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LA VIRGEN MARIA EN LA SAGRADA ESCRITURA (NT)

“culto” a la palabra del Latino cultus, que viene de colere, que quiere decir cultivar o
adorar. El hecho de “dar culto”, significa que consideramos al receptor del culto por
encima de nosotros en ciertos aspectos, y digno de recibir honra, admiración y
devoción popular.
La Iglesia católica distingue claramente tres clases de cultos
 El de LATRÍA o de adoración: es aceptar que ese ser es Dios Todopoderoso, amarlo
sabiendo que es el más sublime de los seres.
 El de DULÍA o de veneración: es la veneración que se siente por aquellos ejemplos de
cristiandad (santos), es un respeto de admiración.
 El de HIPERDULÍA (veneración llevada al extremo): es casi igual que la dulía solo que
en este caso es para la Virgen María pues se le ama y exalta por ser nuestra madre y
madre de Dios.

PRINCIPALES PASAJES EN EL NUEVO TESTAMENTO


1. La Anunciación: Lucas 1,26-38.
La Anunciación a María y Encarnación del Verbo es el hecho más maravilloso, el
misterio más entrañable de las relaciones de Dios con los hombres. ¡Que Dios se haga
Hombre y para siempre!
Dios, «desde toda la eternidad, la eligió y señaló como Madre para que su Unigénito
Hijo tomase carne y naciese de Ella en la plenitud dichosa de los tiempos.
«¡Dios te salve!»: Literalmente el texto griego dice: ¡alégrate!
«Llena de gracia»: El arcángel manifiesta la dignidad y honor de María, inmune de todo
pecado.
«El Señor es contigo»: estas palabras tienen un sentido afirmativo y en relación muy
estrecha con la Encarnación.
«Bendita tú entre las mujeres»: Dios la exalta sobre todas las mujeres, por haber sido
elegida para ser Madre de Dios.
La Anunciación es el momento en que Nuestra Señora conoce con claridad la vocación
a que Dios la había destinado desde siempre, comunica su maternidad divina.
El Niño será «grande»: por su naturaleza divina, asume la pequeñez de la humanidad.
Será el Rey de la dinastía de David, y su Reino «no tendrá fin»: «será llamado Hijo del
Altísimo»: el Niño será el Hijo de Dios.
La fe de María en las palabras del arcángel fue absoluta. La pregunta de la Virgen «de
qué modo se hará esto» expresa su prontitud para cumplir la Voluntad divina.
María con humildad y obediencia, pronunciará el sí a la llamada de Dios con esa
respuesta perfecta: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
Ejemplo perfecto de pureza ("no conozco varón"); de humildad ("he aquí la esclava del
Señor"); de candor y sencillez ("de qué modo se hará esto"); de obediencia y de fe viva
("hágase en mí según tu palabra").
2. La Visitación: Lucas 1,39-45.
Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su Redentor: (Lc. 1,42?42).
El Bautista nonnato se estremece… (Lc. 1,41).
La humildad de María se vierte en el Magníficat…
Al llamar Isabel, movida por el Espíritu Santo, a María «Madre de mi Señor», manifiesta
que la Virgen es Madre de Dios.
San Juan manifiesta su alegría saltando de gozo en el seno materno.
Con su fe, María es el instrumento escogido por el Señor para llevar a cabo la
Redención como Mediadora universal de todas las gracias.
3. El Magnificat: Lc. 1,46-55.
1. (vv.46-50) María glorifica a Dios por haberla hecho Madre del Salvador, motivo por
el cual la llamarán bienaventurada: en el misterio de la Encarnación se manifiestan el
poder, la santidad y la misericordia de Dios.
2. (vv.51-53) la Virgen nos enseña cómo en todo tiempo el Señor ha tenido predilección
por los humildes, resistiendo a los soberbios y jactanciosos.
3. (vv.54-55) proclama que Dios, ha tenido siempre especial cuidado del pueblo
escogido
4. La profecía de Simeón: Lucas 2, 34-35.
Simeón, calificado de hombre justo y temeroso de Dios, en espera de la venida del
Señor, ve ahora por fin llegado ese momento, que ha dado sentido a su existencia.
Conoce, no por razón humana sino por gracia especial de Dios, que ese Niño es el
Mesías prometido, la Consolación de Israel, la Luz de los pueblos.
