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Historia de Colombia.
País fragmentado, sociedad dividida
Ediciones Uniandes
Cra. 1 No. 19-27, Aulas 6, A.A. 4976, Bogotá, Colombia
Tels.: 3394949, 3394999, ext. 2133. Fax extensión: 2158
Bogotá, Colombia
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La Conquista
los capítulos anteriores nos mostraron cómo los ríos y montañas fraccio-
naron las culturas precolombinas en tres zonas principales: la costa del Caribe y
el valle del Bajo Magdalena; las altiplanicies orientales y, finalmente, el occiden-
te, con variaciones significativas entre los diversos grupos que habitaron cada
una de estas zonas. La conquista y colonización españolas perpetuaron y alen-
taron tales divisiones, entre otras razones porque los conquistadores penetraron
el país por diferentes rutas. Sus aspiraciones de dominar las regiones que iban
ocupando ratificaron la fragmentación ya sugerida por la topografía.
Los primeros encuentros ocurrieron a lo largo de la costa del mar Caribe.
Al primer viaje de exploración y comercio de Alonso de Ojeda a La Guajira (1499)
le siguió el de Juan de la Cosa (1501), quien identificó las características geográ-
ficas más sobresalientes, en especial las bahías de Cartagena y Santa Marta y la
desembocadura del río Magdalena. De este par de exploraciones, en las que se
efectuaron breves contactos en La Guajira, la comarca de Cartagena y el golfo de
Urabá, nacieron en 1508 dos proyectos de establecimiento permanente. La Co-
rona asignó a Diego de Nicuesa un territorio al occidente del golfo de Urabá, la
provincia de Veraguas, y a Ojeda y sus asociados una franja que partía del mismo
golfo hasta el Cabo de la Vela en la península de La Guajira, la llamada provincia
de la Nueva Andalucía. Ojeda y sus hombres dominaron y esclavizaron a las
poblaciones del área de la actual Cartagena, y siguiendo por la costa hacia el oc-
cidente llegaron al golfo de Urabá donde la resistencia de indígenas diestros en el
manejo de las flechas envenenadas, el arma más temida por los conquistadores,
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Historia de Colombia. País fragmentado, sociedad dividida
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Mapa 3.1. Principales rutas del descubrimiento y de los conquistadores.
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Fuente: Atlas de mapas antiguos de Colombia siglos xvi a xix. Bogotá, Litografía Arco (Eduardo Acevedo
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tre los muiscas facilitaban la conquista. Además de las rivalidades entre dos, y
posiblemente entre cuatro o cinco señores, también se presentaban rencillas suce-
soriales dentro de cada grupo. Tales conflictos, especialmente en la zona del Zipa
de Bacatá ─la primera que encontraron los españoles─ les permitieron atraer alia-
dos indios, quienes les ayudaron a someter toda la zona. De esta forma, un grupo
de unos 170 europeos pudo conquistar un área habitada probablemente por más
de un millón de indígenas.
Con todo, la conquista de los muiscas tomó diez meses porque los esfuer-
zos iniciales se concentraron en descubrir tesoros más que en dominar pobla-
ciones. Una vez entraron a los altiplanos por la región de Vélez, se dirigieron
hacia el sur hasta encontrar el c entro político del Zipa. Derrotaron sus fuerzas
y Jiménez de Quesada despachó comisiones exploratorias hacia las vertientes
occidentales de la Sabana, una zona de frontera entre los muiscas y los panches,
como los españoles solían llamar a todo pueblo que usara flechas envenenadas.
El cuerpo expedicionario principal se dirigió al norte y se topó con las minas
de esmeralda de Somondoco, maravillándose por la forma sistemática como las
explotaban los indios. Cuando este grupo divisó los Llanos Orientales a través
de un boquerón cordillerano, Jiménez de Quesada ordenó una exploración in-
mediata de la zona. Después de muchos meses de reconocimiento del territorio
llanero, los españoles se enteraron de la existencia del Zaque de Hunza, y se apo-
deraron de su persona y tesoro. En Hunza supieron del templo de Sogamoso, y
su intento de saquearlo terminó en el incendio de la edificación. Entonces, con
muchos aliados indígenas, sometieron al señor de Duitama o Tundama, quien
mantenía el último bastión muisca.
