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7.

El ahora-para-lo-siguiente en la Psicoterapia de pareja

En una playa poco serena,

Caminaban un hombre y una mujer

Y sobre ellos la enorme sombra de un dilema.

(…) El dilema era el de siempre,

Un dilema elemental:

So tenía o no tenía sentido su amor

(…) El dilema representa

El equilibrio de las fuerzas en el campo, porque el amor y la pelea

Son las formas de nuestra época.

(de II dilema, Giogio Gaber).

En una perspectiva exquisitamente fenomenológica, la psicoterapia gestáltica se


basa en el tema por el que el cambio surge de la experiencia de los miembros
de la pareja, con su interactuar, co-crean. La mentalidad terapéutica gestáltica
está focalizada en el aquí y ahora, entendida como el modo en el que, en el
instante fugaz de encontrarse, los influjos del pasado y las intencionalidades que
configuran la direccionalidad de su experiencia, se encargan en el acto creativo
del presente compartido con el otro.

¿Qué hacemos con esta experiencia de pareja, qué sostenemos en nuestra


acción terapéutica? ¿Cuál es la experiencia de la sesión de terapia para el
psicoterapeuta gestáltico?

La intervención gestáltica no mira tanto hacer explícito lo implícito (Spagnuolo


Lobb, 2006b), ni induce al cambio en sistema homeostático entre las fuerzas
centrífugas (autonomía, comportamientos divergentes, etc.) y las fuerzas
centrípetas (pertenencia, status quo, etc.), sino más bien a sostener la
intencionalidad del contacto, el valor que siempre está implícito en la experiencia
de los miembros de la pareja, más allá del miedo. El resultado es una experiencia
de contacto de pareja que integra todos estos aspectos en una síntesis nueva,
en la que los miembros de la pareja puedan sentirse “en casa”, libres de expresar
su propia intencionalidad de contacto hacia el otro.

Mediante el modo en el que establecen o bloquean el contacto entre ellos,


hacemos el diagnóstico y sentamos las bases del apoyo terapéutico.

La terapia de pareja tiene éxito cuando los dos miembros de la pareja abren el
corazón y la mente a la experiencia del otro, cuando en lugar de enrocarse en
sus propias heridas, en espera de una solución para esas heridas, se ocupan de
las heridas del otro y se dejan cambiar. El sentido profundo de ser una pareja,
de estar a dos, implica el estar interesados en el otro miembro de la pareja como
otro, como novedad en prescindir de cómo habitualmente se perciben en la rutina
cotidiana de las distorsiones perceptivas que implican y desencadenan los
miedos de no ser escuchados ni vistos. Esto implica también el dejarse cambiar
por el otro, el considerarlo suficientemente “mayor” y capaz de cuidar del
nosotros. De hecho, cuando en una pareja uno de los miembros se define bueno
en comprender al otro, pero al mismo tiempo no se deja cambiar por él o ella,
está cayendo en una ceguera relacional, ya que no ve o no acepta la modalidad
en la que el otro trata de llegar a él.

Desde esta perspectiva, en este capítulo voy a ocuparme de: 1) una introducción
a la especificidad del trabajo gesáltico con las parejas; 2) Tres dimensiones
experienciales que caracterizan la capacidad de la pareja para ver y acoger al
otro (y que constituyen la epistemología específica de este modelo); 3) un
modelo de trabajo psicoterapéutico gestáltico con las parejas.

Deseo que este viaje a la profundidad de la relación de pareja lleve al lector a


descubrimientos interesantes y, sobre todo, a apreciar el milagro cotidiano que
se renueva en la pareja cada vez que los miembros deciden seguir juntos,
salvándose, al mismo tiempo, de repetir viejas historias dolorosas que han
supuesto el sacrificio de uno mismo y han creado nuevas formas perceptivas, en
las que el otro puede ser amado exactamente debido a la confirmación de la
espontaneidad de sí mismo.
1. La vida de pareja como excitación y crecimiento en la frontera de
contacto: la propuesta de la terapia gestáltica.

El libro que ha marcado el nacimiento de la psicoterapia gestáltica (Perls et al,.


1951) sostiene una idea central, que se evidencia en el subtítulo –(Novedad),
Excitación y crecimiento de la personalidad humana- que es fundamental para la
vida de pareja. La capacidad humana espontánea de estar plenamente
presentes (esto es, con los sentidos abiertos) en la frontera de contacto con el
entorno se declina, para la pareja, en la capacidad de mantener la espontaneidad
de ver, sentirse atraídos, dejarse cambiar por el otro en cuanto otro, por el otro
que no esperamos, por el otro en cuanto novedad. Esta cualidad del encuentro
dialogal no es fácil de hacer por parte de los adultos, para quienes despojarse
del miedo de volver a sentir viejas heridas requiere un verdadero adiestramiento.
Pero solamente si se está al “desnudo” delante del otro, es posible mantener el
que la excitación del encuentro evolucione. Lo que se necesita para conseguir
este objetivo es reconocer los propios miedos (y las objeciones que, en
consecuencia, se desarrollan hacia el otro) con los que se viste en la intimidad,
como también es necesario reconocer la vivencia del otro. Cuando se consigue
esto, es posible sintonizarse con las intencionalidades de contacto recíprocas.
Cuanto más los miembros de la pareja se encuentran en la plenitud de los
sentidos, más son conscientes de la totalidad de la experiencia que co-crean y
más “terapéutica” es la autorregulación que tiene lugar en la frontera de contacto
entre los dos, ya que tiene como resultado la plenitud de la intimidad. La
“normalidad” de la pareja coincida, por lo tanto, con la capacidad de percibir la
frontera de contacto (el yo y el tú al entrar en contacto) de un modo nítido don
todos los sentidos abiertos.

