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Notas complementarias de la Virgen María: Lección 11 del curso

historia de la salvación
Al final del escrito el audio de esta lección.

Dentro de la historia de la salvación, María ocupa un


lugar de excelencia. Ella es quien recibe a nombre de
toda la humanidad al Salvador del mundo; es la vida
que Dios eligió para hacerse hombre. Por ello,
acercarnos a ella, y acogernos a su intercesión es
tomar el mismo camino divino de redención.

A través de esta lección, descubriremos que todos los


calificativos y títulos honrosos de María, tienen su
fundamento principal en la Palabra de Dios y en la
Tradición cristiana, porque para los católicos María es
ni más ni menos lo que la biblia dice de ella.
Como en la pasada lección «El Hijo de Dios nace de la
Virgen María» rezaremos nuevamente el «Magníficat»
(Lc 1, 46-55). Esta alabanza de María es una oración
inagotable en la que siempre encontramos luces
nuevas para seguir en la búsqueda de la voluntad
divina. Es la única vez en los Evangelios que María
explota en este canto de alegría para revelarnos su
profunda experiencia de Dios y así la compartamos y
la vivamos. Haciendo esta alabanza, vamos a tener en
cuenta una actitud humilde pues María no se ensalza a
sí misma al reconocerse favorecida de Dios sino lo
glorifica con todo su ser. Después hacemos esta
oración: «Señor, te damos gracias por todos los
beneficios que nos concedes a través de tu dulcísima
Madre. Te pedimos por intercesión de ella nos
concedas poner por obra la Palabra que escuchamos y
así cumplamos con tu santa voluntad. Amén». (Padre
nuestro, Ave María y Gloria).
Recordatorio de la lección anterior
Con la lección anterior entramos en la etapa más
importante del curso «Dios Ama a los Hombres». El
esperado de los siglos llega para salvar al mundo. Ya
desde antes de su venida la humanidad se proyectaba
en espera de su salvación. Por ello, descubrimos el
papel importante que en este sentido desempeñaron
los «pobres de Yahvé», ellos son los sencillos y
confiados en la misericordia divina que reciben esta
buena noticia con alegría. José, Isabel, Simeón, Ana y
los pastores, por su confianza en Dios merecieron
alegrarse por la venida del Salvador. A través de la
experiencia de estos hombres reflexionamos que
Cristo no es un personaje del pasado sino el Salvador
de la humanidad presente y futura. Jesús es el Dios
que para vivir junto a nosotros y conducirnos a la
salvación se hizo un hombre pobre y mortal.
Reconocimos también la necesidad de un corazón
puro y humilde para poder recibir la salvación divina. El
cincelazo No. 1171 nos hacía recordar la
bienaventuranza: «Ver a Dios o no verlo depende de la
pureza de nuestro corazón».
Otro punto importante que tocamos fue la pobreza.
Decíamos que el que Cristo haya nacido pobre nos
habla también del desprendimiento material que hay
que tener para cumplir la voluntad divina. Un corazón
esclavizado por los deseos materiales o por los vicios
y los placeres, está cerrado a la acción salvadora. Los
pobres son bienaventurados no en el sentido de que
no tengan nada, sino porque al no tener nada, se
hacen capaces de recibir.
Partiendo de este punto, vamos a hablar ahora de la
primera mujer que confía absolutamente en las
promesas de Dios para convertirse en el pilar de
nuestra historia. Ella es «la Nueva Eva» el prototipo de
«pobre de Yahvé» que va a realizar una experiencia
única e irrepetible por la cual quedará convertida en
Madre de todos los creyentes. Analizaremos los
distintos calificativos en los cuales es honrada María
en el Evangelio.
¿QUIÉN ES MARÍA?
María es la «llena de Gracia» La palabra «gracia» del
griego «kharitoo», significa favor, ternura, misericordia.
Decir que María es la «llena de gracia», es decir, que
Dios la ha mirado con tal intensidad de amor y
predilección que la ha inundado en su misma
Presencia. Ella es la única persona a quien Dios le ha
hablado así: «Tú eres la muy amada», «la favorecida».
De ahí se comprende la sorpresa y conmoción de
María al verse sin pecado y amada de Dios de un
modo tan singular. En su sencillez y pobreza, María no
sabía que en ese momento era ella el centro de la
historia.
Pero más que este título sea una flor más para María,