Después de bendecirlos, Simeón, movido por el Espíritu Santo, profetiza de nuevo
sobre el futuro del Niño y de su Madre: de estar íntimamente unida a la obra redentora
de su Hijo.
5. Las Bodas de Caná: Juan 2,1-11.
En la vida pública de Jesús aparece significativamente su Madre ya desde el principio,
cuando, en las bodas de Caná de Galilea, movida por la misericordia, suscitó con su
intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cfr. Jn. 2,1-11).
María actúa como verdadera Madre de Jesús en esos dos momentos en los que el
Señor manifiesta su divinidad. Al mismo tiempo, ambos episodios señalan la especial
solicitud de Santa María hacia los hombres: en un caso intercede cuando todavía no ha
llegado ""la hora"; en el otro ofrece al Padre la muerte redentora de su Hijo, y acepta la
misión que Jesús le confiere de ser Madre de todos los creyentes, representados en el
Calvario por el discípulo amado.
"Mujer" es un título respetuoso, que venía a ser equivalente a "señora", una manera de
hablar en tono solemne. Este nombre volvió a emplearlo Jesús en la Cruz, con gran
afecto y veneración (Jn. 19,26).
La Virgen María, como buena madre, conoce perfecta mente el valor de la respuesta
de su Hijo, que para nosotros podría resultar ambigua (“qué nos va a ti y a mi"), y no
duda que Jesús hará algo para resolver el apuro de aquella familia.
6. María al pie de la Cruz: Juan 19, 25-27.
Por otra parte, las palabras del Señor declaran que Santa María es nuestra Madre: “La
Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente s
unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo
erguida (In. 19,15), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con
entrañas d madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la
Víctima que Ella misma había engendrado; y finalmente, fue dada por el mismo Cristo
Jesús, agonizante en la Cruz, como madre al discípulo" (Conc. Vat. II, Const. dogm.
Lumen gentium, n.58).
Todos los cristianos, representados en San Juan, somos hijos de María. Dándonos
Cristo a su Madre por Madre nuestra manifiesta el amor a los suyos hasta el fin (cfr. Jn.
13,1). Al aceptar la Virgen al apóstol Juan como hijo suyo muestra su amor de
Madre: ?"A tí, María, el Hijo de Dios y a la vez Hijo tuyo, desde lo alto de la Cruz indicó
a un hombre y dijo: "He ahí a tu hijo. Y en aquel hombre te ha confiado a cada hombre,
te ha confiado a todos. Y Tú, que en el momento de la Anunciación, en estas sencillas
palabras: "He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc. 1,38), has
con centrado todo el programa de tu vida, abrazas a todos, te acercas a todos, buscas
maternalmente a todos. De esta manera se cumple lo que el último Concilio ha
declarado acerca de tu presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Perseveras de
manera admirable en el misterio de Cristo, tu Hijo unigénito, porque estás siempre
dondequiera están los hombres sus hermanos, dondequiera está la Iglesia" Juan Pablo
II, Homilía Basílica de Guadalupe. 27?1?1979 ).
"Juan, el discípulo amado de Jesús, recibe a María, la introduce en su casa, en su vida.
Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una
invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en
nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi superflua esa aclaración. María quiere
ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que
apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre"
Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n.140). Este modo filial de tratar a
María es el que sigue constante mente Juan Pablo 11. Así, en su despedida de la
Virgen de Czestochowa, oraba con estas palabras: "¡Madre de la Iglesia de Jasna
Góra! Una vez más me consagro a Ti en tu materna esclavitud de amor: Totus tuus!
¡Soy todo tuyo! Te consagro la Iglesia entera, en todas partes, hasta los confines de la
tierra.
Te consagro la humanidad; te consagro los hombres, mis hermanos. Todos los pueblos
y naciones. Te consagro Europa y todos los continentes. Te consagro Roma y Polonia
unidas, a través de su siervo, por un nuevo vínculo de amor. Madre, ¡acepta! Madre,
¡no nos abandones! Madre, ¡guíanos Tú!" (Alocución de despedida en el Santuario de
Jasna Góra, 6?VI?79).
7. La Virgen del Apocalipsis: Apocalipsis 12,1?17.
Comienza la presentación de los contendientes en los combates escatológicos, en los
que culminan la acción de Dios y la del adversario, el demonio. El autor describe los
personajes y el combate mismo mediante tres signos, que suscitan el interés del lector.
