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Héroes y corruptos en
Las Catilinarias de Juan Montalvo
I. Introducción
En la Roma del año 63 ac, Marco Tulio Cicerón acusó a Lucio Sergio
Catilina de conspirar contra la República. En cuatro discursos conocidos
con el nombre de Las Catilinarias, y a los cuales caracterizaron la sátira
y la ferocidad del lenguaje, Cicerón añadió a la condición de conjuro de
Catilina otras imputaciones como la de asesino, ladrón e incestuoso que
poco o nada tenían que ver con el asunto de la traición. Los esfuerzos ver-
bales de Cicerón dieron fruto y Catilina no tuvo más remedio que aban-
donar Roma. Muchos siglos más tarde y exiliado en la ciudad fronteriza de
Ipiales en Colombia, Juan Montalvo apelaba a la fe ciceroniana en el poder
punitivo de la palabra. Entre 1880 y 1882 escribió doce panfletos políticos
en contra de Ignacio de Veintemilla, posteriormente reunidos y publica-
dos bajo el título de Las Catilinarias, cargados con la prosa mordaz que ya
para entonces era el sello característico de su estilo.1 En la acritud de estos
escritos lo que queda en evidencia es la seguridad que desde siempre tuvo
Montalvo en la puntería de su escritura como arma de combate. Una cer-
teza que había quedado grabada en la historia del Ecuador con las palabras
con las que celebró el asesinato de Gabriel García Moreno el 6 de agosto de
1875: “Mía es la gloria. Mi pluma lo mató”. A partir de aquel momento, esa
confianza en el poder provocador de su discurso, no se ocultaría nunca.
Y es ello lo que, más que la naturaleza de su sátira violenta o su apego al
clasicismo literario, explica el título de los pasquines: “Mi nombre está gra-
bado en mis flechas, y con ellas en el corazón mueren tiranos y tiranuelos:
díganlo García Moreno y El Cosmopolita; díganlo Antonio Borrero y El
Regenerador. ¿Lo dirán también Ignacio Veintemilla y Las Catilinarias?”
(2: 197–98).
Como letrado típico de su época, Juan Montavo ajustó la intención po-
lítico-didáctica de su discurso a la común percepción social del intelectual
como el promotor de la voluntad constructora del Estado necesario. En
consecuencia, su retórica política se vio sometida al confinamiento al que
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relación entre la performance que se ejecuta para ser evaluada por otros,
y la idea de la descomposición de la imagen del acto que se debe ejecutar
(o su “improvisación”), reducen la actuación del líder al estricto segui-
miento del libreto que ha escrito el grupo dueño del poder político. Un
poder que sólo puede legitimar su valor en la medida en que su instru-
mento, el líder, se ajuste a un carácter institucional predefinido que sirva
de puente para que dicho poder se transforme en autoridad. Para lograr
eso en la Hispanoamérica decimonónica, surge el apego a un actuar uni-
dimensional del poder (masculino, criollo y con bienes), que en teoría no
podía permitirse la improvisación. Fue ello lo que facilitó que el modelo
del héroe patrio se manipulara a partir de su cercanía con las característi-
cas de esa idea del poder. De esta forma, lo que hace patente el proceso de
corrupción es que el discurso políticamente crítico descubre que la imagen
oficial del presidente (o de cualquier político importante que no se adhiera
a la conducta predispuesta por la memoria insigne de los libertadores), es
sustituida por la que, precisamente como un cuerpo descomponiéndose,
repugna por su alejamiento de la imagen con la cual debe compaginar. La
putrefacción del ideal del líder en su función de representante de una co-
munidad, en su condición de encarnación y proyector del carácter nacional
de esa comunidad, adquiere así un matiz identitario y de carácter nacional,
que es necesario eliminar.6
Es incuestionable la estrecha relación que existe entre la caída en des-
gracia del personaje político o, lo que sería casi lo mismo, la estampa de
su condición corrupta, y el endiosamiento que siempre envolvió a la re-
presentación de la figura del líder. Un endiosamiento determinado por el
aura divina que evoca el carácter incorruptible del mito que la promueve.
En ese sentido, vale la pena recordar que durante los primeros intentos
en el ejercicio de la independencia política de España, en las repúblicas
hispanoamericanas, la reinvención de los rituales coloniales que se rela-
cionaban con la obediencia a la Corona, consistió en la sustitución de la
idea del Rey omnipotente por la de un presidente que seguiría el ejemplo
que como legado dejaran los padres de las patrias. Ello sirvió para darle
una continuidad simbólica a la esperada complacencia con el nuevo po-
der que alrededor de sí misma reunía la elite. El representante escogido (o
impuesto) debía reflejar en su actuar las virtudes de los héroes patriotas.
Para el representante del poder del Estado, se trató así de seguir la pauta
que daba la “performatividad imaginada” de una memoria en la que se
conjuraban los héroes libertadores representados como intachables por las
nacientes historias oficiales. Una performatividad alimentada por la idea
de un modo específico de actuación del poder, y mantenida en el intento de
repetir actos políticos imaginados como grandiosos y pensados como ne-
cesarios para modelar la memoria nacional en función de su contribución
a la solidificación del Estado. Y es precisamente ello lo que acusa Montalvo
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demasiado fuerte la mía (…) por muy asentado el carboncillo en los perfi-
les de ese extraordinario semblante [el de Veintemilla]” (356).
Las Catilinarias de Juan Montalvo es uno de los textos más represen-
tativos de las contradicciones del liberalismo decimonónico hispanoame-
ricano. La violencia del discurso surge de lo que pareciera ser el resultado
del esfuerzo de Montalvo por ingresar a la categoría de liberal más por
voluntarismo que por convicción. Si bien la concepción del liberalismo en
el Ecuador de finales del siglo XIX no separa radicalmente las vetas econó-
micas y políticas de la ideología, como claramente lo hace Montalvo en Las
Catilinarias (donde nunca hace referencia a los planes económicos o socia-
les del gobierno de Veintemilla), el escritor privilegia la veta política como
la definitoria de la ideología liberal. Sin embargo, en este aspecto, salvo la
idea de la separación del Estado y la sociedad civil, Juan Montalvo no con-
cuerda con lo que serían los principios más elementales de la ideología que
dice abrazar: libertad del individuo con respecto del Estado y la disolución
de las agrupaciones monopolizadoras de la producción. Montalvo debate
la poca viabilidad que tienen estas propuestas en el Ecuador de su tiempo
no tanto por pensar que sus conciudadanos fueran incapaces de llevarlas a
cabo, sino porque él no creía en ellas. Su fervor católico y su intensa defensa
del Patronato no coinciden con las propuestas políticas del liberalismo.18 Y
sin embargo, sus continuos ataques a un clero que tampoco se ajustaba a
la imagen prefigurada del sacerdocio, le ganan la excomunión. Estas con-
tradicciones en la vida y el discurso de Juan Montalvo hacen que desde la
violencia que contiene el insulto se pongan de manifiesto su apego al “ima-
ginado” del héroe patrio como modelo político y la frustración con la que
consecuentemente criminaliza la realidad.
Las Catilinarias son prueba de que el aspecto más interesante del libera-
lismo latinoamericano en el siglo XIX fue, como ha afirmado el historiador
Charles Hale, su paulatina transformación de ideología en conflicto con el
orden colonial en mito hegemónico (39). El elemento racionalista que trajo
el liberalismo consigo fue entonces amoldado para ofrecer una lógica que
lograra entonces el control social. El avance del liberalismo no reemplazó
completamente el orden anterior sino que la veta conservadora heredada
de la colonia y la onda liberal convivieron, quizás demasiado cerca la una
de la otra, durante el siglo diecinueve y comienzos del veinte. Razón por
la cual para algunos historiadores, los liberales de comienzos y mediados
del siglo XIX se convirtieron en los conservadores del fin de siglo (Wiarda
142–143). La ideología del discurso liberal apeló principalmente a la nece-
sidad de fuertes instituciones del Estado, a la seguridad de que las naciones
eran capaces de gobernarse a sí mismas y al orden social visto como la ca-
pacidad del sujeto de responder a los requerimientos de la ciudadanía. Sin
embargo, mientras se perfeccionaban tales condiciones el vacío que dejaba
una fuerza unificadora como la de la Corona, se llenó con las arrolladoras
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Notas
1 Ignacio de Veintemilla gobernó Ecuador entre 1876 y 1882. Montalvo lo retrata como traidor
porque se suponía que una vez concretado el golpe de estado contra Antonio Borrero entregaría
el poder a los liberales. Sin embargo, ese no fue el caso. Veintemilla se adueñó del poder y de-
mostró tener poca paciencia con las campañas en su contra. Con Veintemilla en el Ecuador se
consolidó el modelo agro-exportador que significó una cierta bonanza económica y que dio paso
a la consolidación de una burguesía liberal dirigida por comerciantes cacaoteros y banqueros.
Pero la imagen de Veintemilla que quedó grabada en la historia es la del dictador derrochador, el
aprovechador para beneficio propio de los bienes públicos, el abusador del poder y comprador
de favores militares.
2 La constitución de Ecuador de 1884 ofrece condición ciudadana a los hombres que saben leer
y escribir. La de 1887 elimina la estipulación genérica pero mantiene como requisito el tener
que saber leer y escribir, igual que la de 1906. En 1929 se reformula el artículo agregando que es
ciudadano cualquier hombre o mujer que sepa leer y escribir. Dicha prescripción se mantiene en
la constitución de 1946 y en la de 1967. La necesidad de saber leer y escribir para ser ciudadano
se elimina en 1978.
3 Chris Conway en The Cult of Bolívar in Latin American Literature ha hecho un trabajo muy inte-
resante sobre la manipulación de la figura de Simón Bolívar como proyector de una autoridad
patriarcal constructora de identidades y definidoras de las relaciones del sujeto con el poder y la
sociedad.
4 Para Lynch: “Caudillism was the first stage of dictatorship, and the dividing line was about 1870.
The division was not absolute. The term ‘dictador’ was used before this date, usually by bureau-
crats and theorists rather than in general speech, and it conveyed a similar pejorative sense. The
designation o “caudillo” lasted beyond its normal limits because remnants of caudillismo survived
into otherwise modernized and modernizing societies” (9).
5 En el Tesoro de la lengua castellana o española de Covarrubias, se establece que “corromper” de-
riva del latín (363). Queda claro que el político corrupto es el que rompe con el modelo a seguir,
el que contamina la imagen pública, el que vicia la conducta del empleado de gobierno y en fin el
que puede destruir una nación.
6 La idea de ese líder corrupto que no se atiene al modelo del héroe patrio y su relación con la
identidad nacional podría verse también desde la conexión que establece Gabriela Nouzeilles
entre el darwinismo social en boga en Latinoamérica a finales de siglo XIX y la promoción de
la relación entre la salud y la imagen pública de la nación. Para Nouzeilles: “Una vez que el
higienismo trasladó la distinción entre lo normal y lo patológico al cuerpo social en su totalidad,
lo nacional quedó delimitado en función de la distinción entre lo sano y lo enfermo” (36).
7 Sin embargo, Alejandra Osorio deja en claro que a diferencia de la manera francesa, el Rey espa-
ñol era representado como vulnerable ante Dios. Por ello los colores de las exequias francesas
lo que buscaban resaltar era la naturaleza sagrada del rey; mientras que el negro usado por los
españoles el carácter mortal del rey (461).
8 Adopto la traducción que tradicionalmente se ha usado en español, por falta de una única palabra
que pueda atrapar el sentido de “lo extraño familiar” que representa el concepto original en
Freud de lo unheimlich o su más acertada traducción al inglés uncanny.
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9 Miguel de Unamuno llega a establecer el valor literario de Montalvo en su manejo del insulto:
“Fue la indignación lo que hizo de lo que no habría sido más que un literato con la manía del
cervantismo literario, un apóstol, un profeta encendido en quijotismo poético; es la indignación
lo que salva la retórica de Montalvo” (xi).
10 En la segunda Catilinaria la posición de Veintemilla es tan baja que ni siquiera puede compararse
con García Moreno: “A boca llena y de mil amores llamaba yo tirano a García Moreno; hay en
este adjetivo uno como título: la grandeza de la especie humana, en sombra vaga, comparece
entre las maldades y los crímenes del hombre fuerte y desgraciado a quien el mundo da esa de-
nominación. … El individuo vulgar a quien saca de la nada la fortuna y le pone sobre el trono o
bajo el solio, por más que derrame sangre, si la derrama con bajeza y cobardía, no será tirano;
será malhechor simple y llanamente” (1: 39–40).
11 En Modelando corazones he analizado la dinámica pedagógica que tuvo el enseñar a partir de
resaltar los aspectos negativos de una conducta (15–20).
12 Véase también el libro de Sacoto Salamea. Juan Montalvo: el escritor y el estilista, uno de los primeros
trabajos en mencionar los aspectos anti indigenistas del escritor.
13 Es importante apuntar que a la explicación del por qué del uso de esa palabra, y a la palabra en
sí, Montalvo dedica más de un tercio de la primera Catilinaria.
14 Una mirada al epistolario de Montalvo para la época, ofrece clara constancia de su intensa labor
coordinadora de la oposición al gobierno de Veintemilla.
15 En otra oportunidad pero en esta misma Catilinaria XI, habla Montalvo de la poca alcurnia de
Veintemilla: “Siempre había estado diciendo que su familia era española, y que se iba a España,
por cuanto sus parientes le llamaban; sus parientes, los Ladrones de Guevara y los condes de
Alcaudete” (1: 287).
16 Montalvo culpó a los liberales de Guayaquil de la tragedia que para el país significó Veintemilla.
No es raro entonces que apele a la condición costeña de los aludidos y use la negritud como
ofensa.
17 Juan Montalvo nunca fue nada tímido a la hora de alardear sobre su alcurnia. En una carta a
Julio Calcaño, en Octubre de 1885 y ya en París, dice sobre la supuesta poca importancia que
le da al origen noble de sus apellidos: “Lo cierto es que el marquesado y el condado son hoy en
día tan baratos, que tan solamente por prurito democrático no es conde ni marqués cualquier
indiete que asoma por ahí con cuatro reales” (66). Por otra parte y según cuenta Rufino Blanco
Bombona: “Montalvo pinta a su madre como a una hermosa dama y a su padre como un caballero
de gentil prestancia” (226).
18 El acuerdo que negoció García Moreno entre El Vaticano y Ecuador dio un inmenso poder al
primero sobre las políticas internas del segundo. La única religión aceptada a partir de entonces
sería la católica, ningún tipo de instrucción que estuviese en contra de las enseñanzas de la iglesia
sería aceptada y los libros de textos serían escogidos por los obispos incluyendo los utilizados
en la universidad. Del mismo modo, el poder cívico no podría interferir con las bulas papales
(MacDonald Spindler 65–66).
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