estas palabras del ángel son un verdadero nombre
nuevo para ella. Este nombre nuevo en la mentalidad
del Antiguo Testamento significa también una nueva
misión encomendada. María, como los grandes de la
historia (Abraham, Jacob, Moisés), entiende que su
misión tiene una importancia trascendental. María no
es un ángel del cielo sino un ser concreto y
determinado que Dios elige como instrumento de
salvación. De ahí en adelante, toda su existencia
estará sostenida por Dios inspirando sus decisiones y
revelándole la vocación especialísima que recibe.
El «Sí» generoso que expresa María la convierte en
«vaso lleno de gracia» para toda la eternidad, pero, no
obstante eso, tendrá que vivir de la fe y la esperanza
en Cristo como cualquier mortal. Su experiencia de
Dios le hará superar los problemas y las dificultades
pero no la librará del sufrimiento (Lc 2, 35).
La «Bendita» (Lc 1,42) Esta alabanza a María expresa
también la plenitud de Cristo «el Mesías» en ella.
Isabel inspirada por el Espíritu Santo la llamará así
porque reconoce en ella a Dios que con todo su poder
y generosidad la ha acogido entre todas las mujeres
para esta tarea salvífica.
Estas palabras que nosotros rezamos constantemente
en el Ave María, deben de ser repetidas por los
cristianos con el mismo ánimo y viveza con que las
dirigió Isabel pues son el anuncio de la bendición a
María y a todos los hombres por la llegada de Jesús, el
Hijo de Dios. No hay mayor alegría en el corazón del
hombre que la presencia de Jesús, por eso María es la
primera bendecida. Santa Matilde recibió esta
revelación de María: «Esto es lo que más me gusta
escuchar de mis hijos: el Ave María, porque cada vez
que escucho el Ave María, vuelvo a sentir el gozo y la
alegría indecible que experimenté en la Encarnación».
Así, cada vez que repetimos los nombres y títulos
bíblicos de María hacemos vivos en nosotros los
mismos misterios divinos de salvación.
La «Humilde esclava»; la «Servidora del Señor» (Lc 1,
38. 47) Es el título que elige María para nombrarse a sí
misma, que nos muestra su participación y
personalidad en la obra redentora de Cristo. Ella
siempre dice «Sí» a nombre de toda la humanidad a
todas las propuestas divinas poniendo en ellas toda su
confianza.
María en este sentido, primero que ninguna otra
creatura, es modelo de humildad. Reconoce que todo
es gracia y don recibido de Dios. Es su virtud
característica, únicamente manifestada en el canto del
«Magníficat», pero presente en toda su vida. Su
docilidad ante la ley (Lc 3, 41), su prudencia discreta
(Jn 2), su sensibilidad particular para reconocer la
voluntad divina en cada situación y estar dispuesta a
cumplir (Lc 3, 51); pero principalmente en el silencio
constante de aceptación que llenó toda su vida y se
transformó en un incansable servicio a los demás al
impulso del Espíritu Santo (Lc 2, 29. 56). Y es que la
auténtica humildad no hace a la persona encogida o
vergonzosa ante Dios por reconocer sus pecados sino
en la negación total de la autosuficiencia humana. Lo
dice el cincelazo No. 334 «Los hombres que no se
consideran pequeños, no sirven para la causa de la
redención». También lo expresa santa Teresa de
Jesús al definir la humildad como «andar en verdad».
Por ello, María vive sin llamar la atención a pesar del
lugar excepcional que tiene en la historia de la
salvación.
Guardando las debidas distancias entre Jesús y María,
el dicho «detrás de un gran hombre hay una gran
mujer» nos ilustra sobre la misión maternal de María.
María es la madre oculta en el silencio detrás del
poder y la fama de su Hijo. Muchas madres de familia
han sacado a sus hijos adelante a costa de muchos
sacrificios, gracias a los cuales ellos terminaron una
carrera universitaria y se hicieron importantes. La
sociedad reconocerá al Licenciado o al Arquitecto pero
nunca conocerá a la madre que está en un segundo
plano y que apoyó al esfuerzo del hijo, el cual vivirá
eternamente a gradecido y le profesará un amor muy
especial.
La «Bienaventurada» (Lc 1, 48) Es sin lugar a dudas,
una expresión profética en labios de María; es el
germen e inicio de la veneración especialísima que le
tendrá la humanidad por los siglos de los siglos. Isabel
fue la primera en honrarla, admirarla y reconocerla