A su regreso a la Sabana de Bogotá, los conquistadores supieron que una
parte del oro atesorado por los muiscas provenía de su comercio con pueblos del
Alto Magdalena. El mismo Jiménez de Quesada tomó el mando de una nueva ex-
pedición a la región de Neiva, sufriendo los rigores del clima y encontrando tan
poco oro que llamó a la región “el Valle de las Tristezas”. Pero habría más expe-
diciones, como la que puso al mando de su hermano Hernán Pérez de Quesada,
dispuestas a descubrir las apetecidas tierras del Amazonas, a las que se atribuían
inmensas riquezas tanto en oro como en misterio. Después de varios meses de
abrirse camino por entre montañas selváticas, Hernán Pérez de Quesada regresó
asegurando haber llegado a unos tres o cuatro días de marcha del mítico reino.
A principios de 1539, al año de establecer su dominio sobre los muiscas,
ocurrió algo insólito. Jiménez de Quesada se enteró casi simultáneamente de
que dos fuerzas expedicionarias europeas se aproximaban al Nuevo Reino de
Granada. Una, comandada por Sebastián de Belalcázar, había fundado Quito en
1534 y siguiendo al norte fundó Cali primero y después Popayán en 1536. Estas
empresas al norte de Quito pusieron a Belalcázar en dificultades con Pizarro,
quien sospechó que su lugarteniente intentaba establecer un reino independien-
te. En enero de 1538, Pizarro ordenó el arresto de Belalcázar. Este huyó en marzo
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tagena se valieron del optimismo para sugerir que el río Magdalena serpenteaba
de forma tal que el Nuevo Reino, aunque en la ribera oriental del río, quedaría
en la línea longitudinal de Cartagena y no en la de Santa Marta. Belalcázar, las
autoridades de Panamá y todos los abogados de los intereses occidentales argu-
mentaban que el acceso a los altiplanos orientales sería más fácil por el Pacífico
que por la prolongada ruta a contracorriente del Magdalena. La Corona confir-
mó la petición de Santa Marta no tanto quizás por consideraciones geográficas
sino por la prioridad de los derechos de conquista de Jiménez de Quesada.
El accidente histórico de que una expedición samaria alcanzara los al-
tiplanos muiscas antes que la de la costa pacífica o la de Venezuela confirmó
políticamente las tendencias establecidas por la topografía. Colombia estaba di-
vidida entre oriente y occidente a lo largo de dos ejes norte-sur. La altura de la
cordillera Central ya había determinado en la era precolombina que el territorio
estuviera dividido en dos zonas distintas. El reconocimiento de los derechos de
Jiménez de Quesada tradujo al mapa político la realidad geográfica. El hecho de
que el occidente colombiano fuera descubierto y sometido por conquistadores
que venían del Perú, y secundariamente de Cartagena y Panamá, tuvo un efecto
similar al confirmar políticamente la misma división entre oriente y occidente.
Los conquistadores del Perú aseguraron el predominio en el occidente,
aunque enfrentaron hasta fines de la década de los años 1540 una seria oposición
de grupos rivales de Panamá y Cartagena. A fines de 1538, Pascual de Andagoya
recibió en Panamá la autorización para conquistar y poblar desde allí, y hasta el
dominio de Pizarro en el Perú, una jurisdicción conocida como la provincia del
Río San Juan. Pero cuando se hizo esta dispensa real, los hombres del Perú ya
se habían establecido en Cartago, extendiendo implícitamente su dominio hasta
allí. A principios de 1540, cuando Belalcázar llegó a Buenaventura procedente
de Cali, el grupo peruano ya estaba explorando y subyugando a los indígenas
en una región ubicada más al norte del actual departamento de Caldas. De este
modo el territorio entre Panamá y los dominios bajo control peruano se había
reducido sustancialmente en relación con los límites trazados a la provincia del
Río San Juan.
Pero cuando Andagoya llegó a Cali en mayo de 1540 y reclamó jurisdic-
ción sobre un territorio que comprendía desde Popayán hacia el norte, los ve-
cinos, en ausencia de Belalcázar, aceptaron su autoridad. Empero, en febrero
del año siguiente este regresó de España con el título de gobernador de la pro-
vincia de Popayán, con lo que pudo mantenerse a salvo de Pizarro y expulsar a
Andagoya. Aunque Andagoya no volvió a amenazar la integridad de la nueva
provincia, a partir de entonces Popayán y Panamá se disputarían el control de la
región vecina del Chocó.