El estar en pareja nos lleva no solamente a la dimensión de la intimidad sino


también a nuestro ser radicalmente animales sociales (Kitzler, 2003; Bloom,
2003). Todas las teorías psicológicas actuales están de acuerdo en el hecho de
que nos construimos en la interacción con el entorno, tanto en li humano como
en lo no humano (Searles, 1960). La investigación sobre los bebés ha
demostrado cómo las capacidades sociales se desarrollan ya en el niño casi al
nacer (el niño está “programado” para eso). Las consideran “Islas intersubjetivas”
(Stern, 2004; Beebe-Lachmann, 2002) entre el niño y los cuidadores que forman
los lugares primarios en donde se forma el Self-en-contacto, el modo de estar-
con y son para el niño el fondo de la experiencia de intimidad, en la que se apoya
la sensación de seguridad personal y la flexibilidad para aceptar la novedad, en
una palabra, el ajuste creativo al entorno (Perls et al., 1952). La díada cuidador-
niño se auto-regula y el niño aprende modalidades, más que contenidos, de estar
con el otro. El ritmo que la díada niño-cuidador co-crean entre la excitación y la
acogida, entre los procesos y los contenidos, forma una danza, un código
experiencial que el niño aprende. Es exactamente el código lo que va a regular
en el adulto el acceso a las relaciones tanto de intimidad como sociales. Tiende
a recrear los modos de estar con: esperará del otro algunas determinadas
reacciones y normalmente verá lo que esté habituado a ver. Podríamos decir con
justicia que este tipo de procedimiento procesual está también en la base de
dinámicas de pareja y es el focus en el que se concentra la ayuda psicológica de
éxito, sea cual sea la teoría a la que se pertenezca.

Estamos hechos para la relación, y esta perspectiva contemporánea en la


centralidad de la relación convierte a la pareja en un interés primario para el
mundo de la psicología y de la psicoterapia. Mientras que muchos enfoques
nacidos para el estudio del individuo se abren actualmente a interesantes
perspectivas sobre la relación, la psicoterapia gestáltica se mantiene original en
su intuición inicial de la experiencia que tiene lugar en la frontera de contacto, en
el entre entre yo y el tú. La relación de pareja es vista en nuestro enfoque como
una co-creación continua de la frontera de contacto, como una experiencia que
nace y tiene una historia propia en el espacio que existe “entre” los miembros de
la pareja, en el que también el hecho de proyectar en el otro las vivencias
personales entra en la lógica de cumplir con la intencionalidad de contacto, del
dar al otro una oportunidad para rehacer una historia relacional. La chica celosa
que controla los sms de su novio proyecta en él el miedo a ser traicionada, pero
lo que realmente le gustaría, su ahora-para-lo-siguiente, es recibir de él un
mensaje de atención: “Eres importantísima para mí, veo cómo te interesas por
mí y me gusta –a veces me embaraza un poco- la gran energía que vuelcas
conmigo”. Para la chica, proyectar el miedo que haya más muheres más
importantes que ella tiene, en el fondo, “el objetivo” de recibir al final el aprecio
por ser ella, por su propia energía que no molesta pero que es fuerte y
acogedora. La intencionalidad del contacto es una guía muy útil para la
psicoterapia con respecto a tantas lecturas que se puedan hacer de la vivencia
individual.

La vida de pareja es una improvisación co-creada (Spagnuolo Lobb, 2003b) que


encierra la dimensión más profunda de la vida social, los esquemas y los deseos
relacionales de cada uno en los que, más allá de las estrategias del yo social,
que efectivamente, nos enseñan en la soledad, residen en nuestras capacidades
de ser animales grupales.

De hecho, en la vida de pareja (como en algunos aspectos de la psicoterapia)


damos al otro una clave de acceso a la intimidad no sólo de nuestros miedos
sino de los deseos de sentirnos conectados. Esperamos que el otro, al que
estamos ligados, sea diferente y pueda reconocer la profundidad de nuestro bien,
de tal modo que, en la parte más positiva, la que es capaz de hacer una
contribución constructiva al grupo de pertenencia. Cuando esta parte
constructiva no es reconocida en las relaciones íntimas, se muestra al grupo, a
la comunidad social, con estrategias, con un decir y no decir. Por ejemplo, un
líder es muy eficaz cuidando a los otros, pero sufre por el hecho de que nadie
sabe cuidarle Estas estrategias resuelven el deseo de dar una contribución al
mundo, pero sin el reconocimiento del otro a quien están destinadas, crean
soledad en quien las hace.

2 Tres dimensiones experienciales de la “normalidad de la pareja

¿Qué dimensiones caracterizan la experiencia del contacto de pareja? La vida


de pareja es compleja y variada: deseo de mejorar, atracción física y mental,
calor, ganas de construir, alegría, tranquilidad, pero también desilusión, rabia, a
veces odio, desensibilización, venganza, pesar, etc.

