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“EL VALOR DE EDUCAR”

El ser humano es un aprendiz permanente, por naturaleza siempre será un ser en potencia
de construirse y dominar el conocimiento. La curiosidad, la retención la innovación ayudan
al hombre a construir su conocimiento y moldear estructuras de aprendizajes a partir la
cognición y de la experiencia empírica.

Específicamente para este escrito y una reflexión a “al valor de educar de Fernando
Savater” nos centraremos en la familia y escuela como instituciones no solo físicas si no
como cuna de aprendizaje naciente para la construcción de la persona y de la sociedad

“Crear y enseñar son actividades en cierto sentido antitéticas. La parábola de Wilde, del
varón que perdió el conocimiento de Dios y obtuvo en cambio el amor de Dios, tiene una
exacta aplicación en arte” (Savater, F. 1997, p. 94)

Se sigue de la cita la necesidad urgente de enseñar para aprender cayendo la


responsabilidad en padres de familia y profesores, quienes no solo enseñan ciencias, teorías
o consejo si no que cada palabra, cada acto cada hecho es arte y forma de construcción de
una persona. Por lo cual aquellos que creen que no son responsables de ensayar debe poner
mas atención en su modo de ser y actuar es decir en toda su persona.

La experiencia misma nos muestra cómo el ser humano está potenciado para aprender y
aprehender. Y es en el seno de la familia, su primer contacto social, donde obtiene las
primeras enseñanzas. Son los padres quienes deben asumir la primerísima obligación o
deber del matrimonio: la procreación y educación de la prole. Es a ellos a quienes
corresponde, en primera instancia y durante toda la vida, conducir a los hijos por el camino
de la perfección.

Se trata de un deber y un derecho al cual no debieran renunciar. Sin embargo, por


desgracia, la destrucción sistemática de la familia, la pérdida del sentido cristiano de ésta y
de sus deberes primordiales, ha llevado a los padres a sustraerse de esta responsabilidad,
dejándola, casi por completo en manos del Estado, con su enseñanza laica y supuestamente
“científica”, amoral y utilitarista. O bien, en el mejor de los casos en manos de los colegios
particulares, que realmente poco pueden hacer, a pesar de lo bien intencionados que sean, si
no existe la colaboración de los padres de familia, muchos de los cuales prácticamente
abandonan a sus hijos en manos de las instituciones educativas, que de verdadera educación
muy poco o nada saben. Los abandonan hasta el grado deño interesarse siquiera por estar
al pendiente del Vance o retroceso del hijo. Y luego entonces, la perfección se torna difícil.

“La diferencia esencial entre educación verdadera y educación familiar es la siguiente: la


primera es una cuestión humana, la segunda es una cuestión familiar. Todo hombre tiene su
puesto en la humanidad o tiene, al menos, la posibilidad de sucumbir a su modo; pero en la
familia encasillada por los padres sólo tienen su puesto hombres totalmente determinados
que responden a exigencias totalmente determinadas y, más aún, a los términos dictados
por los padres.” (Savater, F. 1997, p. 91)

Es así como de la propuesta de educación verdadera la familia no se debe estacar en crear


solo personas con valores intrusivos si no darse cuenta que en casa todo es didáctica que los
valores el amor la armonía y la convivencia darán un resultado exterior y los valores
también serán extrínseco y el educando será reflejo de su hogar. Por otra parte, están las
virtudes que perfeccionan a la voluntad, las virtudes morales, que asemejan al hombre a su
Creador, en mayor o menor grado, cuanta sea la perfección alcanzada en las mismas:
prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

En conclusión, indiscutiblemente la indeterminación del ser humano le hace propio para


buscar la plena determinación, y ésta significa su tránsito por la vida mediante un camino
de constante perfeccionamiento. En su carácter de ser racional el hombre ha de buscar los
medios para alcanzar su plenitud, y el medio propio es la educación.
Bibliografía

 Fernando Savater. “El valor de Educar” Editorial Ariel. Barcelona, 1997

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