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Esto no sustituye la lectura del libro

El cuarto de atrás

Carmen Martín Gaite (1978)


RESUMEN DEL CONTENIDO
El argumento de la obra puede resumirse así: la narradora‐protagonista, en una noche de insomnio,
recibe la visita de un desconocido que, con el pretexto de realizarle una entrevista supuestamente concertada,
entabla una conversación con ella acerca de los recuerdos de su vida, intercalando, además, numerosas
reflexiones. Agotada por este ejercicio mental, la protagonista es vencida por el sueño. La llegada de su hija la
despierta y comprueba que tiene terminada la obra a cuya construcción ha estado asistiendo el lector durante
la lectura.

Capítulo I. El hombre descalzo

La narradora‐protagonista, incapaz de dormirse, ve las imágenes que desde niña la acompañaban en


las noches de insomnio. Intenta explicar la diferencia entre lo que sentía en aquellos momentos y lo que siente
ahora pero no es capaz de expresarlo con palabras. Entonces hace tres dibujos de tres objetos que empiezan,
como su nombre, por “c”: casa, cuarto, cama. Los tres la transportan al centro de su infancia en Salamanca. Va
enlazando recuerdos e imágenes de esa infancia mediante el estilo indirecto libre. Sigue sin poder dormir. Se
mira en el espejo y eso la devuelve a la realidad.

Decide levantarse. La habitación es un caos. En ella hay colgado un grabado: la Conferencia de Lutero
con el diablo, una premonición de la conversación que mantendrá con el hombre de negro en el capítulo
siguiente.

Coge un costurero, pero un tropiezo con un libro que tiene en la habitación (Introducción a la literatura
fantástica, de Todorov) hace que todos los objetos rueden por el suelo. Entre esos objetos hay una carta de
amor dirigida a ella; la escribió alguien desde una playa, alguien que siente dolor por su ausencia. La
narradora siente curiosidad por conocer la identidad de ese desconocido. Finalmente, se queda dormida en el
suelo sobre la carta.

Capítulo II. El sombrero negro

A las doce y media de la noche la despierta el teléfono. Tanto ella como el libro causante del tropiezo
están en la cama, no en el suelo. Nos surge, por tanto, la duda de si lo ocurrido en el capítulo anterior era real
o soñado. Esa llamada la hace un hombre vestido de negro con el que supuestamente había concertado una
entrevista. Es una noche lluviosa. Mientras baja a abrir al desconocido, aparece una cucaracha enorme que
permanece inmóvil en el pasillo. Tras un momento de duda, decide sortearla saltando por encima de su
cuerpo. Invita a subir al desconocido, se instalan en el cuarto de estar y el hombre deja su sombrero sobre
unos folios que hay junto a la máquina de escribir, en la que asoma una hoja en la que se lee “…al hombre
descalzo ya no se le ve”. La protagonista, extrañada, no recuerda haber escrito esos folios, aunque luego
sospecha que quizás los escribió para combatir el insomnio.

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El hombre comienza la conversación preguntándole si le gusta la literatura de misterio. Ella le
responde que sí, pero que ahora no está escribiendo nada. El hombre le pregunta de quién son entonces los
folios que tiene delante de su vista, junto a los que ha colocado su sombrero. Ella, irritada por tanta
insistencia, le repite que no lo sabe. Después de tranquilizarse, empieza a recordar escenas del pasado: su
viaje a Portugal cuando tenía 20 años, el momento en que empezó a escribir su novela El balneario, obra que
para el hombre de negro carecía de la intriga que debía tener una auténtica novela de misterio. Al hilo de esta
novela, recuerda sus idas al balneario con su familia, cuando era estudiante de Filosofía y Letras, y conversa
con el hombre de negro en torno a la literatura de misterio, cuya clave para el visitante es la ambigüedad y es
eso precisamente lo que echa en falta en la novela de la narradora.

Durante la conversación la protagonista habla también del papel que desempeñó la literatura en su
vida como refugio de la realidad junto a una amiga de estudios con la que llegó a inventar una isla ficticia
(Bergai) en la que se aislaban de la dura realidad de aquellos años. El capítulo termina recordando a Franco y
a su hija Carmencita, una niña por entonces de su edad a la que imaginaba triste y aburrida. Por último, la
protagonista le ofrece un té frío al hombre de negro, el cual, mientras ella va a la cocina, le advierte de que
tenga cuidado con las cucarachas.

