tengo miedo a la muerte, pues sé que Él me acompañará
también cuando tenga que afrontar ese trance.
MARÍA, ADIÓS AL TEMOR
Cuando terminé de leer mi texto hubo un largo silencio; nadie articuló una palabra, nadie se
movió. Por fin, una joven se atrevió a romper el hielo: «¿Todo eso es real?» —preguntó. «Hasta
la última coma» —respondí.

Jagoba, mirándome con franqueza, exclamó: «Pedro, al principio te he dicho que dejaras
que el propio texto hablara, que ya lo juzgaríamos nosotros. No obstante, yo no quiero juzgar
literariamente una historia tan hermosa; creo que debería ser cada uno quien hiciera su propia
valoración personal. Es un texto cuyo fin, entiendo, no es el de ganar ningún certamen. Has que-
rido confesar tu propia experiencia vital. Gracias por tu sinceridad y por compartirlo con noso-
tros». De esa manera, el profesor dio por finalizada la clase de aquel día. En cuanto a mí, siento
que aún me quedan muchos más capítulos por añadir, pero, gracias a Dios, ya no soy yo el prota-
gonista de esta historia.

18 EN PRIMERA PERSONA
No temas, porque yo estoy contigo;
del oriente traeré tu generación, y del occidente te recogeré.
(Isaías 43:5)

Me llamo María, un nombre muy común entre la generación de mujeres que ya hemos pasa-
do de los 40. Aunque… no sé si esta es la mejor forma de comenzar un texto; puede que no
resulte muy estimulante para cualquier lector potencial, pero es que no puedo evitarlo, siempre
he sido así de directa y franca.

Me gustaría hablar de mi vida durante estas breves líneas, no porque me crea alguien espe-
cial, ni porque me lo hayan aconsejado como terapia, tampoco porque me sobre el tiempo y no
tenga otra cosa que hacer. En realidad, en lo básico, no soy muy diferente al resto de los seres
humanos. Estoy felizmente casada y soy madre de dos hijas maravillosas. Me siento realizada
con mi trabajo, tengo muy buenos amigos y una familia que me valora y me quiere. Disfruto de
buena salud tanto en el plano físico como en el emocional, y colaboro con algunos proyectos de
índole social. Lo que me lleva a pararme delante del ordenador y escribir estas líneas es el hecho
de sentirme en deuda. Sí, soy consciente de que cada ser humano tiene la posibilidad de aportar
algo que enriquezca a los demás, o lo contrario. A mi modo de ver, el mundo se divide entre los
que se sienten en deuda con sus semejantes y aquellos que piensan que es la sociedad la que está
en deuda con ellos. Siempre he procurado identificarme con el primer grupo.

Durante mi infancia, hubo en mí un sentimiento que prevaleció sobre cualquier otro: el


miedo. Todos los niños y niñas, en alguna medida, lo experimentan, ya que hay muchas cosas
que les pueden asustar. Normalmente, se da por la noche, al quedarse solos en su habitación. La
soledad y la oscuridad combinan muy mal, acentuando la una lo peor de la otra, y así surge el
miedo. Lo normal es que el padre o la madre lo resuelvan con caricias y suaves palabras, y así
despertar en el niño sentimientos de amparo y seguridad. En mi caso, el miedo convivía conmi-
go por el día y por la noche. Nadie me protegía del monstruo que venía a verme.

Yo era la mayor de cuatro hermanos. Nuestros padres trabajaban los dos. Mi madre, a causa
de su trabajo, pasaba muchas horas fuera. No recuerdo la cantidad de tiempo que pasé asomada
a la ventana, esperando a que llegara, incluso en invierno, cuando las tardes ya eran noches pre-
maturas y me sorprendían allí, apoyada, con la cara helada y llena de ansiedad. Mi madre era una
buena mujer, muy sacrificada y trabajadora, como muchas de las de aquella generación. Ella que-
ría que estudiáramos, y yo era bastante aplicada, hasta que llegué a la adolescencia.

Como decía, el sentimiento predominante en mi infancia fue el miedo, que, con el paso del
tiempo, fue acompañado por la soledad. Resulta paradójico, pues tenía muchos amigos y todos
me consideraban una chica muy extravertida y alegre. Solo yo sabía bien lo que pasaba dentro de

20 EN PRIMERA PERSONA 2. MARÍA, ADIÓS AL TEMOR 21


mi corazón. Deseaba que los días lectivos volaran rápido para poder disfrutar de los fines de era muy desinhibida. Por ello, me sorprendió oírla hablar así; pero más sorpresa me causó
semana con mi cuadrilla. Había dos Marías: la popular, durante el fin de semana, con éxito en las el apreciar el cambio en su manera de expresarse, la paz que parecían irradiar sus palabras mien-
relaciones sociales; y la triste y asustada, que existía el resto de la semana. He de decir que la pri- tras hablaba.
mera era un mero artificio, la pobre simulación de una felicidad y una libertad que nunca existie-
ron. A estas alturas, cualquier lector se estará preguntando cuál era el motivo de aquel miedo. Me llevó un tiempo procesar todo aquello. Al final, le pedí a esta amiga que me ayudara a
Desde luego no era un miedo infantil, pues ese tipo de sentimientos los resuelve la mera presen- encontrar a Jesús. Si todo lo que me decían de Él era cierto, no se me ocurría otra persona que lo
cia de los padres. En mi caso, esa posibilidad estaba descartada, porque quien me aterrorizaba, el necesitara más que yo. Asistí a una congregación evangélica, donde oí muchos más casos como
monstruo que venía a verme, era mi propio padre. el de mi amiga. Cantaban a Dios y se dirigían a Él, no con rezos aprendidos, sino de una forma
muy espontánea y natural, aunque con reverencia y respeto. Formaban un grupo de unas veinte
No recuerdo cuándo fue la primera vez que le vi llegar ebrio, ni tampoco cuándo comenzó a personas. Me impactó el cariño con el que me hablaron y decidí volver. Algo estaba pasando
maltratar a mi madre, ni he contado las veces que yo misma me sentí maltratada por él. ¿Qué dentro de mí. Cada vez que los visitaba, salía con una energía nueva. Por ello, finalmente, decidí
concepto del cariño puede tener un ser humano cuando aquel que le debe cuidar y proteger se dirigirme a ese Jesús del que hablaban y le dije que me demostrase su realidad. Yo no era una
transforma en su peor pesadilla? Un ser dañino con las personas que yo más quería, sin nadie persona crédula, así que necesitaba pruebas. Jesús me mostró, de una manera muy personal, su
que me amparase, ni a mí ni a ellas; ese era mi padre. Mi pobre madre soportó todo aquello y amor y perdón. Pude experimentar el amor de Dios, el cual me ayudó a perdonar a todas las per-
encajó infinidad de maltratos y vejaciones pensando que aquello era lo mejor, justificando lo sonas que me habían herido. Empecé a sentir su paz y seguridad, lo que provocó que ese miedo
injustificable. No sé de dónde sacó las fuerzas para seguir viviendo. Miento, sí que lo sé; ahora yo que siempre había experimentado desapareciera.
también soy madre.
Ahora soy alguien que afronta la vida con alegría, positivismo y seguridad. Desde que conocí
Llegué a la adolescencia con muy pocos sueños en pie. Había perdido la motivación por a Jesús, siempre he tenido la inquietud de poder ayudar a otras personas, y, en especial, a quienes
estudiar y se notaba en mis calificaciones. Tenía mucho dolor en el alma. Tantas heridas sin hayan vivido las mismas situaciones en las que me vi envuelta. En esta línea, he trabajado en un
cerrar fueron produciendo odio. Odiaba a mi padre y también a aquellos que debían haberme grupo de apoyo a personas que han sufrido abusos en la infancia, llamado Crisálida. Ahí he podi-
cuidado y no lo hicieron. Con tan solo dieciséis años me había convertido en una experta cata- do comprobar cómo Dios puede usar experiencias que para mí fueron traumáticas para ayudar a
dora de venenos. Había experimentado demasiados sentimientos negativos. otros. Me gusta ver a la gente libre del dolor a través del poder transformador de Jesucristo.
Muchas veces, en las sesiones que realizamos con el grupo, observo a cada integrante en silencio
Cierto día, me encontraba con varias de mis amigas sentada en los bancos de una de las pla- mientras van interviniendo. En esos momentos, suele venirme a la memoria una canción que me
zas de mi ciudad cuando se nos acercaron dos chicos más o menos de nuestra edad. Nos pre- gustaba mucho en la adolescencia: Rivers of Babylon, de Boney M. Está basada en el Salmo 137 de
guntaron si podían hablar con nosotras. Nos miramos unas a otras, y con gesto burlón les diji- la Biblia y habla de un pueblo cautivo que se reunía a llorar junto a las orillas de los ríos, escon-
mos que sí. Su conversación nos desconcertó. Hablaban sobre Dios, sobre cómo había diendo sus arpas entre las ramas de los sauces para que sus captores no les obligaran a cantar. Al
transformado sus vidas. Afirmaban que Jesús era real y que ellos lo habían experimentado, que observar a tanta gente herida, me pregunto a mí misma si tal vez sea así como Dios nos ve: seres
seguía atendiendo a las necesidades de la gente igual que cuando estuvo en la tierra. Algunas cautivos unos de otros y de sí mismos, que ya no encuentran motivos para cantar. En lo que a mí
comenzamos a hacer chistes y a interrumpirles, pues, en realidad, estábamos algo nerviosas y respecta, Dios me libró de mi cautiverio personal y me ha enseñado a cantar. Ahora, aquellas
aquella era nuestra manera de camuflarlo. experiencias negativas son mi arpa, la cual ya no está escondida y con la que animo a cantar a
otros. Soy una gran deudora, pues, gracias a Dios, he aprendido a amar a mis semejantes.
Tiempo después, coincidí con otra amiga. Charlamos sobre trivialidades, pero la vi cambia-
da, diferente. Se lo hice notar y me respondió que había encontrado a Jesús y que su vida había
dado un giro desde entonces. Me sorprendió su respuesta, pues en poco tiempo me había topa-
do con distintas personas que me hablaban de lo mismo. Yo no tenía mucho interés en ninguna
religión, pero esa amiga con la que me acababa de encontrar, al menos hasta entonces, parecía
menos religiosa aún que yo. Ella frecuentaba ambientes donde se consumían drogas y la gente

22 EN PRIMERA PERSONA 2. MARÍA, ADIÓS AL TEMOR 23


CAPÍTULO 3
LORENZO, DEJANDO ATRÁS SU PASADO

24 EN PRIMERA PERSONA
Y hoy, yo te he soltado de las cadenas que tenías en tus manos.
(Jeremías 40:4)

Queridas Esther y Ana:

Hace tiempo que deseaba tener una conversación con vosotras. ¿Sorprendidas? Seguramente
pensaréis que por qué no he aprovechado una de las centenas de oportunidades que se nos pre-
sentan cada día, en vez de recurrir a un método tan «atrasado» como lo es una carta. Lo sé, ade-
más, no permite a las partes interactuar en tiempo real, como ocurre con las redes sociales. ¡Qué
queréis que os diga! No me veo utilizando el WhatsApp para hablar de algo tan personal e íntimo.

Me explico; dirigirme a vosotras mediante un texto escrito me da la oportunidad de estruc-


turarlo, releerlo, reflexionarlo, dejarlo reposar, corregirlo y, por fin, cuando me acabe de conven-
cer, enviarlo. Es cierto que una carta no te da la posibilidad de un intercambio inmediato de pre-
guntas y respuestas o comentarios, pero tiene otras ventajas: os permitirá volver a leerla cuantas
veces queráis, y así ampliar vuestras conclusiones primeras con cada nueva lectura. En cuanto a
mí, me evita tener que hablar cara a cara de cosas tan personales. No me entendáis mal, no es
cobardía ni desconfianza; tan solo es cierta timidez, o sentido del pudor.

Escribo porque entiendo que ha llegado el momento de hacerlo. Porque quiero que conoz-
cáis de primera mano una parte de mi historia, de la cual hemos hablado poco. En realidad,
siempre me habéis conocido de adulto, por lo que siento la necesidad de contaros cómo fueron
los años de la niñez y la juventud. Sí, ¿acaso lo dudabais? ¡Hace muchos años, yo también fui
niño! y ¡no hace tanto que dejé de ser un jovenzuelo! Pero dejadme que os cuente.

Mi infancia se desarrolló en Málaga, la más bella ciudad, y el mejor sitio para vivir, por cierto
(aquí iría bien el emoticono del guiño, supongo). Yo era un niño muy movido, inquieto e inde-
pendiente, muy «echao p’alante» (coloquialmente hablando). Éramos cuatro hermanos, como
ya sabéis.

Si tuviera que destacar una figura por la que yo sintiera auténtica veneración, sería la de mi
padre. Compartí con él las mejores experiencias de aquella época. Me enseñó a andar en bicicleta,
a jugar al futbol o me llevaba de caza. Era un hombre con mucho carisma, muy gracioso y una
gran persona. Estaba muy orgulloso de ser su hijo. Me llenaba de satisfacción cada vez que conta-
ba conmigo para algo. Estábamos muy unidos y me sentía muy seguro junto a él. Resumiendo, lo
mismo que me pasa con Málaga, me pasaba con mi padre. Para mí, era el mejor padre del mundo.

Pero aquellos días de luz y colores brillantes se disiparon rápido. No tardaron en aparecer en
mi cielo los oscuros nubarrones de la desdicha.

