ALGUNAS IDEAS
SOBRE EDUCACIÓN*
* «Some thoughts concerning education», Discurso pronunciado en la 72ª Asamblea de la Universidad del
Estado de Nueva York en el Chancellors Hall del State Education Building, en Albany, Nueva Nork, 15 de
oclubrc di- l(Hh, con motivo de la celebración del tricentenario de la educación superior en Estados Unidos.
School and Society 44 (1936), pp. 589-592. Traducción al catellano de Mercedes García Gramilla..
Un día de celebración como éste se suele dedicar en primer lugar a recordar la memoria
de aquellas personalidades que hayan merecido una distinción especial por haber
contribuido al desarrollo de la vida cultural. No debe omitirse este amistoso detalle con
nuestros predecesores, especialmente porque tal recuerdo de lo mejor del pasado es
adecuado con el fin de estimular a las personas bienintencionadas de hoy en día para
que realicen un valiente esfuerzo. Pero esto debe hacerlo alguien que desde su juventud
haya estado relacionado con el Estado de Nueva York y conozca su historia, y no quien
ha vagado de un lado a otro como un gitano, recopilando experiencias en todo tipo de
países.
Así pues, si he de procurar hacer honor a vuestra amable y muy estimada invitación, no
me queda otra posibilidad que hablar sobre tales asuntos, ya que, con independencia del
espacio y del tiempo, siempre han estado y estarán relacionados con cuestiones
educativas. Al asumir este intento, no puedo pretender ser una autoridad en la materia,
especialmente habida cuenta de que hombres inteligentes y bienintencionados de todos
los tiempos han tratado de solucionar los problemas educativos y han expresado
repetidamente y con claridad sus puntos de vista sobre dichas cuestiones. Siendo en
parte un lego en el ámbito de la pedagogía, ¿de qué fuente obtendré el valor necesario
para exponeros mis opiniones, sin tener otro fundamento que mi propia experiencia y
mis convicciones personales? Si se tratara realmente de una cuestión científica,
probablemente tendría la tentación de guardar silencio sobre tales consideraciones.
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A veces se ve la escuela sencillamente como el instrumento que sirve para transferir una
cierta cantidad máxima de conocimientos a la generación que se está formando. Pero
esto no es correcto. El conocimiento es algo muerto; sin embargo, la escuela ha de
preparar para la vida. Debería desarrollar en los individuos jóvenes aquellas cualidades
y aptitudes que sean valiosas para el bienestar de la sociedad democrática. Pero esto no
significa que se deba destruir la individualidad y que el individuo se convierta en un
mero instrumento al servicio de la comunidad, como una abeja o una hormiga. Una
comunidad de individuos estandarizados, sin originalidad ni objetivos personales, sería
una comunidad empobrecida y sin posibilidades de desarrollo. Por el contrario, el
objetivo debe ser la formación de individuos que actúen y piensen de manera
independiente, pero vean, sin embargo, en d servicio a la comunidad su principal
preocupación vital. Hasta done yo puedo juzgar el sistema educativo inglés es el que
más se acerca a la consecución de este ideal.
Pero, ¿qué tendríamos que hacer para alcanzar la situación ideal? ¿Tendríamos que
intentar conseguir este objetivo moralizando? En absoluto. Las palabras son un sonido
vacío, y se quedan en eso. El camino de la perdición siempre ha ido acompañado de
palabras hipócritas que pretenden servir a un ideal. Pero las personalidades no se
forman con lo que se oye y se dice, sino con el trabajo y la actividad.
Pienso que lo peor para una escuela es ante todo trabajar con métodos basados en el
temor, la obligación por la fuerza y la autoridad artificial. Tal procedimiento destruye
los buenos sentimientos, la sinceridad y la confianza en sí mismos de los alumnos.
Produce sujetos sumisos. No es de extrañar que este tipo de escuelas sean lo habitual en
Alemania y en Rusia. Sé que las escuelas de este país están libres de este grave mal; lo
mismo sucede en Suiza y probablemente en todos los países que poseen gobiernos
democráticos.
Es relativamente sencillo mantener la escuela libre de este mal, que es el peor de todos.
Basta con poner en manos del profesor el menor número posible de medidas coercitivas,
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de tal modo que la única fuente del respeto del alumno por el profesor sean las
cualidades humanas e intelectuales de este último.