El primer signo es la Mujer y su descendencia, incluido el Mesías (12,1?2); el segundo,
la serpiente que luego transmite su poder a las bestias (12,3); el tercero, los siete
ángeles con las siete copas (15,1).
Se describen sucesivamente tres combates en los que participa la serpiente: lo) contra
el Mesías que nace de la Mujer (12,1?6); 2o) contra San Miguel y sus ángeles (12,742);
3o) contra la Mujer y el resto de sus hijos (12,13?17). No podemos entender estos
combates como en una sucesión cronológica. Son más bien diversos cuadros puestos
uno junto a otro, porque tienen una profunda relación entre sí: siempre el mismo
enemigo, el diablo, lucha contra los proyectos de Dios y contra aquellos de los que Dios
se sirve para realizarlos.
1?2. La misteriosa figura de la Mujer ha sido interpretada desde el tiempo de los Santos
Padres como referido al antiguo pueblo de Israel, a la Iglesia de Jesucristo, o a la
Santísima Virgen. Cualquiera de estas interpretaciones tiene apoyo en el texto, pero
ninguna de ellas es coincidente en todos los detalles.
a) La Mujer representa el pueblo de Israel, puesto que de él procede el Mesías, e
Isaías los comparaba a "1a mujer encinta, cuando llega el parto y se retuerce y grita en
sus dolores" (Is. 26,17).
b) También puede representar a la Iglesia, cuyos hijos se debaten en lucha contra el
mal por dar testimonio de Jesús (cfr. v. 17).
c) Y puede referirse también a la Virgen María, en cuanto que ella dio real e
históricamente a luz al Mesías, nuestro Señor Jesucristo (cfr.v. 5).
En efecto, a) San Lucas, al narrar la Anunciación, ve a María como la representación
del resto fiel de Israel: a ella le dirige el ángel el saludo dado en Soph. 3,15 a la hija de
Sión (cfr. notas de Lc. 1,26?31); b) y San Pablo en Gál. 4,4 ve en una mujer, María la
alegoría de la Iglesia que es nuestra madre; c) así, también el texto sagrado del
Apocalipsis deja abierto el camino para ver en esa mujer directamente a la Santísima
Virgen, cuya maternidad conllevaría el dolor del Calvario (cfr. Lc. 2,35), y había sido ya
profetizada como una "señal" en Isaías 7,14 (cfr. Mt. 1,22?23).
Los rasgos con los que aparece la Mujer representan la gloria celeste con que ha sido
revestida, así como su triunfo al ser coronada con doce estrellas, símbolo del pueblo de
Dios ?de los doce patriarcas (cfr. Gén. 37,9) y de los doce apóstoles? De ahí que,
prescindiendo de aspectos cronológicos só lo aparentes en el texto, la Iglesia haya
visto en esta mujer gloriosa a la Santísima Virgen, "asunta en cuerpo y alma a la gloria
celestial, ensalzada por el Señor como reina universal con el fin de que se asemejase
de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cfr. Apoc. 19,16) y vencedor del
pecado y de la muerte" (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59). La
Santísima Virgen es ciertamente la gran señal, pues, como escribe San Buenaventura,
"Dios no hubiese podido hacerla mayor. Dios hubiese podido hacer un mundo más
grande y un cielo mayor; pero no una madre mayor que la misma Madre" (Speculum,
cap.8).
3?4. San Juan describe al diablo (cfr. v.9) basándose en rasgos simbólicos, tomados
del Antiguo Testamento. La serpiente o dragón proviene de Génesis 3,1?24, pasaje
latente desde Apocalipsis 12,3 hasta el final del libro. El color rojo y las siete cabezas
con las siete diademas indican que despliega todo su poder para hacer la guerra. Los
diez cuernos, en Daniel 7,7, representan a los reyes enemigos del pueblo de Israel; en
Daniel se habla además de un cuerno para indicar a Antíoco IV Epifanes, del que
también se dice, para resaltar sus victorias, que precipita las estrellas del cielo sobre la
tierra (cfr. Dan. 8,10). Satanás ha arrastrado con él a otros ángeles, como se narrará
más adelante (Apoc. 12,9). En resumen, con estos símbolos se quiere poner de relieve
sobre todo el enorme poder de Satanás.