26 EN PRIMERA PERSONA 3. LORENZO, DEJANDO ATRÁS SU PASADO 27


A mi padre le diagnosticaron un cáncer de pulmón. Yo tenía diez años entonces. Nos lleva- Al desaparecer ella también de mi vida, me volví mucho más rebelde y autónomo. Pensé que
ron a vivir con mis tíos para que mi madre pudiera volcar todo su tiempo y fuerzas en atenderle. no era bueno vincularse emocionalmente con nadie, pues te vuelves demasiado vulnerable y
sufres mucho, decía. Con esa actitud, afronté los siguientes años de mi vida.
El 6 de diciembre es el cumpleaños de mi única hermana. Por supuesto, para ella, pero tam-
bién para nosotros, era una fecha muy especial, como el preámbulo de la llegada de las vacacio- El odio te da mucho coraje, aunque sea para correr por caminos que te llevan a la autodes-
nes navideñas. Siempre lo celebrábamos con mucha alegría. Aquel año, sin embargo, no se pudo trucción. Hasta que eso llega, vas dejando muchos cadáveres en la cuneta.
celebrar nada. ¿A quién le quedan ganas de festejar algo cuando le comunican que su padre ha
muerto? Ese hombre fuerte, invencible, que tenía respuestas para todas mis preguntas, aquel Solo es una metáfora, no os asustéis, nunca he matado a nadie. Lo que sí he hecho ha sido
gigante que me protegía desapareció de mi vida para siempre un 6 de diciembre. generar bastante sufrimiento y desengaño, y, de manera especial, a aquellos que más me querían
y se volcaban en ayudarme. Mis hermanos y mis tíos saben muy bien de lo que hablo. Por mi
En el fondo, yo no llegué a aceptarlo del todo. Aún mantenía la esperanza de que mi padre causa, fueron tiempos muy duros para ellos, pero estaba enfermo de rencor y odio, y no era muy
aparecería justo el día de Reyes trayéndonos un montón de regalos. Como sabéis, mi cumplea- consciente de lo que hacía.
ños es el 8 de enero. Hasta ese día, fui capaz de mantener viva la llama infantil de la esperanza.
El objeto de mi ira era muy difuso. Odiaba pero no sabía muy bien a qué o a quién. Tal vez
Pero aquel 8 de enero fue también un cumpleaños de duelo y desengaño. Lo celebré con el
odiaba a la vida, o a mí mismo, o a todo a la vez. Lo cierto es que vivía atormentado, y, para
corazón roto. Mi padre no apareció. Lloré tanto que ya no fui capaz de volver a hacerlo durante
encontrar cierta paz, consumía drogas, muchas. Me integré en diferentes tribus urbanas, siempre
muchos años.
en busca del colectivo que mejor encajara con mi forma de ver la vida.
A partir de entonces, mi madre, con la ayuda de mi hermana, asumió toda la carga familiar.
No le gustaba dar de qué hablar, por eso siempre trataba de mentalizarnos de que, al ser hijos de Había cumplido los veintidos años cuando ingresé en el primer centro de rehabilitación para
una viuda, se nos miraría con más rigor que al resto de niños. Por tanto, debíamos evitar dar toxicómanos. Llegué con el alma hecha jirones y sin ganas de vivir. No duré ni veinticuatro
motivos de queja y no generar problemas. En realidad, cualquier madre normal inculca lo horas allí. Conozco gente que cree en un dios pero no en un demonio. A mí el segundo me esta-
mismo a sus hijos, sean o no huérfanos de padre, pero, en nuestro caso, comprendimos que, por ba esperando al apearme en la última estación.
ese rol de «hijos de viuda» que la sociedad de entonces nos asignaba, siempre íbamos a ser can-
didatos a estar bajo sospecha ante cualquier conflicto que estallara cerca. Tardé pocos días en buscar otro centro de rehabilitación. Allí aguanté nueve meses. Aquel
sitio pertenecía a una organización evangélica. Aparte de las terapias enfocadas al tratamiento
Para mí fue una carga bastante difícil de asumir, no lo entendía en absoluto. Había perdido a físico y psicológico comunes en la mayoría de ese tipo de centros, allí se hablaba mucho de la
mi padre, una realidad que, por si sola, ya era difícil de asimilar, y encima tenía que sentirme cul- Biblia y de Jesucristo. Vivían la fe de una forma muy sencilla y, a la vez, muy real. Yo convivía con
pable por ser huérfano. ¡Como si la desgracia de quedarme sin padre, además de ocasionarme ellos las veinticuatro horas, y me sorprendía al observar su ejemplo, la paz que transmitían y la
un gran vacío y dolor, también me condenara a salir con desventaja en la absurda carrera hacia el coherencia entre lo que hablaban y lo que hacían. Vi casos mucho más complejos que el mío
buen nombre y la buena reputación! que eran restaurados, y todos ellos hablaban del factor «Dios» como algo determinante en ese
cambio producido en sus vidas. Me gustaba oírles y tenerles cerca. Pero no quería compromisos,
Mi madre no lo tuvo nada fácil conmigo. Cumplí al dedillo con los parámetros de comporta- y menos con Jesucristo; me seguía atrayendo demasiado el lado oscuro de la vida. Pensaba que
miento que se les atribuía a los hijos de las viudas. Di mucho que hablar, y nada bueno. Reco- mi problema era solo el consumo de «ciertas drogas», pero que había otras que podía controlar
nozco que, sin pretenderlo, con mi comportamiento, acabé justificando los temores infundados perfectamente. Además, aún era bastante joven como para «arrepentirme» de todo tan pronto.
de mi madre. He de decir que la gente del vecindario siempre se mostró muy comprensiva para
conmigo; realmente no había base para pensar que se me trataría peor por ser quien era, aunque Cierto día, llegó un chico nuevo. Enseguida hice migas con él. Pasaron los días y él también
ella siempre quiso evitar que tal situación se diera y por eso se mostraba tan insistente. Tenía die- empezó a interesarse por lo que oía a otros acerca de Dios. Cuando lo compartía conmigo, yo
ciséis años cuando ella murió. ¿Sabéis? Solo las madres tienen la capacidad de amar incondicio- trataba de disuadirle para que se centrara solo en la terapia y se olvidara de la fe. Cada vez me
nalmente, incluso a aquellos hijos que las hacen sufrir. mostré más beligerante en mis argumentos. Al final, aquel chico se levantó una mañana y dijo

28 EN PRIMERA PERSONA 3. LORENZO, DEJANDO ATRÁS SU PASADO 29


que se marchaba. Me quedé de piedra, sentí que yo tenía mucho que ver en aquella decisión. El tiempo, se fue repitiendo la misma historia que había vivido en el último centro del que me mar-
chico estaba lleno de angustia y de dudas. Anímicamente, se le veía casi peor que cuando llegó. ché. Varias de las personas allí ingresadas comenzaron a afirmar que su vida había cambiado, que
El director habló con él para tranquilizarle. Mientras estaban reunidos, pasé por el salón donde se sentían libres de los vicios y experimentaban paz. Se sentían perdonados y todo ello era por-
había un almanaque colgado de la pared. Al llegar a su altura, se desprendió una hoja y la recogí que habían experimentado a Dios. A mí me gustaba oírles hablar así, me daba esperanza; pero
del suelo. Podían leerse un versículo bíblico y una reflexión: «Ningún hombre puede domar la no quería compromisos. Además, no veía tan claro eso de que Dios hiciera todas esas cosas.
lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal». Ese versículo está
en la epístola del apóstol Santiago en el capítulo 3, versículo 8. Al leerlo, se me encogió el cora- Pasé un año en aquel lugar. Día tras día yo también fui cambiando. Allí dentro me sentía
zón y me llené de espanto. seguro; pero tenía miedo de salir. Era consciente de mi inclinación a dejarme seducir por los
vicios. Tenía que resolver aquello de una vez por todas. Le pedí una entrevista al director, pues
Sentí un gran alivio cuando aquel chico reconsideró su intención de marcharse y optó por necesitaba expresar mis temores. Le dije que yo podía seguir allí por tiempo indefinido, pero que
seguir en el centro. No obstante, cada día se me hacía más difícil estar rodeado de personas que el día en que saliera no las tenía todas conmigo con respecto a no volver a caer. ¡No podía vencer
vivían su relación con Dios de una forma tan real. Me transmitían mucha paz y seguridad, pero, mi gusto por lo malo! El director me miró y me dijo que Jesús podía hacer eso. Desde aquel día,
como os decía, no quería asumir compromisos. traté de cambiar en base a mis propias fuerzas, pero me sentí muy frustrado, pues no avanzaba.
Al final, tuve que rendirme ante Dios. Me dirigí a Él a solas, en mi cuarto. Le pedí que me perdo-
Un día, a las nueve de la mañana, recogí mis cosas y me despedí de todos. Les dejé de regalo nara por todos aquellos años. Le confesé mi angustia y miedo a perderme definitivamente. Que-
algunas camisetas que solía pintar y que tenían bastante éxito entre ellos. Me fui inseguro, pero ría un cambio en mi vida y deseaba que lo realizara Él. Sin darme cuenta, se me hizo de noche,
no miré atrás. pero Dios me respondió. No hubo fenómenos extraños, ni nada paranormal, pero sentí con
total seguridad cómo Dios hablaba a mi corazón. Sentí que me decía que no era huérfano, que
Lo primero que hice al salir fue buscar el bar más cercano. Casualmente era un garito muy en Él era mi padre, al que nunca iba a perder. Catorce años después de aquel 8 de enero, volvieron a
la línea de los antros que yo frecuentaba. Recuerdo que pedí un vaso de mistela. En el equipo de fluir las lágrimas en mis ojos. Lloré, y mucho. Pero no estaba triste ni desesperado; me sentía ali-
música sonaba la canción Tras la barra, del grupo «Platero y tú». Observé al chico que me había viado, consolado. Estuve llorando durante dos semanas cada vez que alguien me hablaba de
servido la bebida, sonreí y pensé: «Colega, no te quejes, yo estoy a este lado de la barra, y hace ya Dios o me reunía con gente que oraba. Creo que mi corazón se fue curando durante ese tiempo.
tiempo que me quedé frío».
Desde entonces soy una persona diferente. En realidad así es como me habéis conocido
Me dirigí a casa de mi hermana, pidiendo tabaco a todo el que se me cruzaba por el camino. vosotras dos. Ahora ya sabéis algo más acerca de vuestros abuelos paternos. Y mucho más sobre
Es cierto que esta vez sí me cuidé de no drogarme, pero, en cuanto al tabaco, en unas pocas vuestro padre. Ha sido duro abrir mi corazón para hablar de hechos tan dolorosos, pero, como
horas me resarcí de todos los meses de abstinencia. Fumé cigarros como si no hubiera un maña- veis, todo ha tenido un final feliz. Dios me rescató, queridas hijas. Me devolvió la vida y, a voso-
na. Mi hermana, desesperada, me dio un ultimátum. tras, os ha dado un padre. Ahora comprenderéis por qué os lo he contado por escrito. No me
gusta que mis hijas me vean llorar, así que no os extrañe si notáis algunas de estas líneas con la
Conociéndome, no se fiaba. Pensaba, no sin razón, que en pocos meses volvería a las anda- tinta corrida.
das. Utilizó argumentos muy convincentes. No había acabado el día y ya estaba llamando a la
puerta de un nuevo centro para toxicómanos. Solo me queda deciros una cosa más: no esperéis tanto tiempo como yo para conocer a
Dios. Me consuela saber que Él es un Padre Eterno.
El nuevo centro era aconfesional, pero su director era cristiano. La metodología de las tera-
pias no incluía nada que tuviera que ver con la fe, pero el modo de vivir y el amor a los necesita- Con todo cariño, papá.
dos transmitidos por el director hacían que la mayoría deseara eso mismo para ellos.

No había muchos pacientes en aquel centro. La mayoría le pidieron al director que se busca-
ra un momento del día para que les hablara de Dios. Se sentían bien al oír esas palabras. Al poco

30 EN PRIMERA PERSONA 3. LORENZO, DEJANDO ATRÁS SU PASADO 31


CAPÍTULO 4
NANCY, UN ENCUENTRO INESPERADO

32 EN PRIMERA PERSONA
Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad
(Lucas 13:12)

Nancy siempre había sido una buena estudiante. A sus veintidós años, había conseguido ter-
minar la carrera de enfermería y no le había costado mucho encontrar un trabajo. Llevaba una
vida independiente, tenía amigos y le encantaba divertirse e ir de fiesta. Vamos, como cualquier
joven a su edad.

Vivía en su propio piso, en una zona céntrica de la ciudad. Ello le permitía llevar la vida que le
gustaba, sin necesidad de tener que estar dándole explicaciones a nadie. Huía de los temas tras-
cendentales. Según decía ella, la vida era para poder disfrutarla y no complicarse con asuntos
que no tenían respuesta. Si le preguntaban, siempre respondía que era agnóstica. Era como decir
que le valía casi todo cuando, en realidad, no le valía casi nada y, así, zanjaba cualquier posibilidad
de debate al respecto.

Sin embargo, en ocasiones, la vida te guarda alguna sorpresa a la vuelta de la esquina; y a


Nancy le tenía reservada una bastante desagradable. Nunca se había considerado supersticiosa,
pero, a partir de aquel martes 13 de enero de 2009, todo su escepticismo pasó a ser historia.

Llevaba tiempo sintiéndose muy cansada, había adelgazado mucho y padecía desmayos.
Eran cuadros lo suficientemente serios como para dejarlos pasar sin más, pensaba. Se puso en
manos de los médicos. Le realizaron infinidad de pruebas. Ese martes, sentada en la consulta,
conoció los resultados: leucemia linfoblástica aguda en fase muy avanzada. La ingresaron aquel
mismo día y comenzaron a realizarle nuevas pruebas para someterla a tratamiento. No quiso
decirle nada a su familia.

La enfermedad fue avanzando y las medicinas no surtían efecto. Su aspecto físico fue dete-
riorándose a pasos agigantados. Durante ese tiempo alternaba temporadas de ingreso hospitala-
rio con atención domiciliaria. Cierto día, el responsable de la planta de hematología se dirigió a
ella con gesto serio: «Nancy —le dijo—, he de ser franco contigo; la enfermedad ha avanzado
tanto que las terapias ya no pueden aportar nada, solo podemos aplicarte tratamientos paliativos
para que lo puedas llevar mejor». Como sanitaria, Nancy sabía lo que significaba aquello. Tenía
veintidós años y, de repente, le acababan de anunciar que su vida se estaba terminando.

¿Cómo encajar una situación así? Miraba a su alrededor y no veía nadie capacitado para ayu-
darla. Se estaba muriendo con solo veintidós años y nada podía impedirlo. ¡Cómo lamentaba el
tiempo perdido! ¡Qué vacío tan grande sentía en su alma! Se le habían ido cerrando una a una
todas las puertas, todas las posibilidades. Fue cayendo en un estado depresivo y oscuro. Se ence-
rraba en sí misma y lloraba muy a menudo. A veces, explotaba en su desesperación y se pregun-

34 EN PRIMERA PERSONA 4. NANCY, UN ENCUENTRO INESPERADO 35


taba en voz alta que por qué a ella. Le preguntaba incluso a Dios, ese ser por el que apenas se Me llamo Andrés, y soy quien ha relatado esta historia. No en vano, también formo parte de
había interesado nunca, y que ahora se le antojaba tan distante e indiferente. ¡Cuánto daría por- ella. Fui yo quien pedí a aquellos cristianos que oraran por mi esposa. Lo hice porque de niño
que fuese alguien real que pudiera escucharla! Se estaban poniendo a prueba todos los funda- asistía a esa iglesia, aunque luego, al crecer, abandoné la fe. La enfermedad de Nancy también me
mentos de su propia existencia. Las cosas que antes le parecían insignificantes ahora tenían un puso a prueba a mí. Le prometí a Dios que, si la sanaba, asistiría durante un mes a la iglesia. ¡Qué
gran valor: Despertarse sin dolores, disfrutar de una comida, la luz del día, el sueño reparador, el ingenuo! Pensaba que de esa forma yo podía devolverle el favor a Él. A veces, la desesperación
canto de un pájaro cerca de su ventana, la compañía de los seres queridos, poder incorporarse y nos vuelve tan osados… Lo cierto es que el mayor milagro no fue la sanidad de mi esposa, sino
caminar, los aromas cotidianos… Pero lo que más anhelaba era la paz; necesitaba ese sosiego la transformación que se pudo apreciar a otros niveles. Ella decía que su corazón había cambia-
interno y profundo que, cuanto más lo buscaba, más incertidumbre encontraba. Era como un do, que veía la vida con otros ojos, y lo mismo a sus semejantes. Hablaba mucho de amor y de
bucle del que no podía librarse. paz, comentaba que ahora comprendía mejor esos conceptos. Sus ojos brillaban de otra forma, y
yo notaba todo aquello. «Lo que tú estás viendo son los efectos de la presencia de Dios en mi
Alguien cercano, en cierta ocasión, al verla tan desesperada, le prometió que iba a contactar vida», me respondía cada vez que le preguntaba al respecto.
con unos cristianos que conocía, para que oraran por ella. No puso ningún reparo, aunque tam-
poco mostró mucho entusiasmo. En realidad, ni tan siquiera albergaba la más mínima esperanza El ejemplo de Nancy me llevó hasta los pies de Jesús. Yo deseaba para mí lo que cada día veía
de que aquello sirviera de mucho; sabía que tan solo era una excusa bienintencionada para con- en ella desde el momento en que recibió a Dios en su corazón. Puedo afirmar que he conocido
solar su atormentado espíritu. Esperanza, ¡qué palabra tan hermosa y frágil! Menuda ironía, a Jesús. ¡Sí, me he reconciliado con Dios! Ahora comprendo mejor a Nancy porque yo mismo
aquella noche se durmió escuchando A gritos de esperanza, del cantante Alex Ubago. he tenido un encuentro con Él. He recuperado la fe que había perdido y, gracias al Señor, tam-
bién la recuperé a ella: Nancy, la mujer de mi vida.
Llegados aquí, la historia de Nancy podría concluirse con unas pocas líneas más. Lo previsi-
ble sería que la enfermedad continuara su curso hasta el fatal desenlace. Lloraríamos su ausencia
transitando por el largo y penoso sendero del duelo. Pero la verdad es que todo dio un giro de
180º en poco tiempo. A partir de cierto momento, Nancy comenzó a experimentar una impor-
tante mejoría. Cada vez tenía menos dolores, se sentía con más energía, descansaba mejor, tenía
apetito y toleraba los alimentos; fue ganando peso día a día y su aspecto general fue recuperando
su tono normal. Lo que estaba sucediendo no tenía ninguna explicación, pero nadie quería
hacerse ilusiones. Le realizaron nuevas pruebas y los resultados confirmaron esa mejoría. Los
valores en sangre se estaban normalizando. Nadie podía dar una explicación lógica a todo aque-
llo. En poco tiempo, le dieron el alta médica. Estaba clínicamente sana.