Capítulo III. Ven pronto a Cúnigan

Comienza haciendo referencia a otro de sus proyectos literarios, Usos amorosos de la posguerra
española, del que no tiene claro qué forma va a darle. Tampoco recuerda dónde puede estar el cuaderno de
tapas verdes y azules en el que recogió notas para esa futura novela.

Mientras lleva el té a su invitado, se mira en el espejo del comedor y se ve a ella misma con 8 años y
luego con 18. Relata sus primeras rebeldías frente a las obligaciones que se les imponían a las mujeres;
recuerda también su infancia en la casa de Madrid, a donde iba en Semana Santa y Navidad: las visitas que
sus padres recibían y sus conversaciones monótonas, las criadas de Burgos y su afán por la limpieza, sus
ganas de salir en busca del bullicio de la calle para huir del aburrimiento de la casa y su orden estricto. Siente
curiosidad por saber dónde estaría Cúnigan, un local de música madrileño que para la narradora es símbolo
de libertad. Recuerda también las actividades que hacía con la familia: ir de compras, visitar modistas, acudir
a los estrenos de cine y teatro…

El viejo aparador familiar que tiene en la casa, y que había estado en el cuarto de atrás de la casa de
Salamanca y antes en la vieja casa de Cáceres donde vivieron de alquiler sus abuelos maternos, le trae el
recuerdo de su madre, la cual también tuvo en esa casa su propio cuarto de atrás. Para la narradora no es solo
un espacio físico, sino también “un desván del cerebro, una especie de recinto secreto lleno de trastos
borrosos” en el que viven agazapados los recuerdos. Esta evocación de su madre da pie también a reflexionar
sobre el modelo de educación femenina que se impuso durante el franquismo, con instrumentos como la
Sección Femenina, que ponía el acento en el papel de las madres y esposas como pilares fundamentales del
hogar cristiano, tomando como referente histórico la figura de Isabel la Católica. En este ambiente crecieron

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las ansias de libertad de la protagonista y su rebelión frente a la imagen de la mujer que trataban de
imponerle.

Capítulo IV. El escondite inglés

La narradora está en el cuarto con la bandeja en la que lleva el té que le ofreció a su visitante. Él tiene
en sus manos el grabado de Lutero y ella se enfada porque cree que ha entrado en su dormitorio sin permiso;
pero él le dice que no, que el grabado estaba allí bajo un pisapapeles. Sin embargo, ella no recuerda haberlo
descolgado de la pared del dormitorio. Tampoco recuerda haber escrito un poema que está junto al grabado.
Mira el folio que asoma por encima de la máquina de escribir y comprueba que la frase que aludía al hombre
de la playa ha desaparecido sustituida por ese poema. También comprueba que ha aumentado el montón de
folios que quedaron debajo del sombrero.

El hombre de negro le comenta que no todo puede explicarse a través de la lógica, que el azar y el
desorden juegan un papel importante. Le ofrece una cajita dorada con píldoras de colores que ayudan a
desordenar la memoria y a provocar que fluyan las divagaciones al margen de la lógica. La narradora
compara el paso del tiempo con el juego del escondite inglés: lo que recordamos son imágenes que se han ido
moviendo a nuestras espaldas y cuyo orden, a veces, es imposible establecer. La protagonista recuerda
entonces su viaje a Burgos con su padre, su tío y su prima para identificar un coche (el Pontiac negro) que le
había sido requisado durante la guerra. Allí ella y su prima comparten la misma habitación del hotel y
experimentan la libertad de no sentirse controladas por los adultos.

El hombre de negro le ofrece papel y bolígrafo para que anote ese recuerdo, pero es inútil; siempre le
ocurre lo mismo: sus intentos por plasmar esos recuerdos resultan vanos. No es capaz de centrarse, divaga
entre recuerdos del pasado. El hombre de negro la anima a que se deje llevar, a que “se fugue”, a que divague
sin someterse a la lógica y a la razón. Ella cree que esas divagaciones en sus recuerdos son un efecto de las
pastillas.