"Al diablo se le llama serpiente, escribe S. Cipriano, porque arrastrándose
sigilosamente y engañando con una imagen de paz, se acerca por senderos sueltos, y
es tal su astucia y tan cegadora su falacia ( … ), que quiere hacer pasar la noche por
día, el veneno en vez de la medicina. De tal manera que mintiendo con cosas
parecidas, echa a perder la verdad con sutileza. Por eso se transfigura en ángel de luz"
(De Unitate Ecclesiae, I-III).
Tras la caída de nuestros primeros padres se entabla la guerra entre la serpiente y su
linaje contra la mujer y el suyo: "Pondré enemistad ?dijo Dios a la serpiente? entre ti y
la mujer, entre tu descendencia y su Descendencia. El te aplasta ra la cabeza.,
mientras tú le acecharás en el calcañar" (Gén. 3,15). Jesucristo es el descendiente de
la mujer que llevará a cabo la victoria sobre el demonio (cfr. Mc. 1,23?26; Lc. 4,31?37,
etc.). De ahí que el poder de] mal centre todas sus fuerzas en destruir a Cristo (cfr. Mt.
2,13?18), o en torcer su misión (cfr. Mt. 4,1-11 y par). La forma en que describe San
Juan esa enemistad aludiendo a los orígenes es sumamente expresiva.
5. Con el nacimiento de Jesucristo se cumple el proyecto de Dios anunciado por los
profetas (cfr. Is. 66,7) y por los Salmos (cfr. Sal. 2,9), y se inicia la victoria definitiva
sobre el demonio. Esta victoria se decide de modo eminente en la vida terrena de
Jesús, que culmina con su Pasión, Resurrección y Ascensión al Cielo. San Juan resalta
sobre todo el triunfo de Cristo que, como confiesa la Iglesia, Cristo victorioso "está
sentado a la derecha del Padre" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano).
6. La figura de la Mujer evoca la imagen de la Iglesia, pueblo de Dios. Israel se refugió
en el desierto al escapar del Faraón, así también la Iglesia tras la victoria de Cristo. El
desierto representa el ámbito de soledad e íntima unión con Dios. Allí Dios cuidaba
personalmente de su pueblo, librándole de los enemigos (cfr. Ex. 17,8?16) y
alimentándole con las codornices y el maná (cfr. Ex. 16,1?36). Una protección similar
tiene ahora la Iglesia, contra la que no podrán los poderes del infierno (cfr. Mt. 16,18), y
a la que Cristo alimenta con su Cuerpo y su Palabra, durante el tiempo de su
peregrinaje en la historia, que es un tiempo de lucha y aspereza, como el de ,Israel por
el desierto, pero limitado: mil doscientos sesenta días.
Aunque la figura de la Mujer, en este versículo, parece hacer referencia directamente a
la Iglesia, sigue estando presentes de alguna forma la imagen individual de la Mujer
que ,ha dado a luz al Mesías, la Santísima Virgen. Ella ha experimentado, como
ninguna otra criatura, la especialísima unión con Dios y su protección de los poderes
del mal, incluso de la muerte.
7?9. La lucha entre la serpiente y sus ángeles contra Miguel y los suyos, y la derrota de
aquélla, aparecen íntima mente relacionadas con la muerte y glorificación de Cristo 1
(cfr vv. 5,11).
Al mismo tiempo, la mención de Miguel y de la serpiente antigua, así como los efectos
de la lucha ?el ser arrojados del cielo?, hacen pensar en el origen del demonio. Este,
que era una criatura angélica muy excelsa, según algunas tradiciones judías (cfr. Vida
latina de Adán y Eva, 12?16) se convirtió en diablo cuando Dios creó al hombre a su
imagen y semejanza (cfr. Gén. 1,26; 2,7). El demonio no aceptó la dignidad concedida
al hombre. Miguel, en cambio, obedeció, pero el diablo y otros ángeles, al considerar al
hombre inferior a ellos, se rebelaron contra Dios. Entonces el diablo y sus seguidores
angélicos fueron arrojados al infierno y a la tierra, por lo que no cesan de tentar al
hombre para que, pecando, se vea también? privado de la gloria de Dios.