Después de muchos años de observación de los procesos de pareja (de mi


pareja, de la pareja que me ha generado, de las diferentes parejas que he visto
en terapia) desde la óptica gestáltica, procesual, del contacto y fenomenológica,
me parece que la “normalidad” de la experiencia de pareja incluye tres
dimensiones fundamentales, que después constituyen la base para el modelo
del trabajo clínico con las parejas que voy a describir en el tercer apartado: a)
saber ver al otro como otro, b) saber distinguir entre el deseo de contacto del otro
y la reacción de dolor o rabia que su comportamiento provoca en otros, c) saber
confiar en la relación y dar un salto en el vacío, orientando nuestro
comportamiento para responder al deseo del otro (hacerse cambiar por el otro)
en lugar de resolver las viejas heridas sin resolver.

2.1 Ver la diversidad del otro

Me gustaría que me fumases, con el mismo placer

Con el que fumas los cigarrillos.

Me gustaría que conmigo decidieras relajarte

Como lo haces con ellos.

El verdadero placer para el que estamos hechos,

Lo que hace que se expanda espléndidamente la

Consciencia de uno mismo

Es el placer que encontramos

No en nosotros ni en el otro

Sino en la frontera

En el espacio que no está ni dentro de nosotros ni

Dentro del otro:

Es el punto de encuentro.

Es el placer que podemos tener

Por el encuentro psicofísico profundo

Con otra persona.

Desgraciadamente es también el placer que se convierte en miedo.

Es por esto por lo que me gustaría que me fumases

Como fumas los cigarrillos.


Muy a menudo, los miembros de la pareja dan las cosas como dichas. Recuerdo
una pareja que había comido pollo tres veces a la semana durante, por lo menos,
diez años, para descubrir después que ¡a ninguno de los dos les gustaba el pollo!
Cada uno de ellos pensaba que el otro prefería a la carne roja y “se sacrificaba”
de corazón para complacer el presunto deseo del otro.

Ver al otro implica salir de la percepción confluyente que caracteriza el


enamoramiento y que, muy a menudo, se mantiene como una certeza dada or
sentada sobre el otro, nunca confirmada en realidad.

La experiencia que los miembros de la pareja tienen en la frontera de contacto


en terapia es solamente la figura de un fondo muy rico, hecho de vivencias y
elecciones del pasado y del presente. Todo lo que las diferentes teorías sobre la
familia han explicitado –tanto a nivel sistémico como en el psico-dinámico- es
una clave de lectura fundamental para el psicoterapeuta de pareja. Por ejemplo,
la influencia que la vivencia de las relaciones en la familia de origen tiene para
cada uno de los miembros, nos hace comprender no solamente la “elección” de
ese tipo concreto de miembro de la pareja sino también la dificultad que,
actualmente, surge en la relación presente.

Consideremos el caso de una pareja formada por un primogénito, al que vamos


a llamar Carlo, y de una segunda hija, a la que vamos a llamar Guiliana.

En el esquema se muestra el genograma de las dos familias de origen con los


detalles.

Familia de Carlo

Familia de Guiliana

¿Qué podemos decir del enamoramiento de estas dos personas? Carlo ha tenido
una relación privilegiada con la madre, que lo ha considerado siempre como el
“hombre fiel” de la casa. El padre se ha mantenido al margen con respecto al
hijo, pero más presente con la hija, con la que tiene una relaci´´on aparte. Carlo
considera a su hermana una “tarada” y muestra hacia ella una cierta envidia y
celos. Un poco halagado y poco estresado, complace a la madre. Carlo es una
persona obediente, confiable, pero está muy atento a no hacer confidencias a la
familia. Se enamora de Guiliana debido a su autonomía: le parece una chica que
es capaz de mantenerse sobre sus propios pies y que le va a dejar sentirse libre.

Guiliana, la segunda hija de dos hijas, ha tenido una relación especial con la
madre que le ha transmitido una insatisfacción con respecto a la relación con los
hombres y especialmente con el padre, al que considera pretencioso,
acaparador, y poco atento a los deseos de su mujer. El deseo implícito de
Guiliana es ser vista por el padre, pero su elección existencial es no llegar a ser
como la madre, no dejarse anular por un hombre cercano a ella que la obligue a
ser casi una esclava, y que no se preocupe por su realización personal. La
hermana, a su vez, ha desarrollado un amor “envidioso” por el padre y una
conflictividad con la madre. Intuye la soledad del padre y juzga a su madre
incapaz de comprenderlo, mientras que ella lo comprendería, con seguridad,
mejor y lo haría feliz. Guiliana se enamora de Carlo por sus dotes empáticas,
sobre todo con respecto a las mujeres (¡ha hecho una buena formación con la
madre!), muy diferente del padre acaparador e insensible.

Los dos establecen su relación en base a esta percepción: Carlo ve a Guiliana


como una autónoma y no egoísta (por lo tanto, piensa que, finalmente, va a poder
ser libre de respirar en una relación importante); Guiliana ve a Carlo atento con
las mujeres y capaz de mantener sus habilidades de autonomía (por lo tanto,
piensa que no debe hacer el sacrificio de sí mismo que ha hecho la madre).

Estas percepciones son realistas y efectivamente implican un aspecto salvador,


pero son parciales. Por ejemplo, Carlo no puede ver al principio el profundo
deseo de Guiliana de tener las atenciones de un hombre y Guiliana no puede ver
el deseo profundo de Carlo de no ser “controlado” por las mujeres. A pesar de
esta ceguera, la intuición de los enamorados, si se trata de un verdadero
enamoramiento (lo que corta la respiración y la lucidez mental), mantiene la
motivación de base para que la pareja se mantenga unida. Cuando la fase de
confluencia deja paso a una percepción más diferenciada, aparecen los aspectos
polares del otro (las ganas de huir de Carlo y la necesidad de atenciones de
Guiliana). El hecho de ver al otro puede ser un shock: “Pero, ¿de quién me he
enamorado?”. El otro aparece como un extraño. Este shock de la pareja es
necesario para “asentar” La percepción en la frontera de contacto.
2.2 Comprender el deseo implícito del otro de quien nos sentimos heridos

Work like ypu don’t need the money.