Nancy interpretó aquella maravillosa curación como una respuesta de Dios a la oración de
los cristianos. Se animó a visitar la iglesia que había estado orando por ella. Asistió a una de sus
reuniones y les agradeció sus oraciones. Sintió la necesidad de saber más acerca de Dios. Allí le
hablaron de un concepto que le pareció muy profundo: el perdón. Comprendió que en su vida
había rencor. ¡Nunca se lo habría imaginado! Sin embargo, ahora era capaz de ver el resenti-
miento que había ido guardando hacia algunas personas cercanas. También se vio a sí misma
como un ser rebelde; rebelde en contra de Dios. Se sintió sucia e indigna. Alguien le dijo que
Dios la amaba y que no le guardaba rencor, que, si su arrepentimiento era sincero, sería perdona-
da y borradas todas sus ofensas. Nancy lo creyó y se reconcilió con su Creador. Aprendió a per-
donar ella también y experimentó una paz muy profunda y maravillosa. Hoy Nancy camina con
Dios y es una mujer equilibrada y feliz.

36 EN PRIMERA PERSONA 4. NANCY, UN ENCUENTRO INESPERADO 37


CAPÍTULO 5
KEPA, UN HIJO DE SU TIEMPO

38 EN PRIMERA PERSONA
Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban.
Dije a gente que no invocaba mi nombre: Estoy aquí, estoy aquí.
(Isaías 65:1)

Me llamo Kepa, tengo 53 años, soy pastor evangélico y vivo en Madrid, aunque nací en
San Sebastián.

En mi adolescencia, fui una persona extravertida, aunque, como buen vasco, muy vergonzo-
so para algunos aspectos como el de relacionarme con las chicas. Pertenezco a una familia de
clase obrera, y soy el mayor de cuatro hermanos. Mis primeros años los pasé en un barrio de
Donosti, donde las madres estaban en casa y los padres, después del trabajo, se reunían con los
amigos a tomar vinos en diferentes bares, antes de llegar al hogar. Los jóvenes estábamos siem-
pre en la calle con nuestra cuadrilla y nos sentíamos poderosos y fuertes al estar rodeados de
nuestros amigos. Mi padre era muy estricto, por lo que mi relación con él no era muy fluida.

En esos tiempos, la heroína, conocida también como «caballo», era muy común entre los
chavales de nuestra edad. De hecho, muchos murieron por causa de ella a través de los años. En
mi caso, algo tan simple como que me mareo cuando veo una jeringuilla me libró de probarla.
Sin embargo, todos en la cuadrilla fumábamos y consumíamos hachís normalmente.

Mi madre se puso a trabajar fuera de casa, y eso, unido a fuertes discusiones en el hogar por
causa de la bebida, hizo que mi vida transcurriera sin rumbo ni metas. No achaco rotundamente
mi forma de ser a mi situación socio-familiar, pero, indudablemente, tuvo mucho que ver, pues
creo que ese entorno lo marca todo en la adolescencia. Mi relación con Dios en esos años se
limitó a ir a misa, pues mi madre no me daba la paga si no lo hacía.

Cuando tenía catorce años, mis padres se separaron. Fue un duro golpe para mí y un punto
de inflexión en mi vida. El hogar es donde nos sentimos seguros, así que, al romperse el mío, me
volqué mucho más en mis amigos y en evadirme de la realidad fumando hachís. Tuvimos que
cambiarnos de barrio y todo mi castillo de naipes se derrumbó. Mi padre dejó de ser un referen-
te, y su lugar lo ocuparon algunos amigos algo mayores que yo, que trabajaban, por lo que mane-
jaban cantidades de dinero que no estaban a mi alcance.

Pasaba mucho tiempo con dichas compañías, y no siempre ocupado en cosas útiles. Recuer-
do un día en el que nos fuimos a un monte cercano a fumar de forma clandestina. Allí, tontean-
do con las cerillas, el asunto se nos fue de las manos y acabamos provocando, de forma involun-
taria, un conato de incendio que estuvo a punto de terminar en tragedia ecológica y personal.
Menos mal que había gente por la zona que, al percatarse, supo reaccionar. Gracias a su interven-
ción y esfuerzo todo quedó en un susto.

40 EN PRIMERA PERSONA 5. KEPA, UN HIJO DE SU TIEMPO 41


Realmente, mis amigos y yo éramos muy de ir al monte. En efecto, en otra ocasión, fuimos a haciendo mella en mí y, cuando estaba a solas en casa, no dejaba de darle vueltas a muchas de las
la sierra de Urbia. Nuestra intención era hacer noche en una de las bordas (establos en la monta- cosas que decía.
ña) que hay por la sierra. En aquel momento, ni se nos pasó por la cabeza consultar la previsión
meteorológica, a pesar de que también es cierto que, aunque lo hubiésemos hecho, de poco Una noche, cuando volví a casa, fui a mi cuarto, me arrodillé y empecé a hablar con Dios en
habría servido: si se nos metía algo en la cabeza, no era fácil disuadirnos para que cambiáramos alto. Era la primera vez que hacía eso, no sabía si Él existía en realidad. En esos momentos, abrí mi
de planes. Lo nuestro era vivir a lo loco, sin hacer caso de las normas y guiándonos siempre por corazón y le dije cómo me sentía. Todo lo que estaba en el sótano de mis sentimientos salió a la
impulsos. El caso es que nos sorprendió un fuerte temporal de nieve cuando ya estábamos muy superficie: «Si Tú existes de verdad, si eres esa Persona que el misionero ha dicho, quiero conocer-
arriba. Con él, el paisaje y las referencias se fueron ocultando paulatinamente, así que nos perdi- te, quiero buscarte. Sácame de aquí. No tengo rumbo en la vida ni le encuentro sentido a nada».
mos. Por aquel entonces no disponíamos de teléfonos móviles, así que el panorama se presenta-
ba muy crudo. Caminar por nieve virgen resulta agotador. Cuando algunos de nosotros comen- Yo no era consciente de muchas cosas, pero sí sabía que tenía un vacío dentro de mí. Nada
zábamos a dar muestras de ansiedad, apareció un baserritarra (aldeano) que había ido a recoger me daba satisfacción. Así pues, comencé a leer los evangelios en la Biblia y a hablar con Dios dia-
el ganado. Era hombre de pocas palabras y desconfiado, pero nos guiamos por el rastro que riamente, siguiendo las instrucciones del misionero. En esas circunstancias, empecé a evocar
había dejado en la nieve y así pudimos salir de allí. algunos episodios de mi vida. Recordé el incendio que provocamos por jugar con fuego, y como
aquella inconsciencia nuestra pudo causar un desastre y estuvo a punto de acabar con nosotros.
Cuando nos hicimos más mayores, no éramos de ir a discotecas. Nos daba mucha vergüenza Así era mi existencia, jugueteando siempre con cosas peligrosas y complicando la vida de los
bailar. No obstante, nos encantaba el heavy metal (además del fútbol), así que solíamos ir a concier- que me rodeaban. No era consciente de que ese mismo incendio que yo provocaba con mi
tos, a pesar de que, en mi caso, la economía no me lo permitía. Era un simple estudiante al que no le forma de vivir podría acabar conmigo.
gustaba estudiar. Por eso, con dieciséis años, dejé el colegio y me puse a trabajar. Todo el dinero que
cobraba me lo gastaba sin control en pasármelo bien, sin ayudar económicamente en mi casa. Me sentí tan perdido como cuando nos sorprendió aquella nevada en la sierra de Urbia; sin
Hacía lo que me daba la gana sin importarme nada. No tenía planes ni pensaba en el futuro. referencias válidas ni senderos visibles, en un entorno hostil del que no sabía cómo salir. Enton-
ces recordé al baserritarra y el camino que nos abrieron sus huellas en la nieve. Lo relacioné con
Un día, mientras jugaba con mis amigos una partida de billar en un bar, entró un hombre
algo que le oí al predicador, que Jesús era el camino, la verdad y la vida. ¡Por fin comprendí que
hablando de Dios en alto. Era un misionero finlandés. Decía que Jesús era alguien cercano que
esa era la respuesta! Esas palabras de Jesús fueron para mí, un chico desorientado y sin rumbo,
se interesaba por nosotros y que quería darnos una oportunidad de poder vivir junto a Él.
como las huellas del baserritarra que nos sacaron de Urbia.
La situación se antojaba un tanto surrealista y provocó muchas burlas, a cual más ingeniosa.
No obstante, aquel hombre parecía no inmutarse por la guasa con la que le respondíamos. Era A pesar de todo, con el paso de los días, me sentí mal al orar, pues me daba cuenta de que
como una imagen de otra época. Esto lo fue haciendo durante varios días. He de reconocer que, había estado alejado de Dios. Al principio, no entendía bien el significado de por qué Jesús
a pesar de las apariencias, decía verdades que, si se le prestaba atención, impactaban como bofe- murió en una cruz, pero poco a poco empezó a tomar sentido en mi cabeza lo que Él hizo y para
tadas a mi conciencia. Sabía qué decir; sus palabras acerca de la esclavitud moral, la soledad, los qué vino. Seguía orando, y, en ese acercamiento, a solas, recibí la respuesta. En un momento fue
miedos o las inseguridades resultaban certeras y atinadas. Era mejor reírse, aunque fuera nervio- como si me viera frente a un espejo. Y no me gustó lo que vi: Engañaba a mi madre y a todo el
samente, que admitir que sus ideas describían a la perfección el estado en el que nos encontrába- que me rodeaba. Era pura fachada. Vivía en una mentira, huyendo hacia adelante. En ese instan-
mos mis amigos y yo. Éramos un grupo de adolescentes descreídos y arrogantes, incapaces de te, me di cuenta de que necesitaba ser perdonado por Dios. Lo primero de todo era ajustar cuen-
admitir nuestras debilidades ni de enfrentarnos a nosotros mismos. También hay que reconocer tas con Él y recibir su perdón. ¿Pedir perdón? ¿Por qué? Aún me costaba dar ese paso. Todo esto
que la época en la que nos tocó vivir invitaba a ello. No en vano, éramos hijos de nuestro tiempo. lo vivía de forma privada, sin que ninguno de mis amigos sospechara nada de lo que estaba
En un alto porcentaje, el que no acababa en el mundo de las drogas, lo hacía vinculándose a pasando en mi interior. De cara a la galería me mostraba tal cual había sido siempre.
movimientos radicales; o ambas cosas a la vez, aunque esto último no era tan habitual.
Un día, apoyado en la mesa de billar, le eché valor y le hice dicha pregunta delante de todos
Volviendo al predicador, todos decían que estaba loco, y yo, como el resto, también me reí de al misionero: «¿Por qué hay que pedirle perdón a Dios?», le interrogué. Pareció dudar, pues
él. No iba a dar muestras de debilidad, y menos públicamente. No obstante, su insistencia fue estaba habituado a que nuestras preguntas casi siempre fueran tramposas y con doble intención.

42 EN PRIMERA PERSONA 5. KEPA, UN HIJO DE SU TIEMPO 43


Sin embargo, no eludió la pregunta. Su respuesta se dio más o menos como sigue: «El hombre
fue creado para tener una relación con Dios. Cuando no tenemos esa relación, sentimos un

CAPÍTULO 6
vacío que intentamos llenar con cosas o personas, pero no acabamos de sentirnos totalmente
satisfechos; el vacío siempre continúa ahí».

Entendí que Dios había estado esperando a que yo me aproximase, pero que el pecado me KARLA, EN BUSCA DE LA FELICIDAD
había impedido acercarme a Él. «¿Quieres decir que el vacío es la ausencia de Dios en nuestra
vida?», pregunté. El misionero se me quedó mirando fijamente. Después, dirigiéndose hacia el
resto del grupo, exclamó: «Así es».

Disimuladamente, salí de allí, y corrí por las calles sin un rumbo fijo. Corría y lloraba. Lloré,
sí. Soy hombre, y lloré desde el corazón y con lágrimas. Corría porque afloraban todas mis frus-
traciones, heridas e incomprensiones. Lloraba porque mi corazón estaba roto. Corría, pero no
huía, pues, en realidad, estaba regresando a Dios con los pedazos que quedaban de mí. Le pedí
perdón y le rogué que tomara las riendas de mi vida, que quería vivir con y para Él. Y me escu-
chó. Nunca se había apartado de mí, aunque yo sí de Él. Al morir en la cruz, había abierto un
camino para que las personas pudiéramos comunicarnos con nuestro Creador. Lo acepté como
mi Señor. Una alegría profunda embargó mi interior; sentí un gozo impresionante. Jesús me dio
fe en Él cuando me acerqué de corazón, sin barreras ni condiciones.

Nadie me obligó. Yo decidí dar ese paso. Y tengo que decir que nunca me he arrepentido de
hacerlo. Pasé de considerarme una víctima de las circunstancias a afrontar mi responsabilidad.
Entre otras cosas, le pedí perdón a mi madre por no haber sido ese hijo mayor en el que poder
apoyarse. Ya no tenía miedo de estar solo, porque Él estaba conmigo. Mis miedos y temores se
fueron para dar paso a la esperanza.

Acercarme a Dios me llevó a comenzar un viaje maravilloso que dura hasta el día de hoy.
¿Tengo problemas? Sí. ¿He tenido dificultades? Sí. No estoy en una urna de cristal donde no me
pasa nada malo, pero tengo esperanza. Dios me da fuerzas cada día. Vivo el presente y sé que el
futuro está en sus manos. Yo no puedo controlar las cosas, pero un día decidí dar mi vida a Jesús
para que Él lo hiciera, y siento que lo hace.

Asimismo, he formado una familia tremendamente feliz. Quiero y me quieren. No obstante,


por encima de todo eso, está el amor que Dios me da y yo le doy. Él ha prometido estar conmigo
todos los días de mi vida. La vida que Dios me da va más allá de la física en esta tierra. Tengo una
eternidad por delante. Pase lo que pase en este mundo, Él no falla. Sus promesas son verdad. Él
es verdad y es real. No tengo miedo al futuro porque Él está allí también. No hay nada que pueda
compararse con Jesús.

44 EN PRIMERA PERSONA
Aunque tu madre y tu padre te dejaren, con todo yo te recogeré.
(Salmos 27:10)

Me llamo Karla, soy nicaragüense y he decidido relatar una parte de mi historia. Sinceramen-
te, creo que la misma no es más especial que otras narraciones vitales, pero, al mismo tiempo,
pienso que puede resultar útil para algunas personas. No sé, que lo juzguen mis lectores.

Yo era una niña sensible que sufrió algunas carencias. En efecto, a mi pesar, tuve que acos-
tumbrarme a pasar muy poco tiempo con mis padres. Ambos eran enfermeros y sus turnos de
trabajo no facilitaban las cosas. Podría decirse que pertenecía a una familia disfuncional, pues
dentro de mi núcleo familiar no se daban las condiciones para que hubiera una mínima interre-
lación entre sus miembros. Pienso, igualmente, que no todo era atribuible a la profesión y a los
turnos de mis padres; probablemente su concepción de lo que debía ser una familia también
tuvo algo que ver. Mis necesidades físicas y materiales sí estaban bien cubiertas, pero las emocio-
nales y las afectivas apenas eran atendidas. En esas circunstancias, crecí con un bajo nivel de
autoestima, mucha inseguridad y mucha timidez.

