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UBA CBC- Semiología

Cátedra Mariana di Stéfano


Ciudad Universitaria

El Marxismo y la Filosofía del Lenguaje


(Los principales problemas del método sociológico en la ciencia del lenguaje) de
Valentín Voloshinov (Fragmentos seleccionados)

Comisiones de Paula Wendel

Los signos son también cosas materiales y singulares y, según hemos visto, cualquier
objeto de la naturaleza, de la técnica o del consumo puede convertirse en un signo, pero
con ello adquiere una significación que rebasa los límites de su dación singular. El signo
no sólo existe como parte de la naturaleza, sino que refleja y refracta esta otra realidad, y
por lo mismo puede distorsionarla o serle fiel, percibirla bajo un determinado ángulo de
visión, etc. A todo signo pueden aplicársele criterios de una valoración ideológica (mentira,
verdad, corrección, justicia, bien, etc.). El área de la ideología coincide con la de los
signos. Entre ellos se puede poner un signo de igualdad. Donde hay un signo, hay
ideología. Todo lo ideológico posee una significación sígnica.

Todo signo ideológico no sólo aparece como un reflejo, una sombra de la realidad, sino
también como parte material de esta realidad. Todo fenómeno sígnico e ideológico se da
en base a algún material: en el sonido, en la masa física, en el color, en el movimiento
corporal, etc. En esta relación, la realidad del signo es totalmente objetiva y se presta para
un método de estudio único, objetivo y monista. El signo es fenómeno del mundo exterior.
Tanto el signo mismo como todos los efectos que produce, esto es, aquellas reacciones,
actos y signos nuevos que genera el signo en el entorno social, transcurren en la
experiencia externa.

Tanto el idealismo como el psicologismo no toman en consideración el hecho de que la


comprensión misma sólo puede llevarse a cabo mediante algún material sígnico (por
ejemplo, en el discurso interior). No se tiene en cuenta que al signo se le opone otro signo
y que la propia conciencia sólo puede realizarse y convertirse en un hecho real después
de plasmarse en algún material sígnico. La comprensión del signo es el proceso de
relacionar un signo dado que tiene que ser comprendido con otros signos ya conocidos;
en otras palabras, la comprensión responde al signo mediante otros signos. Esta cadena
de la creatividad ideológica y de la comprensión, que conduce de un signo al otro y
después a un nuevo signo, es unificada y continua: de un eslabón sígnico, y por tanto,
material, pasamos ininterrumpidamente a otro eslabón también sígnico. No existen
rupturas, la cadena jamás se sumerge en una existencia interior no material, que no se
plasme en un signo.

El signo sólo puede surgir en un territorio interindividual, territorio que no es “natural” en


el sentido directo de esta palabra : el signo tampoco puede surgir entre dos homo
sapiens. Es necesario que ambos individuos estén socialmente organizados, que
representen un colectivo: sólo entonces puede surgir entre ellos un medio sígnico
(semiótico). La conciencia individual no sólo es incapaz de explicar nada en este caso,
sino que, por el contrario, ella misma necesita ser explicada a partir del medio ideológico
social.

La conciencia se construye y se realiza mediante el material sígnico, creado en el


proceso de la comunicación social de un colectivo organizado. La conciencia individual se
alimenta de signos, crece en base a ellos, refleja en sí su lógica y sus leyes. La lógica de
la conciencia es la de la comunicación ideológica, la de la interacción sígnica en una
colectividad. Si privamos a la conciencia de su contenido sígnico ideológico, en la
conciencia nada quedará. La conciencia sólo puede manifestarse en una imagen, en una
palabra, en un gesto signficativo, etc. Fuera de este material queda un desnudo acto
fisiológico, no iluminado por la conciencia, es decir, no iluminado, no interpretado por los
signos.

Pero el carácter sígnico y el condicionamiento global y multilateral mediante la


comunicación no se expresa en ninguna forma tan descollante y plena como en el
lenguaje. La palabra es el fenómeno ideológico por excelencia. Toda la realidad de la
palabra se disuelve por completo en su función de ser signo. En la palabra no hay nada
que sea indiferente a tal función y que no fuese generado por ella. La palabra es el medio
más puro y genuino de la comunicación social.
Esto no quiere decir, desde luego, que la palabra pueda sustituir cualquier otro signo
ideológico. No; todos los principales signos ideológicos específicos no son sustituibles
plenamente por la palabra. Por principio, una obra musical o una imagen pictórica no
pueden traducirse adecuadamente a la palabra. Un ritual religioso no puede sustituirse del
todo por la palabra; no existe un sustituto verbal idóneo ni siquiera para un gesto cotidiano
más simple. Negarlo sólo llevaría a un racionalismo más vulgar y a una simplificación.
Pero al mismo tiempo todos estos signos ideológicos que no son reemplazables por la
palabra, en ésta se apoyan y por ésta se hacen acompañar, como el canto es
acompañado por la música.

Las peculiaridades de la palabra en cuanto signo ideológico, analizadas en el capítulo


anterior, convierten el signo en el material más idóneo para realizar una orientación
fundamental de todo el problema. En esta relación, no es tanto la pureza semiótica de la
palabra lo que importa como su omnipresencia social. Porque la palabra penetra
prácticamente en cuanta interacción e interrelación se lleve a cabo entre los hombres: en
la cooperación en el trabajo, en los eventuales roces cotidianos, en las relaciones
políticas, etc. En la palabra se ponen en funcionamiento los innumerables hilos
ideológicos que traspasan todas las zonas de la comunicación social. Por eso es lógico
que la palabra sea el indicador más sensible de las transformaciones sociales, inclusive
de aquellas que apenas van madurando, que aún no se constituyen plenamente ni
encuentran acceso todavía a los sistemas ideológicos ya formados y consolidados. La
palabra es el medio en el que se acumulan lentamente aquellos cambios cuantitativos que
aún no logran pasar a una nueva cualidad ideológica, ni dar origen a una nueva y
acabada forma ideológica. La palabra es capaz de registrar todas las fases transitorias
imperceptibles y fugaces de las transformaciones sociales.