Love like you’ve never been hurt.

And dance like nobody is watching.

Los miembros de la pareja están conmocionados debido a los factores en su


modo de interactuar: la intencionalidad del contacto, de llegar al otro, y del miedo
de no ser comprendidos en este deseo que, como caminar sin parapetarse, deja
expuesto a la humillación de ser valorado negativamente, como estar
equivocado según el otro. Es aquí donde colocaría el sentimiento de la
vergüenza tan debatido en la literatura gestáltica (Lee,2008; Wheeler, Backman
1994): en el proceso de proyectar en el otro la comprensión que faltaba
anteriormente vivida en un campo relacional significativo.

Lo que hace daño no es tanto el hecho de no ser comprendido por el otro en los
contenidos de nuestra experiencia, sino más bien es nuestro deseo y en los
intentos de conseguirlo, en nuestra intencionalidad de contacto significativo,
podríamos también decir, de intimidad. Se parece a la experiencia de sentirse
ridiculizado cuando se está desnudo.

Recuerdo el caso de una joven pareja muy herida ya después de dos meses de
casados, en la que ella (que provenía de un país del Este) sentía una fuerte
sensación de vergüenza y rabia porque él la ridiculizaba cada vez que trataba de
cocinar algo “italiano” para él. Él, cuya madre había sido una estupenda cocinera,
le decía “Tratas de conseguir el nivel de mi madre, ¿eh?”. Él veía que ella sufría
con su comentario y repetía que se lo decía con ternura, cuando se daba cuenta
de los esfuerzos (según él no necesarios) de ella. Pero el sentimiento que a él
se le convertía en figura era que le molestaba verla trabajar, el cansancio de ella
era como si él la tuviera fallando. Ella no se sentía reconocida en su intento de
cocinar como cocinaba su madre y él no se sentía visto en su deseo de que ella
no se cansara.

Lo que mueve la dinámica de pareja es la intención de “mostrarse a/ ver” al otro


en la desnudez de la experiencia inmediata es la necesidad de intimidad como
ganas de sentirse en casa, como la relajación que encuentra el niño acogido por
los brazos de su madre, como la experiencia de reconocimiento que el viajero
encuentra en el cuerpo y en el alma cuando finalmente vuelve a su sitio en casa.
El otro es deseado como un cuerpo que acoge, refugio contra la intemperie, el
mundo en el que es posible hablar la propia lengua. La modalidad en la que este
deseo se expresa en la pareja está entretejido con el miedo a que el otro no esté
en donde queremos encontrarlo, que el otro esté en otra parte.

De este modo, la experiencia del otro, más allá del momento del enamoramiento,
que por definición es ciego, se siente también con un riesgo de que el deseo de
intimidad se frustre, como el riesgo de que se repita el fallo experimentado en las
relaciones significativas: el otro también es la experiencia del otro extraño que
no comprende, de los brazos inseguros que mantienen nuestro cuerpo en alerta,
de la casa llena de ruidos en la que no es posible descansar.

El otro prisionero (experiencia paranoide) o que quiere engañarnos (experiencia


borderline), demasiado pequeño, necesitado de nuestra ayuda y no capaz de
contenernos (experiencia narcisista), llena el vacío en el que nos lanzamos
cuando volvemos a abrir la posibilidad de confiar en un contacto importante,
significativo, al que hemos otorgado la potencialidad de construir una intimidad.

Por lo tanto, miedo y riesgo, como le gustaba decir a Laura Perls (cfr. Bloom,
2005), crean la vibración especial que caracteriza la tensión hacia el otro, y cada
interacción significativa de pareja, como toda la vida de una pareja, es una
historia. Nos regocijamos en un final feliz en el que se va a volver el recorrido de
nuestras relaciones significativas, en el que experimentamos nuestra renovada
y aumentada capacidad de llegar hacia el otro con la conciencia plena, viendo
realmente al otro, más allá de las proyecciones de rechazo, pudiendo así llevar
hasta el final el deseo de alcanzarlo.

Cuando Giuliana, cansada de esperar a Carlo, que por la noche llega cada vez
más tarde, le pregunta “¿Cómo es que llega tan tarde a casa?” Su miedo es no
ser importante para el (como no lo era la madre, o ella misma, para el padre), su
deseo es hacerle comprender que le gustaría ayudarlo, ser “adulta” o importante
para él. Carlo siente las preguntas de Giuliana como un control, teme haber
vuelto a caer en una red afectiva que conoce bien y, queriendo establecer una
relación más sana, trata de no implicarse, pero también como un modo de
complacer a Giuliana. Su miedo es ser controlado y no tener vida propia, libertad
personal; su es doble; hacer feliz a Giuliana y, a un nivel más profundo, poder
confiar en ella (como no lo ha podido hacer con su madre).

Es interesante darse cuenta de cómo los deseos profundos coinciden con los del
oreo, o, mejor dicho, si se cumplieran harías feliz al otro y producirían un cambio
profundo en ellos mismos. Giuliana sería feliz teniendo un papel de cuidar a
Carlo, porque podría así experimentar ser “adulta”, no la hija pequeña que mira
a la pareja de los padres de abajo a arriba sin poder modificar mucho en la
situación. Carlo sería feliz creyendo que el mejor modo de satisfacer a Giuliana
es exactamente que él se fie de ella (cosa que la madre no ha conseguido
transmitirle).