como la madre del Señor y la Iglesia repetirá a través
de todas las generaciones esta misma alabanza.
María nunca ansió la venida del Mesías en provecho
propio ni para conseguir una ventaja personal, sino en
nombre de las promesas de Dios. María es fecunda
por el poder de Dios que la hará madre de Jesús y
madre de la Iglesia, es decir, de todos los que con
Jesús alcanzamos la salvación.
Por su unión profunda a Jesús, María participa del
misterio Pascual. Ella vive las bienaventuranzas; al
mismo tiempo que comparte los sufrimientos de Cristo
y participa ahora de la Gloria de los bienaventurados.
Es el mismo Jesús quien la ensalza por cumplir
fielmente su voluntad (Lc 8, 19- 21). San Agustín
también lo expresó: «María es más bienaventurada por
la fe que tenía en Cristo que por haberle dado el
cuerpo. Su ligamen materno no habría valido de nada
si no hubiera sido por haber llevado a Cristo en su
corazón».
Dichosa (Lc 11, 27) Siendo María la «llena de gracia»,
portadora del Verbo, no cabe en ella el menor rastro
de tristeza o melancolía; a donde va ella y donde ella
está reina la paz y la dicha. El mismo Magníficat que
hemos rezado al inicio de esta lección es un estallido
de gozo. La fuente de esta alegría no es otro sino
Jesús concebido en su vientre. Al derrotar al pecado,
Jesús corta la raíz del miedo, de la angustia y de la
tristeza, que son la esclavitud más humillante de la
tierra; el triunfo de Satanás. Santo Tomás Moro nos
reafirma en la idea: «La tristeza es el gozo del
demonio».
El estar llena de gracia convierte a María en la
plenamente dichosa para compartir con todos los
hombres esta dicha. Ella no quiere vernos tristes; no
es posible ver a María aun en sus penas y sufrimientos
y no acabar llenos de la paz alegre que solamente ella
puede dar.
La palabra de Dios en numerosos textos nos exhorta a
estar siempre contentos, aunque en una ambiente
lleno de dolores (Fil 4, 4). El carácter del cristiano
exige ser alegres, pues el Espíritu Santo trae consigo
el don de la alegría. También la fe nos ilumina al
hacernos ver el sentido de los que nos acontece (Rom
8, 28). Ocuparse en los problemas de los demás y no
en los personales como María es el remedio para
derrotar a la tristeza. Dios apremia a las almas
generosas proporcionándoles una honda alegría.
Esta es la experiencia de María. Su generosidad fue
premiada por Dios dándole una alegría inagotable.
Con razón es llamada en la letanía del Rosario «causa
de nuestra alegría».
Madre de Dios Llamada así desde el Concilio de Éfeso
en el año 431. Este título manifiesta el privilegio único
de María. Mal interpretado tristemente por los
hermanos protestantes, este atributo nunca significa
que María engendró al Dios Todopoderoso; pues nadie
acepta esto, porque nunca una creatura como María
pudo haber creado al Omnipotente e Infinito Dios.
María delante de Dios siempre será infinitamente
inferior «la humilde esclava del Señor».
El que María sea llamada Madre de Dios significa que
María engendró realmente a Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero hombre, para convertirse al mismo
tiempo en templo y Sagrario de la Santísima Trinidad.
Es difícil para la inteligencia aceptar el que María esté
inserta y lleve dentro de sí el misterio de Dios, pero es
una verdad física y real que nadie puede negar. Si
aceptamos la divinidad de Cristo estamos obligados a
aceptar que María es realmente la Madre de Dios.
El término también expresa el profundo afecto,
admiración y amor por la madre de Jesús, que es
nuestro salvador. A tiempo que reconocemos el
anonadamiento de Cristo (Fil 2, 7) exaltamos la
dignidad de la madre. La grandeza de María, como
hemos venido repitiendo a lo largo de esta lección,
está en su admirable unión con Cristo quien le
concede toda gracia, esplendor, belleza y majestad.
San Anselmo, un grande devoto de María, decía:
«Mientras no se diga que es Dios, podemos decir de
ella cualquier cosa y siempre nos quedaremos cortos».
Colmada de la abundancia de los dones por encima de
los ángeles y los santos es superior a ellos en belleza
y hermosura. Santa Bernardita de Soubirous, la
vidente de Lourdes, Francia, expresó al respecto:
«Después que se ha visto a María, sólo queda un