Pasada la adolescencia, comencé a salir con un chico, pero resultó ser una experiencia nefas-
ta. Me faltaba mucho al respeto y me humillaba. Para una chica con un problema de autoestima
tan grande como el que yo arrastraba, resultó demoledor. Caí en una depresión muy profunda, y
no fue hasta ese momento que mi madre se centró en ayudarme. Rompí con aquel chico y reto-
mé mis estudios en la universidad, que había aparcado por su causa.

Allí, entablé nuevas amistades, lo que también me ayudó a sobreponerme. Pasado un tiem-
po, uno de mis hermanos me presentó a un amigo suyo, Eduardo, con el que enseguida conge-
nié. Eduardo se mostró como una persona muy atenta y considerada con respecto a mí, al
menos comparándolo con la experiencia vivida anteriormente.

Por su lado, mi madre, después de haberme visto sufrir tanto, se había vuelto más sensible y
dispuesta para conmigo. Sin embargo, a ella no le gustaba mucho mi nueva relación, pues
pensaba que Eduardo, por no haber superado ni la secundaria, no estaba a la altura de una
universitaria como yo. En lo que a mí respectaba, sin embargo, no estaba nada de acuerdo con
su diagnóstico.

Comenzamos un noviazgo y, cuando yo tenía veinticuatro años, nos casamos. Cuando


quedé embarazada de nuestro primer hijo, comenzaron las desavenencias con mi suegra. Ella
me llamaba niña consentida. Le sucedía conmigo lo mismo que a mi madre con mi esposo, pero
al revés. La diferencia fue que mi madre supo hacerse a un lado y respetar mi decisión, pero mi
suegra se entrometió mucho en mi matrimonio.

46 EN PRIMERA PERSONA 6. KARLA, EN BUSCA DE LA FELICIDAD 47


La situación económica en mi país no era muy buena, por lo que tomamos la decisión de invitó a su casa, cocinó para mí, oro por mí y me dijo que fuera con ella a una reunión de muje-
trasladarnos a Europa y probar suerte ahí. Así, tras el nacimiento de mi hijo, nos vinimos los tres res. La acompañé y, estando allí, me eché a llorar, pues hablaban de la depresión tal y como se
a España. Los primeros años aquí fueron bastante buenos. Al estar alejados de la influencia física reflejaba en la Biblia. La mujer que lo exponía hablaba del siguiente versículo: «Aunque tu
de mi familia política y tenernos solo el uno al otro, fue fácil para mi marido y para mí llevarnos madre y tu padre te dejaren, con todo yo te recogeré» (Salmos 27:10). Yo pensaba que, aparte
relativamente bien. No obstante, la cosa cambió cuando algunas de mis cuñadas se trasladaron de la chica que me había invitado, ninguna otra persona allí presente conocía mi situación. Sin
también aquí. Vi cómo mi marido se iba acercando cada vez más a ellas y se distanciaba de mí y embargo, ahora sé que allí había alguien más que sí me conocía, y mejor que yo a mí misma, por
de mis dos hijos (para entonces ya había tenido un segundo). Cuando yo trataba de hacérselo eso hizo que pudiera oír aquel versículo, el cual parecía escrito expresamente para mí. Me estoy
ver, su respuesta era desconcertante; me decía que lo primero era su familia, la que tenía que ver refiriendo a Dios, por supuesto. En aquel entonces, sin embargo, no lo supe interpretar así, a
con sus padres y hermanos, y que, en segundo lugar, estábamos los niños y yo. pesar de que, curiosamente, la noche anterior le había hablado, diciéndole que no quería seguir
viviendo una vida tan triste. Aquella fue su manera de responderme. Hasta el día de hoy, ese ver-
La relación se fue deteriorando hasta el punto de que Eduardo ya no era aquel hombre aten- sículo está sellado en mi corazón. Cuando terminó la reunión, les pedí a aquellas mujeres que
to y considerado que conocí en Nicaragua. Todo lo contrario, se mostraba brusco y agresivo oraran por mí. Se quedaron bastante impactadas al oírme.
conmigo. Me humillaba y maltrataba. De nuevo, volví a experimentar las consecuencias de una
relación tóxica, pero esta vez la ruptura ya no era tan sencilla. Estaba casi sola; mi madre, la que Tuve un encuentro con Dios y realmente mi vida cambió. Sucedió al domingo siguiente, en
mejor me entendía, se encontraba a miles de kilómetros. ¡Cuántas veces acabábamos llorando la iglesia a la que asistía mi amiga. El coro estaba cantando una canción de Marcela Gándara,
las dos en nuestras conversaciones telefónicas! ¡Qué desgraciada me sentía! Al final, mi marido Dame tus ojos. En mi interior, oraba y le pedía a Jesucristo que cambiara mi vida, que entrara en
se cambió de domicilio. A esas alturas, por supuesto, él no estaba siendo una grata compañía, mi corazón y que lo sanara. Me sentí pecadora y le rogué que me perdonara y limpiara. No pude
pero mi soledad se hizo mucho más evidente cuando se marchó. dejar de llorar, pues pasó por mi mente todo lo que había estado haciendo mal. El Señor me
mostró el mensaje de la cruz de una forma clarísima, de manera que lo entendí como nunca
En la fiesta del octavo cumpleaños de mi hijo mayor, recuerdo haberle pedido a Dios que me antes.
auxiliara. Solo tenía ganas de llorar. Le conté a una de mis hermanas cómo me encontraba (para
entonces, ellas también se habían trasladado a España). Para mi sorpresa, lo que recibí de sus A partir de ese momento, me di cuenta de cuánto me amaba Dios, y lo demás dejó de tener
labios no fueron palabras de consuelo, sino reproches y recriminaciones. Eso me hizo casi más importancia. Esa noche, al llegar a mi casa, pude descansar por primera vez desde hacía tiempo.
daño que los insultos y humillaciones que había vivido en mi matrimonio. Fue tan grande su amor hacia mí, que no podía dejar de alabarle. Era algo tan hermoso y tan
real… ¡Me hacía sentir tan especial! No paraba de darle vueltas en mi cabeza al hecho de que el
Me ganaba la vida trabajando de asistenta en una casa, y, después de todo aquello, me quedé mismísimo Creador de todo el universo se hubiera fijado en mí y me amara tanto. Después de
tan hundida que a veces no podía evitar que se me saltaran las lágrimas mientras trabajaba. La todo ello, me divorcié, pero, para entonces, ya había encontrado la paz y el equilibrio. Además,
dueña de la casa me llamó aparte un día y me dijo que ella necesitaba a alguien más estable emo- pude perdonar y gestionar todos mis asuntos de una forma sensata y cabal.
cionalmente, que no me había contratado para verme llorar todos los días. Minutos después,
mientras regresaba a casa ya sin trabajo, sentí deseos de que todo terminara. Subí al autobús de A día de hoy, me gusta hablarle a la gente de Dios, pues quiero que le conozcan. Sin embargo,
línea con los ojos enrojecidos y el alma hecha pedazos. Mi pensamiento era de suicidio, pero no mi familia no ha comprendido bien el cambio que se ha producido en mi vida y se ha alejado de
llegué a cometerlo, creo que únicamente por mis hijos. Esa noche recuerdo haberles dado de mí. No aceptan que ya no me defina como católica. Me da mucha pena, pues los amo, pero estas
cenar y, tras ello, echarme a llorar, diciéndole a Dios que no quería vivir aquella vida tan triste. cosas ya no me limitan ni abaten como antes. Por el contrario, ahora Dios me ayuda y me da
fuerzas para que sea capaz de cuidar de mí misma y de mis hijos, además de ayudar a otros que
Al día siguiente, salí a buscar un nuevo trabajo. En el autobús, me encontré con una chica a la se sienten necesitados.
que conocí unos dos años atrás. Me había ayudado y dado apoyo emocional en uno de los
momentos críticos de mi matrimonio. Ella asistía a la iglesia evangélica. Recuerdo que, entre
otras cosas, dijo que oraría por mí. Se alegró de volver a verme y me preguntó cómo estaba, a lo
cual yo, sin ninguna gana, le respondí que mal, que me estaba divorciando. Ella, muy amable, me

48 EN PRIMERA PERSONA 6. KARLA, EN BUSCA DE LA FELICIDAD 49


CAPÍTULO 7
RODRIGO, EL LARGO CAMINO A LA VICTORIA

50 EN PRIMERA PERSONA
En tu mano están mis tiempos;
líbrame de la mano de mis enemigos y de mis perseguidores.
(Salmos 31:15)

Hola, Héctor; hace tiempo que, de manera recurrente, no dejo de pensar en ti. Tal vez sea
cosa de la edad, que me va haciendo más reflexivo. Por lo demás, tampoco es que tenga mucho
sentido el escribir una carta a alguien del que no sé nada desde hace más de dieciséis años. A lo
mejor es que, sin darme cuenta, estoy personalizando en ti a todo un grupo de gente que tuvo
un papel muy relevante durante mi infancia y adolescencia.

Perdona, se me olvidaba; soy Rodrigo el hijo de Verónica. A lo mejor, ya ni te acuerdas de mí.


Yo te recuerdo yendo cada día a comprar un croissant a la tienda de mi madre; aún éramos muy
niños. Mi madre siempre te recibía con mucho afecto; algo que a mí no me hacía demasiada gra-
cia, por cierto. Hoy me siento ridículo al recordar aquello. A mi madre nadie la va a cambiar
nunca, te lo aseguro; siempre se comporta igual con la gente que la necesita; y tú, Héctor, por
aquel entonces estabas muy necesitado. Lo que despertaba la ternura de mi madre hacia ti era tu
orfandad o, más bien, el hecho de que no tuvieses familia ni hogar; al menos uno convencional,
quiero decir. Estabas bajo la tutela de las instituciones y no habías encajado en ninguna de las
familias de acogida a las que se te había ido asignando.

Como decía, el afecto que mi madre te mostraba me fue volviendo cada vez más envidioso.
No es que no fuese cariñosa conmigo, sino que yo no quería compartir su cariño con nadie, y
menos contigo. Disculpa que sea tan directo, pero para qué me voy a andar con eufemismos si
ya sabemos de lo que estamos hablando. Era un niño egoísta como la mayoría, y, puestos a
rivalizar por mi madre, tú tenías todas las de perder. Yo lo sabía, pero necesitaba dejártelo claro a
ti también.

Recuerdo aquella ocasión. Tú, como cada día, viniste a por tu croissant, que mi madre te
tenía preparado. Yo estaba en la tienda. ¡Cómo odiaba oír tu nombre en sus labios, y observar la
ternura con la que te lo entregaba! Sin embargo, lo peor llegaba cuando respondías a sus atencio-
nes con esa sonrisa de gratitud y satisfacción. Aquel día te demoraste más de la cuenta respon-
diendo a las preguntas de mi madre, o eso me pareció a mí. El caso es que decidí que había que
zanjar aquello de una vez, así que exploté: «¡Vete ya, niño sin padres!», grité, lleno de cólera. Tú
te quedaste callado, sin expresar nada. Mi madre me agarró del brazo y me llevó a la trastienda,
donde me dio un buen meneo. Lo que más me dolió no fue el tirón de orejas que recibí, sino el
disgusto que noté en sus palabras: «¡Cómo has podido ser tan cruel! Héctor no tiene tanta suer-
te como tú. Ahora vas a volver ahí y le vas a pedir perdón». Cuando regresamos al mostrador, tú
ya te habías ido. No sé adónde fuiste a comprar tu croissant desde entonces.

52 EN PRIMERA PERSONA 7. RODRIGO, EL LARGO CAMINO A LA VICTORIA 53


La vida continuó su rumbo y, al siguiente curso de primaria, en el primer día de clase, te reco- larme del mundo que sentía, pero tampoco funcionaba. En efecto, en aquel tiempo fui capaz de
nocí. Nos habían asignado la misma aula. Tú también me viste, pero disimulaste. Ojalá hubiese desdoblarme en muchas personalidades diferentes: cualquier cosa menos ser yo mismo.
sido así todo el resto del curso; tu indiferencia hubiese sido hiriente y dolorosa, pero no tanto
como lo fue tu fijación por mí. Por mucho que lo intenté, nunca pude mimetizarme y pasar desapercibido. Parece contra-
dictorio, pero eso es lo que verdaderamente perseguía con aquellas simulaciones. El único
Los humanos somos seres relacionales: necesitamos comunicarnos y sentirnos aceptados. pequeño consuelo que encontraba se daba una vez al año, cuando mis padres (pastores evangé-
Uno de los mayores sufrimientos para un niño se da cuando siente que no le aceptan. Esta expe- licos) me inscribían a unos campamentos de verano donde convivía con otros muchos chicos y
riencia la sufrí durante los tres años que coincidí contigo en el colegio. Me hiciste pagar con cre- chicas de mi edad. Allí podía bajar la guardia: nadie se metía conmigo, me sentía aceptado. Podía
ces la humillación y el dolor que te ocasioné aquel día en la tienda de mi madre. Yo te aparté de hacer amigos de forma natural. Seguramente, tenía que ver con el trasfondo del que la mayoría
ella, tal vez el primer adulto con el que verdaderamente habías congeniado y que te había mos- de ellos procedían. Lo harían mejor o peor, pero en sus casas les inculcaban valores como la tole-
trado auténtico amor y aceptación; tú me impediste tener amigos y me convertiste en el paria de rancia y el respeto, o el evitar el abuso y la violencia. Sea como fuere, ese tiempo me restauraba
la clase. Todos te respetaban, tenías un gran carisma. en parte, y me reconciliaba conmigo mismo.

Llegué a la conclusión de que yo me había buscado todo aquello por ser tan cruel y descon- Todo volvía a comenzar con el inicio del curso. Allí, estaba solo. Lo único que podía hacer
siderado contigo. Por eso, al principio encajaba las palizas y las humillaciones como una especie era apretar los dientes, encajar los golpes y esperar que la temporada pasara rápido. Pero uno no
de penitencia, como si se tratara de una extraña ley de la compensación a la que yo me sometía. tiene toda la capacidad de resistencia que le gustaría. Un curso es muy largo y, agresión tras agre-
Esa es la razón de que me mostrara tan dócil contigo; no por miedo, sino por un sentimiento sión, burla tras burla, el ánimo se va quebrando. Sientes que ese es tu destino. Te das cuenta de
de culpa. que no puedes contra él.