El desafío de los cartageneros al grupo peruano se circunscribió a los ac-
tuales departamentos de Antioquia y Caldas. A comienzos de 1538, cuando Be-
lalcázar estaba en Quito y preparaba su fuga expedicionaria, varios grupos de
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Cartagena exploraban al sur del golfo de Urabá. Juan Vadillo, en busca de las
minas que producían el oro encontrado en los entierros del Sinú, atravesó la
sierra de Abibe y llegó a Riosucio; remontó la cordillera Central y descendió al
Bajo Cauca, cerca de las minas de Buriticá. De allí siguió el curso del río hacia el
sur hasta el actual territorio caldense.
A la sazón, Lorenzo de Aldana gobernaba en Cali, en reemplazo de Belal-
cázar y en nombre de Pizarro. Al tanto de los movimientos de Vadillo, envió a
Jorge Robledo al mando de una expedición que reclamaría los actuales territo-
rios de Antioquia y Caldas. En esta misión, Robledo fundó en agosto de 1539 un
pueblo efímero, Santa Ana de los Caballeros, en la región que hoy es Anserma.
Usándolo como base, exploró con sus capitanes gran parte de la zona caldense
mucho más minuciosamente que Vadillo y llegó hasta Buriticá, en cuyas proxi-
midades fundó la ciudad de Antioquia en 1541, lo que le daría pie para reclamar
derechos sobre toda la región. Con intenciones de independizarse de Cali y for-
mar su propio dominio, Robledo prosiguió hacia el norte para caer en manos de
las fuerzas de Heredia, que lo a rrestaron y luego pusieron la nueva fundación
bajo el mando de Cartagena.
De este modo empezó la querella entre Popayán y Cartagena por el con-
trol de la ciudad de Antioquia y su región. Esta lucha, intrincada por la aparición
de caudillos menores que se aliaban con uno u otro de los bandos principales,
llegó a su fin cuando Robledo regresó de España en octubre de 1546. Traía el
título de mariscal y la representación del visitador de Cartagena para servirle de
emisario en un área que iba de Antioquia a Cartago. Robledo fundó otra ciudad
al sur de las minas de Buriticá, Santa Fe de Antioquia. En lo que siguió del siglo
xvi y hasta bien entrado el siglo xvii, esta ciudad se convirtió en el asentamiento
español más importante y estable en la altamente móvil provincia minera de An-
tioquia. La suerte de su fundador sería distinta. En octubre de 1546 fue aprehen-
dido por Belalcázar y ajusticiado, acto por el cual este fue acusado de asesinato
y arrestado cuatro años después.
A mediados del siglo xvi, los tres caudillos que lucharon por el control de
Antioquia ya habían salido de la escena y fueron reemplazados por administra-
dores de la Corona. Sin embargo, durante la mayor parte del periodo colonial
Antioquia seguiría ligada a ambos polos. El valle del río Cauca la abastecía de
ganado, mientras que Cartagena era su fuente de esclavos y mercancías de ul-
tramar.
Otra área disputada por Popayán, esta vez con Santa Fe de Bogotá, fue la
de Neiva. Si bien las huestes de Quesada llegaron a la zona un año antes que las
de Belalcázar, estas últimas se preocuparon por fundar poblaciones con el fin de
sustentar sus reclamos territoriales. En diciembre de 1538 fundaron Calamo, que
luego sería Timaná, cerca del nacimiento del río Magdalena. Al año siguiente
establecieron Guacacallo, la futura Neiva, con el ánimo expreso de neutralizar
cualquier posible reclamo de Jiménez de Quesada. Debido a la fundación de
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Fundaciones
La encomienda fue la institución básica en la organización inicial del asenta-
miento español. Enraizada en la última etapa de la reconquista cristiana de la
península ibérica, alcanzó nuevas formas durante la ocupación del Caribe y Mé-
xico. Mediante la encomienda americana la Corona española cedió a los líderes
de la conquista el derecho de asignar indios a sus seguidores en recompensa por
servicios. Según el concepto legal, el encomendero era titular del derecho a per-
cibir el tributo que las comunidades indígenas debían al rey. A cambio de esta
concesión, el encomendero quedaba obligado a proveer la defensa del reino y a
evangelizar a los indios que le fueran encomendados.
Esta era la encomienda legal. En la práctica, sin embargo, y durante la
mayor parte del siglo xvi, guardó poca semejanza con la institución tal como fue
concebida en Castilla. Durante las primeras décadas de la Conquista, la enco-
mienda sirvió para encubrir la arbitrariedad continuada y la desaforada apro-