Reconocer la experiencia del otros en su diversidad y, al mismo tiempo, en su


parecido con nuestros miedos lleva a la percepción diferenciada del otro, y ayuda
a los miembros de la pareja a encontrarse. La sensación de riesgo unida a los
miedos más profundos es lo que permite conseguir la deseada intimidad con el
otro.

2.3 Dar el salto en el vacío relacional y dar placer al otro

Seguir la intensidad del contacto significativo requiere una desestructuración


inicial de uno mismo, de las propias certezas, para mostrarse desnudos ante la
novedad que representa el otro. Este instante de descubrimiento es delicado, a
menudo se llena con los dolores pasados, incluso no conscientemente
percibidos, sino percibidos como evidencia de una intencionalidad negativa del
otro. Sencillamente es más seguro mantenerse en el terreno conocido, incluso
reconociendo las motivaciones del otro como típicas de su modo de reaccionar,
y no ligadas a la falta de comprensión o de desinterés en nuestros
enfrentamientos, no damos el nuevo paso, por ejemplo: no pedimos perdón
después de haber comprendido que hemos ofendido al otro, nos sonreímos a
pesar de saber que esa sonrisa es la solución de un pelea. En resumen,
mantenemos los viejos esquemas de comportamiento, a pesar de haber
cambiado la percepción del otro, por el simple miedo de cambiar.

Podría ser una experiencia típica de pareja que lleva mucho tiempo casada, en
la que la costumbre de no sentirse comprendidos esta «enquistada» y, no
obstante, los miembros de la pareja han desarrollado buenos hábitos de
convivencia, se mantiene la tristeza de no haber llegado a «casa», de no
conseguir compartir la desnudez en un terreno común, en el que se puede mirar
y ser mirado sin miedo a ser ridiculizado o bloqueado.
En esta dimensión experiencial, la capacidad de jugar representa un ingrediente
importante. En el drama de las vivencias de la pareja, obstinarse en querer que
el otro cumpla el sueño afectivo no ayuda a estar mejor. Solamente el salto
ilógico del juego, el dejarse momentáneamente sin resolver el problema para
hacer otra cosa, viviendo como si no existiera, es la sabiduría profundamente
humana del estar con el otro, estar con el otro como si el drama no existiera,
riendo porque así se mira hacia el futuro que puede empezar ahora.
Carlo podría volver a casa llevándole un ramo de rosas y disfrutar de la
conmoción en los ojos de ella, sin esperar nada más. Giuliana podría decirle a
Carlo, en los raros momentos en los que lo ve, las cosas que ella sabe que él
hace por su relación, por ejemplo, que trabaja pensando en su futuro, que
piensa en ella y que haría casi cualquier cosa por ella, pero que tiene miedo de
su control y por esta razón no se abre a ella.
A veces, una pelea supone el camino más conocido para superar la ansiedad
del vacío relacional: «Si quito todo lo que entre nosotros me recuerda las heridas
y el ideal de compañero por lo que te he buscado, por los que he alimentado la
esperanza de encontrar a alguien como nunca lo he encontrado, tendría
enfrente de mí a TI, un desconocido. Te haré feliz, te daré placer a ti, no a quien
imaginaba que deberías ser».
Parecerá extraño, sin embargo, a muchas parejas les parece insoportable la
cercanía, exactamente por esta angustia de la relación «desnuda».

3. Un modelo de psicoterapia gestáltica con las parejas

El terapeuta gestáltico tiene un enfoque especial en el trabajo con las parejas:


cree que el objetivo de la terapia no es el sacrificio de los deseos individuales en
favor de las reglas del vivir social en familia, sino reapropiarse de la creatividad
espontánea con la que está caracterizada cualquier relación significativa. El
objetivo del terapeuta gestáltico de pareja no es que los miembros de la pareja
no peleen, sino que sean capaces de divertirse y sentirse vivos, íntegros y
creativos en la frontera de contacto de su relación. Esto puede suponer
momentos de conflicto, atravesar el dolor de las heridas provocadas por el
comportamiento del otro, puede suponer atravesar la humillación de no sentirse
acogido por el otro, pero, con seguridad, presupone el objetivo de conseguir la
intimidad con el otro, el valor de expresarse a sí mismo con el otro, de no dejar
a un lado los conflictos antes de tiempo (Perls, 1942).