A la luz de esta tradición, en el Apocalipsis se pone de relieve que, en efecto, Cristo,
nuevo Adán, verdadero Dios y ,"Verdadero hombre, al ser glorificado merece y recibe la
adoración debida, por lo que el diablo es definitivamente derrotado. El proyecto divino
abarca la creación y la redención. Cristo, Imagen del Dios invisible, el primogénito de
toda criatura, porque en él fueron creadas todas las cosas" (Col. 1,15?16), es el
causante de la derrota de] diablo en una batalla que abarca toda la historia, pero que
ha tenido su momento definitivo en la Encarnación, Muerte y Glorificación del Señor:
"Ahora es el juicio de este mundo ?dice Jesús refiriéndose a los acontecimientos
pascuales?, ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea
levanta do de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn. 12,31?33). Y, ante la noticia traída
por los discípulos de que en su nombre son sometidos los demonios, Jesucristo
exclama: "Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lc. 10,18).
En Dan. 10,13 y 12,1 se dice que el arcángel San Miguel es el que defiende, de parte
de Dios, al pueblo elegido. Su nombre significa "¿Quién como Dios?", y su función es
velar por los derechos divinos frente a quienes quieren usurparlos, como los tiranos de
los pueblos, o el mismo Satán al intentar hacerse con el cuerpo de Moisés según la
carta de San Judas (v.9). De ahí que también en el Apocalipsis aparezca San Miguel
como el que se enfrenta con Satanás, la serpiente antigua, aunque la victoria y el
correspondiente castigo los decide Dios o Cristo. La Iglesia, por ello, invoca a San
Miguel como su guardián en las adversidades y contra las asechanzas del demonio
(cfr. Liturgia de las Horas, 29 de septiembre, Himno del Oficio de Lecturas).
10?12. Con la Ascensión de Cristo a los Cielos ha quedado inaugurado el Reino de
Dios, y, por ello, las criaturas celestiales prorrumpen en un cántico de alegría. El
demonio ha sido privado de su poder sobre el hombre, en cuanto que éste, por la obra
redentora de Cristo y la fe, puede salir del mundo del pecado. Esta realidad gozosa se
expresa diciendo que ya no hay lugar para el acusador, Satán, que como su nombre
significa y el Antiguo Testamento enseña, acusaba al hombre ante Dios (cfr. Job 1,6;
3,12,2): frente al proyecto divino de la creación, podía presentar como victoria suya a
cualquier hombre .que hubiese desfigurado en sí la imagen y semejanza de Dios por el
pecado. Ahora, tras la Redención, se ha acabado ese poder de Satanás, pues como
escribe San Juan: "Si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: Jesucristo, el
justo. l es la víctima de propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros,
sino por los de todo el mundo" (1 Jn. 2,1?2). Además, al ascender al cielo, Cristo nos
envía al Espíritu Santo como 1ntercesor y abogado, especialmente cuando .el hombre,
o la humanidad, se encuentra ante el juicio de condena de aquel "acusac1or", del que
el Apocalipsis dice que acusa a nuestros hermanos día y noche delante de nuestro
Dios"" (Dominum et Vivificantem, n.67).
Aunque Satanás ha perdido ese poder de actuar en el mundo, todavía le queda un
tiempo, desde la Resurrección del Señor hasta el final de la historia, en el que puede
obstaculizar entre los hombres la obra de Cristo. Por ello actúa cada vez con más furor,
al ver que se le acaba el tiempo, intentando que cada hombre y la sociedad se alejen
de los planes y mandatos de Dios.
Con esta especie de canto entonado desde el Cielo, el autor del Apocalipsis advierte a
la Iglesia de las dificultades que se le avecinan a medida que se acerca el final de los
tiempos.
13?17. El ataque de la serpiente se contempla ahora desde la situación de la Iglesia
que sufre. La Mujer que da a luz un Hijo varón es imagen de la Madre del Mesías, la
Virgen, María, y de la Iglesia que, "cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también
ella es constituida Madre por la palabra de Dios fielmente recibida" (Conc. Vat. II,
Const. dogm. Lumen gentium n.64). Mediante la Iglesia los cristianos se incorporan a
Cristo, contribuyendo al crecimiento de su Cuerpo (cfr. Ef. 4,13). En este sentido puede
decirse que la Iglesia es la Mujer que engendra a Cristo.

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