Probablemente, tú olvidaste aquel suceso en la tienda de mi madre mucho antes que yo. Ya Recuerdo, el caso de un chico que se suicidó porque ya no podía soportar el acoso y las bur-
no te movía el despecho ni el afán de venganza, simplemente le cogiste el gusto a tenerme sub- las continuas a las que era sometido en su colegio. Los profesores no querían problemas; ningu-
yugado, a maltratarme o a incitar a otros para que lo hicieran. Tú y tus camaradas os habías con- no aceptaba asumir el rol del represor, era mejor mirar hacia otro lado. Los padres de los acosa-
vertido en el grupo dominante, los matones que hacían lo que se les antojaba con los demás. dores tampoco ayudaron mucho; para ellos, eran «cosas de chavales». La familia del chico
Conmigo lo teníais bien fácil. acabó desquiciada y desesperada por el relativismo y la condescendencia de los responsables del
centro escolar, y también por la nula disposición de las familias de los agresores. Se sintieron
En los recreos, procuraba buscarme algún escondite donde pasar desapercibido, pero no muy solos e impotentes. Aquello fue una tragedia; nadie percibió el alcance y la magnitud del
siempre era posible. Durante la clase ya habíais planificado la diversión para ese día y yo, como sufrimiento de aquel chico hasta que ya fue demasiado tarde. La prensa se hizo eco de aquel trá-
casi siempre, sería la principal atracción, por lo que me buscabais hasta debajo de las piedras. gico suceso. Muchos se indignaron y llovieron las críticas hacia aquel colegio. Sin embargo, his-
Para mi desgracia, vuestros planes siempre se cumplían: si no me localizabais durante el recreo, torias como esta se repiten continuamente en muchos otros lugares; a veces más cerca de lo que
os organizabais para esperarme a la salida. Así fue durante tres años. Finalmente, como no podía imaginamos. Algo debemos estar haciendo mal cuando un adolescente, con toda una vida por
ser de otra manera, mis padres acabaron enterándose, y, después de hablar conmigo, decidieron delante, se siente tan desdichado que decide acabar con ella. Es antinatural. Nos debería
cambiarme de instituto. Yo pensaba que, al alejarme de ti, mis pesadillas terminarían. No fue así. hacer reflexionar.

En el nuevo centro donde me matriculé, yo era de los más nuevos. La mayoría se conocían He puesto este ejemplo para ilustrar, de alguna forma, a lo que podría estar abocada a llegar
desde primaria, y, por lo que se ve, el rol de friki estaba vacante en aquella nueva clase. Yo lo lleva- cierta gente en mi situación. No solo es la humillación constante, sino también el miedo, el sen-
ba escrito en la frente. Era como si una maldición me persiguiera. Intentara lo que intentara, tirte perseguido.
nunca conseguía ganarme la aceptación del grupo dominante. A veces, me hacía el malote, pero
era como vestir de torero a un levantador de piedra, un auténtico despropósito; solo conseguía Tal vez el momento en el que peor lo pasé ocurrió un día al salir de clase, cursando ya la
provocar risa. Otras veces, iba de simpático y extravertido, a pesar del dolor y de las ganas de ais- secundaria. Aquella jornada, el grupo de matones había corrido la voz por todas las aulas de que

54 EN PRIMERA PERSONA 7. RODRIGO, EL LARGO CAMINO A LA VICTORIA 55


me iban a dar una paliza a la salida de clase. Alguien me puso sobre aviso, así que fui buscando Un día, en uno de esos campamentos, decidí buscar a Dios. Otra cosa que había aprendido
varias alternativas para huir del instituto sin que me pillaran. Sin embargo, todas las salidas esta- en casa era el concepto de la oración. Siempre nos insistieron en que se trataba de algo personal,
ban vigiladas por esta gente o por colaboradores suyos. Al final, resignado, decidí salir por el sitio un diálogo con Dios en el que debían usarse las palabras que a uno le salieran del interior. Yo lo
principal, pues ya me daba igual todo. Según me iba acercando, se veía más y más gente congre- hice sentado en una mesa, a solas, justo antes de que todos llegaran a comer. Allí tuve un encuen-
gada; probablemente ya les habían dicho que me dirigía hacia allí. Estaba claro que iba a ser su tro con mi Hacedor, como si se hubiese sentado junto a mí, en la misma mesa. Me sentí la perso-
momento de gloria, pues habían conseguido juntar a medio colegio para el espectáculo. na más amada y especial del mundo. Fue como un regalo inmenso y muy valioso que Él dio a
mi corazón.
Enseguida me rodearon. Cuando ya esperaba la lluvia de golpes e insultos, alguien me agarró
del brazo y tiró de mí con fuerza. Era la madre de un amigo, que me rescató de aquella jauría y Aquel día, no me cansaré de repetirlo, Dios se preocupó de hacerme sentir la persona más
me llevó a casa. Aquel día, lógicamente, mis padres se enteraron de lo que me estaba ocurriendo especial del mundo. Ese sentimiento de amor profundo completó todas las carencias y vacíos
en clase. No pude ocultárselo más. que tenía. Me sentí restaurado. Aunque algunas cosas llevaron su tiempo, otras se curaron muy
pronto. El caso es que, en aquel momento, Dios respondió a mi oración y tuve un encuentro
No sé si alguna vez llegarás a leer este texto. Al escribirlo, no me ha guiado el afán de revan- personal con Él. A partir de entonces, nada ha sido igual. No quiero alargarme en detalles, solo te
cha; esto no es un ajuste de cuentas. Es cierto que llegué a sentirme muy desgraciado, y, de algu- mencionaré lo principal.
na manera, tú colaboraste para que así fuera, pero no te culpo por ello. Yo sí que tardé cierto
tiempo en dejar de sentirme culpable. Me costó darme cuenta de que la fijación hacia mi perso-
Con su ayuda, he conseguido aceptarme tal y como soy. He recuperado la confianza en mí
na ya no tenía nada que ver con el daño que te hice en algún momento. Era mi patente vulnera-
mismo y sé que tengo valor. No necesito cambiar ni aparentar lo que no soy. Además, esa seguri-
bilidad lo que me exponía, lo que despertaba vuestra agresividad. Comprendo a la gente que no
dad y confianza en mí mismo hace que sea una persona más «atractiva» a la hora de conseguir
ve este mundo como un lugar hospitalario. ¡Qué paradoja! En casa me enseñaron que los fuertes
amistades. Ahora mismo soy alguien muy sociable, con confianza y una identidad clara.
y poderosos tienen una gran responsabilidad con respecto a los más débiles: «Dios los hace así
de suficientes para que suplan lo que les falta a otros», me decían mis padres.
No me obsesiona la aceptación de los demás, ni tampoco la busco desesperadamente.
Me crié con la idea de que mi deber era ayudar al que se sentía solo o era débil; de transmitir- Tengo mi valor puesto en lo que Dios dice de mí. Ayudo a encontrar su identidad a los que más
le seguridad al inseguro, en vez de miedo; de reforzar la autoestima del que se siente inútil, no la necesitan y apoyo con palabras de afirmación a los más débiles. Soy monitor de tiempo libre y
pisotearle la poca que le pueda quedar. ¡Qué tierna ingenuidad la mía! ¡Qué poco tiempo tardé pastoreo a jóvenes en la iglesia local a la que pertenezco. Procuro reflejar el amor de Dios a la
en descender de los mundos de Yupi a la cruda realidad! gente. Las personas nuevas que he ido encontrado recientemente en mi vida, especialmente en
la universidad (terminé una ingeniería) y también en el ámbito laboral, han notado una gran
diferencia en mi forma de hablar y tratar a los demás, siempre desde el respeto y el amor, enten-
Mi historia no terminó de forma trágica, aunque había unas cuantas papeletas metidas en la
diendo el valor y el trasfondo que tiene cada persona. Sé que esa identidad y ese amor auténticos
cesta. Como te decía, el único alivio que tenía en aquella situación estaba en los campamentos
y profundos que he recibido de Dios no los encontraría en la mera aceptación de las demás
de verano a los que mis padres me apuntaban. Como he mencionado, allí se me aceptaba tal y
personas. Por otra parte, he perdonado a todos los que algún día me hicieron bullying. También a
como era. En esos campamentos, se nos hablaba del amor de Dios. Ya he mencionado cuáles
ti, Héctor.
eran los valores que me habían inculcado en casa. A pesar de su condición, mis padres nunca me
presionaron para que aceptara sus creencias. El caso es que, aquello de la omnipotencia, la omni-
presencia y la omnisciencia de Dios, así como su amor por los seres humanos, me hizo reflexio- He podido perdonarme a mí mismo por odiar tanto y por el daño que te hice aquel funesto
nar mucho. Si Dios podía estar en todos los lugares a la vez, lo sabía y lo podía todo, eso quería día en la tienda de mi madre. Todavía, a día de hoy, me avergüenzo al recordarlo. Cometí el error
decir que ya no volvería a estar solo en el instituto. Sé que puede parecer un planteamiento muy de no disculparme; no para evitar tu venganza, sino para hacer visible que lamentaba profunda-
infantil, pero hablo desde mi experiencia. Si Dios fuera un mito o el mero recurso de una mente mente haberte dicho eso. Me gustaría estar cara a cara contigo para expresártelo y tenderte la
desesperada, hoy no estaría hablando así. mano. Reparar, en la medida de lo posible, aquel agravio.

56 EN PRIMERA PERSONA 7. RODRIGO, EL LARGO CAMINO A LA VICTORIA 57


Nuestros caminos se separaron hace tiempo, estimado Héctor. Aunque en muchas cosas he
cambiado, sigo siendo un soñador que piensa que, a lo mejor, este mensaje de reconciliación

CAPÍTULO 8
navega hasta tu orilla. Si algún día, paseando por la playa con tus hijos, ves, por casualidad, una
botella, no la devuelvas al mar; ábrela, puede que sea este mensaje. Si no, quién sabe, siempre nos
quedarán las redes sociales. Recuerda: siempre habrá un croissant fresco reservado para ti en el
mismo lugar. PILI, UNA CHICA NORMAL
Afectuosamente,
Rodrigo

58 EN PRIMERA PERSONA
Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor.
(Lucas 1:45)

Me llamo María Pilar, pero, entre los que me conocen, siempre he sido Pili. Nací a principios
de la década de los 60, en la época del «baby boom», en una pequeña ciudad del corazón de
Bizkaia. Era la mayor de seis hermanos, por lo que, desde muy niña, colaboraba en las tareas de la
casa y en el cuidado de los más peques. Eso forjó mi carácter. Crecí con una gran conciencia de
la responsabilidad y el trabajo. Aquello me hizo madurar pronto. Lo considero algo muy positi-
vo, a pesar de que no fue fácil aprenderlo. A veces, cuando desatendía alguna de esas responsabi-
lidades, me quedaba sin la paga del domingo, sin ver la tele o sin salir los fines de semana.

Pero no todo era trabajo y disciplina. Recuerdo haber disfrutado mucho jugando en la calle.
Cuando llegaba la hora de poner la mesa para cenar o se hacía de noche, ama (así llamamos a las
madres en euskera) nos reclamaba desde el balcón, llamándonos varias veces hasta que nos
dábamos por aludidos. Volvíamos totalmente mimetizados (por usar un eufemismo), envueltos
de la grava del terreno donde habíamos estado jugando. Solo había que mirarnos la ropa, las
manos o la cara para darse cuenta de lo bien que nos lo habíamos pasado, y eso, a veces, era
directamente proporcional a lo mal que lo íbamos a pasar en cuanto cruzáramos la puerta con
aquellas pintas. «Estos niños sí que son hijos de la tierra», comentaba con socarronería mi
padre. Evidentemente, a mi madre no le hacía tanta gracia como a él. En fin, tuve una infancia
exigente pero a la vez muy feliz, llena de juegos y diversión al aire libre.

Mi relación con los estudios fue buena; me gustaba ir al cole, aunque a veces pasara ratos
difíciles. Siempre me ha gustado aprender y relacionarme con la gente. Si tuviera que destacar
alguna asignatura del instituto, sin duda serían dos: literatura y filosofía.

Durante la adolescencia, adquirí la costumbre de ir escribiendo en un diario lo que me acon-


tecía. Hablaba de la vida, de tristezas y alegrías; de amores y desamores; de la incomprensión y,
cómo no, también de la soledad. Desde entonces, me encanta escribir, contar cosas que nadie va
a leer pero que me ayudan a pensar y a clasificar experiencias, sueños y sentimientos. Cuando
vuelvo a leer todo aquello, tengo la sensación de estar mirándome desde fuera, con otros ojos.
En realidad, es todo un ejercicio de reubicación mental y emocional.

De pequeña quería ser escritora y maestra. Tendría unos ocho años cuando me regalaron mi
primer libro, del cual recuerdo perfectamente el título: Segundo curso en Santa Clara, de Enid
Blynton. ¡Lo leí tantas veces! Con el tiempo, le fueron sucediendo otros libros de la misma auto-
ra. Acabó convirtiéndose en mi escritora favorita, con aquellas historias repletas de naturaleza y
aventura. Ese fue mi primer contacto con la literatura, pero, poco a poco, se fueron incorporan-

60 EN PRIMERA PERSONA 8. PILI, UNA CHICA NORMAL 61


do otros autores y estilos, de manera que los libros pasaron a ser un tesoro en mi vida; me encan- algo tan rotundo como que conocía a Dios. Me gustaba ir a misa; es más, para mí era una necesi-
taba comprarlos, releerlos y subrayarlos; costumbres que aún mantengo. dad interior. Recuerdo que a las chicas de mi cuadrilla no les gustaba, y, cada domingo, empeza-
mos a sortear con una moneda si íbamos o faltábamos. Si salía cruz, íbamos a misa de 12, y, si
Cuando entiendes un libro y te gusta, se produce un diálogo mientras lo lees, una interacción salía cara, nos la saltábamos. He de decir que aquel método no me lo hacía pasar bien. Cierta-
con el autor, y acabas incorporando a tu mundo su propuesta. Esa implicación es muy enrique- mente, disfrutaba como la que más estando con mi cuadrilla, pero, en mi interior, sentía que no
cedora y productiva, siempre que sea con algo que merezca la pena leer. He de reconocer que no hacía bien cuando me saltaba la misa, sobre todo si, para hacerlo, tenía que mentir en casa cuan-
me resulta fácil hablar de mí; me da cierto pudor. No obstante, algunos autores, a través de sus do me preguntaban si había ido. Para evitar esos remordimientos, comencé a ir a las 9 de la
relatos, comparten experiencias y situaciones en las que podemos vernos reflejados. Al leerlos, mañana a la iglesia, así no tenía que preocuparme si luego no querían ir mis amigas. Me gustaba
adquiero destreza para expresarme cuando me toca hablar de mí misma. ir; sí, sentía la necesidad de hablar con Dios. A veces, incluso, estando con mi cuadrilla tomando
algo en un bar, yo me salía y me iba a la iglesia que estaba enfrente, me sentaba en el banco y
Durante la época del instituto tuve muchas amigas, pero recuerdo con especial cariño a una hablaba con Él. Me daba igual si era la hora del rosario o si había un funeral, tenía que contarle a
en particular, Edurne. Éramos muy afines; a las dos nos inquietaban las mismas cosas. Hablába- Dios lo que me pasaba. Con el tiempo, al párroco de la iglesia a la que más solía asistir le llamó la
mos mucho de filosofía: a veces, defendíamos posturas enfrentadas; otras, en cambio, disertába- atención que alguien tan joven madrugase para ir a misa cada domingo, así que, un día, nos visitó
mos sobre ciertos autores que habíamos dado en clase y que a las dos nos habían gustado. Con en casa y me propuso ser catequista de los niños, a lo que acepté entusiasmada.
todo, hablar de filosofía tenía algunos efectos colaterales: me provocaba preguntas y también la
necesidad de respuestas. Me preguntaba con cuál de todas las corrientes filosóficas debía que- Empecé a leer las historias acerca de Jesús: sus milagros, sus enseñanzas, su muerte y resu-
darme, lo que resultaba muy estimulante para mi intelecto, pero, al mismo tiempo, me colocaba rrección, etc., y se las transmitía cada sábado a los niños que me asignaron. Estaba encantada con
en un terreno bastante resbaladizo, puesto que me sentía obligada a tomar una posición, a com- aquella tarea. Por eso, cuando leí aquel folleto, algo no me cuadró. Yo era catequista, leía los evan-
prar, de alguna manera, una explicación de la existencia o del sentido de la vida, y eran demasia- gelios, quería portarme bien… pero no conocía a Dios. Surgió una inquietud dentro de mí; me
das las obras y los autores que se me presentaban, cada cual con su propia versión. ¿Para qué gustaba estar a solas en la iglesia y hablar con Él. Cuando miraba al Jesús del crucifijo, ensangren-
vivir entre tanto sufrimiento, tanta gente mala y tanto trabajo, si todos acabaremos muertos? ¿La tado y coronado de espinas, lloraba. ¡Qué crueldad! ¡Cómo fue torturado! ¡Cuánto tuvo que
gente mala nace así, o es la sociedad la que la corrompe? Estas preguntas solían ser recurrentes sufrir! Lo veía como un pobrecito, pues eso era cuanto me habían enseñado acerca del sacrificio
en mis conversaciones con Edurne, aunque a veces nos preguntábamos si las mismas no eran de Jesús: una especie de culto a la muerte, la cual podía verse también en las parroquias, que riva-
para gente más adulta que nosotras. lizaban por ver cuál mostraba la imagen de Cristo más truculenta.

Las preguntas, cuando son vitales y no encuentran una respuesta adecuada, pueden provo- Cierto día, me hallaba sentada en uno de los bancos de la iglesia, pensando en todo esto. En
car cierta inseguridad en una persona inmadura. Yo me volví algo miedosa. No me gustaba estar aquel momento, no había ninguna ceremonia, tan solo unos pocos feligreses dispersos por aquí
sola en casa, ir al baño por las noches, o bajar las escaleras para ir a comprar la bebida a la bode- y por allá. Entonces, observé uno de esos gigantescos crucifijos con la imagen doliente de Jesús
guilla que estaba al lado de mi casa. ¿Cuántas botellas rompí? Muchas, pues volaba al bajar y en su agonía, y me vino a la mente «La saeta», poema machadiano interpretado por Serrat.
corría al subir, antes de que se apagara la luz de la escalera. El miedo siempre paraliza y limita a Comprendí que había sido educada en una fe que recurrentemente celebraba la muerte de Cris-
las personas. to, hasta casi recrearse en ella. Era como si, para mis mayores, Dios siempre estuviese muerto, y
así me habían trasladado su fe; una fe muerta depositada en un Dios ausente.
A los dieciséis años, unos jóvenes me entregaron un folleto en la calle que comenzaba
diciendo: «Para ti, amigo, que buscas propósito para tu vida…». Era una época en la que resul- Cuando regresé a casa, busqué entre los cajones de mi armario, y, al encontrar aquel folleto,
taba habitual encontrarse gente que repartía folletos. Normalmente, eran manifiestos políticos, y, escribí a la dirección que adjuntaba. Pasados unos días, recibí por correo un Evangelio de San
si no, propaganda de grupos pseudoreligiosos o sectarios. Sin embargo, en este caso, se trataba Juan de tamaño mini junto a un librito que iba explicando los pasajes del mismo. Se trataba de
del testimonio de un joven que sostenía la idea de que se podía conocer personalmente a Dios. un sencillo estudio del texto que ayudaba a comprenderlo y a captar el sentido de las enseñanzas
Tengo que confesar que me llamó grandemente la atención, pues yo era una jovencita que se del apóstol. A partir de entonces, los solía llevar en el bolsillo de los vaqueros, y aprovechaba
consideraba creyente. De hecho, era catequista de niños… Pero no me sentía capaz de afirmar cualquier hueco en mi tiempo para leerlos, los devoraba. Me nutrían, me hablaban de un Salva-

62 EN PRIMERA PERSONA 8. PILI, UNA CHICA NORMAL 63


dor, de un Jesús que, por amor, vino a la tierra a morir en mi lugar, por mis pecados, para reconci- te pone de manifiesto, igualmente, que robas dinero de la cartera de tu madre por si te castiga sin
liarme con el Padre y así permitirme vivir la eternidad en el cielo con Él. Esas enseñanzas cons- paga el domingo (cosa que ocurría con bastante frecuencia). ¿Acaso eso no es robar? Así me
tituían la predicación original de los primeros cristianos, cuando la Iglesia era un organismo vivo ocurrió con estas y muchas otras acciones que llamaba «pecadillos veniales» y que me hacían
y, la fe, auténtica y transformadora. pensar que yo no era como los malos.

Un día, decidí ir a esa Comunidad Cristiana de Bilbao (así se llamaba la iglesia evangélica Llegó un momento en que me vi tal como era, pecadora, y entendí que por eso no había
que me había hecho llegar el folleto y el librito) con mis amigas. Era sábado por la tarde y, preci- podido avanzar en mi vida con Dios a pesar de ir a misa o ser catequista. De forma sincera, pedí
samente, celebraban su reunión de jóvenes. Eran muchos, y sus reuniones resultaban muy diná- perdón por mis pecados y le entregué a Dios mi vida por completo. Así, comencé a entender lo
micas, ya que carecían de formalismos y liturgias. Cantaban acompañados de guitarras, y com- que Jesús hizo en la cruz por mí, que no era un pobrecito, sino mi Salvador. Realmente, hizo
partían pasajes de la Biblia de una forma muy peculiar, pues lo hacían con una familiaridad y una todo aquello para ocupar mi lugar y pagar el precio que mi pecado merecía.
cercanía que sorprendía a alguien que, como yo, entendía la Biblia como un libro sagrado, lejano
y casi intocable. Igualmente, iban interviniendo para contar, de forma espontánea pero no caóti- Inmediatamente, sentí una libertad interior inexplicable, la cual yo no me inventé; Dios me la
ca ni desordenada, sus experiencias con Dios. Asimismo, oraban de la misma forma que habla- dio. Me llenó de una paz que me acompañaba en los momentos difíciles, en los que llegaba a
ban de la Biblia, con espontaneidad y familiaridad, sin rezos aprendidos ni repetitivos, todo de preguntarle: «Señor, ¿de qué manera me vas a sorprender esta vez?». Además, el miedo desapa-
cosecha propia, salido del corazón del que estaba orando. Me resultaba sorprendente ver a un reció de mi vida, enfrentándome a la soledad sin temores de ningún tipo.
grupo tan numeroso de jóvenes hablar bien de Dios y vivir la fe de esa manera tan auténtica.
Observaba el gozo con el que contaban sus experiencias y cómo Jesús estaba presente en su día Desde entonces, y han pasado ya cuarenta y dos años, hay un gozo en mi interior que me man-
a día. Quería para mí aquello que vi en esos jóvenes. Yo era catequista, tenía necesidad de Dios, tiene segura y con esperanza. Con Jesús comenzó la aventura más fascinante de mi vida, para la cual
pero no lo conocía. di un paso que puedo afirmar que merece la pena. Todo adquiere sentido con Él, la vida deja de ser
un absurdo. Él llena el vacío del corazón, y escucha los ruegos, las preguntas y las dudas.
Cuando llegué a mi casa, hablé con Dios a solas, tal y como les había visto hacer a ellos. Entre
otras cosas, le pedí que, si era verdad lo que había visto y oído aquel día, me permitiera experi- Por supuesto, caminar con Dios en la vida no me libró de problemas. Momentos difíciles
mentarlo a mí también. nos llegan a todos, a creyentes y no creyentes, pues forman parte de la existencia. A modo de
ejemplo, recuerdo que mi hija mayor tenía cinco meses cuando, en 1983, vivimos las inundacio-
Cada sábado que podíamos, Edurne y yo íbamos a Bilbao. Siempre regresábamos pletóricas. nes en el País Vasco. El río Ibaizabal se desbordó a causa de las lluvias y de la pleamar, lo que pro-
Las enseñanzas de Jesús eran prácticas, tenían sentido, penetraban hasta lo más hondo de nues- vocó que, a su vez, el Nervión retrocediese su abundante caudal e inundase Bilbao y otros pue-
tra mente y corazón (si es que no son lo mismo), y nos confrontaban de tal manera que nos veía- blos. Nuestra furgoneta estaba en un garaje subterráneo que permaneció anegado durante tres
mos como reflejadas en un espejo. Descubrí que no era la niña buena que me creía. Me explico; días hasta que pudieron bombear el agua. Acabábamos de comprarla. Eran tiempos difíciles en
a aquellos que no nos emborrachamos, ni fumamos, ni hemos robado ni matado a nadie, nos lo económico, no había mucho trabajo, éramos una pareja joven que, aunque tenía formación y
cuesta reconocer que somos pecadores, porque nos creemos buenas personas, y… los buenos estudios, no encontraba el modo de trabajar en aquello para lo que nos habíamos preparado, y,
van al cielo, ¿no? Sin embargo, cuando te ves cotejada con la realidad como Dios la ve y la ense- por eso, decidimos invertir nuestros pocos ahorros en ese vehículo y en ropa para vender por los
ña, entonces, descubres que no das la talla delante de Él, que has fallado a todos y cada uno de mercadillos hasta que encontráramos otra cosa. El caso es que la furgoneta estaba llena de géne-
los mandamientos, si no en la práctica, sí en tu mente. Además, adviertes que no amas a Dios por ro cuando se inundó. Fue nuestra ruina, nos quedamos sin trabajo y con deudas. Fueron tiem-
encima de todas las cosas, sino que, aunque no tengas duda de su existencia, Él no forma parte pos duros.
de tu vida, pues no le tienes en cuenta a la hora de tomar decisiones ni de construir tu sistema de
valores y comportamientos. Dios es únicamente el recurso para los malos momentos, la persona Tras las inundaciones, muchas empresas cerraron porque renovar la maquinaria deteriorada
a la que pedir socorro, a la que acudir cuando nada tiene sentido. Descubres también que deso- suponía mucho gasto. Mi marido estuvo bastante tiempo sin trabajo, alternando unos pocos
bedeces a tus padres, que eres rebelde, que mientes para salir airosa de las situaciones, que no contratos temporales, nada estable. Situaciones como esta te llevan a cuestionarte muchas cosas.
asumes la responsabilidad de lo que haces y que te escondes detrás de mentiras «piadosas». Se Cuesta entenderlo, parece contradictorio. Era como si Dios hubiese desaparecido cuando más le

64 EN PRIMERA PERSONA 8. PILI, UNA CHICA NORMAL 65


necesitábamos. Nos habíamos esforzado por estudiar y tener una profesión con la cual poder
ganarnos el sustento, pero el tiempo pasaba y no conseguíamos trabajo. ¿Por qué Dios no nos

CAPÍTULO 9
daba una salida? ¿Nos había abandonado? ¿Qué iba a ser de nosotros? Para entonces ya había
nacido nuestra segunda hija, ¿qué futuro podíamos darle?

Retrospectivamente, hoy entiendo que fue un tiempo para aprender y conocer más a Dios, ALFREDO, UN ALMA SEDIENTA
confiando en Él pasase lo que pasase. Recuerdo que un martes oré de manera especial en casa.
«Señor, ¿hasta cuándo vamos a estar sin trabajo? ¡Señor, te necesitamos!». Me sentía desespera-
da. Aquel día me levanté, pero experimenté tal frialdad que mis palabras parecía que no habían
pasado del techo. Los sentimientos a veces nos juegan malas pasadas. No se trata de cómo me
siento, sino de quién es Dios. A su tiempo, aparecieron las oportunidades. Los dos acabamos tra-
bajando en aquello para lo que un día nos preparamos, y no solo eso, sino que hoy podemos
ayudar a los que lo necesitan, tal y como otros lo hicieron con nosotros en su momento. Podría
añadir muchas otras respuestas de Dios más detalladamente. Como dije al principio, al leer un
libro se establece un interacción con el autor, y con la Biblia me sucede lo mismo. Es en ella
donde he encontrado consuelo y dirección muchas veces. También me aporta seguridad y espe-
ranza. Es la forma que Dios utiliza para comunicarse con nosotros; su legado, su carta de amor
para la humanidad. He incorporado a mi mundo la propuesta que Dios nos hace en este libro y
el resultado ha sido como el de un cuadro sin color al que una mano mágica se lo va añadiendo,
llenándolo así de matices y contrastes, aunque sin arrebatarle su esencia más personal y auténti-
ca. Desde entonces, soy como un lienzo que huele a óleo y a vida.

66 EN PRIMERA PERSONA
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
(Juan 7:38)

Era una mañana de esas frías y lluviosas, tan habituales durante el invierno en mi ciudad. Yo
estaba sentado en la mesa de una cafetería, junto a la cristalera que daba a la plaza. A esas horas,
debería estar en la clase de farmacología. Cursaba cuarto de medicina. Los estudios no se me
daban nada mal; había llegado hasta ahí sin repetir curso y sin haber dejado ninguna asignatura
de un año para otro. Aparentemente, tenía todo lo que se puede soñar para ser feliz. Estaba muy
enamorado de mi novia, con la que llevaba saliendo más de tres años. Además, mi familia era
bien reconocida en la ciudad y yo tenía muy buena relación con mis padres y mis cinco herma-
nos. Tampoco me faltaban amigos. Asimismo, podía practicar mis aficiones favoritas: me gusta-
ba la poesía (para entonces ya había escrito varios libros de poemas) y era músico (tuve ocasión
de actuar como cantautor en unos cuantos festivales). También practicaba deporte; era cinturón
negro de judo, cosa que me resultó muy útil para disponer de cierta autonomía financiera, pues,
en los pocos ratos que me quedaban libres, me sacaba un dinerillo trabajando de instructor de
artes marciales y de árbitro federado. No obstante, la cosa que más me motivaba y en la que más
entusiasmo ponía, era mi papel de monitor en un grupo de Boy Scouts. Me encantaba llevar a los
chicos de acampada, hacer excursiones, enseñarles destrezas en la naturaleza y, a través de ello,
impartirles lecciones acerca de la vida. Era muy religioso, pues así me lo habían inculcado mis
padres. No faltaba nunca a misa y, además, lo hacía sinceramente y de buena gana.