Todos los psicoterapeutas gestálticos que han trabajado y escrito sobre el


trabajo con parejas, más allá de la especificidad de su modelo, coinciden en un
procedimiento básico que permite sostener lo que la pareja ya sabe hacer. En
línea con los principios epistemológicos ya expuestos, el psicoterapeuta no está
interesado en buscar lo que no funciona, sino por el contrario, en sostener los
recursos del proceso que se muestran espontáneamente en el modo en el que
los miembros de la pareja se adaptan creativamente en la frontera de contacto.
Una cierta parte de la literatura gestáltica contemporánea (cfr., por ejemplo, Lee,
2008) trata de hacer una contribución para proporcionar a las parejas un
lenguaje específico para comprender lo que ocurre entre ellos en términos
positivos y creativos.
A partir de este fondo teórico y metodológico, he elaborado mi modelo, que
comparte con los ya citados el apoyo a lo que los miembros de la pareja ya
hacen para encontrarse, y se diferencia de ellos por la lectura de las vivencias
de la pareja basada en las tres dimensiones experienciales expuestas más
arriba. En un planteamiento epistemológico que pone en el centro el interés del
terapeuta gestáltico por sostener la intencionalidad espontánea del contacto
entre los miembros de la pareja, el modelo que presento brevemente ( que
prometo describir más extensamente en publicaciones futuras) que coloca no
solamente la lectura diagnostica, sino también el proyecto terapéutico en dos
dimensiones octogonales del proceso: la dimensión sincrónica que comprende
los momentos guía para orientar el aquí y el ahora de la sesión de pareja, y la
dimensión diacrónica que separa el fondo experiencial con el que la pareja llega
a terapia.
3.1 El setting del modelo
Como premisa al modelo debo especificar que siempre hago que la pareja se
siente en dos sillones iguales y giratorios en 360 grados, mientras yo sigo en
una silla que no se gira. El setting es claramente diferente entre la pareja que
interactúa y el terapeuta que observa de un modo participativo e interesado. A
falta de sillones giratorios, se procede a utilizar sillas colocadas una enfrente de
la otra, debido a que los miembros de la pareja se miren entre ellos, y no miren
hacia el terapeuta. Durante toda la sesión se invita a los miembros de la pareja
a interactuar entre ellos, y a girarse hacia el terapeuta solamente para pedir
ayuda. Como me ha enseñado Sonia Nevis, el terapeuta mira a la pareja que
interactúa como si estuviese mirando una partida de ping-pong o la pantalla de
un cine (con la espalda apoyada en la silla), e interviene solamente cuando sea
necesario sostener el proceso de contacto o cuando te lo pida la propia pareja.
3.2 Los momentos guía del modelo: la dimensión sincrónica
Cada modelo gestáltico de trabajo con la pareja se focaliza en el aquí y en el
ahora del encuentro entre la pareja y el terapeuta, y debe desarrollar un mapa
para que el terapeuta se oriente en el territorio representado por su petición y
por la riqueza de su interacción. Siguiendo las tres dimensiones experienciales
comentadas más arriba podemos individualizar los procesos que el terapeuta
da junto a la pareja para ayudar a los miembros de ella a encontrarse con la
espontaneidad de su estar, a través del reconocimiento de las intencionalidades
de contacto reciprocas.
He individualizado cuatro pasos como mapa para el recorrido terapéutico que
van desde atravesar el proceso de decisión de la pareja al reconocimiento de su
“valentía” por el hecho de mantenerse siendo una pareja y de lo que saben hacer
bien juntos, con el testigo de pedirle al otro un comportamiento concreto que le
haga estar mejor, hasta el desvelamiento del amor por el otro, oculto en general
por la vergüenza y el miedo de estar todavía y de nuevo heridos.
Por lo tanto, aquí está presento el mapa del modelo.
3.2.1 Primer paso: “porque estamos aquí”
Después de las presentaciones iniciales, y apenas la pareja se sienta en los
sillones, el terapeuta pregunta “¿Habéis decidido de que vas a hablar hoy
conmigo?” en general los miembros de la pareja, que suelen estar preparados
para contar cada uno su propia versión individual del problema, se miran, y se
sienten sin preparar esto y contestan: “No”. El terapeuta: “¿Podéis, entonces
poneros de acuerdo, aquí, delante de mí, hablando entre vosotros – y no
volviendo a mirarme a mí- sobre de qué queréis hablarme?”
La pareja lo hace. Es importante que el terapeuta no se deje seducir por ningún
intento de alguno de ellos o de los miembros de la pareja para evitar mirarse e
interactuar entre ello; las informaciones que este primer paso da al terapeuta y
el clima que esta condición permite crear son fundamentales para la aplicación
del modelo. El terapeuta observa los procesos de la decisión que la pareja utiliza
para contestar a la petición del terapeuta. Hay parejas en la que uno propone y
el otro acepta inmediatamente, parejas que no consiguen llegar a ningún
acuerdo, parejas que después de negociar llegan a un acuerdo, etc.
El terapeuta devuelve a la pareja lo que observa por ejemplo “¿Siempre es así
entre vosotros? ¿Uno propone y el otro está de acuerdo?”. La observación del
procedimiento del terapeuta tiene sobre los miembros de la pareja el efecto de
sentirse vistos en lo profundo: este terapeuta ve cosas verdaderas ¿Cómo ha
hecho para darse cuenta? Por lo tanto, la pareja se predispone bien con
respecto al terapeuta que se mostrara como alguien que sabe ver lo esencial,
que no se deja engañar o confundir por la comunicación confusa de la pareja.
Puede ocurrir que la pareja llegue “preparada” a la pregunta “¿Habéis decidido
qué queréis hablar conmigo?, conteste “Sí”. El terapeuta: “¡Bien! veo que estáis
bien orientados en el trabajo que vamos a hacer, ¿Podríais volver a deciros,
aquí delante de mí de qué queréis hablar?”
Este paso además de “sentar “el clima y el foco del trabajo terapéutico, le da al
terapeuta informaciones básicas, no solo sobre el funcionamiento de la pareja
ante un extraño a quien se pide ayuda. Cuando la pareja muestra rápidamente
la intimidad, o por el contrario defiende la privacidad hasta el momento en el que
está segura de poder fiarse, es un aspecto que depende en parte de la cultura
de pertenencia, en parte del estilo de la pareja y en parte de la frontera de
contacto que se está creando con ese terapeuta especifico. El tema de quien
decide que comer, por ejemplo, es un contenido que se puede mostrar mucho
más fácilmente que un contenido que tiene el mismo proceso, pero que es más
íntimo, como quien decide tener relaciones sexuales.
El terapeuta observa si los miembros de la pareja respiran de un modo relajado
no cuando interactúan o si evitan mirarse, etc. Esta información sirve para
proponer una intervención teniendo en cuenta el “lenguaje del procedimiento”
de la pareja y teniendo en cuenta sus recursos.
3.2.2 Segundo paso “tenemos un round de pareja”
El terapeuta, a continuación del paso anterior, le pide a la pareja que busquen
dos o tres cosas que saben hacer bien juntos. Por ejemplo: Por lo tanto, cuando
necesitas decir algo: ¿Se parece a lo que ha ocurrido aquí; usted señora
propone y usted volteándose hacia el marido generalmente acepta? * (o en casa
en general llega a un acuerdo mientras que aquí, en esta situación, no actúa
con la misma seguridad y armonía). Bien, ¿Podría ahora encontrar las tres cosas
que sabéis hacer bien juntos como pareja
Se invita a la pareja a conocer estas cosas, mientras se miran. En general,
contrariamente a lo que se podría pensar teniendo en cuenta que la pareja tiene
una crisis, los miembros de la pareja consiguen encontrar un mínimo de cosas
que saben hacer bien juntos. Por ejemplo: “sabemos hacer juntos bien las
compras o sabemos ocuparnos bien de nuestros hijos, o también sabemos
divertirnos juntos yendo al teatro”. Este paso tiene una importante información
diagnóstica y pronóstica para el terapeuta, ya que cuanto más la pareja consigue
identificar cosas de buen funcionamiento, más recursos tiene para reparar el
problema por el que piden ayuda. A veces, los miembros de la pareja no llegan
a encontrar ningún recurso en su funcionamiento y se encuentran
desensibilizados, desinteresados para funcionar de un modo satisfactorio. Esto
hace el trabajo difícil, y esconde vivencias muy dolorosas en los miembros de la
pareja. En estos casos, el terapeuta puede pedir que encuentren un par de
cosas que saben hacer bien juntos como pareja. Esto hace que todas las parejas
hagan esta tarea, y le da sentido al hecho de ser pareja, aunque se refiera al
pasado.
Que la pareja tenga la sensación, en el mismo momento en el que la falta de
valor les hace pedir ayuda, de haber hecho espontáneamente algo para
funcionar bien, es un gran apoyo. Constituye para ellos un sintonizarse con el
fondo de los contactos dados por sentados de la pareja, con las seguridades del
fondo experiencial, que, aunque solamente se refiera al pasado, han hecho
posible la intimidad.
Este paso, por lo tanto, predispone a los miembros de la pareja a escuchar la
intencionalidad positiva del otro, más allá de los miedos percibidos en su falta
de sentirse acogido por el otro. De este modo están preparados para el paso
siguiente.
3.2.3 Tercer paso: “me gustaría que tu…”
Conseguido el importante cambio de clima y perspectiva (“Estoy aquí no para
acusarte o para tener razón, sino para conocerte mejor”), se hace posible dar,
desde el segundo paso, una tercera etapa que consiste en evidenciar lo que los
miembros de la pareja les gustaría que fuera diferente en el otro, a nivel
comportamental. Se trata de un momento crucial para la intervención terapéutica
con la pareja, en el que cada uno de ellos se ayuda a diferenciar en el
comportamiento del otro la intencionalidad que lo determina separándola de la
herida que provoca en él o en ella.
Pongamos como ejemplo que uno de los miembros de la pareja, ella dice en
una sesión:

