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Un dilema elemental:
La terapia de pareja tiene éxito cuando los dos miembros de la pareja abren el
corazón y la mente a la experiencia del otro, cuando en lugar de enrocarse en
sus propias heridas, en espera de una solución para esas heridas, se ocupan de
las heridas del otro y se dejan cambiar. El sentido profundo de ser una pareja,
de estar a dos, implica el estar interesados en el otro miembro de la pareja como
otro, como novedad en prescindir de cómo habitualmente se perciben en la rutina
cotidiana de las distorsiones perceptivas que implican y desencadenan los
miedos de no ser escuchados ni vistos. Esto implica también el dejarse cambiar
por el otro, el considerarlo suficientemente “mayor” y capaz de cuidar del
nosotros. De hecho, cuando en una pareja uno de los miembros se define bueno
en comprender al otro, pero al mismo tiempo no se deja cambiar por él o ella,
está cayendo en una ceguera relacional, ya que no ve o no acepta la modalidad
en la que el otro trata de llegar a él.
Desde esta perspectiva, en este capítulo voy a ocuparme de: 1) una introducción
a la especificidad del trabajo gesáltico con las parejas; 2) Tres dimensiones
experienciales que caracterizan la capacidad de la pareja para ver y acoger al
otro (y que constituyen la epistemología específica de este modelo); 3) un
modelo de trabajo psicoterapéutico gestáltico con las parejas.
No en nosotros ni en el otro
Sino en la frontera
Es el punto de encuentro.
Familia de Carlo
Familia de Guiliana
¿Qué podemos decir del enamoramiento de estas dos personas? Carlo ha tenido
una relación privilegiada con la madre, que lo ha considerado siempre como el
“hombre fiel” de la casa. El padre se ha mantenido al margen con respecto al
hijo, pero más presente con la hija, con la que tiene una relaci´´on aparte. Carlo
considera a su hermana una “tarada” y muestra hacia ella una cierta envidia y
celos. Un poco halagado y poco estresado, complace a la madre. Carlo es una
persona obediente, confiable, pero está muy atento a no hacer confidencias a la
familia. Se enamora de Guiliana debido a su autonomía: le parece una chica que
es capaz de mantenerse sobre sus propios pies y que le va a dejar sentirse libre.
Guiliana, la segunda hija de dos hijas, ha tenido una relación especial con la
madre que le ha transmitido una insatisfacción con respecto a la relación con los
hombres y especialmente con el padre, al que considera pretencioso,
acaparador, y poco atento a los deseos de su mujer. El deseo implícito de
Guiliana es ser vista por el padre, pero su elección existencial es no llegar a ser
como la madre, no dejarse anular por un hombre cercano a ella que la obligue a
ser casi una esclava, y que no se preocupe por su realización personal. La
hermana, a su vez, ha desarrollado un amor “envidioso” por el padre y una
conflictividad con la madre. Intuye la soledad del padre y juzga a su madre
incapaz de comprenderlo, mientras que ella lo comprendería, con seguridad,
mejor y lo haría feliz. Guiliana se enamora de Carlo por sus dotes empáticas,
sobre todo con respecto a las mujeres (¡ha hecho una buena formación con la
madre!), muy diferente del padre acaparador e insensible.
Lo que hace daño no es tanto el hecho de no ser comprendido por el otro en los
contenidos de nuestra experiencia, sino más bien es nuestro deseo y en los
intentos de conseguirlo, en nuestra intencionalidad de contacto significativo,
podríamos también decir, de intimidad. Se parece a la experiencia de sentirse
ridiculizado cuando se está desnudo.
Recuerdo el caso de una joven pareja muy herida ya después de dos meses de
casados, en la que ella (que provenía de un país del Este) sentía una fuerte
sensación de vergüenza y rabia porque él la ridiculizaba cada vez que trataba de
cocinar algo “italiano” para él. Él, cuya madre había sido una estupenda cocinera,
le decía “Tratas de conseguir el nivel de mi madre, ¿eh?”. Él veía que ella sufría
con su comentario y repetía que se lo decía con ternura, cuando se daba cuenta
de los esfuerzos (según él no necesarios) de ella. Pero el sentimiento que a él
se le convertía en figura era que le molestaba verla trabajar, el cansancio de ella
era como si él la tuviera fallando. Ella no se sentía reconocida en su intento de
cocinar como cocinaba su madre y él no se sentía visto en su deseo de que ella
no se cansara.
De este modo, la experiencia del otro, más allá del momento del enamoramiento,
que por definición es ciego, se siente también con un riesgo de que el deseo de
intimidad se frustre, como el riesgo de que se repita el fallo experimentado en las
relaciones significativas: el otro también es la experiencia del otro extraño que
no comprende, de los brazos inseguros que mantienen nuestro cuerpo en alerta,
de la casa llena de ruidos en la que no es posible descansar.
Por lo tanto, miedo y riesgo, como le gustaba decir a Laura Perls (cfr. Bloom,
2005), crean la vibración especial que caracteriza la tensión hacia el otro, y cada
interacción significativa de pareja, como toda la vida de una pareja, es una
historia. Nos regocijamos en un final feliz en el que se va a volver el recorrido de
nuestras relaciones significativas, en el que experimentamos nuestra renovada
y aumentada capacidad de llegar hacia el otro con la conciencia plena, viendo
realmente al otro, más allá de las proyecciones de rechazo, pudiendo así llevar
hasta el final el deseo de alcanzarlo.