deseo en el corazón: morir para volverla a ver», pues
en estos casos la razón dice muy poco para tratar de
explicar la verdad sobre María.
¿TUVO MARÍA OTROS HIJOS?
En los evangelios hay algunos textos que parecen
quitarle a María la gloria que le dan los textos ya
citados. Es por eso que los hermanos protestantes
sienten el deber de bajarle de las alturas donde la han
colocado los católicos. En realidad examinando estos
pasos a la luz del contexto en el cual fueron escritos,
nos damos cuenta perfectamente que no existe
ninguna contradicción y que la figura de María no
viene ni mínimamente ofuscada.
LOS HERMANOS DE JESÚS
Tres veces se habla claramente de los «hermanos de
Jesús»:
«Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando
su madre y sus hermanos se presentaron fuera,
tratando de hablar con él. Uno se lo avisó:
“Oye, tu madre y tus hermanos están ahí y quieren
hablar contigo”» (Mt 12, 46- 47).
«¿Qué saber le han enseñado a éste para que tales
milagros le salgan de las manos? ¡Si es el carpintero,
el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas
y Simón! ¡Si sus hermanas viven con nosotros aquí!
¿De dónde saca entonces eso?» (Mt 13, 54-56).
Con estos textos a la mano es fácil concluir que María,
habiendo tenido otros hijos, no es virgen. Pero antes
de sacar conclusiones fáciles, que se oponen a los
textos reportados al principio y a la tradición milenaria
de la Iglesia católica, conviene ver qué significado
tiene en la Biblia la palabra «hermanos» y de quién
son hijos éstos que son llamados «hermanos de
Jesús».
«Hermano» en hebreo y arameo se les dice incluso a
los parientes más lejanos. Un ejemplo claro lo tenemos
en Gén 11, 27 donde se claramente que Lot era
sobrino de Abraham:
«Terá fue padre de Abraham, de Najor y Harán. Harán
fue padre de Lot».
Después en Gén 13, 8 a este mismo Lot, Abraham lo
llama «hermano»:
«Abraham dijo a Lot:
—No haya discusiones entre nosotros dos ni entre
nuestros pastores, pues somos hermanos».
En Gén 14, 14 otra vez Abraham llama a Lot
«hermano»:
«Cuando Abraham oyó que su sobrino había caído
prisionero, reunió a los esclavos nacidos en su casa,
trescientos dieciocho, persiguió a los enemigos hasta
Dan; con su tropa cayó sobre ellos de noche y los
persiguió hasta Joba, al norte de Damasco; recuperó
todas las posesiones y se trajo también a Lot, su
hermano».
Otros ejemplos los tenemos en los siguientes textos:
Gén 29, 10; 29, 10. 12.
Además de esta explicación, en los evangelios
encontramos claramente que María, la madre de
Jesús, no es la madre de estos «hermanos», sino otra
María. Mateo hablando de las mujeres que estaban en
el calvario, dice:
«Estaban allí observando de lejos muchas mujeres
que habían seguido a Jesús desde Galilea para
asistirlo, entre ellas María Magdalena, María la madre
de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos» (Mt
27, 55- 56).
Lo mismo leemos en Marcos 15, 40- 41:
«Había también mujeres mirando desde lejos, entre
ellas María Magdalena, María, la madre de Santiago el
menor y de José y Salomé, que cuando él estaba en
Galilea lo seguían y atendían».
Y si acaso quedara todavía alguna duda, tenemos otro
texto muy significativo. Antes de morir, Jesús entrega a
su madre a Juan:
«Estaba junto a la cruz de Jesús su madre, María de
Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y a su
lado al discípulo preferido, dijo Jesús: Mujer, ése es tu
hijo, y luego al discípulo: esa es tu madre. Desde
entonces el discípulo la tuvo en su casa» (Jn 19, 25-
27).
Resulta evidente aquí que María no tiene ni esposo
(San José se había muerto) ni hijos que la puedan
acoger: para los judíos es signo de maldición que una
mujer quede sola.

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tallerbiblicomsp@hotmail.com
1.- De acuerdo a los textos reflexionados, enumera al
menos 7 virtudes marianas.
2.- ¿Crees que María por ser la «llena de Gracia» no
tuvo dificultades para seguir cumpliendo la voluntad
divina?
3.- ¿Qué opinas de los católicos que piensan que hay
muchas vírgenes?
4.- ¿La verdadera devoción a la Virgen María es una
adoración o una veneración?
5.- ¿Quiénes son estos «hermanos de Jesús» que
presentan los evangelios?

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