Como decía al principio, tenía todo cuanto se requería para ser feliz. Sin embargo, no lo era.
Resultaba paradójico, pero así era mi realidad, y no todo el mundo era capaz de entenderlo. Me
explico; en cierta ocasión, hablando de este mismo tema con un grupo de amigos, uno de ellos,
Santi, me dijo que mi problema era de aburrimiento. «Acláramelo por favor» —le respondí.
«Tienes tanto que no sabes valorarlo, y por eso siempre estás insatisfecho» —me explicó.
Semejante diagnóstico, soltado así, tan a la ligera, no me hizo mucha gracia, puesto que obviaba
que aquellos logros me los había «currado» con bastante esfuerzo, disciplina y sentido de la res-
ponsabilidad. Sin embargo, era inútil convencerle de ello, nunca escuchaba. «No te esfuerces,
Alfredo —me decía con sorna—. A todos nos queda claro que tu insatisfacción se reduce a que
eres demasiado caprichoso; es evidente». «No te equivoques —argumenté—; tan solo soy
una persona inquieta y responsable con todo aquello que emprende, lo que pasa es que no me
gusta la mediocridad». Pensé que con esa respuesta sería suficiente, pero Santi tenía el día tonto
y no se dio por vencido: «Te lo repito; lo que a ti te pasa es que no tienes problemas de verdad,
por eso te puedes dar el lujo de sentirte insatisfecho. Lo tuyo no es más que el aburrimiento de
un burgués egoísta». «Vuelves a equivocarte», señalé. «Pues, si no es eso, se le parece mucho»,
continuó». «Sí, como un huevo a una castaña», pensé para mí. Al final, empezaron a aparecer
risitas en el grupo, y me di cuenta de que por ahí no iba a ninguna parte. A Santi le resbalaban
todas mis respuestas, por lo que preferí zanjar el tema como mejor se me ocurrió, pero no sin

68 EN PRIMERA PERSONA 9. ALFREDO, UN ALMA SEDIENTA 69


antes hacer un poco de sangre. «Santi, estamos de acuerdo en que tener las orejas grandes no Sí… estoy arriba, sí, viéndolo todo, como siempre… estoy… quisiera estar arriba, porque no, no.
quiere decir que uno sepa escuchar… Bueno, a no ser que seas un murciélago o un conejo, pero No puedo cerrar los ojos al presente mío. Porque no, porque yo… estoy aquí, abajo, sin monte, sin
tú no eres ninguna de las dos cosas, ¿verdad?». Sorprendido, negó con gesto bobalicón mientras carretera azul. Es todo lluvia pertinaz y humo, que excita mi pensar y llama frente a mi vida deste-
se palpaba cierta parte de su anatomía. «¡Por supuesto! —continué—. Es bastante evidente». rrando a la muerte, mi muerte lluviosa y oscura. Muerte de mi pensamiento, al fin… mía…
Una sonora carcajada estalló de forma generalizada en el grupo; tan solo Santi se mantuvo serio,
dándole vueltas a lo que acababa de oír. Estas ausencias a la facultad fueron repitiéndose a lo largo del curso. Al final, como era de
esperar, me quedaron dos asignaturas para septiembre: microbiología y farmacología. Lo tomé
No tenía por costumbre meterme con el aspecto físico de nadie, ni ponerlo en evidencia, como un toque de atención. Me centré todo el verano en estudiar, y, cuando llegaron los exáme-
pero ese juicio que volcaban sobre mi persona de forma recurrente, me parecía injusto e infun- nes, aprobé ambos con sobresaliente.
dado. De todas maneras, tal vez mi respuesta a Santi aquel día estuvo fuera de lugar.
A pesar de esa angustia existencial, no vivía instalado en la zozobra permanente. Aprendí a
La insatisfacción de la que hablaba no tenía nada que ver con la ingratitud o la inmadurez. Yo evitar esos temas cuando estaba con mis amigos, divirtiéndome como el que más. Recuerdo
sabía valorar todas aquellas cosas que rodeaban mi vida, y me sentía muy afortunado y agradeci- especialmente las fiestas de la Blanca en el verano de 1979. Estaba con mi cuadrilla de blusas por
do por ellas. No obstante, es igualmente cierto que muchos de aquellos logros eran fruto del los bares del casco viejo de Vitoria, en concreto por la «zapa» (así llamábamos a la Calle de la
esfuerzo, el trabajo serio y la disciplina; nadie me había regalado nada en ese sentido. Me parecía Zapatería). El entrar en uno de ellos, que, al igual que el resto, estaba abarrotado, alguien nos
lamentable tener que andar explicándoselo a gente que, como en el caso de Santi, solo buscaba pegó un silbido desde una esquina de la barra. Era Txolo, uno de la cuadrilla, que me hacía ges-
provocarme y divertirse a mi costa. tos para que fuese hasta donde él se encontraba. Fui abriéndome paso, a duras penas, hasta lle-
gar. Para mi sorpresa, vi encima de la barra veintiocho generosos chupitos de zurracapote en
Ese mismo sentimiento de vacío me había llevado hasta aquella cafetería. Necesitaba poner hilera. «Alfred —me dijo Txolo cuando llegué a su altura (cada vez que Txolo acortaba mi
en orden mis emociones y pensamientos. Hacía tiempo que evitaba hablar con mis amigos nombre, tenía motivos para echarme a temblar)—, ¡te reto a un duelo, catorce para cada uno!»,
(especialmente con Santi) acerca de mis «comidas de coco», pues no quería que me tomaran exclamó, señalando a la hilera de vasos. No me dio tiempo ni a preguntar. Miré alrededor y vi
por un aguafiestas. Por ello, en parte, escribía, utilizando la poesía como válvula de escape. que empezaba a formarse un corro de curiosos, de los cuales algunos ya comenzaban a jalearnos
¡Como para haber dicho que no! Me hicieron sitio para que me acomodara en la barra y un
voluntario dio la orden de comenzar. Tenía cerca uno de los altavoces, en el que, en esos
Y, en esas circunstancias, ahí estaba yo, sentado en aquella mesa con el café ya frío. La lluvia
momentos, sonaba la canción Logical Song, de Supertramp. «¡Antes de que acabe la canción
caía sin tregua ni compasión en la calle. Abrí el macuto y saqué un cuaderno y un bolígrafo, y
tenéis que haber terminado!», se le ocurrió decir a un lumbreras que había por ahí. Para hacerlo
comencé a escribir compulsivamente.
más ameno, íbamos proponiendo brindis a cada trago. Conforme nos acercábamos al deseado
número catorce, dichos brindis se volvían cada vez más ininteligibles y surrealistas. Una vez en
Ahora estoy… No sé dónde.
casa, cuando se me pasó la resaca, lo primero que hice fue leer los evangelios. Así de contradicto-
Ahora huyo… No sé de qué, de quién. Igual huyo de mí mismo, no lo sé. Soy tan listo que la frase ria era mi vida por aquel entonces.
que más repito en todos mis escritos es simplemente «no lo sé»…
Retrospectivamente, cuando recuerdo aquel momento y tengo oportunidad de volver a oír
Estoy en un monte o en una carretera azul, llena de color, de armonía, de sol. Recta, recta y sola; la misma canción de Supertramp, me doy cuenta de que aquella escena del duelo de chupitos es
única… interminable y mía… para toda la vida. toda una metáfora de lo que yo era en aquel momento: Por fuera, el Alfredo divertido y aparen-
temente alegre, pero, por dentro, un chico con un interminable «runrún» interno, una música
Nadie… Nadie, supongo, comprenderá a un excéntrico, a un rebelde silencioso de un mundo cada
de fondo cuya letra desmentía toda aquella felicidad.
día menos hermoso, de un sol apagado… de un hombre aburrido, cansado y muerto.
Expreso en esta tinta moribunda, negra y sola, pero no solitaria, lo que siento y lo que pienso, de lo Fue durante mi último año de carrera, un día, regresando a casa, al pasar por el mismo par-
poco bastante que yo vivo. que que me pillaba de camino a la misma, cuando observé que había un grupo de jóvenes can-

70 EN PRIMERA PERSONA 9. ALFREDO, UN ALMA SEDIENTA 71


tando y repartiendo folletos. Aquello me llamó la atención, sobre todo cuando me percaté de Mi casa estaba cerca de la Plaza de los Fueros, donde confluían todas las manifestaciones de la
que cantaban canciones cristianas. Me acerqué y les pedí uno de esos folletos. ciudad y, por aquel entonces, el ambiente político y social estaba muy revuelto. Yo era testigo, lo
quisiera o no, de las cargas policiales, su contundencia y la falta de escrúpulos a la hora de amena-
zar con los fusiles incluso a la gente que estaba asomada a las ventanas, fueran de la edad que fue-
Aquel día llegué a casa mucho más tarde de lo acostumbrado. No sé cuánto tiempo estuve
ran. Viví los disturbios del tristemente famoso 3 de marzo, donde se utilizaron gases lacrimógenos
en aquel parque preguntando y escuchando, pero se me pasó en un abrir y cerrar de ojos. Aque-
para desalojar a los obreros congregados en asamblea en la iglesia de San Francisco de Asís. Vi
llos jóvenes me hablaron de Jesús y de cómo vivían la fe. ¡Me sentía tan dichoso rodeado de per-
cómo, según salían aturdidos por el humo, les disparaban pelotas de goma y fuego real. Murieron
sonas que hablaban de Dios! «¿Dónde habéis estado todo este tiempo?», llegué a decirles. Me
cinco personas, algunas de las cuales no llegaban a los veinte años, y hubo más de ciento cincuen-
respondieron que llevaban muchos años congregándose en la misma dirección, que pertenecían
ta heridos. Yo no estaba posicionado políticamente, pero todo aquello lo viví tan de cerca que me
a la iglesia evangélica y que también eran vitorianos como yo. ¡No me lo podía creer! Siempre
marcó para mal. El odio embrutece, es un verdadero cáncer y no es fácil renunciar a él. Tiene la
me había sentido como un bicho raro y, por lo que veía, había muchos otros como yo en la ciu-
misma naturaleza que un virus, necesita infectar a otros. Además, ciega y esclaviza.
dad. Aun así, no les compré su discurso tan fácilmente. Necesitaba contrastar todo aquello, ana-
lizarlo y reflexionar, había decidido que nadie me iba a convencer. Pondría en cuarentena toda la
Ese día, en la reunión de oración, rompí simbólicamente toda el acta de reproches, acusacio-
educación católica que desde niño recibí en mi hogar y en el colegio y aparcaría al otro lado lo
nes y deseos de venganza que albergaba en mi corazón contra aquellos policías. Cuando termi-
que para mí eran nuevas enseñanzas, las de los evangélicos. Haría mis propios descubrimientos.
né de pedirle perdón a Dios, me levanté con una sensación indescriptible de libertad. Era como
Sería analítico y observador. Estaba decidido a comprobar cuál de las dos vivencias religiosas se
si yo hubiese estado caminando por la vida con una pesada mochila de piedras, la cual, de pron-
correspondía más fielmente con los evangelios.
to, me había sido quitada. No tengo ninguna duda; aquel día yo nací de nuevo, y, a partir de
entonces, vivo apasionado por conocer más a Jesús y por descubrir el plan de Dios en la Biblia.
Decidí estudiar a fondo el Nuevo Testamento, profundizar en las Escrituras, examinar las
enseñanzas de Jesús y comprobar qué creían y cómo vivían las primeras comunidades cristianas. Inicié una carrera de progresivos cambios en mi vida. Leía con avidez la Biblia y pedía de todo
En esa etapa, cada domingo por la mañana asistía a la iglesia evangélica, y por la tarde seguía corazón a Dios que me ayudase a entenderla y a aplicarla en mi vida. Conocer cada día más a
yendo a misa. Dios era apasionante. Poco tiempo después de todo aquello, entendí que la enseñanza de la iglesia
evangélica era plenamente cristocéntrica y que siempre se basaba en las Escrituras. Seguro que no
era una iglesia perfecta, pero me guiaba a una relación personal con Dios, y, en lugar de enseñar-
Acudí a un culto evangélico un día entre semana. Era un culto de oración, en un ambiente
me cuestiones religiosas, litúrgicas o ceremoniales, me instruía en la Palabra de Dios y en cómo
muy familiar. Enseguida supe que allí estaba encontrando lo que buscaba. En un momento
aplicarla a mi vida. El ejemplo que veía en los cristianos evangélicos apoyaba mis observaciones.
dado, el pastor se me acercó y me preguntó: «¿Quieres entregar tu vida a Cristo?». No estoy
seguro de si yo comprendía el alcance de la pregunta, pero tuve claro que debía dar una respues-
Dejé de asistir a misa, y no me sentí por ello un traidor a mis raíces, a mi familia ni a mi cultu-
ta afirmativa. De verdad que durante aquel culto experimenté algo nuevo en mi corazón, aunque
ra, pues simplemente comprendí que había encontrado una manera fiel de seguir las enseñanzas
no era capaz de definirlo. Me arrodillé y el pastor hizo una oración por mí guiándome al arrepen-
de Jesús y de vivir una relación personal con Él. Sin embargo, nada de esto fue fácil. Socialmente,
timiento de mis pecados. Pedí a Cristo que entrase en mi corazón y gobernase mi caótica vida.
estaba mal visto y era muy sospechoso que alguien entrara en alguna de aquellas iglesias. Se
En ese tiempo de oración, arrodillado, comenzaron a desfilar por mi mente todas las personas a
decía que todo olía a secta, por lo que uno encontraba oposición e incomprensión a todos los
quienes yo había odiado y despreciado, y comencé a pedirle perdón a Dios por ello y a rogarle
niveles. Esa era una experiencia común a todos los creyentes evangélicos de la España de enton-
que las bendijera.
ces. Había intereses en marcar como secta a todo lo que no se conocía o a todo lo que no res-
pondía al catolicismo de siempre. Estábamos registrados correctamente en el ministerio de Justi-
Hasta ese momento, no había hablado de esto, pero, a pesar de lo escrupuloso que me mos- cia, todo era legal, etc., pero la sombra de la sospecha siempre estaba ahí. En materia religiosa, la
traba para cumplir con los mandamientos de la iglesia, en mi corazón había mucho odio. Esa torpe ignorancia social acerca de todo lo que no fuera el catolicismo alcanzaba incluso a los
animadversión iba dirigida, principalmente, hacia los que por aquel entonces llamábamos «los medios de comunicación, al funcionario de turno o a las instituciones. Por el contrario, en el
grises» (la policía armada). resto del mundo, millones de evangélicos vivían con naturalidad su fe, que desde siglos se fue

72 EN PRIMERA PERSONA 9. ALFREDO, UN ALMA SEDIENTA 73


proyectando como herencia de la Reforma Protestante. Sin embargo, en España, aún con la
venda sobre nuestros ojos, todo aquello era identificado como una secta.

Antes de nacer de nuevo, yo mismo estaba en el centro de mi vida gobernando todas las
áreas y dedicaciones (deporte, trabajo, estudios, novia, amigos, familia, aficiones musicales, afi-
CAPÍTULO 10
ciones literarias, Boy Scouts, etc.), y entre ellas, estaba también Dios, como una más. Tras la expe- DAHIANA, PRISIONERA DE LA ESPERANZA
riencia de mi conversión, el panorama cambió: Dios pasó a ser el centro de mi vida y todo el
resto de áreas se supeditaron a Él. De esa manera, todo era diferente.

La verdad es que mi encuentro con Jesús, sin duda, trajo muchos cambios a mi vida. El prin-
cipal fue que por fin me reubiqué y encontré la paz. Pero, por otro lado, también tuvo su peaje.
Mi familia, con la que siempre me había llevado muy bien, no aceptaba mi nueva postura religio-
sa. Tampoco mi novia entendió jamás el cambio que se estaba produciendo en mi vida, en vista
de lo cual, decidimos dar por terminada nuestra relación. En cuanto a mis amigos, con la mayo-
ría se fue creando un distanciamiento que antes no existía. De repente, muchas de las cosas por
las que tantas veces había dado gracias se fueron cayendo.

Desde fuera, se podría pensar que había salido perjudicado con aquella decisión de seguir a
Jesús, pero yo estaba seguro de lo contrario. Metafóricamente hablando, es como si, paseando
por el monte, hubiera encontrado un tesoro y, para poder quedarme con él, hubiera tenido que
vender todo lo que tenía para comprar el terreno donde lo había encontrado. Muchos pensarán
que el terreno no vale ni la décima parte de lo que había pagado, que me habían engañado, que
aquella operación había sido un despropósito. Lo que ignoran, sin embargo, es que allí, en ese
terreno tan baldío, hay un tesoro de valor incalculable.

Hoy en día sigo disfrutando de aquel descubrimiento. Puedo asegurar que Dios es la mayor
aspiración y el hallazgo más asombroso. La relación con Él supera, con mucho, a cualquier otra
bendición que pueda darse en esta vida.

74 EN PRIMERA PERSONA
Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza;
hoy también os anuncio que os restauraré el doble.
(Zacarías 9:12)

Era domingo por la mañana y el grupo de música góspel se encontraba ya formado al frente
mientras la gente iba entrando a la iglesia. «Dahiana —dijo la directora—, recuerda: primero
entra Carlos con el teclado y, a continuación, comienzas tú, ¿de acuerdo?». Dahiana asintió. Para
ella, ese iba a ser su estreno como voz principal, por lo que estaba nerviosa y emocionada. Mira-
ba impaciente cómo, poco a poco, los asientos se iban completando. De pronto, lo vio entrar.
Venía solo. No la reconoció, pero ella a él, sí. El corazón le empezó a palpitar, sentía que le faltaba
el aire. Al pastor, que se encontraba cerca de ella, le llamó la atención cómo el rostro de la joven
iba palideciendo. «¿Estás bien, Dahiana?», le preguntó. Pero ella fue incapaz de hablar. La direc-
tora también notó algo raro. La tomó aparte y trató de calmarla: «No te preocupes, es solo
miedo escénico, nos pasa a todos. Verás cómo, una vez que comiences a cantar, desaparece».
Dahiana respondió que no era eso. Entre sollozos, le pidió a la directora que oraran por ella por-
que no se veía con fuerzas para poder cantar aquel día.