El segundo motivo que hemos mencionado, la ambición o, dicho de una manera más
suave, el deseo de reconocimiento y consideración, está firmemente arraigado en la
naturaleza humana. En ausencia de estímulos mentales de este tipo, la cooperación
humana sería completamente imposible; el deseo de recibir la aprobación de los
semejantes es ciertamente uno de los poderes aglutinantes que tienen mayor importancia
social. En todo este complejo de sentimientos, las fuerzas constructivas y las
destructivas se encuentran muy cerca unas de otras. El deseo de aprobación y
reconocimiento es un motivo sano; pero el deseo de ser reconocido como mejor, más
fuerte o más inteligente que un semejante o un colega conduce fácilmente a un cambio
psicológico excesivamente egoísta, que puede llegar a ser perjudicial para el individuo y
para la comunidad. Por consiguiente, la escuela y el profesor deben guardarse de utilizar
el fácil método de crear ambiciones individuales con el fin de inducir a los alumnos a
ser diligentes en el trabajo.
Por consiguiente, hay que guardarse de predicar a los jóvenes el éxito en el sentido
habitual como la meta de la vida. Un hombre de éxito es aquel que recibe mucho de sus
semejantes, en general incomparablemente más que lo que le correspondería por
prestarles servicios. Sin embargo, el valor do un hombre se debe ver en lo que da y no
en lo que puede recibir.
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Una escuela de este tipo exige que el profesor sea una especie de artista en su terreno.
¿Qué se puede hacer para que este espíritu se imponga en la escuela? Para esto es tan
escaso el remedio universal como para la salud de un individuo. Pero hay ciertas
condiciones necesarias que pueden cumplirse. En primer lugar, los profesores deberían
educarse en este tipo de escuelas. En segundo lugar, al profesor se le ha de dar una
amplia libertad para la selección de la materia que va a enseñar y de los métodos
didácticos que va a utilizar, porque también es cierto que el placer de configurar su tarea
desaparece cuando está sometido a la coerción y a presiones externas.
Si han seguido ustedes mis reflexiones con atención hasta este momento, seguramente
les habrá surgido la duda con respecto a una cuestión. He hablado exhaustivamente
sobre el espíritu con que, en mi opinión, se ha de enseñar. Pero aún no he dicho nada
sobre la elección de los temas que se deben impartir, ni sobre el método didáctico que se
ha de utilizar. ¿Debe predominar el lenguaje o la formación técnica y científica?
A esto respondo lo siguiente: en mi opinión, todo esto tiene una importancia secundaria.
Si un joven ha entrenado sus músculos y su resistencia física mediante la gimnasia y la
marcha, en el futuro estará en forma para realizar cualquier trabajo físico. Lo mismo se
puede decir sobre el entrenamiento de la mente y el ejercicio de habilidades mentales o
manuales. Por lo tanto, no se equivocaba el ingenioso que definió la educación
diciendo: «La formación es lo que queda cuando se ha olvidado todo lo que se aprendió
en la escuela». Por esta razón, no estoy ansioso por tomar partido en la lucha entre los
seguidores de la educación filológica e histórica clásica y los de la educación más
dedicada a la ciencia natural.
Por otra parte, quiero oponerme a la idea de que la escuela ha de enseñar directamente
los conocimientos especiales y las destrezas que uno habrá de utilizar posteriormente en
la vida real. Lo que la vida exige es demasiado variado como para que sea posible
ofrecer en la escuela esa formación especializada. Aparte detesto, me parece censurable
tratar al individuo como a un instrumento inerte. La escuela debe tener siempre como
objetivo que el joven salga de ella con una personalidad armoniosa, no convertido en un
especialista. Esto es cierto, en mi opinión, incluso en el caso de las escuelas técnicas,
cuyos estudiantes van a dedicarse en el futuro a una profesión concreta. El desarrollo de
una capacidad general para pensar y juzgar con independencia debería situarse siempre
por encima de todo lo demás, sin dar prioridad a un conocimiento especializado. Si una
persona domina los fundamentos de su materia y ha aprendido a pensar y trabajar por su
cuenta, seguramente sabrá abrirse camino y además tendrá mayor capacidad para
adaptarse al progreso y a los cambios que la persona cuya formación haya consistido
principalmente en la adquisición de un conocimiento detallado.
Finalmente, deseo insistir una vez más en que lo que se ha dicho aquí de una manera en
cierto modo categórica no pretende ser más que la opinión personal de un individuo,
fundada exclusivamente en su propia experiencia, adquirida como estudiante y como
profesor. Les agradezco que me hayan dado la oportunidad de expresar estas opiniones
ante un público tan distinguido.