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Los signos son también cosas materiales y singulares y, según hemos visto, cualquier
objeto de la naturaleza, de la técnica o del consumo puede convertirse en un signo, pero
con ello adquiere una significación que rebasa los límites de su dación singular. El signo
no sólo existe como parte de la naturaleza, sino que refleja y refracta esta otra realidad, y
por lo mismo puede distorsionarla o serle fiel, percibirla bajo un determinado ángulo de
visión, etc. A todo signo pueden aplicársele criterios de una valoración ideológica (mentira,
verdad, corrección, justicia, bien, etc.). El área de la ideología coincide con la de los
signos. Entre ellos se puede poner un signo de igualdad. Donde hay un signo, hay
ideología. Todo lo ideológico posee una significación sígnica.
Todo signo ideológico no sólo aparece como un reflejo, una sombra de la realidad, sino
también como parte material de esta realidad. Todo fenómeno sígnico e ideológico se da
en base a algún material: en el sonido, en la masa física, en el color, en el movimiento
corporal, etc. En esta relación, la realidad del signo es totalmente objetiva y se presta para
un método de estudio único, objetivo y monista. El signo es fenómeno del mundo exterior.
Tanto el signo mismo como todos los efectos que produce, esto es, aquellas reacciones,
actos y signos nuevos que genera el signo en el entorno social, transcurren en la
experiencia externa.
La ideología social no se origina en alguna región interior (en las “almas” de los
individuos en proceso de comunicación), sino que se manifiesta globalmente en el
exterior, en la palabra, en el gesto, en la acción. En ella no hay nada que fuese interior y
no expreso: todo está en el exterior, en el intercambio, en el material y, ante todo, en el
material verbal.
Como sabemos, todo signo se estructura entre los hombres socialmente organizados
en el proceso de su interacción. Por eso las formas del signo están determinadas ante
todo tanto por la organización social de los hombres como por las condiciones más
inmediatas de su interacción. En cuanto cambian las formas, cambia el signo. Una de las
tareas del estudio de las ideologías debe consistir en examinar la vida social del signo
verbal. El problema de la relación de reciprocidad que se presenta entre el signo y la
existencia puede lograr una expresión concreta únicamente bajo este enfoque, y sólo bajo
esta condición el proceso de la determinación causal del signo por la existencia aparecerá
como el proceso de una auténtica transformación de la existencia en el signo, de una
verdadera refracción del ser en el signo.
En otras palabras, sólo aquello que posea un valor social puede entrar en el mundo de
la ideología, constituirse y consolidarse en él. Por eso todos los acentos ideológicos, aun
cuando los produzca una voz individual (por ejemplo, en la palabra), o, en general, un
organismo individual aparecen como acentos sociales que pretenden lograr un
reconocimiento social y que se imprimen en el exterior, sobre el material ideológico,
únicamente para obtener tal reconocimiento.
Convenimos en llamar aquella realidad que llega a ser objeto del signo, tema del signo.
Cada signo constituido posee su tema. Así, toda manifestación verbal tiene su tema . Un
tema ideológico siempre aparece acentuado socialmente. Desde luego, todos estos
acentos sociales de los temas ideológicos penetran también en la conciencia individual, la
que es, como sabemos, completamente ideológica. En la conciencia individual se
convierten en una suerte de acentos individuales, puesto que aquélla los absorbe y los
hace propios, pero su origen no es la conciencia individual. El acento en cuanto tal es
interindividual. Un grito animal, como reacción pura de un organismo individual al dolor,
carece de acento. Es un fenómeno netamente natural. El grito no cuenta con una
atmósfera social y por eso carece incluso de rudimentos de una conformación sígnica.
Pero justamente aquello que hace vivo y cambiante al signo ideológico lo convierte al
mismo tiempo en un medio refractante y distorsionador de la existencia. La clase
dominante busca adjudicar al signo ideológico un carácter eterno por encima de las clases
sociales, pretende apagar y reducir al interior la lucha de valoraciones sociales que se
verifica en él, trata de convertirlo en signo monoacentual. Pero en realidad todo signo
ideológico vivo posee, como Jano bifronte, dos caras. Cualquier injuria puede llegar a ser
elogio, cualquier verdad viva inevitablemente puede ser para muchos la mentira más
grande. En las condiciones normales de vida social esta contradicción implícita en cada
signo ideológico no puede manifestarse plenamente, porque un signo ideológico es,
dentro de una ideología dominante, algo reaccionario y trata de estabilizar el momento
inmediatamente anterior en la dialéctica del proceso generativo social, pretendiendo
acentuar la verdad de ayer como si fuera la de hoy. Es lo que determina la capacidad
refractante y distorsionadora del signo ideológicodentro de los límites de una ideología
dominante.