Dahiana era originaria de Cali, una de las tres ciudades más importantes de Colombia. Fue
una niña muy feliz hasta el día en que su padre abandonó a su familia. Aquel hecho condicionó
de forma dramática todas las decisiones y experiencias por las que tuvo que pasar a partir
de entonces.

Su madre trató de mantener cierto orden dentro de la familia, además de proveer el sustento
para ella y sus hermanos. Sin embargo, era una tarea demasiado grande como para que la llevara
una sola persona. Con apenas doce años, Dahiana comenzó a relacionarse con gente mayor que
ella. Su madre trataba de alejarla de aquellos ambientes, pero no era fácil, pues, de alguna mane-
ra, aquellos chicos y chicas habían ido ocupando en la vida de la niña el hueco que dejó su padre.

La situación económica en el hogar era muy apurada. Después de darle muchas vueltas al
tema, Sara (así llamaremos a la madre de Dahiana) optó por probar suerte en Europa. Muchos
compatriotas suyos ya lo habían hecho y las noticias que llegaban eran bien alentadoras. Tuvo
que pedir dinero prestado para poder costearse el vuelo y disponer de un remanente con el que
subsistir mientras encontraba un trabajo en su nuevo destino. Dejó a los niños al cuidado de su
abuela y se despidió de ellos con la promesa de volver pronto. Así, con el corazón encogido, par-
tió rumbo a España.

Para Dahiana, la ausencia de su madre supuso el golpe definitivo. El sentimiento de orfandad


que le provocó hizo que se vinculara aún más con grupo de gente poco recomendable con la
que se relacionaba. Se fue distanciando de su abuela y sus hermanos. Apenas participaba en las

76 EN PRIMERA PERSONA 10. DAHIANA, PRISIONERA DE LA ESPERANZA 77


celebraciones y eventos familiares. Su único afán era divertirse y emular a las personas que se La nueva pareja de Dahiana se llamaba Efialtes. Si es verdad que los nombres imprimen
habían convertido en sus referentes. Desde muy jovencita, ya era habitual que consumiera alco- carácter, el de este chico era como para echarse a temblar. Pero dicen que el amor es ciego, y, al
hol y diferentes sustancias. Su carácter se había ido volviendo cada vez más rebelde e irrespetuo- menos, el de Dahiana sí que lo era por aquel entonces.
so. Solo pensaba en pasarlo bien de la manera en la que se concebía la diversión en los ambientes
que frecuentaba.
Llegó el momento en el que Efialtes, que tampoco era español, regresaba a su país. Tuvieron
todo un fin de semana para despedirse y celebrar su amor. Dahiana, inocente y confiada, no
A los trece años, ya salía con un chico mayor que ella. Al principio, se sentía muy segura quiso negarle nada de lo que Efialtes le pidió. Se prometieron amor eterno y él aseguró que la
junto a él, pero con el tiempo la fue alejando del resto de sus amigos, convirtiéndose en un ver- distancia no sería el olvido. «Yo también te recordaré siempre», le dijo Dahiana mientras se des-
dadero tirano. Estaba totalmente supeditada a él y a sus caprichos. Cuando se cansaba, la dejaba pedían. «Lo sé», respondió Efialtes, aun sabiendo en su fuero interno que no volverían a verse.
tirada y sola, pero ella siempre volvía en cuanto la reclamaba. Su orgullo le impedía recurrir a su
familia, por lo que, cada vez que su novio la abandonaba, acababa sola, llorando su desgracia en
el mismo lugar. Se trataba de un parque oscuro y abandonado. Allí nadie iba a hacer deporte, a Pasó el tiempo y, a los dieciséis años, Dahiana se quedó embarazada. Su pareja era otro chico
leer o a pasear, pues el lugar no invitaba a ello. No había músicos callejeros, ni pintores, ni poetas. casi tan inmaduro como ella. Aquello sí que la hizo bajar de la nube.
Era un sitio para los perversos y desheredados que, aunque coinciden a veces en el tiempo y el
espacio, no son la misma cosa. En una ocasión tuvo que salir corriendo de aquel lugar porque la Cuando le dieron los resultados clínicos, el ginecólogo, al verla tan joven, les recomendó a
perseguían, con no muy buenas intenciones, dos chicos en una moto. Consiguió refugiarse en ella y a su madre que lo mejor era abortar. Uno tras otro, los diferentes médicos que le tocó visi-
una casa cuya dueña se apiadó de ella y la puso a salvo, abriéndole la puerta al escuchar sus gritos tar insistieron en lo mismo; también la asistenta social y la familia del chico que la había dejado
y sollozos. embarazada. No obstante, Dahiana quería tener ese hijo. Al verla tan firme en su posición, opta-
ron por animarla a que, al menos, lo diera en adopción. No sirvió de nada; siguió adelante con
Dahiana no era muy religiosa. Alguna vez había ido a la iglesia, pero nunca mostró mucho su embarazo y crió a su hijo con todo el cariño (que era mucho) que era capaz de darle.
interés en las cosas de la fe. Sin embargo, cada vez que se veía abandonada y sola, siempre recor-
daba la misma canción: Cansado del camino, de Jesús Adrián Romero, un cantautor cristiano. La
música es el recurso que a veces le queda a la gente que tiene roto el corazón. Les recuerda que A pesar de su juventud, el nuevo rol de madre le hizo replantearse muchas cosas. Aquel niño
hay alguien más viviendo experiencias parecidas a las suyas y que, de vez en cuando, pueden salir al que tanto amaba no tenía ninguna culpa de los errores que ella había cometido. No quería que
cosas bellas de las desgracias y los sinsabores. fuera tan desgraciado como ella. Quería ser una buena madre para él, pero se daba cuenta de
que tenía muchas heridas en su corazón. En los pocos años que llevaba sobre esta tierra, apenas
Para cuando Dahiana tenía catorce años, su madre había conseguido la estabilidad y el dine- había conocido experiencias sanas. Se sentía muy desgraciada y no sabía a quién acudir.
ro suficiente para llevar a su familia a España. Allí, la seguridad y los medios eran mejores que en
Cali. Era como empezar de cero, dejar atrás todo aquello que tanto daño le había ocasionado y En la vida, a veces, son las circunstancias las que te buscan a ti, y no siempre para mal. Eso le
emprender una nueva vida. sucedió a Dahiana cierto día, mientras paseaba por un parque junto a su pareja y su bebé. Oyó
canciones y observó a un grupo numeroso de gente congregada. Se acercó a curiosear. Las can-
Retomó sus estudios, hizo nuevos amigos y hasta se enamoró. Comenzó a tener una relación ciones que cantaban eran cristianas y el grupo de personas pertenecían a una iglesia evangélica.
con un chico, la cual parecía más sana que la anterior. En efecto, la muchacha se sentía muy vacía Su novio le hizo un ademán para que no se detuvieran, pero ella no le hizo caso y se quedó a
a causa de la ausencia de una figura paterna, por lo que no podía estar mucho tiempo sin un escuchar. Las canciones hablaban de vidas nuevas, de restauración, de perdón y de paz, y apunta-
hombre a su lado; buscaba en ellos esa seguridad y amparo que le habían robado desde niña. No ban a Dios, hablando de Él como si fuera quien realizaba dichas acciones. Dahiana deseó que
obstante, ninguno de los que había ido escogiendo fueron personas dignas. Aun así, no perdía la todo aquello fuese cierto, que ojalá existiera un ser tan lleno de amor y con un poder ilimitado
esperanza de encontrar al hombre de su vida. Era complicado; ¿quién podría convencerla de para curar el alma y borrar el pasado. Se quedó mucho tiempo escuchando y observando,
que a quien buscaba realmente a través de aquellas relaciones era a su padre? Habría que pre- pues lo que experimentaba al oírles era muy reparador. Decidió que iba a visitar esa iglesia al
guntarse si aquel hombre que les abandonó cuando era pequeña se merecía tanto cariño. domingo siguiente.

78 EN PRIMERA PERSONA 10. DAHIANA, PRISIONERA DE LA ESPERANZA 79


Así fue, y, a dicho domingo, le fueron sucediendo muchos otros. Comenzó a leer la Biblia ni condicionar nunca más a Dahiana. Al terminar, Dahiana comprendió que solo dependía de
para descubrir algo más de ese Dios que anhelaba conocer y, a través de ella, se dio cuenta del ella misma lo que aquello pudiera llegar a afectarla. Decidió dar un paso adelante y no dejarse
desatino en el que había estado viviendo todos aquellos años. Se vio sucia e indigna, pero esa amedrentar. Dios había cambiado su vida y borrado todos sus pecados, y si Él, que era el más
percepción de sí misma no la acomplejó ni la hundió más; todo lo contrario, produjo en ella un autorizado, no la acusaba de nada, mucho menos valor tendrían las opiniones de ciertos
anhelo profundo de ser restaurada y limpiada. Sabía que algo así solo podía hacerlo Dios y, por hombres. Aquel día comprendió que, de ahí en adelante, nadie iba a arrojar una sola piedra
eso, un día, decidió pedírselo con un ruego que salió desde lo más profundo de su corazón. contra ella.

No necesitó que nadie le confirmara que su petición había sido respondida. Hay conviccio- «Cambio de planes —dijo la directora—. Comenzaremos con otra canción». «¿Cuál?»,
nes muy profundas, inexplicables, pero muy reales. Eso mismo experimentó Dahiana aquel día preguntó alguien. «Ruinas Gloriosas», respondió.
mientras oraba a solas en su habitación. Se sintió una persona renovada, como si acabara de
nacer a una nueva vida, como si las cosas viejas hubieran pasado. Sabía que había tenido un Aquel día el coro cantó como si todos fueran Dahiana. El chico cuya irrupción había provo-
encuentro con Dios y el resultado era ese. Pero, sobre todo, se sentía amada de una manera cado su temor no volvió a aparecer. Quién sabe, tal vez tan solo fue una cruel reminiscencia de
indescriptible. A partir de entonces, su vida dio un giro de 180º. Su pareja no fue capaz de acep- un pasado doloroso que se resistía a morir. Hoy Dahiana es una joven libre y felizmente casada,
tar ese cambio en su forma de vivir y la abandonó, pero ya no volvió a sentirse sola nunca más, esta vez sí, con un hombre que la merece. Todo aquello la volvió más fuerte, pues, según le gusta
pues sabía y percibía que Dios estaba con ella. Acabó integrándose en aquella iglesia y, con el decir a ella misma siguiendo el versículo bíblico de Romanos 8:28: «A los que aman a Dios,
tiempo, formó parte del coro góspel de la misma. todas las cosas les ayudan a bien».

Sin embargo, a veces pensamos que, al cambiar nosotros, el mundo también lo hace. Esto es
un error, pues Dios no te saca del mundo, aunque sí te ayuda a vivir en él. Por eso, aquel domin-
go, Dahiana se quedó sin fuerzas al ver a aquel chico entrar. Aún guardaba un secreto que nadie
en la iglesia conocía. «Cuéntanoslo —le dijo la directora del coro—. No podremos orar por ti
si no sabemos el motivo de tu congoja». Dahiana asintió y comenzó a relatar una experiencia
que había vivido antes de conocer al padre de su hijo. Tenía que ver con Efialtes, aquel novio que
tuvo nada más llegar a España y que se marchó de regreso a su país. Tuvo lugar durante el fin de
semana que pasaron juntos antes de su partida, allí donde se juraron amor eterno y se dijeron
frases hermosas. Ese chico había estado grabándolo todo mientras mantenían relaciones. Luego,
cuando ya estaba en su país, lo colgó en las redes. No obstante, Dahiana siguió con su vida, igno-
rante de todo, pues desconocía cómo había sido utilizada. Sin embargo, un día, una de sus ami-
gas la tomó aparte. Se sorprendió de que no estuviera al corriente de aquellos vídeos y acabó
contándoselo todo. Dahiana pudo acceder a las grabaciones, que estaban a disposición de todo
el mundo. Aquello la trituró emocionalmente. Intentó quitarse la vida. Hubo que tenerla bajo
vigilancia continua para evitar que lo lograra. Con mucha paciencia por parte de su madre, con
ayuda profesional y poniendo el asunto en manos de abogados, se logró que los vídeos fueran
eliminados. Dahiana salió poco a poco de aquel oscuro pozo, pero con profundas secuelas. A
Efialtes no se le pudo echar mano, había sabido cubrirse las espaldas. El chico que había entrado
en la iglesia ese domingo era uno de los muchos que vieron los vídeos y se burlaron de ella.

Cuando terminó de contar todo su secreto, Dahiana rompió a llorar, y todo el grupo, abraza-
do, lloró con ella. Hicieron una oración pidiendo a Dios que todo aquello no volviera a paralizar

80 EN PRIMERA PERSONA 10. DAHIANA, PRISIONERA DE LA ESPERANZA 81


EPÍLOGO
Estimado lector, hemos llegado al final del libro y nuestro deseo es que su lectura te haya
resultado amena. Tal vez te hayas visto reflejado en algunas de las historias narradas. Es posible,
como no puede ser de otra manera, que hayan surgido dudas e interrogantes en tu mente.
Cómo has podido comprobar, este libro, aunque pueda parecerlo, no trata de religión. No, el
denominador común que entrelaza todos los testimonios es una experiencia personal del con-
junto de sus protagonistas con la persona de Jesús; no una experiencia mística sin ninguna con-
secuencia real, sino más bien una experiencia personal capaz de transformar la existencia entera,
de traer paz en medio de las tormentas de la vida, de generar esperanza donde parecía que el
camino llegaba a su fin, de liberar de los miedos y las angustias que tantas veces atenazan el alma
humana, de traer luz en medio de tanta oscuridad, de curar no solo las enfermedades del cuerpo
sino también, y quizás las más profundas, las heridas del alma, en definitiva de poner en paz al ser
humano con su Creador.

No podemos poner fin a estos relatos sin invitarte, amigo lector, a tomar tu propia decisión.
Como has podido comprobar, cada uno de nuestros protagonistas experimentó en primera per-
sona el amor de Dios. Sí, Dios también está interesado en tu vida, y su mayor deseo es que tu pue-
das conocerlo a Él. «¿Y cómo podré yo conocer a Dios?», te preguntaras. La Biblia, el libro de
Dios, declara que de tal manera amó Dios a su mundo, que envió a su propio Hijo Jesucristo a
morir en la cruz por nuestros pecados. Sí, nos guste o no, son nuestros pecados los que nos sepa-
ran de Dios y además nos sumergen en un bucle sin fin del que no podemos salir por nosotros
mismos. Todos los testimonios que has leído declaran que el momento más importante de sus
vidas fue el día que aceptaron el mensaje de perdón y reconciliación que Jesucristo les ofrecía.

Ahora es tu momento, hoy es tu día. Allí donde te encuentres, sea el momento que estés
viviendo, acércate a Jesús, pídele con tus palabras que venga a tu vida, que perdone tus pecados,
que transforme tu interior, y te aseguramos que lo hará, porque como Él mismo dijo:«Al que a
mí viene, yo no lo echo fuera».

82 EN PRIMERA PERSONA EPÍLOGO 83


CONTACTO
Si la lectura de este libro ha sido de tu interés y deseas seguir profundizando en los temas que
suscita, por favor, no dudes en llamar o escribir a la dirección indicada más abajo.

Para hacernos llegar tus comentarios, o si deseas adquirir más ejemplares para su distribu-
ción, escríbenos a la siguiente dirección de correo electrónico y nos pondremos en contacto
contigo lo antes posible.

INFOENPRIMERAPERSONA@GMAIL.COM

84 EN PRIMERA PERSONA CONTACTO 85


86 EN PRIMERA PERSONA

También podría gustarte