Vuelve a mencionar el libro que tiene en proyecto, Usos amorosos de la posguerra española, y explica
que dicho proyecto está bloqueado; que la proliferación de libros de memorias desde la muerte de Franco la
ha desanimado a continuar con el libro. El hombre de negro le aconseja que no escriba la obra como una
novela de memorias al uso, pero ella le dice que no se le ocurre una manera original de enhebrar los
recuerdos. El visitante le pide que le cuente cómo se le ocurrió la idea de este libro; entonces ella retrocede
hasta su infancia en Salamanca, cuando con 9 años empezó a comprobar la omnipresencia de Franco.
Rememora el día de su entierro, que ella presenció en la televisión de un bar cercano a casa. En ese momento,
cuando el locutor recuerda la fecha del día, 23 de noviembre, ella se da cuenta de que está a punto de cumplir
50 años, y recuerda también que la muerte de Antonio Maura y Pablo Iglesias ocurrió el mismo día de su
nacimiento. Toma conciencia de que está a punto de cerrarse un ciclo de 50 años, los que habían transcurrido
entre la muerte de estos personajes y la de Franco. Para ella, desde este momento, el tiempo, que había
permanecido bloqueado por la figura del dictador, se desbloquea. Es entonces cuando ella empieza a tomar
notas de esa época en un cuaderno, el mismo que estaba buscando antes, para lo que sería su futura novela

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sobre los usos amorosos del franquismo. Más tarde, mientras le lee al visitante un artículo suyo sobre Concha
Piquer, suena el teléfono y así concluye el capítulo.

Capítulo V. Una maleta de doble fondo

Esa llamada la hace una mujer que pregunta por el hombre de negro, al que identifica con el nombre
de “Alejandro”. Curiosamente se llama igual que el personaje de la novela rosa que ella escribió a medias con
su amiga del instituto.

La mujer está despechada porque cree que Alejandro mantiene una aventura con la protagonista, a
pesar de lo cual quiere que la perdone; quiere decirle que los insultos que le dirigió cuando se iba de casa
fueron producto de un arrebato.

Esta mujer le revela a la narradora que conoce la aventura entre ambos porque ha leído las cartas
que ella le escribió a él y que estaban guardadas en una maleta de doble fondo. Casualmente el nombre de la
mujer que conversa con la protagonista comienza también por “c” (Carola). La narradora, sin embargo, no
recuerda haberlas escrito.

Mientras va a por esas cartas que le ha prometido leer a través del teléfono a la narradora, llega su
primo Rafael, que está enamorado de ella y después de demostrarle a este que no está hablando con
Alejandro, sino con otra mujer, se va de la casa y ella se disculpa con la protagonista por no haber encontrado
las cartas que le había prometido leerle, lo cual la enfada profundamente.

Capítulo VI. La isla de Bergai

La protagonista tarda un tiempo en volver a la habitación donde está el hombre de negro. Lo


observa detrás de una de las cortinas rojas y en ese momento recuerda su primera actuación como actriz en el
Liceo de Salamanca. Finalmente, entra y encuentra el cuaderno de tapas azules que andaba buscando desde el
principio, el que empezó la mañana del entierro de Franco y contiene las notas del libro que intentaba escribir
sobre los usos amorosos de la posguerra.

Retoman la conversación y el tema es la escasez. Los años de la guerra y la posguerra estuvieron


marcados por la necesidad, y de esa necesidad surgió la inventiva. Así fue como su amiga de la infancia y ella
crearon la isla de Bergai, un refugio para evadirse de la realidad, cuando el cuarto de jugar (“el cuarto de
atrás”) se transformó en despensa y el único refugio que conocía desapareció.

Un vendaval abre la ventana y hace que vuelen el sombrero y los folios que pisaba. Mientras el
invitado recoge y ordena las hojas, ella, exhausta, se echa a descansar en el sofá.

Capítulo VII. La cajita dorada

Son las cinco. Un beso de su hija, que ha vuelto de una fiesta, despierta a la protagonista, que está en
la cama y no en el sofá. La hija se da cuenta de que su madre ha podido tener visita: en la bandeja hay dos
vasos. También está el montón de folios, bien ordenado, El cuarto de atrás, y la cajita dorada. La escritura de la
novela ha concluido coincidiendo con el final de la novela.
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