Mujer: «Cuando le siento hablar en voz alta a nuestro hijo me empieza a doler
el estómago, recuerdo cuando mi padre me regañaba y me parece que él es
igual».
T.: «Míralo. Recrea ese momento. Trata de centrarte en tu dolor de estómago,
pero mirándole a él. ¿De qué te das cuenta»?
Mujer (Mirando a su marido): «¡Qué raro!, después de un rato, el dolor de
estómago se va al fondo y veo que él me mira desesperado porque se siente
solo cuando trata de hacer que nuestro hijo comprenda algo importante. Me
parece que me está pidiendo desesperadamente ayuda».
T.: «¿Se lo puedes decir a él?»
Mujer (A su marido): «Cuando te miro te veo desesperado, no tengo dolor de
estómago. Comprendo que no eres violento, sino que quieres que te ayude
como madre de nuestro hijo».
Marido (A su mujer): «¡Por fin lo has comprendido! Es verdad que quiero tu
ayuda, que confío en ti. Me desespera el hecho de que no me mires, que digas
que te duele el estómago, como si quisieras irte de mi lado. Te necesito».

A veces esta separación entre la intencionalidad del otro y los propios miedos
supone el adiestramiento de los miembros de la pareja en un lenguaje de
propuestas, en lugar de acusarlo. Por ejemplo: «Te habría agradecido si me
hubieras preguntado cómo me sentía cuando te has ido», o: «no me disgusta
que trabajes con satisfacción, aunque esto suponga que podamos estar menos
tiempo juntos de lo que me gustaría. Me siento orgullosa de ti, del trabajo que
haces. Me gustaría que me preguntaras, de vez en cuando, cómo estoy, porque
esto me daría la sensación de que te interesas por mí».
En el caso en el que los miembros de la pareja se muestren con un estilo
acusatorio y se comunican centrados en culpar al otro en lugar de en lo que les
gustaría, hay que aceptar la espera desilusionada y sostenerla para que se
transforme en un deseo explícito y no en una comunicación acusatoria (Satir,
1999).

He aquí un ejemplo:

Partner 1: Tú nunca has hecho nada en casa.


Partner 2 se pone rígido en la silla.
T. (Al Partner 1): ¿Le puedes decir a tu compañero qué siente mientras le dices
esto?
Partner 1: Rabia, mucha rabia porque me ve trabajar como una negra en casa y
no hace nada.
Partner 2 (Al Terapeuta): Yo hablo cuando ella lo dice.
T. (Al Partner 1): ¿Qué esperas que haga? ¿Puedes decir tres cosas concretas?
Por ejemplo, que ponga la mesa, que prepare y bañe a los niños, que los lleve
a la cama mientras tú organizas la cocina. Mírale y díselo directamente.
Partner 1 (Le mira con cansancio, sigue rígida, después al terapeuta): Da lo
mismo porque no lo va a hacer nunca...
T. (Al Partner 1): ¿Puedes respirar, por favor, y registrar las sensaciones de tu
cuerpo? Ahora mírale, sigue respirando, siente la fuerza que viene de tu cuerpo,
siente también cómo él es alguien distinto, siente que no dependes de él... y
ahora dile lo que te gustaría.
Partner 1 (Respira profundamente, se muestra más segura y diferenciada): Me
gustaría que bañases a los niños y que los llevaras a la cama mientras yo
preparo la cena.

En este punto él es libre de contestar según su propio punto de vista a su pareja,


no sintiéndose con la espalda contra la pared con las acusaciones de ella. Esta
estrategia comunicativa es importante porque permite que los miembros de la
pareja se sintonicen en la intencionalidad del contacto del otro: la «lamentación»
del otro, que primero era recibida como una acusación, ahora se entiende como
un deseo de contacto, de ser escuchado y considerado capaz de acoger al otro.
3.2.4. Cuarto paso: «Me gustaría que supieses que yo...»

Cuando los miembros de la pareja aprenden la estrategia de comunicación del


tercer paso y la eligen conscientes de los efectos positivos que crea en su
capacidad de (re)conocerse más allá de los miedos, un cuarto paso es el
focalizarse en la intencionalidad de contacto propia y del otro, para poder entrar
en la relación en un fondo de reciprocidad, en lugar de en un fondo de cierre
individual. Él no solo está a nuestro lado para curar nuestras heridas sino para
crear una nueva relación.
Esta perspectiva de aceptación de la novedad permite propiciar a curar las
propias heridas antiguas, lo que, paradójicamente, permite verlas de modo
diferente.
Primero es necesario aceptar que el otro no es ideal, que estamos hechos como
la cara opuesta de la moneda de nuestras heridas antiguas. Los miembros de la
pareja van a ser capaces, de este modo, de percibir por lo que cada uno,
afectivamente, hace por la relación y por el otro, modificando radicalmente la
percepción anterior del otro como no acogedora, no interesado, como también
la percepción de uno mismo como obligados a convertirse en extraños, a no
poder experimentar la pertenencia tan deseada. Esto es un cambio perceptivo
revolucionario.
En este paso, el terapeuta sostiene espontaneidad de los miembros de la pareja
de encontrarse dando un salto en el vacío. Los dos tienen la posibilidad de
mantenerse acorazados en el propio dolor o fiarse de la novedad de contacto
con el otro. Se trata de mantenerse en la actitud egoísta de saber todo sobre el
otro manteniendo la renuncia a la imposibilidad al cambio, o de reír,
zambulléndose en la maravilla del otro sin preocuparse de las heridas propias.
3.3 Uso de los momentos guía
Todos los pasos que se han descrito van seguidos en cada una de las sesiones,
ya sea en las primeras como en todas las que le siguen después. Estas se
encuentran en los tres aspectos de la experiencia de la pareja y el terapeuta
puede diagnosticar cual de esos tres aspectos necesita un apoyo mayor para
cada pareja. Además de encontrar los momentos guía para el trabajo
terapéutico, estos tres pasos son parte de referencia para el diagnóstico y la
terapia de pareja.
Intervención terapéutica el momento evolutivo de la pareja: la dimensión
diacrónica.
Cada intervención terapéutica se coloca en el momento del ciclo vital que la
pareja está atravesando. Si entre tantos modos de individualizar (v. figura 3), las
etapas del ciclo vital de una pareja, consideramos el criterio de la modalidad de
contacto predominante (Lobb, 1987), podemos individualizar el tiempo de la
congruencia, del enamoramiento en el que la falta de percepción de las fronteras
( la ceguera del enamoramiento) garantiza la “ cimentación” del vínculo de
pareja; el tiempo de la introyección, en que el contacto es fundamentalmente
regulado por normas (implícitas y explicitas) que, de algún modo “sientan” la
relación de pareja y dan a los individuos la posibilidad de crecer en su
individualidad, el tiempo de la proyección, en el que los dos agreden las certezas
reciprocas con el fin de reconocerse en su diversidad, el tiempo de la , en el que,
sintiendo la solidez de la propia, se arriesgan a vivir sin necesitar al otro, el
tiempo del contacto pleno, en el que con la conciencia de que se puede vivir
tanto solo como con el otro, pueden volver a decidir estar con el extraño.

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