La ideología social no se origina en alguna región interior (en las “almas” de los
individuos en proceso de comunicación), sino que se manifiesta globalmente en el
exterior, en la palabra, en el gesto, en la acción. En ella no hay nada que fuese interior y
no expreso: todo está en el exterior, en el intercambio, en el material y, ante todo, en el
material verbal.

Como sabemos, todo signo se estructura entre los hombres socialmente organizados
en el proceso de su interacción. Por eso las formas del signo están determinadas ante
todo tanto por la organización social de los hombres como por las condiciones más
inmediatas de su interacción. En cuanto cambian las formas, cambia el signo. Una de las
tareas del estudio de las ideologías debe consistir en examinar la vida social del signo
verbal. El problema de la relación de reciprocidad que se presenta entre el signo y la
existencia puede lograr una expresión concreta únicamente bajo este enfoque, y sólo bajo
esta condición el proceso de la determinación causal del signo por la existencia aparecerá
como el proceso de una auténtica transformación de la existencia en el signo, de una
verdadera refracción del ser en el signo.

Todo signo ideológico, incluyendo el verbal, al plasmarse en el proceso de la


comunicación social está determinado por el horizonte social de una época dada y de un
grupo social dado. Hasta ahora hemos estado hablando de la forma del signo que está
determinada por las formas de la interacción social. A partir de aquí abordaremos otro
aspecto: el contenido del signo y el acento valorativo que acompaña cualquier contenido.

En otras palabras, sólo aquello que posea un valor social puede entrar en el mundo de
la ideología, constituirse y consolidarse en él. Por eso todos los acentos ideológicos, aun
cuando los produzca una voz individual (por ejemplo, en la palabra), o, en general, un
organismo individual aparecen como acentos sociales que pretenden lograr un
reconocimiento social y que se imprimen en el exterior, sobre el material ideológico,
únicamente para obtener tal reconocimiento.
Convenimos en llamar aquella realidad que llega a ser objeto del signo, tema del signo.
Cada signo constituido posee su tema. Así, toda manifestación verbal tiene su tema . Un
tema ideológico siempre aparece acentuado socialmente. Desde luego, todos estos
acentos sociales de los temas ideológicos penetran también en la conciencia individual, la
que es, como sabemos, completamente ideológica. En la conciencia individual se
convierten en una suerte de acentos individuales, puesto que aquélla los absorbe y los
hace propios, pero su origen no es la conciencia individual. El acento en cuanto tal es
interindividual. Un grito animal, como reacción pura de un organismo individual al dolor,
carece de acento. Es un fenómeno netamente natural. El grito no cuenta con una
atmósfera social y por eso carece incluso de rudimentos de una conformación sígnica.

La existencia reflejada en el signo no tanto se refleja propiamente como se refracta en


él. ¿Qué es lo que determina la refracción del ser un signo ideológico? Es la intersección
de los intereses sociales de orientación más diversa, dentro de los límites de un mismo
colectivo semiótico; esto es, la lucha de clases. La clase social no coincide con el
colectivo semiótico, es decir, con el grupo que utiliza los mismos signos de la
comunicación ideológica. Así las distintas clases sociales usan una misma lengua. Como
consecuencia, en cada signo ideológico se cruzan los acentos de orientaciones diversas.
El signo llega a ser la arena de la lucha de clases.

Este carácter multiacentuado del signo ideológico es su aspecto más importante. En


realidad, es tan sólo gracias a este cruce de acentos que el signo permanece vivo, móvil y
capaz de evolucionar. Un signo sustraído de la tensa lucha social, un signo que
permanece fuera de la lucha de clases inevitablemente viene a menos, degenera en una
alegoría, se convierte en el objeto de la interpretación filológica, dejando de ser centro de
un vivo proceso social de la comprensión. La memoria histórica de la humanidad está
repleta de signos ideológicos muertos incapaces de ser arena de confrontación de
acentos sociales vivientes. Sin embargo, gracias a que el filólogo y el historiador los
siguen recordando, estos signos conservan todavía los últimos vestigios de la vida.

Pero justamente aquello que hace vivo y cambiante al signo ideológico lo convierte al
mismo tiempo en un medio refractante y distorsionador de la existencia. La clase
dominante busca adjudicar al signo ideológico un carácter eterno por encima de las clases
sociales, pretende apagar y reducir al interior la lucha de valoraciones sociales que se
verifica en él, trata de convertirlo en signo monoacentual. Pero en realidad todo signo
ideológico vivo posee, como Jano bifronte, dos caras. Cualquier injuria puede llegar a ser
elogio, cualquier verdad viva inevitablemente puede ser para muchos la mentira más
grande. En las condiciones normales de vida social esta contradicción implícita en cada
signo ideológico no puede manifestarse plenamente, porque un signo ideológico es,
dentro de una ideología dominante, algo reaccionario y trata de estabilizar el momento
inmediatamente anterior en la dialéctica del proceso generativo social, pretendiendo
acentuar la verdad de ayer como si fuera la de hoy. Es lo que determina la capacidad
refractante y distorsionadora del signo ideológicodentro de los límites de una ideología
dominante.

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