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El jefe de la banda.

30 de diciembre de 1899 .

EL JEFE DE LA BANDA.

Derian Figueroa Alarcón


MATERIA: principios juridicos.
GRUPO: ADM1SB117
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"El jefe de la Banda”

Desde tiempos inmemoriales, la historia de México ha estado marcada por episodios políticos

que han dejado huella en la memoria colectiva. En este vasto escenario de acontecimientos,

surge una obra que se erige como testigo y narrador de los avatares del poder mexicano: "El Jefe

de la Banda". Escrito por José Elías Romero Apis, este libro se erige como un compendio

político que abarca desde la era de Carranza hasta el gobierno de Calderón, revelando vivencias,

anécdotas y la cercanía del autor con las figuras que han moldeado el destino del país en los

últimos cincuenta años.

El mérito de esta obra radica en su capacidad para trascender las barreras temporales y

exhibir las luces y sombras del sistema político mexicano durante la última centuria. Sin

embargo, como cualquier relato impregnado de subjetividad, el libro no escapa de las filias y

fobias de su autor, quien valora de manera particular algunos sucesos que marcaron la historia

del país. A través de sus páginas, se entretejen descripciones de lo limpio y lo sucio, lo eficaz y

lo fallido, lo noble y lo cínico, lo patriótico y lo canallesco que han caracterizado el quehacer

político nacional.

No obstante, en medio de este vasto panorama, emerge un punto de quiebre en las páginas

375 y 376 del libro, una condena histórica que Romero Apis considera injusta, absolutamente
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injusta. Aquí, la trama se complica, y el lector se ve inmerso en una travesía que desafía la

versión aceptada de la historia.

La acusación que pesa sobre el expresidente Zedillo es clara y contundente: se le señala de

realizar una transacción partidista con la Procuraduría General de la República (PGR),

regalándola al Partido Acción Nacional (PAN). Según el relato, este acto se habría consumado

primero a través de Diego Fernández de Cevallos y, al no concretarse, mediante un

nombramiento "en blanco" enviado a los panistas para que lo llenaran según su conveniencia,

siendo Antonio Lozano el elegido.

El autor, lejos de asumir una posición neutral, se sumerge en la crítica alegando dos

circunstancias atenuantes que eximen su responsabilidad: la torpeza del gobierno para informar

lo ocurrido y la repetición de información proveniente de fuentes que no presenciaron los

hechos, convirtiendo el infundio en una "verdad histórica".

En este punto, es crucial analizar las circunstancias y el testimonio del propio Romero Apis

para arrojar luz sobre la veracidad de la acusación. El autor revela que, en 1994, Zedillo le

ofreció el cargo de procurador general de la República, propuesta que rechazó en repetidas

ocasiones. Para persuadirlo, Zedillo convocó al entonces presidente del PAN, Carlos Castillo, a

una reunión en la que también estuvo presente Gabriel Jiménez Remus. Durante este encuentro,

una alusión al PAN por parte de Castillo desató la molestia de Zedillo, quien aclaró que su

decisión se basaría en la idoneidad del candidato y no en favor de un partido.


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Es en este contexto que el presidente solicita a Romero Apis sugerir un candidato, siendo

Rafael Sánchez Miranda la opción propuesta por el autor. Aquí emerge la discrepancia con la

versión expuesta en "El jefe de la Banda": el autor niega haber sugerido o anotado al licenciado

Lozano, aunque destaca su amistad y respeto hacia él.

Este testimonio, que surge como un eco de la campaña de Romero Apis en 1994, donde

abogaba por "un México sin mentiras", plantea interrogantes cruciales sobre la veracidad de la

acusación contra Zedillo. Más allá de las filias y fobias, el lector se enfrenta a la complejidad de

discernir entre la versión oficial de los hechos y la narrativa personal del autor.

En última instancia, "El jefe de la Banda" se erige no solo como un compendio histórico y

político, sino como una reflexión sobre la construcción de la verdad histórica y las injusticias

que pueden emerger en el entramado del poder. A medida que el lector se sumerge en sus

páginas, queda desafiado a cuestionar las versiones aceptadas y a explorar la complejidad de los

eventos que han marcado el devenir político de México.

Hablando acerca de la dualidad presidencial, La Presidencia de la República, más que una

entidad abstracta, es la manifestación palpable de un individuo con sus virtudes y defectos, su

humanidad que se entrelaza con el peso de un cargo monumental. En el México del siglo pasado,

el presidente no solo ostentaba el poder institucional sino también una serie de facultades

implícitas, un conjunto de roles que iban más allá de las páginas constitucionales.
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Dos elementos claves, hoy en día desdibujados, otorgaban a la Presidencia mexicana una

preeminencia indiscutible. En primer lugar, las atribuciones constitucionales que abarcaban la

jefatura de Estado, gobierno, fuerzas armadas y política exterior. En segundo lugar, facultades no

escritas, como la jefatura de partido, liderazgo en el congreso y el comando de la justicia, que

conferían al presidente una influencia omnipresente en la vida política del país.

No obstante, la trama se complica cuando nos sumergimos en la dualidad del individuo que

ocupa el cargo. Un presidente no es solo un ejecutor de funciones institucionales, sino también

un ser humano con sus propias creencias, personalidad y "estilo". Este "estilo" se manifiesta de

manera elocuente en la forma en que el presidente Vicente Fox afrontó su mandato. Su

menosprecio por la política y el lenguaje lo llevó a tropezar en la tribuna en repetidas ocasiones,

evidenciando una falta de conciencia sobre la magnitud de su posición.

La dicotomía entre el individuo y el presidente es un fenómeno constante en la historia

presidencial mexicana. Adolfo Ruiz Cortines, por ejemplo, era consciente de esta dualidad y, de

manera simbólica, se despojaba de la banda presidencial en reuniones privadas para expresar

opiniones más informales. Charles De Gaulle también adoptaba esta perspectiva al referirse a sí

mismo en tercera persona, reconociendo las diferentes capas de su identidad.


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El poder presidencial, según Richard Nixon, no siempre es divertido. La carga de

responsabilidades enormes puede deslumbrar a quienes no la ejercen, pero para el hombre de

poder, los honores y el ceremonial son solo accesorios. El buen ejercicio presidencial radica en

la habilidad del mandatario para distinguir sus límites y los de sus subalternos, un reflejo de su

identidad y conciencia de su papel exclusivo.

En el contexto actual, donde las puertas de la política parecen entreabiertas, la metáfora de las

puertas adquiere relevancia. La política entreabierta, caracterizada por la mezcolanza de la

realidad con la ensoñación, refleja una falta de claridad en la toma de decisiones y puede

conducir a la confusión y la incertidumbre. La política real, en contraste, se fundamenta en la

objetividad, el realismo y la madurez, evitando la peligrosa sustitución de la realidad por el

ensueño.

En conclusión, la Presidencia de la República es un entramado complejo donde se entrelazan

las facultades constitucionales con la personalidad del individuo que la ocupa. La dualidad entre

el presidente como ciudadano y como mandatario ha sido una constante en la historia política

mexicana, requiriendo una habilidad única para equilibrar las responsabilidades institucionales

con la autenticidad personal. Solo a través de esta conciencia dual puede el presidente ejercer su

poder de manera efectiva y orientada a la realidad, evitando caer en las trampas de la política-

ficción que han marcado momentos críticos en la historia política mundial.


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Bibliografía:

José Elías Romero Apis (2015) El jefe de la Banda. México: Plaza y Valdés Editores

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