Cuando Giuliana, cansada de esperar a Carlo, que por la noche llega cada vez
más tarde, le pregunta “¿Cómo es que llega tan tarde a casa?” Su miedo es no
ser importante para el (como no lo era la madre, o ella misma, para el padre), su
deseo es hacerle comprender que le gustaría ayudarlo, ser “adulta” o importante
para él. Carlo siente las preguntas de Giuliana como un control, teme haber
vuelto a caer en una red afectiva que conoce bien y, queriendo establecer una
relación más sana, trata de no implicarse, pero también como un modo de
complacer a Giuliana. Su miedo es ser controlado y no tener vida propia, libertad
personal; su es doble; hacer feliz a Giuliana y, a un nivel más profundo, poder
confiar en ella (como no lo ha podido hacer con su madre).
Es interesante darse cuenta de cómo los deseos profundos coinciden con los del
oreo, o, mejor dicho, si se cumplieran harías feliz al otro y producirían un cambio
profundo en ellos mismos. Giuliana sería feliz teniendo un papel de cuidar a
Carlo, porque podría así experimentar ser “adulta”, no la hija pequeña que mira
a la pareja de los padres de abajo a arriba sin poder modificar mucho en la
situación. Carlo sería feliz creyendo que el mejor modo de satisfacer a Giuliana
es exactamente que él se fie de ella (cosa que la madre no ha conseguido
transmitirle).
Podría ser una experiencia típica de pareja que lleva mucho tiempo casada, en
la que la costumbre de no sentirse comprendidos esta «enquistada» y, no
obstante, los miembros de la pareja han desarrollado buenos hábitos de
convivencia, se mantiene la tristeza de no haber llegado a «casa», de no
conseguir compartir la desnudez en un terreno común, en el que se puede mirar
y ser mirado sin miedo a ser ridiculizado o bloqueado.
En esta dimensión experiencial, la capacidad de jugar representa un ingrediente
importante. En el drama de las vivencias de la pareja, obstinarse en querer que
el otro cumpla el sueño afectivo no ayuda a estar mejor. Solamente el salto
ilógico del juego, el dejarse momentáneamente sin resolver el problema para
hacer otra cosa, viviendo como si no existiera, es la sabiduría profundamente
humana del estar con el otro, estar con el otro como si el drama no existiera,
riendo porque así se mira hacia el futuro que puede empezar ahora.
Carlo podría volver a casa llevándole un ramo de rosas y disfrutar de la
conmoción en los ojos de ella, sin esperar nada más. Giuliana podría decirle a
Carlo, en los raros momentos en los que lo ve, las cosas que ella sabe que él
hace por su relación, por ejemplo, que trabaja pensando en su futuro, que
piensa en ella y que haría casi cualquier cosa por ella, pero que tiene miedo de
su control y por esta razón no se abre a ella.
A veces, una pelea supone el camino más conocido para superar la ansiedad
del vacío relacional: «Si quito todo lo que entre nosotros me recuerda las heridas
y el ideal de compañero por lo que te he buscado, por los que he alimentado la
esperanza de encontrar a alguien como nunca lo he encontrado, tendría
enfrente de mí a TI, un desconocido. Te haré feliz, te daré placer a ti, no a quien
imaginaba que deberías ser».
Parecerá extraño, sin embargo, a muchas parejas les parece insoportable la
cercanía, exactamente por esta angustia de la relación «desnuda».
Mujer: «Cuando le siento hablar en voz alta a nuestro hijo me empieza a doler
el estómago, recuerdo cuando mi padre me regañaba y me parece que él es
igual».
T.: «Míralo. Recrea ese momento. Trata de centrarte en tu dolor de estómago,
pero mirándole a él. ¿De qué te das cuenta»?
Mujer (Mirando a su marido): «¡Qué raro!, después de un rato, el dolor de
estómago se va al fondo y veo que él me mira desesperado porque se siente
solo cuando trata de hacer que nuestro hijo comprenda algo importante. Me
parece que me está pidiendo desesperadamente ayuda».
T.: «¿Se lo puedes decir a él?»
Mujer (A su marido): «Cuando te miro te veo desesperado, no tengo dolor de
estómago. Comprendo que no eres violento, sino que quieres que te ayude
como madre de nuestro hijo».
Marido (A su mujer): «¡Por fin lo has comprendido! Es verdad que quiero tu
ayuda, que confío en ti. Me desespera el hecho de que no me mires, que digas
que te duele el estómago, como si quisieras irte de mi lado. Te necesito».
A veces esta separación entre la intencionalidad del otro y los propios miedos
supone el adiestramiento de los miembros de la pareja en un lenguaje de
propuestas, en lugar de acusarlo. Por ejemplo: «Te habría agradecido si me
hubieras preguntado cómo me sentía cuando te has ido», o: «no me disgusta
que trabajes con satisfacción, aunque esto suponga que podamos estar menos
tiempo juntos de lo que me gustaría. Me siento orgullosa de ti, del trabajo que
haces. Me gustaría que me preguntaras, de vez en cuando, cómo estoy, porque
esto me daría la sensación de que te interesas por mí».
En el caso en el que los miembros de la pareja se muestren con un estilo
acusatorio y se comunican centrados en culpar al otro en lugar de en lo que les
gustaría, hay que aceptar la espera desilusionada y sostenerla para que se
transforme en un deseo explícito y no en una comunicación acusatoria (Satir,
1999).
He aquí un ejemplo: