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Personajes

(por orden de aparición)

Rocambole
Hombre Cúbico
Reina Bizantina
Galán
Demonio
Sirvienta
Muerte
Marinero
Capitán
Azucena (Vieja 1)
Griselda (Vieja 2)
Niñera
Lacayo
Cenicienta (Hija)
Compadre Vulcano
Rufián Honrado (Viejo)
Patrona
Galancito
Hijo de la Patrona
Voces

PRÓLOGO

1
Escena única

Rocambole entra por el costado derecho. Anochece

Hombre Cúbico (ídem por el lado izquierdo):

Yo no me puedo sentar. Mi padre se olvidó de ponerme bisagras en las piernas.

Rocambole (sentándose en un peñasco):

Llega la hora de trabajar.

Reina Bizantina:

En días como hoy, cuando era persona humana, no imaginé que sería constructora de sueños.

Rocambole:

No; los constructores son ellos.

Galán (incorporándose al grupo al tiempo que se limpia los zapatos con un golpe de
pañuelo):
Nosotros somos los fantasmas de sus sueños.

Demonio (que se ha sentado silenciosamente):

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¡Más respeto! Somos los protagonistas de sus sueños.

Rocambole:

No está bien esa definición. ¡Representamos los deseos del hombre!

Demonio:

Somos como nubes: sin forma. De pronto el deseo de un hombre nos atrapa y nos da una.

Hombre Cúbico:

Estoy confundido.

Reina Bizantina:

Él nos confunde.

Demonio

Yo me entiendo.

Galán:

¿Y qué nos importa que te entiendas, si no te entendemos nosotros?

3
Hombre Cúbico:

Nosotros somos ejes de fuerza. en torno se acumulan los sueños de los hombres. De manera
que el eje se conserva independiente de su forma, como el vino del barril…

Galán:

Muy bien por el hombre caldera…

Hombre Cúbico:

Si yo tuviera brazos le daría a usted una lección.

Galán:

De cualquier modo, el humano es esclavo de su sueño… Es decir, esclavo nuestro. Así, yo,
antes de que alguien me soñara en este papel de Galán, hice el de Pirata Melancólico y el de
Degollador.

Rocambole:

Yo no me preocupo tanto. Eso les pasa a ustedes que son aprendices de fantasmas todavía. Yo
soy Rocambole desde siempre.

Hombre Cúbico:

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¿Y a mí no me encuentran absurdo? A que no adivinan quién me soñó así.

Reina Bizantina:

Algún calderero loco.

Hombre Cúbico:

Me ofende. No, no es un calderero mi soñador, sino un geómetra. Quiere inventar un aparato


de buzo que resista todas las presiones submarinas. Por eso me dejó… así.

Galán:

Realmente uno hace todos los papeles que le ponen.

Reina Bizantina:

Igual que los artistas…

Demonio:

Que un día son soldados…

Rocambole:

5
Otro día generales…

Galán:

O emperadores… Reina, ¿Cómo es quien la sueña?

Reina Bizantina:

Camina todo el día. Ya se imaginarán sus zapatos. Por las mañanas tiembla cuando su jefe le
hace una observación, pero por las noches sueña que es emperador de Bizancio.

Rocambole:

Debe ser entretenido.

Reina Bizantina:

Es fantástico y triste. Unas veces imagina que le hace la guerra a los reyes de Europa, otras
que…

Demonio (al Galán):

¿Y usted continúa con esa chica?

Reina Bizantina:

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¿La jorobadita?

Galán:

La visito todas las noches.

Rocambole:

¿Es cierto que es muy… curiosita?

Galán:

Deforme. Además de ser fea, es perversa. Tiene los dedos callosos y una verruga en la nariz.
Igual estoy obligado a fingirme desesperadamente enamorado, y arrodillarme ante ella en
aquel cuarto sucio en que vive. Cuando llego debo decirle así: (declama) “Amor mío,
¿cuándo permitirás que mis labios cubran los tuyos con mis besos?”

Hombre Cúbico:

¡Oh! … ¡Oh! …

Rocambole:

¿Por qué diablos hace "¡oh!, ¡oh!"?

Hombre Cúbico:

7
Me gustaría estar en el papel del Galán. Es más divertido que pasarse las horas con un
geómetra imbécil.

Reina Bizantina:

Dejen oír… (al Galán.) ¿Y ella qué dice?

Galán:

Me suplica que me retire. Ella es huérfana; pero eso hace más sabrosa la comedia por que me
dice: “Querido, anda, vete antes de que mamá nos sorprenda…”

Demonio:

¿Y usted qué le contesta?

Galán:

Al llegar a este punto, yo ya no tengo que contestarle nada, sino tomarla dulcemente de la
cintura y…

Hombre Cúbico:

¡Oh! … ¡Oh! … ¡Oh! … (Estos ¡oh! Son alaridos ahora.) Yo quiero hacer el papel de Galán,
aunque sea con una jorobada.

Reina Bizantina (al Hombre Cúbico):

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¡Qué caliente es usted! Cálmese hombre.

El Demonio ríe.

Rocambole:

Caldera parece nuevo en los negocios de la imaginación.

Galán:

Le regalo el papel…

Hombre Cúbico:

¡Por favor! Hace poco que soy fantasma.

Rocambole:

Ya se acostumbrará. Así como me ve, con esta ropa cochambrosa, he hecho el papel de
marqués y figuro en una novela de cuarenta tomos.

Reina Bizantina:

¿Cuarenta tomos, señor Rocambole?

Rocambole (quitándose el sombrero):

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Ni uno más ni uno menos, que los escribió el muy célebre señor Ponson du Terrail,
importante escritor francés del siglo diecinueve.

Galán:

¿Y usted es siempre el mismo personaje?…

Rocambole:

Soy siempre el mismo personaje a través de distintos nombres. A veces me llamo el Hombre
Gris, alguna vez el Marqués de Chamery, otra…

Hombre Cúbico:

¡Así sí da gusto ser personaje!…

Rocambole:

Y le he hecho ganar miles y miles de francos a mi patrón, el ilustre señor Ponson du Terrail.

Hombre Cúbico:

¡Cuarenta tomos!…

Rocambole:

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Que han leído todas las empleadas, costureras y planchadoras del mundo…

Demonio:

Y usted, señor Rocambole, ¿sigue fiel a su sirvienta?…

Rocambole:

No merece ser sirvienta, sino gran señora…

Reina Bizantina:

¡Qué honor para ella!

Rocambole:

Mi papel es fácil y simpático, aunque ustedes duden…

Galán:

Como no creer al personaje de cuarenta tomos ¿Y su papel cuál es?

Rocambole:

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Cuando la sirvienta se acuesta, cansada de trabajar todo el día, yo me acerco y le digo:
“Señorita, soy el Hombre de Negocios; vengo a comunicarle que ha heredado trescientos
millones”.

Hombre Cúbico:

Pero ¡es una barbaridad! ¿Por qué trescientos millones? ¿No podrían ser treinta mil pesos?

Rocambole:

Si un ciudadano, pudiendo soñar que hereda trescientos millones, se imagina que hereda
treinta mil pesos, merece que lo fusilen por la espalda.

Galán (al Hombre Cúbico):

¡Qué tacaño Caldera! Economiza hasta en los sueños…

Reina Bizantina (diplomática):

No está acostumbrado a soñar el amigo Caldera.

Hombre Cúbico:

Yo no quiero que me llamen Caldera.

Demonio:

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Quién me sueña es un chico de catorce años. Él también me llama antes de dormir y dice que
soy su “demonio”. Cuando me presentó debo decirle: “Soy Lucifer: puedo concederte todos
los poderes de la tierra. Elige, qué prefieres ser: ¿el hombre más lindo del mundo, el más
fuerte, el más sabio, el más rico?” Y mi muchachito se convierte una noche en el chico más
fuerte, otra en el más sabio…

Galán (pensativamente):

El humano (Camina por el estrado y se vuelve solo desde un extremo a los otros) ¿Qué me
dicen ustedes del humano?…

Reina Bizantina:

Es infinitamente triste…

Demonio:

Dios le ha dado un alma cambiante como el mar.

Rocambole:

Busca el sufrimiento; eso es evidente.

Hombre Cúbico:

Pero también la felicidad…

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Reina Bizantina:

He visto hombres terribles: estaban entre ser Dios y ser una bestia.

Demonio:

Convengamos que casi siempre están más cerca de las bestias que de Dios, ¿no?

Galán:

Sí; no todas las veces es agradable ser instrumento de la imaginación de los humanos..

Rocambole:

A mi francamente me gusta tomarlo en serio.

Hombre Cúbico:

¿Cómo?

Rocambole:

Sí, que cuando hago el personaje de algún drama, me gusta sufrir y soñar como si fuera
persona de carne y hueso.

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Reina Bizantina:

De modo que si usted pudiera concederle trescientos millones a la Sirvienta, ¿se los
facilitaría?

Rocambole:

Claro. ¿Se imaginan ustedes lo que significan trescientos millones efectivos, contantes y
sonantes?

Galán:

Si el hombre supiera que todo lo que sueña queda impreso en esta Zona Astral, no creería el
poder de su imaginación.

Rocambole:

Hay hombres cuya imaginación fabrica mundos y humanidades enteros.

Hombre Cúbico:

Si es como usted dice, también deben de crear monstruos espeluznantes…

Demonio:

Es mejor no hablar de esos asuntos.

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Galán:

Si el hombre tuviera la vista más sensible nos vería como ven a los pájaros y a las nubes…

Rocambole:

Algún día nos verán.

Hombre Cúbico:

Si eso ocurre, los hombres no se atreverán a pensar…

Demonio:

¡Muy bien por Caldera! ¡Es todo un filósofo!

Hombre Cúbico (con tono lacrimoso):

Yo no quiero que me llamen así.

Reina Bizantina:

Ocurrirá que los seres humanos en vez de monstruosidades pensaran cosas lindas…

Galán (llevándose la mano a la oreja):

Siento que llaman…

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Una voz remota:

¿Dónde estás, mi reina?

Reina Bizantina (moviendo desalentadamente los brazos):

Ya voy, mi augusto esposo… (Sale.)

Una voz:

Te estoy esperando, amor… Ven, mi amor… Ven.

Galán:

Es la jorobada… ¡Maldita sea mi suerte! (Sale.)

Tercera voz distante:

Quiero ser el hombre más lindo del mundo.

Demonio:

Mi chico. Voy volando. (Sale.)

Otra voz lejana:

Rocambole… ¿Dónde estás, Hombre Gris?

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Rocambole (enfático):

Ahí va el gran criminal. Ahí va, pero arrepintiéndose de sus crímenes… (Sale.)

Hombre Cúbico (desolado en las tinieblas):

Esta noche mi geómetra no me llama. ¿Qué hago si se olvida de mí y me deja así? (Se apoya
en una roca.) Sin brazos ni bisagras (Empieza a sollozar con mugidos a través de la
cornetilla de su bocal.)

Una voz lejana:

¿Dónde estás, adefesio?

Hombre Cúbico (saltando):

¡No se olvidó de mi! (Sale bamboleándose, parecido a un monstruo marciano.)

TELÓN

ACTO I

CUADRO PRIMERO.

Cuarto de servicio, con cama individual en una esquina, un ropero de madera blanca, una
mesa de noche y un banquillo cantinero de tres pies. Al foro, puerta. Al costado de la puerta,
un ventanillo. El cuarto, encalado de verde claro, tiene la desolada perspectiva de

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policromía. Silencio por unos segundos. Un rayo de luna entra en el cuarto, y remotos se
escuchan rechinidos de tranvías y un distante final de vals al piano.

Personaje real:

Sirvienta: Mujer de veinticuatro años. Expresión dura e insolente que de pronto se atempera
en un aniñamiento voluptuoso de ensueño barato.

Personajes de humo:

La Muerte, Rocambole, Capitán de transatlántico Galán, Niñera, Lacayo con patillas y


uniforme verde, las amigas Griselda y Azucena y Cenicienta en pañales.

Escena I.

Sirvienta (recostada en el lecho, con las manos bajo la nuca; guarda un momento de
silencio):

Si yo fuera millonaria esto no me pasaría. (Permanece nuevamente en silencio y se repiten los


zumbidos de los tranvías que pasan, todos los ruidos de la noche en la ciudad. Se incorpora
en la cama y permanece sentada en la cabecera del lecho tomándose las rodillas con las
manos.) Digo que si fuera millonaria esto no me pasaría. (Se oye un ruido blando en el piso, y
ella envuelta en una frazada, enciende una luz. Luego se acerca al espejo y se mira.) Estoy
flaca y fea… Ni la muerte me querría…

Escena II.

De junto a la puerta aparece cojeando la Muerte. Cubre su cabeza con un pañolón que torna
más rígido y duro su rostro.

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Muerte:

¿Me llamabas, queridita?

Sirvienta (frente al espejo, tocándose el rostro sin volver la cabeza):

A quien llamo es a la vida.

Muerte (detenida en medio del cuarto):

Te dijeron que comieras bien, que te abrigeras. En cambio, como una lujuriosa te miras los
dientes en el espejo para ver si no se te ha caido alguno. Además, eres descortés: ¿no me
ofreces asiento?

La Sirvienta avanza hasta el taburete y luego permanece sentada en la orilla de él con las
manos apoyadas en el mentón y los codos en las rodillas. Mira frente a sí. La Muerte,
detenida, la observa.

Muerte:

Todas ustedes son iguales. Llaman a la Muerte y cuando llego me reciben con cara larga
como si me hicieran un favor. Todavía no he encontrado un alma piadosa que me ofrezca
aunque sea un vasito de vino.

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Sirvienta:

Déjeme tranquila.

Muerte (dogmática, atisba en derredor):

Ese enojo es el hambre. Deberías comprar aunque sea atún del más barato. Por otra parte,
continúas sin ofrecerme asiento.

Sirvienta: (señala el banquito que tiene):

Solo tengo ese banquito.

Muerte:

Tu has ido a la escuela, ¿no?

La Sirvienta la mira haciendo un gesto como diciendo: “¿Qué hay con esto?”

Muerte:

Y en la escuela te enseñaron a ser respetuosa con los mayores, ¿no?

Sirvienta: (hace una mueca y luego le señala la cama):

Puede sentarse en la cama entonces.

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Muerte:

No gracias. Seguro tiene pulgas y chinches. Ustedes las criadas son tan descuidadas…

Sirvienta:

Entonces siéntese en el suelo.

Muerte: (con gesto ofendido)

No soy cualquiera como para sentarme en el piso.

Sirvienta:

Entonces quédese de pie.

Muerte (siempre moviendo la cabeza y husmeando en derredor):

Chiquita, ¿sabes que eres mal educada? Si estoy aquí es porque me has llamado. ¿O crees que
soy sorda? Hace mucho tiempo que me llamas. Y aquí estoy, hermosa.

Sirvienta:

Es que yo no quiero morir. No quiero.

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Muerte:

Hágase tu voluntad, palomita. La gente muere en realidad cuando quiere morir. Quien tiene la
voluntad de vivir, vive. Se arrastra, pero vive. ¿No te has fijado, por ejemplo, en esos viejos
avaros que agonizan años y años entre telarañas?...

Sirvienta:

Váyase. No me iré con usted.

Muerte (acercándose cojeando):

Chiquita, ¿sabes que eres linda? (La Sirvienta, al oír los pasos sordos de la Muerte, se pone
violentamente de pie, con el rostro rígido, la mirada clavada en el horizonte.) Eres linda… A
ver, sonríe. (La Sirvienta hace muecas, hipnotizada. La hace sentar en el banquillo y le abre
la frazada de modo que los senos quedan al descubierto. La Muerte retrocede con
movimientos de dromedario y estudia a la muchacha como un pintor a su modelo. Luego le
señala el seno izquierdo alargando el brazo.) Lastima de cuerpo. Desnutrido. Maltratado.
Bueno, tú tienes la culpa... ¿Quién te manda a no comprar aunque sea unas latitas baratas de
atún? (Confidencialmente) ¿Por qué no te buscas un viejo rico? Los viejos son lujuriosos y
medio ciegos. Un viejo te daría hasta caviar, no te quede duda. (Se escuchan tres golpes en
las tablas de la puerta. La Muerte se escurre por un muro de papel, y la Sirvienta,
escalofriada, cierra sobre su pecho la frazada. Golpean otras tres veces y se abre la puerta.)

Escena III.

Entra Rocambole, igual que en el prólogo, con la diferencia de que ahora trae gafas negras
de monedero falso y botas de contrabandista. A la espalda, su látigo de postillón. La
Sirvienta permanece inmóvil. Rocambole se detiene unos pasos tras ella.

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Rocambole:

¡Qué frío! (Avanza hasta la Sirvienta, se para frente a ella y la observa con detenimiento)
¿Así que usted es la huérfana? (La Sirvienta no contesta.) Disculpe que entre como Juan por
mi casa... Soy el Hombre de Negocios.

Sirvienta:

¿Quién?

Rocambole:

El Hombre Gris… O por otro nombre, más terrible, Rocambole. (Se quita las gafas enrejadas
y negras.) ¿Ve mis ojos quemados? Recuerdo de la pólvora mientras salía del presidio.

Sirvienta (saliendo de su sopor):

¡Usted en persona! Pero a ver… (Se acerca y le palpa los hombros) Efectivamente, usted
existe. ¿Por qué va vestido tan a la antigua?

Rocambole:

Es la vieja piel del bandido, señorita. Pero esos tiempos quedaron muy atrás.

Sirvienta:

Yo lo admiro mucho. Leí toda su vida cuando trabajaba de sirvienta en la casa de una
maestra.

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Rocambole:

¿Los cuarenta tomos se leyó?

Sirvienta:

Los cuarenta tomos me leí...

Rocambole (descubriéndose magnánimo):

Los escribió el señor Ponson du Terrail. Muy noble señor… ¿Verdad que usted nunca conoció
a un hombre sobre el que hubieran escrito cuarenta tomos? (se pasea enfáticamente por la
pieza.) ¿No es cierto que es un honor?

Sirvienta (con admiración ingenua):

Y uno bien grande.

Rocambole:

Es lo que yo digo. ¡Cuarenta tomos! ¿Usted sabe que me lee todo el mundo?

Sirvienta:

Si viera todo lo que lloré mientras leía sus aventuras…

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Rocambole:

Y si mi muy noble patrón (vuelve a descubrirse), el señor Ponson du Terrail, no hubiese


muerto, hubiera escrito otros cuarenta tomos. ¿No cree? Y en vez de cuarenta hubieran sido
ochenta tomos… Entonces mi felicidad habría estado completa ¡Ochenta! Pero bueno, hay
que conformarse. ¿No le parece que tengo razón de estar orgulloso?

Sirvienta:

Y bien orgulloso… Si fuera yo, no sé lo que haría…

Rocambole:

No es que yo sea vanidoso, pero también hicieron películas, por si las quiere ver. Pero no he
venido solamente a elogiarme a mi mismo, sino a algo mucho más importante. Usted ha
recibido una herencia.

Sirvienta:

¿Una herencia?.

Rocambole:

Sí, treinta millones…

Sirvienta:

¡Treinta millones!

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Rocambole:

Me equivoqué… Quise decir, trescientos millones…

Sirvienta (llevando las manos al pecho):

¿Trescientos millones?

Rocambole:

Con cincuenta y tres centavos…

Sirvienta (tambaleándose en la silla):

¿Con cincuenta y tres centavos?

Rocambole:

Usted ya no es la sirvienta. No. Usted es la huérfana. (Enfáticamente.) La huérfana


millonaria.

Sirvienta:

Esto es demasiado. No lo resisto…

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Rocambole:

Hay que resistirlo ¿Qué haría, entonces, si se escribieran cuarenta tomos sobre su vida?
¿Cómo se resistiría? He resistido yo…

Sirvienta (tímidamente):

Es que trescientos millones no son cuarenta tomos…

Rocambole (indignado):

Señorita… Usted no va a comparar la despreciable e insignificante cantidad de trescientos


millones de pesos contra la dicha de que se escriban cuarenta tomos sobre usted. Trescientos
millones los tiene cualquier salchichero enriquecido, cualquier vendedor del mercado,
cualquiera que no haya terminado la escuela… pero cuarenta tomos… no diga vaciladas,
señorita ¿Usted puede alguien más sobre el que se haya escrito tanto? ¿No? Eso pensé.

Sirvienta:

No, en verdad.

Rocambole (satisfecho, respirando):

Ya ve, hay niveles. (Imperativo.) Usted es la huérfana. Yo la he encontrado y le doy su


herencia. Magnánimamente le entrego trescientos millones con cincuenta y tres centavos.
(Descarga un bulto en el suelo.) Y usted me firma recibo ahora. (Extrae un papel del bolsillo
y una estilográfica.) Ya sabe, operación comercial de rutina. Yo le entrego a usted trescientos
millones y usted me firma recibo. Los principios son principios. No salgamos después con
que yo no le he entregado. Firme.

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Sirvienta (dichosamente ofendida):

Cómo… ¡Cómo no le voy a firmar! (Firma).

Suena el timbre de servicio y la Sirvienta sale. Rocambole se escurre por la puerta, y la


escena queda por un instante vacía.

CUADRO SEGUNDO.

Escena I.

Lentamente la luz decrece en el cuchitril hasta convertirse la progresiva oscuridad en


tiniebla cimeriana. Se escuchan pasos, y una luz verdosa inunda la habitación, revelando
ahora a la Sirvienta sentada a la orilla de su camastro. Pero el cuchitril ha crecido,
prolongándose su muro en el puente de un transatlántico, con amarilla chimenea oblicua.
Claridad anaranjada sobre la nave y la perspectiva plateada y verdegay del océano.

La Sirvienta lentamente se desprende de su ensueño y avanza hacia la pasarela de la nave,


poniéndose una mano sobre los ojos a modo de visera para mirar el horizonte. Ahora se ha
transformado en voluptuosa y flexible que sonríe con deleite el paisaje que la rodea.

Importante: La Sirvienta en el transcurso de toda la obra continúa vistiendo su guardapolvo


de menestrala, y los personajes de humo no harán caso de esto.

Escena II.

Con andar de gato cauteloso se cuela en la escena, tras la Sirvienta, el Capitán. Éste la
observa un instante y después sonríe fisgonamente.

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Capitán:

¿Le gusta el paisaje, señorita? (En la posición en que están colocados ambos el paisaje es
invisible, pero ellos actúan como si estuviera allí ante sus ojos, revelándose de este modo la
maravilla de la imaginación creadora y el poder soñador de la Sirvienta.)

Sirvienta:

¡Qué curiosas esas calles que suben y bajan entre montañitas!

Capitán:

Se llaman cerros, señorita.

Sirvienta:

Ahora parece de fuego la montaña. ¡Qué roja!

Capitán:

Un efecto del sol.

Sirvienta:

¿Y ese camino tan blanco?

30
Capitán:

Un canal abandonado. Se ha llenado de Lirios de Agua.

Sirvienta:

Vea si no parece de diamante esa cascada junto a los árboles rojos…

Capitán:

Granados en flor. Es la estación.

Sirvienta:

Yo sabía perfectamente que eran granados… Pero no se lo dije para dejarle a usted ese gusto,
Capitán. Se me ocurre que debe de ser desabrido un viajero que no pregunta nada y lo sabe
todo. Viajar sabiendo no tendría gracia. Y, además, ¿cómo luciría sus conocimientos el
capitán del barco? ¿No le parece…? ¿Y esa torre de oro…? Ahora sí que no sé …

Capitán:

Mármol amarillo. Pertenece al castillo de un grande de España.

Sirvienta:

¡Qué curiosa coincidencia, Capitán! Este paisaje es idéntico a uno que vi en un museo.

31
Capitán:

¿Sí?

Sirvienta:

Si, de verdad ¡Qué curioso! De colorada que estaba la montaña se pone violeta.

Capitán:

Es debido a la puesta de sol… ¿Usted nunca viajó?

Sirvienta:

No, pero como hace poco recibí una herencia de trescientos millones, viajo…

Capitán:

Con razón yo me decía “¿Quién será esta señorita distinguida que viaja con tanto lujo?”
Espero que esté conforme con la atención del servicio aquí en el barco.

Sirvienta:

Sí… Las mucamas son muy buenas chicas.

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Capitán:

Personal seleccionado. Mi barco es como un templo. Los camareros son castos y las
mucamas virtuosas. ¿La comida es de su agrado?

Sirvienta:

Sí… Pero no se preocupe, yo no me fijo mucho.

Capitán:

Cuando se tienen trescientos millones hay que fijarse en todo ¿No le parece? Si no, hasta los
que no tienen ni un centavo tendrian derecho a fijarse y pretender. (Mirando alrededor.) ¡Qué
rápido ha salido la luna!

Sirvienta:

Es maravilloso. Las montañas parecen de plata.

Capitán:

¿No distingue esa hoguera? Una fiesta de campo.

Sirvienta:

¡Si, qué impresionante! Fíjese en esas mujeres bailando… y la música (poniéndose las manos
en las orejas) Se oyen las guitarras... (Se tira de rodillas) Señor, te doy las gracias por
permitirme gozar semejantes maravillas.

33
Capitán:

¿Está bien, señorita? (La Sirvienta se pone de pie).

Sirvienta:

¡Ah, si usted supiera! Cuando yo vivía en la Ciudad de México, y no había recibido la


herencia, para distraerme viajaba en tranvía… Me parecía que me iba muy lejos… no sé
adónde. Tenía la impresión de que sólo podía parar en una estación donde hubiera casas en
que todo el mundo era feliz.

Capitán:

Es muy instructivo viajar.

Sirvienta:

A mí no me interesa la instrucción. Me gusta alejarme de… (Cambiando de tono.) ¡Oh, qué


lástima, ya no se ve más la hoguera!

Capitán:

Comienza el desierto ahora. Tengo que regresar a la cabina (Sale. La Sirvienta se sienta en su
mecedora.)

34
Escena III.

Aparece el Galán caracterizado como en el prólogo. Sobre la mecedora de la Sirvienta cae


un cilindro de luz blanca, fría y lunar.

Galán (de pie junto a la mecedora):

Señorita… Señorita…

Sirvienta:

¡Ah! ¿Es usted…?

Galán (lentamente):

Sí, soy yo… soy yo…

La Sirvienta lo mira un instante y el Galán decide seguirle el juego de la comedia amorosa.

Sirvienta:

¡Ah!... ¿Es usted…? ¿Es usted…?

Galán:

¿Me permite decirle que la amo?

35
Sirvienta (con dulzura irónica):

¿No podías decírmelo de otra manera?

Galán (sorprendido):

¿Por qué?

Sirvienta (siempre con su modito irónico):

Porque de esa manera se me han declarado varios choferes y panaderos.

Galán:

¡Oh, no me compare con esos! ¿Usted desea que yo sea un romántico?

Sirvienta:

Sí… un poco más expresivo.

Galán:

¿Quiere que me arrodille?

Sirvienta:

Oh, no. Se le mancharían los pantalones.

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Galán:

¿Entonces quiere que finja el Galán melancólico?

Sirvienta:

Si yo fuera hombre llegaría por detrás de la mecedora y, besándola fuertemente a la


muchacha que quisiera, le diría despacito: "Te quiero mucho... mucho..."

Galán:

¡Oh! Entonces lo que usted pide es un procedimiento de novela romántica.

Sirvienta (terminante):

No he leído nunca novelas románticas. He leído "Rocambole", que es bien largo y nada más...
(El Galán calla y retrocede; la Sirvienta cierra los ojos y el Galán, acercándose de puntillas,
la toma por los maxilares y la besa en la boca.)

Galán:

Te quiero mucho... mucho…

Sirvienta (con displicencia):

No está del todo mal... Yo también, dueño mío. (Se detiene y se pone alerta.) ¿Oíste? El
rugido del león.

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Galán:

Ruge de amor.

Sirvienta:

Igual que los del Zoológico de Chapultepec.

Galán:

¿Dónde queda eso?

Sirvienta:

Allá… en Ciudad de México, donde yo… cambiemos de tema ¿Así que me amas?

Galán:

La amo desde que la vi en el mercado. Me juré interiormente que si usted me daba su mano la
haría mi esposa ante Dios y los hombres.

Sirvienta:

Si yo fuera hombre me declararía en otra forma…

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Galán (malhumorado):

¿Soy yo o es usted la que se tiene que declarar?

Sirvienta:

¡No te enojes, hombre! Eres bastante estúpido como galán. ¿A quién se le ocurre decirle a
una mujer: "Te amo" Eso se dice en el teatro; en la vida real se procede de otra manera.
Pensaba que eras más inteligente. A nosotras las mujeres nos gustan los atrevidos…

Galán:

Ya lo he visto todo.

Sirvienta:

Sé positivo. Yo soy una mujer positiva como todas las mujeres. Te enseñaré. Siéntate en esa
mecedora. (El Galán se sienta; la Sirvienta retrocede, luego se acerca y se inclina sobre él.)
Bueno, hagamos de cuenta que yo soy el hombre y usted la mujer. (Dice en voz muy dulce.)
Niña... me gustaría estar como un gatito en tu regazo. (Se inclina bien sobre el hombre.)
Quisiera que me convirtieras en tu esclavo. Quisiera obsesionarme por usted... Bueno, ahora
tu turno.. (El Galán deja su asiento; lo ocupa la Sirvienta.)

Galán:

¿No se da cuenta de que una persona decente no puede hacer eso?

39
Sirvienta:

Aquí no se trata de ser un ciudadano ejemplar, sino de que procedas como me plazca. Yo
tengo trescientos millones…

Galán:

Jamás había visto a una mujer como usted. Quisiera morir ahora mismo.

Sirvienta:

Nada se perdería si usted muriera… pero ¿por qué quiere morir joven?

Galán:

Estoy marcado por un designio fatal. Me persigue el homicida amor de una gitana…

Sirvienta:

Le voy a seguir el juego. (Haciendo gestos de primera actriz.) ¿Cómo… tú me eres infiel?

Galán:

No, no le he correspondido nunca… pero ella me sigue a través de montañas y de mares.

40
Sirvienta:

Si nos casamos, sanseacabó la mujer fatal.

Galán:

Un galán que se casa es ridículo y hace reír a las mujeres a quienes engañó y con quienes no
se casó.

Sirvienta:

Me gustas y te compro. Tengo trescientos millones.

Galán (rascándose la cabeza):

¡Trescientos millones! Pero ¿qué dirá ella, que atravesó montañas y mares y que…?

Sirvienta:

¡Qué necio! Esos mares y montañas son una mentira para darle un poquito de autenticidad a
mi sueño. Aquí la única que sueña soy yo, nadie más que yo.

Galán:

Me arrodillo entonces.

41
Sirvienta (malhumorada):

¿Y a usted le gustaría besarme?

Galán:

Quisiera quererla, a pesar de su carácter endiablado.

Sirvienta:

(Preocupado) ¿Quererme?

Galán:

Sí, quererla mucho, aunque usted no me quisiera, y humillarme ante usted como un perro.

Sirvienta:

¿Por qué humillarse?...

Galán (Con repentina angustia en la voz):

No sé… hay mujeres que nos producen ese efecto. Primero las tratamos irónicamente... es
como si tuviéramos la sensación de que podemos azotarlas como nos plazca... y de pronto esa
sensación se nos rompe y en el corazón nos queda el dulce deseo de ser humillados por esa
mujer...

Sirvienta:

Es muy lindo lo que dices. Siéntate conmigo.. (El Galán se sienta.) Nosotras a veces
sentimos también esa sensación: que nos conquiste un hombre cuya sola mirada nos haga
temblar… y que nos pegue... y que nos bese... ¿Por qué no me besa ahora?

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Galán:

No tengo ganas. (Se levanta y va hasta la pasarela de la nave.) El mar… el corazón humano
es más cambiante que el mar...

Sirvienta:

¿Es cierto lo de la gitana?

Galán:

¿Para qué me pregunta eso?

Sirvienta:

Es que nosotros estamos enamorados, de algo tenemos que hablar.

Galán:

¿Nos engañamos mutuamente entonces?

Sirvienta:

¿Y si no nos engañamos ni mentimos?...

Galán:

Tendremos que decir barbaridades...

43
Sirvienta:

Dígalas.

Galán:

Me hartan todas las mujeres, empezando por usted. Me harta la forma como besan… la
comedía que hacen... (Súbita transición.) Perdóneme, me olvidaba de que estaba haciendo el
papel de Galán.

Sirvienta (Amablemente):

Usted es un cínico...

Galán:

El único elogio que me encanta. En cuanto dejo de serlo se me oprime el corazón. Voy por el
mundo haciendo comedia. Conozco los mil gestos que hay que hacer para engañar a una
tonta; la sonrisa disimulada, la mirada sombría…

Sirvienta:

¿Y cuáles son las mujeres que le gustan a usted?

Galán:

Las bien vestidas. Entre una mujer fea bien vestida y una linda modestamente trajeada, me
quedo con la fea. La mujer no es nada más que lo que lleva puesto.

Sirvienta:

Me gusta y lo compro a...

44
Galán:

Trescientos millones y yo me vendo...

Sirvienta:

Trato hecho. Allí vienen el Capitán y mis amigas Azucena y Griselda; anúnciales nuestro
compromiso.

Escena IV.

Por la izquierda aparecen el Capitán, Griselda y Azucena. Las amigas llevan un traje de
crepé satín marfil y esmeralda, ceñido al cuerpo de manera que dibuja una silueta elegante
que contrasta con el vestuario de la Sirvienta. El Capitán, las Amigas y el Galán cambian
irónicas miradas de gente de otra sociedad que se hacen pasar compasión hacia la Sirvienta.
Luego se doblan a las exigencias de la comedia y ya es imposible discernir si ellos son
camaradas o enemigos.

Azucena y Griselda (Al mismo tiempo):

Buenas noches…

Galán:

Señoritas, Capitán… llegan ustedes en un momento muy feliz para mí. Acabo de
comprometerme con la señorita Sofía.

Capitán:

La felicito, señorita. Lo felicito, caballero…

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Azucena:

Te felicito, queridísima... Y a usted, señor, también...

Griselda:

Espero que tenga un feliz…

Suena repetidamente el timbre de servicio, y la Sirvienta pasa a su cuarto y hace mutis. La


iluminación del barco decrece y los personajes continúan ahora el diálogo en escena por su
cuenta.

Escena V.

Capitán:

Ya está con el pensamiento en otra parte.

Griselda:

Esta mujer está loca.

Azucena:

¿Qué tenemos que ver nosotras con su loquera?

Capitán:

De su imaginación la base es “Rocambole” y su geografía la conoce de los museos.

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Griselda:

Lo único que ha leído y ha visto.

Azucena:

Me dan ganas de no seguir trabajando…

Galán (apaciguado):

Usted sabe que no se puede.

Capitán:

Y se cree seriamente millonaria.

Galán:

¿Vieron ustedes cómo me tuteaba?

Azucena: (al galán):

¿Y cómo le fue a usted?

Griselda:

¿No se hacía la pudorosa?

47
Galán:

¿Ella hacerse la pudorosa? Casi me da de cachetadas porque yo, siguiendo mi sistema, no


quería representarme como ella me pidió.

Capitán:

Es un oficio bien sucio el nuestro.

Galán:

Yo estoy agotado… Después de la jorobada me toca la Sirvienta. Voy de mal en peor.

Griselda y Azucena (al mismo tiempo):

Y yo.

Capitán:

Y yo.

Griselda:

Debería prohibírseles soñar a los pobres…

48
Azucena:

¿Verdad? Un pobre soñando imagina las cosas más turbias.

Galán:

Es la falta de cultura.

Capitán:

De un tiempo acá, hasta el último lavaplatos se cree con derecho de tener imaginación.

Griselda:

La culpa la tiene el cine, créanme.

Capitán:

Hemos perdido nuestra fuerza antigua; cualquiera nos esclaviza.

Galán:

Esta mujer tiene una endiablada fuerza de obsesión. Me aturde el ir y venir de su


pensamiento. Somos como los actores de una obra de teatro.

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Capitán:

La autora es ella.

Griselda:

Con la diferencia de que sólo ella nos ve

Azucena:

Lo que yo me pregunto es en qué va a terminar esto.

Azucena:

Tengo unas ganas bárbaras de irme.

Capitán:

Si… uno se harta de ridiculeces.

Galán:
Las ligaduras que me ataban se aflojan... Ella está con el pensamiento en otra parte.
Me vuelve a llamar. (Nuevamente la luz decrece en escena, hasta nublarse el paisaje en la
incertidumbre de la noche.) Levantemos el vuelo. (Vanse. La escena queda desierta durante
un rato. En ese silencio se oye ejecutado a la distancia en el piano. "Asturias", de Albéniz.
Todo se oscurece totalmente y, como en el cuadro anterior, se repiten los pasos de la criada,
que camina en su cuchitril.)

50
CUADRO TERCERO.

Escena I.

Al encenderse la luz la escena aparece desierta. En la extensión del muro anteriormente


ocupada por el puente de la nave se abre ahora un ventanal inmenso con vitral de colores
emplomado y una hoja entreabierta que deja ver hileras de olivos y cordones de montes. La
primera persona que aparece en la escena es una Niñera, de cofia blanca, y la Cenicienta de
meses en los brazos. Tras ella, la puerta lateral, entra el Galán, del brazo de la Sirvienta.

Galán:

Bueno, hasta luego, querida.

Sirvienta;

No llegues tarde, porque en la noche, no sé por qué, me pongo inquieta.

Galán:

Quédate tranquila. (Se inclina sobre la criatura, que sostiene la Niñera, y la besa diciéndole.)
Dígale adiós a su papá. (Sale saludando con la mano.)

Sirvienta:

Hasta luego, amor. (A la niñera) ¿Cómo está el clima?

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Niñera:

Templado, señora.

Sirvienta:

Váyase hasta el jardín. Tenga cuidado con la niña.

Niñera:

Sí, señora.

Sirvienta:

Póngase a la sombra, pero donde no haya humedad ni viento.

Niñera:

Sí, señora.

Sirvienta:

Si se duerme, tráigamela enseguida.

Niñera:

Como usted diga, señora.

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Sirvienta:

Póngala en el carrito.

Niñera:

¿Nada más, señora?.

Sirvienta:

Vuelva dentro de media hora.

Niñera:

Hasta luego, señora.

Escena II.

Entra el Lacayo y anuncia.

Lacayo:

Con su permiso, señora. Las señoritas Griselda y Azucena preguntan por usted.

Sirvienta:

Que pasen. (Mutis del Lacayo.)

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Escena III.

Entran Griselda y Azucena, corren al encuentro de la Sirvienta, y la abrazan por turno.

Griselda:

¡Tanto tiempo sin verte!

Azucena:

¡Qué linda estás!

Sirvienta:

Ustedes sí que están bien.

Griselda:

Te ves más gorda… ¡Ya recuperaste el color!

Azucena:

¿Y la niña ? Quiero ver a la niña.

Sirvienta:

Está en el jardín… Ahora la hago traer.

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Griselda:

¿Cómo es? ¿A quién se parece?

Sirvienta:

La nariz es del padre…. En cambio, la frente y la boquita, iguales a las mías.

Azucena:

¡Qué cosita debe de ser! Me muero por verla.

Griselda:

¿Y Adolfo?

Sirvienta:

Salió hace un momento.

Azucena:

¿Y qué tal es la vida de casada, eh?

Griselda:

¿Eres feliz?

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Sirvienta:

Sí… dentro de lo que cabe.

Azucena:

¡Con qué ánimo lo dices!

Sirvienta:

Te soy sincera, no vale la pena casarse.

Griselda:

¿Adolfo no se porta bien?

Sirvienta:

No sé por qué me parece que de un tiempo acá, Adolfo anda preocupado por algo.

Escena IV.

Alboroto exterior compuesto de gritos femeninos, de preguntas y roncas voces detrás del
telón. La Sirvienta se pone instantáneamente de pie y sus amigas la imitan.

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Sirvienta:

¿Qué pasa?

Lacayo (Entra desaforadamente):

¡Señora, la niña!...

Niñera (Se presenta manchada de sangre):

¡Me robaron a la niña, me robaron a la niña!

Sirvienta (Avanza fríamente, tomándose las sienes con las manos):

No. ¿Qué dice esta mujer?

Escena V.

Dando grandes zancadas, aparece el Galán, el busto doblado, las manos tomándose el
corazón.

Galán:

La gitana… mi hija… (Se desploma en los brazos de la Sirvienta.) Es la venganza de la


gitana. ¡Qué busquen a mi hija! (Cae por tierra.)

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Sirvienta (Volviendo el busto, con los brazos al aire):

Esto es un sueño.

Escena VI.

Sonambúlico y fantoche aparece Rocambole en el umbral del cuarto, extendiendo el brazo


melodramáticamente.

Rocambole:

¡Juro que encontraré a su hija, señora!

La Sirvienta cae de rodillas junto al Galán. Griselda y Azucena se aprietan una junto a la
otra. Suena el timbre de servicio furiosamente, que la Sirvienta de un salto se precipita a su
cuarto. Mutis de Rocambole y la Sirvienta.

Escena VII.

Galán (incorporándose del suelo, donde hacía la farsa del cadáver):

Esta mujer está lo que le sigue de loca.

Griselda:

No se anda con tonterías. Su drama necesita una docena de cadáveres, por lo menos.

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Azucena:

Así es la imaginación plebeya.

Galán:

¡Al diablo con el oficio del personaje!

Niñera:

Gracias a Dios, no tengo nada más que hacer aquí.

Griselda:

¿Se va?

Niñera:

Afortunadamente.

Galán:

Igual yo.

Griselda:

¿No quiere que lo acompañe?

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Galán:

No, ya tengo con las locas que me amargan la vida como para meterme con fantasmas.

Niñera:

¡Como si usted no lo fuera!

Galán:

No discuto eso… pero me voy. (Sale el Galán y detrás, encorvados y graves, unos tras otros,
los fantasmas. Lentamente se apaga la iluminación brujesca del decorado. En la desolación
gris del rectángulo de los sueños aparece cojeando la Muerte. Espía por un resquicio el
cuarto de la Sirvienta.)

Muerte:

Todavía no está lista la palomita fantasiosa. Todo esto le pasa por no comer aunque sea una
latita de atún barato.

TELÓN

ACTO II

Ahora el cuarto de la Sirvienta es prolongado en la Zona del Sueño por una carbonería de
arrabal. A los costados del foro, pilas de carbón, que forman un pasillo estrecho. Allí se
ocultan rápidamente Rocambole y la Sirvienta. No terminan de esconderse tras la pila
cuando entra a la escena una chiquilla de catorce años en alpargatas. Largo vestido rojo, y
el cabello suelto sobre la espalda. La niña arrastra una pala de carbón con una mano y en la

60
otra lleva una bolsa. Comienza a llenar la bolsa, luego se detiene y se arrodilla en medio de
la escena.

Personajes reales:

Sirvienta, Patrona.

Personajes de humo:

Cenicienta, Compadre Vulcano, Rufián Honrado, Rocambole.

Escena I.

Cenicienta:

Dios mío, ¿Por qué estoy sola en este mundo, Señor, si nunca he hecho ningún mal? (Tras la
pila la Sirvienta trata de precipitarse hacia la niña pero Rocambole la contiene con un gesto
y luego saca de su bolsillo un revólver. La Sirvienta se sosiega. La Cenicienta,
incorporándose.) Dios mío, si existes, haz que mi mamita me encuentre (Mientras dice esto,
entra por el pasillo un hombre gigantesco, con el rostro manchado de carbón, gorra de
visera de hule y vestimenta proletaria: Vulcano. Avanza hasta ella sigilosamente, la toma de
una oreja y exclama.)

Vulcano:

¡Condenada!¡Así pagas mis sacrificios: invocando a Dios para que me perjudique el negocio!

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Dicho esto, el Compadre Vulcano suelta de la oreja a la niña y con las manos en jarras la
observa.

Cenicienta:

Solamente estaba rezando, tío...

Vulcano:

En mi carbonería está prohibido rezar. ¿Y además pa´ qué? ¿No estás a gusto aquí?

Cenicienta:

Perdóneme, tío...

Vulcano:

No soy tu tío. No quiero serlo y además no lo soy.

Cenicienta:

Perdón, tío.

Vulcano se pasea de un lado a otro del "negocio", mientras la Cenicienta, consternada,


menea la cabeza. Se enjuga la frente con un pañuelo de cuadros, y luego continúa con su
tono de bufón consternado.

62
Vulcano:

Creo que ví al maldito de Rocambole en los alrededores. Y el otro sonso ya se tardó


(Dirigiéndose a la chica.) ¿Me vas a negar que he sido bondadoso contigo? ¿Puedes negar
que tengo un tierno y noble corazón? Te trajeron para que te cortara la lengua y te quemara
los ojos con ácido. Si hubiera hecho caso a la gitana que me mandó a robarte, no tendrías con
qué invocar a tu Diosito santo (La Cenicienta se estremece y junta los brazos, encogidos por
el codo, al cuerpo.) Te la pude cortar. Nada me lo impedía. Una vez se la corté a una mujer:
la lengua. Rocambole estuvo de testigo. Pero hice caso a la ternura en mi corazón. (Vuelve a
pasearse de un lado a otro y luego continúa enfático y magnánimo.) Es que soy un
sentimental. “No llegarás lejos con tu corazón de pollo, mi Vulcanito. Te van a pisotear” así
decía mi pobrecita madre, que Dios la tenga bien en el infierno. Te visto, te alimento,
sacrifico mi bienestar. ¿Y cómo me lo agradeces? ¿No sabes que está prohibido invocar el
nombre de Dios en vano? ¿No leíste las santas escrituras? Ah no, tú y tu necedad…. Bueno,
¿no se supone que tenías que llenar diez bolsas de carbón? ¡¿Dónde están?!...

Cenicienta:

Llené cuatro… tío.

Vulcano:

¡Y yo sacrificándome! ¿Para esto te engordo con alimentos nutritivos? Mientras me parto el


lomo como buen ciudadano, averiguando cómo robarle al prójimo, TÚ holgazaneas y te
diviertes como si fueras a heredar una fortuna millonaria.

Cenicienta:

Yo… ¿Me divierto?

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Vulcano:

¿Cómo?... ¿No es divertido llenar bolsas de carbón? ¡Tamaña ingratitud! ¿Cómo creías que
ibas a pagarme ese hermoso vestido? ¿Y esas zapatillas caras? ¡Tamaña ingratitud! Gracias al
diablo, esto termina hoy. Ven.

La Cenicienta se acerca a Vulcano y este le habla al oído unos momentos. Se escucha que
alguien toca la puerta.

Vulcano:

¡Por fin! ¡Adelante!

Escena II.

Entra un viejo gordo, grasiento y granujiento, con traje de color canela, bastón-garrote y un
sombrerito de copa jovial.

Viejo:

Buenas tardes, don Vulcano.

Vulcano (a la Cenicienta):

Mi sobrinita querida, éste es el Rufián Honrado de quien te hablé.

64
Viejo:

En cuanto a honrado, nadie como yo… En cuanto a rufián, es mi profesión. Siempre he


dicho: el ocio es la madre de todos los vicios.

Viejo (estirando el bastón y tocando a la Cenicienta con él):

¿Es esta la paloma?

Vulcano afirma.

Viejo:

Está flaca.

Vulcano:

Eso demuestra su buena calidad. Demuestra que ni es glotona ni perezosa. A los hombres les
gustan más las flacas que las gordas, ¿qué no?

Viejo:

Hmm… Es cierto, sí.

Cenicienta:

¡Dios mío!

65
Viejo:

¿Qué le pasa?

Vulcano:

Dice… “¡Dios mío! ¡Qué alegría poder irme con este señor!” ¿Verdad?

La Cenicienta asiente tristemente.

Viejo:

Estás muy bien educadita.

Vulcano:

Los frutos del sudor de mi frente.

Viejo (sardónico):

Veo que tiene muchas ganas de irse conmigo. (A la Cenicienta) Tengo muchas chicas como
tú… eso sí, bien vestidas y mejor alimentadas. Todas muy contentas.

Cenicienta:

¿Es muy grande su escuela, señor?...

66
Viejo:

¡“Escuela” dice!

Vulcano:

Si, es grande… ¡como un barco!

Viejo:

Veamos… (El Viejo estira el garrote.) Date la vuelta (La Cenicienta obedece y el Viejo la
examina poniéndo la palma de la mano a modo de visera sobre los ojos.)

Vulcano:

No vayas a querer regatear.

Viejo:

Es flaca. (A la Cenicienta.) ¿Sabes ballet?

Cenicienta:

No, señor.

67
Viejo:

¿Has tenido novio?

Cenicienta:

No, señor.

Viejo:

Hmm… ¿Qué sabes hacer para complacer a un hombre?

Escena III.

Tras la pila de carbón salta la Sirvienta esgrimiendo un revólver y tras ella Rocambole con
otro pistolón.

Sirvienta:

¡Viejo maldito!

Vulcano:

¿De dónde salió esta vieja?

Viejo: ¿Y este señor con un revólver?

68
Rocambole:

Buenas tardes, caballeros.

Viejo:

Una trampa me has tendido, Vulcano…

Vulcano (enfático):

¿Quién se cree usted? Ha violado mi domicilio. Llamaré a la Policía.

Rocambole:

¡Buenas tardes he dicho!

Viejo:

¿Cómo se atreven a interrumpir un negocio conforme a la ley? con un revólver (enfatizar el revólver)

Sirvienta:

¡Cállese!!

Viejo:

No puedo tolerar que una vieja loca me hable así.

69
Sirvienta:

¡Loca su abuela!

Viejo:

Suficiente. Ejerzo una profesión lícita. Soy útil a la sociedad ¡Pago mis impuestos!

Rocambole dispara al techo.

Rocambole:

He dicho buenas tardes y nadie me ha contestado.

Vulcano:

¿Qué carambas me importa a mí que usted me desee buenas tardes?

Viejo:

¿Quién se cree como para que lo honremos con nuestro saludo?

Sirvienta (a la Cenicienta):

Ven aquí…ay, pobrecita.

70
Cenicienta: Si, señora.... Usted tiene cara de buena.
La Cenicienta se coloca detrás de la Sirvienta.

Vulcano (a Rocambole):

Están cometiendo un grave crimen. ¿Y quien, en nombre de Dios, es usted?

Rocambole:

Soy el ex presidiario. ¡Rocambole!

Viejo:

¡Rocambole!

Vulcano:

¡Me lleva la…!

Viejo:

Pero, ¿no se había muerto?

Rocambole:
Este si hay que cambiarlo porque creo que no se entendió el chiste y lo quitaron
Allá donde haya huérfanas que proteger o la viuda de un abogado, estaré.

Allí donde hay una huérfana que proteger de malvados, o una viuda, de abogados, allí estará
Rocambole

71
Viejo (quitándose el sombrero):

Prudentemente retiro todo lo que he dicho, don Señor Rocambole. Si, señor, todito lo retiro.
A usted, señora, la he llamado vieja loca. Desde hoy pasará a convertirse en dignísima dama.

Sirvienta:

¡Cállese, monstruo!

Viejo:

Como usted mande. Sin más preámbulo, yo me retiro. Además, el pleito, si mal no recuerdo,
es con el señor Vulcano.

Cenicienta:

Señora, este viejillo quería llevarme a una escuela.

Viejo (ríe nerviosamente):

¡Vieji…! ¡A que no da gusto tanta inocencia! Quiero que conste que la dejo como la
encontré.

Cenicienta:

¿Es malo que quisiera llevarme a la escuela?

Vulcano: ¿Ven qué educación más esmerada ha recibido? No tiene tanto así de
malicia.

72
Viejo:

Don Señor Rocambole, dignísima dama… quedo a sus órdenes. Con permiso. (Se retira
caminando para atrás con el sombrero en la mano)

Escena IV

Rocambole, la Sirvienta, Compadre Vulcano y la Cenicienta

Rocambole:

Bueno… vamos a conversar, Vulcano ¿Dónde está tu legítima esposa?

Vulcano:

En la cárcel

Rocambole:

¿Y tus hijos?

Vulcano:

En presidio.

73
Rocambole:

De manera que toda la familia de vacaciones… Nadie te ha de molestar.

Vulcano:

Ni la policía. Me he redimido, señor Rocambole. Ahora sé que no hay satisfacción más


grande que vivir honradamente. (Volviéndose a la Sirvienta) ¿Usted es la esposa de este
ilustre caballero? ¡Qué orgullosa debe estar de tener a un gran hombre por marido! (Intenta
escapar disimuladamente).

Rocambole:

Como te muevas otra vez te limpio el corazón de porquerías. (Vulcano retrocede.) ¿De dónde
sacaste esta niña?

Vulcano:

Me la dio a cuidar una mujer cuando aún era una bebé.

Rocambole:

¿Quién era esa mujer?

Vulcano:

Su madre.

74
Rocambole:

Incorrecto. (Quita el seguro a su pistolón.)

Vulcano:

¡Verdad de Dios! Vino y me dijo: “Te entrego a la perlita de mis ojos”. Lo juro por mi honor.

Rocambole (a la Sirvienta):

¿Tiene el lunar?
Descúbrale la espalda, señora.

Sirvienta (le levanta el vestido por la espalda y se sorprende):

¡Es ella! ¡Hija!

¡Aquí tiene la crucecita que le hizo la partera al nacer! ¡Hija mía!

Cenicienta:

¡Mamita, qué alegría!

Sirvienta:

Hija mía… tantos años….

Cenicienta:

Sabía que algún día vendrías.

75
Cenicienta y la Sirvienta se abrazan efusivamente y establecen unos segundos de silencio.

Vulcano:

¡Qué escena más emotiva! (Siempre en comediante.) ¡Qué hermoso reencuentro! (Vuelve a
intentar escapar disimuladamente, pero Rocambole interpone rápidamente el pistolón.)

Rocambole:

Perate, perate. A cantar.

Vulcano:

¿Y si no canto?

Rocambole:

Haré un túnel para los gusanos en tu cabeza.

Vulcano:

Andaba en la ruina y me ofrecieron el trabajo. El que apuñaló al marido fue el Lagarto y el


que robó la nena fue Monseñor y yo nomás…

Rocambole:

Monseñor en ese tiempo estaba preso.

76
Vulcano:

No, no, no. Lo juro por mi madre que fue él.

Rocambole:

Deja en paz a esa vieja maldita.

Vulcano:

El Lagarto fue el que apuñaló al padre y yo robé a la nena. Por los Santos Evangelios, patrón,
que yo nomás hice eso.

Rocambole:

Luego la gitana pagó sólo la mitad de lo que habían convenido…

Vulcano:

¿Cómo sabe eso, patrón?

Rocambole:
Yo no estoy aquí para contestar sino para preguntarte...
Y si no le arrancaste la lengua a la criatura, ni la dejaste ciega, fue con la esperanza de sacar
más provecho…

77
Vulcano:

¡Mentiras! Si no le hice daño a la criatura fue debido a mi tierno corazón de pollo. Que se lo
diga ella. (Dirigiéndose a la Cenicienta.) ¿No es cierto que te cuidaba como a la hija de un
Presidente? ¿No te eduqué con esmero? ¿Verdad que te alimenté y vestí bien?

Cenicienta:

Muchas veces me pegaba…

Vulcano:

Como un padre. ¿Qué padre no le pega de vez en cuando a sus hijos?

Cenicienta:

Me pegaba con alambres cuando se enojaba.

Sirvienta:

¡Maldito!

Rocambole:

Mataste al padre. Robaste a la hija. Le destruiste la vida a esta dama dignísima. Arrodíllate.

78
Vulcano:

No quiero morir, por favor señor Rocambole.

Rocambole (con voz tonante):

Prefieres morir de pie entonces. (Vulcano se arrodilla.)


Si tu gusto es morir parado, no tengo inconveniente.

Vulcano:

¡Perdón!

Rocambole:

Que te perdone la esposa cuyo marido mataste.

Sirvienta:

No puedo.

Vulcano:

¡Por favor!

Rocambole:

Que te perdone la madre cuya hija robaste.

79
Sirvienta:

Rezaré por él...

Vulcano:

Yo no quiero que recen sobre mi tumba. Quiero vivir, comer.

Rocambole:

Tienes un minuto para rezar y encomendar tu alma a Dios.

Cenicienta:

Yo lo perdono, señor Rocambole. (Vulcano se arrastra y le besa los pies.) Lo perdono porque
no me cortó la lengua ni me dejó ciega.

Rocambole:

Miserable… la súplica de este ángel salva tu inmunda piel. (La Sirvienta y la niña retroceden.
Rocambole saca rápidamente un frasco del bolsillo y dice:) Pero no puedes quedarte sin
castigo.

Le arroja el contenido del frasco a los ojos; Vulcano lanza un terrible grito y se levanta
moviendo los brazos al mismo tiempo que aulla.

80
Vulcano:

¡Quema! ¡Me quedo ciego! ¡Estoy ciego..., estoy ciego!

Rocambole:

Es un castigo misericordioso el que te hemos dado. (Suena largamente el timbre de servicio.


Por unos instantes nadie lo escucha. De pronto la Sirvienta lo oye y retrocede despavorida de
la Zona del Sueño a su Cuarto.)

Escena V.

Súbitamente, en la puerta del cuarto, se asoma la Patrona de la casa, ve a la Sirvienta y dice:

Patrona:

Oiga... ¿se puede saber lo que le pasa que no viene cuando la llaman? Hace media hora que
está sonando el timbre.

Sirvienta:

Disculpe, señora... (Salen ambas. Los Personajes de Humo quedan un instante en la posición
estatuaria en que los inmovilizó la voz de la Patrona al entrar en el Cuarto. La luz verdosa
que inunda la escena disminuye lentamente.)

TELÓN

81
Acto III

La pieza de la Sirvienta es ahora prolongada por un salón tapizado como aquellos que
aparecen en las ceremonias de los personajes de cualquier parte. Pórticos dorados y cortinas
rojas dan la impresión de una opulencia extraordinaria. Moblaje, espejos y sofás. Una
claridad triste flota en este último cuadro del sueño.

Personajes reales:

Sirvienta, Hijo de la Patrona.

Personajes de humo:

Azucena y Griselda, totalmente envejecidas y ataviadas con trajes negros, Lacayo,


Cenicienta, Galancito, Rocambole.

Escena I.

Vieja 1ª (Azucena) y Vieja 2ª (Griselda) junto con la Sirvienta. El Lacayo con bandeja de
licor, sirve y se coloca a un lado de la puerta para custodiarla.

Vieja 1ª:

¡Cómo pasan los años!

Vieja 2ª:

¿Y en qué se nos va la vida?

82
Sirvienta:

Sufrir.

Vieja 1ª:

¿Y para qué vivimos?

Vieja 2ª:

Todo es desilusión.

Sirvienta:

Monotonía.

Vieja 1ª:

Tristezas.

Vieja 2ª:

Querer.

Vieja 1ª:

Dejar.

83
Sirvienta:

No hablen.

Vieja 1ª:

Sí, es mejor no hablar.

Vieja 2ª:

No conviene nombrar ciertas dulzuras.

Sirvienta:

¿Por qué hablo como ustedes?

Vieja 1ª:

¿Qué dice?

Sirvienta:

Yo soy joven. Yo puedo esperar y vivir. No tengo nada más que veinticuatro años.

84
Vieja 1ª:

Dice que es joven... ¡ja... ja... ja!...

Vieja 2ª:

Dice que tiene veinticuatro años.

Sirvienta:

¡No…! es cierto. Yo también soy vieja.

Vieja 2ª:

Era una broma.

Vieja 1ª:

Claro. Una broma.

Sirvienta:

Pero mi cabello es negro.

Vieja 2ª:

¿Otra vez con lo mismo? No tienes el cabello negro.

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Vieja 1ª:

Lo tienes blanco como nosotras.

Sirvienta:

Tengo una hija perdida…

Vieja 1ª:

Delira ¿No te acuerdas de que la encontró Rocambole a tu hija?...

Vieja 2ª:

En la carbonería del criminal Vulcano.

Vieja 1ª:

Y ahora es toda una señorita.

Sirvienta:

No me acordaba.

Vieja 2ª:

Estás confundida.

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Vieja 1ª:

Es la vejez.

Entra el Lacayo, se inclina ante las viejas y dice.

Lacayo:

Ya está el coche, señorita Griselda.

Vieja 2ª:

Vamos, Azucena.

Vieja 1ª y 2ª al unísono (inclinándose y besando a la Sirvienta, que permanece rígida en su


silla):

Hasta mañana, querida.

Sirvienta:

Hasta… Mañana.

El Lacayo sale detrás de las viejas y les cierra la puerta. Permanece en la escena
custodiando la puerta. La Sirvienta permanece rígida en su silla. Se oyen unas carcajadas
lejanas y de pronto aparece Cenicienta, la hija de la Sirvienta. Es una muchacha que tiene la

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misma edad que la madre. Viste un traje blanco, capelina blanca, tomada por la cinta bajo el
mentón, trae un ramo de flores entre los brazos. Entra corriendo a la sala.

Escena II.

La Sirvienta, sentada y la Cenicienta, su hija. El Lacayo, custodiando la puerta.

Hija:

¿Cómo te va, mamita querida? Te traje unas flores. (Le pone las flores en el regazo.)

Sirvienta (reanimándose lentamente):

¿Cómo estás, hijita? ¿De dónde vienes?

Hija:

Estuvimos en el campo. juntando flores (para que tenga sentido el diálogo siguiente)

Sirvienta:

Yo creía que en el campo no había nada más que pasto.

Hija:

¡Qué bromista eres, mamita! El campo está lleno de flores por donde veas. Hasta las nubes
parecen que están cargadas de flores. Siéntate, mamita, que te vas a cansar.

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Sirvienta:

¿Y te gustan mucho las flores?

Hija:

Sí, me gustan. Me gusta todo lo que es lindo. (Mientras habla se pasea por el cuarto.)
Cuando una ve flores, le parece que el mundo todo es un jardín, y que por donde vayas no
encontrarás nada más que perfumes y colores, nubes arriba y flores abajo…

Sirvienta:

Yo creía que en el campo no había nada más que vacas y caballos.

Hija:

Mamita, no tienes imaginación. A ti no te gusta soñar. Estoy segura de que tu nunca has
soñado que volabas.

Sirvienta:

¿Cómo?

Hija:

Sí, que volabas. De pronto el mundo se hace chiquito para toda tu voluntad y en los talones
sientes una fuerza flexible... Y que si quisieras, de un salto podrías llegar a las estrellas.

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Sirvienta:

Son tus veinte años.

Hija:

Mamita, dime..., ¿las otras mujeres son como yo? ¿Sueñan como sueño yo? ¿Sienten como
siento yo?

Sirvienta:

Yo… Algunas sí ...

Hija:

Mamita, tengo que decirte una cosa. Estoy enamorada.

Sirvienta:

¡Ah!... ¿Sí?

Hija:

¿No te disgusta?

Sirvienta:

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No... me encanta. Cuéntame, preciosa, ¿cómo es él?

¿Es obligatorio que una hija se arrodille al lado


de la madre para contarle que está enamorada?
Hija (arrodillándose al lado):
¿No es cierto que estoy preciosa?..

Te voy a contar, mamita... Es alto, rubio, caballeroso.

Sirvienta:

¿Joven?

Hija:

¡Claro!

Sirvienta:

¿No está casado?

Hija:

No se puede hablar en serio contigo. Si quieres también pregúntame si tienes hijos. O si


estuvo procesado por criminal.

Sirvienta:

Disculpa, mi hijita... Estoy con el pensamiento en otra parte. Así que tu novio es caballeroso
¿Y te quiere?

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Hija:

No es mi novio, mamita… o sí... sí es mi novio... siempre que tú no te opongas.

Sirvienta:

¿Es por él por quién ves el campo lleno de flores?

Hija:

Y no sólo el campo… hasta las nubes... (Acercándose) ¡Si supieras lo bueno que es!...

Sirvienta:

Todos los novios son buenos.

Hija:

Parece que estuvieras envidiosa de que tenga novio...

Sirvienta (retrocediendo):

¿Qué has dicho?

Hija (abrazándola):

Perdóname, mamita.

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Sirvienta (aparte):

A veces los autores les tienen envidia a sus personajes. Quisiéramos ser ellos… o destruirlos.

Hija:

¿Qué dices, mamita?

Sirvienta:

Quiero que seas feliz... hijita querida. Disculpame, no quise ofenderte. Nosotros los viejos
tenemos el corazón lleno de tristeza...

Hija:

¿De qué estás triste mamita?

Sirvienta:

Te casarás... te irás... y yo me quedaré otra vez sola... sola otra vez... (Se aparta de la Hija y,
sentándose sobre una butaca, se pone a llorar.)

Hija:

Mamita, ¿por qué lloras? Si tu no quieres...

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Sirvienta:

Sí quiero. Quiero que seas feliz, hijita querida. Que alguien te quiera eternamente. Que el
mundo te parezca siempre lleno de flores.

Tocan la puerta.
Entra el Lacayo, con una bandeja en la mano. (Tal vez que solo entre y
corporalmente avise que alguien llega)

Hija:

Mamá... es él...

Sirvienta:

Que pase.

Hija:

Vas a ver, mamá, vas a ver lo bueno que es...

Sirvienta:

Te creo, hijita.

Escena III.

El Lacayo abre la puerta para que entre el Galancito, que será un joven simple. La Hija
corre a su encuentro y lo toma de la mano. La Sirvienta se levanta.

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Galancito (Tropezando en sus propias palabras):

Señora, vengo a decirle que quiero a su hija. (Avanzan los dos hasta ella.) Que nos queremos
mucho.

Hija (Le indica con un gesto y se arrodillan ambos):

Mamita, te pedimos la bendición.

Sirvienta:

Hijos míos, yo…

Escena IV

En ese mismo instante, en el cristal de la ventanilla del cuarto de la Sirvienta se hace visible,
la cara grotesca del Hijo de la Patrona. Desarreglado y ebrio, grita:

Hijo:

Abre, Sofía... No seas testaruda, Sofía…

Los Personajes de Humo permanecen inmóviles. La Sirvienta mira con un gesto de extrañeza
dolorosa al monstruo que le pide placer cuando estaba a punto de bendecir la felicidad de
una hija que no existe, y a medida que la luz disminuye en escena se hace más nítido, en el
rojo cristal del ventanillo, la cara del Hijo de la Patrona contra la reja. La Sirvienta coge el
revólver y apoya el caño en su frente.

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Hijo:

¡Sofía! No te hagas de rogar hoy.

La sirvienta coge el revolver...


Hijo: No te hagas la loca, Sofía...

Suena la detonación. La Sirvienta cae. Bruscamente se amontonan los Fantasmas de esta


escena y el Galán en el cuarto de la Sirvienta.

Hija:

Libres… por fin estamos libres de esta loca.

Galán:

De la Sirvienta Millonaria.

Lacayo:

Ha muerto para nuestra tranquilidad.

Vieja 1a:

Por fin respiro… era insoportable.

Se dan la mano y comienzan a danzar en círculo en torno del cadáver, cantando al tiempo
que en paso de danza levantan desaforadamente las piernas.:

Por fin se ha muerto la loca. Por fin se ha muerto la loca.

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Escena V.

Enfático y lúgubre, entra Rocambole con pasos lentos y pesados. Mira la danza y una cólera
tremenda se apodera de él. Esgrimiendo el látigo, lo descarga sobre las espaldas de los
fantasmas, haciéndolos huir. Se quita las gafas, la galera, coloca el látigo en el suelo, se
arrodilla frente a la Sirvienta y la besa en la frente con gesto compungido.

Rocambole (juntando las manos en el pecho):

Señor, el empedernido criminal te pide piedad para esta pobrecita criatura, que tanto padeció
sobre la tierra. (Se levanta, recoge sus utensilios y se va.)

Entra la Muerte y se para a un lado del Cadáver de la Sirvienta.

Hijo (aún pegado en los vidrios, con voz ronca):

Abre, Sofía… deja de estar de bromista.

TELÓN FINAL

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